8: Tú eres mi problema

CAPÍTULO 8:

Tú eres mi problema

A D O L F O

Hice una flor con crema. Mi primera flor con crema y se ve fantástica. Claro que todo ocurrió después de diez intentos. Dariana es una asombrosa maestra, aunque claro está, no aprendí pronto porque me concentré en lo bonita que es. Su cabello es largo y lo lleva en una coleta alta, su morena piel luce todo lo que lleva puesto que es amarillo con blanco. Sus ojos negros que brillaron en todo momento mientras me decía qué hacer primero, después y al final; son preciosos. Sus labios se movían y yo solo supe que su voz alegra mis oídos.

—Luego, mientras no las vayas a poner aún en el pastel, las debes colocar en papel encerado seco. —Me muestra todas las flores blancas que ha puesto en el papel—. Estas las pegaremos en el pastel usando una pequeña espátula y los dedos.

Asiento. Hago una segunda flor y me sale bien, ella las hace con suma rapidez así que al final logro hacer solo cinco cuando comenzamos a colocárselas en el primer escalón del pastel.

—En este primer escalón, encima de las flores de los lados, pondremos un mensaje con letras de fondant —me dice cuando terminamos—. Azúcar glas, agua y gluten. O también puedes usar grenetina para que salga la consistencia. Te voy a enseñar a hacer, pero usaremos la que hice ayer, porque debemos dejarla reposar todo un día.

Saca del refrigerador una enorme bola de fondant blanco envuelta con plástico. La deja en la mesa y toma una gran cantidad en sus manos.

—Lo voy a cambiar de color. —Busca entre sus cajas y al final saca colorante amarillo—. Sonia me dijo que pusiéramos algo como "tendremos un bebé" o un mensaje gracioso en referencia.

—¿Qué tal "el mini Gonzalo está en el horno"? —propongo. Ella se ríe. Su risa me gusta mucho—. De acuerdo, eso sonó raro.

—Mejor pondremos "tendremos un feliz matrimonio y también un bebé, te amo". —Asiento en aprobación—. Quedará fantástico. Original. Mi madre, en sus tres embarazos, se enteró de manera rara y graciosa. Conmigo, ella no lo sabía, papá lo supo primero, y cuando se lo contó, no le creyó y se enojó.

Su felicidad es contagiosa, así que me le quedo mirando mientras me cuenta y amasa el fondant con el colorante para que quede por completo coloreado.

—De mi hermana Laura, ella lo supo primero, pero dijo que se había ido a hacer análisis general de rutina, ni siquiera tenía síntomas, y se lo contó a papá después la boda de unos amigos. —Termina de colorear el fondant y lo pone a un lado para verme después—. De Alejandro, estábamos cenando todos, le dieron náuseas y salió corriendo. En el baño gritó: ¡Santa virgen de la papaya, estoy embarazada de nuevo!

—Es gracioso —concuerdo, sonriéndole.

—¿Y alguna historia de tu madre? —Su pregunta me descoloca totalmente y mi sonrisa desaparece, se da cuenta de que ha hecho mal y se retracta, disculpándose—. Este... Yo... ¡Iré por los moldes de letras!

Sale casi corriendo. Creo que puse la peor cara, y quizás esa no era mi intención, pero no se me da hablar de mi madre, quizás sí tuvimos momentos lindos y me haya contado esas historias sobre de cómo supo que yo iba a nacer o Lucía, pero mencionarla en voz alta me estruja el pecho. La última vez que hablé de mamá, fue cuando le conté a Lucía la verdad de lo que pasó.

—Olvídalo, creo que las dejé en mi departamento, tendremos que hacerlas manualmente. —Dariana vuelve—. Ya que quede este escalón, empezamos mañana con el que sigue, ¿te parece?

Sé que quiere que me vaya ya por mi actitud, lo sé porque la noto avergonzada.

—¿Segura? Podemos terminar al menos otro escalón hoy —propongo, tratando de remendar mi comportamiento—. El siguiente es de las flores de loto, dijiste, ¿no? Lo terminaremos rápido.

—Ya es la una, Adolfo. —No suena a que me esté echando, más bien me está recordando y es verdad, tengo que ir a trabajar.

Asiento sin más y comenzamos a hacer las letras de fondant hasta que todas completan la información que irá en el pastel. Me preparo para irme.

—Gracias por venir, creí que no lo harías —me dice cuando estamos por abrir la puerta.

—Sí, lo siento, en la mañana tuve un pequeño problema con Lucía. —Y la verdad es que ella no me dejaba venir, dice que estar cerca de Dariana solo me hará daño, y eso ya no lo dijo porque me gustara y ella no me hiciera caso, me lo dijo, sino por Ulises que parece no superar nada aún. O al menos esa teoría tiene ella de por qué él no quiere que me acerque a Dariana.

—Tranquilo. —Me sonríe e intenta abrir la puerta, sin embargo, se detiene cuando oímos un derrapón y luego gritos.

—¡Chingada madre! —Es Ulises—. ¡Dariana, que Adolfo se largue de aquí y que no vuelva!

Como de rayo le pone seguro a la puerta y se aleja de ella.

—¿Pero qué carajos? —susurra, alterada—. Fue Sam, maldita sea, él le dijo, no tengo dudas.

Ahora se nota frustrada, como si quisiera llorar de rabia.

—¡Dariana! —Ulises insiste, tocando fuertemente la puerta, casi como si quisiera a tirarla.

—¡Tú lárgate o llamo a la policía! —Se oye una voz de mujer afuera. Dariana se aproxima a la ventana de inmediato.

—¡Es mi hermana, Adolfo, le va a hacer algo! —Quiere salir, pero se lo impido.

