17 - 'Los dos justicieros'

Nada que ver pero hoy en esta cuenta hemos llegado a los 400k y me hacía ilusión decirlo AAAAA perdón podéis seguir ya no molesto más bye :,)

17 - LOS DOS JUSTICIEROS

El corazón me late a toda velocidad cuando dejo a Jana en el asiento trasero y vuelvo corriendo al bar. Foster ha intentado salir por su cuenta, pero ha tenido que apoyarse con un hombro en el marco de la puerta con un gruñido de dolor. El brazo no deja de sangrarle.

Me pongo a su lado y me paso su brazo bueno por encima de los hombros al instante, ayudándolo a llegar al coche.

—Joder —murmura con una mueca de dolor—, hacía muchos años que nadie me apuñalaba con obsidiana, no recordaba que doliera tanto.

—Habla bien —bromeo, en medio del caos.

—Que te jodan —y sonríe, también en medio del caos.

Foster suelta otro resoplido de dolor cuando lo apoyo con cuidado en el asiento del copiloto. Intento no poner una cara rara al ver que tiene el brazo casi completamente cubierto de color negro, como si estuviera perdiendo la movilidad lentamente. Me aparto de un salto, aterrada, y cierro la puerta antes de rodear el coche y sentarme en lugar del piloto.

—Es manual —me dice Foster, acomodándose con una mueca de dolor.

¿Manual? ¿Qué dice éste ahora?

Debe verme la cara de susto, porque frunce un poco el ceño.

—¿Qué pasa?

—Eh... ¿es un buen momento para confesar que solo he conducido una vez y me estrellé contra una pared?

Foster abre los ojos como platos.

—¿E-eh...? —su voz sube diez decibelios.

—¡No pasa nada! ¡Hoy nos lanzamos a la aventura!

—¿Eh? No, no, ¡esper...!

Doy un acelerón tan brusco que los tres nos quedamos pegados al asiento. Foster tiene cara de horror absoluto y Jana murmura algo en medio de su estado inconsciente.

—Vale, para el coche —me dice él urgentemente—. Mejor llamamos a...

—¿Y cómo los llamo? ¿Con señales de humo? ¡Eres el único de toda la maldita ciudad que tiene móvil!

Aprieto el embrague a fondo y cambio de marcha, haciendo que el coche entero cruja. Foster suelta un gimoteo, como si le doliera a él, y cierra los ojos como si no quisiera ver el desastre.

—Me han apuñalado con obsidiana, pero voy a morir porque nadie tiene móvil —se lamenta, riendo.

—¡Que no vas a morir, cállate ya!

Otro acelerón. Igual sería mejor frenar un poco en las curvas, porque como vuelva a hacer eso Jana saldrá volando por una ventana.

—Como consigamos llegar a mi casa sin matarnos y no haya nadie —Foster suelta una risita nerviosa—, no estoy muy seguro de si me voy a poner a reír o a llorar.

—¡No digas eso! —le chillo, presa del pánico, empezando a subir la colina dando acelerones y frenazos—. Y... ¡háblame!

—¿Te parece el mejor momento de nuestras vidas para mantener una conversación, Vee? ¿En serio?

—¡Que me hables para que... sepa que no te has quedado inconsciente! ¡Dime algo! ¡Lo que sea!

—Tengo una flecha atravesada en un brazo.

—Genial —mi voz suena en modo pánico cuando asiento con la cabeza, como si fuera lo más normal del mundo—. ¿Y qué tal?

—Bueno, es raro.

—¿En serio?

—Sí, es decir, no es algo que te enseñen en la vida, ¿no? ¿Qué hacer cuando un vampiro loco te atraviesa el jodido brazo con una flecha de obsidiana?

—¿No hay líneas de emergencias vampiras?

—Lamentablemente, no. Y tampoco recuerdo que dijeran nada del tema en el colegio.

—En el mío tampoco —risita nerviosa.

—Tú nunca fuiste a la escuela —me recuerda con una mueca de dolor.

Dudo un momento, echándole una ojeada, antes de volver a girarme hacia delante.

—¿Cómo que nunca fui?

—Tus padres no tenían dinero para pagarte una escuela, Vee. Cuando nos conocimos, ni siquiera sabías leer o escribir. Un día, me pediste que te enseñara a escribir tu nombre. Solo tardaste dos horas en conseguirlo —suelta una risotada que creo que en cualquier otro momento habría sido orgullosa, pero ahora mismo está teñida de dolor—. Luego empezaste a querer leer. Y quisiste entender los libros que yo me pasaba el día leyendo. En un año, ya eras capaz de leer cualquier cosa de mi biblioteca.

Hay un momento de silencio. Mantengo la mirada clavada al frente, con las dos manos apretadas en el volante. Foster, a mi lado, se remueve con una mueca de dolor.

—Eso sí, odiabas los números —añade—. Intenté enseñarte algunos cálculos rápidos, pero el día que casi me estampaste una calculadora en la cara deduje que igual te gustaban más las letras y desistí.

—Eso suena como algo que haría —admito con una risa un poco histérica.

Lo miro a toda velocidad cuando toma una respiración profunda, removiéndose. Hay mucha sangre. Muchísima. Es como si la obsidiana le estuviera comiendo por dentro.

—No... no puede pasarte nada malo por una flecha, ¿no? —pregunto, intentando dejar de mirarlo y centrarme en la carretera—. Vienna te la quitará y ya está, ¿verdad?

Por su expresión, sé que la respuesta no es afirmativa pero aún así me mentirá para que no entre en pánico.

¿Cómo demonios puedo saber eso solo con echarle una ojeada?

—Claro que no —me asegura—. Yo estoy bien. Tú céntrate en llegar.

Y eso hago. Acelero un poco más y, cuando por fin diviso el camino de casa de Foster, suelto un suspiro de alivio. Me meto en él muy lentamente, intentando no chocar con los bordes de la valla, y finalmente consigo aparcar el dichoso coche en la entrada con un frenazo.

Casi empiezo a llorar de felicidad cuando veo a Albert saliendo de la casa a toda velocidad con cara de preocupación. Creo que ha olido la sangre.

—¿Qué ha pasado? —pregunta, bajando los escalones tan rápido como puede.

—¡Rowan, eso ha pasado! —espeto, histérica, saliendo del coche—. ¡Él era quien iba a buscar a los desaparecidos a sus casas para llevárselos!

Albert abre mucho los ojos, pasmado, pero su atención se desvía cuando ve a Foster saliendo del coche como puede.

—¡Foster! —nunca lo he oído tan preocupado—. ¿Eso es...?

—...una herida de obsidiana, sí. ¿Quieres una? Puedo arrancarme la flecha y clavártela para que no te sientas apartado.

Albert parece todavía más pasmado cuando ve a Jana inconsciente en el asiento trasero. Tarda dos segundos exactos en reaccionar y hacer un gesto frenético a Trev, que está en la puerta pero no lo he visto hasta ahora.

