14: Besos sabor crema pastelera
CAPÍTULO 14:
Besos sabor a crema pastelera
—Me gusta hacer pasteles desde los diecisiete —me cuenta Adolfo, haciendo que sonría de nuevo. Ya me contó sobre cuando era pequeño y hacía rabiar a su padre, de cuando entró a la primaria, secundaria y prepa, incluso hasta de cuando conoció a Sonia y se hicieron amigos—. Aprendí a medias en varios cursos que terminé dejando porque algunas personas me hacían burla o por inseguridad que, aunque nadie me decía nada, yo sentía que lo dirían en cualquier momento. En tu clase iba bien, me sentí bien, creo que iba a ser el primer curso completo que tendría, pero ese tipo en un idiota, no debió despedirte.
—Yo tuve la culpa, Adolfo —le recuerdo—. Metí la pata y lo arruiné.
—No estabas en los mejores ánimos. —Me toca la mejilla—. Te sentías triste.
La calidez que me da su mano me hace sentir ganas de besarlo nuevamente, pero creo que ya perdí la cuenta de cuántas veces lo he besado esta noche, tantas que me da miedo volverme una adicta. Así que solo le toco la mano con la mía y me recargo en ella.
—Puedo darte clases privadas si quieres —suelto, dándome cuenta al instante que de nuevo dije algo sugerente, demasiado, a decir verdad, así que, alejándome, trato de darme a entender—. O sea, digo, te puedo enseñar a hacer más pasteles, diferentes decorados y... ¡Es más! Podemos empezar ahora, tengo unas cosas aquí.
Me levanto, acelerada. Adolfo me ve con una sonrisa enorme que me hace soltar un suspiro, ¿cómo puede tener ese efecto en mí ahora y no antes, cuando lo conocí? Claro, es diferente, ahora todo se siente raro, ahora todo me parece perfecto.
—Son las once de la noche, Dari, tus padres deben estar preocupados.
—Les avisé hace rato que me quedaré a dormir hoy aquí.
Lo hice cuando fui al baño hace un par de horas. Adolfo se había quedado en la sala, buscando una película entre los cajones de la cómoda. Película que ya vimos y nunca supimos de qué trataba, porque nos la habíamos pasado besándonos a cada rato.
—Entonces está bien, le diré a Lucía que llegaré más tarde.
Mientras él se comunica con su hermana, yo busco entre mis gavetas algunas cosas. No tengo mi batidora aquí, pero una cuchara funciona. Tengo un par de mangas pasteleras que se podrán usar. Y en el refrigerador tengo unos cuántos ingredientes que servirán. No tengo de todo, pero lo que hay al menos me sirve para un pequeño pastel. Incluso tengo crema pastelera de bote, ya hecha.
—En el carro tengo unos chocolates y las gomitas —me dice, guardando su teléfono en el bolsillo trasero de su pantalón—. Iré por ellos.
Cuando se va, me quedo pensando. ¿Qué está pasando aquí? No tengo idea aún, pero me gusta, estar con él me gusta. Me gusta que compartamos el gusto por los pasteles, con Ulises solo compartíamos la cama y la comida, viéndolo desde las cosas en común, claro. Adolfo ama complacer a la gente haciendo bonitos pasteles, panes y demás, yo también lo disfruto. Siempre que hay alguna celebración, ahí voy a ofrecerme a hacer algo llamativo. Adolfo ama escuchar baladas románticas y yo las canto en la ducha. Adolfo dibuja en sus ratos libres, yo practico para aplicarlos en mis pasteles. Adolfo ama los helados de Magdalena e igual yo. Con Ulises jamás tuve algo en común, y si parecía que lo teníamos, era porque cada uno lo hacía para complacer al otro, supongo. Ulises jamás quiso ir con Magdalena porque según él odiaba los helados que ella hacía. Ulises solo me miraba hacer pasteles, pero me decía que él no tenía la paciencia para intentar hacer uno.
Ahora me doy cuenta de que era muy amargado. Y me siento ridícula. Es gracioso cómo uno le encuentra los defectos a las personas que una vez amó ya cuando no están juntos, que incluso su voz me parezca irritante y que su rostro lo note tan diferente, como el de alguien que desconozco. Que de solo imaginármelo cerca me da escalofríos.
—Mira, también tenía un poco de miel de abeja, ¿sirve? —Me espabilo cuando lo escucho y de inmediato le sonrío, asintiendo—. ¡Empecemos!
