Especial: ¨Cumpleaños de Baji¨
Noviembre 3, 1998
Era martes luego de la escuela y Keisuke Baji estaba viendo qué tareas tenía, bueno, más bien estaba viendo los cuadernos con las tareas en una expresión aburrida.
—Qué aburrido es esto —masculló—. ¿Por qué se inventaron la escuela?
No era cualquier día, era su cumpleaños, pero era martes y su madre estaba afuera trabajando.
—Hmm —miró su estante con cómics—, ¿y si mejor leo un cómic?
Sus ojos brillaron y dio un brinco del escritorio enseguida cuando escuchó unos toques en la puerta de su casa. Con ayuda de un asiento, se empinó y se asomó levemente por el ojito de la puerta, pero no logró ver a nadie.
—¡EDWARD —escuchó una voz que conocía muy bien detrás—, ABRE LA PUERTA!
—¿Hana está aquí? —susurró para sí mismo—. ¿Por qué...? Hoy no quedamos de vernos.
Keisuke abrió rápidamente la puerta de la casa, encontrándose con la pelinegra con sus dos colitas a los lados y una caja con papel regalo de color azul en sus manos.
—Hola, pirata —le saludó apenas lo vio, levantándose—. ¡Adivina qué!
Tenía una gran sonrisa en su rostro que se ensanchó más cuando se volteó hacia él, Hanna lo abrazó entonces por el cuello entre risas.
—Hola, gatita —aceptó su abrazo con una gran sonrisa—, ¿qué adivino?
—¡Hoy es tu cumpleaños! —exclamó con las mejillas rosadas de la emoción.
Es cierto. Apenas tres días atrás habían estado celebrando halloween todos juntos, casi lo había olvidado en medio del caos de los últimos días.
—¡Feliz cumpleaños!
Su madre había estado trabajando horas extras por lo que no había podido planificar nada para su cumpleaños, sumado a que era un día de escuela normal, pero ahí estaba Hanna.
—Te acordaste —murmuró, avergonzado—. Gracias...
Sólo le había mencionado su cumpleaños una vez, durante el cumpleaños de Mikey donde se conocieron, era demasiado increíble que lo hubiera recordado y hubiera ido hasta allá. Bueno, últimamente si no estaba en casa de Mikey, estaba en la suya.
—¡Por supuesto que sí! —Hanna tomó una breve respiración—. ¡Tengo una sorpresa para ti!
Keisuke no pudo evitar sonreír ante su entusiasmo, era contagioso.
Igual que su risa.
—¿Sí?
Se sentía muy feliz de que ella hubiese entrado a su vida, aunque fuera poco tiempo, Hanna se había metido en su corazón sin pensarlo dos veces.
—¿Una sorpresa? —insistió al verla sonreír en silencio.
Habían compartido incontables aventuras con Mikey, Emma y ellos dos. Ambos compartían un par de secretos y muchas rodillas raspadas del montón de travesuras que hacían a diario.
—Yep.
Y ahora, ella le estaba dando una sorpresa para su cumpleaños, no podía esperar a descubrir cuál era.
—Ven conmigo —lo jaló de la mano—. Vamos, Edward.
—¿A dónde vamos?
—¡Qué te importa —lo jaló—, tú sólo sígueme!
Sólo le dio algo de tiempo suficiente para tomar sus llaves y asegurarse de cerrar bien la puerta de la casa antes de que lo jalara hacia afuera. Era una chica impulsiva que podía verse pequeña.
Pero era bastante fuerte.
Su agarre era como si estuviera arrastrando un muñeco, no que él fuera a oponerse a estar de su mano. Cuando doblaron la esquina vio a una figura apoyada contra la pared de la tienda.
—¡Haruuuuuki!
Era Haruki, la hermana mayor de Hanna, con los brazos cruzados y una sonrisa divertida jugando en sus labios.
Es la chica que le gusta a Shinichiro.
Él entendía de dónde Hanna era tan linda. Más si recordaba a Kioto, la madre de Hanna, una bonita rubia de ojos verdes que era de la misma edad que Haruki.
—Hanna, lo llevas como si fuera un muñeco —dijo, levantando una ceja—. ¿Cuál es la prisa?
Haruki tenía un bonito cabello rojo, y sus ojos, a diferencia de los de Hana, eran de un azul cielo.
—¡Es el cumpleaños de Kei! —gritó Hanna, saltando sobre las puntas de los pies—. ¡Es un día muy importante!
Keisuke se sonrojó.
—Oh —Haruki sonrió al notarlo—, ¿es así?
—¡Vamos a hacerlo especial!
Haruki puso los ojos en blanco, pero su sonrisa se hizo más grande.
—Bueno —le miró—, feliz cumpleaños, Keisuke-chan.
Keisuke asintió en agradecimiento, sintiéndose un poco avergonzado por el arrebato de Hanna. Le agradaba Haruki, pero tenía doce años más que ellos así que a veces era un poco incómodo.
—¿Sabes qué quieren hacer?
—Ah... No, Hanna dijo que tenía una sorpresa.
Shinichiro y ella tenían algo con ser los hermanos mayores de todo el grupo, era como si estuvieran jugando a la casita con ellos, siendo los dos mayores los papás de los pollitos.
—Y me jaló aquí afuera.
Era complejo de explicar pero Shinichiro y Haruki eran tan importantes en sus vidas que, si algún día llegaban a faltar, sus vidas serían un desastre total.
—¡Hanna!
—¿Qué? —Hana sonrió nerviosa—. Sólo...
La pelinegra lo volteó a ver, preocupada, cosa que él no comprendió muy bien.
—¿Te jalé muy duro, Ed?
—¿Hm? No —la miró confundido, pero supuso que Haruki había malinterpretado—. ¡No es así!
Haruki y Hanna valoraban tanto los cumpleaños que no habría modo de no hacer aunque fuera un mínimo esfuerzo por poner siempre una sonrisa en el rostro de quien los cumplía.
—Muy bien —la pelirroja sonrió—. Ya casi entro a trabajar en la cafetería, vengan conmigo.
Los tres continuaron hacia la cafetería donde la mayor trabajaba.
—¡Hola!
Hanna vio a su hermana entrar a turno y jaló al pelinegro hasta una de las mesas.
—Espera aquí —le dijo, dándole un beso en la mejilla—, voy a pedir lo nuestro.
—Ah, sí —la vio irse hacia su hermana—. Qué linda...
Era gracioso verla empinarse mientras señalaba lo que estaba pidiendo, para tener seis años Hanna a veces actuaba como una chica mayor.
Era algo que siempre picaba su interés.
Se sonrojó cuando la vio sonreír y volver.
—Pedí...
Luego de explicarle lo que pidió, ambos hablaron sobre su serie favorita ¨Kayo Suspense Gekijyo¨ mientras preparaban el café.
—Entonces este personaj-
Al igual que Hanna, Baji adoraba esa serie, por lo que era genial tener con quien hablar de ella.
—Aquí está su orden —Haruki les entregó lo que Hanna pidió con una sonrisa—. Que la disfruten, y feliz cumpleaños de nuevo, Keisuke-chan.
—Gracias, Haruki-kun —le sonrió de vuelta y la vio volver a su trabajo—. ¿Qué decías?
—¡Ah! —Hanna continuó hablando mientras comían—. Decía que...
Ambos mantenían grandes sonrisas en sus rostros, también hablaron del sueño de Hanna, los ojos de Keisuke se iluminaron al verla hablar tan feliz al respecto.
—¿No te parece genial?
En el futuro Hanna cambiaría de sueño varias veces, pero esa vez sería la única que dijo su verdadero sueño.
—Sí —le sonrió—. Cuando cumplas tu sueño, prometo que voy a estar ahí para aplaudirte.
Un lugar con muchos gatos.
Una casita con jardín...
Y Hanna con él.
Los sueños de Keisuke Baji a los ocho años eran bastante simples.
—¡Es una promesa! —juntaron los meñiques—. ¡Te cortaré el dedo si no la cumples!
—¡Nunca romperé mis promesas!
Una vez que acabaron los postres, Hanna se despidió de Haruki y ambos salieron de la cafetería.
—¿Y ahora?
—Una sorpresa —canturreó la pelinegra—, de cumpleaños.
—Creí que esta era la sorpresa —ladeó la cabeza—. ¿No...?
—No —soltó una risa—, eso era porque Haruki quería darte algo de cumpleaños. ¡Ven, vamos!
Hanna apretó más la mano de Keisuke, tirando de él hacia el gran roble. En el que, debajo de él, se había reunido un grupo de amigos, todos ellos sosteniendo algo detrás de sus espaldas.
—¿Qué es...?
El corazón de Keisuke latía con fuerza en su pecho. Nunca antes había tenido una fiesta sorpresa, y la idea de que todos lo supieran lo hacía sentir eufórico y un poco ansioso.
—Shhh.
A medida que se acercaban, los susurros se hacían más fuertes, hasta que finalmente, Hanna soltó su mano y gritó.
—¡Sorpresa!
Al unísono, sus amigos sacaron pancartas dibujadas a mano y sombreros de fiesta. La risa y la alegría llenaron el aire como confeti. Los ojos de Keisuke se abrieron de par en par al contemplar la vista.
—¡Feliz cumpleaños —corearon Mikey y Emma—, Edward!
Sus mejillas ardían con una mezcla de felicidad y vergüenza, pero no pudo evitar la sonrisa que se extendió por su rostro.
—Feliz cumpleaños —el pelirosa lo abrazó también—, Baji.
—Gacias, Haru.
Para su sorpresa, Ryoko había logrado tomarse el día libre en el trabajo y estaba allí de pie con un pequeño pastel en sus manos, sus ojos brillando por las lágrimas de felicidad.
—Mamá, muchas gracias, te amo —la abrazó entonces con una gran sonrisa—. Chicos, gracias.
El pastel era simple, con solo ocho velas, pero era lo más hermoso que Keisuke había visto en su vida.
El amor de su madre.
La amistad de Hanna.
La compañía de sus amigos.
Todo envuelto en un momento perfecto que el pequeño Baji sólo deseó tener para siempre.
—Venga, siéntate —lo jaló Mikey hasta el improvisado mantel—. No creíste que lo olvidamos. ¿O sí?
—No —Baji le sonrió—, sólo no lo esperaba.
—Hanna y yo tuvimos la idea —Emma se sentó a un lado de Hanna—. ¿Te gusta?
—Sí —asintió—, gracias.
El día pasó en un borrón de juegos y risas. Hanna había planeado con Haruki una búsqueda del tesoro con pistas que los llevó por toda el parque e incluso a su escuela.
¨Soy la serie favorita de Baji¨
—¡Eso es fácil! —chilló Mikey—. ¡Pero no entiendo la pista!
Cada pista era un acertijo que traía recuerdos de sus aventuras juntos.
—¡Hanna! —el ojiverde la iba persiguiendo—. ¡No es just-!
—¡Eres muy lento —se reía—, Haru-chan!
—¡No, tú eres muy rápida!
—Senju te va a ganar a este paso —le sacó la lengua mientras jugaban—, boohooo.
Keisuke se sentía como si flotara en una nube de felicidad entre el calor del sol, el amor de sus amigos y su madre lo envolvían como una manta reconfortante.
—¡Uff —Hanna se sentó junto a Ryoko mientras los demás corrían—, ya me cansé!
Ryoko se rió al verla sacar su inhalador a escondidas de los chicos.
—¡Chicos, vengan a comer! —gritó al cabo de unos minutos—. ¡Keisuke, Mikey, Emma!
—¡Ya vamos!
Durante la comida, se sentaron en círculo, compartieron sándwiches y jugo, y sus risas resonaron en el parque.
—Hola, chicos —Shinichiro se unió un par de horas más tardes—. Ryoko-san.
Las hojas sobre ellos bailaban con la brisa otoñal, creando un caleidoscopio de colores al caer.
—Feliz cumpleaños —el pelinegro lo despeinó—, Keisuke.
—¡Shin —Hanna corrió a abrazar al mayor—, cárgame!
—Está bien —la cargó con una sonrisa—. ¿Ya le diste un beso de cumpleaños a Keisuke?
—¡No! —soltó una risita—. Pero le di un graaaan abrazo.
Estuvieron ahí un rato más hasta que comenzó a oscurecer, Shinichiro se llevó con él a su par de hermanitos y los hermanos Akashi mientras que Ryoko se quedó con el par de pelinegros que ahora caminaban delante de ella entre risas y bromas.
—¡Sería una ninja!
—¿Una ninja?
Ryoko sonrió al oír las ocurrencias de ese par.
—¡Yo también —afirmó—, y te protegeré siempre!
—Yo puedo protegerme sola, Baji —sonrió Hanna—, aunque dejaré que vengas a mi rescate si lo necesito alguna vez!
—¡Sí!
El camino se alargó hasta que regresaron a casa, pero la emoción de la fiesta permaneció como la dulzura de un pastel en la lengua.
—Y yo le dije —fingió una pose extraña—: ¿Qué hay de nuevo, viejo?
—¡No! —Keisuke se soltó a reír—. ¡¿En serio?!
—¡Te lo juro, fue muy gracioso!
Cada vez que miraba a Hanna, los ojos grises brillaban con picardía.
—¡Oh, lo había olvidado! —se giró hacia Ryoko—. ¡Me voy a robar a Kei un rato, ya volvemos!
Cuando Ryoko asintió con la cabeza dándoles permiso, los dos salieron disparados como un par de ponis salvajes.
—¡Kei —gritó por encima del hombro—, ven conmigo!
Hanna lo llevó al parque donde normalmente pasaban tiempo juntos con Mikey y Emma, la vio subirse a una de las estructuras altas para escalar del patio de juegos.
—¿El parque...?
Ella lo miró con una sonrisa que podría iluminar los callejones más oscuros.
—Kei —gritó—. ¡Tienes que probar este nuevo movimiento que aprendí!
El corazón de Keisuke dio un vuelco al verla saltar de una viga a otra con la gracia de una gacela.
—¡Con cuidado!
Siempre había admirado su agilidad y su valentía.
Era una de las muchas cosas que amaba de ella.
Asintió con entusiasmo y comenzó a trepar por la estructura, su emoción aumentaba con cada paso.
—Sabes que no soy tan bueno como tú.
—¡Eso es lo que lo hace divertido!
Keisuke entrecerró los ojos.
—¿Quieres que me caiga? —la acusó—. Voy a llorar.
—Te doy un beso si te caes —le dijo—, Haruki dice que un besito siempre cura todo dolor.
Baji miró al suelo, pensando si caerse accidentalmente o no.
—No cuenta si te tiras.
Es como si pudiera leer mi mente, tsk.
Una vez que él llegó a la cima, Hanna se sentó y lo miró, por lo que simplemente la imitó.
—Me gusta estar aquí... Es tranquilo —comentó—, así que pensé en compartirlo contigo hoy.
Keisuke asintió, disfrutando de la serena vista de la ciudad desde su posición elevada.
—Es genial —afirmó—, gracias por mostrarme aquí.
El patio de juegos estaba casi desierto, excepto por unos pocos niños que jugaban a lo lejos, sus risas apenas les llegaban.
—Kei.
—¿Hm?
—He estado pensando —comenzó, con la voz en un susurro.
