18: Resignación

CAPÍTULO 18:

Resignación

S A M U E L

Sus senos son tan cálidos, tan grandes y bonitos. Sus pezones son rosados y saben tan bien, como a cereza. Los muerdo despacio y los disfruto antes de regresar a su boca. Me hundo en ella con delicadeza y la escucho gemir de entero placer. Estar con ella se siente tan bien, cuando sus uñas se encajan en mi espalda siento que me derrito.

—Oh, Dari... —Mi voz es ronca—. ¡Te sientes tan bien, por Dios, te amo tanto!

Acelero mis movimientos, haciendo que la cama haga ruidos extraños. Sus gemidos aumentan y siento que voy a exportar mientras ella lo disfruta y me demuestra que es en serio. La beso en los labios, mordiéndoselos al final y, cuando por fin me libero, siento cómo ella se convierte en un manantial divino. El placer que siento al estar con ella es inefable. Sus manos en mi espalda, arañándome, son lo mejor. Todo es tan perfecto, tan asombroso, tan, tan...

Entonces la burbuja se rompe. Sus sollozos me devuelven a la realidad que me golpea, al error que acabo de cometer. Llora desconsolada y me empuja, pidiéndome que me quite de encima. Su llanto me estruja el pecho. Verla llorar no me gusta, creo que me duele.

—¡Estoy harta! —Lizbeth comienza a recoger las sábanas para envolverlas en su cuerpo, cubriendo su desnudez para luego alejarse de mí—. Por una vez en mi vida quisiera estar con un hombre que no me cambie el nombre o me confunda con alguien más. Ya no quiero ser más la segunda opción, serlo duele.

—Lo lamento, Liz, me dejé llevar, perdóname. —Ahora me siento un pedazo de basura.

Mientras llora, coloca sus manos en el abultado vientre de siete meses. No debe alterarse, así que intento calmarla.

—Liz...

—¡Lárgate de mi casa ya, no te quiero más aquí! —Me señala con el dedo—. Estoy cansada de ser Luciana, o Dariana o quién putas sabe quién, quiero ser Lizbeth para alguien, Samuel, y pensé que, en estos meses que he tenido esta cosa rara contigo, lo sería. Quería serlo para ti, que significara algo, pero ya veo que no soy santo de tu devoción, no puedo competir ni con Luciana ni con Dariana.

Junto mis dos cejas, confundido. Le había dejado muy claro lo que estaba pasando desde la primera noche que sugerí esto, y ella lo había aceptado totalmente.

—Pero... —Intento hablar, pero ella me interrumpe, dándome una bofetada.

—¡Solo quiero que te vayas! —Llora más fuerte—. Sé que no soy la mejor persona, pero no quiero ser más tu salida cuando estás en crisis por ser rechazado por Dariana, porque ahora sé cuánto me duele, porque ahora sí me duele. Ulises me llama Luciana desde que me conoce y yo lo creí como un estúpido juego hasta el día de esa boda. ¡Es que soy para ustedes una puta muñeca inflable a la que le ponen nombre!

Se mete al baño de su habitación y solo sus sollozos retumba en todo el lugar. Analizo un poco la situación y llego a la conclusión de que me he comportado como un idiota, como alguien que no soy... Como Ulises.

Salgo de la cama y busco mi ropa. Quiero quedarme y disculparme, pero sé tan bien que solo empeoraré las cosas. ¿Entendí mal o ella acaba de decirme que siente algo por mí o algo así? Dios... Soy un completo idiota.

El aire se siente frío afuera. Las calles están vacías, lo cual es un poco raro teniendo en cuenta que apenas son las ocho, regularmente las calles están testadas de carros.

Camino en lugar de usar el carro, para no encontrarme tráfico más delante, porque si de por sí estoy estresado, los demás conductores son una lata cuando quieren salir primero.

¿Qué estoy haciendo con mi vida? Solo sé que he amado a Dariana desde los dieciséis y que, cuando iba a atreverme a decírselo, conoció a Ulises y todo quedó ahí. Que mis sentimientos no cambiaron con los años y que me sentí tan confundido y a la vez liberado cuando se lo confesé a Ulises y él, lejos de reclamarme, me dijo que luchara por ella. Yo solo sé que no concreté nada porque Adolfo apareció, de un día para el otro eran tan unidos y no lo soporté. Que ahora soy un completo estúpido por tratar como puta a la única mujer, después de mi madre y hermana, que se ha preocupado por mí en mucho tiempo, que parece amarme a pesar de mi estupidez.

