10: Nunca nadie en un día
CAPÍTULO 10:
Nadie nunca en un día
Salimos en silencio del despacho y posteriormente del edificio. Incluso, ni estando en el carro sé qué decir y agradezco que Adolfo no mencione nada sobre el asunto. No quiero hablar de eso ahora, al menos no mientras estoy sorprendida todavía.
Le puse una orden de restricción a mi ex. Con quien me iba a casar. Quien me amaba, supuestamente, y yo a él. El hombre a quien yo juraba que sería padre de mis hijos, y tristemente, quien estuvo a punto de golpearme y ahora me acosa, prohibiéndome cosas que no debería.
Me gustaría saber qué sucedió hace cinco años. Me gustaría enterarme de por qué se odian tanto. Porque sí, el odio es mutuo, aunque, viéndolo bien, Ulises tiene más odio, él está más resentido con Adolfo por algo. Me siento desesperada por saber qué carajos pasó, qué generó todo esto y por qué caramba me siento implicada.
El ruido de una canción que conozco me regresa a la realidad y descubro que estamos por Reforma en el tráfico. ¿Tanto me distraje? Eso parece.
La canción se detiene pero luego insiste. Entre pitidos de los carros contiguos me molesta la canción, sin embargo, recupero un poco de compostura al recordarme que es el sonido de una llamada, y es el que puse para cuando tengo una llamada de Sonia.
«Contigo una perra, tan mala que envenena...».
—¡Ay, hasta que me contestas, hija de tu mamacita bella!
Suena muy alterada.
—Lo siento, estábamos ocupados, además el tráfico no deja oír ni madres. —Tapo mi otro oído para poder escuchar al menos un poco-. ¿Qué pasó?
—Espera, ¿estábamos; quiénes? —Le interesa más que la razón por la que me llama.
—Adolfo y yo, es una larga historia. ¿Qué pasó? —insisto, rogando que el tráfico avance un poco o que los pendejos de a lado dejen de sonar la bocina.
—Nada grave, ¿pueden venir a la casa? La nueva, nos estamos trasladando.
Mi entrecejo se frunce, tenía entendido que se trasladarían en dos semanas, un día antes de la boda.
—Dame un segundo. —Me giro hacia Adolfo a quien descubro mirándome, su expresión es indescifrable, pero está calmado—. Dice Sonia que si podemos ir a su nueva casa. No sé para qué, pero quiere que vayamos, ¿vamos?
Él solo asiente sonriendo y luego voltea hacía enfrente, recuperando su postura, el tráfico avanza.
—Llegamos en unos minutos —aviso a Sonia y, cuando cuelgo, el silencio regresa. Creo que me agrada y me preocupa a la vez, pero no me siento capaz de romperlo.
***
—¡Hola! —Sonia se ve más feliz de lo habitual. Se me acerca y me abraza fuerte, luego se me pega al oído—. Son gemelos.
Me dice en secreto y chilla de la emoción. Al separarnos, miro sus ojos brillantes, como si tuviera lágrimas sin derramar. La felicidad de sus bebés, me supongo.
Nos acercamos a la mesa recién acomodada en la sala, donde está Gonzalo junto a un montón de cajas a medio vaciar. Por lo que veo en la mesa, están preparando dónde se sentarán los invitados, utilizando una maqueta muy graciosa, son labiales, cajas de perfume y también de medicina.
—Ya que están aquí, teníamos una duda —dice Gonzalo, sin vernos, permanece concentrado tratando de poner papelitos con nombres frente a las cajas de medicina—. ¿Los sentamos juntos?
Miro a Adolfo de inmediato, él hace un gesto que me indica que es mi decisión. Lo del silencio parece persistir, pero al menos tenemos una clase de conversación después del drama de la orden de restricción.
—¡Claro! ¿Por qué no? —Me escucho más entusiasmada de lo que debería—. Digo, ahora somos como amigos, ¿no?
—Ajá. —Gonzalo no parece convencido—. Van a ir por aquí, creo.
Sonia parece estar en desacuerdo, pero decide ignorarlo, dirigiéndose a mí.
—¡Me llegó el vestido, Dari! ¿Quieres verlo?
—No entiendo cómo es que lo mandaste a arreglar de nuevo —comenta Gonzalo, confundido, en protesta—. Si dices que te quedaba bien. ¡Ni siquiera sé qué le hiciste!
—Corazón mío —Sonia se le acerca y lo besa—, ya falta poco para que lo veas, no seas desesperado. Vamos, Dari.
Me arrastra con ella hasta que llegamos a la habitación.
—La verdad no te avisé, pero la semana que entra será la boda. —Pongo los ojos en blanco cuando lo dice—. ¡Ya sé lo que estás pensando! Los he traído mareados a todos con eso. Pero, Dari, estoy ansiosa por que Gonza sepa de los bebés, además, el doctor dijo que tenía casi tres meses, ¡mírame!
Se levanta la blusa, mostrándome el abultado vientre. No es demasiado, sin embargo, quien la mire con detenimiento se dará cuenta.
