6: La mala idea.
CAPÍTULO 6:
La mala idea
Terminamos de juntar las cosas de Ulises, y después preparo unas cuantas mías para irme con mi familia. Les pedí que me dejaran quedarme aunque fuera unas semanas y ellos aceptaron, diciéndome que no había problema si me quedaba mucho más tiempo.
Antonio aceptó que le dejara las cosas de Ulises, incluso agregó que yo no tenía por qué darle la cara si él era agresivo y yo corría peligro cerca de él. Se creyó lo que doña Josefa le dijo y me preguntó si no me había dejado marcar. Sonia le dijo que me las tapé con maquillaje, yo no soy capaz de hacer más grande todo este problema, así que me quedo callada hasta que nos vamos.
Gonzalo conduce hasta casa de mis padres y me ayudan con mis cosas. Alejandro está afuera esperándome, por lo que también ayuda.
—¿Qué pasó, hermana? —pregunta, preocupado—. Mamá avisó que te esperara, hoy no tengo clases hasta la una así que te ayudaré a instalarte de nuevo en tu habitación.
La que nunca debí haber dejado, pienso, recordando lo de anoche. Compré ese departamento con ayuda de mis padres, les pedí privacidad y libertad, eso fue cuando cumplí veinte, meses antes de conocer a Ulises, sin embargo, pienso, aún, o al menos ahora, necesito de mis padres, de sus preocupaciones y todo su apoyo para poder salir del hoyo en el que me he metido desde la semana pasada.
—Gracias, Ale.
Una vez que mis pocas cosas están en la habitación, me encierro, pidiéndole a Alejandro que no me moleste, asegurándole que tengo mucho sueño y que no se preocupe.
No le he dicho a mis papás lo que pasó. Se los diré, claro, pero no ahora. Quizás cuando vuelvan del trabajo, pero por ahora ansío poder recostarme y deja de pensar en qué habría pasado si Adolfo no hubiera llegado a tiempo. De caer en cuenta de lo que hubiera pasado me lleno de escalofríos. La ceja sangrante de Adolfo me aseguró que yo hubiera quedado peor, seguro inconsciente o...
—Dari, tu teléfono está sonando, sé que me dijiste que no te molestara, pero el ruido perturba a Gary.
Oigo los maullidos del gato.
—Sí, sí, lo siento. —Miro la pantalla del teléfono desde mi posición, lo dejé en mi buró. Está encendida y me muestra llamadas perdidas de Ulises y de Adolfo. Luego vuelve a encenderse, mostrándome al último mencionado de nuevo.
—¡Dari! Dios, qué bueno que me contestas. —Habla rápido nada más descuelgo—. Estuve en tu edificio pero el portero dijo que no estabas. ¡Luego me encontré a Ulises y me golpeó de nuevo! Bueno, esta vez sí me defendí, pero bueno, el punto es que me preocupé y...
—¿Pelearon? —Pongo una mano en mi pecho—. ¿Estás bien? Ay, Adolfo, todo esto es mi culpa.
—Eh, claro que no. Mira sí peleamos, pero bueno, el portero y otro tipo ayudaron a separarnos y... ¡Aush, Lucía, ten más cuidado!
Se interrumpe, quejándose.
—¡Si fueras más sensato no te dolería nada, inútil! Estate quieto, quién te manda andar de héroe por alguien que ni te pela.
Siento un nudo en la garganta.
—Ni siquiera sabes nada, Lucía. —Él suena avergonzado—. Ya... Ya déjame, me curaré sólo.
—No, lo haré yo. Sólo no te muevas.
La discusión parece terminar y Adolfo se queja despacio.
—¿Tú estás bien? —pregunta después.
—Siéndote sincera, lo que menos estoy es bien, tan así que estoy en casa de mis padres, me quedaré aquí unas semanas. La cabeza me va a explotar, todos mis problemas se juntaron en una semana y reventaron en un día. —Evito volver a llorar y suspiro—. Me despidieron, así que no tengo trabajo y tendré que invertir para pagar cuentas, por lo que mis sueños de tener un negocio se posponen. El imbécil de Ulises casi me golpea de no ser por ti. Ah, y tengo que hacer el pastel de Sonia, cosa que no he podido hacer en toda la semana.
—Bueno, con lo primero no puedo ayudar —dice y se queja, luego le dice a Lucía que ya está bien y que lo deje solo—. Con lo segundo ya te ayudé y no sabes lo que me alegro. ¿Qué te parece que te ayudo a hacer el pastel de Sonia?
—¿Cómo? —Siento el corazón acelerado de repente—. No puedes, digo, sólo tomaste dos clases conmigo, ¡y sabes que ambas fueron un desastre!