Hanna se inclinó hacia delante, sus ojos brillaban de emoción.
—Qué raro —se burló.
Hanna sólo puso los ojos en blanco antes de sonreír.
—Cuando seamos mayores —comenzó—, quiero que vayamos a vivir mil y una aventuras.
—¿Mil y una aventuras?
—Sí —Hanna asintió—. Solo... tú y yo.
Keisuke sintió que su corazón se aceleraba ante la idea.
¿Sólo ellos dos?
Sonaba como el mejor regalo de cumpleaños que podría pedir.
—¿Adónde iríamos? —preguntó, tratando de mantener la esperanza alejada de su voz.
—¡A cualquier parte! —exclamó ella—. ¡Podríamos escalar montañas, nadar en el océano o incluso visitar la ciudad!
La idea era tan grandiosa y tan vasta que Keisuke no pudo evitar sentirse un poco abrumado. Sin embargo, con Hanna a su lado, sabía que podría enfrentar cualquier cosa.
—Está bien —dijo, tratando de sonar valiente—. Cuando seamos mayores, salgamos juntos y veamos el mundo.
La sonrisa de Hanna se hizo aún más amplia y asintió con la cabeza tan vigorosamente que su cola de caballo se balanceó de un lado a otro.
—¿Lo prometes —extendió su meñique—, por la garrita de gatita?
Él enganchó su propio dedo alrededor del de ella, sintiendo el frío de sus manos. Hanna siempre tuvo las manos heladas, a veces las tomaba entre las suyas con la excusa de calentarlas.
—Lo prometo —susurró él, sellando el pacto entre ellos—, por la garrita de gatito.
Se quedaron sentados allí un rato más, viendo cómo la ciudad cobraba vida lentamente a medida que avanzaba el día.
Las promesas entre ellos iban aumentando.
—Es una buena vista.
El sol comenzó a ocultarse en el horizonte, arrojando un cálido resplandor naranja sobre los edificios y los árboles.
—Mamá dice que ama la playa de Osaka —comentó la pelinegra, mirándole de reojo con una sonrisa—. Vamos allá cuando tengamos la oportunidad.
Fue un momento de perfecta satisfacción, solo ellos dos con la promesa de una vida de aventuras juntos por delante.
—Muy bien —Baji le sonrió de vuelta—, vamos allá primero.
Pero el día aún no había terminado. Hanna tenía un truco más bajo la manga para cuando llegaron a casa del pelinegro.
—Deberíamos regresar —Hanna miró al suelo con una sonrisa enigmática—, antes de que tu mamá y Haruki nos den una paliza.
—Ya lo creo —hizo una mueca—, vamos rápido.
Bajaron de la estructura del patio de juegos, con miradas tranquilas. Hanna sostuvo su mano, su agarre tan cálido y reconfortante como el sol poniente. No necesitaban hablar.
Sus corazones ya lo estaban diciendo todo.
La cálida casa de Baji los estaba esperando con Ryoko y Haruki hablando sobre sus días en el trabajo, ambas mujeres los saludaron con grandes sonrisas y Hanna miró de reojo al pelinegro.
—Cierra los ojos —le ordenó, con la voz llena de emoción—. Y no los abras hasta que te diga.
Keisuke obedeció, con el corazón acelerado por la anticipación.
¿Qué podría ser?
Escuchó un crujido y el sonido de pasos que se alejaban antes de un suave golpe a su lado, las risas de las dos adultas no se hicieron de esperar.
—¿Te caíste —se burló, sin abrir los ojos—, Hanna?
—Cállate, Edward.
Por como sonaba pudo darse cuenta que sí fue así por lo que no pudo evitar reír levemente.
—Ahora —la escuchó más cerca esta vez—, estira las manos hacia adelante.
Eso hizo enseguida, fue cuando sintió un peso sobre ellas y cuando abrió los ojos, vio el regalo que Hanna llevaba temprano en sus manos.
—Ya puedes abrir los ojos.
Lo primero que vio al abrirlos fue la gran y cálida sonrisa de la ojigris.
—¡Feliz cumpleaños, Keisuke!
Ambos se miraron entonces y él se dispuso a destaparlo enseguida, encontrando un pequeño libro. Ryoko y Haruki se vieron cómplices en silencio.
—Whoa...
La tapa estaba hecha de papel marrón grueso, con ¨Las aventuras de Kei y Hanna¨ escrito con la letra desordenada pero sincera de Hanna. Lo recogió, sintiendo el peso de su amor y esfuerzo en sus manos.
—Es un albúm de aventuras —explicó, con las mejillas ahora de un tono más rosado—. Para cuando emprendamos nuestras aventuras.
Keisuke hojeó las páginas, cada una llena de garabatos caprichosos que Hanna hizo de montañas, océanos y ciudades bulliciosas.
—Ya he llenado algunas páginas con lugares que quiero visitar —le explicó—, pero hay mucho espacio para que tú añadas tus propias ideas.
Baji observó con una sonrisa que había pegado la fotografía que se tomaron el día que se declararon mejores amigos, aquel 20 de septiembre del 1998. Habían recreado lo mejor posible el día en que se dieron cuenta que iban a la misma escuela.
—Pondremos fotos de nuestras aventuras y hojas de los árboles que recolectemos —agregó, señalando la hoja de árbol a un lado de la foto—, esta fue de ese día. La tenías en tu cabello.
Keisuke sentía una opresión en el pecho y tuvo que parpadear para contener las lágrimas.
—Gracias —dijo, apenas por encima de un susurro—. Este es el mejor libro que he recibido.
—Kei —lo llamó entonces Ryoko—, deberías abrir tus otros regalos.
Keisuke miró la pequeña pila de regalos en la mesa de la cocina, sintiéndose un poco abrumado. Había sido un día lleno de sorpresas, y no estaba seguro de poder soportar más.
—Hm —asintió.
Pero el entusiasmo de Hanna era contagioso, así que respiró profundamente y tomó el primero.
—¡Woah!
Era de su madre, un nuevo kimono para sus entrenos en el dojo y un par de chacos. Sintió su orgullo por su pasión y eso le hizo querer entrenar más duro que nunca.
—¡Gracias, mamá —la abrazó—, te amo!
—Con gusto, cariño —le revolvió el cabello y le dio un beso en la frente—. Feliz cumpleaños.
El segundo regalo era de Haruki, un cómic que había estado mirando durante semanas. Su sonrisa cómplice le dijo que había notado su curiosidad cada vez que pasaban por la tienda.
—¡El cómic de la otra vez!
Era una historia de amistad y valentía, temas que resonaban profundamente en ambos. Haruki mencionó que Shinichiro y ella lo buscaron en varias tiendas.
—¡Es mi favorito —chilló—, gracias Haruki-neesan!
—Es un placer —sonrió—, Hanna-chan me ayudó a escogerlo..
El tercer y último regalo era de Hanna.
—¿Otro regalo?
—¿Qué te digo? —sonrió, apoyando su mentón sobre su mano—. Me sentía generosa.
Era más pequeño que los otros, pero la anticipación era palpable así que lo desenvolvió rápido para encontrar una pequeña llave de metal atada a una cinta.
—¿Una llave? —preguntó, sosteniéndola—. ¿Para qué es esto?
Las mejillas de Hanna se pusieron aún más rojas y bajó la mirada a su regazo.
—Es... es para un casillero en nuestra escuela.
Hanna y Keisuke compartían la misma escuela cuando eran pequeños, quizá en el futuro alguien sería expulsada y cambiada de colegio un par de veces, pero eso era cierto al menos por ahora.
—Pensé que podríamos poner nuestro libro de viajes allí —murmuró—, así siempre está seguro.
Keisuke sintió una calidez extenderse por su pecho. La idea de tener un lugar secreto para sus sueños y aspiraciones era increíblemente entrañable.
—Gracias —dijo, mientras se guardaba la llave en el bolsillo—. La guardaré en un lugar seguro.
—Más te vale —le sacó la lengua—, sólo hay dos copias de llaves.
El resto de la velada transcurrió en un torbellino de risas e historias, con la fiesta sorpresa de Hanna y su promesa compartida de aventuras dominando la conversación.
—Keisuke y Hanna —Ryoko miró a Haruki—, son muy buenos amigos.
—¿Verdad? —la pelirroja sonrió enternecida—. Me alegra que tenga a alguien que la haga sentir como una niña de verdad.
—Sí —Ryoko miró a la pequeña que jugaba con Keisuke—, es bueno para los dos.
A medida que la noche avanzaba y las sombras se hacían más largas, la fiesta se fue acabando y sus amigos comenzaron a despedirse.
—Tengo algo más para ti —susurró.
—¿Más? —parpadeó—. ¿No me estás consintiendo demasiado? Mikey se pondrá celoso.
—¡Shhh! —le cubrió la boca—. Mikey no se tiene que enterar de esto.
—Oh... Okay —sonrió—, será nuestro secreto entonces.
Hanna agarró la mano de Keisuke y lo condujo al patio trasero.
—¿Una fogata?
Allí, bajo las estrellas, había encendido una pequeña fogata.
—Vamos a disfrutar de la naturaleza —le sonrió—. Es bastante generosa, como yo.
Las llamas danzaban y crepitaban, proyectando sombras parpadeantes sobre los rostros de los dos jóvenes soñadores.
—Aquí está lo que me pediste —Haruki le entregó un paquete—. Tengan cuidado.
—Siempre —aseguró la pelinegra menor.
Se sentaron con las piernas cruzadas frente al fuego, asando malvaviscos y compartiendo sus recuerdos favoritos.
—¿Recuerdas cuando...?
Hanna habló de la vez que se habían colado en la escuela para robarse las respuestas del examen y Keisuke recordó el día en que descubrieron a Mikey haciéndole bromas a Shinichiro.
—¡Sí —sus risas enmarcaban todo el patio—, fue genial!
El calor del fuego bailaba sobre sus mejillas, un marcado contraste con el aire fresco de la noche. Miraron fijamente las llamas parpadeantes, sus sombras representando sus futuras aventuras en la cerca detrás de ellos.
—Haruki tiene sueño —murmuró la pelinegra, viendo a su hermana bostezar—. ¿Sabías que los bostezos se pega-?
Hanna bostezó y se inclinó más cerca, la luz del fuego se reflejaba en sus ojos grises. Keisuke soltó una pequeña risa.
—Kei —lo llamó, su voz baja y seria.
Keisuke le vio algo asustado ante el repentino cambio.
—Cuando vayamos a nuestra aventura —lo vio a los ojos—, necesitaremos un apretón de manos secreto.
Keisuke no pudo evitar reírse entre dientes.
—¿Un apretón de manos secreto? —repitió, la vio asentir con seriedad—. Está bien, pensemos en uno.
Se sentaron en silencio por un momento, ambos perdidos en sus pensamientos. Entonces, sin previo aviso, la mano de Hanna se disparó y golpeó su palma con un fuerte golpe.
—Lo tengo.
Ambos se rieron cuando ella comenzó a entrelazar sus dedos, creando un intrincado patrón de manos entrelazadas. Al principio fue torpe, pero con cada intento se fue haciendo más preciso.
Hasta que finalmente lo lograron.
Un apretón de manos que era únicamente suyo, lleno de la promesa de las aventuras que compartirían en el futuro.
—Es perfecto.
Hanna asintió solemnemente.
—Es nuestro —susurró, su voz era una mezcla de emoción y asombro—, sólo... nuestro.
Keisuke no pudo evitar sentirse como el mejor de todos esa noche. Incluso sabiendo que Hanna lo veía como su amigo, pese a que Mikey y él le gustaban a la pelinegra, sintió esa noche que sólo existía él en los ojos grises.
Al menos por esa noche.
La noche se hizo más fría, pero el calor del fuego y su emoción compartida los mantuvo en marcha.
—Te digo, el yakisoba es el mejor.
—A mí me gusta más el ramen —afirmó—, pero sí, el yakisoba es muy bueno también.
—Si algún día vivimos juntos —Keisuke la miró avergonzado por lo que estaba diciendo, pero sin arrepentirse—, comeremos ramen de almuerzo y yakisoba de comida, todos los días.
—¿Y de desayuno?
Hanna sonrió burlona.
—Sandwiches de atún —le sacó la lengua—, pero yo cocino. Tú nos darías indigestión.
—¡Oye!
Hablaron de sus comidas favoritas, lugares que querían visitar y la gente que conocerían.
Una conversación llena de sueños inocentes.
Cada pensamiento era más extravagante que el anterior, pero en la tranquilidad de la noche, rodeados por las brasas crepitantes, todo parecía posible.
—Y cuando estaba viva, estaba viva —Hanna comenzó a perder el sentido en sus frases—, y tenía un terrible problema.
—¿Un terrible problema?
—Sí —bostezó—, estaba viva.
—¿Qué? —Keisuke soltó una risa—. Suena terrible.
Cuando las llamas comenzaron a apagarse, los ojos de Hanna se adormecieron y se apoyó en el hombro de Keisuke.
—¿Qué signific-?
Él sintió el peso de su cabeza y la rodeó con un brazo, sintiéndose protector y querido a la vez. Se sentaron allí en un silencio amistoso, las estrellas sobre ellos titilaban como mil velas diminutas en una tarta de cumpleaños.
—Eres algo extraña a veces —susurró—, pero incluso así, me gustas.
Finalmente, con el fuego reducido a brasas humeantes, llegó el momento de entrar a la casa.
—Ven aquí —Haruki cargó a la pelinegra adormilada—. Oh, Keisuke, ¿puedes abrir la puerta? Es Tokio.
—¡Oh, sí!
Ryoko y Haruki apagaron el fuego con cuidado y regresaron a la cálida casa.
—¡Señora Tok-!
Abrió la puerta, encontrándose con la mamá de Hanna, quien llevaba una sonrisa sutil en sus labios y una olla entre sus manos.
—¡Kioto-san! —se corrigió a sí mismo—. ¡Adelante!
La madre de Hanna había preparado una cena especial para él, y el aroma de su comida favorita llenaba el aire.
—¿Mi hija hizo eso?
La madre de Hanna, Kioto, era una mujer muy dulce y tranquila, tenía una salud muy frágil por lo que la veían pocas veces, pero Keisuke sentía una gran afinidad por ella.
—¡Mamá! —chilló la pelinegra—. ¡¿No me tienes fé?!
—No —respondió sin dudar, haciendo que todos se rieran—. Perdón, bebé, es que eres tan...
Mientras comían, los cuatro se rieron y hablaron de los acontecimientos del día, la alegría de su amistad se derramó en cada plato y Keisuke sintió una gran felicidad de pasar el tiempo juntos.
—¡Espero que te hayas divertido, Kei —Hanna le sonrió al despedirse—. Nos vemos mañana en la escuela!
—¡Adiós!
Más tarde, mientras Keisuke estaba acostado en la cama, sonrió como tonto hasta quedarse dormido.
—Sí —sonrió, guardando su rostro en la almohada—, fui muy feliz hoy.
Feliz de haber pasado todo el día junto con Hanna y ansioso por ir a la escuela, incluso si no estaban en el mismo salón, Hanna estaría allí así que eso lo ponía feliz.
Porque volvería a verla allí.
