23: Es culpa mía
CAPÍTULO 23:
Es culpa mía
A D O L F O
Estoy por devolverme a la cafetería cuando el teléfono comienza a sonar. Miro en la pantalla que es Dariana, seguramente quiere que lleve algo así que, animado, contesto.
—¿Amor?
—¡Adolfo! —grita, desgarrada—. ¡Ulises está aquí; ayuda!
—¡¿Qué?! ¡Maldita sea! ¿Dari? —Se oyen los sollozos de Dari y después una risa.
—Hola, bastardo. -Aprieto el teléfono.
—¡Le haces algo y juro que...!
Se burla de mí y me repite que yo tengo la culpa de que mamá muriera.
—¡Dariana no tiene nada que ver en esto, Ulises, déjala, por Dios!
—Tranquilo, tú no vas a esperar tanto, espero que la reconozcas después. Adiós.
—¿¡Qué!? —Me cuelga. Intento volver a marcar, pero no me atiende. Veo a mi hermana—. ¡Ulises está con ella ahora!
—¡Dios mío! —Lucía se altera tanto como yo.
—¡Tengo que ir ya, llama a su mamá, su papá, a la maldita policía, Lu, por favor!
Alterado, voy hacia el carro, pero antes de entrar el asiento de piloto, Bernardo me dice que él maneja, pues no estoy lo suficientemente bien como para manejar. Él se va por lugares donde no logrará encontrarse el tráfico, pero estoy tan ansioso que el camino se me hace largo.
—¡Acelera, mierda! ¡¿Eso es humo?!
La cuadra que da hacia la cafetería está activa. La gente corre con botes de agua y no alcanzo a ver bien.
—¡Dios mío, Adolfo! -Detiene el auto—. Hay que correr, no vamos a poder pasar, ¡se está quemando la pastelería, Dios!
Mi corazón se detiene un segundo y solo sé que abro la puerta y corro. Miro a las dueñas de la tienda de ropa de enfrente arrojar agua que no detiene para nada el fuego. Los vidrios de las puertas están rotos y dentro están dos hombres: uno saca un bulto en los brazos y me imagino que es mi hijo, lo que me hace ponerme más alerta, pero después, lo que siento es pánico; el hijo de la dueña del local de a lado saca, junto a otro tipo que no había visto, a Dariana inconsciente, con el vestido y las piernas manchadas de sangre. Dios... Apenas escucho la ambulancia y los bomberos, pero el sonido se me hace tan lejano que me acerco para llevarla conmigo hacia el auto.
—¡Dios, espera, el auto quedó lejos! —Bernardo me detiene.
No logro entender lo que los demás dicen, porque me ocupo de revisar la barriga de Dariana; veo que el bebé aún sigue ahí y se mueve bruscamente... Entonces, ¿qué era el bulto? No tengo idea, pero se lo entregan a Bernardo quien me ve como si quisiera entrar en pánico; sí es un bebé.
La ambulancia llega en instantes, pues en realidad estoy tan aturdido que hasta los oídos se me ensordecieron. Un paramédico me indica acercarme hacia donde han sacado la camilla y deposito lentamente a Dari. Con inmediatez la suben y luego toman al bebé en brazos de Bernardo. Me subo cuando me indican que lo haga y yo no sé qué le digo a Bernardo, pero él asiente y corre. Corre directo al auto.
***
—¡Déjenme entrar, por favor!
Me aferro lo suficiente como para que un tipo de seguridad me saque hasta la sala de espera en donde la gente se me queda viendo. La metieron a una habitación y ya no me dejaron pasar.
Me siento y me observo la ropa, asustado, tengo sangre en mis manos y en mi camisa.
¿Por qué la dejé sola? Debí confiar en mi instinto que me decía que me la llevara conmigo. Debí decirle que no debía quedarse sola y que... No, ya no estoy en potestad de decir qué debía hacer, solo lo arruiné y ahora ella está dentro. Ulises, hasta donde sé, le dejó a Aldair, a quien también se llevaron a revisar más a fondo. Él sí despertó, pero deben revisar que todo esté en completo orden. De Lizbeth no sé absolutamente nada, lo que me asusta, pues tal vez él se la llevó.
Esa chica se parece tanto a mi mamá; su cabello, su rostro, no lo sé, tiene un parecido tan grande que cualquiera diría que es mi mamá unos veinte años más joven. Tal vez eso confundió a Ulises como para obsesionarse con ella.
—¡Adolfo! —Levanto la vista, encontrándome con Catalina y tras ella todos los miembros de su familia, también vienen Brenda, Sonia y Samuel—. ¿Qué pasó?
—No... No lo sé, yo fui por las llaves para cerrar, con mi hermana, y ella me llamó, pero respondió Ulises... ¡Incendió la pastelería con ella dentro! Y Aldair...