Y así lo hacemos; mientras él vierte la crema pastelera del bote en la manga, yo meto al horno la mezcla y pongo el temporizador del teléfono. Luego me le quedo viendo. Está concentrado aparentando el bote, pegándole al final para que salga el que está en el fondo y, cuando lo logra, celebra, viéndome.
—Nunca había visto crema pastelera en bote, está bien rara.
Me río de mero gusto. Él porque sabe que es gracioso cómo ve el bote con una extrañeza tan grande, que parece que acaba de descubrir cómo meter un barco pirata miniatura en una botella.
Se me acerca y, como las últimas horas, me roba un beso, ¿se puede acostumbrar uno tan rápido a algo? Quizás y sí, pero si no, pues acabo de crearlo.
—¿Y sabe rico? —me pregunta, cuando el beso termina.
—Sí, a ti, sabes rico —respondo, distraída.
—Hablaba de la crema pastelera.
—Ah. Sí, sí, también está buena.
Por vergüenza vuelvo a besarlo, para que no note que me he sonrojado.
Veinte minutos pasan y el temporizador suena, anunciando que es hora de sacar el bizcocho. Saliendo perfecto, le enseño que tengo unos cuchillos de pan que dejan que haga bien los cortes y logro hacer tres partes para tres capas.
Rellenamos la parte del medio de cada uno hasta que quedan unidos todos. Las sobras de la crema pastelera las ponemos en las paredes de al rededor, el pastel lo hicimos cuadrado y cada pared queda bien lisa.
—Uy, mira, se te pegó ahí un poco. —No tengo tiempo de reaccionar cuando me embarra la mejilla y parte de la boca—. No te preocupes, yo te lo quito.
No reacciono tampoco ni para cuando me está lamiendo la mejilla completa hasta que llega a mi boca y solo la atrapa, "limpiándome" cada diminuto residuo de crema, comiéndome toda la boca. Siento su lengua pasar de mi labio inferior al superior en segundos y luego se separa un momento para agarrar aire, para darme aire.
—¿Comemos pastel? —dice, tratando de controlarse un poco.
—No quiero pastel, quiero besarte.
Le muerdo los labios y luego intensificamos juntos el beso, alocándonos.
—Tus besos saben a crema pastelera. —Su agitada voz me provoca calor, esa sensación de que me quemo y quiero seguir arriendo, de que quiero que él arda conmigo y ambos nos hagamos cenizas.
—No. —Juego con la punta de su camisa azul, intentando subirla un... poco... arriba—. La crema pastelera sabe a nuestros besos.
Lo beso de nuevo y me aventuro a ir más arriba, y más. Y mucho más, y le quito la camisa. Él no protesta ni pregunta, él se deja hacer. Y cuando intenta hacer lo mismo conmigo, también me dejo. ¿Hace calor aquí? Sí, y mucho. Ya no quiero mi ropa, ya no quiero su ropa, el calor la traspasa y me quema.
Lo guío a algún lado, lejos del pastel que ya no sé si terminamos, pero no me importa ahorita. Su boca sabe tan bien, tan dulce, tan, tan...
La cama me distrae cuando chocamos con ella, la miro, riéndome, platicándole en secreto lo que le espera y me da gracia. Me da gracia que no tengo ningún tipo de preocupación, yo quiero que pase de todo.
—Adolfo. —Le toco el rostro, sonriéndole. Luego me recargo en su frente, su respiración choca con la mía—. En el cajón del buró hay condones, yo... Quiero hacer el amor contigo ahora.
Se separa un poco de mí, para verme a la cara y hacerme esa pregunta silenciosa. Asiento, sonriéndole. «Como pastel al horno», pienso, desabrochando su pantalón, «caliente, cálido, acogedor».
Torpemente, Adolfo se deshace solo de su pantalón y luego va directamente a los cajones. Saca una tira de condones y vuelve a mí. Y yo, con ansia y desespero, me quito mi pantalón. Lo único que nos cubre es nuestra ropa interior, pero yo siento que llevo puesta una gruesa tela por todo el cuerpo que necesito quitar con urgencia.
Adolfo me ve completamente, detallando cada parte de mi cuerpo. Veo una extraña expresión en su rostro que hace que junte mis dos cejas, es como si fuera a llorar.
—Nunca he creído mucho en el amor a primera vista, y supongo que lo que sentí cuando te vi en la playa, era más que puro deseo, anhelo. No lo sé, pero conocerte me ha hecho darme cuenta de que toda tú eres increíble. Me da miedo tocarte, ¿eres real, Dariana?
Este hombre me va a hacer llorar… Y quiero de todo ahora, menos llorar.