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Noviembre 3, 1999
Una tarde de miércoles aburrida y fresca, las hojas de afuera eran un mosaico de naranjas y amarillos.
—Estoy aburrido —se quejó el pelinegro.
¿Qué está haciendo Hanna?
Hanna estaba un año atrás que él en la escuela por lo que tenían clases distintas y casi no la veía.
—¿Quién se inventó las tareas?
Pero ese día ni siquiera en los recreos pudo verla, supo que fue sólo porque la vio brevemente junto a ese chico de cabellos blancos y la castaña de gafas que siempre iban con ella.
¿Qué estoy pensando?
El timbre sonó, sacando a Keisuke de sus pensamientos, corrió hacia la puerta, ansioso. Su corazón se agitó al ver el rostro sonriente de Hanna, sus ojos grises brillando con picardía.
—¡Sorpresa! —gritó, sosteniendo un pequeño regalo envuelto meticulosamente.
—Han-
—¡Feliz cumpleaños —se abalanzó sobre él en un abrazo—, Kei!
Hanna no era mucho de abrazos, sólo en ocasiones especiales, por lo que se sintió feliz. La pelinegra se metió a su casa sin siquiera dejarle decir nada.
—Sí, pasa —replicó sarcástico—, siéntete como en tu casa.
Hanna decía que siendo mejores amigos tenía privilegios como ese.
—Ya lo hice —señaló sus zapatos en sus manos—, gracias.
Keisuke arrugó la nariz sin saber en qué momento se los quitó y sólo sonrió mientras ambos ingresaban de vuelta a la casa. La vio sentarse en su casa y tomar una de sus revistas en manos.
—¿Por qué tienes tantas revistas de animales? —murmuró—. Oh, esto es interesante.
El pelinegro rodó los ojos, acostumbrado a sus arranques, sentándose en su escritorio para terminar las tareas que tenía.
—¿Cuánto es dos más uno?
—Qué estrés.
—Pero ayúdame.
—¡Es tres!
—Oh...
Un rato después se dio cuenta que Hanna estaba extrañamente en silencio por lo que se volteó a ver que estaba haciendo, creyendo que estaría dormida, sorprendiéndose al verla a su lado.
—¡Oi!
—¿Hm? —Hanna sonrió burlona—. ¿Te asustaste, gatito?
La pelinegra, que se había parado a su lado cerca de él para chismosear lo que estaba haciendo, mantenía una cercanía tranquila.
Ella no sabía cuidar su espacio personal con él.
No que se quejara realmente, era del tipo de niño que dejaba que ella lo molestara y luego lloraba para que ella lo besara en la mejilla.
—N-no.
—¿Estás avergonzado? —murmuró.
—No —frunció el ceño y la enfrentó—, pensé que estarías durmiendo porque no te escuché.
—Eres muy guapo —ella le picó la mejilla con una sonrisa traviesa—. ¿Ryoko-san se tardará mucho?
—¿Hm?
Ella negó con la cabeza y se fue del cuarto sin decir nada más, cosa que Keisuke no comprendió.
Pero ella era así.
Usualmente pasaba mucho tiempo en su casa, siguió haciendo garabatos en su cuaderno hasta que ella volvió.
—Mikey dijo que vendría más tarde —la vio de reojo, recostándose en la cama boca abajo con uno de sus cómics en manos—, con Emma.
—Okay.
—Y Haruchiyo —la vio destapar un bombón—, dijo que no quería venir aunque lo invité.
—¿Sí?
—Ha estado actuando raro conmigo desde...
Los ojos de Hanna se perdieron entonces y Baji bajó la mirada sabiendo a qué se refería, luego del accidente con Mikey, Haruchiyo se había alejado de ellos, era un chico extraño generalmente.
—¡Baji! —escucharon un grito afuera.
Como si hubiese sido invocado.
—Es Mikey —murmuraron al unísono.
Baji y ella salieron del cuarto donde el pelinegro fue hasta la puerta para abrir mientras que la pelinegra se sentó en la sala, encendiendo el televisor.
—Voy a encender la consola —le dijo, Baji asintió—. ¿Jugar mario kart...?
Hanna, Mikey y él quedaron en ser amigos en halloween, pero era algo más complejo que eso.
—Hey —abrió la puerta con una sonrisa.
—Hola —Mikey sonrió, pero su sonrisa se apretó cuando vio a Hanna en la sala—. Hanna ya está aquí, huh.
Hanna, con su cabello negro alborotado, levantó la vista del videojuego, los ojos negros se abrieron de par en par al verla tan despreocupada. La pelinegra les dedicó una gran sonrisa.
—¡Hanna! —Emma apartó a Mikey y fue a abrazar a su amiga—. ¡¿Cómo estás?!
Ambas se pusieron a hablar enseguida con grandes sonrisas por lo que Hanna dejó a un lado el videojuego. Mikey y él continuaron el videojuego entonces, hablando de tonterías mientras tanto.
—Oh —Hanna se palmeó la cara al recordarlo—. Es cierto, Edward, ¿viste mi regalo?
—¿Me compraste un regalo?
Mikey se asomó detrás de Baji a verla.
—¿Le compraste un regalo?
La pelinegra asintió y fue hasta el cuarto de Baji donde fue la última vez que recuerda haberlo visto, Mikey sintió una punzada de celos, rápidamente enmascarada por su sonrisa.
—¡Lo hice solo para ti!
La pelinegra se acercó de nuevo y le entregó el regalo con una pequeña sonrisa.
—¡Gracias, Hanna!
Tomó el regalo, su curiosidad se despertó.
—¡Ábrelo —gritó Emma—, ábrelo!
La habitación quedó en silencio mientras Keisuke desenvolvía cuidadosamente el regalo, dentro había un juguete hecho a mano.
—Whoa, Hanna —susurró, con asombro en su voz—. Es increíble.
Las mejillas de Hanna se sonrojaron de placer, y agachó la cabeza, con una tímida sonrisa en sus labios.
—No soy muy buena haciendo cosas —se rascó la mejilla—, pero quería que tuvieras algo especial para tu cumpleaños.
Keisuke sonrió burlón, sabiendo que la pelinegra estaba intentando lucir dócil y tímida cuando realmente no era así.
—¿Bromeas? Eres la mejor.
—Lo sé —se acomodó el cabello con una sonrisa—, cariño, lo sé.
Mikey miró el muñeco en manos de Baji, Hanna usualmente daba regalos así en los cumpleaños de todos, pero aún así era algo intrigante.
¿Qué significaban sus regalos?
Ryoko Baji, la madre de Keisuke, salió de la cocina, secándose las manos en un delantal.
—¿Por qué no nos sentamos todos en la sala de estar? —sugirió.
Se reunieron alrededor de la mesa baja en la sala de estar, el aire estaba cargado de emoción.
—Buena idea —la pelirroja jaló a su amiga rubia hacia la sala donde los chicos estaban sentados en el suelo—. Les digo Hanna se tardó días haciendo ese muñeco jaja.
Haruki Yagami, la hermana mayor de Hanna, estaba sentada junto a Ryoko y la madre de Hanna, con los brazos cruzados sobre el pecho, una sonrisa cómplice jugando en sus labios.
—Es raro ver a tu mamá —murmuró Emma—. Se ve bien.
—Sí —Hanna sonrió brevemente—, los médicos dicen que está todo controlado.
Su madre no solía salir mucho por su condición de salud, pero había pasado los cumpleaños de Baji hablando con Ryoko y Haruki, eso la hacía sentir bastante feliz.
—Me alegra.
La abrazó entonces por los hombros con una sonrisa mientras veían a Mikey con Baji, peleando por alguna tontería.
—¿Qué has pensado de ese par?
—No quiero pensar nada —bufó—, ya te dije lo de halloween. ¿No?
—Hm —la rubia sonrió—, me parece bien.
Mikey no pudo contener su curiosidad por más tiempo.
—¿Qué te regaló Hanna? —preguntó, inclinándose para inspeccionar el juguete—. No logré ver bien.
Su mirada se posó en Hanna y sintió una punzada de algo que se parecía mucho a la envidia.
—Esto —Keisuke levantó el juguete y sintió sus suaves bordes con los pulgares—. Lo hizo ella misma.
No podía evitar que el orgullo se reflejara en su voz.
—Es lo más genial que he recibido en mi vida —se mordió el labio—, bueno, lo segundo...
Lo primero era su libro de aventuras, pero eso era un secreto.
Los ojos de Emma se abrieron de par en par.
—¿Podemos jugar con él?
Keisuke miró a Hanna, que asintió tímidamente.
—Claro —sonrió—, pero teniendo cuidado.
Los cuatro amigos estallaron en risas y juegos, el sonido de sus voces felices rebotó en las paredes. Hicieron correr el muñeco por las tablas del suelo, haciéndolo volar por el aire con desenfreno.
—¡Wii!
Cada vez que aterrizaba, Keisuke no podía evitar sentir una emoción de alegría porque Hanna había hecho eso.
Sólo para él.
A medida que avanzaba la tarde, la fiesta se volvió más ruidosa.
—Ya ves —Hanna sonrió—, es tan fácil como eso.
Jugaron, comieron pastel e intercambiaron más regalos. Sin embargo, en medio de las festividades, Keisuke no pudo evitar sentir una creciente sensación de inquietud.
—¿De verdad? —balbuceó—. No creo que sea tan fácil.
—Sí lo es —afirmó Baji—, sólo le das un golpe y ya.
Mikey lo miró en silencio.
—Baji lo sabe bien —Hanna soltó una risa—, porque sin querer le saqué un diente.
Keisuke sabía que este momento de pura felicidad era fugaz y que pronto tendría que enfrentar la realidad de sus sentimientos por Hanna y el triángulo amoroso secreto que se había formado entre los tres.
—Hanna parece enamorada de ti —masculló Mikey—, es molesto.
—¿Hah? —Baji sonrió burlón—. ¿Y de quién más?
—Baji, haz que deje de amarte —frunció el ceño—, de inmediato.
—Bueno —miró a Hanna jugando con Emma al otro lado de la sala—, espero lograrlo, pero...
Mikey alzó la ceja.
—Una vez que provoco la magia —se tocó el pecho—, no sé cómo revertirla.
Mikey sonrió.
—¡Oh, Dios, aféame! —miró al techo—. ¡Por favor!
Mikey soltó una carcajada.
—¡Sí, aféalo!
—No tan alto, Mikey —lo agarró de los hombros—, que Dios te puede escuchar.
El sol se hundió en el horizonte, arrojando una luz cálida y dorada a través de las ventanas. Las sombras se alargaron y las risas comenzaron a apagarse a medida que los niños se cansaban.
—¿Sabían que el chocolate tiene la propiedad de liberar endorfinas?
Mikey, Emma y él la miraron.
—¿Endo qué cosas?
Hanna usualmente soltaba datos random de repente, con el tiempo se acostumbraron a las cosas raras que decían.
—Son las que te hacen sentir —señaló Hanna con una sonrisa—, como enamorado.
—¿Y funciona?
Hanna bostezó, con los párpados pesados.
Es tan linda...
Keisuke sintió una repentina necesidad de capturar ese momento para siempre.
—¿Quién sabe?
Miró a Mikey, que observaba a Hanna con una mirada de silencioso anhelo, y se dio cuenta.
Ambos pensamos igual.
—¡Ya casi es hora del pastel!—gritó su madre entonces.
Los rostros de los niños se iluminaron una vez más, incluso Hanna, que comenzaba a tener sueño, se levantó al oír la palabra mágica.
—¡Keki!
Se reunieron alrededor de la mesa de la cocina, ansiosos por apagar las velas y pedir sus deseos.
—Vengan aquí.
Keisuke respiró profundamente, con el corazón acelerado mientras miraba las llamas parpadeantes. Deseaba, con todas sus fuerzas, poder decirle a Hanna lo que sentía.
Sin perder la amistad que compartían.
Pero cuando se inclinó para apagar las velas, supo que algunas cosas eran demasiado aterradoras para pedirlas en voz alta.
—¡Feliz cumpleaños —lo aplaudieron—, Keisuke Baji!
El pastel era una obra maestra de chocolate, tal como él había pedido. Haruki lo había horneado ella misma.
—Muy bien —Ryoko y Haruki comenzaron a partir el pastel tras tomarles un par de fotos—. Siéntense y ya les damos sus porciones.
El dulce aroma a chocolate y azúcar llenó la habitación cuando cada uno de ellos probó un bocado. El sabor era celestial, y Keisuke no pudo evitar sentir que este era el mejor cumpleaños que había tenido.
—Shin está afuera —Haruki se asomó con una sonrisa hacia los Sano—, esperando por ustedes.
Cuando la fiesta llegó a su fin y los regalos fueron guardados, los amigos comenzaron a despedirse a regañadientes.
—¡Adiós, Baji!
Hanna se quedó junto a la puerta mientras despedían al par de rubios, sus ojos buscando los de Keisuke.
—Hanna.
La mirada de Mikey siguió a Hanna, sus ojos llenos de una mezcla de admiración y algo más que Keisuke no pudo identificar antes de irse junto a su hermano mayor.
—Um...
Sintió que se le formaba un nudo en la garganta mientras la miraba, sabiendo que tenía que irse, pero no queriendo que se fuera.
—¿Pasa algo? —murmuró.
—Hanna, es hora de irnos también —comentó Haruki—. Voy por las chaquetas.
—Ah —Hanna apretó los labios—, sí.
Baji tragó saliva con fuerza, tratando de ignorar la sensación de que su estómago daba volteretas. El silencio se hizo más pesado mientras las hermanas Yagami se ponían sus chaquetas, listas para salir.
—Gracias por la increíble fiesta, Kei-kun —susurró Hanna, su voz apenas audible sobre el crujido de la tela.
Se inclinó y le dio un suave abrazo, su calidez filtrándose hasta el alma.
—Espero que hayas estado feliz —le dedicó una sonrisa—, nos vemos mañana.
—Gracias a ti, Hanna.
Los ojos de Keisuke se encontró pensando en Mikey una vez que las vio irse.
—¿Estás bien, cariño?
—Sí —le sonrió a su madre—, sólo me hubiese gustado que el día fuera más largo.
Cuando la puerta se cerró detrás de ellos, la casa se sintió extrañamente silenciosa. Keisuke agarró el auto de juguete con fuerza en su mano, sus pensamientos a toda velocidad.
¿Qué iba a hacer con lo que sentía?
Solo unos días atrás, en Halloween, juraron con Hanna que seguirían siendo amigos, pero él no podía dejar de enamorarse más de ella cada día.
¿Era suficiente?
¿Podrían cumplir sus promesas así?
Si Mikey la quería, podía tenerla.
Antes de irse, Mikey lo había jalado del brazo para tener una pequeña conversación solo ellos dos.
—Sabes —su voz fue vacilante cuando le habló—, creo que Hanna se divirtió, pero no olvides que es mía.
Keisuke apartó la mirada, con la garganta apretada.
—Sí —logró decir—, pero ¿y si...?
—¿Y si qué? —desafió Mikey—. Hanna es mía, Baji.
La única cosa con Mikey era que no tenía mucho en cuenta la opinión de Hanna, actuaba como si su destino fuera ella pese a nunca ser serio, era algo extraño que su cabeza no entendía del todo.
—¿Y si ella no siente lo mismo, Mikey?