—¿Cómo? —Sam actúa alterado—. ¿Y Liz?
—No tengo idea, cuando llegamos todo estaba... En llamas, Dari estaba inconsciente y llena de sangre... ¡Dios, todo era horrible!
Catalina ahoga un grito. Veo a Samuel buscar, me supongo, a una enfermera que le dé razones sobre Aldair. Todos están alterados. Estamos alterados.
Me mantengo pensando en que todo es mi culpa por múltiples razones.
Sam vuelve. Ya tiene noticias. Aldair ya está bien, pero se quedará por esta noche, lo tienen en pediatría y él nos vino a avisar que se quedará con él porque el doctor se lo pidió para que no esté solo. Brenda se fue con él para ver al niño.
Pronto aparece un doctor que se dirige a nosotros.
—Necesitamos que firme autorización para realizar una cesárea. —Lo que me temía. Significa que Dariana sigue inconsciente, porque de no estarlo se lo pedirían a ella. Y yo firmo cuando Catalina me pide que lo haga. El doctor vuelve a desaparecer sin decirme nada. El miedo aumenta.
Es culpa mía por dejarla sola.
Es culpa mía por no cumplir mi promesa de la madrugada, la de protegerlos.
Es culpa mía por darle guerra a Ulises.
Es culpa mía por aferrarme a ella.
Por no hablarle antes.
Por no acercarme antes.
Por decirle a Ulises el efecto que causó en mí al verla.
Por volver a ser su amigo.
Por pelearme con él.
Por negarle estar con mamá...
Es su venganza. Se está vengando porque los obligué a separarse y ella decidió irse. Es todo mi culpa.
—¡Encontraron a Lizbeth! —Sonia grita mientras se quita el teléfono del oído—. Tuvieron un accidente... Oh, Dios, ¡es un desastre!
—¿Cómo lo sabes? —No puedo evitar preguntarlo.
—Acaban de llamar a Sam, yo tengo su teléfono. Dijeron que lo tenía como primer número de marcación rápida. —La veo demasiado alterada—. La... Los traen aquí en ambulancia.
—¡Por Dios! —Catalina llora, demasiado alterada, tanto que hasta se desmaya. Y no quiero saber qué va a decir Samuel cuando sepa de esto.
***
Las horas me parecen más que eternas. No ha salido nadie a darme alguna información sobre Dariana ni de mi hijo. A Ulises y a Lizbeth los trajeron hace más de dos horas. Sam casi se volvía loco, pensando tantas cosas que pronto lo hice callarlas con un golpe en la cara. Estaba pensando lo peor de Lizbeth y yo le hice entender que era imposible, pues Aldair en el incendio es la prueba de ello, Lizbeth fue secuestrada por Ulises y, todo parece indicar, que intentaba huir con ella; el choque fue rumbo a Magdalena, justo cuando bajaron uno de los puentes. Se estampó contra un poste. Lizbeth llegó en una camilla con sangre en la cabeza y algo incrustado en una pierna. Ulises... Pues él fue todo un caso, no lo vi a él, pero todo era un completo desastre; la sangre, las enfermeras, los paramédicos. A pesar de todo, siento horrible por él, sigo pensando que todo esto es mi culpa.
—Ella... —Catalina a mi lado, un poco más tranquila, habla-. Ella tiene que estar bien, lo estará.
—Tiene que estarlo. Y mi hijo, y Lizbeth, todo es tan terrible.
—Lo estarán, yo sé que sí. Los tres saldrán de esta. —La mamá de Lizbeth, quien fue traída por don José del lugar en la que la dejó varada Ulises, es quien habla, llorando—. Y ese mal nacido pagará por sus pecados, ¡se va a refundir en la cárcel!
Yo no sé qué decir. Yo solo sé que estoy desesperado porque me digan qué mierdas está pasando que no me dicen nada sobre Dari. De que Ulises va a ir a la cárcel es seguro... si sale de esta.
***
—¿Adolfo Fuentes?
—Soy yo. —Me levanto enseguida, me estaba quedando dormido, pero he estado esperando a que me llamaran—. ¿Cómo está mi novia y mi hijo?
—¿Perdón? —La enfermera parece confundida—. Oh, lo siento, yo estoy en el caso del joven Ulises. Ulises Escala, él ha despertado, milagrosamente, a decir verdad, y pide verlo a usted, Adolfo Fuentes, su amigo.
Confundido, me giro hacia los padres de Dari, quienes, además de mi hermana y Bernardo, son los únicos aquí. Catalina es la que me anima a ir. Sé que ni ella entiende lo que pasa, pero que me dé una clase de permiso, me hace querer ir.
La enfermera me guía por varios pasillos, incluso subimos por el ascensor y me lleva hasta una habitación. La abre y me dice que me dará unos minutos, porque "mi amigo" está débil.
