Epílogo
Antes de leer quiero aclarar (y porfa leedlo): esto es solo un libro. Parece una tontería, pero siento que hacía falta que lo recalcara porque en los comentarios últimamente he visto alguna que otra discusión bastante fea.
Repito: es un libro. Está hecho para entretener, para pasar un rato divertido, no hace falta que recalquemos en cada párrafo 'pues yo soy team tal' o que 'Me gusta este pero ese me gusta más' o insultos varios cada vez que hable un personaje u otro. De verdad, lo que más me gusta de escribir aquí es que los comentarios sean divertidos y entretenidos, que sean para pasar un buen rato, no para crear una competición o un ambiente desagradable tanto para mí como para los demás lectores y lectoras.
Así que, porfa, recordad que es solo un libro. Nada más. Y a disfrutar de la lectura, que para eso estamos todos aquí <3
Sentada sobre el alféizar de la ventana, recorro con la mirada el jardín trasero de la casa. La nieve ha cubierto la hierba que Kent solía cortar cada pocos días, dejando un manto blanco tras de sí en el que solo se ven mis pisadas y las de Addy, que hemos bajado esta mañana para jugar con Deandre. Las huellas de sus patas —casi del tamaño de mis pies— forman un divertido recorrido tras las nuestras.
Eso de tenerlo fuera al principio no me hizo mucha gracia, pero resulta que Deandre tiene la piel tan gruesa y el pelaje tan espeso que, si le lanzas una bola de nieve, casi ni se entera. La temperatura definitivamente no es un problema para él. Sí lo es la comida, que tenemos que reponerle varias veces al día.
Como un día se nos olvide, se come a Albertito.
Esbozo una ligera sonrisa con la pequeña broma, pero desaparece enseguida. No me apetece sonreír, no con lo que tengo entre mis dedos. Es una vieja foto en blanco y negro, desgastada y con uno de los bordes ligeramente doblado. En ella, se ven un hombre y una mujer, ella sentada en un sillón con las manos en el regazo, levantando el mentón y mirando directamente a la cámara. Él, de pie junto a ella, con un brazo en el respaldo de forma algo despreocupada, una pipa en la otra mano y una mirada más jovial dirigida a la cámara.
Mis padres.
Sí, está desgastada por los años e, incluso, tiene una mancha en la parte baja. Pero me da igual. La he encontrado esta mañana, la primera vez que me he atrevido a ir a lo alto de la colina desde que todo pasó. Ni siquiera he visto la casa, solo he ido al sótano y he buscado entre mis cosas. He encontrado esta foto, el reloj de bolsillo de mi padre y unas gafas de leer de mi madre. Y ahora todo está en mi habitación menos la foto, que soy incapaz de sacarme del bolsillo de los pantalones. Voy a terminar destrozándola por testaruda, pero me da igual.
—Es una buena foto.
No levanto la mirada hacia Albert cuando entra en el salón, pero esbozo media sonrisa apagada y asiento con la cabeza.
Estamos en el comedor de la primera planta, uno que no había usado nunca aunque algunas veces ayudé a Amelia a limpiar. Las paredes están llenas de estanterías, exceptuando las zonas donde hay ventanas que dan con el exterior. Hay algunas obras de arte, cortinas de color crema muy suaves y una alfombra persa en el centro de la habitación. Sobre ella, una gran mesa rectangular con varias sillas de tonos dorados y blancos. Es una sala preciosa.
—¿Te gusta? —me preguntó Foster cuando me vio asomándome a ella, fascinada.
—Mucho. ¿Por qué nunca me había detenido a mirarla?
—Porque estabas ocupada metiéndote en líos paranormales.
Esbocé una pequeña sonrisa —la primera en lo que parecía una eternidad— y entré en el comedor con él detrás de mí. Noté que me miraba, con las manos en los bolsillos y la cabeza ladeada, pero no dijo nada.
—¿Quién la decoró? —pregunté entonces.
Su expresión cambió como si acabaran de darle una bofetada. Foster no apartó la mirada, pero vi cómo cambiaba ante mis ojos. Pasaba de ser tranquila a... apenada.
—Vienna —murmuré—, ¿no es así?
Él asintió con la cabeza.
—Albert tiene una parte de la casa y yo la otra. La mía prácticamente se quedó como estaba. Y la de Albert... bueno, dejó que Vienna lo ayudara a decidir.