Mikey se quedó en silencio por un momento antes de hablar de nuevo.
—¿Y si lo hace? —contraatacó, sin apartar los ojos de Keisuke—. Si me elige... ¿Qué harás?
El aire entre ellos se volvió denso por la tensión, sus sentimientos no expresados finalmente salieron a la superficie. Se miraron el uno al otro, las palabras no dichas colgando pesadas en el aire.
—No podemos dejar que esto arruine nuestra amistad —dijo finalmente Keisuke, con voz firme a pesar del temblor en sus manos—, pero tampoco podemos ignorar cómo nos sentimos.
Los dos amigos permanecieron en silencio en el pasillo hasta que los demás habían llegado. Ambos sabían que su amistad estaba a punto de ser puesta a prueba de maneras que nunca podrían haber imaginado.
Pero ninguno sabía lo que el destino tenía preparado.
.
.
.
Noviembre 3, 2000
¡Era jueves! Pero no era un jueves cualquiera.
Era 3 de noviembre y Baji cumplía 10 años.
Haruki, que tenía que ir a trabajar temprano ese día, dejó a Hanna en la puerta de la casa Baji.
—Ten mucho cuidado —le dijo la pelirroja—. Nada de hacer daños.
—Nunca hag-
—¿No?
La pelirroja alzó la ceja por lo que Hanna se quedó callada.
—Bien —masculló entre dientes—, no haré nada, lo prometo.
Hanna se despidió con la mano, sus ojos grises brillando de emoción por el día que la esperaba. Ese día ninguno tuvo clases por lo que Hanna suplicó a Haruki que la dejara en casa de Baji antes de irse a su trabajo.
—¡Llegó por quien lloraban! —se asomó—. ¡Buenos días!
Sabía que la madre de Keisuke, Ryoko, era una experta en la cocina y probablemente había estado despierta durante horas preparando un banquete de cumpleaños para su pequeño príncipe.
—Oh, lala, señor francés —sonrió—. Huele delicioso.
El aroma de galletas recién horneadas se extendió por el pasillo y condujo a Hanna a la cocina, donde encontró a Keisuke, ayudando con entusiasmo a su madre.
—Buenos días —dijo con una sonrisa que hizo que su corazón se acelerara—, Hana.
Ryoko levantó la vista de su tazón para mezclar y se secó las manos en el delantal.
—¡Oh, Hanna —exclamó—, qué bueno que estás aquí! Llegas en el momento perfecto. ¿Te importaría ayudarme a glasear estas galletas?
Hanna sonrió radiante ante la oportunidad y se sentó junto a Keisuke en la encimera.
—Enseguida —miró a Baji—, feliz cumpleaños, ninja.
Sus mejillas estaban sonrojadas por la emoción, un marcado contraste con su actitud tranquila habitual.
—Gracias, bella dama.
La cocina era un torbellino de calidez y dulzura, con el sol arrojando un suave resplandor a través de las cortinas.
—¿Cómo te fue en clases hoy, Hana-chan?
Mientras trabajaban, sus dedos se rozaban de vez en cuando, provocando pequeños escalofríos en la columna de Hanna. Ryoko los observaba con una pequeña sonrisa.
—Hoy tuve clases con el señor Han —Hanna les contaba sobre su día—, es un señor muy extraño.
Los ojos de Keisuke permanecían concentrados en la tarea en cuestión, pero ella podía sentir su mirada deteniéndose en ella de vez en cuando.
—¿Qué tiene de raro?
—Hm —se puso una mano en el mentón—, no lo sé.
El aire entre ellos parecía espesarse con cada sonrisa compartida y mirada robada.
—Supongo que es porque es chino —comentó—, pero se crió en corea y trabaja aquí en japón.
Ryoko se soltó a reír.
—Es como Confucio —bromeó Keisuke—, porque confunde a todos.
La cocina estaba llena de los sonidos reconfortantes de sus risas y el suave tintineo de las cucharas contra los cuencos de cerámica.
—Este año que viene me disfrazaré de...
Ella lo miró. Keisuke con el ceño ligeramente fruncido por la concentración, y se encontró perdida en su mirada.
Había algo en Baji que, no sabría explicar.
Pero lo sintió desde la primera vez que lo vio.
Algo... inevitable.
Sus ojos, de un marrón oscuro que le recordaba a una taza de chocolate caliente en un día de invierno, se encontraron con los de ella.
Por un momento, se sintió como la única persona en la habitación.
Mientras trabajaban juntos, Hanna sintió una suave calidez que se extendía por su pecho. Kei siempre había estado ahí con ella, pero hoy, notó cuánto había crecido durante el último año.
—¿De...?
Sus hombros se habían ensanchado y la forma en que se movía era más segura, más como el joven en el que se estaba convirtiendo.
—Oh... Um...
Sus mejillas se pusieron calientes y rápidamente se dio la vuelta, fingiendo buscar chispas para ocultar su rubor.
—Lo olvidé —murmuró, sonrojada.
El silencio se volvió un poco incómodo, pero estaba lleno de la dulce anticipación de un secreto no dicho. La mano de Kei rozó la suya nuevamente y sintió una chispa eléctrica pasar entre ellos.
Esa chispa...
Él miró hacia abajo, aparentemente sorprendido por el contacto, antes de volver a mirar hacia arriba con una suave sonrisa que hizo que su corazón se acelerara.
Nunca desapareció.
Compartieron una mirada de complicidad y ella sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral.
—Muy bien —la señora Baji se aclaró la garganta—, ustedes dos..
Ambos la voltearon a ver, fingiendo que no había pasado nada, lo cual le generaba gracia a la mayor. A medida que iban creciendo lo había notado.
Pronto tendría que tener cierta charla.
—El pastel está listo para salir del horno —anunció—. Cuidado, no se quemen.
Les entregó guantes de cocina y ambos sacaron el pastel con cuidado, el calor del horno se sumaba a la calidez de la habitación.
—¡Whoa!
Hanna dio un paso atrás, admirando el bizcocho dorado perfecto con glaseado de chocolate, su corazón se aceleró al darse cuenta de que el pastel no era lo único que había estado a la altura de las circunstancias.
—Se ve y huele delicioso —aseguró—, es genial, Ryoko-san.
—Lo sé, tu madre me dio la receta —Ryoko se cubrió la boca al decirlo sin querer—. Perdón...
Hanna solo sonrió triste y bajó la mirada.
—Oh.
Su madre había fallecido ese año por lo que aún era difícil para ella cuando la recordaba, en su mente sonaron miles de vasos cayendo al suelo y rompiéndose en una perfecta sinfonía que expresaba bien cómo se sentía su corazón.
—Descuida —le dedicó una sonrisa—, mi mamá... estaría feliz de ver esto.
—Ahm, vamos a continuar —Keisuke la jaló entonces con cuidado—, aún falta el glaseado.
El glaseado todavía estaba tibio y pegajoso, y los ojos de Kei nunca dejaron los de ella mientras lo extendía sobre el pastel con un toque suave.
—Realmente eres buena en todo —se quejó—. ¿Cómo es eso posible?
—No soy buena en todo —los ojos de Hanna se oscurecieron un momento—, quisiera ser buena en todo...
¿Por qué no puedo ser buena en todo?
Quizá papá...
No, qué tonterías pienso.
—¿Hay algo en lo que no lo seas? —pujó el pelinegro, incrédulo—. Eres buena en las artes marciales, blandiendo espadas, haciendo origami y todo tipo de manualidades...
—No soy buena cocinando —señaló—, por ejemplo.
—Es verdad —se mordió el labio—, pero sí decorando pasteles.
Hanna apretó los labios.
—Y no te preocupes por lo de cocinar —Baji le puso la mano sobre la suya y sonrió—, yo cocinaré para ti siempre que tengas hambre.
Hanna sintió que estaban en un mundo propio, una danza silenciosa de azúcar y especias.
—Gracias —susurró, sabiendo que estaba intentando animarla—. Eres un gran chico, Kei.
La habitación quedó en silencio, salvo por el distante canto de los pájaros afuera y el suave crujido del horno que se enfriaba.
—Entonces cásate conmigo —bromeó—, cuando seamos grandes.
Su corazón latía fuerte en su pecho, el ritmo resonaba en sus oídos como una línea de tambores que anunciaba la llegada de algo significativo.
—¿De qué están hablando —Ryoko los interrumpió, riéndose—, par de cotorras?
Hanna fingió silbar pero su rostro estaba tan rojo como el de su hijo, lo cual le causó gracia.
Son tan tiernos cuando no están causando problemas.
—Cosas —replicó su hijo, avergonzado—, cosas... normales, mamá.
Ryoko alzó la ceja, ya era sospechoso sin que aclarara eso, pero solo negó con la cabeza.
—Voy a ir por algo que se me quedó afuera —anunció Ryoko—, no vayan a hacer un desastre.
—¡Okay!
—Falta sólo un pequeño detalle.
Cuando colocaron la cereza final sobre el pastel, sus manos se tocaron accidentalmente una vez más.
Esta vez, ninguno de los dos se apartó.
Hanna sintió que se le cortaba la respiración cuando la mano de Kei se posó sobre la suya, las manos de Baji siempre estaban cálidas. Ella adoraba, inconscientemente, la sensación.
—Hm...
Ambos se detuvieron, sus ojos se encontraron en un momento de entendimiento que pareció durar una eternidad.
—¿Sabes? —Hanna lo miró fijamente—. Dicen que cuando una persona besa a otra en su cumpleaños...
Keisuke reconoció sus palabras del cumpleaños de Mikey, era una anécdota graciosa porque había hecho que Draken, Mitsuya y él besaran a Mikey en la mejilla el año anterior.
—Estas personas permanecen juntas —su voz apenas un susurro—, para siempre.
La mano de Kei se detuvo con la espátula flotando sobre el pastel, viéndola con los ojos bien abiertos y cuando ella soltó una risita, se sonrojó.
—Solo digo —agregó, encogiéndose de hombros como si fuera la cosa más casual del mundo.
Los ojos de Kei buscaron los de ella, buscando un indicio de seriedad. Hanna encontró su mirada, sus propios ojos bailando con una mezcla de travesura y algo más, algo más profundo.
—¿Es así? —murmuró, dejando la espátula a un lado.
—Sep —afirmó—. ¿Recuerdas? Todos le dimos un beso a Mi-
Su mano encontró la de ella y, antes de que pudiera reaccionar, la llevó a sus labios y le plantó un suave beso con sabor a chocolate en los nudillos.
—¿Vas a besarme entonces? —inquirió—. Hoy es... mi cumpleaños.
Se le cortó la respiración y sintió que el corazón se le subía a la garganta. La habitación pareció inclinarse ligeramente y tuvo que apoyarse en la encimera para estabilizarse.
—¿Y bien? —preguntó, con una sonrisa petulante en la comisura de la boca.
Hanna no pudo encontrar las palabras. Los ojos de Kei buscaron los de ella, buscando una reacción.
—¿Tengo que besarte yo?
Ella asintió, sin apartar la mirada de él. Él se acercó más y ella pudo sentir el calor de su cuerpo. Se inclinó y cerró los ojos al sentir su aliento en la mejilla.
Como una promesa silenciosa.
Sus labios se encontraron y el mundo que los rodeaba se desvaneció, dejando solo la dulzura del momento.
—¿Eso funciona? —Baji la observó con una pequeña sonrisa—. Creo que el dicho es al revés.
Keisuke sabía qué pensaba Hanna y las razones por las que nunca aceptaba confesiones.
¨La persona del cumpleaños es quien recibe el beso, no quien lo da¨
Además considerando la forma en que Haruki llevaba años rechazando a Shinichiro pese a estar enamorada de él, no tenía mucha fé con Hanna.
Pero incluso Shinichiro seguía insistiendo.
—Sí —Hanna sonrió—, lo siento, lo olvidé.
Shin solía decir que el que persevera, alcanza.
La pelinegra se acercó a él y rozó sus labios suavemente, haciendo que su pequeño corazón estallara de felicidad, era un beso suave.
¡Ahh, de verdad lo estaba besando!
Pero no podía evitar pensar en Mikey y su promesa de amistad.
—Ahora —se separó con las mejillas rojas—, tú y yo estaremos juntos para siempre.
—Creo que no fue suficiente —la jaló hacia él de nuevo—, es más...
Era inocentemente...
—Sólo un poco más...
¿O quizá no tanto?
La puerta se abrió de golpe y ambos saltaron hacia atrás, con los ojos muy abiertos.
—¡Hola a todos! —Mikey entró de golpe, lleno de energía y sonrisas—. ¡Lo más asombroso del mundo ya está aquí!
Sus ojos se movieron de Keisuke a Hanna y se detuvo un momento, percibiendo la atmósfera íntima en la que se había metido.
—¿Qué están haciendo ustedes dos? —Era Mikey, con el cabello rubio y el ceño fruncido.
El corazón de Hanna se desplomó cuando se dio cuenta de las implicaciones de sus acciones. La mano de Kei se apartó de la suya, dejando un espacio frío y vacío.
—¿Hm? Nada...
Los ojos de Mikey se entrecerraron, mirando de Baji a Hanna.
—N-no es nada —tartamudeó Hanna—, nada de nada.
—Sí —dijo Baji, con voz temblorosa—, estábamos... haciendo el pastel.
Mikey los miró a ambos por un largo momento antes de soltar un suspiro exasperado.
—Está bien, está bien —se quejó antes de salir pisando fuerte—. Solo no quemen la casa.
Compartieron una risa nerviosa, la tensión en la habitación se disipó ligeramente. Hanna no pudo evitar sentirse culpable, sabiendo que Mikey también tenía sentimientos por ella.
—Perdón —susurró Baji, tomando su mano—, yo...
Hanna miró sus manos unidas, ahora torpemente enredadas, el pulgar de Kei acarició el dorso de su mano en un gesto reconfortante que envió oleadas de tranquilidad a través de ella.
—Estoy bien —susurró—, está bien.
—¿Por qué no van ustedes dos a poner la mesa? —Ryoko entró en la cocina, dándoles una sonrisa cómplice—. Yo me encargaré del pastel.
Hanna sintió que sus mejillas se calentaban bajo el suave estímulo. Ambos asintieron, separando sus manos mientras se dirigían al comedor.
—Muy bien —Hanna comenzó a acomodar todo—. Mitsu, Kenny, ¿me ayudan?
—Sí, bebé dragón.
Minutos más tarde la mesa ya estaba puesta con el mantel a cuadros azul y blanco favorito de Kei, el mismo que habían usado para todos los cumpleaños desde que ella podía recordar.
—Te voy a regalar un mantel —bromeó—, el próximo cumpleaños.
—No —frunció el ceño—, eso déjalo para mi mamá.
Las velas ya estaban encendidas, arrojando un cálido resplandor a través de la habitación. Kei sacó una silla para Hanna, sus ojos nunca dejaron los de ella.
—Gracias —le sonrió.
Ella se sentó, sintiendo el calor de su mano en su espalda, enviando escalofríos por su columna vertebral.
—Mira —Mitsuya y Draken se vieron con una sonrisa cómplice—. Hanna, ¿ya te creció el diente que Baji te tumbó?
—No —achicó los ojos—. Pero siento que fue su venganza.