—¡Gracias a Dios! Aush —Lo veo tocarse la cabeza, la cual está vendada al igual que una de sus piernas y un brazo—. La cabeza me duele horrores, hermano, pero me alegra que estés bien.
No entiendo su actitud, pero me enoja, ¿qué carajos le pasa a este cabrón?
—¿Yo; bien? —Mi voz sale forzada. Siento unas inmensas ganas de acercarme y golpearlo por dañar a la mujer que amo, pero todo se detiene cuando habla de nuevo.
—¡Sí, baboso! Pues tú venías conmigo en el carro. ¡Por Dios! Tu mamá me va a querer matar cuando sepa que gracias a mí por poco morimos.
Caigo en cuenta entonces... Él está... Oh, Dios. Él cree que estamos en aquel día hace casi seis años. En el que tuvimos un leve accidente, recuerdo que solo nos dimos un susto, él se desmayó un par de minutos, en los que entré en pánico, pero despertó.
—Tendremos que decirle, ¡asumiré toda la culpa!
—No, calma, pareces más jodido que yo, cabrón. —La voz ahora me sale extraña, y admito que en realidad ahora quiero llorar por este momento—. Así que hablarás con mi mamá, ¿eh?
—Sí, yo le diré, ¿te imaginas cuando vea cómo estoy? ¡Y más cuando me...!
—¿Cuando te qué? —Intento no sonar agresivo. De hecho, trato de reírme y fingir que aún estamos en aquellas épocas, en las que aún éramos amigos. En las que aún estaba mamá...
—Bueno, yo... —Actúa nervioso, haciendo que se me contraiga más el pecho—. Adolfo, no te vayas a enojar conmigo, por favor. Eres mi mejor amigo, pero quisiera que entendieras... Yo... Estoy saliendo con tu mamá. Estoy enamorado de Luciana.
—¡Oh, Dios! ¿De verdad? —Me acerco un poco a la camilla—. No sé qué decir, estoy sorprendido.
—Pero no enojado, ¿verdad? —Preocupado, hace como si pasara su mano por su cabello, pero lo que se toca es la venda—. Dime que no, por favor, no pretendo nada malo con ella. ¡Dios, creí que esto sería más difícil! Ella me ama, como yo a ella, Adolfo. Es perfecta para mí. Tan hermosa, tan adorable, hace comidas deliciosas, siempre de preocupona, pero amo que sea así. Siempre sonríe, amo su sonrisa. Sus ojos... Dios, Adolfo, estoy tan enamorado de ella, y perdóname que te lo suelte así, pero no puedo ocultártelo más, eres mi mejor amigo.
—No pasa nada, hermano. —Lo abrazo, intentando tranquilizarlo y a su vez a tranquilizarme. Me siento horrible, peor que como entré—. Está bien que estén juntos, no me molesta, ella merece ser feliz... Contigo. Y, cómo te refieres de ella, creo que no hay mejor que tú para hacerla feliz. Sé que ella también te ama.
—¡Oh, fantástico! —Me apretuja con su brazo bueno—. Ella se pondrá feliz, le sugerí que tantas veces que habláramos contigo, siempre pensó que nos odiarías.
—Claro que no, pendejo, son muy importantes para mí... Debiste decírmelo antes.
Me río, ahogando un sollozo, de verdad esto duele. ¿Por qué no tuvimos esta conservación antes?
«Sí, debió decirme antes». Quizás mamá estuviera viva, quizás las cosas serían distintas y todo hubiera salido bien, nuestra relación no se hubiera desquebrajado y esto no estuviera pasando...
—Adolfo, me siento mal, quiero vomitar. —Me separo de él y entro en pánico al verlo, la respiración parece estarle faltando y las máquinas alrededor comienzan a emitir escandalosos ruidos. Ulises tiembla y yo trato de devolverlo a la cama para llamar a alguien, pero antes de salir llega la enfermera.
—¡¿Qué le pasa?! ¡Ayúdelo, por favor!
—¡Salga, por favor, no puede estar aquí!
La obedezco pese a que quiero saber qué fue lo que pasó. Han sido demasiadas emociones en un día, ya no aguanto más.
—¡Adolfo!
Lejos, visualizo a Alejandro que viene corriendo hacia mí. Casi no lo escucho, estoy viendo hacia la puerta de la habitación donde todo es un caos. Luego todo se detiene. No escucho ni mi respiración. La enfermera me mira con pena y suspira, negando con la cabeza. Ulises ya no está. Ulises ya está con mi mamá.
—Adolfo, llevo rato buscándote, me preocupé de que vinieras para acá —me dice y, viendo mi estado, no pregunta nada, solo me arrastra con él a quién sabe dónde. Luego me entero de que me mete en el ascensor y, mientras bajamos, me desplomo contra el suelo, dejando de saber de mí.
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