—Listo. —Escucho su voz y me congelo. Levanto la vista y ahí está él, con Dariana—. Te compré el jugo.

—¡Oh, Dios! Te amo. Gracias.

Me escondo entre los arbustos. Están saliendo de una tiendita, a punto de subirse al carro. Adolfo parece sorprenderse de sus palabras, al igual que yo.

—¿En serio me amas? —«¿En serio lo amas?», me repito en la cabeza. Adolfo hace reaccionar a Dari que, sonrojada, se da la vuelta hacia él—. Porque yo también te amo. ¿De verdad me amas?

Ella asiente, ¿llorando? No lo sé, parece que de pronto comenzó a llorar de la emoción. Adolfo se acerca ella y le susurra algo que no alcanzo a oír bien, pero, luego de unos segundos, lo entiendo todo.

—¡Sí, claro que sí! —Lo abraza y lo besa. Adolfo acaba de pedirle ser su novia, supongo. Suspiro y me hago un ovillo en la pared.

Ya qué, ni modo, ella no me quiere de esa manera y no puedo perderla, así que tendré que conformarme con su amistad. Tengo que resignarme y recordar que ella es mi mejor amiga. Necesito pedirle perdón, pero en este momento ella está teniendo su burbuja con Adolfo y de mi parte sería inapropiado.

—¡Espera! ¿Qué tienes? —Adolfo se exalta y de repente escucho cómo alguien vomita en el basurero a lado del arbusto. Sin poder evitarlo, salgo del escondite y veo que es Dariana, Adolfo recoge su cabello para que no lo ensucie cuando me ve—. ¿Sam?

Dari se levanta cuando ya ha acabado y, mientras se limpia la boca con su antebrazo, me escruta con atención. Veo que quiere sonreír por verme y a la vez se quiere mostrar en enojada.

—¿Estás bien? —pregunto entonces—. Lo siento, escuché sin querer.

Ninguno dice nada, así que me preparo para continuar.

—No creí encontrarlos ahorita, pero al final de cuentas lo iba a hacer un día de estos. —Me rasco la nuca, avergonzado—. Perdón, por lo que te dije, Dari y por ser un cabrón contigo. Adolfo, lo que te dije estuvo fuera de lugar.

Dari mira a Adolfo y entonces descubro que ella no sabe de nuestro encuentro hace unas semanas. Quiero agregar algo que lo saque del problema, pero, sin esperarlo, Dari me abraza, llorando.

—Idiota, te extraño, extraño a mi mejor amigo. —Se separa y me empuja, pero luego vuelve a abrazarme. Se acerca a mi oído—. Perdóname tú a mí por no... Sentir lo mismo que...

—No, no. —La miro a los ojos y, para no hacer esto raro, me devuelvo en mi distancia, lejos de ella—. Por eso no debes disculparte, es respetable y ahora lo entiendo, ustedes son mis amigos y ya no quiero ser un tonto. No...

Mi teléfono interrumpe mi pequeño discurso, así que lo saco de inmediato. Lizbeth aparece en la pantalla y de inmediato contesto.

—¿Liz? —Escucho cómo solloza, hablando a pausas—. ¿Qué pasa?

Dari reacciona, asustada, el grito sonó tan alto que ambos escucharon. Ella se acerca un poco, supongo que mi cara debe ser tal y como la que me muestra, porque así me siento: alarmado.

—¡Me duele! —se queja, hiperventilando—. Samuel, hay sangre, por favor, sé que te eché y aún sigo enojada contigo, pero ayúdame, Ulises ni siquiera me contesta, ¡ah, Dios! La ambulancia ya llegó, pero tengo miedo, no debe de doler... Ni sangrar, no todavía.

—Tranquila, ya voy. Iré al hospital ahora, no te asustes, todo estará bien, Liz.

Cuelgo y me dirijo a Adolfo, alterado.

—¿Puedes llevarme al hospital? Por favor.