—No es cierto, sólo pasó —silbó—, no es como que fuera venganza por tirarme uno el año anterior.
—¡Entonces si fue a propósito!
—¡Acabo de decir que no lo fue!
Hablaron sobre sus días en la escuela, evitando el tema de su beso compartido, pero de vez en cuando, sus miradas se encontraban, y el recuerdo se reproducía en sus mentes.
—Ah —Hanna asintió—. Akira me comentó de esa vez en la que...
Compartieron historias de sus clases y los problemas en los que Mikey y Draken se habían metido últimamente.
—Mikey les dio una patada —continuaba hablando Draken—, son imbéciles.
Hanna no pudo evitar sentir una punzada de tristeza al saber que podría haber lastimado a Mikey, pero cada vez que miraba a Kei, no podía arrepentirse.
Aún no, se decía, no estoy lista para esto.
Mientras estaban sentados allí, con las velas parpadeando, Hanna sintió una sensación de paz que la invadía.
—A lo mejor deberías pensar mejor —Mitsuya le sonrió—, antes de tomar decisiones.
—Shin me dijo lo mismo —se quejó la pelinegra—, no sé qué sentido tiene eso.
—Es un consejo, idiota.
—¿Hah? —miró a Baji—. ¿A quién le dices idiota, idiota?
El momento era perfecto, lleno de la dulzura de su secreto y la comodidad de su amistad. Estaban creciendo, pero ella sabía que, sin importar lo que pasara, siempre tendrían este vínculo especial.
—¡Dulce o truco! —Emma entró en la habitación con una sonrisa—. Agh, no... ¡Feliz cumpleaños!
Todos se soltaron a reír mientras la rubia se acercaba a Hanna tras abrazar al cumpleañero.
—El próximo Halloween...
El resto de la fiesta llegó en un torbellino de ruido y risas, y la casa se llenó con la charla de los amigos y el tintineo de los cubiertos.
—Ah, sí —Hanna soltó una risa—, eso fue cuando compuse la canción de ¨los odio a todos¨ porque nos castigaron.
—¿Porque los castigaron?
Hanna ahora estudiaba en la misma escuela que Draken y Mikey tras un pequeño percance en su escuela anterior a donde solía ir con Baji. Por suerte, sus amigos (Akira, Senna y Yuki) se inscribieron con ella al nuevo colegio así que no se aburría mucho.
Harían lo mismo en cada escuela.
—Porque estos... que no voy a decir nombres, pero los estoy mirando —miró a Draken y Mikey—, fueron e hicieron un desastre en mi salón y nos enviaron a detención junto con Akira.
Todos se echaron a reír.
—Entonces cantamos esto...
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—Chicos —miró a Akira, Draken y Mikey con una sonrisa—. Escuchen la canción que les acabo de componer.
Los tres se giraron a verla.
—Se llama los odio a todos —señaló, comenzando a mover su pandereta con su mano—. ♪Los odio a todos, son tres pendejos♪
Mikey sonrió inevitablemente.
—♪En especial Kenny —miró fijamente a Draken, la causa de que los hubieran detenido—, a quien odio más♪
Sí, era irónico que no hubiese sido Mikey sino Draken la razón por la que los pillaron.
—Okay, ahora todos cantemos juntos —miró a Akira con una sonrisa burlona—. ♪Los odio a todos♪
Akira, que estaba sentado a su lado, sólo asentía con la cabeza.
—Vamos, ya se saben la letra, ¿no?
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—Realmente —Emma se soltó a reír—. Pobrecita, no debiste ser detenida por ellos.
—¡¿Verdad?!
A pesar de la distracción, Hanna y Kei se encontraron mirándose furtivamente a través de la mesa, su conexión no se vio interrumpida por el caos que los rodeaba.
—Okay, chicos —Ryoko se acercó—. Hora del pastel.
Mientras cortaban la torta, Hanna respiró profundamente, con sus ojos fijos en los de Kei. Él le guiñó un ojo y ella sintió que el peso del mundo se levantaba de sus hombros.
—¿Qué ha pasado? —la codeó Emma—. Necesito contexto.
—Ya —Hanna sonrió—, después.
La fiesta fue un borrón de sonrisas, risas y regalos. Sin embargo, en medio de las festividades, Hanna no pudo evitar sentir un cambio profundo en su relación con Kei.
—¡Pie izquierdo, no, derecho!
—¿Por qué la pusimos a ella a gritar en el twister? —preguntó Mitsuya—. Es disléxica la pobre.
—¡Oi!
Todos soltaron una risa.
—¡Al azul!
—¡Que es rojo!
—Y daltónica —Draken se palmeó la cara—. Dame eso, bebé dragón.
A medida que el día se acercaba a su fin y los chicos se fueron, Hanna se encontró sola con Kei en el patio trasero.
—Ehm...
Él tomó su mano y balancearon sus brazos entre ellos, mirando las estrellas titilar en el cielo nocturno.
—Gracias... Um, por hacer de este el mejor cumpleaños de todos —dijo Kei, su voz llena de sinceridad—, Hanna.
Hanna lo miró, con el corazón agitado.
—Gracias por hacer que cada día —respondió suavemente—, se sienta como un regalo.
Él se inclinó y la besó de nuevo, esta vez sin dudarlo ni tener miedo de ser interrumpido. Fue un beso lleno de la dulzura de su infancia compartida y la promesa de un futuro lleno de amor y aventuras.
—Kei-
Mientras se alejaban, Hanna sintió una lágrima deslizarse por su mejilla, mezclándose con el frío en su piel.
—¿Qué pasa? —preguntó Kei, secándosela con el pulgar—. ¿Estás bien?
—Es que... tengo miedo —dijo con voz temblorosa—. Nosotros...
Keisuke lo sabía todo.
Kei la rodeó con sus brazos y la abrazó fuerte.
—Nuestra amistad no cambiará —prometió—. Y siempre estaremos juntos.
Él la iba a esperar hasta que estuviera lista.
Y con eso, los dos se quedaron bajo las estrellas, la calidez de su amor se mantenía a raya con el frío de la noche. Fue un momento que quedaría grabado en sus recuerdos para siempre.
Un símbolo del comienzo de su viaje juntos.
.
.
.
Noviembre 3, 2001
El sol se asomaba tímidamente a través de las cortinas, arrojando una suave calidez por toda la habitación.
—Así empiezan los días —Hanna tarareó—, tan llenos de sorpresas...
El aroma de galletas recién horneadas flotaba desde la cocina, mezclándose con el tenue aroma del café.
—¿Por qué me metí en esto? —murmuraba la pelinegra—. Yo y mi bocota...
Hanna Yagami, con su cabello negro atado en una prolija cola de caballo, estaba sentada con las piernas cruzadas en el piso del dormitorio de Keisuke Baji, rodeada por un mar de globos y serpentinas de papel de colores.
—Como para que me traicione el desgraciado...
Sus ojos grises brillaban de emoción mientras doblaba cuidadosamente un trozo de papel para formar un delicado pájaro de origami, moviendo sus pequeñas manos con sorprendente destreza para una niña de nueve años.
—Me estoy partiendo la espalda haciéndote esta celebración...
Había estado despierta desde el amanecer, ansiosa por preparar una sorpresa de cumpleaños especial para su mejor amigo, Keisuke.
—Me gusta la mala vida —mascullaba, bostezando—. Como para que...
La habitación era un testimonio del vínculo que habían compartido desde que eran niños pequeños; estaba llena de recuerdos de risas, lágrimas y secretos susurrados.
—Sólo me diga...
¨Ay, gracias, qué bonito¨
—Bonitas mis nalgas...
Las paredes estaban adornadas con dibujos infantiles de ellos juntos, cada uno más sincero y precioso que el anterior.
—¿Quién más va a hacer estas pendejadas? Nadie, nadie —chasqueó la lengua—. Ni Kazutora.
Había pasado semanas planeando la celebración perfecta para Keisuke, que cumplía once años ese mismo día. Las suaves risitas y el crujido del papel se hicieron más fuertes mientras trabajaba, cada pliegue acercaba su creación a la vida.
—Sólo la burra de Hanna —se masajeó la sien.
Un suave golpe en la puerta interrumpió el tranquilo ritmo de su creación.
—A mí lo que me hace falta es un café...
—Hanna, ¿estás bien ahí dentro? —llamó una voz suave, perteneciente a Ryoko Baji, la madre de Keisuke—. Keisuke se levantará pronto, y tenemos que terminar de decorar antes de que nos vea.
El corazón de Hanna dio un vuelco y miró alrededor de la habitación para asegurarse de que todo estuviera en su lugar.
—Soy la mejor —afirmó, satisfecha con la transformación que había logrado—. Humildemente.
La habitación era tan vibrante y festivo como el país de las maravillas, listo para recibir al cumpleañero con los brazos abiertos.
—Todo listo —abrió la puerta con una sonrisa—. Ya pue-
Keisuke, con su cabello negro despeinado y sus ojos marrones soñolientos, entró arrastrando los pies en la habitación, todavía en pijama. Había despertado en el cuarto de su madre, confundido.
—¿Hm?
Se frotó los ojos para quitarse el sueño y parpadeó ante la vista que tenía delante. Hanna levantó la vista de su trabajo, con las mejillas sonrojadas mientras le sonreía.
—¡Sorpresa! —exclamó, su voz era una melodía encantadora que llenó la habitación—. Happy birthday, Edward.
Los ojos de Keisuke se abrieron de asombro, contemplando las decoraciones y la montaña de regalos que habían aparecido mágicamente durante la noche.
—Buenos días...
Estaba en shock. No tenía idea de que ella había estado trabajando tan duro, y su corazón se llenó de gratitud y afecto por su joven amigo.
—¡Feliz cumpleaños —canturreó Hanna, poniéndose de pie de un salto—, Kei-kun!
Le tendió su pájaro de origami, que revoloteó con gracia en la luz. Era una hermosa grulla, un símbolo de larga vida y buena fortuna en su cultura, y le había llevado horas doblarla perfectamente.
—Hice esto para ti —dijo tímidamente, bajando la mirada al suelo—. Es un pequeño detalle.
Keisuke parpadeó, viendo la grulla.
—Es para recordarte que no importa cuán lejos estemos —apartó la mirada cuando vio a Ryoko asomada con una sonrisa—, siempre... estaré contigo.
Sus palabras quedaron suspendidas en el aire, una suave confesión que parecía llevar el peso de mil emociones no dichas. Keisuke tomó el pájaro con suavidad, sus dedos rozando los de ella.
—Gracias —murmuró, sintiendo una calidez que se extendía por su pecho—, Hanna.
Siempre supo que ella era especial con él, pero este gesto se sintió como si hubiera llevado su amistad a un territorio desconocido.
—Está hermoso —aseguró—, lo aprecio.
La miró a los ojos, buscando una pista de lo que ella realmente sentía, pero su expresión era tan enigmática como el papel doblado que sostenía.
Al menos no era un ¨qué lindo¨ solamente.
Hanna sonrió.
—Debe haberte tomado mucho tiempo —murmuró—, muchas gracias, de verdad lo aprecio mucho.
¿Acaso este chico es perfecto?
—No es nada —se rascó la mejilla, roja—, fue fácil.
Keisuke sabía que no era cierto, pero no dijo nada.
—Me alegra que te haya gustado.
La puerta del dormitorio se abrió con un crujido y Haruki Yagami asomó la cabeza, su cabello recogido en una cola de caballo.
—El desayuno está listo —anunció, rompiendo el silencio.
Tenía una sonrisa cómplice en su rostro, habiendo observado el tierno intercambio desde el pasillo.
—Ah, sí.
—Kei-chan, tu mamá dice que ustedes dos tienen que comer antes de comenzar a jugar.
Hanna miró a su hermana con una mezcla de emoción y decepción, sin querer abandonar la acogedora santidad de la guarida del cuarto.
—Sí, vamos —miró a Hanna—. Hanna necesita un café.
Keisuke, sin embargo, no pudo evitar sentir una punzada de alivio por la interrupción, ya que no estaba del todo listo para navegar por las nuevas aguas en las que se había aventurado su amistad.
—¿Cómo sabes?
—Te conozco —se alzó de hombros—, no eres persona hasta que no tomas café en las mañanas.
Hanna no pudo decir nada al respecto porque era un hecho.
—Si —afirmó—, cierto.
El día se desarrolló en un torbellino de risas y actividad. Jugaron, comieron la comida favorita de Keisuke y abrieron regalos, con Hanna al lado de Keisuke en cada paso del camino.
—Es increíble —Haruki soltó una risa—. ¿Qué se supone que eres?
—Una foca.
Hanna se había puesto los palillos en la boca, simulando dientes.
—Las focas no tienen dientes así —se rió el pelinegro—, esas son las morsas.
—Morsas, focas —murmuró—. ¿Cuál es la diferencia?
—Pues... A diferencia de las focas, las morsas no están cubiertas de pelo, parecen calvas con piel arrugada y gruesa —comentó—. Y las focas no tienen dientes alargados.
Hanna parpadeó.
—Impresionante —fue lo único que dijo—. A ti hay que meterte en un estudio de animales.
—¿Qué?
La risa de Hanna era contagiosa.
—Kei, serás un gran veterinario algún día.
Los ojos grises brillaban de alegría mientras lo veía abrir cada regalo. Era como si ella estuviera viviendo la emoción del día a través de él, y era todo lo que podía hacer para mantener sus propios sentimientos bajo control.
—¿Alguna vez has pensado en el futuro?
—Bueno —ella miró el suelo—, vamos a viajar por el mundo, ¿verdad?
La voz de Hanna estaba llena del optimismo desenfrenado de una niña que aún no le habían contado las duras realidades de la vida, incluso si no fuera verdad eso, Keisuke no pudo evitar sonreír ante su entusiasmo.
—Sí.
Él asintió, sus ojos se iluminaron al pensar en las aventuras que podrían tener juntos.
—¿Cuando iremos?
—Hm, no lo sé —miró al techo—. Vamos con mamá y Haruki a la playa el próximo mes.
—¡Sí!
En un momento se sentaron uno al lado del otro en la sala de estar, rodeados por los restos de un cumpleaños bien aprovechado.
—¿Por qué te fuiste a las nubes de repente?
—Pensaba que... El mundo está hecho de coincidencias —comentó en voz baja—. Entonces si una sola de ellas...
Si una sola cosa cambiara...
Todo habría cambiado...
Y no estarían aquí.
—Fuese diferente —miró al techo—, entonces estaríamos en un mundo completamente distinto.
Hanna apoyó la cabeza sobre el hombro de Keisuke, cerrando los ojos mientras respiraba suave.
—Qué profundo...
—Es obra del destino que estemos justo aquí.
Su pequeña mano encontró el camino hacia la de él, y por un momento, el mundo pareció detenerse.
—Juntos...
La suavidad de su piel contra la suya le provocó un escalofrío en la columna vertebral, y sintió que su corazón se aceleraba de una manera que nunca antes había sucedido.
—Sí —Hanna sonrió con los ojos cerrados—, seguro que sí.
Keisuke miró sus dedos entrelazados.
Encajan perfectamente con las mías.
Siempre había pensado en Hanna como su mejor amiga, su confidente, su compañera en el crimen.