—Pues si tocas te darás cuenta. —Me desabrocho mi brasier lento y cuando he logrado sacarlo por completo, lo arrojo a algún lugar en el suelo. Después intento quitar mis bragas—. ¿Quieres comerte este pastel?
¿En serio acabo de decirle eso?
Él se ríe con ganas. «Dios, qué vergüenza».
—La verdad sí. —Me toma de la cintura, atrayéndome a él—. Quiero comerte completa, sabrosa rebanada de pastel.
Me río como tonta. Adolfo me besa apasionadamente, la intensidad del beso calienta cada parte de mi ser y siento que solo quiero quedarme así para toda la vida.
Me acomoda en la cama y él mismo me quita la última prenda que me cubre. Lo veo agacharse cuando él quita sus bóxeres, lo veo también manejar entre sus piernas, sabiendo bien que está poniéndose un condón.
Regresa a mí, poniéndose entre mis piernas. La sensación es única y me hace volverme loca. Siendo sincera, tenerlo así es tal como deseé alguna vez estar con alguien. Que me calentara tanto que sienta que me quemo, que me mirara como si fuera lo único que pudiera ver, que me acariciara como si fuera un cristal frágil, que me hiciera olvidar todo.
Adolfo es ese alguien en estos momentos y no quiero dejarlo ir a ningún lado que no sea al fondo de mi ser.
Cuando está dentro de mí, una extraña e innecesaria comparación llega a mi cabeza y una especie de realidad me golpea. «Son tan diferentes; Ulises era rudo». Adolfo es delicado, me cuida en cada movimiento que hace dentro y fuera de mí. Me siento tan llena y tan cálida.
La realidad me hace llorar, no de tristeza como hace días, sino de felicidad por todo lo bueno que estoy sintiendo, por esa calma que ha llegado a mí después de la gran tormenta en la que vivía. Adolfo es mi calma.
—Estás llorando. —Cuando la liberación nos golpea placenteramente, me mira preocupado—. ¿Hice algún daño?
Le niego y lo beso. Aquí pasó de todo menos dolor. El dolor se ha ido.
—Ha sido asombroso, es eso. —Le toco el rostro, riéndome—. Me encantó.
—Oh, qué bueno —Se ríe—. A mí también me encantó, pero... ¿Es mal momento para decir que se rompió el condón?
Agrando mis ojos, pero me da risa, ¿por qué? No debería, no es gracioso.
—Tengo unas píldoras de después en el cajón, deja me tomo una.
Sale de mi interior y ve atento mis siguientes movimientos hasta que la píldora está en mi sistema.
Ahora sí creo que quiero comer el pastel sobre la mesa.
***
—Sonia —la llamo cuando estamos solas en la habitación, mamá y tía Brenda han salido a verificar si ya todo está listo para iniciar la ceremonia en el jardín—. Estuve con Adolfo.
—¡No pues, qué notición! —Suena irónica—. No mames, Dari, te la has llevado toda la semana con él. Cuando sale de la dulcería, salen para citas, lo acompañaste a comprar un esmoquin y actúan bien acaramelados, y hasta parecen novios, pero tú me dices que no. ¡No me vengas con que estuviste con él que claro que me he dado cuenta de eso!
Comienza a reírse y luego parece irritada, el embarazo la tiene muy alterada, aunque yo atribuyo más al hecho de que es el día de su boda.
—No, pendeja. —Me río de meros nervios, he esperado una semana entera para decírselo—. Estuvimos juntos, del verbo coger los dos, en una cama, desnudos. Tuvimos...
—¡¿Qué?! —me interrumpe, pero ahí queda todo, mi madre entra a decirnos que es hora, así que no digo más, solo tomo el ramo mío y el de Sonia. Se lo entrego mientras me mira como si fuera a querer explotar, aún está sorprendida. Yo solo quiero reírme como idiota.
Salgo primero yo y me adelanto a ponerme al final de la línea, donde también están las demás damas y los padrinos. Adolfo me ve sonriente mientras camino hasta llegar y ponerme a lado de Jimena, la hija de mi tía Melanie y mi tío Carlos.
Sonia avanza con lentitud hacia Gonzalo que está temblando de nervios, viéndola, encantado con la vista. Embelesado, enamorado de su futura esposa. Su mirada de amor me hace pensar en que lo del pastel hará que llore. Ya quiero mostrárselo.