De nuevo, hubo silencio. Aparté la mirada, intentando no romper a llorar otra vez, y sentí que Foster me sujetaba del codo. No me había dado cuenta de haber estado tambaleándome.
—Vamos, hay más salas que no has visto nunca. ¿Quieres que te las enseñe?
Asentí con la cabeza enseguida, agradeciendo la distracción, y dejé que me guiara por el pasillo hacia la siguiente.
Y así se esfumó toda la magia de esta sala. Ahora, estando aquí, solo puedo ver por qué Vienna puso una cosa en un sitio y otra en el otro. Puedo ver sus gustos reflejados en cada elección, en cada detalle... y duele. De alguna forma, duele mucho.
Levanto la mirada hacia Albert. Se ha sentado delante de mí, con la espalda apoyada en el otro lado del marco de la ventana y nuestras rodillas casi tocándose sobre el alféizar. Apoya la cabeza en la pared y se queda mirando la ventana, pensativo.
Estas dos semanas prácticamente no ha hablado con nadie, solo conmigo, Addy y Foster. Con los que tiene mucha confianza. Con los demás, se cierra y es como si no pudiera decir nada.
Solo estos días, con la ayuda de la pesadez de Trev, ha parecido salir del caparazón. Básicamente, Trev hizo que uno de sus jarrones se tambaleara y Albert se puso a chillarle, furioso. Cuando terminó de hacerlo, abrió mucho los ojos, sorprendido, y se marchó rápidamente a su despacho.
—Podríamos ponerla en un marco —me dice Albert, devolviéndome a la realidad en la que señala mi foto—. Así se conservaría mejor.
—Así está bien —murmuro—. Nunca llegaste a conocer a mi madre biológica, ¿no?
—Solo a tu padre. —Me dirige una breve mirada de soslayo—. Era un buen hombre. Me he arrepentido muchas veces de haber permitido que muriera... tan perdido. Sin saber que intentaría buscaros. Y que, al menos... tú llegarías hasta aquí. Habría estado muy orgulloso, Genevieve.
Oh, no. Se me humedecen los ojos. Aparto la mirada a la ventana, tragando saliva con fuerza, y veo que Foster y Addy están abajo con Deandre. Foster le rasca la cabeza mientras le deja la comida en su plato y Addy da saltitos a su alrededor. Intenta tentar a Deandre con su querido palo, pero él está tan distraído comiendo que ni se entera.
La distracción sirve. Cuando vuelvo a mirar a Albert, ya estoy más calmada.
—Quiero pensar que lo sabe. Quiero... quiero pensar que todos los que se mueren, de alguna forma, no nos dejan del todo.
Para mi sorpresa, Albert sonríe de lado.
—¿Lo dices de forma emotiva o por los fantasmas malvados?
—¡No! —Los dos estamos sonriendo cuando niego fervientemente con la cabeza—. No quiero volver a saber nada de fantasmas. Ni de maldiciones.
—Yo diría que te estás volviendo una experta en romperlas.
—Solo he roto una.
—Bueno, ¿a cuánta gente conoces que pueda decir que ha roto una maldición?
Me encojo de hombros, esbozando una sonrisa que no me llega a los ojos.
—La que siempre está metida en problemas. Como yo.
Albert no dice nada por unos instantes, observándome con semblante pensativo. Al final, exhala un pequeño suspiro.
—Estás metida en muchos problemas por culpa de otra persona —me recuerda suavemente—. No te eches encima una responsabilidad que no es completamente tuya, Genevieve.
Lo ha dicho de forma tan suave, tan directa, que siento que se me cierra la garganta por el nudo de emoción. Pero no quiero llorar. Estas dos semanas he llorado más que en toda mi vida.
Han sido horribles. Apenas he podido dormir, comer... apenas he sido capaz de hacer nada. Las pesadillas, el miedo, la constante obsesión con que alguien podría entrar por la puerta y todo esto volvería a empezar... es demasiado. En algunos momentos, siento que puede llegar a superarme. Y esos son los momentos en los que me apresuro a ir con Foster, Addy o Albert para distraerme con ellos.