—Kei-chan —murmuró, su voz apenas por encima de un susurro—. Cuando crezcamos...
Pero hoy, mientras estaba sentada tan cerca de él, no podía quitarse la sensación de que había algo más entre ellos.
—¿Crees que seremos felices en el futuro? Todos —murmuró—, juntos.
Keisuke tragó saliva, tratando de encontrar las palabras adecuadas.
—Sí —dijo, su voz sonaba un poco demasiado seca para su propio gusto—. Lo creo.
Ella giró la cabeza para mirarlo, sus ojos grises buscando los de él.
—¿Crees que seguiremos siendo amigos?
Se inclinó ligeramente, su mirada se fijó en la de ella.
—Siempre —le aseguró.
Su palabra era una promesa solemne.
La sonrisa de Hanna se hizo más grande y se inclinó aún más cerca, hasta que sus frentes se tocaron.
—¿Mejores amigos —susurró—, para siempre?
La respiración de Keisuke se atascó en su garganta. Sabía lo que quería decir y sintió el peso de sus palabras en lo profundo de su alma.
—Mejores amigos —afirmó—, para siempre.
Pero en ese momento, cuando sus ojos se encontraron y se sostuvieron, se dio cuenta de que el vínculo que compartían era más que una simple amistad. Era una conexión que trascendía lo ordinario.
Una chispa que solo podía hacerse más fuerte con el tiempo.
Sus corazones latían al unísono y la habitación quedó en silencio, salvo por el sonido distante de la risa de sus madres desde la cocina.
—Kei.
Era como si el universo hubiera conspirado para darles ese momento, un breve respiro del torbellino de las festividades del día.
—Hana —bajó su vista a los labios rosados, inclinándose un poco.
La mente de Keisuke se llenó de pensamientos, de sentimientos que no entendía del todo pero que sabía que eran importantes. De repente, los ojos de Hanna se abrieron y se sentó derecha, rompiendo el momento.
—¡Oh, no! —exclamó, con una mirada de horror en su rostro—. ¡Olvidé darte el mejor regalo de todos!
Keisuke parpadeó, sus pensamientos sobre besarla se dispersaron momentáneamente.
—¿Qué regalo?
Con una sonrisa traviesa, Hanna se inclinó hacia él y susurró:
—Cierra los ojos y extiende las manos.
¿Va a besarme?
El pulso de Keisuke se aceleró mientras hacía lo que ella le pedía, sintiendo una extraña mezcla de emoción y aprensión. Podía sentir su aliento contra su piel mientras colocaba algo pequeño sobre sus palmas.
No es un beso...
—Está bien —la escuchó—, puedes abrirlas ahora.
Los ojos de Keisuke se abrieron de par en par cuando miró hacia abajo para ver un choker bellamente elaborado con cuentas brillantes y un pequeño e intrincado dije con forma de libélula.
—Esto...
Era la misma libélula que Hanna había estado usando el día que se vieron en la escuela por primera vez tras conocerse, un símbolo de sus aventuras infantiles compartidas y la libertad que habían sentido juntos.
¨¿No es gracioso...?¨
¨¿Qué cosa, Hanna?¨
¨Cuando conoces alguien nuevo, es como...
Desbloquear un nuevo personaje¨
Ella tenía razón, habían estado en la misma escuela casi todo el año, pero jamás en la vida se habían visto hasta después de que se conocieron en agosto.
Era bastante curioso.
Luego de conocerse nunca dejaron de verse.
Ella se salía hasta en la sopa.
Sus ojos buscaron los de él, buscando cualquier signo de decepción o malentendido, pero todo lo que vio fue alegría genuina.
—Hanna —suspiró, su voz llena de asombro—. Esto es... increíble.
—¿Te gusta?
Él asintió, sintiendo que se le cerraba la garganta.
—Me encanta.
Con manos temblorosas, se llevó el collar al cuello y lo cerró, ella se inclinó más cerca.
—Esto es para recordarte que —no apartó la mirada de la suya—, sin importar a dónde nos lleve nuestro futuro, siempre estaremos conectados.
Sus rostros estaban a escasos centímetros de distancia, y el aire se cargó de una tensión eléctrica que ninguno de los dos sabía cómo manejar.
—¿Vas a besarme ya? —bromeó.
Los ojos de Hanna se abrieron de par en par y se inclinó hacia atrás, repentinamente cohibida.
—Ah, yo-yo... Debería ir a ayudar con la limpieza —tartamudeó, levantándose rápidamente—. ¡Ryoko-san!
Keisuke se dio una palmada en la cara. Sabía que tenía que seguirla, decir algo, hacer algo, pero sus piernas se sentían como plomo.
¿Qué acabo de decir? Dios mío.
En cambio, la observó mientras desaparecía en el pasillo, sus pasos resonando en el vacío repentino de la habitación.
—¿Qué me pasa? —se palmeó la cara, otra vez—. ¿En serio dije eso en voz alta?
Kazutora, su mejor amigo, llegó un par de minutos después, con los ojos muy abiertos al ver la habitación decorada y el aroma persistente de la presencia de Hanna.
—Bueno —alzó una ceja—. ¿Y a ti qué te pasó? Luces como si vieras un fantasma.
—Le pregunté a Hanna...
Kazutora se echó a reír cuando le contó.
—De verdad no entiendo nada su relación —negó con la cabeza—. Nunca la voy a entender.
Se quieren.
Se besan.
¿Por qué no son novios y ya?
—Es complicado —masculló.
Una vez tuvo esa conversación con Baji, él había dicho que para Hanna un beso no significaba que fueran a ser novios, él personalmente no entendía nada de eso.
—Sí, sí —meneó la cabeza—. Todo es culpa de Mikey.
Keisuke iba a decir algo al respecto, pero Hanna llegó con una sonrisa luego de haberse calmado.
—¡Kazu!
—¡Hanna!
El trío pasó el resto de la tarde jugando videojuegos, sus risas resonaban por toda la casa. Hanna miraba de vez en cuando a Keisuke, sus ojos grises se suavizaban mientras lo miraba.
—¡No, a la derecha, Kazu!
—¡Esa es la izquierda —se quejó el pelinegro—, Hanna!
—Oops.
Sus mejillas se sonrojaban cuando él la miraba y ella rápidamente se daba la vuelta, fingiendo concentrarse en el juego.
—Ustedes —Kazutora frunció los labios—, me están enloqueciendo.
Era una danza silenciosa de miradas y sonrisas, una danza que hablaba más fuerte que cualquier palabra.
—Qué bueno.
—No es bueno —la miró—, ¿no sabes que es tu culpa?
—¿Hah? —ella se acercó a él—. ¿No es tu culpa si tú eres el loco?
Cuando Ryoko la llamó, Hanna se disculpó con ambos y fue a la cocina. Kazutora aprovechó la oportunidad para tener una conversación privada con Keisuke.
—Ya, Baji —se giró hacia él—, cuéntalo todo.
Le contó sobre el collar y el momento en el dormitorio, en voz baja y lleno de asombro. Los ojos de Kazutora se abrieron de par en par y no pudo evitar sonreír.
—Entonces, ¿qué vas a hacer al respecto?
Keisuke suspiró, pasándose una mano por el pelo.
—No lo sé —admitió—. Sólo sé que ya no puedo ignorarlo.
Kazutora tuvo que irse temprano y para cuando Hanna regresó con una bandeja de bebidas, encontró a Keisuke sentado solo en el sofá, perdido en sus pensamientos.
—¿Qué pasa?
Le entregó una taza de chocolate caliente, su mano se demoró un breve momento antes de retirarla.
—Gracias, Hanna.
Él levantó la mirada, sus ojos marrones se encontraron con los de ella, y por un momento, el mundo entero pareció derretirse.
—¿Por qué?
—Por todo —respondió, tomando un sorbo del chocolate caliente.
Era dulce y reconfortante, como su amistad, Hanna se sonrojó, sus ojos bajaron al suelo.
—No es nada.
Él dejó la taza y tomó su mano, dándole un suave apretón.
—Si lo es —dijo con voz firme—. Significas mucho para mí.
Hanna levantó la vista, sus ojos grises buscando los de él y, por un momento, pareció que estaba a punto de decir algo importante.
—Kei, y-
Pero sonó el timbre, rompiendo el silencio y ella apartó la mano, perdiendo el momento.
—Hello, hello!
La puerta se abrió para revelar a un grupo de sus amigos. Era una pena que Kazutora tuviera que irse antes de que pudieran presentarlo, pero la llegada de Mikey, Emma y Draken trajo una nueva ola de energía a la fiesta.
—Hola, chicos —Baji les sonrió—. ¿Qué tal todo?
—¡Feliz cumpleaños —le arrojó el regalo en los brazos—, Baji!
Baji sonrió y le agradeció. Fue cuando miró a Hanna, notó que se había puesto un poco pálida y se dio cuenta de que probablemente había escuchado el saludo de Mikey.
Era Mikey.
—Este es el mío.
Emma, siempre pacificadora, aprovechó la oportunidad para presentar su propio regalo. Era una pequeña caja delicadamente envuelta, que le entregó a Keisuke con un guiño.
—Gracas, Emma.
Mientras la fiesta continuaba, Mikey y él se encontraron en un rincón de la habitación, hablando en voz baja.
—Parece que ustedes han tenido su momento hoy —dijo Mikey, con la voz tensa por una emoción no expresada—. Pero solo quiero que recuerdes, Baji, que a mí también me gusta Hanna desde hace mucho tiempo.
Keisuke sintió una punzada de tristeza por su amigo, sabiendo que Mikey probablemente se sentía excluido del vínculo que había crecido entre él y Hanna.
—Lo sé.
Mitsuya, siempre chismoso, digo observador, se unió a ellos, juntando las manos con una sonrisa traviesa que se extendió por su rostro.
—¡Vamos a jugar algunos juegos —les dijo—, antes de que sea demasiado tarde!
La tensión se rompió y todos rieron, dejándose arrastrar de nuevo al torbellino de la fiesta.
—¡Emma!
Mientras jugaban, Keisuke no pudo evitar notar la forma en que interactuaban Hanna y Emma. Tenían un vínculo que iba más allá de ser solo amigas; eran prácticamente inseparables.
—¡Kenny!
—No seas molesta —se quejó—, ¿qué quieres?
—Eres un grosero —hizo un puchero.
La noche se oscureció y las sombras se alargaron, extendiéndose como Los secretos que había entre ellos. Cuando los invitados comenzaron a irse, la mano de Hanna encontró su camino hacia la de Keisuke nuevamente.
—Ya debo irme —comentó, viendo a Haruki junto a Shinichiro y los otros dos Sano—. Así que...
Pero cuando estaban en la puerta, despidiéndose de sus amigos, Keisuke no podía quitarse de encima la sensación de que la dinámica entre ellos había cambiado.
—Lo entiendo —sonrió—, gracias por todo.
Era como si el universo se hubiera inclinado ligeramente, y no estaba seguro de si estaba listo para los cambios que vendrían.
—Nos vemos —le dio un beso en la mejilla—. Descansa, cumpleañero.
Miró a Mikey, que caminaba hacia casa con Hanna, con su brazo alrededor de sus hombros, y se preguntó si su amigo sabía lo que estaba sintiendo.
—Tú igual...
Y mientras veían a sus últimos amigos desaparecer por la calle.
Keisuke sólo esperaba que su próximo cumpleaños fuera igual o más de feliz.
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Noviembre 3, 2002
A primera hora de la tarde, cuando Hanna llegó a la casa de Baji, Kazutora ya estaba allí, jugando videojuegos en la sala de estar.
—¿Qué pasa, Kazu?—gritó Hanna mientras cruzaba la puerta—. ¿Dónde está Kei?
Kazutora levantó la vista de la pantalla del televisor, sus pulgares se detuvieron momentáneamente sobre el control del juego.
—¡Oh, hola, Hanna! —dijo, haciendo un gesto hacia la cocina con un movimiento de cabeza—. Está en la cocina ayudando a su madre a prepararse para su fiesta de cumpleaños.
Las mejillas de Hanna se sonrojaron ligeramente y no pudo evitar la sonrisa que tiró de sus labios.
—Te sonrojaste.
—Nada que ver —negó—. Ya voy con ellos.
—¿No juegas conmigo?
—No —le sacó la lengua.
—Tú te lo pierdes —se alzó de hombros.
Mientras caminaba por el pasillo, escuchó el ruido de ollas y sartenes y el débil sonido de la risa de Kei.
—¿Buenas?
La cocina estaba llena del delicioso aroma de los productos horneados y una calidez que parecía irradiar del horno. Ryoko levantó la vista cuando Hanna entró, sus ojos se arrugaron con afecto.
—Hola, cariño —la voz de la mayor era una melodía reconfortante—, ¿vienes a ayudarnos?
Kei, con harina en la nariz y las manos, se dio la vuelta al oír los pasos de Hanna. Sus ojos se iluminaron cuando la vio, y Hanna sintió un pinchazo en su corazón.
Ah, ¿será un infarto?
Imagínate si es amor...
No, no, me infarto.
Hanna soltó una risa.
—Las voces —se tocó la cabeza y negó, hablando para sí misma—. Cada día más loca, eh.
Ryoko la saludó con un abrazo mientras que Keisuke ladeó la cabeza.
—¡Feliz cumpleaños —exclamó, tendiéndole la pequeña bolsa que había traído—, Kei!
Él la tomó con una sonrisa, sus mejillas se tiñeron ligeramente cuando echó un vistazo al interior.
—Gracias, Hanna.
Sus ojos parpadeando hacia los de ella antes de volver a bajar a la bolsa. El aire entre ellos se cargó con una comprensión silenciosa de las palabras no dichas que bailaban en la punta de sus lenguas.
—Es un placer —se giró hacia la señora Baji—. Bueno, ¿manos a la obra?
Ambos sabían que se querían más que amigos, pero ninguno tendría el coraje de decirlo en voz alta. Y no lo tendrían incluso por un montón de meses más.
—Manos a la obra —asintió—. Estamos haciendo...
Mientras trabajaban junto a Ryoko, extendiendo la masa para las galletas y glaseando el pastel, sus conversaciones se mantuvieron ligeras, salpicadas de bromas suaves y miradas compartidas que decían mucho.
—¡Baji!
Era una danza de coqueteo inocente que ninguno quería liderar, pero ninguno quería detenerse.
—¡Yagami!
—Vuelvo enseguida —dijo Ryoko, secándose las manos con una toalla y desapareciendo—, vigilen esas galletas.
Hanna se inclinó sobre Keisuke, riendo mientras golpeaba su hombro juguetonamente.
—Eres tan torpe, Kei.
Sus ojos brillaban con picardía mientras lo veía luchar para colocar el glaseado sobre el pastel sin que se convirtiera en un desastre.
—Oye, no molestes —replicó Keisuke, fingiendo fastidio, pero la comisura de su boca se curvó en una sonrisa—, Hanna.
Le dio un golpecito con la cadera, haciéndola tropezar un poco.
—Tú no...
Ella jadeó, apoyándose en la encimera, su risa llenó la cocina como el dulce aroma de las galletas horneadas.
—Tú tampoco eres tan elegante —comentó Baji.
—¿Ah —lo desafió—, sí?
