Capítulo 1: Reina de nada.

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-Mi Reina.

Ilta parpadeó varias veces, saliendo de su ensoñación. Un sueño muy lejano al que todos los días vivía.

Sus ojos cayeron en Lucienne, la bibliotecaria del Reino. La observaba con cierta pesadumbre, como si en verdad lamentara su actual destino. No podía culparla. Si los lugares fueran invertidos, también sentiría lástima de sí misma. Su vida era tan vacía. Llena de carencias sentimentales y hoyos en sus recuerdos.

-¿Sí, Lucienne?

-El señor la espera.

Asintió, de acuerdo con lo que decía. Era verdad. Él debía estar esperando para el desayuno, muy probablemente impaciente por recibirla. A él no le gustaba esperar. Ni nada que involucrara algo con ella.

Tomó su vestido para no pisarlo y se encaminó por los largos y anchos pasillos. El castillo era una morada llena de colores, sobrios y elegantes. Algo que contrastraba enormemente con el dueño de todo ese Reino.

Los residentes le hacían una reverencia cada vez que la veían pasar, siendo recibidos por una sonrisa brillante y llena de vida. Amaban a su Reina, pero temían a su Rey; tanto como Ilta lo hacía. Tanto como desearía escapar de aquel sueño.

Parpadeó varias veces, desviándose de su pensamiento inicial. Para cuando llegó a las puertas del comedor, estas se abrieron sin la necesidad de hacer un solo movimiento de sus manos y su antiguo pensamiento se desvaneció en un parpadeo... Él sabía que estaba allí, y cuando sus ojos chocaron con los ajenos, supo que era momento de iniciar con lo mismo de todos los días.

-Mi amor...

-Llegas tarde -le dijo con los ojos negros llenos de indiferencia y frialdad. No se dejó aplastar por su indiferencia, acostumbrada a ella-. Como siempre.

Parpadeó inocentemente, simulando no saber a que se refería. Él sabía que era normal, pero no le importaba en lo más mínimo. Era su creación, sabía exactamente quien era, y quien sería. Si verdaderamente le molestaba su impuntualidad, ya la hubiera remediado como el error que era.

Se acercó con paso danzante, casi hipnótico. Era como si danzara con cada paso que daba. Una vista sumamente encantadora, electrizante. Pero Morfeo ya tenía aprendido cada uno de sus comportamientos, así que no le dio más atención de la deseada. Igual, ella siempre estaría allí. No importaba cuanto tiempo pasara... Ella siempre estaría allí, fiel a su señor.

Tomó asiento en la otra punta de la cabecera. Muy lejos de Sueño. Así era mucho mejor, de esta forma no podría distinguir los hoyos en sus expresiones previamente ensayadas. De cerca, era mucho más difícil fingir.

Un mayordomo se acercó con la jarra llena de jugo de naranja, llenando su copa hasta el tope, casi derramadola en la fina mesa de roble oscuro. Ilta odiaba el jugo, prefería el vino o una buena limonada, pero si es que Morfeo lo sabía, tampoco le importaba.

-A comer -dijo él, y ambos platos fueron rellenados con todo tipo de manjares sin igual. Pan tostado, huevos estrellados, huevos cocidos, ensalada, carne de ternero, jamón ahumado, helado de fresa y vainilla... Todo tipo de comida especialmente preparadas para los Reyes del Sueño.

Ilta detestaba la idea de desperdiciar tanta comida solo por el capricho de su esposo, aunque tampoco es como si tuviera mucha opción. Después del desayuno, escaparía de sus deberes como Reina y correría hacia sus súbditos, dando toda la comida que pudiera a los plebeyos. Nadie moría de hambre en el Reino de los Sueños. No cuando era mágico, con cada cosa al alcance de un deseo y la esperanza.

Bebió del jugo de naranja sin hacer ni una sola mueca. Ya había logrado nunca expresar sus verdaderos sentimientos, ni siquiera el más mínimo. No era confiable distribuir tales... ofrendas a su señor.