—Wow —suelta él, mirándome—. Nunca había visto tanta sang...

—¡NIÑO! —le chilla Albert—. ¡Céntrate!

Trev da un respingo y se apresura a correr al asiento trasero. Se queda un momento pasmado al ver las heridas de Jana. De hecho, el color desaparece de su cara. Pero hace de tripas corazón y se apresura a sujetarla en brazos para entrarla en casa.

Yo, por mi parte, vuelto a acercarme a Foster para pasarme su brazo bueno por encima del hombro. Esta vez está más pálido y tiene menos fuerza. Prácticamente tiene todo su peso apoyado sobre mí. Lo miro de reojo mientras subimos los escalones y una oleada de pánico me recorre el cuerpo cuando veo que las manchas negras empiezan a ascender por su cuello, tratando de llegar a su mandíbula.

Albert también debe verlo, porque acelera el paso para pasar por delante de nosotros y entra en casa a toda velocidad. Vienna está bajando las escaleras del vestíbulo cuando entro con Foster.

Lo bueno de Vienna es que no necesita preguntar. Lo único que hace es actuar. Y, cuando todos estemos bien, ya se encargará de regañarnos, insultarnos, apuñalarnos o lo que proceda.

—Déjala en el suelo —le ordena a Trev bruscamente.

Trev —que sospecho que le tiene algo de miedo— duda un momento antes de hacerlo, sujetando la cabeza de Jana con una mano para que no choque contra el suelo.

Vienna se quita el abrigo a toda velocidad, lo tira al suelo y sus brazos delgados quedan al descubierto. También tiene marcas de serpiente en ellos, enroscándose por sus muñecas, sus codos y sus hombros. Al agacharse junto a Jana, se le tensa la espalda y los tatuajes empiezan a moverse casi imperceptiblemente.

Apenas tarda dos segundos en ponerle una mano en la frente y girarse hacia Albert.

—Sangre —aclara con voz firme, de esa que no da pie a discusiones.

Albert sale corriendo al instante hacia la cocina y, mientras vuelve con una bolsa de sangre en la mano y se agacha junto a Jana para hacerle un agujero con los dientes y verterle la sangre en la boca —ante los ojos pasmados de Trev—, Vienna se acerca a nosotros.

Yo he sentado a Foster como he podido con la espalda apoyada en la pared. Está haciendo un esfuerzo por no mostrar el dolor que siente, pero el color negro ya le ha alcanzado la mandíbula y empieza a acercarse a su boca. Me giro hacia Vienna, que se ha quedado muy quieta.

—¡Date prisa, por favor! —le grito, histérica.

Pero Vienna no se mueve. De hecho, se queda mirando la herida un momento antes de girarse hacia mí con una expresión que lo dice todo sin necesidad de decir nada.

—Vamos —insisto, sin querer creérmelo.

—Lo siento —me dice en voz baja, apenada—. Yo no...

—¡Ayúdalo! —le grito, desesperada—. ¡Tenemos que sacarle la flecha y...!

—Vee, es obsidiana. Ya está en su sangre. No puedo hacer nada.

Me giro hacia Foster con los oídos zumbándome. Él tiene los ojos cerrados con fuerza y se le contrae un músculo de la mandíbula por el dolor.

Tiene que haber algo. Tiene que...

—Quizá yo pueda hacer algo.

Levanto la cabeza de golpe, al igual que Vienna. Barislav, el hechicero que he conocido hace una hora en casa de Ramson, acaba de entrar en la casa y observa el espectáculo como si fuera de lo más entretenido.

—No te metas en esto —le advierte Vienna.

—Me temo que no te lo ofrecía a ti, sino a nuestra querida Genevieve.

Estoy a punto de preguntarle, pero el recuerdo de Albert y Ramson advirtiéndome que no haga preguntas a hechiceros me viene a la mente al instante.

—Solo si de verdad puedes ayudarlo —le advierto en voz baja—. O te arrepentirás. Te lo puedo jurar.

Él esboza una sonrisa divertida y, sin borrarla, se sube las mangas de la camisa de seda hasta los codos y se acerca tranquilamente. Foster tiene los ojos abiertos como puede y el pecho le sube y le baja a toda velocidad, pero aún así se las apaña para asesinarlo con la mirada cuando se agacha a su lado para verle la herida.

—Obsidiana, efectivamente. Y está en su sangre —asiente Barislav—. Calculo que en menos de un minuto le alcanzará el corazón y morirá.

—¡Haz algo, no te quedes mirándolo! —le exijo.

—Cálmate, tampoco es como si fuera a morirs... bueno... ya me entiendes.

Sonríe ampliamente y, sin ninguna prisa, sujeta a Foster de la muñeca y le aprieta la mano contra el suelo para inmovilizarle el brazo entero. Da un toquecito a la flecha y sonríe ampliamente, girándose hacia mí.

—Sujétalo o esto será complicado —me ordena alegremente.

No entiendo nada hasta que veo que agarra la flecha con la otra mano, con toda la intención de arrancarla.

Sin pensar en lo que hago, le sujeto la cara a Foster y se la giro hacia mí para que no vea lo que está a punto de pasar. Casi al instante, Barislav aprieta los labios y, sin pensarlo dos veces, arranca la flecha de un brusco tirón.

La reacción de Foster es inmediata. Su cuerpo hace un ademán de sacudirse y suelta un gruñido de dolor estremecedor. Y yo no puedo hacer otra cosa que rodearle el cuello con un brazo y ponerle la otra mano en la nuca, intentando darle algo de consuelo. Está completamente tenso, con la cara escondida en el hueco de mi cuello.

Barislav se ha puesto serio. Suelta la flecha como si nada y, cuando ve los chorros de sangre saliendo de la herida, la cubre una mano y murmura algo en un idioma que no conozco. Al instante, noto que la piel de Foster empieza a arder y él se tensa todavía más.

—Tienes que curarlo —le advierto a Barislav.

—Silencio —me ordena sin mirarme. Ya no hay rastro del humor de antes.

Estoy a punto de protestar, pero me desconcentro totalmente cuando veo que, a medida que él mueve la mano por encima de la herida y un extraño brillo escapa de sus dedos, el color negro de la piel de Foster empieza a desaparecer. Me separo un poco para poder verlo mejor. Vienna observa todo con los labios apretados, muy tensa.

Al cabo de unos segundos, empiezo a notar que el cuerpo de Foster se relaja en mis brazos y me permito apoyar la mejilla en su cabeza para mirar a Barislav. Ya no mueve los labios, peros sus manos brillan más que antes. Y la ponzoña de la piel de Foster prácticamente ha desaparecido.

Finalmente, cierra la mano que tenía suspendida sobre la herida en un puño y la aparta. La herida sigue ahí, pero está cerrada.

—Es obsidiana —murmura él—. Va a quedarle una bonita cicatriz de la que poder presumir con la próxima persona con la que se desnude.

