4: Se me quemó hasta la conciencia

CAPÍTULO 4:

Se me quemó hasta la conciencia

D A R I A N A

Aquella noche en la playa, recuerdo haber estado bebiendo cerveza y que Ulises se acercó a mí. Dijo su nombre y me sonrió, pasamos la noche hablando hasta que nos perdimos de nuestros amigos y nos metimos al agua. No ocurrió nada más que hablar y fue la mejor noche de mi vida. De ahí, no dejamos de frecuentarnos cada semana. Hasta que me pidió ser su novia, todo cambió, nos veíamos casi a diario, salíamos a hermosas citas. Todo era perfecto. Nos fuimos a vivir juntos al año de novios. El año pasado me había pedido matrimonio y fue maravilloso.

En mi vida había visto a Adolfo, ni ese día en la playa ni los días siguientes. Quizás fue porque me concentré en el rubio que me sonreía y en nadie más, pero supongo que hubiéramos convivido tal vez ese día.

—Me enteré ayer, tenía sospechas, pero no quería ilusionar a Gonzalo, ni a mi mamá —Sonia me habla de su embarazo y yo estoy más concentrada en Adolfo que acaba de irse, huyendo, lo sé—. No quiero decirlo aún. ¿Qué te parecería añadir ese detalle al pastel?

La emoción en sus ojos y voz me hacen regresar un poco a la realidad.

—Sería una fantástica idea, Sonia —Me muestro entusiasmada—. ¿La añado una barriga a la novia de chocolate?

—¿Todavía existe? —Trata de no sonar burlesca—. ¿Que no... La destrozaste?

—Ah, no, fue lo único que se medio salvó y sí pude arreglarlo, puedo añadirle un par de centímetros de barriga si gustas y pondré cositas de bebé en alguna parte, ¿te parece?

Mientras me habla y le respondo, comemos helado. Es una gran lástima que Adolfo se haya ido justo cuando destrozó su helado, que haya fingido una llamada telefónica para sacarse el problema, o más bien, la vergüenza de encima. Dudo que vaya a regresar a la clase mañana.

Me tomo una foto con el helado y regreso al departamento cuando terminamos de planear los pisos de su pastel. Si ella supiera que no puedo más, pero no se lo voy a decir, no puede saberlo, no puedo decepcionarla. Igual, el último tema que me menciona, es el que Adolfo es un gran tipo y debería conocerlo mejor.

Pienso más cuando llego. Adolfo es el primero en la lista de mis pensamientos y las mejillas se me acaloran. Si entendí bien, Adolfo había estado enamorado de mí, o embelesado por mí al igual que Ulises, pero yo terminé conociendo sólo a mi ex que terminó mandándome al carajo por la vecina. Recordarlo me hace enojar más.

Me pregunto, ¿qué habría pasado si, en lugar de conocer a Ulises ese día, hubiera conocido a Adolfo? Probablemente... No, el hubiera no existe, el ahora es el decisivo, y el pasado no vuelve, así que no tendría por qué preguntarme alguna posibilidad. Lo conocí hasta ahora, tal vez no signifique nada en realidad pero por algo pasan las cosas. Por ejemplo, a mí se me queman los pasteles porque me siento tan mierda que olvido cosas importantes como el que demasiada azúcar en un recipiente en el horno se carameliza y, entre más caliente, más pegajosa y más propensa a que, una vez que esté muy caliente, va a incendiarse.

Ni con una miserable receta he podido hacer nada. Comienzo a pensar en posible ayuda, no sé, tal vez Manuela y Berenice, quienes son las que ahí la llevan en lo poco que he enseñado, puedan ayudarme.

Les doy los buenos días a las chicas. Y, como lo sospeché, Adolfo no está ahí, pienso que le ha de haber dado vergüenza el darse cuenta que, la persona porque la que tuvo una especie de crush, estaba frente a él, y no solo eso, había estado hablando y compartiendo el mismo espacio durante esa tarde.

Ulises: Se me pasó ir ayer. No me avisaste que ya habías llegado. ¿Esto fue en la heladería de Magdalena? ¿Quién te compró el helado?

El mensaje es la respuesta a mis estados. El último que subí. Ignorándolo, lo reproduzco de nuevo y me doy el estrellón de la vida cuando veo que Adolfo lo ha visto. Me olvidé por completo que él podía verlo. Siento una inmensa vergüenza, aun así me espabilo un poco para responderle a Ulises que no le interesa y que puede ir por sus cosas en la tarde.