Pero lo peor no son las pesadillas, ni el miedo, ni la sensación de pérdida... Lo peor, con mucha diferencia, es la forma en que me siento utilizada. Física y mentalmente. No dejo de pensar que, durante años, estuve tocando, besándome y acostándome con alguien que me utilizó de esa forma. Con alguien que, en el fondo, dudo que alguna vez me haya llegado a querer de verdad. Me lo quitó todo y, al final, todo lo que me dio ha desaparecido o se ha vuelto amargo. A veces, es difícil soportar algo así. Esa sensación de suciedad sobre ti que hace que te sientas usada, despreciada de alguna forma. Y es como me he sentido estas dos semanas. Apenas he sido capaz de mirarme al espejo sin que mi cerebro reaccionara de la peor forma posible; con ganas de golpear el espejo para dejar de verlo.
Me abrazo a mí misma al pensar en ello, pegándome las rodillas al pecho.
—Sigo sin poder creerme todo lo que ha hecho —murmuro en voz baja—. Lo peor es que... en algún momento llegué a pensar que no era culpa suya. Que estaba bajo el efecto de un hechizo o...
—Un vampiro puro no puede ser hechizado o maldito.
—Lo sé. Es solo que...
Es solo que, una parte de mí, la que sigue influenciada por la jodida maldición, sigue intentando justificarlo todo. Y... cómo odio esa parte de mí. Cómo me odio a mí misma cuando pienso en algo así. Ojalá pudiera arrancar esa parte de mí, tirarla al suelo y pisotearla hasta que quedara reducida a la nada.
—Por eso, cada vez que jodía las cosas las consecuencias eran para mí —mascullo, resentida—. A él no podían maldecirlo, así que iban a por mí.
Albert me dedica una mueca algo triste.
—No eres la única a la que ha engañado, si te sirve de consuelo.
—Erais muy amigos. —No puedo evitar comentar, y luego trago saliva—. Siento lo que ha pasado, Albert.
Él no dice nada por unos largos segundos en los que sus ojos se mantienen clavados en la ventana.
—Le he perdonado cientos de cosas durante nuestras vidas. Y él a mí también —dice en voz baja, con un tono que nunca había escuchado en él. Un tono lleno de rencor y tristeza. Casi es amenazador—. Pero esto nunca voy a poder perdonárselo. Nunca.
No sé qué decirle. Tampoco es que vaya a negarle que tiene derecho a estar enfadado. De hecho, no sé cuál de nosotros tiene más derecho a estar enfadado.
La cosa está muy igualada, sí.
Por no hablar de los demás. Especialmente Foster, que también tiene muchos motivos para estar cabreado con Ramson y...
En cuanto llaman a la puerta, de alguna forma, ya sé que es él. Quizá es porque Albert gira automáticamente la cabeza en su dirección. Es el único con el que lo hace. A los demás, los ignora categóricamente.
Efectivamente, Foster abre la puerta y se queda un momento mirándonos. Parece captar que ha interrumpido algo, porque carraspea de forma un poco incómdoda.
—Puedo volver más tarde si necesitáis estar a solas.
—No —murmuro, agradeciendo que al menos él no tenga esa nube deprimente a su alrededor que nosotros dos arrastramos—. ¿Qué pasa?
Él duda un momento y Albert lo pilla enseguida. Suelta un suspiro y da un saltito para bajar del alféizar de la ventana. Mientras se marcha, murmura algo de que le apetece ir a aterrorizar a Kent diciéndole que ha hecho algo que no debería haber hecho solo para entretenerse.
Casi al instante en que nos deja solos, Foster se acerca y se sienta justo donde Albert estaba hace un momento. Ocupa claramente más espacio que él, y mis rodillas quedan atrapadas entre las suyas. Lleva puesto un jersey verde de cuello alto que va perfecto con el verde de sus ojos. Sin embargo, hoy no se ha molestado en peinarse o, lo que es más probable, Addy le ha desordenado el pelo antes de entrar otra vez en casa.
Solo cuando me dedica una pequeña sonrisita significativa, me doy cuenta de que trae algo en la mano. Abro mucho los ojos al darme cuenta de lo que es.
—Pensé que querrías recuperarlo —comenta, tendiéndome el arco arreglado.
Creo que es lo primero que me hace salir de mi ensoñación, de mi estado de sonambulismo perpetuo... en semanas. Entreabriendo los labios, me siento más cerca de él para recoger el arco. Está totalmente arreglado. Pero hay un detalle que es lo primero que me llama la atención. Que hace que se me forme un nudo en la garganta.
En la zona donde el arco se partió, ha tallado un rosal para cubrirlo.
—Fue... idea de Addy —aclara, carraspeando, y no necesito mirarlo para saber que ha enrojecido un poco—. Teníamos que hacer algo con la parte rota y... bueno... eh...
