18 - 'El deseo prohibido'
18 - EL DESEO PROHIBIDO
Penúltimo capítulo rrrr
Mientras Foster sube las escaleras delante de mí, aprovecho para poner una flecha en el arco y apuntar a la pared para sentirme superior conmigo mism...
—Quita eso de ahí antes de que te des en un pie.
Bajo el arco de golpe y le pongo mala cara a Foster. Ni siquiera me está mirando, pero casi puedo percibir que ha puesto los ojos en blanco.
—Lo tengo bajo control —protesto.
—Hace dos minutos no sabías ni cómo sostenerlo —me recuerda, abriendo la puerta del sótano y entrando en el vestíbulo.
—Bueno, pero ahora lo sé. Podría desabrocharte la camisa con flechas sin siquiera despeinarme.
—Sí, o podrías perforarme un pulmón.
—¡No voy a...!
—¿Qué hacéis?
Suelto un grito ahogado y, justo cuando Foster gira la cabeza, sobresaltado, mi primer instinto es apuntar con la flecha preparada en el arco.
Y termino apuntando directamente a la nariz de Ramson.
Él, que se acaba de plantar a mi lado, enarca una ceja y baja los ojos a la punta de la flecha antes de volver a subirlos hacia mí.
—¿Se supone que tengo que estar impresionado?
—¡No me des esos sustos! —me indigno, bajando el arco—. ¡Podría haberte matado!
—Sí, qué pena —murmura Foster por ahí atrás.
—Te he oído —Ramson le frunce el ceño.
—Era la intención.
Ramson le sostiene la mirada un momento más, enfurruñado, antes de volver a girarse hacia mí y examinar el arco con los ojos. Para mi sorpresa, no comenta nada sobre él.
—He estado buscando a Albert para que nos ayude —concluye en un tono más conciliador—. Tanto él como Vienna están desaparecidos. Según tu crío, han ido a buscar información. ¿Sabes algo?
—Pues la verdad es que...
—Dijeron que era mejor mantenerlo en secreto —me interrumpe Foster.
Estoy a punto de girarme hacia él, extrañada, pero me mantengo quieta cuando veo que Ramson lo examina con la mirada, desconfiado, y luego hace lo mismo conmigo.
—Claro —murmura al final—. He estado investigando por mi cuenta.
—¿Tienes algo? —pregunto enseguida.
—Poca cosa. ¿Y tú?
Dudo un momento antes de encogerme de hombros.
—Foster y yo descubrimos que Rowan ha sido quien ha estado haciendo que los chicos se marcharan de sus casas.
Ramson no parece muy sorprendido. Más bien parece estar analizando lo que acabo de decirle.
—Entonces, hay que ir a su casa.
—En eso estábamos —murmura Foster.
Y, para mi sorpresa, los dos se encaminan hacia el coche de Foster sin esperarme, por lo que tengo que seguirlos correteando. ¿Por qué demonios tienen las piernas tan largas?
Más molesta me quedo cuando Foster se sienta en el lugar del piloto y Ramson en el del copiloto, dejándome a mí sola atrás. Frunzo el ceño, dejo el arco a mi lado y me cruzo de brazos en el asiento del centro.
Antes de arrancar, Foster echa una mirada hacia Ramson. Casi parece divertido.
—¿Alguna vez has subido a un coche?
Ramson, que prácticamente está pegado a su asiento con las uñas, lo asesina con la mirada.
—Arranca y borra esa sonrisita estúpida.
—Vale, vale. Solo lo decía porque puedo ir más despacio. Ya sabes, si te da miedo.
—A mí nada me da miedo.
—A mí me dan miedo las arañas —comento desde atrás—. Bueno, me dan mal rollo con esas patas larguiruchas.
No me hacen ni caso.
—¿Por qué le has devuelto el arco? —pregunta Ramson, un poco más tranquilo, cuando Foster empieza a conducir muy despacio para no asustarle.
—Porque últimamente estamos en peligro constante.
—¿Y qué? ¿Necesita el arco?
—¿No prefieres que sepa defenderse sola, Ramson?
—No sé si eso de darle armas es una buena idea.
—¿Podéis dejar de hablar de mí como si no estuviera? —me indigno.
—Es su arco —remarca Foster.
—Bueno, pero ella no lo recordaba.
—Por eso se lo he recordado.
—¿Y crees que ha sido una buena idea?
—Con eso en la mano es más peligrosa que tú, vampirito, cállate ya.
—¿Por qué me siento como si fuerais mis padres divorciados? —murmuro.
Ramson le pone mala cara a Foster, ignorándome por enésima vez.
—No me llames vampirito.
—Es lo que eres.
—Soy más poderoso que tú.
—Sí, claaaaaro.
—¡Tengo una ciudad!
—Una ciudad no tiene propietario.
—Es mi ciudad.
—Y yo controlo todos los fondos de tu ciudad, creído.
—Podría arrancarte la cabeza solo por molestarme, ¿lo sabes?
—Oh, ¿en serio? ¿Necesitas que te recuerde quién te enseñó a defenderte cuando eras un crío?
—He aprendido mucho desde entonces, ¡podría vencerte!
—Me encantaría verte intentándolo, vampirito.
—¡QUE NO ME LLAMES ASÍ! —Ramson enrojece.
—Eh... chicos —me asomo entre sus dos asientos—, ¿y si nos centramos en la misión?
Foster sigue mirando la carretera, divertido, cuando Ramson por fin desvía la mirada hacia la ventanilla, cruzándose de brazos.