—He estado en náuseas y todo eso, creo Gonza está sospechado algo raro y además le he ocultado mi panza, ¿crees que ni siquiera hemos tenido sexo porque si me desnuda la verá?
—Ey, demasiada información. —Niego con la cabeza y me río—. Pero bueno, está bien, Adolfo y yo ya vamos por la mitad, mañana haremos el siguiente escalón y pues el último es pequeño, ese se hace rápido. Así que estará para el próximo sábado.
—Viernes —me corrige, aun así también asiento, asegurándole que quedará—. Bueno, así que, ¿qué andabas haciendo con Adolfo?
La picardía en su mirada me hace volver a poner los ojos en blanco.
—No malpienses. —Me siento en la cama desatendida—. En realidad, fuimos a ponerle una orden de restricción a Ulises, una que me cubre a mí y a Adolfo, o dos, qué sé yo de leyes, pero Ulises ya no se podrá acercar a nosotros.
Me mira preocupada.
—Oh, lo siento. —Me abraza—. ¿Cómo te sientes?
—No lo sé, creo que me siento extraña.
—Dari. —Sonia me aprieta más fuerte, me siento tan abrumada que me reconforta—. Te voy a preguntar algo importante, no te enojes, ¿sí? Bueno, ¿todavía quieres a Ulises?
Analizo yo misma la pregunta y caigo en cuenta de todo lo que ha pasado últimamente. Me dolió que me dejara, me dolió que me confesara su amorío con Lizbeth, pero creo que ahora ya no me duele eso en sí, solo hoy me siento muy abrumada con lo de la orden.
—No. —No siento culpa ni dolor cuando lo digo—. Lo quise, puedo aceptar que sí me sentía horrible hace días, pero su actitud terminó por romper todo lo que sentía por él. No lo sé. Es todo tan diferente ahora.
—¿Y Adolfo cómo te hace sentir?
Ahora mi corazón se acelera y me quiero reír. Es tonto, ¿por qué es así? Yo solo sé que él ha controlado mi ánimo estos días y el pastel nos está quedando muy bien.
—Mira, no voy a decir que lo quiero, que me he enamorado de él perdidamente de la noche a la mañana y que lo quiero conmigo todo el tiempo. —Porque no es así—. Me cae bien, me agrada, pero no, Sonia, apenas nos conocemos, quizás me atraiga, porque maldita sea que es guapo y amable, pero hasta ahí nada más. Puede que quizás ni lleguemos a nada. Me dijo que le gusto un poco, sí, y casi nos... Besamos, pero...
—¡¿Qué, qué?!
—Bueno. —Otra risita se me sale—. Le dije que aún no, y la trompa le aterrizó en mi frente. Pero, insisto, no voy a estar con alguien así de la noche a la mañana, nadie se enamora en un día, esto no es como en los libros.
—Oh, sí, sí, como ese bello libro que leímos, ¿recuerdas? Malévola seducción, donde se enamoraron en un día, tienes que admitir que ambas deseamos un amor así.
—Sonia, teníamos dieciséis. —Me río—. Cualquier cosa que leyéramos deseábamos que nos pasara, y a la fecha aún es así, además, yo no soy Sharni ni Adolfo es el hermoso Adrián Palmer del libro, así que no, esta es la vida real, me agrada y hasta ahí por el momento.
Acepta que tengo razón y decide mostrarme su vestido, le añadió unos centímetros a la barriga. Su felicidad me pone ansiosa y ya quiero que sea ese día. Aunque también, todo esto, me lleva a unos meses atrás, a una conversación que tuve con Ulises que, ahora que lo pienso, no pude ser más estúpida.
Estábamos en el departamento, yo estaba haciendo unos cupcakes para doña Josefa y él estaba sentado en una silla frente a mí. Llevábamos rato hablando sobre nuestra boda hasta que dijo algo que me descolocó.
—Me encanta verte hacer esto, quiero que nunca dejes de hacerlo y verlo cuando le hagas cupcakes a nuestros hijos —me dijo, con un brillo que me emocionó tanto que mi pecho se infló—. A Luciana le gustaba hacer comidas gourmet, el brillo en tus ojos me recuerda a una vez que la vi hacer un platillo fantástico para mí.
Me incomodé ese día, incluso ni pregunté el quién era Luciana porque me imaginé que era una de sus ex, y realmente no tendía a preguntarle sobre aquello, porque consideraba que no era apropiado. Además de que no quería desatar una discusión entre los dos. Sí, muy estúpida me vi.
—Dari, ¿qué tienes?
Me espabilo cuando Sonia pasa sus manos por mi cara. Comienzo a unir piezas pequeñitas en mi cabeza sobre el porqué Ulises y Adolfo están como en guerra. Luciana es la primera que considero que tiene que ver. ¿Una ex de Ulises que Adolfo le quitó?
Sonia debe saber algo.
—¿Sabes por qué Ulises y Adolfo se odian? —Creo que he hablado muy alterada, aun así, sin que me importe, continúo—. Debes saberlo, seguro les contó, ¿no?
—No —niega confundida—. ¿Por qué?
