CAPÍTULO 15
Salí del estudio del príncipe Luckyan con pasos un poco más inestables que antes. ¿Acaso había sido su hermosa sonrisa? ¿O tal vez la preocupación por verlo herido de aquella forma? Fuera cual fuera la razón simplemente debía desecharla rápido para volver a lo que realmente me importaba que era saber el cómo estaba mi madre y sobre Theresa. De cualquier manera todavía tenía la oportunidad de preguntar por ellas cuando volviera junto al príncipe.
Respiré hondo y seguí avanzando hasta la enfermería.
❁❁❁❁
Toqué con los nudillos cuando la puerta de la enfermería estuvó frente a mí, una voz suave detrás me pidió pasar.
El ayudante del médico se llamaba Michael, era un joven de cabello castaño y ojos oscuros tras gafas gruesas, su rostro seguía pareciendo infantil a pesar de que el pasaba de los 25 años, alzó la mirada del libro que leía y me observó.
—Buenas noches — saludé con una leve inclinación, me miró de arriba a abajo, cerró el libro que sostenía entre sus manos y lo dejó a un lado sobre la mesa de madera.
—¿Puedo ayudarte en algo? — preguntó, su semblante parecía aburrido y dispuesto a echarme de ahí tan rápido como le fuera posible.
—Bueno, verá, uno de los sirvientes sufrió un accidente con un cuchillo en la cocina. ¿Podría decirme cómo tratar la herida? — mentí, si el Rey había impedido que el médico viera al príncipe Luckyan estaba segura que eso también aplicaba para su ayudante.
Me observó por lo que pareció demasiado tiempo, después de eso simplemente lanzó un suspiro exasperado y comenzó a buscar algo en la vitrina de cristal que estaba detrás de él.
—Lava muy bien la herida con agua fría o tibia y luego coloca esto —dijo y me entregó un pequeño frasco de color café oscuro—. Y venda el área para evitar contaminarla de nuevo — y también colocó un par vendas sobre mis manos.
—De acuerdo, gracias — agradecí, sus ojos oscuros se entrecerraron un poco tras sus gafas.
—¿Estás segura que puedes hacerlo? No me importaría ayudar — murmuró, pero él mismo no parecía del todo convencido.
Tragué saliva.
—No, está bien. Puedo hacerlo, no es complicado — respondí y antes de que hiciera más preguntas salí de la enfermería con pasos rápidos.
❁❁
Llegué a la cocina donde todos iban de un lado al otro de forma casi frenética llevando más botellas de vino, cestos de pan, vegetales y carne hacía el comedor.
Me escabullí rápidamente para llevar un cuenco de agua tibia y buscar algunos pañuelos limpios sin que nadie se diera realmente cuenta de mi presencia, cuando por fin tuve todo lo que necesitaba en una charola, me dirigí de nuevo hacia el estudio del príncipe Luckyan.
Llamé a la puerta y él me pidió pasar.
La habitación seguía envuelta en una atmósfera cálida y acogedora, el príncipe Luckyan bebía pequeños sorbos de vino y su mirada gris se dirigió hacia mí.
—He vuelto, príncipe Luckyan — susurré y una ligera sonrisa se deslizó sobre sus labios, pero esta vez no llegó a sus ojos.
Había colocado una silla frente a la suya, caminé a pasos lentos y dejé la charola sobre el escritorio y él hizo un ademán para que tomara asiento, así lo hice.
Había abotonado su camisa, ahora solo quedaba al descubierto una pequeña parte de su pecho de piel pálida.
—¿Puedo... — no terminé la pregunta porque él me tendió su mano, la tomé con la mía con cuidado, su piel estaba tibia, esperé un momento y rogué porque mis propias manos no temblaran sin conseguirlo.
Una suave risa llenó el espacio entre ambos.
—No se ponga nerviosa, señorita Astley — susurró, su aliento afrutado acarició mi mejilla.