Me mira como si esperara una sonrisa o algo así, pero yo me limito a devolverle la mirada, todavía sujetando a Foster para que no se mueva.

—No has hecho esto a cambio de nada —murmuro en voz baja.

Barislav aumenta su sonrisa al ponerse de pie, mirándome.

—Sabes que no —comenta, como si nada—. Pero no te preocupes, ya se me ocurrirá alguna forma de cobrarte el favor.

Sin decir una palabra más, se acerca tranquilamente a Albert para ver a Jana, a quien Trev sigue sujetando de la cabeza.

—Está bien —murmura Vienna, acercándose a mí y pasándome una mano por la espalda—. La humana se pondrá bien. Y él también. Puedes soltarlo.

No me he dado cuenta hasta este momento, pero estoy abrazando a Foster como si intentara hacerle de escudo con todo mi cuerpo para protegerlo de cualquier cosa. Bajo la cabeza algo avergonzada, pero cuando por fin lo suelo me doy cuenta de que sigue teniendo la frente apoyada en mi hombro porque está inconsciente.

—Ha tardado mucho en desmayarse —murmura Vienna, levantándole el brazo para verle la herida—. Creo que solo intentaba hacerse el valiente delante de ti.

No sé si lo que suelto es un gimoteo o una risita nerviosa, la verdad.

—¿Estás segura de que se pondrá bien?

—Sí. Barislav es un desgraciado, pero sabe lo que hace. Y la herida está cerrada a la perfección. El problema va a ser la sangre.

—¿La sangre? —repito, confusa.

—Tenemos que encontrar a alguien dispuesto a darle la sangre que necesita. Ha perdido mucha, Vee.

Lo miro un momento. Sigue teniendo los ojos cerrados, pero su pecho sube y baja. Nariz recta, pestañas espesas, pelo castaño claro, casi rubio —y ahora desordenado, por fin—, manchas de sangre por todas partes y ojeras profundas por haber estado tanto tiempo preocupado por Addy.

—Yo se la daré —me escucho decir a mí misma.

Pero, para mi sorpresa, la voz de Vienna es tajante:

—No.

Sorprendida, me giro hacia ella.

—¿No?

—Para empezar, no tienes el tipo de sangre que necesita.

—¿Qué más da? La sangre es sangre, no...

—No —repite, muy seria—. Encontraré a alguien que lo haga.

No espera una respuesta. Se gira para acercarse a Jana. Ella sigue inconsciente, pero al menos da la sensación que el color le ha vuelto a la cara. Trev sonríe y le dice algo a Albert, que sacude la cabeza. Barislav ha desaparecido.

Justo cuando miro la escena, noto que Foster se mueve un poco entre mis brazos. Bajo la mirada al instante, sobresaltada, y veo que está parpadeando para adaptar los ojos a la luz de la habitación. Tarda unos segundos en conseguirlo.

Y, claro, lo primero que ve es que tengo su cara literalmente pegada a mis tetas.

Hay un momento de silencio absoluto antes de que yo dé un respingo hacia atrás y él esté a punto de darse un cabezazo contra la pared.

—¡Lo siento! —me disculpo enseguida, enrojeciendo cada vez más.

Foster se frota la nuca dolorida con la mano buena y parece que intenta ubicarse en el espacio y en el tiempo. Cuando por fin lo hace, baja la mirada a su brazo y se queda pasmado al ver la herida cerrada.

—Ha sido Barislav —murmuro—. Justo antes de que te... bueno... te quedaras inconsciente.

Él asiente lentamente, como recuperando el aliento, y de pronto se gira hacia mí con expresión de horror, como si se le acabara de ocurrir algo horrible.

—¿Has... dejado que bebiera de tu sangre?

Niego con la cabeza, pasmada, y más pasmada me quedo cuando veo que suelta un suspiro de alivio y cierra los ojos, apoyando la cabeza en la pared.

—Pero puedes hacerlo —le aseguro enseguida—. Si necesitas sangre urg...

—No.

¿Por qué todo el mundo está empeñado en que no ayude en nada, maldita sea?

—Foster, no me import...

—No —repite, mirándome fijamente—. No insistas.

Frunzo un poco el ceño, confusa, pero me obligo a volver a centrarme cuando veo por el rabillo del ojo que Albert se acerca a nosotros. Pese a que suele ser una persona muy inexpresiva, puedo notar su alivio al ver a Foster consciente y sin la flecha.

—Sigues vivo —le dice alegremente.

—Más o menos —murmura Foster, sonriendo un poco.

Albert, pese a que parece querer darle un abrazo, al final carraspea con cierta incomodidad y le da una palmadita en el hombro.

—Me... ejem... me alegro de que estés bien y todo eso. Mi deber como tu tío-abuelo es asegurarme de que estás bien y...

—Albert, has hecho un buen trabajo, no te preocupes.

Eso parece ser lo que quería oír, porque sonríe y asiente con la cabeza.

—Voy a... ejem... ocuparme de la humana.

Vuelve correteando junto a Jana, que sigue inconsciente y sospecho que seguirá así por un buen rato. Trev le levanta un poco la cabeza cuando Vienna le rodea el cuello con una venda para cubrirle las heridas de los mordiscos.

—Bueno —murmura Foster—, al menos, ya sabemos quién se llevaba a los humanos de sus casas.

Estoy a punto de soltar algo negativo, pero enseguida me doy cuenta de que no es lo que necesita, así que me contengo y fuerzo una sonrisa.

—Cada vez estamos más cerca, ¿eh?

Foster sonríe un poco, pero no le llega a los ojos. Está claramente agotado. Ni siquiera me mira. Se frota el brazo y parece que parpadea para mantenerse cuerdo.

—Deberías ir a descansar un poco —añado.

Para mi sorpresa, no discute al respecto. Los vampiros son realmente sensibles a la pérdida de sangre, especialmente si es debido a obsidiana. O, al menos, eso deduzco por lo poco que he visto del tema.

En cuanto él se pone torpemente de pie y ve que yo hago un ademán de acercarme, me detiene con un gesto de la mano.

—Te agradezco la ayuda —murmura, viendo mis intenciones—, pero es mejor que esté un rato a solas, Vee.

No me deja tiempo para responder. Se sujeta el brazo y sube las escaleras. Me quedo mirándolo hasta que desaparece por el pasillo. La tentación de seguirlo es grande, pero me contengo porque me lo ha pedido expresamente.

—¿Está mejor? —pregunto, acercándome a los demás.

—Las heridas del cuello casi le han alcanzado la garganta —me dice Albert, que está de pie a un lado—. Un centímetro más, y no habríamos podido hacer nada por ella.

—Pero va a ponerse bien —añade Vienna, dedicándole una miradita de riña, como si no le gustara que me preocupe de esa forma—. Probablemente tarde un rato en volver en sí, pero cuando lo haga dadle algo de comer y de beber. Y que descanse mucho. Necesita recuperar fuerzas. Y su cuerpo necesita absorber la sangre mágica.

