14 - 'Las descendientes de Magi'

14 - LAS DESCENDIENTES DE MAGI

—¡Vee! ¡Espera!

Finjo que no oigo nada. Ahora mismo, solo puedo andar y andar. Tengo un objetivo fijo. Y me sigue temblando el cuerpo entero por la mezcla de rabia, impotencia y miedo que tengo dentro.

—¡Vee! —Trev por fin me alcanza y se planta delante de mí para detenerme, jadeando—. ¡Llevó llamándote media hora! ¿Se puede saber dónde vas?

—Apártate, Trev.

Debe notar que algo va muy mal solo por la forma en que lo digo, porque veo que se queda muy quieto durante un momento con una seriedad que no suele tener.

—¿Dónde vas?

—Tengo que ir a comprobar una cosa.

—Muy bien —me dice, en tono conciliador, poniéndome las manos en los hombros—. Sea lo que sea, seguro que nos irá mejor si te acompaño.

—No... no puedes ir conmigo.

—Y tú no puedes pretender hacerlo todo siempre sola, Vee. Me conoces. Formamos un buen equipo. Déjame ayudarte y ya está.

Por un instante, estoy a punto de derrumbarme y pedirle que me lleve a casa, lejos de esta maldita ciudad y de todo lo que hay aquí. Solo quiero hacerme pequeñita, que alguien me cuide, fingir que tengo una vida normal y corriente y que nadie está en peligro.

Pero... luego me vienen a la cabeza las caras de Addy, Amanda y Greg. Y no puedo hacerlo, simplemente no puedo.

—Ven si quieres, pero mantente al margen —le advierto.

Trev traga saliva y asiente, y los dos emprendemos el camino por el bosque.

Tengo que fiarme de mi memoria para seguir la dirección correcta, y más ahora que es de noche. La única iluminación que tenemos son las linternas de nuestros móviles, y aún así está todo muy oscuro. Estoy a punto de caerme varias veces, pero al final siempre seguimos adelante.

Y, unos minutos más tarde, por fin lo veo. El castillo. Los muros claros rodeándolo, el lago que hay al lado. Las murallas grises.

Un escalofrío de advertencia me recorre el cuerpo entero al recordar lo que pasó la última vez que estuve aquí. Al recordar la sonrisa macabra de aquella figura vestida de blanco. No quiero volver a entrar, pero a la vez es la única pista que tengo. Y no estoy en posición de desperdiciar nada.

—Vee... este sitio no me da buen rollo —murmura Trev detrás de mí.

—Tú no vas a tener que entrar.

—¿Y tú sí?

No le respondo. De hecho, ambos nos quedamos muy quietos cuando por fin llegamos a la entrada tapiada y encadenada del castillo y nos encontramos de frente con tres personas intentando cortar las cadenas con unas tenazas ridículamente pequeña.

Espera, ¿qué hacen Jana, Sylvia y Kent aquí?

Jana suelta un chillido cuando la herramienta se le resbala y va a parar al pie de Kent, que le estaba sujetando la cadena. Él se queda pálido del dolor e intenta fingir que no es nada. Sylvia, mientras tanto, está sacudiendo la cabeza y encendiéndose un cigarrillo, sentada en las raíces de un árbol tranquilamente.

—¡Noooo! —chilla Jana, asomando la cabeza entre los barrotes para ver el patio principal del castillo—. ¡VEE, AGUANTA, VAMOS A SALVARTE!

—Como no lo hagáis rápido —murmura Sylvia tranquilamente—, no habrá mucho que salvar.

—¡No nos metas presión! —chilla Kent.

—¿De qué queréis salvarme... exactamente?

Los tres se giran hacia mí de golpe y Jana, de la impresión, vuelve a soltar la herramienta y ésta vuelve a caer de lleno en el pie de Kent, que suelta un sonido de ardilla dolorida.

—¡Vee! —chilla Jana, que ni se ha dado cuenta de haberla soltado otra vez, acercándose—. ¡Estás aquí!

—Sí, y vosotros también —frunzo el ceño—. ¿Qué hacéis?

—¡Queríamos rescatarte! —me explica ella, confusa—. Nos hemos enterado de lo de Addy, Sylvia se acordó de que en el libro de Amanda que le diste se hablaba mucho de esta leyenda... y hemos pensado que serías capaz de meterte en el castillo solo para ver al fantasma. Menuda tontería, ¿eh?

Suelta una risita nerviosa, pero ésta se va apagando a medida que se da cuenta de que mi expresión es seria y determinada. Al final, Jana pone una mueca de horror.

—¡¿Quieres entrar?!

—No —la corrijo—. Voy a entrar.

—¿Te has vuelto loca? —Kent se acerca con los ojos muy abiertos—. ¿Tú has visto este sitio? ¡Grita aléjate de mí en todos los idiomas posibles!

—En eso tiene razón —Trev asiente.

—¡Gracias! —Kent sonríe ampliamente antes de ponerle una mueca—. ¿Y tú quién eres?