Toqué su palma herida con uno de los pañuelos húmedos, él gruñó en voz baja, pero no dijo nada, continúe limpiando la sangre que se había secado sobre su piel y el agua del cuenco comenzó a teñirse de un ligero color rosa pálido.
La herida no era profunda, pero si parecía hecha con un objeto bastante afilado, aun me pregunta qué era lo que realmente le había ocurrido.
Todo lo que Olive había dicho era que él y el rey Eadred habían discutido pero, ¿sería el rey capaz de lastimar a su propio hijo de esa manera? Luego estaba también el tema de los golpes de su cuerpo, lamentablemente estaba segura que el rey sí podría haberlo hecho.
—¿Qué sucede, señorita Astley? — preguntó el príncipe, me di cuenta que sostenía su mano con más fuerza de la necesaria y miraba la herida sin realmente verla.
—¿Parvoo? — susurré, alcé la vista y sus ojos grises estaban fijos en mi rostro, suspiró.
—Los... Los demás sirvientes dijeron que... que Minsk había atacado el sur de Loramendi y... —mi voz sonó rota al borde de las lágrimas, la mirada del príncipe pareció oscurecerse, respiró hondo como si tratara de calmarse.
—El maldito William Baskerville ordenó a su gente quemar el sur del bosque Ashdown — dijo y había rabia en su voz.
—Pero...
—No se preocupe, señorita Astley, los habitantes de Parvoo y Ribe fueron desalojados y llevados a un refugio temporal — respondió, pero había una nota extraña en su voz que no supe identificar.
Eso quería decir que mi madre estaba bien, que estaba viva y a salvo. Mis manos temblaron de nuevo, el príncipe Luckyan me dio un pequeño apretón con su propia mano que me reconfortó un poco.
Sonreí a medias, esa era la mejor noticia que había escuchado ese día.
—Tengo que decirle algo importante, señorita Astley — dijo en voz baja y seria, la poca felicidad que había comenzado a albergar había empezado a diluirse entre mis dedos de nuevo.
Él respiró hondo una vez más, me miró y continuó.
—Con las especificaciones que me proporcionó de su hermana Theresa pedía que realizaran un retrato de ella, he enviado a algunas personas de confianza para poder dar con el paradero de su hermana. Hemos buscado al norte en Flam y Husavik y aquí mismo en Mariehamn. En Tuuk al este y Ribe al sureste, también en Undredal al oeste, pero no hemos tenido suerte, no hay rastros de su hermana.
Mi corazón golpeó con fuerza contra mi pecho. Las lágrimas se agolparon de nuevo en mis ojos, nunca estaban muy lejos de ellos, pero me negué a llorar y dejarlas correr libres. No podía romperme de nuevo, no podía derrumbarme, no ahora o ahí.
Respiré pausadamente tratando de entender cada una de sus palabras, pero el zumbido en mis oídos se volvió cada vez más y más intenso y las náuseas sacudieron mi cuerpo.
—Respire, señorita Astley — me pidió el príncipe Luckyan, su rostro estaba a pocos centímetros del mío, su olor a cedro acompañado del fuerte olor al vino me hicieron sentir mejor, más real, más entera.
—Gra... Gracias — susurré, él negó con la cabeza enérgicamente.
—No me dé las gracias todavía, señorita Astley. Hasta ahora todo lo que le he dicho solo la ha hecho sentir mucho peor — murmuró y se pasó una mano por sus cabellos oscuros con frustración.
—Iremos mañana a primera hora y buscaremos a su padre para que nos diga de una vez por todas quien se llevó a su hermana, la vez anterior él no nos dijo mucho, pero ahora haremos que nos diga todo lo que deseemos saber.
Lo miré, había una línea tensa en su mandíbula y se notaba sumamente agotado.
—¿Por qué? — pregunté, una de sus cejas oscuras se alzó de forma elegante por encima de la otra-. ¿Por qué quiere seguir ayudándome cuando esto podría ser solo una causa perdida?