—Está perfecto, Foster. Muchas gracias.
Levanto la mirada hacia él. Parece aliviado.
—Bien. —Carraspea de nuevo—. No he encontrado el carcaj ni las flechas, pero podemos hacer uno nuevo. No es muy complicado.
—¿Y podré practicar disparando contigo? —bromeo, esbozando media sonrisa.
—Bueno, depende. Si te refieres a disparar conmigo, me parece bien. Si te refieres a dispararme a mí, tengo objeciones.
Y con esa tontería, por primera vez en dos semanas empiezo a reírme. A reírme de verdad. No sé si es porque me lo he imaginado corriendo por el patio mientras yo disparo flechas o por su pequeña mueca, pero de pronto siento que un pequeño peso desaparece de mi pecho. Cierro los ojos, suspirando, como si fuera un alivio.
Hay un momento de silencio tras eso. Apoyo la espalda y la cabeza en el cristal, abriendo los ojos, y siento que él mantiene su mirada sobre mi perfil. El silencio que nos rodea es extraño, como si los dos estuviéramos esperando a que el otro diera el paso de decir algo pero ninguno supiera muy bien el qué.
Así que decido hablar yo.
—¿Cómo estás? —le pregunto, girando la cabeza hacia él.
—¿Eso no debería preguntártelo yo?
—Ya sabes que estoy en la mierda, no te molestes.
—Bueno, ya haces bromas oscuras sobre el tema. Es un avance.
Esbozo una pequeña sonrisa, pero no digo nada más. Quiero que responda a lo primero.
—Estoy... bien —dice finalmente—. Todo lo bien que se puede estar cuando descubres que alguien que pensabas que estaba muerto está vivo y tiene a tu hija secuestrada.
—Larissa no parecía la misma que vi en mi recuerdo —murmuro, pensativa—. Parecía mucho más... tenebrosa.
—No me sorprende. Ella te tenía muchísimo cariño y... bueno... cuando tú desapareciste, pensamos que...
Lo deja al aire, pero lo entiendo perfectamente.
—¿Pensasteis que había muerto?
Su expresión decae un poco al recordarlo. De hecho, su mirada se clava en la ventana. Foster no suele apartarme de la ventana, así que sé al instante que quiere ocultar su expresión triste de algún modo.
—Albert nos mandó una carta, muy preocupado, preguntando si sabíamos algo de ti. Nos dijo que habías desaparecido por completo, que nadie sabía qué te había pasado y que Ramson te estaba buscando por todas partes.
—Solo Vienna sabía dónde estaba —murmuro—. Y le hice prometer que no diría nada a nadie.
—Y cumplió con su palabra. Por eso los años pasaron y no supimos nada más de ti. ¿Qué más podíamos pensar?
Hay un momento de silencio cuando me giro hacia él. Su mirada verde vuelve a estar clavada en la ventana, pero ahora un músculo de su mandíbula se ha tensado.
—¿Por eso llamaste a Addy de esa forma? —pregunto en voz baja—. ¿Por mí?
Foster tarda unos segundos, pero finalmente asiente con la cabeza sin mirarme.
—Siempre me dijiste que ese sería el nombre que le pondrías a una niña. Pensé que, si tú ya no ibas a estar, era una buena forma de honrar tu memoria.
Dejo que pasen unos segundos sin decir nada, y esta vez el silencio es distinto. Mucho más cómodo. Cuando vuelvo a mirarlo, lo encuentro observándome, pero soy yo quien habla primero:
—La mayoría de mis recuerdos eran contigo.
Su expresión no cambia. Sabe que tengo algo más que decir.
—Yo... siento haberte dejado de esa forma, Foster.
Ahí por fin reacciona. Su ceño se frunce un poco.
—No te disculpes como si hubiera sido por tu culpa.
—Ya lo sé, pero... no... no puedo quitarme el sentimiento de culpabilidad de encima.
—Vee...
—Solo... quería que lo supieras. Que lo siento.
—¿Te sentirías mejor si te digo que te perdono? —Sonríe de lado.
Lo considero unos instantes antes de asentir con la cabeza.
—La... la verdad es que sí. Bastante mejor.
—Pues te perdono. Creo que hace años que te perdoné, pero estas dos semanas lo he reafirmado —concluye—. ¿Lo ves? Ya podemos pasar página y volver a hablar de temas deprimentes.