—Su examante —se presenta, señalándome—. También conocido como Trev.

—Bueno —dice Sylvia, que ni siquiera se ha levantado—. ¿Vais a entrar o qué?

—No —le asegura Jana.

—Sí —le aseguro yo.

Sylvia me mira un momento con una ceja enarcada, como si no se fiara del todo.

—¿Y Ramson lo sabe?

—Ramson se puede meter su opinión por donde le quepa —mascullo.

Ah, casi se me olvidaba. Prácticamente me arranco el collar y, aunque mi primera intención es lanzarlo al bosque, al final me limito a guardármelo en el bolsillo.

—No tenéis que entrar conmigo si no queréis —aclaro, echando los brazos hacia atrás para atarme el pelo en una cola de caballo—, pero tampoco podéis detenerme.

—Esto es una pésima idea —murmura Kent, asustado—. De hecho, es la típica idea que hace que todo el mundo muera en una película de terror.

—Esas son sus ideas favoritas —sonríe Trev.

Los ignoro a todos y me adelanto para acercarme a la valla, que sigue tan tapiada y encadenada como la última vez que estuve aquí. Mi mirada se desvía hacia una de las pequeñas fuentes que hay en los lados y vuelvo a ver el punto brillante de la última vez. Así entré. Y fue un golpe muy duro, pero... a lo mejor ahora puedo entrar por otro lado.

A ver... Ramson entró de alguna forma, ¿no? Yo también debería poder hacerlo.

Justo cuando coloco un pie en la cadena para empezar a escalar la valla, noto que alguien me detiene del brazo. Es Jana.

—¡Espera! —me dice enseguida.

—Jana, ya te he dicho que voy a...

—¡No es eso! Ponte esto.

Bajo la mirada, confusa, cuando veo que está sujetando una vieja cuerda que seguramente han cortado de la valla antes de que yo llegara. No es muy gruesa, pero sí larguísima. Ni siquiera veo el otro final.

—¿Para qué? —frunzo el ceño.

—Átatelo a la cintura —me insiste ella—. Si algo va mal, sabrás por dónde volver.

—O puedes dar dos tirones y nosotros tiraremos de ti —asiente Kent.

Miro la cuerda, dubitativa, antes de asentir. Agarro el extremo que tengo junto al pie y me hago un nudo rápidamente a la cintura. Trev se acerca para asegurarse de que lo llevo bien puesto dándole un pequeño tirón.

—No se deshará —me asegura, antes de mirarme—. Oye, ¿estás segura de esto? Puedo entrar contigo.

—No, no puedes. Estad atentos a la cuerda, ¿vale?

No espero una respuesta. Simplemente me giro y empiezo a escalar la valla.

Tardo menos de un minuto en llegar a la parte superior. Es una caída de más de dos metros. Y en plena oscuridad parece mucho peor. Pero aún así respiro hondo y, tras echar una última ojeada a los demás, salto al otro lado.

Como la valla está completamente tapada, cuando aterrizo torpemente al otro lado ya no puedo verlos. Solo puedo escuchar el grito ahogado de Jana.

—¡¿Estás bien?! —me grita.

—¡Sí! —le aseguro—. Voy a... voy a entrar.

—¿Qué le decimos a los demás si te mueres? —me grita Sylvia.

—¡No digas eso! —chilla Kent.

Esta vez, ya no respondo. Estoy demasiado asustada.

Empiezo a avanzar lentamente por el patio delantero del castillo. Es más que obvio que nadie ha estado aquí en años. La piedra blanca y pulida ha sido cubierta de musgo, hierbas y enredaderas que ahora hacen que el sitio tenga un aspecto frío, abandonado y siniestro.

Mis pasos resuenan a medida que avanzo, mirando a mi alrededor, y los muros se ciernen sobre mí como si me estuvieran atrapando. La estructura del castillo es increíble, pero estoy demasiado aterrada para fijarme porque siento que, de cada hueco que hay entre las piedras, se encuentran un par de ojos observando atentamente cada paso que doy.

Para cuando por fin encuentro la entrada, mi corazón late a toda velocidad y hago lo que sé que debo hacer aunque me aterre la perspectiva de hacerlo.

Me quito la chaqueta y la uso para cubrirme los ojos.

Recuerdo lo que dijo Ramson. Que no lo mirara. Y yo no me sentí atrapada hasta que lo miré a la cara.

Es decir... que tengo que hacerlo a ciegas.

La cosa se pone interesante.

Mis manos tantean la pared cuando entro en el vestíbulo y trago saliva con fuerza cuando empiezo a notar la temperatura descendiendo, como la última vez. Huele a cerrado, a frío, a soledad y tristeza. Y ni siquiera sé explicar a qué huelen esas últimas cosas. Solo sé que hacen que me resulte complicado respirar pero me obligue a mí misma a seguir avanzando.