—Porque se lo prometí a usted, señorita Astley y también porque prometí cuidar al reino y a sus habitantes incluso del propio rey — dijo y alejó su mano de la mía y se puso de pie con movimientos lentos—. Además porque estoy casi seguro de que lo que le ocurrió a usted y a sus hermanas no es un caso aislado, sino más bien, un caso entre muchos otros que han ido sucediendo con conocimiento del rey y de muchos de los nobles de todo el reino. Usted y sus hermanas no son las únicas mujeres que han sido vendidas como objetos para hombres de poder, pero usted, señorita Astley, sí ha sido la primera persona en alzar la voz por sí misma y su familia.
—¿Quiere decir que...
—Quiero decir, señorita Astley, que durante todos estos años hemos tenido una red de tráfico de mujeres justo debajo de nuestras narices y no hemos hecho nada por ello — masculló mientras caminaba con pasos pesados por la habitación.
El nudo en mi garganta se hizo mucho más grande.
Eso quería decir que tarde o temprano aquello nos pasaría, no importaba cómo o por qué simplemente estábamos destinadas a ser vendidas por ser de clase baja y porque era la forma más rápida para nuestras familias de conseguir dinero.
Mi padre era un monstruo, pero él no era el único.
—¿Crees que Theresa siga en Loramendi, príncipe Luckyan? — pregunté, su caminata se detuvo de forma casi abrupta y volteó a verme, su expresión era de desconcierto.
No quería escuchar su respuesta, con todo lo que había dicho lo más probable era que Theresa se encontrara muy lejos de Loramendi en algún reino vecino y eso me aterraba.
—No lo sé — fue lo único que dijo y esas tres palabras hicieron que mi alma cayera en picada de nuevo a mis pies.
—Terminaré de curar su herida — susurré, él príncipe me observó con detenimiento, no había lástima en su mirada lo cual agradecí.
Regresó a la silla y me tendió su mano una vez más, había sangre fresca de nuevo en su palma manchando su piel que corría por ella con rapidez.
Me enfoqué en limpiar la herida lo mejor posible, apliqué el ungüento que el ayudante del médico me había dado y vendé con cuidado su mano.
Un par de lágrimas cayeron al vendaje.
No podía ni quería seguir siendo fuerte. No podía... No podía.
A cada segundo un pequeño pedazo de mí caía a mis pies y desaparecía por completo.
—Josephine — fue un suave susurro, fue como una suave caricia que tocó mi corazón roto y lo mejoró.
Al levantar la mirada, el gris tormenta de sus ojos se había vuelto cálido y familiar.
Su mano se detuvo a pocos centímetros de mi rostro con indecisión, luego tocó con suavidad mi mejilla y aquel pequeño gesto aunque fugaz y efímero me hizo sentir que no estaba sola, que todavía podía continuar.
—Está bien, Josephine, estoy aquí — susurró.
Se arrodilló frente a mí y mi corazón dejó de latir en ese momento.
Esa fue la primera vez que el príncipe Luckyan me tomó entre sus brazos y me consoló mientras yo lloraba.
❁❁❁❁❁❁❁❁❁❁❁❁❁❁❁❁❁❁❁❁
Aquella mañana era fría.
El aire gélido atravesó cada capa de mi vestido verde y se coló en él enfriando mis huesos.
Temblé.
Un par de manos se posaron de forma sutil sobre mis hombros en aquel momento, luego de unos segundos fueron sustituidos por el suave toque de la tela de algodón de una capa negra.
Me giré y vi al príncipe Luckyan, sus facciones estaban serias, abrochó los dos botones de oro junto a mi cuello para cerrar la capa con manos ágiles.
Miré alrededor, algunas miradas curiosas se alejaron rápidamente de nosotros y se concentraron en otros puntos al azar.
—Gracias — susurré. Él asintió sin decir nada.
No sabía cómo actuar después de lo que había pasado la noche anterior o que decir.
Pequeños fragmentos de él abrazándome y consolándome con palabras tiernas mientras lloraba y me rompía a pedazos pasaron por mi cabeza y el rubor cubrió mis mejillas.
La mirada gris escaneó mi rostro con interés, las comisuras de sus labios temblaron, pero no sonrió.