Me respondió que no tenía nada de malo que comenzara a salir con alguien y que se lo dijera.

Yo: Tres putos años no se van en tres días, Ulises, al menos no en mí, porque tú y yo no somos iguales.

El arranque de estupidez me hace escribirlo rápido, sin embargo no llego a mandarlo porque un carraspeo me hace voltear hacia el frente. Adolfo acaba de llegar.

—Buenas —Me saluda, ocultándose en la distracción de ver una botella de agua que lleva en la mano, lo noto nervioso y sonriente. Yo le correspondo dudosa, siento vergüenza porque vio mi estúpida manera de llamar la atención de Ulises, cosa que funcionó, pero no siento que tenga la misma importancia para mí que cuando tuve la idea. Ahora me importa el qué piense Adolfo, y me aterra que se ilusione. Que me parezca atractivo no quiere decir signifique algo para mí.

Comienzo la clase con la preparación de la masa, de nuevo, pero esta vez, con la promesa de hornear una vez que esté lista. Manuela es la primera en meter su masa al horno. Le siguen Berenice y Adolfo, al final las demás, y yo, con el miedo revoloteando en mi ser, meto la mía. Tiene un olor medio raro, pero no recuerdo bien si sea por la levadura o por la vainilla.

—Preparemos el glaseado —propongo y me siguen, preparando los utensilios y los ingredientes.

Dudosa echo las claras de huevo en el recipiente y, por inercia, miro a mis alumnos, todos están concentrados a excepción de Adolfo, él está viéndome detalladamente. Luego, cuando se da cuenta de que lo he descubierto, se regresa a su recipiente y echa el huevo con todo y yema.

—Llévame la chingada. —Susurra, quiero reír pero me aguanto y me le acerco.

—Mi mamá me enseñó un truco para cuando esto pasa —digo, mirando su recipiente—. Al menos funciona si la yema no se ha reventado.

Analizo y por suerte está intacta. Tomo su botella de agua, que ahora está vacía, y le muestro cómo succionar la yema sin que se venga clara en el proceso.

—Increíble —dice—. Nunca lo había pensado, me hizo falta esa información ayer en la noche.

Le sonrío cuando él se ríe de sí mismo y me alejo, volviendo con mi mezcla. Con miedo, mucho en realidad, tomo la batidora y comienzo a revolver las claras, procuro irme con calma y hacer que me que me quede espumosa para poder añadirle la vainilla. Cuando termino, siento un gran alivio al descubrir que me ha salido perfectamente bien. Pero mi tranquilidad desaparece cuando comienza a oler a quemado.

Levanto la vista, buscando con la mirada qué horno está haciendo el desastre.

—Me lleva la chingada —digo sin pensarlo. Adolfo me ha pegado la jodida expresión y yo no soy de usarla. El horno donde Leah y yo metimos nuestra masa está surgiendo.

En seguida corro, deseando que no llegue a más la llamarada. Todas las chicas arman escándalo. Leah intenta abrir pero se quema. Yo tomo un trapo cercano y abro el horno, sacando mi molde que es el que arde.

Lo tiro al suelo y siento ganas de llorar mientras intento apagarlo con el trapo, no es hasta que siento el agua caer en mi cabeza y terminar en el molde, apagándolo.

Levanto la vista y veo a Ricardo, quien es el que me ha tirado el agua, trae consigo el balde que uso para trapear. Bien, ahora estoy empapada de harina, humo y agua sucia.

Reprimo mis ganas de llorar cuando él habla.

—¿Qué pasó, Dariana? —Lo noto enojado.

No soy capaz de responder nada cuando él vuelve a hablar.

—¿Sabes qué? No me digas nada, estás despedida.

Intenta salir, llevándose la última palabra, pero es detenido por Adolfo.

—Si ella no tuvo la culpa, pendejo —le reclama—. Fue mía, algo hice mal, ella no.

—Ya dije que está despedida, las explicaciones me valen madre, desde ayer trae un cochinero. —Ricardo sigue en su posición y yo solo me resigno, levantándome para recoger mis cosas. Cuando estoy recogiendo mi bolso y los utensilios que traje, veo que Adolfo y Ricardo inician una guerra de miradas y pronto noto las ganas de Ricardo de golpearlo.