—¿Sangre... mágica? —abro mucho los ojos.

—Cuando una herida es causada por alguien con sangre mágica, solo puede curarse con más sangre mágica —me explica Albert, cruzándose de brazos—. Un hospital humano la habría dado por perdida. No habrían podido cerrar la herida.

—Espera —Trev los mira a ambos—, entonces... ¿sois algo así como la versión guay y mágica de la medicina?

—Es una gran forma de resumirlo —Albert le enarca una ceja.

Poco después, Trev y yo llevamos a Jana al sofá del salón, donde la cubro con una manta y le acomodo la cabeza en una de las almohadas. Trev está cubierto de sangre, igual que yo, cuando se mira a sí mismo con una mueca.

—¿Es que en esta ciudad no hay ni un día tranquilo? —protesta—. Desde que llegué, cada maldito día invadimos propiedades privadas, terminamos cubiertos de sangre o asaltamos a la gente.

—Es entretenido —bromeo.

Trev asiente y me da un ligero apretón en el brazo mirándome.

—¿Estás bien?

—Bueno, sí... a mí no me ha hecho nada.

—Gracias a tu jefe buenorro.

—Albert tiene razón, haces buenos resúmenes.

—¿Y tu marido dónde puñetas está?

—No lo sé —por un momento, pienso en el collar. Lo he dejado tirado por mi habitación. Lo único que llevo suyo ahora mismo es la alianza en el dedo, que no me quité desde la primera vez que me la puse—. Supongo que con su madre.

—¿Eh?

—Está en la ciudad. Se llame Leanne —pongo una mueca—. Me odia bastante.

—La entiendo, yo también te odio bastante.

Le doy un ligero empujón con el hombro, divertida.

—Bueno —me dice él—, si no te importa, tengo que ir a darme una ducha, cambiarme de ropa y llamar a mi jefe para decirle que tardaré un poco más en volver de estas maravillosas vacaciones.

—¿Qué excusa le pondrás?

—No sé, pero tendré que inventarme algo. Nadie se creería la verdad.

Al final, yo también termino subiendo a mi habitación. Se suponía que iba a meterme en el cuarto de baño que normalmente comparto con Addy para darme una ducha, pero ahora mismo no puedo hacerlo. Solo puedo sentarme en el suelo de mi habitación, bajo la ventana, con los codos en las rodillas y la cara en las manos. Demasiadas cosas por procesar.

En algún momento debo quedarme dormida en la alfombra, porque cuando abro los ojos sigo con la misma ropa, ahora tumbada en el suelo y con dolor en el cuello. Me incorporo un poco, perdida, cuando escucho voces y pasos acercándose.

Cuando se abre la puerta, claro, aparecen Albert y Ramson. El primero tiene el ceño fruncido y el segundo los labios apretados.

—¿Lo ves? —espeta Albert, a quien claramente ya se le ha agotado la paciencia con todo el mundo—, pesado.

Y se marcha moviendo las caderas, muy digno.

Dudo un momento. Acabo de despertarme, no sé cuánto tiempo ha pasado, la cabeza me da vueltas y sigo intentando acordarme de dónde estoy. Que ahora mismo Ramson entre en mi habitación con cara de cabreo y cierre la puerta tras él no ayuda mucho.

—¿Te has ido a por un vampiro que sabías que sería un peligro sin siquiera estar armada? —me pregunta lentamente, como si quisiera remarcar cada palabra para que me quedaran todas bien claras.

—Foster era mi arma secreta —protesto.

—Foster ha terminado con una flecha atravesada en el brazo. Esa flecha podría haberte dado en el corazón. ¿Es que no lo entiendes? ¿Cómo se puede ser tan...?

—Mira, Ramson —replico lentamente, cerrando los ojos—, ahora mismo no estoy de humor para broncas. Ya sé que son la pasión de tu vida y tu especialidad, pero... por favor... guárdatela para cuando no tenga ganas de estampar la cabeza contra una pared.

Me da la sensación de que está a punto de seguir de todas formas, pero se muerde la lengua y, menos mal, decide seguir mi consejo.

—¿Habéis encontrado sangre para Foster? —pregunto, frotándome los ojos.

—Albert lo ha hecho, yo no.

—Entonces, ¿está bien?

—Supongo.

—¿Y Jana?

—¿Quién coño es Jana?

—La rubia de pelo cortito que siempre se viste como un vómito de colores chillones.

—Ah —se encoge de hombros—, estaba abajo comiendo con tu bruja y tu crío.

Quizá en otra ocasión le habría exigido que no los llamara así, pero ahora mismo me da igual casi todo. Paso de discutir por una tontería, que es lo que pasará como empiece a hablar.

Ramson me mira un momento antes de acercarse y agacharse delante de mí. Me revisa de arriba a abajo, como si buscara heridas, y cuando no las encuentra vuelve a mi cara.

—¿Tú estás bien? —pregunta finalmente.

—Sí... solo estoy cansada.

—¿Estás segura? ¿Nadie te ha hecho nada?

—La sangre no es mía —aclaro, señalándome.

—Ya lo sé. Apestas. Tu sangre huele a maravillas, no a esto.

Suelto un sonido parecido a una carcajada a medio camino entre la histeria y el agotamiento.

—¿Acabas de echarle un cumplido a mi sangre? —pregunto, sacudiendo la cabeza.

—No, acabo de decirte que te cambies de ropa —se pone de pie otra vez y se acerca a mi armario—. ¿Qué tienes por aquí? ¿Algo que no sea un completo desastre?

Por la cara que pone cuando revisa mi ropa, supongo que no he pasado el examen sorpresa.

—Bueno, cuando vi que te habías hecho un horror en la oreja ya supe que tu estilo estaba en declive —murmura, rebuscando entre mis cosas.

—¿Un horror en la oreja? —repito, tocándome el piercing del cartílago—. ¡Es precioso!

—¿Qué eres? ¿Una delincuente?

—Ramson, la gente normal y corriente lleva piercings.

—Tú lo llamas piercing. Yo lo llamo mutilación innecesaria.

Yo me hice una mutilación innecesaria en la lengua y estuve un mes comiendo puré y sopitas.

Gracias por la aportación, conciencia.

De nada. Sigue con la charla, que está interesante.

—¿Y cómo lo llamaría tu madre? —lo provoco un poco.

Ramson se tensa cuando escucha eso y me echa una ojeada rápida. Se apresura a fingir que no ha pasado nada, claro.

—Antes, no parecías tú —murmuro—. ¿Dónde ha quedado el pesado que pone malas caras a todo el mundo? Parecías un cachorrito asustado.

—Es complicado —está claro que no quiere entrar al tema.

—¿Siempre ha sido así conmigo?

Él tarda unos segundos en responder.

—Sí —murmura finalmente.

—¿Y yo solía defenderme?

—Bastante, sí. Era mejor no dejaros solas en una habitación.

—¿Y tú... nunca me defendiste?