Sonrío, divertida, pero la sonrisa se me borra enseguida. Estas dos semanas mi estado emocional ha sido muy... inestable. Tengo tantos recuerdos nuevos, tantas cosas resueltas de golpe, que me resulta un poco complicado gestionarlo todo y, más de una vez, me encuentro a mí misma teniendo que aguantarme las ganas de llorar, de gritar o de meterme en la cama durante todo el día. Y no por ningún motivo en concreto, solo porque sí.
En estos momentos, lo que me apetece es llorar.
Aprieto los labios con fuerza, intentando aguantarme las ganas, pero sé que será inútil. Y Foster lo nota enseguida, porque siento cómo se tensa a mi lado.
—¿Qué pasa? —pregunta, sorprendido.
—Nada —mascullo, a punto de llorar.
—¡Lo de volver a los temas deprimentes era broma! —me asegura enseguida—. No tenemos por qué...
—Oh, Foster... cállate —digo, divertida, y ya no sé si estoy llorando, riendo o ambas cosas a la vez.
Él me hace caso y se calla, pero también siento que me rodea los hombros con un brazo. En cuanto me atrae, mi oreja se queda pegada a su pecho mientras miro fijamente la puerta, intentando despejar las lágrimas. Me siento mejor cuando me rodea con el otro brazo, acariciándome con la palma de la mano desde las costillas hasta el hueso de la cadera. Y no hay... no hay sentimientos forzados, no hay una tensión sexual que no entiendo, ni tampoco mareo irrisorio. No hay nada de eso. Solo hay... paz. Calma. Cierro los ojos y dejo que siga acariciándome, aliviada.
—Tengo ganas de llorar porque acabo de darme cuenta de una cosa —murmuro.
Noto que él mueve un poco la cabeza para mirarme, aunque desde su perspectiva solo debe verme la cabeza.
—¿El qué?
—Que... ya entiendo por qué no me atacó el fantasma la primera vez que entré en el castillo.
Él deja de acariciarme durante un segundo antes de retomar la marcha, sorprendido.
—¿Y por qué fue?
—Vienna me dijo que los fantasmas quieren quitarte lo que más quieres para hacerte daño y hacerte más vulnerable. Y... también me dijo que a mí no me había atacado porque yo ya lo había perdido.
Hay un momento de silencio. Por su forma de suspirar y apretar los brazos a mi alrededor, creo que ya sabe dónde quiero llegar con esto.
—Ahora lo entiendo —murmuro y el nudo de mi garganta se hace más grande—. Lo que yo siempre he querido ha sido una familia. En el fondo, mi familia erais Albert, Vienna y tú. Y... y ya jamás podré tenerla de vuelta porque ella no... ella...
—Vee —me corta cuando ve que no soy capaz de decirlo en voz alta—, la familia no es una exclusividad, es un concepto mucho más amplio. A veces, las personas que vamos conociendo se sienten como tu familia que las que comparten sangre contigo. Esas personas... aparecen durante toda tu vida, no solo en tus primeros años. Y sí, algunas veces perdemos a miembros de esa familia que hemos ido encontrando, pero... otras veces llegan otros miembros nuevos. Otras personas a las que querer y que te quieran. Es normal que estés triste... y que tengas ganas de vengarte, o de llorar, o de desahogarte de alguna forma... pero que Vienna se haya ido no significa que vayas a estar sola. Ni siquiera lo pienses por un momento.
Abro los ojos y sorbo la nariz, apoyando una mano en su pecho y rodeándole la cintura con el otro brazo. Él no ha dejado de acariciarme en ningún momento. De alguna forma, esas palabras han conseguido que me sienta un poco mejor.
Es difícil pensar que Vienna no va a volver, pero... sé que ella no querría verme así. Sé que le molestaría profundamente y me diría que me levantara y me ocupara de la ciudad en lugar de andar llorando por los rincones. O quizá me diría que me tomara un día para llorar todo lo que necesitara, para destrozarme a mí misma y desahogarme de todas las formas posibles... porque después necesitaría volver a ser fuerte.
Pero no me dejaría lamentarme todo el día de esta forma.
Y, justo cuando voy a decirlo en voz alta, la puerta se abre de golpe y Foster y yo nos separamos por impulso, quedando sentados en ambos extremos del alféizar de la ventana.
Me paso rápidamente las manos bajo los ojos, eliminando el rastro de lágrimas que ni siquiera he notado que me estaban cayendo, y me quedo mirando a los que nos han interrumpido.