—¿Veis como parecéis un matrimonio? —sacudo la cabeza.
—Yo no me casaría con ese idiota —se enfurruña Ramson, todavía de brazos cruzados—. Parece que es él quien se casaría conmigo.
—Nah, Vee ya cometió ese error. No veo por qué habría que repetirlo.
Uuuuhhhhhh, la cosa se pone interesante.
Cuando Ramson se gira lentamente hacia él, esta vez molesto de verdad, el ambiente de diversión empieza a disiparse.
—¿Y me lo dices tú, que te casaste con alguien a quien apenas conocías?
—Chicos... —empiezo, dudando.
—Yo estuve con Larissa un año antes de casarme. Tú estuviste con Vee un mes. No me vengas a dar lecciones de longevidad.
—Lo nuestro era amor, lo tuyo fue deber.
—Amor —Foster sonríe irónicamente.
—¿Tienes algo que decir al respecto?
—Tu concepto de amor me parece curioso.
—Chicos, vamos... —vuelvo a intentarlo.
—No hables de algo que nunca has sentido —le dice Ramson en voz baja.
—¿Y tú qué sabes sobre lo que he sentido o no?
—¿Me dirás que amabas a Larissa?
—La quería. Esa es la verdad.
—Pero no la amabas. No te engañes a ti mismo.
—Igual que tú tampoco has amado nunca a nadie más que a ti mismo, vampirito, no te engañes.
—Me casé por amor.
—No confundas amor con obsesión.
—Chicos, ya basta —esta vez, sueno más firme.
Ramson prácticamente lo atraviesa con la mirada. Está furioso.
—¿Tan celoso estás? —le espeta.
—No estoy cel...
—Oh, vamos, desde que llegó no has dejado de arrimarte a ella.
—No me he arrimado a nadie. Vive en mi casa. ¿Pretendes que no interactúe con ella?
—Interactuar con ella no es comértela con la maldita mirada.
—¿Podéis parar de discutir? —intento que mi voz suene por encima de la suya, pero no me hacen caso.
Foster sonríe mordiéndose el labio inferior, como si intentara aguantarse por no soltar una burrada.
—¿Y yo soy el celoso? —pregunta en voz baja.
—Sí, eres tú. No puedes soportar que pasara de ti. Lo has estado arrastrando durante años. Supéralo de una vez.
—Creo que lo tengo más superado que tú, la verdad.
—No has superado una mierda.
—Me casé y tuve una hija, Ramson.
—Una hija que probablemente esté muerta, igual que tu mujer.
Puedo ver el momento exacto en que Foster pierde el color de la cara. Y también el momento en que Ramson se arrepiente de lo que ha dicho.
El coche se para de golpe delante del bar de Rowan y yo contengo la respiración. La tensión es tan evidente que ni siquiera sé qué hacer. Solo puedo ver que ellos se miran fijamente entre sí, esta vez sin ningún tipo de humor de por medio.
—Eso último ha sido inapropiado y lo ha dicho sin querer, por el enfado —intervengo antes de que suelten nada peor—. ¿Verdad, Ramson?
Ramson parpadea, como volviendo a la realidad, y asiente una vez con la cabeza. Foster le sostiene una mirada con una expresión que nunca he visto en él. Casi parece estar a punto de estamparle la cabeza contra el salpicadero.
Al final, se gira hacia delante y respira hondo como si intentara calmarse a sí mismo. Al cabo de unos segundos, es el primero en bajarse del coche. Ramson y yo lo seguimos y nos quedamos los tres delante del bar, yo en medio de ambos.
—¿Cómo lo hacemos? —pregunta Foster, que claramente quiere cambiar de tema.
—Su casa está encima del bar —murmura Ramson sin mirarlo—. Está cerrado con llave y la puerta es bastante gruesa. Uno de los dos debería ir por atrás y tratar de entrar para abrir la puerta.
Tras dudarlo un segundo, me giro hacia Ramson con una mirada significativa. Él suspira.
—Sí, vale, yo me ocupo.
Lo veo desaparecer por uno de los lados del local y tanto Foster como yo permanecemos unos segundos en silencio absoluto. No sé determinar muy bien qué tipo de silencio, pero soy yo quien lo corta girándome hacia él.
—¿Estás bien? —le pregunto con la voz más suave que puedo reunir.
Él asiente sin mirarme y se encamina hacia el bar sin decir una palabra.
La puerta de cristal sigue destrozada y abierta. Las manchas de sangre siguen en el suelo, ahora resecas. No puedo evitar tragar saliva cuando paso por el sitio en el Foster ha caído cuando la flecha le ha atravesado el brazo. Él parece no darse ni cuenta, porque cruza el local sin fijarse en nada y se detiene junto a la única puerta cerrada, la gruesa de madera robusta.
Como veo que él se apoya con la cadera en la barra y se cruza de brazos, yo opto por apoyar un hombro en la pared y ajustarme el arco sobre el otro.
—¿Crees que podrá abrir? —pregunto solo para romper el silencio.
—Sí —ni siquiera lo duda—. Sabe hacer su trabajo.
No digo nada. Él no me mira, pero sacude la cabeza y esboza una sonrisa amarga.
—Honestamente, sigo sin entender qué viste en él. ¿Me lo puedes explicar?
Creo que debería tomármelo a la defensiva, pero honestamente yo tampoco lo sé. Es lo opuesto a mis gustos. Solo sé que cuando lo veo la atracción es inmediata. Y eso no puede negarlo nadie, ni siquiera yo misma.
—Es distinto cuando estamos solos —lo defiendo en voz baja—. No es tan... así.