—Vee —eso ya suena a advertencia.

—¿Por qué demonios me odia tanto?

—¿Qué más da?

—Bueno, es mi suegra. Si tu suegra te odiara, ¿no querrías saber por qué?

Él suspira y, pese a que vuelve a tardar unos segundos en responder, me da la sensación de que lo hace de mala gana.

—Cree que me robaste la vida —dice finalmente, sin mirarme—. Que habría podido tener un futuro mejor, pero... que lo desperdicié todo yéndome contigo. Y que por eso no ha tenido nietos. Ya sabes cómo está la cosa con los vampiros... quedan muy pocos puros. Cada vez es más difícil que nazca uno nuevo. Por eso quería que me casara con una vampira pura.

Hace una pausa, sacudiendo la cabeza.

—Pero yo no quise —añade.

Hay un momento de silencio. Creo que se da cuenta de que estoy tardando mucho en responder, porque deja de rebuscar en el armario.

—¿Genevieve? —pregunta, extrañado.

Yo, por mi parte, siento que me escuecen los ojos. He bajado la mirada a mi regazo lleno de sangre seca.

—Quizá no está tan equivocada —murmuro en voz bajita.

Ramson se aparta del armario al instante, pasmado, y se queda mirándome. Creo que no está muy acostumbrado a verme llorando, o al menos no de esa forma.

Hay muchas formas de llorar. El otro día, cuando le supliqué que me ayudara y me ignoró completamente, fue por desesperación. Esto es distinto. Esto soy yo no pudiendo aguantarlo más y hundiéndome.

—No digas eso —me dice, claramente sin saber si acercarse o no.

—Es la verdad. Si no me hubiera metido en tu camino, ahora estarías casado y tendrías descendencia, como Foster. Habría otro vampiro puro en el mundo. Pero... no. Te arruiné la vida.

—Vee, yo elegí esta vida.

—Sí, claro, pero a lo mejor no elegiste bien. A lo mejor yo hice que no eligieras bien.

Las lágrimas han empezado a caerme por las mejillas, así que no levanto la cabeza para mirarlo, aunque siento que se acerca a mí y, tras dudar unos largos instantes, se agacha para mirarme desde cerca.

—No llores —me dice, un poco nervioso por no saber qué hacer—, estoy... estaremos bien. No tiene sentido pensar en eso, ya está hecho. Hay que...

—No, no estaremos bien —lo interrumpo—. Pongo a todo el mundo en peligro. A ti con Deandre, el perro de Albert. A Jana cuando la he mandado a hablar con Rowan. A mis padres y a Trev trayéndolos a la ciudad. A Foster cuando ha estado a punto de morir por una flecha que iba dirigida a mí... empiezo a pensar que incluso lo de Addy es por mi culpa, maldita sea.

—Pero... tú no sabías que esto pasaría, no...

—¿Y si lo sabía? A veces... tomo decisiones sin pensar en los demás. Simplemente pensando en el bien de la investigación. Me da miedo... me da miedo pensar que en el fondo sabía que estaba poniendo en peligro a todos los demás... y aún así me dio igual. Y seguí adelante.

Ramson no sabe qué decirme. Solo se queda mirándome, pensando a toda velocidad qué puede hacer para consolar a alguien, mientras yo me pasó las manos por debajo de los ojos, todavía lloriqueando.

—Y todo por nada —añado, llorando todavía más—. No sé dónde está nadie. No sé qué hacer. Me vine arriba pensando que era más lista que todo esto, que era mejor, y la vida me ha dado una bofetada de realidad. No soy buena en esto, Ramson. No voy a encontrar a nadie. No voy a salvar a nadie.

Él por fin reacciona y noto que me pone una mano en la mejilla, pasándome un pulgar por debajo del ojo. Se lleva el rastro de unas cuantas lágrimas con él, pero no me atrevo a mirarlo.

—Lo has intentado —dice finalmente—, eso es lo que importa. Solo es un caso.

—No, no es lo que importa. Son personas, Ramson. Personas jóvenes, con toda una vida por delante, con personas que las aman, con mil cosas pendientes antes de morir... y su vida está en peligro. No es solo un caso. Son tres vidas. ¿No lo entiendes?

Él asiente lentamente y, de pronto, veo que su expresión se contrae. Siento que quiere decirme algo pero, a la vez, no quiere decírmelo.

—Y no hay nada que pueda hacer por ellos —añado en voz baja.

Ramson cierra los ojos un momento.

—¿Tan importante es para ti?

Cuando vuelve a mirarme, asiento lentamente con la cabeza.

Pasan unos segundos de silencio absoluto en los que me mira fijamente, como si estuviera teniendo un tenso debate interno, y finalmente parece llegar a una decisión.

—Los encontraremos —me asegura en voz baja.

—No sé com...

—Déjamelo a mí, ¿vale? Los encontraremos, volverán con sus familias... y ya está. Pero no llores más.

—¿Harías eso?

Ramson duda, mirándome.

—Por ti lo haría todo, Vee. Te quiero.

Él duda un momento más, mirándome, y aunque siento que su intención es inclinarse y besarme, al final se limita a ponerse de pie y marcharse.

En cuanto sale de la habitación, las lágrimas se detienen de golpe, vuelvo a mi expresión indiferente de siempre y me seco la cara con el dorso de las manos.

El sentimiento de culpabilidad se extiende por mi pecho como una ponzoña fría, pero ahora mismo cualquier arma es buena. No me siento bien por haber jugado así con él, pero... una parte de mí sabe que, de no haberlo hecho, jamás habría accedido a ayudarme. Y ahora no tengo tiempo para culpabilidad. Ya me encargaré de eso después, cuando todo esto termine.

Me pongo de pie lentamente. Me sigue doliendo el cuello y sigo medio dormilada, pero me despierto de golpe al levantar la cabeza y encontrarme a Albert mirándome fijamente.

—Eso ha sido jugar sucio —me dice, enarcando una ceja.

Abro la boca y vuelvo a cerrarla, sorprendida. No me esperaba que me pillara de esa forma tan evidente.

—Aunque también ha sido efectivo —me concede, sacudiendo la cabeza—. Supongo que en la guerra todo vale.

—Yo... solo quería...

—Ya, ya. Quieres acabar con todo esto. Lo entiendo. Quizá no es mi método favorito, pero lo puedo entender.

Suspira y se apoya con las manos en mi ventana, observando a Deandre, que corretea ahí abajo detrás de Trev, que juega con él. Él sí se ha duchado y se ha cambiado de ropa, a diferencia de mí.

—No me gusta todo esto —murmura Albert en voz baja.

—¿Qué parte, exactamente?

—Una muy grande. Que hayan desaparecido tres personas, que Rowan esté envuelto en todo esto, que Barislav y Leanne hayan aparecido de la nada...

—¿Crees que tienen algo que ver? —me acerco enseguida.

—Oh, vamos, Genevieve —pone los ojos en blanco—. Eres una chica sumamente inteligente. Sabes que no han aparecido aquí por cualquier motivo.