—Se lo digo yo —espeta Sylvia, molesta, entrando en la sala como si esta fuera su casa.
—¡Quería hacerlo yo! —chilla Kent, correteando tras ella.
Mientras ellos discuten, Trev entra corriendo en la sala y, al instante, veo que Deandre lo está persiguiendo y enseñando los dientes. Albert va justo detrás como un pequeño dictador en potencia, gritando órdenes y agitando un bracito al aire.
—¡Muérdelo! —exige con voz chillona—. ¡ARRÁNCALE UNA PIERNA, DEANDRE!
—¡Ha sido sin querer! —chilla Trev, subiéndose a un sillón de un salto para esquivarlo.
—Pero —parpadeo, confusa— ¿se puede saber qué ha pasado? ¿Por qué habéis entrado todos de golpe?
—Sylvia y Kent quieren decirte algo, Addy y yo queremos escucharlo... y Trev ha tirado un jarrón al suelo —me explica Jana, que acaba de entrar con la ayuda de Addy. La lleva del brazo para ayudarla a andar porque la pobre sigue teniendo una pierna vendada por un golpe de ese día en la cafetería—. Se ve que era un jarrón importante, porque...
—¡¿IMPORTANTE?! —repite Albert, y casi se le salen los ojos de las órbitas—. ¡Era una reliquia familiar de más de quinientos años!
—¡QUE HA SIDO SIN QUERER! —chilla Trev, esquivando otro mordisco de Deandre.
—¡PERO LO HAS ROTO IGUAL!
—¿El jarrón rojo de la entrada? —Foster resopla—. Por Dios, Albert, fue una baratija que compró un antepasado en un mercadillo. Si ni siquiera estaba bien terminado, tenía un agujero abajo y una inscripción que ponía Si lees esto, me debes un whisky.
—Y era feo —contribuye Addy.
—No era feo —Albert se cruza de brazos—, era visualmente complicado.
—Complicado de ver —contribuye Sylvia con una risita malvada que solo sigue Trev.
—Albert —intervengo, mirándolo—. Dile al perro que se calme, vamos, por favor.
—Díselo tú —se enfurruña.
¿Yo? Me giro hacia Deandre, que está intentando mordisquearle los pies a Trev. Él ya ha saltado al otro sofá. No estoy muy segura de si me hará caso. La verdad es que lo dudo mucho.
—¡Deandre! —exclamo, señalándolo—. ¡Ven aquí!
Y, claro, me ignora completamente.
Noto que las mejillas se me enrojecen un poco cuando todos los demás empiezan a reírse a la vez.
—¡Deandre!
Y... no, tampoco me hace caso.
Espera, ¿cómo dije que lo llamaba en el pasado? ¿Qué nombre iba a ponerle?
Ah, sí...
—¡Bichito! —exclamo alegremente—. ¡Ven aquí!
El efecto es inmediato. Deandre cierra la boca, me mira y su colita empieza a moverse de lado a lado con una alegría bastante inesperada. Sin embargo mi sonrisa se evapora cuando se acerca a mí a tanta velocidad que, de no haber sido porque Foster lo ha sujetado a tiempo, probablemente me habría lanzado al suelo con todo su peso.
—Bueno —comenta Sylvia cuando las cosas se calman, dejando el libro que ha traído sobre la mesa rectangular—. Tengo que decirte algo, asalta-castillos.
Con media cara llena de babas de Deandre, consigo apartarlo suavemente para acercarme a la mesa. Todos los demás me imitan, asomándose con curiosidad para ver qué ha puesto Sylvia. Addy, por su parte, corretea hacia mí y se abraza a mi cintura para mirarlo. Yo le pongo una mano en la nuca inconscientemente.
—¿Qué pasa? —pregunto.
—Que he estado investigando...
—Hemos estado investigando —corrige Jana, enarcando una ceja.
—Eso, Jana y yo hemos estado investigando y...
—¡Yo también he colaborado! —protesta Kent.
—Yo no. —Trev se encoge de hombros—. Pero les llevaba cafés cuando me lo pedían. Algo es algo.
—Bueno —espeta Sylvia, perdiendo la paciencia—, pues todos hemos colaborado mucho y somos muy importantes. ¿Puedo hablar de una vez?
