17: Samuel es el gemelo malvado

CAPÍTULO 17:

Samuel es el gemelo malvado

D A R I A N A

Cuando me aventuré a plantear la idea, no creí que en verdad fuéramos a hacer nada. De hecho, fue una broma de mi parte al principio, pero todo va de maravilla. Tenemos un mes recién cumplido de vender panquecitos y uno que otro pastel ha pedido. Al paso que vamos, creo que ya recuperé la mayor parte de mis inversiones e incluso estamos ahorrando juntos. Adolfo es bueno en lo que hace, me fascina que, aun cuando no lo sabe todo, intenta, práctica, falla y vuelve a intentarlo. Sin desánimo, sin frustrarse, de hecho, se ríe cuando le sale mal y calcula qué faltó o qué sobró. Admiro eso de él. Admiro cuánto ama la repostería como yo, admiro el tiempo que le dedica. Admiro todo lo que él es.

Este tiempo que llevo conociendo más sobre él, me hace sentir tan bien como hacía tiempo no me sentía, de hecho, puedo prometer que ni con Ulises me sentí tan completa. Adolfo comparte tantas cosas conmigo que a veces me pregunto si es real. Creo que siento por él más de lo que debería admitir. Decir que estoy enamorada de él se me comenzó a hacer tan poco últimamente.

Lo miro dormir a mi lado. Su brazo derecho está al rededor de mi cintura y el otro por debajo de su cabeza. La paz que presume mientras duerme es adorable para mí. Es la tercera vez que duerme aquí desde que volví al departamento. Es la tercera vez que le pido que no me deje dormir sola.

Me levanto despacio para poder hacer el desayuno. La única ventana en el departamento me dice que son como las siete de la mañana. Ni siquiera me importa la hora hoy, no sé, me levanté con un ánimo que me gusta, siento que nada puede derrumbarme hoy.

—Buenos días. —Me toma de la cintura, envolviéndome, y pone su cabeza en mi cuello. Sí, definitivamente este día será bueno.

***

—Es que no, esta no. —La escucho quejarse por enésima vez, y me río igualmente. Sonia es más indecisa embarazada—. Ay, voy a llorar, todas son horribles.

—Pero si todas son iguales, no sé por qué llevamos media hora viéndolas y apenas dices que no te gustan. —Me río y espero que me muestre su cara enojada, pero no lo hace, solo bufa y sigue caminando.

Desde que llegó de su luna de miel -que fueron dos semanas de playa-, ha estado muy acelerada y estresada, supongo que con la llegada de los bebés a pesar de que aún faltan cinco meses. Ayer compramos ropa de niña y niño porque el médico le dijo qué serían y de la emoción me comporté como la tía loca. Cuando Juliana venía en camino, la que más compró toda clase de cosas para bebé fui yo, mamá y papá solo atinaron a comprarle una cuna rosada con dosel. Yo me fui lejos con lo de la ropa y juguetes, fue una divina experiencia que pasé con mi hermana, haciéndola reír con mis locuras.

—No son las malditas carriolas. —La escucho llorar entre los pasillos, es la primera vez que las hormonas chillonas hacen efecto en ella. Las embarazadas lloran por la mera nada. Pero Sonia me saca de mi error cuando continúa hablando—. Dari, desde la boda no hemos visto a Sam. Ha desaparecido.

Me quedo bloqueada por unos instantes. La última vez que lo vimos, fue cuando se encargó de llevarse a Ulises y a Lizbeth de la fiesta. Cuando le grité todas aquellas cosas y ni presté atención a lo que hizo ni a dónde se fue exactamente, estaba enojada.

—Mamá ha estado mandándole mensajes y llamadas, pero ninguna responde. Ayer me llegó un mensaje de él, pero sé que no es él, Dari —Las lágrimas no paran y yo, sabiendo bien que no le hace bien alterarse, me le acerco y palmeo su espalda, instándola a salir de la tienda para que tome un poco de aire.

—¿Cómo sabes que no es él? —pregunto—. Era un mensaje, quizás lo malinterpretaste un poco y...

—No, Dari, sé que no es él, o al menos no es el mismo Sam, no lo sé. —Sorbe por la nariz mientras se sienta en una maceta de concreto que está fuera de la tienda—. El mensaje dice cosas "cursis" de hermanos. Y Samuel no es así. Sí, nos llevamos bien y todo, pero Sam es como el gemelo malvado, no usa modismos lindos conmigo. ¡No es él, Dariana!

Por un momento quiero reírme de sus pensamientos, sin embargo, cuando me muestra su teléfono, le doy la razón.

Mi doble en masculino: Hermanita hermosa, dile a mamá que se calme, estoy bien, ¿sí? Solo necesitaba despejarme un tiempo. Sabes que no me he sentido bien desde que Dari sale con Adolfo y tal vez estoy olvidando que ella solo me quiere como un amigo. Necesito asimilarlo y no quiero ponerme celoso frente a ellos y arruinar nuestra amistad. Te quiero mucho, gordita, regreso en unos meses. ¡Un beso!

Por un momento no noto nada raro, pero luego me salto hasta los mensajes anteriores que son, por mucho, distintos a esos.

Mi doble en masculino: Vaca fea y obesa, ¿ya casi salen? tu pestaña anda molestando. MUCHO.

Ese mensaje fue el día de la boda, estábamos en la habitación y él estaba en el jardín, que yo me acuerde, desesperado por que saliéramos.