—Eso no responde a mi pregunta.
—Bueno, no siempre hay respuestas para todo.
Él me mira un momento con una expresión que no sé identificar antes de volver a la indiferente de antes.
—Supongo que no —concluye.
Tras eso, el silencio empieza a envolvernos de una forma muy extraña. Creo que es la primera vez que me siento incómoda con él, como si tuviera algo que decirle pero no supiera bien el qué. Odio esta sensación.
—Yo no... —empiezo, pero me corto a mí misma.
Foster me mira al instante, como si estuviera esperando que siguiera.
Pero... ¿yo no? ¿Qué demonios quiero decir con eso? Me pellizco el puente de la nariz, frustrada.
—Nada —murmuro—. Déjalo.
—La verdad es que prefiero saberlo.
—Bueno, ni siquiera sé qué iba a decirte —mascullo—. Yo... siento que las cosas han cambiado con él. Y ni siquiera recuerdo cómo eran antes.
—¿En qué sentido?
Dudo un momento antes de cruzarme de brazos y encogerme de hombros. No me atrevo a mirarlo, pero sé que él me mira fijamente.
—Antes... me he aprovechado de lo que siente por mí —confieso finalmente.
Hay un momento de silencio. Casi puedo percibir que él ha fruncido el ceño.
—¿Qué quieres decir?
—Bueno... me he puesto a llorar de frustración y...
—¿Tú? ¿Llorar de frustración? —levanto la mirada. Casi se está riendo—. ¿Y se lo ha creído, el pobre ingenuo?
—Pues sí, se lo ha creído. Y por eso ha ido a buscar información.
Justo cuando termino de decirlo, la sonrisa de Foster empieza a evaporarse lentamente hasta volverse una cara de estupefacción.
—¿Lo has manipulado emocionalmente para que hiciera lo que tú querías que hiciera?
—Bueno, dicho así suena feo, pero...
Me callo a mí misma cuando veo que su expresión ha cambiado completamente. Parece... ¿molesto?
—¿Qué? —pregunto, a la defensiva.
—Que eso no ha estado bien, Vee. Nada bien.
El sentimiento de culpabilidad de antes vuelve a mí y, pese a que sé que tiene razón, mi primer instinto es ponerme a la defensiva y negarlo.
—¿A ti qué más te da? —le encaro—. Ni siquiera te cae bien.
—¿Qué importa si me cae bien o no?
—No me sermonees, no eres mi padre.
—Pues creo que eso es precisamente lo que necesitas, que alguien empiece a decirte que no puedes hacer lo que quieras y no esperar consecuencias.
—¿Y vas a hacerlo tú?
—Está claro que Ramson no lo hará. Y tú te has aprovechado de ello, ¿no?
No me he dado cuenta, pero se ha acercado a mí. De hecho, ahora está plantado justo delante de mí con el ceño fruncido. Tengo que echar la cabeza hacia atrás para mirarlo. Y eso hace que me cruce de brazos con todavía más fuerza, a la defensiva.
—No puedes manipular a la gente según tu antojo —me dice, muy serio—. Simplemente no está bien, Vee. Me da igual con quién sea.
—Bueno, pues ya lo he hecho.
—La Vee de la que me enamoré nunca habría hecho eso.
—Quizá la Vee de la que te enamoraste ya no existe.
Lo he dicho sin pensar, pero me da la sensación de que su expresión cambia totalmente. No sé muy bien cómo interpretarlo, pero siento que eso ha hecho que se forme una barrera entre nosotros. Una muy grande.
Foster me sostiene la mirada por unos segundos y, pese a que está claro que su expresión es de enfado, yo no puedo evitar que se me seque la garganta y me empiecen a crecer los nervios.
Si él se da cuenta de que se me ha acelerado el pulso, lo ignora categóricamente. Simplemente se da la vuelta y se acerca a la puerta para abrirla justo cuando Ramson la empuja desde el otro lado. Sigo a Foster con la mirada y siento que vuelvo a respirar cuando desaparece escaleras arriba.
—¿Qué pasa? —pregunta Ramson, desconfiado.
Sacudo la cabeza enseguida.
—Nada.
Pero, claro, él no se lo cree. De hecho, mira un momento las escaleras antes de volver a girarse hacia mí.
—¿Te ha estado molestando?
—Que no —insisto, acercándome—. Vamos, acabemos con esto de una vez.
Tras una larga e incómodamente silenciosa inspección de una hora en la casa de Rowan, solo llego a tres conclusiones.
1. Este señor no es muy ordenado.
2. Tiene una obsesión insana con los ambientadores con olor a pino.
3. Le gusta la sangre A positiva. Tiene unas cuantas bolsas en la nevera.
¿Sobre desaparecidos? Nada de nada. Como mucho, encontramos una copia de las leyendas, pero ni siquiera ha apuntado nada en ellas. Menuda decepción.
En el camino de vuelta, soy yo la que se mantiene al margen de esos dos. Ramson y yo apenas hemos hablado desde que hemos entrado en la casa y Foster ni siquiera me ha mirado. Ahora mismo, prefiero olvidarme de ellos y pensar en por qué demonios no me he duchado y me he cambiado la ropa llena de sangre seca. Doy asco. Realmente necesito esa ducha.
Casi suelto un suspiro de alivio cuando Foster detiene el coche delante de su casa. Soy la primera en bajarme perezosamente, aunque obviamente ellos se adelantan y avanzan hacia la entrada mucho antes que yo. Los veo subir los escalones y suelto un suspiro antes de empezar a seg...