Sin dudarlo un momento, agarró un puñado de harina y se la arrojó. Explotó en una nube blanca, espolvoreando su cabello y su camisa. Keisuke farfulló, tratando de evitar inhalar las finas partículas.
—¡Oye! —gritó, con una mezcla de sorpresa y deleite en su voz—. ¡No te atreviste!
—¡¿Y qué si lo hice?!
La cocina estalló en risas, la tensión entre ellos se disipó momentáneamente mientras se lanzaban a una guerra de harina en toda regla.
—¡Lo vas a pagar!
El aire estaba cargado con el suave susurro de las partículas de harina mientras se perseguían por la cocina, esquivando y lanzando puñados con salvaje desenfreno.
—¡Ja —dio dos pasos adelante—, atrévete!
Keisuke se agachó detrás de la isla de la cocina, sus ojos brillaban por la emoción de la persecución.
—¿Segura?
Recogió un puñado de harina, con puntería certera mientras se la arrojaba a Hanna, que ahora estaba escondida junto al frigorífico.
—¡No!
Ella chilló y salió disparada hacia el fregadero, con su pelo oscuro volando detrás de ella como la cola de un cometa.
—Vas a caer—gritó, sus ojos brillando con picardía—, Baji.
Él sonrió, con el corazón acelerado mientras salía de su escondite.
—Vamos —dijo, arrojando la harina—, Yagami.
Su risa era el único sonido en la cocina, resonando en las paredes como el repique de una campana lejana.
—¡Ah! —chilló cuando la cayó cerca al rostro—. ¡Keisuke Baji, estás fri-!
Fue un momento de alegría pura y desenfrenada, una instantánea de la infancia congelada en el tiempo, y por un breve instante, fueron solo dos niños jugando juntos.
—Ven aquí —la abrazó, haciéndola girar en círculo—. ¿Quién está frito ahora?
Ella chilló de alegría, sus risitas eran una melodía que bailaba con su risa. La cocina era un campo de batalla de azúcar y harina, pegada a su ropa y piel.
Pero a ellos no les importaba.
Era el tipo de desorden que más adelante les calentaría el corazón. Hanna lo empujó juguetonamente en el costado y su dedo dejó un rastro de harina en su camisa.
El tipo de recuerdo que nunca se puede borrar.
—Tú eres tan...
Keisuke la persiguió alrededor de la isla de la cocina, sus movimientos sorprendentemente ágiles, para alguien cubierto de restos de harina y masa.
—¡Te tengo!
Cuando la atrapó, sus cuerpos chocaron en una nube de polvo con aroma dulce. Ambos se tambalearon hacia atrás, derribando una silla a su paso.
—Shh —Hanna se ahogó con sus propias risas—, tu mamá nos va a matar.
Sin aliento, se miraron el uno al otro, la risa se apaciguó en sonrisas suaves.
—¿Crees que nos mate en serio? —susurró de vuelta.
Por un segundo, sus ojos se encontraron, y la cocina quedó en silencio.
El único sonido era el latido de sus corazones acelerados.
Era como si el mundo se hubiera detenido solo para ellos, el momento se estiró como caramelo tibio entre las yemas de sus dedos.
—Sí —no se movió—, totalmente.
Se inclinaron, tan cerca que Hanna pudo sentir el calor del aliento de Kei en su mejilla. Podía ver las motas de harina en sus ojos marrones, las motas de glaseado de chocolate en sus labios.
—Bueno —Baji carraspeó—, si ya nos vamos a morir...
Su corazón era un colibrí en su pecho, revoloteando tan rápido que era un milagro que no tomara vuelo.
—Mejor morir felices —susurró.
Y luego, como si lo tirara una cuerda invisible, sus rostros se acercaron y sus labios se encontraron en un beso suave y tentativo, del tipo que susurra promesas de más por venir.
De nuevo, sus corazones latían al unísono.
La puerta se abrió de golpe, la escena se sintió tan familiar para ambos, era como un dejavu, de una ocasión anterior.
—¿Qué demonios están haciendo ustedes dos?
La voz de Ryoko era una mezcla de sorpresa y diversión. Kei y Hanna se separaron de golpe, sus rostros se pusieron más rojos que las cerezas del pastel de cumpleaños, avergonzados.
—Bueno...
Se miraron entre sí, luego a Ryoko, luego de nuevo a la otra, el silencio se llenó de lo no dicho.
—No dejen que esta mujer los interrumpa —Ryoko alzó una ceja—, yo sólo iba a revisar esto.
Ryoko se volteó hacia el horno con una sonrisa burlona. El temporizador sonó y ella sacó una bandeja de galletas doradas perfectas, colocándolas en la rejilla para que se enfriaran.
—Recuerda, Keisuke —lo miró de reojo—, tienes invitados que llegarán en una hora.
Su risa era un poco incómoda ahora, el aire estaba cargado con la dulzura de su secreto.
—Sí, mamá...
Ayudaron a Ryoko a limpiar la cocina, sus movimientos un poco más cohibidos, sus miradas un poco menos frecuentes. Pero cada vez que sus miradas se cruzaban, había una comprensión silenciosa de que algo había cambiado entre ellos.
Mejores amigos, huh.
Shinichiro dijo que tenía que ser paciente...
¿Cuántos besos habían compartido ya?
Mientras terminaban las decoraciones, Kei no pudo evitar mirar de reojo a Hanna, su cabello ahora era un desastre de vetas de chocolate y harina.
—Luces bien de blanco, Yagami —sonrió de lado—. A lo mejor te verás bien en un vestido de bodas... Yo pido ser el novio.
—¿Hah?
Antes de que pudieran decir algo más, el timbre sonó y el sonido los sacó de su burbuja.
—Parece que la fiesta está comenzando...
Hanna asintió, sus ojos todavía fijos en los de él por un segundo más antes de darse la vuelta para salir de la cocina.
—Ni una palabra de lo que pasó antes —susurró ella, nerviosa—, Baji.
Ambos sabían que su mundo estaba a punto de volverse un poco más complicado con la llegada de sus amigos, especialmente Mikey.
—Lo sé, Yagami —apretó la mandíbula—. No queremos herirlo, ya lo sé.
Mikey entró, con una sonrisa que se apagó un poco cuando los vio a ambos, cubiertos de harina, parados demasiado cerca para su comodidad. Sus ojos se entrecerraron, pero mantuvo la sonrisa pegada.
—Parece que me perdí toda la diversión —masculló, tratando de evitar que los celos se filtraran en su voz—. Otra vez.
Sabía que no tenía derecho a sentirse así, él la rechazó y se supone que eran solo amigos, pero últimamente notaba como Baji y ella parecían más cercanos, especialmente tras halloween.
¿Por qué está tan cerca de ella?
¿Por qué se inclina hacia ella?
¿Por qué no lo aparta ella?
Emma siguió a Mikey y se detuvo con los ojos muy abiertos al ver la cocina.
—¿Qué pasó aquí? —exclamó en voz alta por la emoción—. ¿Una bomba de harina explotó?
Se rió y saltó hacia Hanna, dándole un abrazo.
—Necesito todo el chisme para una tarea —le susurró al oído antes de ir hacia Baji—. ¡Feliz cumpleaños!
—Gracias —le sonrió—, Em.
—Pero en serio...
Kei y Hanna intercambiaron una mirada cómplice mientras se alejaban el uno del otro, sus manos rozándose entre sí en el proceso. Ambos sintieron el arco eléctrico entre ellos.
Un suave recordatorio del secreto que ahora compartían.
Draken y Mitsuya entraron después, sus risas y bromas cortaban la tensión como un cuchillo corta la mantequilla.
—Ustedes son un desastre —dijo Draken, sus ojos brillando de diversión—. ¿No hay día en que no hagan un desastre?
—¡¿Quieres pelear, hermano?!
Peh los siguió, su mirada yendo de uno a otro, con un dejo de curiosidad en su expresión.
—¿Qué está pasando? —preguntó, su tono ligero, pero sus ojos buscaban cualquier señal de algo más profundo—. ¿Otra vez estaban peleando?
Baji y ella se miraron con una sonrisa burlona.
—¿Cómo sabes?
—¿No que estaban calmados?
—Quién sabe, Draken —Baji se alzó de hombros—. ¿Tú qué crees?
—Seguro que sí —Pah sonrió burlón—. ¿Saben lo que dicen de los que se pelean todo el tiempo?
—Pah —Hanna entrecerró los ojos—. ¿No quieres una dona?
—¿Acaso crees que me callaré porque me ofrez-?
—Sí.
—Estás en lo correcto —afirmó, cruzándose de brazos—. ¿Dónde está esa deliciosa dona?
La fiesta era un torbellino de actividad, con los chicos jugando, comiendo pizza y devorando el pastel y las galletas.
—¡Hakkai! —Hanna se lanzó contra el peliazul apenas llegó—. ¡Mi jirafa favorita!
—¡¿A quién llamas jirafa, puerca?!
—¡No me llames puerca —le jaló las orejas—, maldita jirafa!
Hakkai le jaló el cabello.
—Ustedes dos —Mitsuya suspiró—. ¿Quieren que los regañe de nuevo?
—¿De qué hablas, Taka-chan?
Ambos fingieron que estaban normal y sonrieron.
—Somos angelitos.
—Los más calmados del pedazo —afirmó Hanna.
Hanna y Kei permanecieron en el centro de todo, su risa se mezclaba con la del resto del grupo, pero ahora había algo diferente.
—¿Cuando tú estás calmada? —Keisuke se acercó con una sonrisa—. Eres como un gatito tsundere.
—¿Huh?
Una corriente que atravesaba el aire cada vez que Hanna y él estaban cerca el uno del otro, haciendo que sus interacciones fueran más intensas. Mikey no pudo evitar sentir una punzada de tristeza mientras los miraba juntos.
—¿Hice mal al rechazarla? —murmuró Mikey—. No lo entiendo. ¿Por qué me siento así?
Siempre había amado a Hanna.
Siempre había pensado que estarían juntos.
Sin importar lo que él hiciera.
Pero al observarlos ahora, podía ver el vínculo que se había formado entre ellos, un vínculo que no se había dado cuenta de que existía hasta que fue demasiado tarde.
—¿De verdad te gusta Hanna, Baji?
Mitsuya se acercó a él cuando Hanna se fue con Emma afuera para hablar entre ellas.
—Sí...
—¿Incluso si es más inteligente, fuerte y probablemente pelea mejor que tú?
—Exacto —sonrió orgulloso—. ¡Qué mujer!
Mitsuya y Draken se soltaron a reír ante su comentario mientras que Pah y Peh hacían bromas.
—Buenas —Hanna se acercó mientras Emma iba con Mikey—. ¿Quieren que les cuente cómo acabé con un chico de tercero?
Todos la voltearon a ver interesados y ella comenzó a contarles.
—¿Y luego...?
—Luego el tipo me empezó a gritar así que le tiré una roca en la cabeza y creí que lo maté —miró al techo—, pero se levantó como si nada el hijo de su madre.
Draken se soltó a reír.
—Luego llegó Baji y nos hicimos amigos del tipo —les enseñó el pulgar—, y fuimos a comer yakisoba.
—No es verdad —Kazutora se soltó a reír—, estás mintiendo.
—Kazutora —Mitsuya lo vio con seriedad—, si Hanna dice que sucedió así, así sucedió.
—¿Por qué nadie cree que yo vencí a Hanna el otro día entonces?
—Porque eso es ridículo —Hanna sonrió—, a mí nadie me gana.
—Es verdad —Baji la abrazó por los hombros con una sonrisa—. Te creemos cuando lo veamos.
Mikey trató de dejar de lado el sentimiento y disfrutar de la fiesta, pero cada vez que veía la mano de Hanna rozar el brazo de Baji, su pecho se oprimía.
—Les digo —Kazutora se pasó una mano por el rostro—, te voy a ganar, de nuevo.
Emma, la hermana pequeña perceptiva de siempre, notó el cambio en el humor de Mikey y tiró de su manga, llevándolo a un lado.
—¿Qué pasa, Mikey?
Él la miró, con una expresión dividida entre el dolor y la confusión.
—Solo... Baji y Hanna —murmuró, sin mirarla a los ojos—. Se gustan, ¿o no?
Los ojos de Emma se abrieron de par en par.
—¿Se gustan? —susurró, con la voz llena de asombro.
Qué buena actriz soy.
—¿Tú crees?
Mikey asintió, sintiendo la garganta apretada.
—Pero a mí también me gusta Hanna —confesó—, y...
Los ojos de Emma buscaron en su rostro y pudo ver el dolor en sus ojos. No sabía qué decir, no había esperado eso, pero sabía que tenía que hacer algo para ayudar a su hermano.
—Mikey —dijo suavemente, colocando una mano sobre su hombro—. Está bien sentirse triste.
Mikey apretó la mandíbula, no era que se sintiera precisamente triste, era más...
Quería que ella fuera sólo suya.
Esconderla del resto del mundo.
Que sólo él pudiera verla.
Había algo perturbador y oscuro dentro de él que quería destruirla cada vez que la veía feliz con otra persona, pero al mismo tiempo no era capaz de reunir el coraje para ser él quien la hiciese feliz.
—Pero recuerda, Mikey —le dio un apretón en la mano—, el amor no es una carrera de motos.
La miró, sus palabras resonaron en su corazón.
—A veces, las cosas suceden a su manera y sólo hay que dejarlas fluir.
No hizo que el dolor disminuyera, pero le hizo darse cuenta de que tal vez todavía había esperanza, que tal vez la historia no había terminado todavía.
—Sí... Tienes razón, Emma —miró a Hanna peleando con Hakkai—, gracias.
Con una respiración profunda, volvió a sonreír y se unió a la fiesta nuevamente, decidido a no dejar que sus sentimientos arruinaran la celebración.
—¡Ya les dije que no! —perseguía al peliazul—. ¡Ven aquí, totem!
Shinichiro y Haruki los vieron desde la sala con una sonrisa.
—¡Auxilio —chilló—, me persigue la loca!
—Les aconsejo que se tapen los oídos —comentó Mitsuya—, y vamos a orar por Hakkai.
—¡¿ME DIJISTE LOCA?! —gritó—. ¡No rezaremos por ti, Hakkai!
A medida que avanzaba la fiesta, el aire se espesaba con la anticipación del final de la noche. Cuando la pelea terminó, Kei encontró a Hanna en su cuarto, acurrucada mientras respiraba entrecortadamente.
—Estuvo algo ajetreado todo —se acercó a ella—. ¿Estás bien?
Se miraron, el peso de su beso compartido flotando en el aire entre ellos, Hanna estaba recuperando el aire con su inhalador y sólo asentía.
—Respira, respira —se sentó a su lado—. ¿Cómo corres así teniendo asma?
La mirada aburrida de la pelinegra lo hizo ocultar su sonrisa con su mano.
—Todo se puede con el poder de la mente —afirmó entrecortadamente—, sólo crees y ya.
—¡Pfft!
Luego de que su respiración volviera a la normalidad, la pelinegra se recostó en su hombro.
—Entonces —preguntó en un susurro—, ¿qué pasa ahora?
Kei se hizo más cerca de ella, sus ojos buscando los de ella.
—No lo sé —admitió—, pero sé que quiero averiguarlo.