No hablaron durante el desayuno. Los dos estaban demasiado ensimismados en sus propios pensamientos y asuntos. Ilta en un mundo diferente, lleno de sueños que ella no debería anhelar, ni desear. Y Sueño en un problema que se le había notificado esa misma mañana después de alejarse de su lecho matrimonial, uno que involucraba a una pesadilla en el mundo de la Vigilia.

Él debía regresarla a su Reino, alejarla del mundo de los humanos lo antes posible.

Ilta notó su inquietud. Se preguntó si valía la pena perturbar la tranquilidad de la mañana solo por un poco de curiosidad. Después de todo, Sueño la había creado con el hambre del conocimiento. Era imposible no sentirse tentada con semejante expresión.

-¿Qué te atormenta, querido? -le preguntó después de limpiarse una mancha invisible en la comisura de los labios con su servilleta; inmaculadamente blanca.

Él no hizo mucho ademán de haberla escuchado. Pero Ilta esperó, esperó y esperó con el deseo de saber el problema. Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, Sueño la miró a los ojos.

Hace mucho tiempo que no la veía con tanta profundidad, con un sentimiento más grande que no fuera indiferencia o aburrimiento. Era como si después de tantos eones juntos, su presencia ya no fuera de su agrado y deseara alejarla de su presencia. Muy, muy lejos de él. Lo suficiente para olvidar cualquier cosa relacionada con Ilta.

Sueño la veía con molestia (no dirigida a Ilta). Era como si algo en verdad lo molestara y deseara acabar con todo muy pronto para resolver el problema que desestabilizaba su Reino perfecto...

Se preguntó que lo mortificaba de tal forma.

-Hay una pesadilla -le dijo con voz monótona y grave-. Escapó a la Vigilia.

Hubo un silencio.

-Oh -dijo Ilta, sin estar sorprendida, pero tampoco molesta. Una sonrisa irritante surcó su rostro, casi como si se burlara de él-. Algo inesperado, si puedo decirlo.

Él la miró por unos cuantos segundos más, como si buscara algo en su mirada.

Ilta ya conocía esa mirada. Llevaba viéndola por siglos, milenios llenos de tormenta para ella. Nunca logró entender porque la veía así, como si no terminara de ser lo suficientemente real para él y quisiera cambiarla de alguna forma. Era como si quisiera corregir sus errores, Ilta lo observaba perfectamente en su mirada. Pero tampoco lo creía capaz de hacerlo. Jamás habían sobrepasado semejantes límites.

Detestaba esa mirada. Era como si su propio esposo pensara que no era real. Como si el hecho de ser un sueño la hiciera menos mujer, o menos valiosa.

¿Pero qué podía hacer, más que callar y aguardar un cambio en su vida?

¡Tonterías! Ni siquiera estaba viva. Solo era un ser metafísico. Una creación que tenía que cumplir con su propósito inicial y sería cambiada mediante surgiera la mínima oportunidad. Era desechable. Remplazable. Pero al mismo tiempo sabía que no sucedería, no porque no existieran candidatas o mujeres lo suficientemente hermosas para ser la esposa de Sueño... No. No era nada de eso.

El problema era que nadie sería capaz de soportar semejante suplicio. Nadie se condenaría a una vida tan desdichada, sin siquiera buscar alivio en manos ajenas. O sin intentar escapar de tal martirio.

Ilta nunca progresaría, ni cambiaría. El mismo Sueño la creó sin la capacidad de avanzar o redimirse. Tal vez por ello ya se había aburrido de ella. O porque no se había tomado la molestia de averiguar más profundo en su ser, descartando lo que revelaba su superficie y dejando de lado lo demás. Siempre tendría el mismo aspecto, el mismo pensamiento. Había sido programada como un robot. Solo debía servir a su propósito inicial y quedarse allí, muy quieta, como si en realidad no fuera más que parte de la decoración.

Ilta era una Reina..., pero en realidad no era nadie.

No era nada.

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Pregunta del día:

¿Creen que Ilta tiene un destino más allá de ser un títere de Sueño?

Atte.

Nix Snow.

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