Le cuento lo sucedido hace días. Incluso lo de Samuel y eso la hace enojar.
—¡Sam es un idiota! —grita—. Dari, no puedo creer que mi hermano sea tan tonto. Si supuestamente está loco por ti no sería tan fiel a Ulises.
—Y eso mismo le dije yo. No sé qué piense, igual le dije que no me hablara mientras tanto. —Aunque realmente eso me hace sentir pésimo, no me gusta pelearme con mis amigos—. El punto importante aquí es Adolfo y Ulises, no sé, Sonia, me siento implicada en todo el pedo.
—¿Como por qué tendrías que estar implicada? Dices que dijo que hace cinco años, ¿no? Y lo de la playa fue hace tres.
—Sí, sí, pero pienso que Ulises estuvo conmigo porque quiso...
No puedo decirlo en voz alta, eso sí me duele, haber sido posiblemente utilizada en...
—Venganza —termina Sonia y yo asiento incómoda—. Ay, Dari, la verdad es que no lo sé, y que pienses eso es terrible. Te juro que, el día que supimos que no se llevaban, le preguntamos el porqué, él se puso raro e inventó una escusa para irse. Fue raro, y por lo mismo jamás volvimos a sacar el tema.
«De acuerdo», pienso, resignada. Esa espina incómoda que siento en el pecho me dice que tengo que investigar. No puedo evitar creer que soy parte de todo esto. Tengo que averiguar todo a como dé lugar. Si no me lo dice Adolfo, de alguna manera tengo que saberlo.
Sin agregar más, regresamos a la sala. Adolfo y Gonzalo están en el suelo frente a la maqueta, alegando.
—No, no seas wey. —Adolfo lo señala con el dedo—. Aquí debe ir tu familia, la de Sonia y acá tus amigos, o sea nosotros. ¡La familia debe estar a tu lado!
—Pero así no podremos hablar, pendejo. —Gonzalo rueda los ojos—. Me tienes que hacer reír por si se vuelve aburrido.
—¡Aburrida tu cola! —Sonia salta a defender y solo así se dan cuenta de nuestra presencia. Gonzalo se encoge, avergonzado—. La cosa irá así: habrá una enorme mesa donde irá la familia y amigos más cercanos, y las otras mesas un poco separadas para los demás invitados. ¡Y yo sé perfectamente que no será aburrido! Va a ser el mejor día de nuestras vidas, Gonzalo Torres, no digas cosas tontas que me van a irritar, ¿quieres?
—Estás muy alterada últimamente. —Gonzalo se ve preocupado-. ¿Estás enferma? Es como si...
—Los nervios de la boda, Gonza, ¿qué más va a ser? —Adolfo interviene, impidiendo que Gonzalo comience a especular en voz alta—. Yo también andaría alterado si me fuera a casar con un tipo tan guapo como tú.
Hace un raro gesto y parpadea rápido. Contento la risa.
—Oh, me halagas, guapetón. —Gonzalo le sigue el juego, cubriéndose la cara, avergonzado—. Tú tampoco estás tan mal, tienes cara de divorcio.
—Ya van a empezar con sus cosas. —Sonia no suena enojada, más bien se burla de ellos—. Cállense porque voy a creerles y no habrá boda.
—No, espera, me calmo. —Gonzalo se levanta del suelo. Finge dramatizar con lo siguiente—. Adolfo, lo nuestro no puede ser, voy a casarme y no tengo intención de quitarle el mandado a Dariana.
De pronto ver el suelo me parece muy interesante, no es porque Adolfo me esté viendo con una sonrisa ante la broma, por supuesto, no, no, no.
—Ya. —Sonia suelta una carcajada.
***
—Eres divertido —comento de la nada cuando estamos por irnos. Ha encendido el carro y solo avanza hasta que me sonríe.
—Y tú, bonita. —Suelta una rara risa nerviosa que me agrada y solo sonrío.
Estuvimos un rato hablando con los chicos y entre él y Gonzalo complementaban las tonterías que nos hicieron reír como nunca.
Me habría gustado conocerlo antes, seguro hubiésemos sido los mejores amigos. O una gran pareja...
Adolfo me deja en casa y lo que hago es ir a encerrarme en mi habitación después de contarle a mamá lo que pasó con tía Melanie.
Me quedo sentada en mi cama, pensando. Creo que no estaré tranquila hasta saber la razón. Es frustrante que, por mucho que me repita que no tengo qué ver ahí, los escenarios, incluso del día en el que Ulises y yo nos conocimos, me perturban.
Me recuesto y pienso antes de dormir. Si no sabe Sonia ni Gonzalo, y claro que no voy a preguntarle nada a Samuel, el que sabe es Ulises, obviamente y la hermana de Adolfo. ¿Será prudente preguntarle a Lucía? Obvio que a Ulises no quiero ni verlo, y pues puede que Lucía sepa algo de eso, es su hermana, tal vez le contó algo, ¿no? Si no, no sé qué más hacer, tal vez pudiera esperar, pero descubrí algo bien interesante: este tema me tiene tan ansiosa que me es imposible esperar a que a Adolfo le dé por decirme.
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