Ha sacado ese tono autoritario que hace que cualquiera se encoja, así que nadie la interrumpe cuando gira el libro hacia mí y señala uno de sus múltiples párrafos de letra diminuta.
—Esto es lo único que hay sobre rituales vampiros. Hemos tenido que buscar en veintisiete interminables y aburridísimos libros, pero finalmente lo hemos encontrado. Y no es que den muchos detalles.
—¿Qué pone? —pregunta Albert, de puntillas, intentando ver por encima de la mesa.
—Nada bueno. —Jana arruga la nariz—. Al parecer, una vez empezados son muy difíciles de anular.
—Pero tiene que haber una forma —murmura Foster, apoyando una mano junto a la mía en la mesa y leyéndolo a toda velocidad—. Siempre la hay.
—La hay —Kent suelta una risita nerviosa—, pero no creo que os guste mucho.
Obviamente, todos nos giramos hacia él a la vez, poniéndolo el triple de nervioso y haciendo que enrojezca.
—La forma de detenerlo —interviene Sylvia, tomando el relevo del pobre Kent— es eliminar a los que han participado en él.
Oh, mierda.
—¿Eliminarlos? —repito en voz baja.
—La única forma de detener un ritual es matar a los que han participado en él, sí —Sylvia aprieta un poco los labios, mirándome, y señala la parte en la que lo pone.
Trev es el primero en romper el silencio que se forma tras eso.
—Entonces... —su sonrisa se ha borracho por completo—, ¿también tendríamos que... eliminar a Vee?
—¡No! —chilla Addy enseguida, aferrándose a mi cintura con fuerza.
—No tenemos que hacerle nada a Vee —comenta Albert, pensativo—. Ella todavía no ha participado en el ritual. Su participación es el anillo y sigue en sus manos.
Pero siento lo que hay implícito en lo que dice. Matarme a mí podría ser otra forma de terminarlo. Albert jamás lo diría en voz alta —para no darme ideas, seguramente—, pero sé que lo sabe.
—En ese caso —Foster parece un poco incómodo—, supongo que tendríamos que eliminar a los que estaban en esa sala, ¿no? Barislav, a Larissa, a Rowan y... Ramson.
Ni siquiera he tenido tiempo para asumirlo cuando Kent suelta otra risita nerviosa.
—En realidad... la cosa se complica un poco más.
—Oh, no —suelto sin pensar—, ¿por qué?
—Hemos estado mirando cosas sobre las maldiciones relacionadas con los... sentimientos, amor... en fin, de todas esas cositas. —Sylvia saca otro libro, uno diminuto que estaba en el bolsillo de su chaqueta, y me lo lanza—. Página ochenta y tres. Lo deja muy claro. Esas mierdas te vinculan con la otra persona para el resto de tu vida.
—¿Y eso qué significa? —Foster frunce el ceño mientras yo busco la página.
Albert, apretando los labios, es quien le da la respuesta.
—Solo Ramson puede acabar con Vee... y solo Vee puede acabar con Ramson.
Al instante en que esas palabras salen de su boca, puedo sentir que todas y cada una de las miradas de la habitación se clavan sobre mí.
Algo aturdida, dejo el librito, me separo de Addy y vuelvo a acercarme a la ventana, apoyando las manos en el alféizar y mirando —sin realmente ver nada— un punto fijo en la nieve que sigue cayendo. A mi alrededor, los demás han empezado a hablar otra vez, pero ya no los escucho. Solo puedo pensar. Y me da la sensación de que la voz de mi cabeza es tan fuerte que no me deja pensar con claridad hasta que escucho la voz de Jana otra vez.
—¿Y bien? —pregunta, y sé que todos me están mirando—. ¿Qué hacemos, alcaldesa?
Alcaldesa. Mis labios se curvan inconscientemente con una sonrisa. Sigo sin acostumbrarme a que me llamen así. Pero, después de todo, soy la alcaldesa legítima. Y, ahora que Ramson no está, la única que queda.
Me doy la vuelta lentamente hacia ellos. Efectivamente, me están mirando. Incluso Deandre, sentado junto a Albert —y siendo así casi de la misma altura— parece atento.
—Tengo tres ideas —murmuro finalmente.
—Ilumínanos —bromea Trev, sonriendo.
—La primera... es sobre esto. —Levanto la mano en la que sigo llevando el anillo—. No puedo seguir llevándolo puesto. He pensado en destruirlo, pero... no sabemos las consecuencias que eso tendría. Lo mejor, por ahora, es esconderlo. Alguno de nosotros tiene que encargarse de ello y, sobretodo, tiene que ser la única persona que sepa dónde está. De esa forma, si alguna vez vienen a por él... no sabrán a quién atacar.