El corazón de Hanna dio un vuelco y sintió que se le calentaban las mejillas.
—Yo también.
Sus miradas permanecieron fijas por un momento más antes de que ambos apartaran la mirada.
La gravedad de su situación se instaló.
Sabían que tenían que navegar por este nuevo territorio con cuidado, especialmente con sus amigos mirando, y especialmente con los sentimientos de Mikey a tener en cuenta.
No querían lastimarlo.
—¿Y Baji?
Emma, siempre la observadora astuta, notó el cambio en el aire. Sus ojos bailaron de emoción sabiendo que su mejor amiga y al mejor amigo de su hermano estaban caminando en terrenos desconocidos.
—Se fue a buscar a Hanna —comentó Mitsuya—, creo que estaba en el cuarto.
Sabía que tenía que estar allí para Mikey, pero también sabía que el amor podía ser impredecible, incluso para los niños de su edad.
—¿En el cuarto?
Mitsuya y Draken intercambiaron miradas cómplices desde el otro lado de la habitación, ambos percibiendo la tensión tácita entre Kei y Hanna. Asintieron en silencio.
Un acuerdo silencioso de mantener los ojos bien abiertos y la boca cerrada.
—¿Sólos? —Kazutora sonrió burlón—. Ese par...
Pah, por otro lado, permaneció ajeno, perdido en su propio mundo mientras picoteaba la última porción de pizza. Era del tipo que se dejaba llevar y sabía que si algo estaba destinado a ser...
Se resolvería solo.
Mikey, sin embargo, sintió el cambio en la habitación como una caída repentina de temperatura.
—Bueno —Keisuke salió del cuarto primero, con los brazos sobre su nuca y los vio a todos con sonrisas burlonas, enrojeciendo de repente—. Ya volvi...mos...
El corazón del rubio se encogió cuando vio a Hanna salir detrás de Baji.
¿Qué estaban...?
—¿Qué están pensando todos ustedes? —Hanna alzó una ceja—. Tienen caras de estúpidos.
—Nada —todos silbaron y se apartaron a sus puestos—, nada.
Sabía que tenía que estar feliz por ellos, pero el dolor era agudo e inesperado.
—Sospechoso —Hanna se acercó a Pah—. ¿Qué sabes de este sospechoso caso, Pah?
—Nada.
—¿Nada —achicó sus ojos—, de nada?
—Nada de nada —afirmó—. ¿Quieres pizza?
—Sí —Hanna olvidó todo—. Buen provecho.
Por la pizza.
Emma se acercó a él, sus ojos gentiles y alzando la ceja, había notado lo incómodo que se pudo sentir con la situación. Incluso luego de haber rechazado a Hanna antes, Mikey era indeciso.
Más indeciso que Hanna y eso era mucho.
—¿Estás bien —preguntó—, Mikey?
Él asintió, tratando de mantener su voz firme.
—Sí —pero la tristeza en sus ojos traicionó sus palabras—, estoy bien.
—Sabes —comenzó con voz suave—, a veces vale la pena esperar por las mejores cosas.
Mikey la miró con curiosidad.
—Y tal vez, solo tal vez —miró a Hanna con una sonrisa—, el universo tenga un plan para todos.
Mikey miró a su hermana, su expresión era una mezcla de esperanza y duda.
—¿De verdad crees eso?
Emma asintió, su sonrisa cálida y sincera.
—Sí, lo creo.
—Ey, Mikey —Hanna se acercó—. Vamos a bailar.
—Ah... Sí —se levantó y fue con ella—. ¿Y eso qué recordaste a tu otro amigo?
—No seas celoso —se quejó—, Keisuke es el cumpleañero hoy.
—Sí...
Hubo un pacto silencioso de que navegarían este nuevo capítulo en su amistad con cuidado. Y cuando Hanna se despidió, saludando tímidamente a Kei, Mikey sintió una punzada de algo.
No era ira.
No era resentimiento.
Sino una determinación.
La determinación de ser un mejor amigo, porque incluso si el amor no era para él hoy, sabía que la amistad era un tesoro por el que valía la pena luchar.
—¡Adiós, Kei! —Hanna le sonrió—. ¡Nos vemos luego!
Mikey la abrazó por los hombros y se giró hacia Baji, sacándole la lengua mientras se despedía.
—Qué infantil —sonrió—, ni siquiera puedo enojarme con él.
La puerta se cerró detrás de ella y la casa volvió a quedar en silencio. Kei miró al suelo, con el corazón acelerado.
—¿Qué va a ser...?
No sabía lo que le deparaba el futuro, pero sabía que haría todo lo que estuviera en su poder para asegurarse de que Hanna supiera que era especial para él.
La única chica en el mundo.
Y mientras se metía en la cama esa noche, con el sabor del glaseado de chocolate todavía en sus labios, no pudo evitar pensar que tal vez, solo tal vez.
El universo tenía un plan, después de todo.
Un plan que incluía risas, peleas de harina y el dulce beso secreto de una chica que le había gustado desde que tenía memoria.
Y quizá, en el futuro, mucho más que eso.
.
.
.
Noviembre 3, 2003
—¿Estás bien, cariño?
Keisuke Baji, con su pelo negro y ojos marrones, estaba de pie junto a la puerta de su casa, mirando hacia la calle.
—Sí —murmuró—. Supongo...
El olor de su pastel de chocolate especial llenaba el aire, un aroma dulce que generalmente anunciaba el comienzo de las celebraciones.
Pero hoy, era agridulce.
El cumpleaños número 13 de Keisuke y Hanna Yagami, la chica de cabello negro y ojos grises que había sido una constante en su vida, no estaba allí para compartirlo.
—Hola, Mikey —abrió la puerta tras tres toques—, Emma...
Mikey le dio una pequeña sonrisa.
—Hola, Baji —lo abrazó—, feliz cumpleaños.
Este año pasaron muchas cosas.
Shinichiro murió y Hanna se había mudado después de la muerte de su hermana. La culpa había hecho que Baji se distanciara de Mikey, pero en fechas especiales intentaban estar para el otro.
—Baji.
Emma, la hermana de Mikey, entró corriendo detrás de él, con los ojos brillantes de emoción.
—Feliz cumpleaños.
Tenía un regalo para Keisuke, algo que esperaba que le hiciera sonreír a pesar de la brecha que había en su grupo.
—Gracias —se apartaron con pequeñas sonrisas—, Emma.
La calidez de su energía llenó la habitación, un marcado contraste con el vacío que había dejado la ausencia de Hanna.
—Adelante —los dejó pasar, viendo atrás a los demás chicos—. ¡Les dejo abierto!
La puerta se abrió de par en par para revelar a Draken y Mitsuya, dos caras más que habían crecido junto a Keisuke y Mikey. Trajeron un ramo de globos, un lamentable intento de llenar el vacío que Hanna había dejado en sus corazones.
—Ey, cumpleañero —lo saludaron—. ¡Feliz cumpleaños!
Todos sabían que, sin importar cuánto lo intentaran, estos cumpleaños nunca sería lo mismo sin ella. Sin embargo, estaban decididos a hacer que fuera lo mejor posible para Keisuke.
—Muy bien, chicos.
Pah y Peh, el dúo inseparable, entraron al final, con los brazos cargados de bocadillos y juegos de fiesta.
—Vamos a levantar algo la actitud.
El aroma de la amistad flotaba en el aire, una mezcla de sudor, manchas de hierba y un indicio de las aventuras que habían compartido.
—Es día de fiesta —Mitsuya les sonrió—. Deberíamos divertirnos.
Ryoko salió de la cocina, secándose las manos enharinadas en el delantal para saludarlos.
—Gracias por tenernos —todos le agradecieron a la pelinegra mayor.
—Un gusto —les sonrió—. Keisuke...
Sabía el dolor que sentía su hijo por la ausencia de Hanna, la chica que había sido parte de cada cumpleaños, cada secreto compartido y cada galleta robada del frasco del estante superior.
—Sí —Keisuke le sonrió—, estoy bien.
Cuando los chicos se reunieron, la habitación se volvió ruidosa con sus bromas, tratando de ocultar el dolor silencioso que persistía.
—Entonces los hermanos Kawata...
Todos habían acordado hacer que este día fuera especial, para honrar la amistad que los unía, incluso cuando la distancia se hacía más grande con cada momento que pasaba.
—¡Ah, sí! —Draken tomó una galleta en sus manos—. Me recuerda a cuando Han...
Todos bajaron la mirada.
—Hola —Haruchiyo, para su sorpresa, fue el último en llegar—. Feliz cumpleaños, Baji.
—Gracias —le sonrió brevemente.
Mikey le entregó un regalo meticulosamente envuelto con un gesto elegante. Sus ojos se dirigieron a Keisuke, buscando una chispa de la alegría que Hanna siempre había traído.
—Gracias —miró en silencio el regalo un momento—. Gracias, Mikey.
—Ábrelo —le sonrió.
Dentro había un avión modelo, un símbolo de la libertad que habían sentido cuando los habían visto volar juntos en el pasado.
—Vaya —Sanzu miró en silencio el avión—, un avión, huh...
Baji y Mikey se tensaron.
—Sí —Baji carraspeó—. Está genial.
La sonrisa de Keisuke era forzada, pero la expresión esperanzada de Mikey era contagiosa.
—Tienes el collar de Hanna —murmuró Mikey, reconociendo la libélula en su cuello—. ¿Desde cuando...?
—Ah.
Las mejillas de Baji tomaron color ante el recuerdo de sus cumpleaños pasados, especialmente cuando pensó en el libro de aventuras. Ya habían llenado un par de hojas con sus fotografías.
La extrañaba tanto.
—Sí...
Sanzu lo miró con seriedad a su lado.
—Hanna ya no está aquí —murmuró—. ¿Es necesario mencionarla, Mikey?
La habitación quedó en silencio mientras se miraban entre sí, cada uno perdido en sus propios pensamientos.
—No le veo el problema —fue Mitsuya el que habló—, ¿qué tiene de malo recordar a Hana?
Los demás asintieron, pensando en su risa y la forma en que tenía un don para hacer que incluso los días más aburridos se sintieran como una gran aventura.
—Ellos tienen razón, Haruchiyo —Mikey miró al pelirosa—. Si queremos hablar de ella, tenemos el derecho.
—Está bien —Sanzu entornó la mirada—, entiendo.
Cuando aclararon las cosas todos se pasaron la tarde hablando y jugando, sus risas resonando por toda la casa, tratando de recrear la magia que ella había traído a cada cumpleaños.
—Hanna hubiese querido estar aquí —murmuró Emma, sentada a su lado—. Ella te quiere mucho.
—Sí —Baji sonrió—, yo a ella.
Sin embargo, en los momentos de tranquilidad, cuando las risas se apagaban, la sombra de su ausencia se cernía sobre ellos.
—¿Qué estás pensando?
—¿Hm? —Baji miró al pelirosa cuando este se acercó—. En Hanna.
El ojiverde frunció el ceño.
—Olvídate de ella —chasqueó la lengua—. Es...
Pero cuando el sol se puso y las velas del pastel se encendieron, los amigos se acurrucaron alrededor de Keisuke, sus rostros eran un cuadro de amor y apoyo.
—¡Happy birthday —canturrearon—, happy birthday, Baji!
Él respiró profundamente, sintiendo la calidez de su presencia. Y cuando todos gritaron al unísono:
¨¡Pide un deseo!¨
Keisuke cerró los ojos y deseó que llegara el día en que Hanna regresara, cuando todos estuvieran juntos de nuevo.
—¡Wohoo!
La llama parpadeó mientras soplaba, las velas se apagaron una por una y la habitación contuvo la respiración. Todos aplaudían y su madre sonreía contenta de verlo más tranquilo.
—¡Felicidades!
En ese momento, el silencio se llenó de esperanza y la comprensión tácita de que la vida continúa, incluso cuando un pedazo de tu corazón está esparcido por distintos continentes.
—¿Qué se siente tener trece años? —lo abrazó Mikey por los hombros—. ¿Eh, Baji?
—Creo que siento la testosterona —bromeó.
Keisuke supo que, si bien este cumpleaños no era perfecto, seguía siendo una celebración de los recuerdos que habían creado y la amistad que perduraría.
No importaba la distancia.
La conversación fluía mientras compartían historias de Hanna, cada una de ellas un hilo que tejía el tapiz de su pasado compartido.
—¿Recuerdan cuando Hanna le lanzó un ladrillo a....?
Mitsuya hablaba de su espíritu feroz, Pah de su locura y Peh, siempre el comediante, los deleitaba con historias de su habilidad inigualable para tropezar con sus propios pies.
—Les digo —soltó una risa—, Hanna vivía en el piso.
Los ojos de Mikey se volvieron distantes mientras recordaba los momentos tranquilos.
—Si no estaba en el suelo, estaba golpeando a alguien —afirmó—. Como a Smiley y...
Solo ellos dos y Hanna, la forma en que lo había mirado cuando pensaba que nadie estaba mirando y la forma en que se reía cuando él hacía algo ridículo.
¿Qué sentido tiene pensar eso?
Pero dejó esos pensamientos a un lado, concentrándose en cambio en la camaradería del presente.
—Quizá el siguiente año —Baji sonrió triste—. Oh, no... Se supone que ella se quedará alrededor de dos años por allá. ¿No es así?
—Nunca sabemos como funciona el universo —afirmó Emma—, quizá...
La noche terminó con una promesa, cada uno de ellos hizo un voto silencioso de nunca olvidar a Hanna.
—Gracias por todo, chicos.
De mantener su espíritu vivo dentro de ellos hasta el día en que pudiera unirse a sus celebraciones una vez más.
—¡Nos vemos en la reunión —Mikey se despidió con una sonrisa de ojos cerrados—, no lo olvides!
Y cuando se fueron, Keisuke se quedó hablando con Ryoko un tiempo, confesando lo mucho que extrañaba a Hanna y lo mucho que se arrepentía de no haberla besado una vez más.
—Los hombres siempre son estúpidos —ella negó con la cabeza—, no saben lo que tienen hasta que lo pierden.
—¡Mamá!
Y cuando se metió en la cama, la casa silenciosa como testimonio del final del día, supo que ella nunca se iría realmente, siempre estaría en su cabeza.
Mañana era un nuevo día.
Y con el mañana llegaba la promesa de nuevos recuerdos por crear, nuevas aventuras por vivir y un futuro en el que ella seguramente regresaría, con sus ojos grises brillando con picardía y su risa tan dulce como el pastel de chocolate que habían disfrutado en su honor.
—Feliz cumpleaños a mí —murmuró, mirando al techo—. Hanna, quisiera que el próximo año...
Hasta entonces, se aferrarían a los hilos de su amistad, tejiéndolos más fuerte con cada año que pasara, listos para recibirla nuevamente con los brazos abiertos.
—No voy a dejarte ir cuando regreses —prometió, mirando de reojo sus regalos pasados—. Te lo prometo.
Así, Keisuke Baji esperó por su siguiente cumpleaños.
.
.
.
¡Hello, hello〰️♡!
Primera parte del especial por el cumpleaños de Keisuke♡
La segunda parte contiene escenas 7u7r〰️♡ (Si saben a lo que me refiero)
Aquí unas fotitos de Baji para calentar corazones.
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