7: Samuel te quiere

CAPÍTULO 7:

Samuel te quiere

Me aferro a las sábanas cuando la alarma suena. Me siento nerviosa. La razón es que es lunes y cité a Adolfo para las nueve. Son la ocho.

Me levanto a regañadientes y comienzo a prepararme. Llamé a Adolfo el domingo, no el sábado, y con mi nuevo número, preferí descansar ese día también, y más porque estaba planteándome bien la idea de dejarlo ayudar.

Me dije que sí el domingo en la mañana y lo llamé en la tarde. No estoy en mi mejor momento para hacerlo sola y él podría al menos ayudarme a que quede decente.

—Nos vemos en la tarde. —Mamá y papá se despiden de mí cuando llego a la sala ya cambiada—. Alejandro se va a ir en un rato, cuida que lo haga, lo espero para la segunda clase.

—Sí, mami —digo y comienzo a sacar mis cosas—. Lo voy y levanto en un rato.
 
Finalmente, se van, dejándome dicho que me aman. Sonriendo termino de acomodar los moldes y luego saco los ingredientes de mis cajas. Alejandro sale diez minutos después, con el uniforme de la preparatoria puesto. Se va también cuando se come el desayuno que mamá le dejó.

Son las nueve en punto. El estómago me ruge terrible, no he desayunado aún porque me da más nervios que hambre en estos momentos.

Adolfo no llega cuando ha pasado media hora. Ni cuando ya son las diez.

Indignada me pongo a preparar mi desayuno y como. «Pinche bato pendejo», me plantó, pienso, llevándome un bocado tras otro, llenándome la boca de huevo con papas.

—Mejor —digo en voz alta cuando me estoy lavando los dientes—. Igual no era como que necesitara ayuda por siempre. Quizás hasta ya puedo empezar bien.

Decidida, comienzo con mis mezclas. Una, dos, tres, cuatro, cinco tazas de harina, una cucharada de levadura, cinco huevos...

Primera mezcla a la basura. Segunda también y la tercera es salvada por el timbre que suena insistente cuando he dejado las tazas de harina en el recipiente a penas.

—¡Al fin llegas...! —No, no es Adolfo el que ha llegado, es Samuel. Trae consigo una caja de regalo—. ¿Tú qué haces aquí?

Sueno tan desconcertada que incluso él lo nota. Pero no me retracto, no era como si lo esperara después de que Ulises me dijera que le gusto, no sé si es verdad, pero le he negado verme toda la semana.

—Lo siento, te traje una caja de cuatros con crema y jugo de uva. Tus favoritos. —Me la entrega y entra a la casa sin ser invitado. Sé que siempre entra así, pero esta vez me desespero ante su imprudencia—. También quería llevarte de paseo a la plaza y no acepto un no por respuesta.

El carro de Adolfo se estaciona enfrente de la casa. Lo veo bajarse y mirar hacia la puerta, confundido de verme con Samuel cerca de ella. Luego se pone a sacar cosas del carro.

—Pues tendrás que aceptarlo. —Dejo la caja en el sofá más cercano y lo empujo sutilmente—. De verdad muchas gracias, pero tengo trabajo, Sam. No puedo salir ahora.

Adolfo se para en la puerta, trae una caja grande y una pequeña encima con las que batalla, así que me acerco a quitarle la pequeña.

—¿Trabajo; con Adolfo? —Arruga la nariz, no sé si molesto o desilusionado. Desecho ambas dudas cuando habla de nuevo—. Pero si Ulises te prohibió hablarle. Y me dio permiso a mí para...

Lo interrumpo bien encabronada.

—¡Sé perfectamente qué fue lo que Ulises te permitió, Samuel! Y ¿sabes qué? Me duele muchísimo que tú y yo seamos amigos desde pequeños y le seas más fiel a Ulises que a mí, ¿también te contó que estuvo a punto de pegarme? ¡Parece que no! Y si te lo dijo, te notas tan calmado si supuestamente gustas de mí. ¡No voy a salir con quien él me imponga! Sam, te quiero mucho, pero no creo que entiendas nada de lo que pasó la semana pasada, ni que lo comprendas ni un poco.

Sam está sorprendido ante mi enfado, miro cómo baja la mirada hasta el suelo y luego vuelve a verme a mí.

—Dari...

—Vete por favor, el poco ánimo que tenía se me fue al carajo, Samuel.