—Bueno, sí, pero la verdad es que ya he tomado otros cursos antes. Nunca los termino en realidad porque me entra la desconfianza, pero aprendí unas cosas, ¿qué dices? Además, me enseñarás más mientras lo hacemos.
Me muerdo los labios, analizando la idea. Es buena, por un lado, porque quizás logre terminarlo a tiempo. Por otro, considero que es la idea más mala de todas. Sin embargo, busco el no en mi interior, porque mi exterior le acaba de decir que sí y no piensa retractarse. Tengo que acabar ese bendito pastel a como dé lugar.
—¿Mañana? —Adolfo suena emocionado—. Dime la hora y yo voy... Espera, ¿dónde viven tus padres?
—Oh, pues te pasaré la dirección. —La mala idea crece—. Pero no mañana, Adolfo, juro que lo que quisiera es dormir toda la semana y no pensar en nada. O sea, quisiera tomarme una semana, ¿qué te parece si te llamo el sábado y quedamos?
—De acuerdo, esperaré tu llamada.
Cuelgo cuando se despide, dejándome pensar mientras pongo mi cabeza sobre la almohada. Sería una estupenda ayuda, me animo, así logro terminar a tiempo el pastel y Sonia pueda tener una hermosa boda de ensueño con el pastel que planeamos.
Recuerdo que aún tengo entre mis cosas la figura de chocolate sin terminar y me levanto de inmediato, tengo que dejarla en el congelador si no se derretirá.
Me levanto y la busco, la dejé oculta de ellos en una caja junto a una bolsa de hielo. La encuentro y, en efecto, la falda del vestido de flores que le hice está comenzando a derretirse, por lo que rápido salgo de la habitación en dirección a la cocina. Ahí me encuentro a Laura, dándole una papilla a Juliana, mi sobrina.
—Eh, ya llegaste. —Se me acerca, alejándose de la sillita de comer de la niña y me abraza. Después me hago a un lado y meto en el congelador la figura—. Qué bueno que estás aquí, me preocupaba que estuvieras sola allá y que hicieras una locura.
Me río de meros nervios. Ella regresa con Juliana, pero se dirige a mí en lo siguiente.
—Tienes cara de me quiero morir.
Odio que me analice a fondo. Ella parece incluso más mayor que yo y acepto que más responsable. Digo, con tan solo casi veinte años de edad, está casada y con una hija de un año, es como mamá: una superheroína que todo lo puede. En cambio yo, una repostera sin empleo con un reciente abandono y casi problemas con el maltrato físico. Soy una capirotada de emociones.
—Ulises intentó pegarme. —Suelto, reteniendo las lágrimas y me siento frente a ella en la mesa—. Ay, Laur, ayer que me fui estaba esperándome en el departamento. Buscó sus cosas para irse y hablamos, bueno, más bien todo se ligó a mi estado del helado, ¿lo viste, no?
Ella asiente, su cara de preocupación me obliga a hablar rápido y contarle todo. Los gritos, las pataletas de Ulises, Adolfo, incluso desde el principio, hasta lo de la playa y la llamada, la parte en la que él me dijo que pelearon hoy.
—¿Me estás diciendo que un tipo enamorado de ti te defendió de Ulises y ahora mismo está todo golpeado?
—No está enamorado de mí, Laura. —Pongo los ojos en blanco, aun así sonrío—. Lo estuvo, creo, pero bueno, digamos que es mi ¿amigo? ¿Ex alumno? ¿Compañero de trabajo?
—¿Compañero de trabajo? —La conversación sobre Ulises queda en el olvido cuando sonríe y yo sigo hablando, explicándole sobre la propuesta de hacer el pastel juntos—. Hey, no lo conozco, y ya me agrada.
—Supongo que es agradable —suelto sin pensar—. Digo, creo que te agradará, es gracioso.
Termino mostrándole los mensajes desde el primero, se ríe y rápido me olvido de todo, sintiéndome mejor en diez minutos que como no me he sentido en toda la semana.
—¡Hijo de la chingada! —Mi papá se altera cuando les cuento, estamos los cuatro preparándonos para cenar, Laura se fue a su casa hace unas horas—. ¡Le voy a ir a romper el hocico al cabrón, nadie toca a mi niña!
—Cariño, cálmate. —Mamá intenta calmarlo, lo hace cuando le dice que afortunadamente estoy bien—. Dari, por experiencia propia te aconsejo que cambies de número y que le pongas una orden de restricción. Tienes testigos que harán que te la valoren.