—Vee...
Levanto la mirada, sobresaltada, cuando me doy cuenta de que Ramson se ha vuelto a plantar delante de mí sin avisar. Le pongo mala cara.
—En serio, tienes que dejar de acercarte sin...
Me callo cuando veo que hay algo que no encaja en su mirada. Especialmente cuando echa una ojeada por encima de mi cabeza y aprieta los labios, como si se lamentara de algo.
Intento darme la vuelta, confusa, pero él vuelve a girarme sujetándome la mano. Bajo la mirada a nuestras manos unidas y no puedo evitar que se me acelere un poco el corazón cuando veo que lo que hace es acariciar mi anillo con el dedo.
—Ramson, ¿qué...?
Pero no me deja terminar. Se ha inclinado para besarme en la boca.
Estoy tan sorprendida que mi cuerpo reacciona antes que mi cerebro y me encuentro a mí misma cerrando los ojos y devolviéndoselo. Aprieto los dedos entorno a su mano, con el corazón acelerado, cuando abre la boca sobre la mía. Es tan inesperado que ni siquiera puedo pensar en nada más, solo en él.
Me inclino hacia delante como intentando seguirlo cuando se echa hacia atrás y me mira con una expresión extraña, casi apenada. Parpadeo, volviendo a la realidad en la que tengo el corazón acelerado y los dedos cerrados con fuerza entorno a su mano, como si quisiera volver a tirar de él hacia mí.
Sin embargo, Ramson no me da la oportunidad de hacerlo. Suelta mi mano lentamente, acariciándome los dedos, y da un paso atrás sin dejar de mirarme con esa expresión apenada.
Y, justo cuando abro la boca para decir algo, lo que sea, escucho unos pasos corriendo por detrás de mí.
—¡Vee! ¡Tienes que ver esto!
Le dirijo una última mirada a Ramson, extrañada, antes de darme la vuelta hacia Sylvia, que se acerca corriendo con Kent. Acaban de aparcar el coche de la abuela de Kent detrás del de Foster.
Intento recomponerme rápidamente, aunque estoy segura de que tengo las mejillas sonrojadas y los labios hinchados.
—¿Qué pasa? —pregunto con voz un poco aguda.
—Mira esto —Sylvia se detiene delante de mí, acelerada. Tiene el libro de leyendas de Amanda en la mano—. ¡Mira!
Parpadeo, tratando de centrarme en algo coherente, cuando levanta el libro y prácticamente me lo estampa en la cara. Lo tiene abierto por la página de la leyenda de la chica del castillo.
—Ya lo he leído mil veces —protesto—. ¿Qué...?
—No, no es eso —me dice Kent, que parece entusiasmado—. Tienes que leer las notas de Amanda.
Frunzo el ceño y vuelvo a centrarme. Sylvia tiene tres páginas puestas a contraluz y, en ellas, se puede apreciar que hay palabras inconexas y sinsentido. Sin embargo, si las lees seguidas y una encima de la otra, todas juntas forman una frase.
—El... regalo... que... nunca... le... devolvieron —leo lentamente.
—¡Exacto! —exclama Sylvia.
Se me hace raro verla tan sonriente y entusiasmada. Está claro que ha descubierto algo grande, pero no termino de entender el qué.
—Amanda estaba estudiando las leyendas —me explica.
—Eso... ya lo sabíamos.
Me giro hacia Ramson en busca de ayuda, pero parpadeo al ver que no está. ¿Dónde...?
—No —me interrumpe Sylvia—, me refiero a que las estudiaba como historias reales, no como leyendas.
—Sus padres nos dijeron que estaba obsesionada con ese libro —me recuerda Kent.
—Lo que investigaba no era la leyenda en sí —me dice Sylvia, señalando la página—. Era una forma de romper las maldiciones de las leyendas.
Mi cerebro hace click al instante, como si de repente hubiera vuelto en sí.
—El regalo que nunca le devolvieron —repito en voz baja—. Se refiere al fantasma. Es la forma de romper la maldición. Eso también lo sabíamos.
—La pregunta es —Kent pone una mueca—, ¿por qué iba a interesarle tanto romper esa maldición?
—Creo que yo puedo darle una respuesta a eso.
Los tres nos giramos hacia Albert y Vienna, que acaban de aparecer. Vienna tiene una de sus piedras en la mano, pero la lanza al suelo como si ya no sirviera y se sacude las manos.
—¿Habéis descubierto algo? —pregunto, entusiasmada.
—Unas cuantas cosas —murmura Vienna.
Kent, que la mira como si le diera miedo, da un paso disimulado hacia Sylvia como si quisiera ponerla de escudo humano entre ambos.
—Resulta que Amanda no tenía muchos amigos y se pasaba el día leyendo —empieza Albert—. Empezó a obsesionarse con el libro de las leyendas y con el hecho de que pudieran llegar a ser reales. Suponemos que quería conseguir algún tipo de magia. Es algo bastante común entre humanos.
—Y —añade Vienna—, teniendo en cuenta que Rowan es de los vampiros más viejos de la ciudad y el más accesible de todos, es lógico que fuera a preguntarle a él más detalles sobre ellas.
—A Rowan debió escapársele demasiada información —continúa Albert—, y ahí fue cuando Amanda se dio cuenta de que los fantasmas te conceden un deseo al romper sus maldiciones.
—Espera, ¿qué? —Sylvia frunce el ceño—. ¿Qué clase de deseo? Igual yo empiezo a romper maldiciones para hacerme millonaria.