Su sorpresa aumenta. Luego, balbuceando, dice:

—Él también se va a ir, ¿verdad?

—Sí, yo... Lo siento, Dariana. —Adolfo se da la vuelta, desilusionado, pero lo detengo, sacándolo de su error, no puedo dejar que se vaya, no cuando ya he desperdiciado tres kilos enteros de harina.

—Tú no, Adolfo. —Sam me mira como si quisiera reclamarme, por lo que esta vez lo empujo con fuerza—. No te puedo pedir que dejes de ser su amigo, Samuel, pero sí que te puedo pedir que, mientras pienses como él, no me hables.

No son las palabras que pretendía decir, aun así, no me retracto cuando le cierro la puerta en la cara.

Un par de segundos después logro escuchar el motor de su carro alejarse rápido.

Miro a Adolfo, desconcertada.

—¡Llegas tarde; me dejaste plantada a la hora! —Mis reclamos son tontos y sin sentido—. ¡Maldito momento, Adolfo! Odio los momentos incómodos, ¡ah! Me siento muy avergonzada, lo siento.

Me deslizo en la puerta hasta el suelo. No, esta vez no quiero ni voy a llorar. Esta vez quiero que me trague la tierra porque me da mucha pena enterarme de que realmente sí le gusto a Samuel, mi mejor amigo, al que miro como a un hermano. Me siento fatal, pero no voy a llorar, me cansé.

—Samuel te quiere, Dariana. —Alzo la mirada, encontrándome con una expresión extraña en su rostro. ¿Desilusión otra vez? ¿Resignación?—. Supongo que te ha querido desde siempre. También me contó a mí, de hecho, literalmente me dijo que su mejor amiga era la chica de sus sueños. Nos hablamos, ¿sabes? No solo Sonia y Gonzalo, Sam también y hasta las novias que ha tenido por pantalla, y me lo ha dicho, siempre te ha querido.

Ahogo mi sorpresa, bajando la mirada.

—Es como mi hermano, no lo quiero de otra manera —le cuento, frustrada. Luego lo miro, agregando—: Y no es el punto, Adolfo, Samuel en realidad está siendo el títere de Ulises en cuanto a decidir sobre mis relaciones. Ulises quiere que sea novia de Samuel y no tuya.

Lo último lo suelto sin pensar, luego la vergüenza aumenta y me cubro la cara con mis rodillas.

—O sea, es decir, él cree que tú y yo... —No puedo rectificar mis palabras de la manera adecuada, de hecho, mi manera de retractarme de lo dicho no la tengo disponible ahora—. Dijo que tú lo traicionaste y creo que por eso te odia de alguna manera. Si llego a salir contigo alguna vez, considera que me estoy vengando de que me haya engañado. No lo entiendo.

Me quedo agachada, no puedo dejar de sentirme mal por la situación, pero no triste, sino frustrada y avergonzada.

—Deberíamos empezar a trabajar —suelto después de unos segundos, cuando no recibo respuestas de él; cuando él parece quedarse callado, meditando—. Ya eché a perder dos mezclas y temo arruinarlo de nuevo.

Levanto mi rostro, preparándome para que mis mejillas se calienten de nuevo, pero no sucede, Adolfo está de espaldas a mí a punto de dar el primer paso hacia la cocina.

—Recuerda que no es demasiada azúcar. —No pasa mucho para que la tensión desaparezca mientras comenzamos. Adolfo se está encargando de la mezcla y yo por mientras lo observo, como si él estuviera enseñándome y no yo—. La última vez por eso se incendió el molde, la azúcar se caramelizó y se incendió.

—Traeré la batidora, creo que la dejé en mis cajas —aviso y me muevo, pero él me detiene, diciéndome que también trajo una así que mejor reviso sus cajas—. Oye, también trajiste aerógrafo, nunca he intentado pintar un pastel con eso, siempre lo hago con brocha.

—Yo lo vi en un programa de televisión, lo compré, pero jamás lo he usado —me dice y luego se ríe—. Cake Boss se llama, creo.

—¡Oye, yo también miro ese programa! —La tensión ha desaparecido definitivamente—. Gracias a Buddy es que aprendí un poco sobre cómo hacer figuras de chocolate y a utilizar el fondant.