—Sí. —Mi papá está de acuerdo—. Llamaré a Melanie, como juez pueda que te la valga sin nadie más.
—No es para tanto. —Me acongojo en la silla cuando mamá comienza a servir—. Digo, igual no es como que le haga hacer rabietas más, con Adolfo no pasará nunca nada.
—Nunca digas "de esa agua no beberé" porque te terminarás atragantado. —Mamá se ríe, mirando de reojo a papá. No obstante, tan pronto como sus insinuaciones silenciosas cesan, vuelve a ponerse seria—. Y no digas que no es para tanto, Dariana, a veces dicen que no es para tanto, pero luego empeora. ¿Qué no entiendes? No quiero que al rato traigas el labio reventado. Y te aclaro que puedes salir con quien tú quieras, mi corazón, si ese chico Adolfo te enamora al final de cuentas, Ulises no tiene por qué impedirte nada, ya no están más juntos, él te dejó. Él tomó la decisión, ahora tú decide qué hacer con tu vida.
Mamá llamó a mi tía Melanie cuando terminamos de cenar, acepté que pusiéramos la orden, pero especifiqué que incluso quería incluir a Adolfo, por lo que decidí llamarlo mientras mamá continuaba explicándole lo ocurrido.
—Eso fue rápido, ¿ya es sábado? —bromea cuando contesta. Me río por su tono irónico y su actitud divertida—. De acuerdo, ya logré mi cometido, te hice reír, ahora, ¿qué ocurre?
Comienzo a explicarle sobre la orden de restricción. Me asegura que con él no habría problemas por lo que declinaba, pero que yo sí importaba, mi seguridad y mi integridad física y emocional.
—¿Así de testarudo eres siempre, Adolfo? ¿Tendré que acostumbrarme? —Suelto sin pensar, logrando captar la atención de mamá que me mira, burlándose de mí, luego vuelve con tía Melanie al teléfono.
—Por favor, es muy importante y me encantaría que lo hicieras —dice él, riéndose—. O sea, no es que sea testarudo, sólo considero que estoy bien así, sin embargo, si te hace sentir mejor, acepto.
Sonrío de tranquilidad y le doy las gracias, diciéndole que lo llamaré si nos llegan a citar. Luego cuelgo cuando me despido de él.
—De acuerdo, ¿entonces sí necesita los testigos? —Miro a mamá concentrada en la llamada, anotando unas cosas en una hoja—. Bien, seguro que sí aceptan, la quieren mucho, sí.
Habla de mis vecinos.
—Ya le digo, nos vemos, Mel, muchas gracias.
Cuelga y luego me mira, sonriendo.
—¿Hablaste con el muchacho? —Asiento y ella también—. Bueno, dijo Mel que los citará la próxima semana, está un poco testada con un caso importante, pero se hará un espacio, también deben ir tus vecinos o los que vieron a Ulises de agresivo a testificar.
Me voy a mi habitación cuando acepto todo. Mamá me dijo que me comprará un nuevo número el domingo para así sentirme mejor y yo, pese a que dije que eso era innecesario, acepté al final, porque puede que quizás tenga razón.
O más bien la tiene, pienso, cuando llego a la habitación y el teléfono se llena de notificaciones cuando enciendo los datos, hay seis mensajes, cuatro de Ulises, uno de Sonia y uno de Samuel.
Sonia pregunta cómo estoy y le respondo que bien.
Samuel: Hola, pequeña, ¿qué tal estás? Me preguntaba si podía verte mañana. Ir a la heladería de Magdalena o por uno de esos panes cuadrados con crema que te gustan, ¿qué dices?
Algo en mí me dice que esto tiene que ver con Ulises. Lo compruebo cuando leo sus mensajes. Así que primero le respondo a Samuel que no me siento bien para salir, y después me pongo a ver los mensajes de Ulises.
Ulises: ¿Por qué le dejaste mis cosas a Antonio? Lo siento, ¿sí? No me tengas miedo, sólo no estaba en mis cabales ayer, Dari, nunca te dañaría.
¿Qué crees? Le rompí la boca a Adolfo y le advertí que no se acercara a ti.
No quiero que esté contigo.
Hablé con Sam, le dije que tenía viada para salir contigo. Tengan bonitas citas, Dari, sé su novia y, si se da, cásate con él. Tengan bebés como lo deseas. Te quiero con él. Adolfo no tiene por qué ser parte de tu vida como venganza hacia mí.
Releo los mensajes, para saber si solo alucino o son verdad. Me tumbo en la cama cuando compruebo que son reales y ahogo mis gritos de rabia en la almohada. ¿Qué se cree Ulises?
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