—Cualquier deseo —remarca Vienna, sacudiendo la cabeza—. Es una tentación muy grande para cualquier raza. Especialmente la humana.
—Vale, se obsesionó con romper la maldición y conseguir ese deseo —murmura Kent—. Eso sigue sin explicar por qué está desaparecida.
Vienna me dirige una breve sonrisa de orgullo disimulado cuando levanto la cabeza de golpe.
—Ahí están los desaparecidos. En el castillo.
Hay un momento de silencio. Sylvia y Kent parecen pasmados, pero no más que yo.
—Ella se obsesionó con romper la maldición —digo a toda prisa, como si de repente todo encajara—, pero esa maldición es precisamente lo que mantiene cautivos a los desaparecidos. Ramson me dijo que a los vampiros no les afecta tanto un fantasma, así que Rowan podría meterlos en las profundidades del castillo sin que ellos pudieran salir después. Si Amanda la hubiera roto, todo su plan se habría ido a la mierda.
—Pero... —Sylvia sacude la cabeza—, Amanda fue la primera desaparecida. ¿Qué intentaba proteger Rowan exactamente si todavía no tenía a nadie ahí abajo?
—¿Y por qué hay más desaparecidos? —me pregunto yo en voz alta—. Nos falta algo.
—Ese algo es la clave de todo —Vienna pone una mueca de frustración—. Por eso es lo único que nos falta.
—¿Y qué hay del fantasma? —interviene Kent tímidamente—. ¿No se supone que teníamos que encontrar a su amor perdido o algo así? ¿Alguien lo ha encontrado?
Miro a Albert y Vienna al instante, pero por sus caras sé enseguida la respuesta.
—Mierda —murmuro.
—No se sabe nada de ese amor perdido, solo que la última vez que lo vieron fue en esta ciudad —me dice Albert, claramente irritado por ello—. Es... casi como si no hubiera existido, pero está claro que sí lo hizo.
—No, tenemos que encontrarlo —digo firmemente.
—¿Qué pasa? —interviene Trev, que baja las escaleras tranquilamente—. Wow, Vee, ¿eso es un arco? ¿Puedes disparar a cosas y hacer que exploten?
Debe darse cuenta del tono serio de la reunión, porque da un respingo y borra la sonrisa.
—Oh, no, ¿quién ha muerto?
—¿Y tú qué hacías? —le pregunta Sylvia, enarcando una ceja.
—Cuidar de vuestra amiga, ya que parece que nadie más quiere hacerlo. Está echándose la siesta en el sofá, así que no vayáis a molestarla.
—Ya habrá tiempo para preocuparse de la humana —remarca Vienna, toda ternura—. Tenemos que resolver esto de una vez.
Y... claro, todos se giran hacia mí.
—Yo... yo no puedo adivinar dónde está el cadáver de su amor perdido —murmuro, algo intimidada—. Es imposible.
—Tiene razón —me concede Sylvia—. Nadie puede hacerlo.
—¿No hay nadie muy viejo a quien podamos preguntarle? —sugiere Kent.
—Ni siquiera Barislav es tan viejo como para haber vivido eso —Vienna sacude la cabeza.
—Entonces, sí que es imposible —Trev se cruza de brazos—. Bueno, fue bonito mientras duró.
—No, no es imposible.
Por algún motivo, notar la mano de Foster en mi brazo no me sobresalta en absoluto. Los demás se giran hacia él, que acaba de detenerse a mi lado y parece bastante determinado.
—¿Alguna idea? —le pregunta Albert.
—Solo una. Dejádmelo a mí.
Y empiezan a discutir entre ellos mientras Foster tira de mí para apartarme del grupo. Se detiene conmigo al otro lado del coche y me mira, muy serio.
—No sé si pretendes que lo adivine milagrosamente —empiezo—, pero no creo que...
—Cierra los ojos.
Le frunzo el ceño al instante, desconfiada.
—¿Para qué?
—Solo hazlo, Vee.
—Dime para qué.
—Es... lo que solíamos hacer antes —me dice, sacudiendo la cabeza—. Confía en mí. Cierra los ojos.
Me quedo mirándolo un momento más antes de, por fin, cerrar lentamente los ojos. En cuanto los tengo cerrados, él carraspea y se acerca a mí, aunque manteniendo ciertas distancias.
—Piensa en la información que tenemos —empieza con voz suave.
—Foster... esto es inútil, no...
—No es inútil. Puedes hacerlo.
—No, no puedo. No confío en mí.
—Pues yo sí confío en ti.
Suspiro con los ojos cerrados cuando me pone las manos en los hombros y agacho un poco la cabeza, tratando de concentrarme.
—Época vikinga, chica curandera, justo después de que terminara la guerra de los hechiceros —me recuerda.
—¿Qué guerra?
—La guerra que libraron los hechiceros contra todas las demás razas para reclamar que dejaran de ser tratados como esclavos. La ganaron.
Intento centrarme en su voz y en sus manos sobre mis hombros y olvidarme del resto del mundo. Es sorprendentemente efectivo.
—¿La chica pudo ser hechicera?
—Un hechicero no puede convertirse en fantasma, ni siquiera por una maldición.
—¿Qué razas pueden convertirse en fantasma?
—Las mezclas con humanos. Y los humanos.
—Es decir, que era humana o tenía sangre mágica, pero no era mágica de nacimiento. ¿Y su amor perdido?
—Si fuera un hechicero o una hechicera, tendríamos su registro civil. Siempre han sido muy escrupulosos con eso.