Entretanto, la ceremonia pasa. En todo momento, Adolfo y yo nos miramos durante el proceso. La única vez que dejamos de hacerlo, fue cuando Jimena y Samuel le colocaron el lazo a los novios. Mi amigo me vio con un aire de decepción que no pasó desaparecido por mí y, en cierto modo, todo me duele y me desespera a la vez. Me sigo sintiendo enojada porque él no ha dejado de frecuentar a Ulises, lo sé gracias a tía Brenda que está en desacuerdo y me lo dijo en plan de enojo, de que ya no soporta la idea de que su hijo sea amigo de un lunático como Ulises, pero también extraño a Sam, al amigo que siempre ha sido conmigo.
—¡Es hora del pastel! —De las palabras de mi tía Brenda, le sigue una ovación por parte de todos los invitados. Sonia estaba tan embelesada con la emoción de ya estar casada con Gonzalo que lo había olvidado, por lo que de inmediato, recordando, viene hacia mí mientras me acerco a la enorme caja en la que decidimos poner el enorme pastel. Es blanca como toda la decoración en todo el jardín de mi tía Brenda. Se esmeró tanto junto con mamá y tía Melanie, Sonia y yo ayudamos a medias, porque estábamos tratando de buscar la manera en que Gonzalo no quisiera ver el interior de la caja.
Sonia toma el micrófono de las manos del tipo de la música. Todos ponen atención a mi amiga quien sonríe con amplitud, llena de gozo.
—Mi amor, esto es una sorpresa para ti. —Se pone del lado opuesto a mí, para ambas destapar la caja cuando ella lo diga—. Sé que eres medio despistado, así que tienes que acercarte un poco.
Los invitados ríen y yo por inercia miro a Adolfo. ¿Qué nos pasa? Desde que ocurrió, estamos actuando como idiotas. Adolfo me hace sentir como si acabara de perder la virginidad y de ese momento ni me acuerdo cómo me sentí. Todo es tan extraño y estúpido a la vez.
—Dari, ayúdame, Adolfo no se va a ir a ningún lado si lo pierdes de vista. —En las bocinas retumba su voz, espabilándome, haciéndome sonrojar. Los invitados se ríen de nuevo.
Ambas comenzamos a quitarle los bloques al cartón de la caja y lo abrimos hacia ambos lados. Gonzalo se sorprende de lo hermoso que es, pero aún no mira donde debe de hacerlo.
—Oh, mira, ¡los lotos! —Señala el escalón, sonriendo, luego me mira—. Se lucieron, Dari, Adolfo, gracias, es hermoso.
—Gonzalo, cielo, ¿ves que eres medio despistado? —Sonia pone los ojos en blanco, haciéndonos reír por tercera vez a todos—. Mira, te pondré el micrófono en la boca y tú vas a leer lo que dice aquí, en el primer escalón, ¿sí?
Gonzalo hace una cara de "¿te burlas de mí?", que solo yo alcanzo a ver. Me separo un poco para darles espacio cuando él se inclina a leer.
—Tendremos un feliz matrimonio, y también dos bebés. Te amo. —Los invitados hacen un "awww" en conjunto y Gonzalo todavía parece analizar lo que dice. Mira hacia Sonia y luego a mí y yo le digo un sí con la cabeza. Vuelve a ver el pastel y al final, sorprendido, por fin dice algo—. ¡Por Dios, voy a ser papá!
Abraza a Sonia y luego se aleja para hincarse y apreciar su vientre. Grita palabras como "¿Por qué no lo había notado?" "Estoy tan feliz" "Oh, Dios, son dos". Siento una gran satisfacción por este logro, pero también que no debo celebrarlo sola, así que me acerco a Adolfo sin importar si aún me necesitan al lado de la mesa.
—Celebra conmigo. —Me pongo a su lado y le muestro mi puño, con la intención tonta de que él choque el suyo en él—. Lo logramos.
Pero él, en lugar de chocarla, me toma de los hombros y besa mi mejilla. Luego me abraza.
—Sí, hicimos el pastel perfecto.
Me recargo en su pecho y sonrío como lo he hecho toda la semana. El momento es tan agradable que me olvido un momento dónde estoy, ¿por qué me hace sentir tan bien? Odio pensar que me he perdido de esto solo porque Ulises quiso vengarse por algo, odio pensar que pude haber disfrutado de él desde hace años. Su manera de ser me fascina, su pasión por lo que más ama, su relación con su hermana que es tan bonita como la mía con mis hermanos. Es como su protector. La semana entera nos la pasamos yendo a citas y hasta ayer me llevó a su casa, donde cenamos con Lucía y con su novio Bernardo. Ella es agradable y me trató tan bien.
—¡Felicidades a los novios y futuros padres!
La voz de Ulises me activa los escalofríos y me aprieto contra Adolfo. ¿Este tipo qué hace aquí?
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top