Capítulo 6: Ritual.
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Las mañanas en la ensoñación nunca habían sido tan lúgubres, frías. El cielo se hallaba de un tono grisaseo, como si el mismo mundo resintiera la ausencia del dios del sueño. Cada minuto que pasaba, se debilitaba y todos los sueños y pesadillas comenzaban a perder su autoridad.
Había pasado una semana desde que Morfeo se fue. Al menos una docena de pesadillas habían escapado al mundo de la Vigilia y los sueños comenzaban a buscar lugares en los que vivir ahora que todo se derrumbaba.
«Pararé esto», se dijo «ya es hora».
Se colocó sus pendientes de zafiros rojos. Tan brillantes como el día en que Morfeo se los regaló; los mismos que usó el día en que se convirtió en Reina, en su boda y coronación.
-Mi señora -la llamó Lucienne.
No quería ver sus ojos llenos de dolor, desolación.
-Es hora -Llevaba tal vez una hora observandose en el espejo, preguntándose porque su suerte era tan horripilante. Pero ya era hora de acabar con todo eso.
Ambas caminaron por los pasillos desolados, sin toparse con nadie; todos debían estar en la sala del trono, donde la ceremonia se llevaría a cabo. Todos los sirvientes habían sido despachados por ese único día: No podían interferir con lo que estaba apunto de suceder.
Sintió como sus manos empezaban a sudar en cuanto su paso se detuvo en las enormes puertas de roble negro. Estaban talladas con sueños y pesadillas desde hace milenios. Todo allí era igual de antiguo que como los habitantes, quienes vivirían por siempre.
«Espero vivir por siempre», pensó Ilta, sin saber si sobreviviría a la extracción de dones.
-Lo hará bien -le dijo Lucienne, quien le daba la espalda. La imaginó con la mirada llena de angustia por el futuro que le esperaba.
«¿Dolerá?»
No contestó nada. No se sentía con la fuerza de hacerlo. Sus manos temblaban sin control, pero se obligó a disipar todas sus dudas antes de entrar. Era una Reina. Una Primordial de la Ilusión. ¡Tenía poder! ¡Tenía autoridad! Podía hacerlo. Debía lograrlo.
«Pero eres esclava de Morfeo», le susurró una voz maligna; su conciencia.
Apretó los dientes, sabiendo que tenía razón. Aún sin su presencia cerca, era prisionera del deber que le impuso.
Sin querer encontrar más dudas en su interior, abrió las puertas con una ventisca de viento, siendo recibida por las miradas de todos los Primordiales; quienes estaban en un círculo de sal, listos para el ritual.
-Mi señora -dijeron al unisono, haciendo una reverencia ante su presencia.
Los observó en silencio, memorizando sus rostros con gran parsimonia. No sabía si volvería a verlos.
-Es hora -dijo finalmente, cuando se dio cuenta que nadie se opondría. Inconscientemente, aún pensaba que Morfeo llegaría en cualquier segundo a salvarla.
Se colocó en el centro del círculo, donde cada uno de los sueños y pesadillas estaban en su sitio correspondiente. Listos para cumplir con su deber, al igual que ella.
Sus ojos se clavaron en el techo, esperando... esperando... y el dolor le llegó con un estallido de poder fluorescente. Intentó contener el grito de dolor, pero podía sentir como el poder se iba metiendo por su piel, traspasando sus huesos y llenandola por dentro. Era como si fuera un contenedor de energía viva. Sus huesos se quebraron por la presión de todo ese poder, lo escuchaba, o tal vez era el ruido de sus gritos. No estaba segura.
Sus manos empezaron a brillar, su cabello empezó a arder y su piel pareció quemarse por todo lo que empezaba a consumirla. No estaba muy segura de cuanto tiempo pasó; minutos, horas, días. Solo sabía que su dolor solo terminó cuando todo se volvió oscuro. Ya no sentía nada. Ni siquiera podía saber si respiraba.
Todo estaba negro. No había luz. Ni colores. No había nada.
Fue así como todos los sueños y pesadillas primordiales, le otorgaron una parte de su poder. Volviéndose uno con ellos.
Convirtiéndose en la Reina legítima del ensueño.
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Pregunta del día:
¿Se lo esperaban?
Atte.
Nix Snow.
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