—Entonces, tenemos a dos humanos o medio humanos. Una curandera. Un desconocido. Época vikinga. Se enamoraron. Si él es desconocido, lo más seguro es que tuvieran que llevarlo a escondidas. Si no, tendríamos más información.
Hago una pausa, rememorando cada detalle que hemos ido reuniendo. ¿Por qué siento que si no estuviera en esta ciudad todo esto sería más fácil?
—El regalo que nunca le devolvieron —repito en voz baja.
Silencio. Frunzo profundamente el ceño y prácticamente me inclino hacia delante para dejar todo mi peso en manos de Foster, que no dice absolutamente nada pero sé que me está mirando fijamente.
—¿Había algún motivo para discriminar a alguien en esa época? —pregunto finalmente.
—Bueno... eran bastante clasistas. Si no tenías dinero, no tenías permitido acceder a la zona alta de la ciudad.
—No, tiene que ser algo más grave.
—También eran... muy excluyentes con la gente que no era originariamente de aquí.
—Es decir, con la gente no blanca.
—Sí, básicamente.
—¿Tanto como para enamorarte de un extranjero y tener que ocultárselo al mundo?
Foster duda un segundo antes de responder.
—Es una buena teoría.
—¿Permitían a los extranjeros ser enterrados en el cementerio?
—No, estaba prohibido. Tenían una zona especial para...
Él se queda callado un momento y yo lo miro. Tiene los ojos muy abiertos.
—Mierda, ya sé dónde está.
Pero lo detengo al instante del brazo y lo devuelvo delante de mí. Él parece totalmente confuso.
—¿No deberíamos ir a...?
—No. Nos falta algo.
—¿El qué?
—Lo que le tenemos que devolver al fantasma. No podemos devolverle un maldito cadáver. Tiene que ser otra cosa.
Foster parpadea, como si intentara pensar en algo.
—¿Alguna pertenencia del extranjero?
—Sí, pero tiene que ser algo... muy especial. Algo que creara un vínculo entre ambos que ni siquiera la muerte ha podido separar.
Nos miramos el uno al otro durante unos segundos antes de que yo abra mucho los ojos.
—Los anillos de compromiso —digo con un hilo de voz—. Tiene que ser eso.
—No, Vee. En esa época no se intercambiaban anillos para anunciar un matrimonio próximo, se intercambiaban...
—...brazaletes.
Foster asiente, sorprendido.
—Sí, por lo tanto, tenemos que encontrar el braz...
—Foster, ya sé dónde está.
La imagen del sótano de Ramson con todos los objetos de leyendas que yo misma quise coleccionar hace unos años viene a mi mente. En especial, el brazalete que había dentro de una de las vitrinas.
No puede ser casualidad. Es ese.
—¿Se puede saber de qué habláis tanto rato? —interviene Albert, acercándose con cara de indignación por sentirse excluido.
Pero ni Foster ni yo lo miramos. De hecho, estamos mirándonos el uno al otro con la misma cara de estupefacción, como si ninguno pudiera creerse que hayamos conseguido adivinarlo.
—¿Y bien? —insiste Albert.
—Tenemos que ir a casa de Ramson —le dice Foster finalmente—, y luego al lado del cementerio.
—¿El cement...?
—Bien —interrumpe Vienna, que claramente no necesita más explicaciones—. Entonces, vamos los cuatro. Y rápido.
—¿Los cuatro? —interviene Sylvia, indignada, que se acerca con Trev y Kent—. ¡Nosotros también hemos participado en esto!
—Estamos hablando de sangre mágica y furiosa, niña, no nos conviene tener humanos cerca de ella.
—¿Y Vee qué? —protesta Trev.
—Genevieve tiene sangre mágica en sus venas —Vienna me dirige una breve mirada—. Solo está dormida.
Antes de que ninguno de ellos pueda volver a protestar, Vienna extiende la mano para recoger una roca, la cubre con la otra, susurra unas palabras y veo que se ilumina entre sus dedos. Albert le rodea la muñeca con la mano. Foster le sujeta el hombro a Albert. Yo, dudando, le alcanzo la mano a Foster.
En un solo parpadeo, me encuentro a mí misma en el sótano de Ramson. Los cuatro miramos a nuestro alrededor y, de nuevo, no puedo evitar preguntarme dónde demonios se habrá metido.
Mejor que no esté, seguro que te diría que esperaras en casa y nos quedaríamos sin chisme.
—¿Dónde está? —me pregunta Albert.
Decidida, me doy la vuelta y me acerco a las vitrinas del fondo de la habitación. Las repaso todas con la mirada hasta llegar a la penúltima. Una vitrina que esconde un brazalete plateado y robusto abierto por unos pocos centímetros y con dos cabezas de lobo mirándose entre sí. Parece pesado. Y muy antiguo.
Abro la vitrina sintiéndome como si estuviera profanando algo sagrado y, dudando solo una milésima de segundo, recojo el brazalete y lo sujeto para verlo mejor. Brilla ligeramente según la luz que le dé, especialmente los ojos de los dos lobos.
—Es un brazalete vikingo —confirma Foster en voz baja, mirándolo por encima de mi hombro.
—Tenemos que darnos prisa —insiste Vienna, extendiendo la mano hacia nosotros.
No me doy tiempo a mí misma para pensarlo antes de sujetarme esta vez de Albert. De nuevo, en apenas un parpadeo noto que el aire a mi alrededor cambia totalmente y me encuentro a mí misma en pleno atardecer, con el sol manchando de un suave anaranjado el paisaje de un lúgubre cementerio pequeño y totalmente desolado.
—Vale —dice Vienna en voz baja—, ahora tenemos que encontrar su tumba.