Se puso los guantes de cuero negro para cubrir el vendaje de su mano y esperamos en silencio mientras cargaban víveres en carretas que serian llevados para los refugiados de Parvoo y Ribe.
Un carruaje de color granate y oro se detuvo frente a nosotros, era jalado por un par de caballos con un pelaje negro lustroso, el cochero saludó con una reverencia pronunciada al principe y a mí con un "señorita".
El consejero Clifford llegó en ese momento junto a nosotros, habló en voz baja con el príncipe Luckyan que lo escuchaba con el rostro frío y el ceño fruncido.
—No esperaba mucho de su parte, ser rey nunca ha sido una de sus virtudes —masculló—. Pero esperaba que mi madre tuviera un poco más de empatía por su pueblo — dijo molesto.
—Lo lamento, príncipe Luckyan — Contestó el consejero Clifford,
—Descuida.
—Pueden subir al carruaje, me uniré a ustedes una vez que todo esté listo — dijo y me regaló una sonrisa y se marchó.
El cochero abrió la puerta del carruaje, el príncipe Luckyan se adelantó un par de pasos y me tendió una mano para ayudarme a subir.
—De nuevo, gracias, príncipe Luckyan — agradecí con un hilo de voz y esta vez la sonrisa iluminó su rostro y sus ojos grises volvieron a ser cálidos.
❁❁❁❁
El viaje fue lento y tranquilo.
Me concentré en la suave y profunda voz del príncipe Luckyan que ensayaba su discurso con el consejero Clifford. Un discurso que alababa la generosidad, amabilidad y solidaridad del rey Eadred y la reina Elizabeth, aunque justo en ese momento los tres sabíamos que no lo merecían.
El trayecto duró aproximadamente dos horas, el refugio se encontraba entre la línea que dividía la ciudad real Mariehamn y el punto en que Parvoo y Ribe se conectaban con ella.
Fue cuando el carruaje se detuvo y el rostro del príncipe Luckyan giró para mirarme que entendí que volvería a ver a mi madre y el rostro de mi padre y todavía no sabía cómo debía sentirme al respecto.
—Me encargaré que todo esté listo para ser distribuido a los afectados y que todo esté preparado para el discurso — anunció el consejero Clifford y bajó del carruaje dejándonos de nuevo solos.
La mirada gris seguía sobre mí, lo miré de vuelta.
Su porte elegante, su traje oscuro y oro, sus facciones talladas en hielo, hermosas e imposibles de olvidar,
Sus ojos grises parecían ver más allá de mí, pero ¿Qué es lo que realmente veía en mí cuando me observaba de aquella manera? ¿Una tonta plebeya? ¿Una carga de la cual no lograba deshacerse? ¿Un rostro común? ¿Una chica común como cualquier otra? ¿Qué?
Pero pensar aquello solo era una tontería, porque yo estaba ahí solo por una razón, la cual era encontrar a mi hermana y nada más. No podía perder el tiempo con tontos pensamientos románticos que no me llevarían a ninguna parte y mucho menos con alguien como el príncipe Luckyan.
Quizá estaba confundiendo su amabilidad con algo más, algo que no estaba ahí y que nunca existiría.
Tenía que ser realista, nuestros caminos solo se habían cruzado por una simple razón, de otra forma seguiríamos siendo dos completos extraños viviendo sus vidas lo mejor posible.
Además, el príncipe Luckyan estaba destinado a casarse con alguna dama noble incluso alguna princesa de alguno de los reinos vecinos y gobernarían juntos. ¿Qué sabía yo de gobernar un reino? ¿Es más por qué pensaba que el príncipe Luckyan podría fijarse en alguien cómo yo?
Respiré hondo y deseché cada tonto pensamiento, me moví incómoda y él siguió cada uno de aquellos movimientos con atención.
—Príncipe Luckyan... Yo... Yo lamento mucho mi comportamiento de anoche — susurré.
—Yo no — contestó y sonrió.
Y una parte de mí cayó de nuevo por él.
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