—Ya me voy, ya —Todas las chicas parecen confundidas, aun así también se preparan para irse, apagando antes los hornos.

—Es injusto, cabrón. —Adolfo insiste en defenderme cuando intento irme, pero lo distraigo, no quiero ver una pelea hoy, y menos por mi causa, eso me haría sentirme peor.

—No importa, Adolfo. —Lo empujo para irnos—. Vámonos, ya, deja, por favor vámonos.

Incluirlo en mi retirada provoca que me haga caso, así que ambos salimos sin decir una palabra. Quiero llorar fuerte cuando salimos hasta en la calle. Analizo lo que acaba de pasar y en serio lloro, lloro tanto que al final no me doy cuenta de cómo llego al asiento de copiloto del carro de Adolfo. Me desgarro como una desquiciada, como una niña. Esta ha sido la peor semana de mi vida.

Me detengo un poco y lo miro, él está afuera, mirándome.

—¿Estás mejor? —Le niego, porque sólo puedo sollozar. No me siento nada bien, ni tantito—. ¿Te llevo a tu casa?

Le niego de nuevo.

—Le llamaré a mi papá. —Saco mi teléfono, pero está sin batería. ¿Es que hoy es el día de que todo me salga peor?—. De acuerdo, creo que acepto, pero llévame a la preparatoria, con mi mamá.

Me sonríe, no puedo evitar devolverle el gesto a pesar de sentirme terrible. Tiene una bonita sonrisa, adornada por unos carnosos labios y una leve barba en crecimiento, como si se la hubiese afeitado apenas hace unos días. Miro sus ojos, son negros, su cabello café, ondulado hasta las orejas, y sus cejas del mismo color, es tan... Lindo.

Llegamos a la preparatoria y, en cuanto la guardia me ve, le pone seguro a la puerta.

—¡Ahorita no traigo ganas, vieja amargada! —grito, mientras me bajo, ella parece sorprenderse, viéndome acercarme. No sé qué cara traeré, pero me abre de inmediato—. ¿Mi mamá está en su salón?

—Sí, está por terminar su última clase —Su comportamiento ha cambiado, al menos me tiene miedo, ¿no?—. ¿Y tú cuándo llegaste?

¿Se dirige a Adolfo? Me giro hacia él que aún no se baja. Mi idea era que me siguiera, pero ahora que lo pienso es tonto. Además de que me estoy tomando una confianza que no debería, ni siquiera lo conozco.

—Hace dos semanas, tía.

¿Tía? Oh. Esto es más raro cada vez, ahora resulta que todos lo conocen menos yo. Me pregunto cómo se habrá enterado del compromiso y qué tanto le afectó a tal punto de irse. De alguna manera un tanto extraña, no me incomoda la información que recibí ayer de su parte. Digo, igual ya pasó, ¿no? Pasaron tres años, no puedes seguir sufriendo por alguien que uno: jamás conociste, y dos: nunca hubo ninguna clase se interacción, sólo un embelesamiento, ¿no es así?

—¿Quieres que te acompañe? —Me saca de mi nube y sólo así me doy cuenta que aún los veo. Le niego con la cabeza y le digo que puede irse—. ¿Segura?

Asiento insegura. Me despido de él, no sin antes agradecerle, y voy hasta el salón de mi mamá. Los chicos ya están saliendo, cosa que agradezco infinitamente. Mi mamá me ve.

—Eh, ¿tú que haces aquí? —Sonríe, pero creo que nota bien cómo estoy y deja de hacerlo—. ¿Ahora qué pasó, mi niña?

—Pues nada importante, me despidieron —le suelto y me río con amargura. Ella se lamenta y me abraza. No hay nada más confortante que el abrazo de mi mamá, ella es tan genial dándolos que incluso Alejandro y Laura los aman.

Cuando llegamos a casa, Alejandro me abraza y gruñe, diciendo que Ricardo se las va a pagar. El tonto se cree todopoderoso, pobre chiquillo que no sabe de la vida, que no todo es tan fácil como decirlo.

—Fue mi culpa, Ale —le repito—. Yo lo vengo arruinando desde el primer día, mi estado de ánimo no es para compartirse con nadie.

Quisiera saber qué hacer para dejar de ser miserable, tanto para mí como para los demás, porque bonito no se siente.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top