Esta vez es Foster quien lidera el camino, bordeando la valla oscura y puntiaguda que rodea la zona de las lápidas, el pequeño lago y el mausoleo. El sol cada vez se esconde más, haciendo que las sombras se alarguen y la oscuridad dé un tono más tenebroso y oscuro a los árboles sin hojas, la mala hierba y las flores marchitas. Trago saliva con fuerza y acelero el paso.
Foster se sale del camino nada más alejarnos del mausoleo y baja una pequeña pendiente que roza la zona de los árboles por donde empieza el bosque, pero se detiene abruptamente antes de alcanzarlos. Y es que hemos llegado a un extenso terreno sin árboles, ni flores, ni ningún tipo de adorno. Solo lápidas viejas y destartaladas, roídas por los años y claramente con pocos visitantes.
—Tiene que estar aquí —dice en voz baja.
—¿Cómo pueden haber cadáveres de tantos años en un sitio tan reducido? —pregunto, asombrada.
—Es una ciudad mágica —me recuerda Albert—. Las razas mágicas envejecen diez veces más lentamente que los humanos y los vampiros son inmortales. Los únicos a los que hay que enterrar son los humanos. Y tampoco hay tantos.
Asiento lentamente con la cabeza y veo que Vienna se separa de nosotros para empezar a buscar por su cuenta. De una de sus manos, emana una pequeña luz que le hace de linterna para ver mejor lo que pone en las lápidas. Albert se apresura a seguirla como si le indignara que no lo hubiera esperado. Foster, por su parte, se pone a buscar por el otro lado y yo me apresuro a seguirlo a él.
—¿Puedes ver algo? —pregunto, dubitativa, viendo cómo el sol cada vez se esconde más.
—Privilegios de ser vampiro —me sonríe de lado antes de seguir buscando.
—Pues se supone que yo he sido vampira y no veo nada.
—Porque tus rasgos dominantes ahora son humanos, pero eso no quiere decir que no tengas ninguno vampiro.
Esquivo una raíz que sobresale del suelo y me apresuro a trotar para volver a alcanzarlo.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Bueno, el hambre voraz que tenías hace unas semanas —murmura, leyendo los nombres y las fechas de las lápidas—, los pastelitos que Albert tenía que darte...
—Espera, ¿qué demonios llevaban esos pastelitos?
Foster se detiene solo para dedicarme una de esas miradas con ceja enarcada incluida en las que está claro que se cuestionan cada palabra que has soltado. Enrojezco un poco.
—Sangre —murmuro—, ¿no?
—Sí, Vee, llevaban sangre.
—Pero... yo nunca había necesitado sangre. O al menos que yo recuerde.
—Porque tus rasgos vampiros estaban dormidos. En el momento en que conociste a tu creador, empezaron a despertarse otra vez. Y... bueno, no sé hasta qué punto irán en aumento.
Frunzo un poco el ceño, de nuevo apresurándome a seguirlo.
—¿Sería malo que volviera a adoptar mi forma vampira?
—No —dice en voz baja.
—¿Entonces?
—Ahora... tienes una oportunidad, Vee. Una oportunidad de elegir. Es algo que mucha gente no tiene.
Vale, admito que no había pensado eso hasta ahora.
—¿Quién querría ser humana pudiendo ser vampira? —mascullo, confusa.
—Un enorme número de vampiras, te lo aseguro.
—Pero... ahora mismo tampoco soy humana del todo. No envejezco. No cambio. Estoy... congelada en el tiempo.
—Pero puedes disfrutar de las ventajas de ser una humana sin serlo del todo.
—¿Y si en algún momento le dijera a mi creador que quiero volver a ser vampira?
Foster se detiene y, aunque no me mira, sé que ha tensado los hombros.
—Son estas lápidas —dice en voz baja.
Eso me distrae completamente. Bajo la mirada y, efectivamente, veo que las fechas cinceladas en ellas son del siglo correcto. Y tan solo hay cinco. Vienna y Albert se han detenido al otro lado y nos miran con la pregunta en los ojos. La pregunta que deberíamos hacernos los cuatro.
¿Cuál de las cinco tumbas es?
—Bueno —murmura Albert, poniendo los brazos en jarras—, siempre está la opción de profanar cinco sepulcros.
—¿Y cómo sabremos cuál es el correcto por mucho que los abramos? —le pregunta Foster.
—No sé... ¿instinto?
Mientras hablan entre ellos, saco el brazalete del bolsillo y me paseo por delante de las cinco tumbas, dudando. Ninguna tiene nombre. Todos son personas que no merecían tanto honor por una razón u otra que en ese momento se considerara importante. Y ahora son solo cadáveres sin nombre, sin nadie que los...
Me detengo de golpe en la tercera cuando noto que el brazalete empieza a calentarse en mi mano. De hecho, se calienta tanto que suelto un grito ahogado y lo suelto, dolida. Siento que alguien me toma de la muñeca y me giro justo a tiempo para ver a Foster mirando la quemadura de la palma de mi mano.
—¿Qué demonios...? —empiezo.
Cuando veo que Vienna se acerca para recogerlo, la detengo con un gesto.
—¡No lo toques, está ardiendo!
Pero ella se limita a sonreírme ligeramente y a recogerlo como si nada. Albert sacude la cabeza con media sonrisa.
—¿Un hechizo de protección? —pregunta.
—Sí —Vienna examina la tumba con los ojos—. Hecho por un novato que sería el encargado del cementerio en ese momento. Alguien no quería que este brazalete volviera con su dueño, eso está claro.