—Yo solo aprendí a rellenar el pastel, aún no sé muy bien cómo decorar nada. —Comienza a mezclar todo con su batidora—. Para un cumpleaños de mi hermana Lucía le hice uno decorado con chocolates de barra, la peor decoración que he hecho en mi vida. Fue la primera.

Ambos nos reímos, dando por sentado que lo que ocurrió hace minutos no ha afectado en nada nuestra... ¿Amistad? ¿Compañerismo? ¿Primera impresión?

—Mi primer pastel fue uno para el cumpleaños de mi prima Lorenza, cumplía veintitrés, yo tenía apenas dieciocho, lo ideal era hacer un pastel de colores negro con rosado y usar un labial gigante como parte principal de la decoración, representándola a ella como maquillista profesional. —Mi garganta arde de la risa al acordarme del momento—.  Adolfo, jamás sentí tanta vergüenza en la vida, Dios, catalogaron mi decoración como un diseño sugerente a...

Me río mejor, no quiero decir la palabra. Adolfo se ríe conmigo, afortunadamente me entendió. De verdad recordar cómo doña Gloria recalcó a qué se parecía, me río de mí misma. Mi prima Lorenza bromeó sobre que era una sorpresa que yo recordara lo que más le gustaba, haciendo que incluso mi tía Ana y mi mamá se partieran en risas.

—No es una despedida de soltera. —Mi abuela Natalia también había bromeado ese día—. Igual, mi corazón, el intento hiciste y pronto aprenderás mucho más y te saldrá perfecto. Ya verás.

—Ese día aprendí algo —le digo a Adolfo, cuando mi risa ha calmado un poco—: no volver a hacer figuras con esa forma en ningún pastel.

—¿Y qué otras cosas has hecho? —Sonrío cuando cambia un poco el rumbo.

—Hice una réplica de la Universidad —le recuerdo—. A mi hermana Laura le hice un bebé de pastel para su Baby Shower, y cuando fue el aniversario de mis papás hice un teléfono rojo, jamás entendí el concepto hasta hace poco, pero me encantó, me lo pidió papá como sorpresa para mamá. Ah, y también hice una figura para el pastel de Sonia, los hice en la pose que tenían el día que él le pidió matrimonio. Solo que voy a moderarlo un poco.
 
Me acerco al congelador y saco la figura.

—Moldearé una barriga para que el embarazo sea sorpresa para Gonzalo.

—Es fantástico. —Parece más fascinado de lo que demuestra y siento algo en el estómago y la cara caliente—. Eres toda una artista.

—Sí, pero también un desastre andante. —Me río sin ganas, creo que la frustración ha regresado para quedarse, aun así, intento devolverla a su lugar—. ¿Ya está eso? Para meterlo al horno de una vez y poder hacer lo demás, ¿sabes hacer crema de mantequilla?

—Sí, es fácil, lo vi en un vídeo. —Me sonríe y comienza a preparar los moldes para poder verter la mezcla en ellos. Le ayudo hasta que terminamos por poner todos en el horno.

Mientras se hornean, nos ponemos a hacer la crema en silencio, solo hablamos cuando le digo qué le echaremos de más a la crema y también cuando me pregunta si le ha quedado perfecta.

El cronómetro suena. Sacamos los bizcochos perfectamente horneados y los colocamos en la encimera.

—Oh, qué hermosos quedaron —celebro el logro—. Creo que quiero casarme con este hermoso bizcocho, porque es perfecto. Ay, gracias, Adolfo, sin ti no hubiera logrado hacer siquiera esto.

Lo abrazo de la nada, apretujándolo, luego siento sus manos grandes rodearme. Me restriego en su pecho descaradamente y lo huelo. Huele fantástico, a harina con azúcar y a perfume. También siento cómo su corazón está muy alterado. El mío se altera con su olor, por lo que me alejo rápido, sintiendo un rumbo distinto de la situación.

—Lo siento —digo, avergonzada—. De verdad muchas gracias.

Me sonríe, embobado, ¿embobado dije? Sí, perece como si estuviera encantado, encandilado con la vista. ¿En mí, por mí? Pues solo a mí me está viendo.

—De acuerdo, bien. —Me siento descolocada y alterada—. Esperaremos a que se enfríen para continuar.

Lo veo asentir sin dejar de verme de la misma manera. Lo curioso aquí es que siento de todo, menos incomodidad.

Me gusta que me mire así.

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