—Sí, eso me lo imaginaba, lo que no entiendo es el motivo que hay detrás.

—Si te consuela, yo tampoco —pone una mueca cuando Deandre se lanza en plancha sobre Trev para robarle el palito—. Leanne no me preocupa, es de esas personas que hablan mucho pero nunca hacen nada. Al único que tiene dominado es a Ramson, pero no le funciona con más gente.

—¿Y Barislav?

—Él... —sacude la cabeza, claramente apenado—. Él me preocupa más.

Hay una pregunta que me ha estado rondando la cabeza desde que lo vi aparecer y, honestamente, siento que ya no puedo aguantármela más tiempo.

—¿Él es el hechicero que te maldijo y puso esas marcas sobre Vienna?

Solo por la cara de Albert, sé que la respuesta es afirmativa. Trago saliva con fuerza. No sé si es la respuesta que esperaba. Si puede con ellos dos, no sé qué será de los demás.

—¿También es quien... me...?

No consigo terminar la frase porque Albert ya está asintiendo.

Así que... los tres ya hemos tenido problemas con él. Interesante.

—Fuiste al castillo —me dice Albert de repente—, ¿no es así?

El cambio de tema me deja un poco aturdida, pero consigo asentir con la cabeza. Él se queda mirándome con una expresión que no sé descifrar durante unos largos instantes. Parece... ¿pensativo?

—¿Viste al fantasma? —pregunta finalmente.

Asiento de nuevo.

—¿Y qué hizo?

—Me... enseñó recuerdos confusos, como la primera vez.

—¿Qué recuerdos confusos, Genvieve?

Respiro hondo, pensar en ello no es fácil.

—La primera vez me vi a mí misma en una fiesta. Ramson estaba ahí y creo que era mi acompañante. También estaba Rowan. Y Foster.

—Y Larissa, imagino.

—Bueno... supongo que sería la chica que lo acompañaba.

Albert asiente, de nuevo con aspecto de tener algo en mente.

—¿Qué más?

—Luego... me enseñó a Foster. Parecía bastante distinto. Menos... ¿responsable? Me estaba hablando de irnos a no sé dónde.

—¿Y ya está?

—No. También vi a Ramson. Estábamos discutiendo en su casa. Yo... estaba furiosa por algo. No sé el qué, pero nunca he estado tan resentida con una persona. Y quería irme, pero él me lo impedía.

—Eso tiene sentido.

—¿Lo tiene?

—Cuando te fuiste de la ciudad, fue después de una dura discusión con él —murmura Albert—. Nunca me dijo de qué había sido, pero... justo después de eso fue cuando... en fin... te dormiste por treinta años.

Frunzo un poco el ceño, pero él vuelve a hablar.

—¿Nada más?

—Solo... una cosa más.

Oh, esto será difícil.

—¿Cuál? —parece extrañado al ver mi cara.

—Yo... vi... vi a Addy... —trago saliva con fuerza—. La vi herida, en una cama... y yo... tenía el arma... yo...

Albert me detiene de golpe con una mano en mi brazo.

—Eso no fue real —me dice con voz firme.

—Lo sé, pero... pareció tan...

—No fue real, Genevieve. Un fantasma puede rebuscar en tu memoria y tus recuerdos, pero no puede ver el futuro. Solo se aprovechó de tus mayores miedos para repelerte. La pregunta es... ¿qué hiciste para que quisiera repelerte de esa forma?

Enrojezco un poco cuando él agudiza la mirada. Siento que ya sabe perfectamente la respuesta pero quiere obligarme a decirla para castigarme.

—La... agarré del brazo.

—Genevieve... —empieza con tono de regañina.

—¡Necesitaba... saber más!

—¿Y descubriste algo más? ¿O fue todo por una absurdez?

—Solo vi imágenes confusas —sacudo la cabeza.

—Es decir, que fue por una absurdez.

—Bueno... ¡tenía que intentarlo!

—No me hables de lo que tenías o no tenías que hacer, jovencita.

Genial, ¿por qué de repente me siento como si mi padre me estuviera riñendo?

Albert me suelta por fin y se mete las manos en los bolsillos, paseando por la habitación. Parece estar meditando sobre todo lo que le he dicho.

—¿Fuiste a ver a Gladys para preguntarle sobre las leyendas originales?

—Sí...

—¿Aclaraste algo?

—Que la chica de la leyenda se quedó esperando a su amor, pero que él la traicionó y nunca apareció. Por eso sigue rondando por aquí.

—Ya veo.

Espero que diga algo más, pero simplemente se pasea con la cabeza agachada. Me da miedo que su cabeza empiece a echar humo de un momento a otro.

Finalmente, se detiene y se queda mirándome, muy serio.

—Tenemos que encontrar el sitio en el que enterraron al amor del fantasma —concluye.

—Sí, claro, y luego te despiertas.

—Estoy hablando muy en serio. Suponiendo que fuera humano y esté muerto, claro. Si es un ser mágico, quizá sigue vivo.

—Albert, han pasado...

—Sé cuántos años han pasado, no es necesario que me lo recuerdes.

Hace una pausa y se gira hacia la puerta. Ni siquiera dice nada mientras sale de mi habitación. Al menos, hasta que llega a la puerta y me echa una ojeada por encima del hombro.

—Vienna y yo encontraremos al chico. O a la chica. O lo que sea. Tú encárgate de averiguar más por tu cuenta.

Abro mucho los ojos.

—Espera... ¿me estás... dando permiso para seguir investigando?

—¿Por qué te sorprende tanto?

—¡Porque desde que llegué he tenido que pelearme con todo el mundo para hacerlo!

—Bueno, confío en ti —una de sus cejas se dispara hacia arriba al instante—. Así que no me decepciones.

No puedo evitar una pequeña sonrisa entusiasmada cuando me deja sola. Es la primera cosa buena que me ha pasado en muchos días. Por fin alguien confía en mí, aunque sea solo un poquito.

Mi primera intención es ir directa a buscar más información, pero me detengo cuando la imagen de Jana me viene a la cabeza. Mierda, no. Tengo que ir a hablar con ella. Asegurarme de que está bien. ¿Debería hablar también con Foster o me lanzará un zapato a la cabeza?

Bajo las escaleras sin acordarme de que sigo hecha un desastre de sangre seca y pelo despeinado y entro directamente en la cocina. Para mi sorpresa, la mesa tiene tres ocupantes. Trev, que creo que acaba de llegar, Jana, que come a bocaditos un filete y Foster, que está recostado en su asiento con mejor cara de la que tenía la última vez que lo vi.

—Vee —sonríe ampliamente Trev al verme—, ¿tienes hambre?

—¿Quién ha cocinado? —pregunto, desconfiada.

—No he sido yo —me pone mala cara—. Puedes comer tranquila.

