24: Su nombre

CAPÍTULO 24:

Su nombre

Tomo una gran bocanada de aire. Huele a panquecitos de vainilla, ¿o de fresa? No sé, pero algún olor distingo y me agrada. Luego como que huele a mole, al que mamá hacía.

Hay tantas voces a mi alrededor y solo distingo una, la de mi mamá. No sé qué está pasando, solo siento mi ceño fruncido.

—Pequeño revoltoso, ¿dónde te has metido?

—Está en el armario, mami —Lucía habla, su voz es distinta—. Dice que no saldrá hasta que lo perdones.

—¡Pero no hiciste nada malo, corazón! —Escucho sus pasos desde donde estoy. El lugar es oscuro y solo alzando a ver una línea de luz—. Ven aquí, mi niño, mamá te perdonará todo.

—Ey, Adolfo. —Abro los ojos, sintiendo todo borroso a mi alrededor. Busco a mamá con la mirada, pero ya no está—. ¿Te sientes mejor?

Catalina está frente a mí, echándome aire con un pedazo de papel de la caja de panquecitos que se estaban comiendo hace un rato. Dario está a mi izquierda y mi hermana a mi derecha, estamos en la sala de espera.

—Sí, no... No sé, ha sido un desastre todo.

—¿Qué ocurrió?

Esperaba, deseaba que nadie hiciera esa pregunta. Pero mi hermana estaba ahí, curiosa y preocupada porque me desmayé en el ascensor y tuvieron que sacarme entre varios tipos, mismos que ahora desaparecen por verme mejor.

—Se me olvidaba —Catalina interrumpe antes de intentar hablar—. Ahí hay un señor que dice ser el padre de Ulises, Adolfo. La verdad según nosotros él no tenía familia, por eso no sé. ¿Es su padre?

Me señala hacia otras sillas lejos en la sala de espera. Lo miro y siento más ganas de llorar. Es don Uriel, sí es su papá y no sé qué hacer, cómo darle la noticia.

—Sí es su papá. Dios, Ulises está... Muerto. —Lo suelto y siento que me ahogo—. ¿Cómo voy a decírselo?

—Ya... Lo sabe, Adolfo. O eso creo. —Mi hermana devuelve mi atención a ella—. Estuviste demasiado tiempo inconsciente, la enfermera salió a hablar con él.

Comienzo a llorar, estresado. Siento a mi alrededor los cálidos brazos de Catalina quien me abraza, reconfortándome.

—Está con ella, ya todo pasó, está con su amada ahora y tú debes ser fuerte por Dari y por tu hijo. Ellos están juntos, ya no hay nada de que preocuparse. —La apretujo más y de pronto las ganas de llorar se van. Tiene razón, Ulises ahora está con mi mamá, libre, para amarla para siempre, ya le di el permiso que tanto quería. Duele que ninguno de los dos esté y que nunca les permití nada, pero ahora sé que era lo único que Ulises anhelaba, incluso antes de irse se aferró a ello, espero que eso haya hecho que se fuera en paz.

Me separo de ella y limpio mi cara, asintiendo, resignándome.

—¿Ya saben algo de Dari? —pregunto después de un momento, cuando retomo mi respiración normal.

—Sí, ya, nos llamaron hace unos minutos. El bebé nació hace media hora, solo estaban esperando a que Dari despertara y pudiera mover las piernas para llevárselo y poder verlo.

—¿Entonces Dari ya despertó? —Ansioso, me levanto.

A pesar de la situación, Catalina asiente sonriendo.

—Fueron por el bebé, vas a entrar tú primero, ¿verdad? ¡Ni siquiera debo preguntarlo, claro que sí!

Sin dudarlo le repito que sí. No pasan ni cinco minutos cuando una enfermera me ofrece llevarme. Esta vez no subo por el ascensor, me lleva por varios pasillos hasta que, antes de entrar, me pide lavarme las manos. Una vez listo, me señala la puerta.

—Lo dejo, tengo que ir por jeringas de leche, puede entrar, y felicidades —dice y se va. Entro despacio, descubriendo no solo a Dari dentro sino varias mujeres con sus bebés y una que otra también con su pareja; es una habitación con ocho camas, ocupadas seis, entre ellas, visualizo a Dari, mirando hacia su busto mientras sostiene a nuestro hijo cubierto con una sábana amarilla. Me acerco y ahora escucho que le habla, aún no me ha visto.

—Me parecía demasiado pronto, pero me sentía tan bien y feliz. Había sanado, mi estado emocional había tenido un cambio favorable gracias a él. Entonces, ese día estaba pensando que sería buena idea, y te prometo que lo fue, bebé, en verdad lo fue. Al principio me pregunté los pros y los contras, pero doy por sentado que valió la pena ignorar todos los contras.

—¿D-de qué le estás hablando? —Nervioso, me quedo en la esquina de la cama.

—De cómo lo hicimos, por supuesto, tiene que saberlo.

Me paralizo al escucharla. ¿Qué, qué?

—Dariana...

—Me dijeron que aún no te lo han presentado formalmente, amor —interrumpe mi regaño y yo me dejo llevar para ese otro tema, poniéndole atención—. ¿Te lo presento?

Asiento. Mis nervios han aumentado.

—Acércate. —Le hago caso—. Te presento a tu hijo, amor. Su nombre es Nepomuceno... Nepomuceno Fuentes Luna.