—¿Puedes deshacerlo?
—Tú solo mira y disfruta, Albertito.
Vienna mueve una mano justo por encima de la lápida y, aunque ninguno de nosotros ve nada, sí que siento que la energía se vuelve mucho menos pesada a mi alrededor.
Cuando me giro hacia Foster, es justo en el momento en el que él coloca la muñeca que acaba de morderse hasta hacerse una herida encima de la quemadura de la palma de mi mano. Cuando una gota de sangre toca mi herida, el dolor es inmediato.
—No te muevas —me ordena sin siquiera parpadear.
—¡Escuece!
—Porque es una herida mágica, testaruda. No me muevas o te echo otra.
Le pongo mala cara, pero es bastante fascinante ver cómo la herida que acaba de hacerse se va cerrando en cuestión de pocos segundos. Para cuando lo ha hecho del todo, la herida de mi mano ya está completamente curada. Foster retira la poca sangre que queda con el pulgar y se acerca a Vienna sin volver a mirarme.
—¿Ya está? —le pregunta.
—Sí. Cuidado, no os acerquéis.
Los tres nos quedamos viendo cómo Vienna se quita la capucha, el abrigo y los guantes antes de dejarlo todo en el suelo. Sus brazos delgados se tensan por completo cuando los estira a ambos lados, intentando concentrarse.
—¿Estás bien? —le pregunta Albert.
Ella asiente sin mirarlo y, antes de que podamos hacer nada, cierra las manos en puños y veo cómo todo su cuerpo se tensa al moverlos hacia arriba. Para mi asombro, no tardo en comprobar que cada centímetro que mueve ella es un centímetro que se mueve la tierra que cubre la tumba del amor perdido del fantasma.
Fascinada, veo cómo casi cuatro metros de tierra se van levantando lentamente delante de nosotros mientras Vienna aprieta los dientes del esfuerzo y se mueve como si tuviera el peso sobre sus propios hombros. Casi me entran ganas de acercarme y ayudarla, pero no puedo hacerlo y sería totalmente inútil.
Y, por fin, la tierra queda suspendida en el aire, a un metro de altura por encima de la tumba.
—Hacedlo ahora —espeta entre dientes.
Reacciono justo a tiempo y me acerco a la obertura de la tumba para arrodillarme al lado. Honestamente, lo que espero ver es un montón de huesos. O ni siquiera eso, solo polvo.
Pero... no.
Lo que veo es un chico de unos veintipocos años, con el pelo azabache y la tez ligeramente oscura, las cejas gruesas y los labios ligeramente gruesos apetados en una relajada línea. Lleva puesto lo que parece un traje de cuero con un abrigo y un collar con varios huesos. Sus manos están apretadas en su pecho y parecen sostener algo. Un brazalete idéntico al mío.
—Es lo que sostiene —me dice Albert en voz baja—. Es el de la chica. El que tienes tú es el suyo.
—Entonces... —murmuro—, lo que quedó por hacer es... ¿devolvérselo el uno al otro?
Albert asiente y Foster se arrodilla a mi lado. Creo que su primera intención es lanzarse dentro en mi lugar, pero yo lo hago antes de que pueda pensárselo mejor. Aterrizo de con los pies a cada lado del cuerpo del chico y me quedo mirándolo un momento. Es... fascinante. Y guapísimo. Parece irreal.
—Es por la maldición —me dice Albert—. Su cuerpo se mantiene así porque todavía tiene un propósito que cumplir.
Al escuchar el gruñido de dolor de Vienna, me agacho junto al chico y, dudando un momento, acerco la mano a las suyas y le arrebato el brazalete que guardaba tan preciadamente para sustituirlo por el que traía yo. El volver a colocárselas, noto que incluso sus manos siguen cálidas.
—Vamos, Vee —me dice Foster, devolviéndome a la realidad.
Acepto su mano para volver a escalar fuera de la tumba y, nada más salir de ella, Vienna suelta un suspiro de alivio y deja que la tierra vuelva a su lugar. Se tiene que apoyar sobre sus rodillas para recuperar la respiración, pero parece satisfecha.
—¿Necesitas algo para recuperarte? —Albert se acerca a ella a toda velocidad.
Vienna niega con la cabeza y se toma unos segundos más antes de recoger una piedra e incorporarse. Se acerca a nosotros haciendo con ella lo mismo de antes y todos se sujetan a ella menos yo.
—Vamos, Vee —me dice Albert—. Tenemos que ir al castillo a devolverle el brazalete al fantasma.
—Pero... ¿no deberíamos encontrar antes a Ramson?
Los tres parecen bastante sorprendidos con eso.
—¿Ramson? —repite Albert—. Te aseguro que cuando quiera que lo encontremos nos lo hará saber.
—Lo sé, pero... él también ha participado en esto, se merece estar presente cuando se resuelva, ¿no?
—Vee —la voz de Vienna es firme—, ahora mismo no hay tiempo. Tenemos que ir a rescatar a esos niños. Cuando estén a salvo te ayudaré a encontrarlo, te lo prometo.
Eso sí me convence. Trago saliva y me acerco a Vienna para sujetar su brazo. Foster me sujeta la mano y apoya la otra en el hombro de Albert antes de que los cuatro nos transportemos al castillo, justo delante de la puerta de entrada.
Nos quedamos un momento en silencio, viendo el pasillo oscuro que deberemos descender para llegar al corazón del castillo.
—A por el último obstáculo —me dice Foster en voz baja.
Y encabezo la marcha hacia su interior.
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