—¡Tú qué, bruja! —Ulises encara a la chica quien lleva a una bebé en brazos—. Yo solo vine a sacar a ese imbécil de allí dentro.

—¿Para qué chingados, pendejo? Ya deja a mi hermana ser feliz con su novio y tú vete con tu mujer, ándale. Llégale, cabrón.

—¡Ay, no! —Dariana ahora llora, pero trata de no gritar—. Adolfo le va a hacer algo, Laura acaba de meter la pata.

Habla de que le dijo que somos novios. Caigo en cuenta y me salgo, sin importar que Dariana me diga que me golpeará de nuevo.

—¿Otra vez, Ulises? —pregunto, poniéndome con rapidez frente a él y procuro que Laura entre a la casa, Dariana la recibe y comienza regañarla en susurros—. ¿Cuál es tu maldito problema?

—¡Tú eres mi puto problema! —No me sorprendo, eso ya lo sabía, muy bien lo sabía y juro que aún me arrepiento totalmente—. ¡Desde hace más de cinco malditos años eres mi puto problema! Te odio, Adolfo, ¡todo es tu culpa!

Me empuja y simplemente se va sin hacer más escándalo, sin golpes ni nada más, solo remarcándome en la cara que me sigue odiando. Lo veo alejarse en el carro de Samuel, cosa que confirma que sí fue él quien avisó que yo estaba aquí.

Ahora lo sé, que me acerque a Dariana no es en sí el problema, que ella esté con otro no es el problema tampoco. El problema es que sea yo y se quiere vengar de mí a toda costa.

—¿Cinco años? —Giro la cabeza, regresando al momento. Dariana está confundida—. Pero... Tres años... ¿Qué le hiciste?

«No puedo decirte». Me guardo esa respuesta y mejor le digo que debo irme, porque se me hará tarde para el trabajo. Ella asiente, frunciendo el ceño.

—¿Vas a venir mañana? —me pregunta cuando estoy decidido a irme.

—Sí. Dejaré mis cosas aquí, debo irme. —Salgo lo más rápido que mis pies me lo permiten de la casa y me subo al carro. Arranco sin ver a ningún lado y, cuando menos lo pienso ya estoy frente a la casa.

Mi respiración es agitada, siento que me voy a ahogar. O creo que me voy a desmayar. Distingo una silueta borrosa que se acerca a mí. La voz de Lucía suena lejana, llamándome, luego Berna, y otra voz masculina que no reconozco. Cierro los ojos. No, no me desmayé, solo me estoy calmando porque esto me dio durísimo, necesito aire. Esta información me llegó de golpe y me castró peor que un fregadazo.

***


—¿Ya podrías decirme qué te pasó? Fue como un ataque de pánico... ¡Adolfo, estabas manejando! Si te sentías mal te hubieras quedado con Dariana, al menos hasta que se te pasara. —Caigo en cuenta de que al final sí me desmayé. Acabo de despertar, Lucía, Berna y una chica y un chico que ni conozco están frente a mí—. Llamó y le dije que estabas aquí ya, pero que estabas bañándote para ir al trabajo, dudé de si decirle la verdad. ¿Qué pasó?

Le niego con la cabeza y decido hacer verdad la mentira para realmente irme a trabajar. Pero todo me da vueltas y vuelvo a caer en el sofá.

—No vas a ir a ningún pinche lado tú. —Bernardo me mantiene sentado.

—Sí, Adolfo, no estás nada bien.

—Solo denme un momento, ¿sí? Tengo que ir, no me va a pasar nada. Solo tuve otra discusión con Ulises —Lucía comienza a revisarme la cabeza a ver si Ulises no me la golpeó—. Tranquila, no fue a golpes. Solo me dijo cosas...

No quiero hablar frente a desconocidos sobre el asunto que solo Lucía y yo conocemos. Así que, tanteando sentirme menos mareado, me levanto y salgo hasta mi habitación, me encierro y, sin darle vueltas al asunto me alisto, ya es muy tarde.

***


Esta vez llego a las nueve a casa de sus padres. Toco la puerta, pero no me abre nadie. Seguro pensó que vendría más tarde como hace dos días... La verdad es que la llamé anteayer en la tarde y le dije que no me sentía bien y que iría hasta hoy miércoles. De verdad que ni siquiera en el trabajo me pude concentrar.

Me le quedo viendo al timbre, esperando. Espero que no se moleste conmigo por cancelar. Sé que, por mucho que ella me dijo que no me preocupara, algo debí de haber arruinado y piensa de mí lo peor.

—Buenos días. —Escucho una voz gruesa. Levanto la vista y me encuentro con el papá de Dariana, el hombre que vi en la foto. Está en pijama, adormilado—. ¿Tan temprano?

No sé realmente qué decir.

—¿Eres Adolfo, verdad? —Creo que estoy asintiendo como pendejo porque luego se ríe—. Soy Dario. Pasa, voy a ir a despertar a Dari, creo que nos agarraste dormidos a todos.

Hace que me siente en el sofá y me quedo ahí unos minutos esperando hasta que escucho risas. Luego sale la mamá de Dariana del pasillo y tras ella Dario. Ella me saluda con la mano para después pasar otro pasillo y perderse en él.

—Ya la va a despertar, disculpa. Es que, como hoy fue día libre, ninguno se levantó temprano. —Me río para no sentirme estúpido y le digo que no hay problema—. Y bueno, ¿ya desayunarse?

—Sí, sí... Ah, no, espere, no.  

«Ay, Adolfo», pienso, «nervioso te pones bien pendejo». Es que esta mañana, a pesar de que hice desayuno para Lucía y para mí, no toqué nada, ni se me antojó.

Dario me sonríe, negando, no sé qué estará pensando, o qué, pero me da como miedo, no se ve amenazante, pero uno nunca sabe.

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