Le dedico una pequeña sonrisa y me siento junto a Foster, que es el único sitio libre delante de esos dos. Jana parece cansada y pálida, pero me sonríe al verme.

—¿Estás mejor?

—Estoy perfectamente —me asegura, tiene uno de los brazos en cabestrillo—. Es decir... probablemente tendré pesadillas con vampiros locos durante lo que me quede de vida, pero estoy bien.

—Jana —empiezo, dudando—, yo... siento...

—No sientas nada de lo que ha pasado —me frunce el ceño—. Nos ha ayudado a encontrar el malo, así que está bien.

—A uno de los malos —murmura Foster, que mira la comida con cara de asco—. Dijo que había más.

—Bueno, pues a uno de ellos —Jana sonríe alegremente—. Yo lo veo todo un logro. Además, yo fui la que se empeñó en ir a hablar con mi jefe.

Dicho esto, sigue comiendo tranquilamente. Estoy tentada a insistir, pero decido que no es el momento. Ahora mismo, lo que necesita es tranquilizarse y recuperar fuerzas.

Así que giro la cabeza hacia Foster, que tiene las ojeras más pronunciadas y aspecto de no haber dormido en años.

—Iba a preguntarte cómo estás —murmuro, intentando bromear—, pero creo que la respuesta es bastante obvia.

—Gracias por los ánimos —se gira hacia mí con una ceja enarcada.

—Perdón, cuando estoy nerviosa me salen los chistes malos.

—Estoy bien —aclara, salvándome del apuro—. Encontré la sangre que necesitaba.

—¿En serio? ¿De quién?

Él gira la cabeza hacia Trev, que me sonríe ampliamente.

—¡Por fin he sido útil para algo! —parece encantado.

—¿Tú... le has dado sangre a...?

—Sí, me mordisqueó el cuello —ahora sí que parece encantado, especialmente cuando mira a Foster—. Una experiencia maravillosa.

—Sí... —él pone una mueca—, creo que lo disfrutaste un poco más de lo estrictamente necesario.

—Se me puso dura y todo.

Jana se atraganta con la comida y Trev empieza a palmearle la espalda con tal fuerza que parece que quiere sacarle el alma por la boca.

—Repetimos cuando quieras —añade Trev, todavía palmeándola.

—Para empezar, no tienes el tipo de sangre que me gusta, solo ha sido un arreglo de última hora.

—¿En serio? Yo pensando que serías más accesible que el amargado y sois igualitos.

—Trev —le digo, divertida—, ¿puedes dejar de ligar con la gente?

—Claro que puedo. La cuestión es si quiero.

Jana, que se ha recuperado mientras transcurría esta pequeña conversación, se lleva la mano buena al pecho y sacude la cabeza.

—Oye, volviendo al tema —dice finalmente—, ¿habéis conseguido sacar información nueva de todo esto o he dejado que mi jefe me intentara arrancar el cuello para nada?

—En realidad... —carraspeo, girándome hacia Foster—, quería hablar contigo en privado, si no te importa.

Foster parece algo sorprendido, pero asiente con la cabeza y se pone de pie para seguirme.

—Secretitos en reunión son de mala educación —canturrea Trev mientras salimos de la cocina.

Los dos lo ignoramos cuando Foster cierra la puerta tras de sí y se queda mirándome, confuso.

—¿Me he perdido algo? —pregunta cuando el silencio se hace demasiado largo, y me echa una ojeada de arriba a abajo—. A parte de que por algún motivo has decidido que era una buena idea innovar tu vestuario con manchas de sangre.

—Es que tu sangre es muy sexy, no quiero quitármela.

—Vee, dime ya lo que sea.

Creo que es la única persona en el mundo que no cae en mis enredos cuando intento hacer bromas que son flirteos camuflados. Normalmente, me sirven muy bien para ganarme a la gente. Pero no con él, maldita sea. Estoy segura de que incluso Ramson caería con eso.

Bueno, técnicamente antes ya lo ha hecho.

Cierto.

—He hablado con Albert —murmuro al final—, me ha dicho que tenemos que encontrar al... amor perdido de la chica de la leyenda del castillo.

—¿En serio? —frunce el ceño—. ¿Y pretende que lo hagamos nosotros dos?

—No... de esa parte se ocupan él y Vienna. A nosotros nos ha tocado lo demás.

—Lo demás —repite—. Y supongo que ya tienes una idea de qué hacer.

—Pues... sí —sonrío como un angelito—. Quiero ir a casa de Rowan, a ver qué pistas encontramos.

Para mi sorpresa, no pone pegas. De hecho, por la cara que pone, creo que incluso lo ha considerado una buena idea.

—Está bien —me dice, pensativo.

—Bueno, en realidad, había pensado en ir con Trev o con alguien cuyo brazo no haya sido mutilado en las últimas veinticuatro horas.

—Sí, claro, ¿quieres ir a investigar la casa de un vampiro con otro humano como arma?

—Vale, pues voy contigo —accedo—. Pero tenemos que ir ahora mismo.

Apenas me he dado la vuelta cuando noto que me rodea el codo con una mano para volver a girarme hacia él. Lo hace tan de golpe que no controlo la distancia y me quedo de pie justo delante de él, pasmada. De pronto, todo mi cuerpo es muy consciente del pequeño contacto que forma su mano en mi brazo. Y creo que él siente lo mismo, porque parece que va a decir algo pero se queda completamente callado, mirándome fijamente.

Finalmente, él es quien me suelta, da un paso atrás y vuelve a su expresión de siempre, como si nada hubiera pasado.

—No puedes ir desarmada —dice finalmente.

—¿Eh? —todavía estoy recuperándome.

—Cuando estábamos junt... eh... digo... en los años en que pasábamos tiempo juntos...

—...en los años en los que foll...

—Por Dios, no lo digas así.

—¿Te estropeo la magia? —bromeo, malévolamente divertida.

—La cosa es —evade la pregunta, avergonzado— que te enseñé a usar un arma. Y la sigues teniendo, estoy seguro.

—¿Un arma? —vale, esto me interesa—. ¿Qué arma?

—Un arco plateado. Con flechas de obsidiana. Perfecto para repeler vampiros pesados, tu actividad favorita en el mundo.

Espera... un arco. El que vi en la visión del castillo. Entreabro los labios, de pronto entusiasmada.

—¿Dónde está eso?

—Bueno... no lo sé, Vee. Vine a la ciudad después de que te fueras. Deberías saberlo mejor que yo.

—A lo mejor me lo llevé.

—No, no harías eso —me asegura.

Es un poco raro que todo el mundo me conozca mejor de lo que yo me conozco a mí misma.

—Seguro que lo dejaste en tu casa —añade.

¿Mi casa? Tardo unos segundos en recordar que mi casa es la de Ramson y asiento con la cabeza.

—Pues vamos a buscarlo.

El corto viaje en coche es bastante silencioso. Al menos, está limpio de sangre. Foster me ha dicho que Vienna se encargó con un poco de magia. A mí no me importaría tener un poco de esa magia, la verdad.