—¡¿Nepomuceno, Dariana?!

Todos se nos quedan viendo cuando grito, algunos ríen y eso me altera un poco más.

—¡Por supuesto! Es un bonito nombre.

—¡Bonito mis calzones! No quiero que se burlen de él después, ¡de mí se burlaban por mi apellido! ¿Te imaginas lo que era para mí que me gritaran Fuentes de los deseos? ¡Nepomuceno mis hue...!

—¡No grites, ridículo exagerado! —Su risa y luego un quejido de dolor me hace recordar el pánico que sentí al verla llena de sangre e inconsciente.

—¡Creí que iba a perderlos en el incendio, Dariana Estefanía! —Me contengo para no llorar, las emociones de anoche son un desastre, aún no quiero dejar de llorar—. Lo siento. No me importa que su nombre sea Nepomuceno, Kakaroto, Wenseslao, Huitzilopochtli, aunque sugeriría ninguno, por favor, lo que me importa es que tú y él están bien. 

Siento las lágrimas rozar mis mejillas. A Dariana pronto le brillan los ojos.

—Ven, míralo —dice, llorando. Me acerco, inclinándome para ver el pequeño rostro de mi hijo.

Es tan pequeño y hermoso. Tiene creciente cabello negro, la nariz redondita y su piel es rosada. Está dormido, roncando a un volumen que me causa ternura.

—Estaba bromeando, tonto. Su nombre es Luciano. Desde que supe que era un niño he querido llamarlo así.

La miro y luego a él durante unos segundos. Del uno al otro hasta que quiero llorar de nuevo, mi pecho me dice que no debo parar de hacerlo. Beso su frente y me pongo a llorar en su hombro.

—Lo perdimos todo, ¿verdad? —susurra en mi oído mientras me sostiene la cabeza con una mano. Cree que lloro por eso.

—No los perdí a ustedes y es lo importante, a la mierda la cafetería, la recuperaremos después, con el tiempo, ¿sí? —Beso sus labios cuando asiente y siento que llevaba demasiado tiempo sin saber de ellos. Quiero mantenerme así toda la vida, pienso, pero Dari pronto me detiene.

—Oh, Dios, espera un momento, ¿cómo está Aldair? ¿Supieron algo de Liz?

Trago saliva.

—Aldair está bien —comento, levantándome—. Liz está en una habitación aquí, Sam dijo que ya está recuperándose, solo esperan que despierte. Ulises la secuestró y tuvieron un accidente mientras intentaba huir.

—¡Dios mío! —Dari apretuja a Luciano—. Y Ulises está en la cárcel, ¿verdad? Dime que sí.

—No puedo decirte eso, rebanada de pastel... —Suspiro fuerte—. Ulises sufrió más el impacto del accidente, Dari. Él está...

Ella abre la boca, sorprendida. Ya no digo más porque sé que lo ha entendido, y porque no me siento capaz de volver a dar la noticia. No puedo. Ha sido suficiente por hoy, quiero regresar a casa con Dari y nuestro hijo y encerrarnos unos días para olvidar que todo esto pasó.

***


Lizbeth salió con muletas del hospital cinco días después. Dariana había insistido mucho por ir a verla, pero debía reposar hasta que la herida de la cesárea cerrara. Mientras tanto, Samuel nos ha mantenido al tanto respecto a ellos. Dice que ya hablaron cómodamente cuando ella despertó y hasta nos dijo animado que se van a casar cuando se recupere.

El funeral de Ulises me pareció un caos. Fui con mi hermana, pues ella insistió en acompañarme, dijo que necesitaba sanarse del corazón respecto al tema de mamá y Ulises. Doña Alicia, su mamá, habló conmigo, asegurándome que hacía un año entero que no lo veía. Lloré junto a ella. Sentí un dolor que, dadas las circunstancias, no pensé sentir. Ese día, antes de que lo sepultaran, coloqué unas cosas de mamá, entre ellas, la foto que descubrimos Lucía y yo mientras limpiábamos su habitación cuando regresé de Nogales para ocuparla yo; es de ellos dos, abrazados, la foto tenía la fecha de dos meses antes de que todo pasara. En el reverso decía «te amaré toda la vida, Luciana» además de otra fecha. Resultó ser que llevaban casi un año juntos. Lloré cuando regresé a casa para cambiarme antes de ir por Dariana cuando la dieron de alta. Incluso hablé con Catalina de cómo me sentía al respecto y me dijo que me he echado toda la culpa del asunto mucho más que como lo hacía Ulises.

—Mira lo que hace —Dari llama mi atención mientras termino de cambiarme para dormir. Me acerco a la cama y observo lo que Luciano hace.

El pequeño está jugando con un peluche pequeño en forma de cupcake que Lucía le regaló. En niño intenta chuparlo en busca de comer algo.

—Será un repostero —digo—. El segundo mejor de la ciudad.

—Después de mí, por supuesto.

—Claro que no, tú no eres la mejor repostera —comento, sonriendo y luego la beso en los labios—. Eres la repostera que quema pasteles.

—¡Oye! —Me señala con el dedo—. Quemaba, corazón, quemaba.

—De acuerdo, la repostera que quemaba pasteles. La mejor.

—Por supuesto, de eso no queda duda. —Se acomoda despacio, dándome espacio para acostarme tras ella—. Buenas noches, panquecito de carne.

—Descansa, mi rebanada de pastel tan dulce.

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