Mi doble en masculino: Mugre, dice mi mamá que te lleve unas cosas, ¿estás en tu cuchitril?
-Fea, ¡contesta! Estoy esperando, tengo cosas que hacer.
-Naca
-Bruja
-Te dejé todo en la puerta, me cansé de esperar, ahí nos vemos.
-Psdt: eres fea.

Miro a Sonia que ya ha parado de llorar, pero aún la veo mal. Porque sí, tiene toda la razón, el del último mensaje no es ni por asomo el Sam que conocemos.

—Temo que Ulises...

—No digas eso. —La detengo a pesar de tener esa sospecha imprudente también—. Mira, ¿qué tal si yo le llamo? Tal vez me conteste y pueda averiguar dónde está.

Levanta la vista y veo esperanza en sus ojos, pero lo que menos me da es alivio. De hecho, no quisiera llamar a Samuel. Quizás esta lejanía que comenzó desde que conocí a Adolfo y me enteré de sus sentimientos, me ha hecho no extrañarlo. Es mi mejor amigo de la infancia, sí, pero lo que menos quiero es lastimarlo. Lejos de si no puedo corresponder a sus sentimientos, es que ya no deba verlo. Me incomoda un poco el simple hecho de llamarlo y que él se ilusione.

Sin embargo...

—¿Dari? —Samuel responde y, cuando asiento hacia Sonia, noto un poderoso alivio en su rostro—. Esto es muy raro, se supone que tú no quieres hablarme, me lo restregaste en la cara, qué milagro.

Su sarcasmo irrita cada parte de mi ser.

—Pues con tu comportamiento, lo que menos creo es que haya sido buena idea llamarte ahora. —No puedo controlar mi repentina rabia, nunca se había portado así conmigo—. Todos estamos preocupados por ti, Samuel, ¿dónde te metiste?

Suelta una amarga risa.

—¿Sabes qué? Qué te importa —En el fondo escucho vidrios romperse y doy un salto—. ¿Tú, preocupándote por mí, Dariana? A ver, dime, ¿quién está frente a ti? ¿Mamá y papá o Sonia? Porque tú no, Dari, tú no te preocupas por mí, tienes otras cosas más importantes que tu mejor amigo. Digo, ahorita lo primordial es qué tan duro te lo hace Adolfo, ¿eh, zorrita?

Antes de siquiera responderle algo para defenderme, escucho otra voz que capta mi atención enteramente.

—Deja de romper mis cosas —le dice—. Mírate, estás hecho un maldito desastre y arrastras mi casa contigo.

—Esta no es tu pinche casa, no jodas.

—Entonces te vas a comportar como él. ¿Ahora tú también vas a golpearme?

—No, yo nunca te golpearía, Dios, no digas pendejadas.

—¿Estás con...?

No alcanzo a decirle nada porque me cuelga. Me mantengo con la boca abierta de la sorpresa y Sonia, asustada, me saca de mi trance.

—¿Qué te dijo?

—¡Me insultó! —Sorprendida, me entran las ganas de aventar el teléfono, pero Sonia detiene mis manos, calmándome. Continúo—: Me insultó, me llamó zorrita y no solo eso, ¡está con Lizbeth!

La voz de la tipa me retumbó en los oídos. Me siento confundida y enojada. Confundida por ellos en la misma "casa" y enojada por el cambio drástico del Samuel que conozco. No me gusta este Samuel y temo descubrir que es mi culpa que ahora sea así.

***

Adolfo termina la última tanda de hoy de panquecitos que llevaremos a sus dueños y me ve, curioso de que estoy observando detalladamente todos sus movimientos.

Me sonríe mientras se chupa los dedos de lo que le quedó de crema pastelera. Me muerdo los labios cuando está complemente cerca.

—Estás muy tensa, ¿qué tienes? —A pesar de sonreír, noto la preocupación en su rostro. En todo el mes me he dado cuenta de qué caras pone y lo que significan.

Así que, para sanar esa preocupación, le cuento de la llamada de hoy, lo que me dijo y lo que oí. Lo mal que me hace sentir la lejanía de Samuel y, por primera vez en semanas lloro, porque me siento horrible, porque acabo de notar que extraño a Sam y me siento una perra por no pensar en él más que para creerme que no quiero una relación con él que no sea la de mejores amigos que hemos tenido desde pequeños. Me siento una perra por ni siquiera contestarle las llamadas iniciales que me llegó a hacer cuando recién me dejó Ulises. Me siento una perra por preferir pasar mis días con alguien que acababa de conocer que con alguien que ha estado toda mi vida conmigo.

—Cálmate. —Adolfo besa mi frente-. Mira, más tarde intentaré llamarlo yo y le pediré que hablemos.

Su idea suena genial, pero a pesar de eso, sé perfectamente que: no le va a contestar, y, si lo hace, solo largará a insultarlo y a decirle un montón con las que ha arruinado su vida.

—Mejor vamos a entregar eso. —Le señalo las cajas rosadas, llenas de panquecitos—. Luego regresamos y cenamos. Ya después, lo que se te ocurra.

—¿Como ponerme romántico? —pregunta, divertido. La palabra no ha estado en nuestro vocabulario en todo el mes, por lo que oírla decir por él me provoca escalofríos y miedo. Asiento, sonriéndole, pero la verdad es que, de manera inexplicable, quiero llorar de nuevo.

Creí que no volvería a derrumbarme así, creí que esto iba a pasar ahora que Ulises ha dejado de molestarnos, pero todo parece más malo que bueno. Si Lizbeth está con Sam, quiere decir que Ulises también. Y no creo que esto resulte ser productivo ni bueno para nadie.

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