—¿Y si no me acuerdo de usarlo? —pregunto cuando Foster aparca delante de la casa.

—Confía un poco más en tus capacidades, Vee.

—¡Yo confío en mis capacidades! Pero hace más de treinta años que no lo uso. Podría no acordarme.

—Entonces volvería a enseñarte, dramática.

Bajo del coche junto a él y, por un momento, me siento como si fuera a invadir una propiedad privada. Luego ya vuelvo a acordarme de que solo estoy entrando en mi casa, que no hay nada de malo en ello.

Empujo la puerta, que menos mal está abierta, y Foster entra detrás de mí. Nos quedamos los dos en el vestíbulo un momento, claramente sin saber dónde ir.

—¿Dónde guardaría algo así? —pregunto, dubitativa.

Oh, claro. Donde Ramson guardó todas mis cosas.

Me encamino directa a la puerta del sótano, pero me detengo en seco cuando una mujer que ya está empezando a parecerme amargamente conocida se mete en medio de mi camino con una copa de un líquido rojo sospechoso.

Leanne, la madre de Ramson.

Espero que esta vez sí le des un zapatazo.

—¿Se puede saber qué hacéis aquí? —pregunta directamente, metiéndose en medio de nuestro camino.

—Estoy en mi casa —aclaro—. Tengo que recoger una cosa y es lo que voy a hacer.

—Perdona, niña, pero esta casa es de mi hijo, igual que fue de mi padre y de toda mi familia.

—Bueno, pues resulta que yo soy la esposa de tu hijo —sonrío dulcemente—, así que también es mía.

—No dejaré que una humana convertida mancille algo que ha sido mi hogar durante años.

—Apártate de mi camino o lo mancillaré con tu sangre cuando te dé una patada en la boca.

Ella abre la boca al instante, pasmada.

Lo siento, no estoy de humor para esto. No ahora mismo.

Mejor, mejor.

—Pequeña descerebrada... —empieza ella, furiosa.

—Leanne —interviene Foster, mirándola—. Deja que hagamos lo que hemos venido a hacer y ya está. Sabes que lo haremos de todas formas.

Leanne se queda mirándonos a ambos, claramente furiosa, y me da la sensación de que está tentada a lanzarse sobre mí para arrancarme el cuello. Pero al final opta por una opción más resignada y se limita a apartarse de nuestro camino en completo silencio.

—Bueno —murmura Foster detrás de mí—, por un momento he pensado que te lanzaría la copa a la cabeza.

—Yo también —admito.

—Vamos a por tu arco, por si lo reconsidera.

Bajo las escaleras del sótano con él justo detrás de mí y, honestamente, me siento tan rara como la primera vez que estuve aquí. Mis cosas siguen tal cual las dejé, incluso con los cajones y el armario abierto. Me quedo mirando a mi alrededor, intentando adivinar dónde habría escondido un arco mi yo del pasado.

—¿Alguna idea de por dónde empezar? —me pregunta Foster, también mirando a su alrededor.

—Eh... la verdad es que no.

—Genial. A la aventura.

Y así empezamos a abrir cajones y armarios para ver si encontramos algo de provecho.

Ninguno de los dos dice gran cosa durante el proceso, pero yo le echo unas cuantas ojeadas a Foster. Parece agotado, pero centrado. De hecho, parece tan centrado que no me presta mucha atención. Eso sí, alguna vez veo que se detiene por una milésima de segundo, de forma apenas perceptible, y se queda mirando mis vestidos o mis cosas. Pero luego aprieta los labios y vuelve a centrarse sin decir nada.

Igual deberías centrarte en buscar tú también, bestie.

Ah, sí, perdón.

Después de media hora de rebuscar en todas partes, empiezo a perder las esperanzas de encontrar algo de provecho. Mi cada debe demostrarlo, porque Foster se gira hacia mí enseguida.

—Está por aquí —insiste—. Estoy seguro.

—¿Cómo puedes estar tan seguro?

—Porque te conozc... te conocía —sacude la cabeza al corregirse a sí mismo—. Sé que no te habrías ido de aquí con él. Demasiados recuerdos.

—Si tú lo dices...

Justo cuando acabo de decirlo, meto la mano en el fondo del armario y, prácticamente sin querer, mis dedos chocan con algo frío y metálico.

Abro mucho los ojos. Foster me mira.

—¿Es el arco?

Lo agarro con la mano y lo saco lentamente del armario, pasando entre mi enorme cantidad de vestidos. Una de las puntas de un arco plateado de diseño sobrio y elegante, cincelado y artesanal, va surgiendo poco a poco acompañado de un carcaj negro con finas flechas negras de punta de obsidiana.

—Bueno —Foster se acerca—, ya te dije que estaría por aquí.

Me quedo mirando el arco, sospesándolo con ambas manos. Pesa más de lo que parece. Y, de alguna forma, es lo más familiar que he sentido desde que llegué aquí. Más incluso que cualquier persona o cualquier casa.

—¿Te gusta? —me sonríe Foster, divertido, al verme la cara.

—E-es... wow... ¿en serio yo sé usar esto?

—Y bastante bien. Dabas un poco de miedo.

Él recoge el carcaj que yo he abandonado en el suelo y me lo acerca. No entiendo qué quiere hacer hasta que me doy cuenta de que quiere ponérmelo. Sujeto el arco con una mano, algo nerviosa por la perspectiva, y siento el peso del carcaj sobre uno de los hombros cuando Foster me coloca la cinta.

—Te sigue quedando genial —murmura, dando un pequeño tirón a la cinta para ajustármelo mejor.

Me llevo una mano por encima del hombro y recojo una de las finas flechas. Para mi sorpresa, solo necesito dos intentos para saber cómo colocarla en el arco y sujetarla. Otra cosa es la puntería, pero eso prefiero no probarlo en un sótano, la verdad.

—¿Puedo probarlo con algo? —pregunto, entusiasmada.

—Mientras no sea con un ser vivo...

—Vaya, yo que quería ir a saludar a la madre de Ramson.

—Mejor vamos a casa de Rowan, a ver si aparece y puedes practicar con él.

—¿No has dicho que nada de seres vivos?

—Él estará muerto en cuanto lo veamos, ya no cuenta como ser vivo.

Foster se encamina hacia las escaleras de nuevo y yo tengo que trotar un pequeño tramo para seguirlo. El carcaj va rebotándome cómicamente sobre la espalda.

—No conocía tu lado sangriento —bromeo, subiendo las escaleras detrás de él.

—Yo prefiero llamarlo justiciero.

—Pues me gusta tu lado justiciero.

—No lo enseño muy a menudo porque ya tenemos suficiente con el tuyo.

—Muy bien —sonrío—, ¿y qué te recomienda hacer tu lado justiciero cuando pillemos a los malos?

Él sonríe, divertido.

—Aplaudir cuando les claves una flecha en medio de los ojos a cada uno de ellos.


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top