***


Dariana se encuentra a mi lado en la sala de espera, Adolfo fue a preguntar porque yo no encontré el valor suficiente para hacerlo, entré en pánico al ver a una enfermera con las manos llenas de sangre mientras corría por el pasillo, pidiendo asistencia.

—¿Puedo saber qué pasa? —me pregunta, despacio. En todo el camino no quise hablar, solo me dediqué a pedirle a Adolfo que acelerara.

—Soy un estúpido, es mi culpa. La alteré. —Miro a Adolfo en el mismo lugar, esperando a que aparezca una enfermera o a quién preguntarle sobre el estado de Lizbeth—. Le dije tu nombre cuando...

Me muerdo los labios para no soltarlo, eso haría más incómodas las cosas.  

—La besé —termino, pasando mis manos por mis sienes—. He estado siendo un idiota con ella por semanas, y creo que hasta ahora me doy cuenta de que jamás debí serlo con ella tan sensible.

—Oh, Sam, ella está...

—Siente algo por mí —suelto, seguro—. O al menos eso entendí cuando me reclamó todo hace una hora, cuando me echó de su casa.

Dari permanece quieta unos segundos, sin decir una palabra.

—Quizás he estado muy atento a ella con eso de que Ulises la ha golpeado y eso la confundió un poco con mis desahogos estúpidos, pero ahora siento que solo le hago daño, y mira lo que ocurrió, está mal y ni siquiera sé qué ocurre. Creo que… La quiero, pero no quiero lastimarla, ni ilusionarla... No lo sé.

—Calma, Sam, mira, voy a ver qué le dicen a Adolfo, si no, iré a buscar a alguien más, ¿te parece? —Asiento y la veo levantarse, pero en un abrir y cerrar de ojos parece desvanecerse lentamente, y solo largo a intentar amortiguar su caída con mis manos. Dari se ha desmayado.

—¡Adolfo! —le grito desde donde está, hablando con una enfermera que me hace entrar en pánico de nuevo; lleva sangre derramada en su traje—. Dios...

Adolfo y ella llegan hasta mí mientras intento hacer reaccionar a Dari. Pronto la enfermera pide asistencia y en instantes se la llevan. Adolfo intercambia unas cuantas palabras con la enfermera, que ni siquiera puedo escuchar por mi aturdimiento, y esta se dirige a mí.

—Calma, calma, ¿es usted el esposo de Lizbeth Arreola? —Siento que muevo la cabeza de arriba a abajo, diciéndole que sí, aunque no lo sea—. Bien, déjeme decirle que su varón ya ha nacido, la joven dio a luz en la ambulancia.

«¿Cómo? ¿CÓMO?» Dios...

—¡Le faltaba mes y medio!

Comienza a explicarme cosas que no entiendo por unos minutos, sonriéndome, tratando de calmarme. ¿Por qué tuve que ser tan tonto? No debí hablar, ni siquiera debí sugerirle nada.

Diviso a Adolfo, saliendo con Dariana de una habitación con papeles en la mano. Tienen cara de que vieron un fantasma y yo, yo creo que estoy sonriendo, la tranquilidad de saber que, a pesar de que se complicó la cosa, Lizbeth y su bebé están bien.

—¿Cómo es posible? —Los escucho discutir mientras me acerco—. Anemia, ¡anemia! Si como como cerdo. Además...

Se detiene cuando me ve y la noto asustada. Luego, se espabila, y tartamudeando, pregunta:

—¿Cómo está?

—Bien —aseguro, sonriendo como idiota—. Tuvo parto prematuro, el bebé estará unos días en incubadora y ella pues está débil, pero bien. ¿Y tú, qué te dijo el doctor?

—Está...

—¡Anemia! —Dari lo interrumpe, acelerada—. Dijo que tengo anemia y me dio unas vitaminas. Sí, eso.

Ignoro su actitud tan extraña y le sonrío. Me siento tan contento y aliviado.

Luego de un par de horas, ellos desaparecen y yo me debato entre si hablarle a Ulises o no. Por un lado, pienso que debo. Por el otro, analizando bien todo el asunto, prefiero esperar a que Lizbeth se recupere para llevármelos lejos, con Ulises no tiene un buen futuro...

Pero al final pienso: ¿Y conmigo qué tendría? 

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