—Deberías hacerlo tú —me dice Kent—. Es tu anillo, después de todo. Y se supone que has vivido aquí un montón de años, ¿no? Conoces la ciudad mejor que todos nosotros.
—Sí, pero... irán a por mí en primer lugar. Soy un objetivo demasiado obvio. Demasiado fácil —murmuro, sacándomelo y observándolo—. Tiene que ser otra persona.
Parece que nadie saber qué decir hasta que, por fin, todos se giran hacia Foster a la vez. Él asiente con la cabeza y da un paso hacia mí, ofreciéndome una mano.
—Si quieres, puedo hacerlo yo.
—Foster... —suspiro, acercándome y poniéndole la mano libre en la mejilla. Su barba de pocos días me pincha un poco la palma—. Si tuviera que elegir a alguien a quien le confiaría mi vida entera, esa persona serías tú. Ni siquiera tendría que pensarlo. Pero... ¿serías capaz de hacer esto? ¿De priorizar su escondite por encima de todo lo demás, incluso de mí? Si te hicieran elegir entre salvarme la vida o mantener el anillo, ¿serías capaz de elegir el anillo?
Está a punto de responder, pero se corta a sí mismo y retira la mano, dudando. Los dos sabemos que no sería capaz de hacerlo.
—No te preocupes —murmuro, girándome—. Ya tengo a alguien en mente.
Todos me siguen con la mirada cuando rodeo la mesa, directa hacia una persona que sé que es el equilibrio perfecto entre la confianza y la capacidad de elegir el deber por encima de mi vida.
Sylvia parece algo pasmada cuando me detengo delante de ella y le pongo el anillo en la mano.
—¿Podrás hacerlo? —le pregunto.
Ella asiente enseguida, todavía sorprendida, y lo aprieta en un puño.
—No te decepcionaré, asalta-castillos —me asegura, haciéndose una cruz sobre el corazón y formando una alianza que no podrá romper—. Lo prometo.
—Gracias, Sylvia. —Me giro de nuevo hacia el grupo—. Con eso resuelto... quedan las otras dos.
Hay un momento de silencio cuando apoyo las manos en la mesa.
—El primero es que tenemos que deshacernos de un hechicero y lo veo complicado. —No puedo evitar media sonrisa un poco histérica—. El segundo es que tenemos que deshacernos de tres vampiros puros... y también lo veo complicado.
—Complicado —aporta Foster, mirándome—, pero no imposible.
—Incluso Vienna era incapaz de hacer nada contra Barislav —murmura Albert con el amargo sabor en la boca al pronunciar su nombre—. ¿Cómo vamos a hacer algo nosotros solos?
—Algo se nos ocurrirá —dice Trev felizmente.
—Me encantaría vivir en tu mundo de luz y color —le asegura Jana, sacudiendo la cabeza.
—¡Podríamos tentarlos con dulces para dejarlos solos y vulnerables! —sugiere Addy, entusiasmada por tener un plan.
—Decidamos lo que decidamos —interviene Foster, dedicando una pequeña mirada de reproche a su hija por lo que acaba de decir—, todavía no podemos hacer nada. Ahora mismo, todo el mundo está pendiente de los dos funerales.
Oh, sí... los dos funerales de los chicos desaparecidos. Sus familias ni siquiera podrán ver sus cadáveres. Ni siquiera podrán despedirse. Solo tendrán un pequeño acto con el resto de la ciudad para honrar su memoria. Y lo peor es que yo, como alcaldesa, tendré que ser quien dé el discurso para despedirlos. Nada más. Todavía se me revuelve el estómago al pensar en ello.
—Será dentro de dos días —comenta Kent—. Después de eso...
—Podremos centrarnos en esto, sí —murmura Sylvia.
Hay un momento de silencio cuando todos miramos los dos libros que hay en el centro de la mesa. Entonces, levanto la cabeza para mirar a todos y cada uno de los presentes, mortalmente seria.
—En dos días, vamos a centrarnos todos en buscar a esos cuatro traidores —murmuro—. Y, cuando los encontremos... mataré a Ramson.
FINAL DEL PRIMER LIBRO
Nos vemos muy pronto en su continuación 'El rey de las sombras'
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