Y avanzo, y avanzo... nunca despegando la mano de la pared. Me hago algún rasguño, choco con algún mueble, la temperatura sigue bajando... pero yo no me destapo los ojos. Solo sigo avanzando, notando que el suelo se convierte en una pendiente hacia abajo que conduce directamente al corazón del castillo.

Llevo ya unos minutos andando en la más absoluta oscuridad cuando por fin percibo un movimiento.

Una mano rozándome el pelo.

Me aparto instintivamente cuando noto el movimiento tan cerca de mi cara, y el resultado es que tropiezo hacia atrás y me caigo al suelo de culo, perdiendo el contacto de la pared y toda la orientación.

Un murmullo cerca de mí suena como un vestido deslizándose sobre la piedra. Cada vez más cerca.

Cierro los ojos con fuerza pese a tenerlos tapados. Tengo que ser fuerte. No puedo dejar que el miedo me venza. Estoy aquí por Addy. Por Addy. Intento visualizar su carita inocente. Por ella. Estoy aquí por ella. No puedo asustarme. No puedo.

—Sé que estás aquí —digo con voz temblorosa.

Me parece escuchar el ruido lejano de una risita que resuena en las paredes de la sala donde estoy, haciendo que no sepa de dónde llega exactamente.

—Leí tu leyenda —sigo, sin saber muy bien con quién hablo—. Las murallas grises. Por eso estoy aquí.

No oigo respuesta, pero me encojo cuando el frío se vuelve más denso. Tengo la piel de gallina y me tiembla todo el cuerpo. Esto es insoportable. Y siento que oigo ruidos de todos lados. Ni siquiera sé por dónde debería protegerme, por qué lado van a atacarme. Estoy aterrada.

—Había u-una chica que... —me castañean los dientes por el frío y el miedo—. Una chica que amaba a un chico, p-pero... los trataron injustamente... y aunque la chica lo esperó, el chico nunca volvió y...

—Había una chica que lo perdió todo.

Me aparto de golpe, helada y aterrada, cuando esa pequeña voz silbante suena justo al lado de mi oído.

Retrocedo tan bruscamente que mi espalda choca con un mueble, no sé cuál, pero me da igual. Todavía puedo sentir el aliento frío rozándome la oreja. La peor sensación de mi vida. Casi como si te rozara directamente la muerte.

Addy. Tengo que pensar en Addy. Visualizarla a ella. Lo estoy haciendo por ella. Podría estar en peligro.

—¿Una chica q-que lo perdió todo? —pregunto con voz temblorosa.

Intento no moverme cuando escucho el roce del vestido contra la piedra justo al lado de mi cabeza. Incluso puedo sentir cómo alguien se está agachando lentamente para hablarme junto al oído.

—La chica buscaba recuperar —me susurra al oído la pequeña voz silbante.

—¿R-recuperar...? ¿El qué?

—Algo que nunca había sido suyo.

Muevo la cabeza instintivamente hacia el otro lado cuando siento que la voz me habla en la otra oreja. De nuevo, una risita retumba por toda la sala, reverberando en las paredes y en mi sistema nervioso.

—¿Y qué le p-pasó a esa... chica?

—Esperó, y esperó... pero él nunca volvió...

Trago saliva con fuerza cuando un murmullo triste se extiende por la habitación. Incluso yo siento en mis propios huesos la tristeza que empaña estos muros, haciendo que me entren ganas de llorar.

—La chica d-debió... estar muy triste... —murmuro.

—Ella lo esperó durante años... hasta que sus pulmones se marchitaron... hasta que sus ojos se cerraron...

—¿Y q-qué... qué le pasó a-al chico?

Hay un momento de silencio. De nuevo, la tristeza se multiplica y se hace tan pesada que incluso yo siento que me resulta complicado respirar, como si un nudo de tristeza me obstruyera la garganta.

—Él... la abandonó...

Es la primera vez que, en lugar de una voz silbante que parece salir de cualquier lado, suena como una voz humana lejana, triste y desolada. Y suena tan destrozada que, por un momento, me olvido de dónde estoy y simplemente comparto su silencio triste.

Pero no. He venido por algo. Y tengo que hacerlo.

—C-conozco... otra historia... parecida...

Un murmullo se extiende por la habitación y, de nuevo, siento que alguien se acerca a mí por detrás, apenas haciendo ruido.

—La historia de la reina de las espinas —susurra el fantasma.

¿Qué tiene que ver con esto esa leyenda? Estoy a punto de negarme, pero entonces me doy cuenta de que puedo usarlo a mi favor.

—¿C-conoces... la historia?

—La reina de las flores... cuyas flores se marchitaron... cuyos dedos sangraron... y cuyas espinas brotaron...

—Ella t-también tiene... tiene una historia triste... de una chica que esperó a q-que su padre vol-volviera... a casa...

—Pero él ya no regresó...

—Y la chica e-estuvo... muy... triste...

—Treinta años dormiría ella...

—¿Y si... p-pudiéramos convertir... esa historia en una historia... feliz?

—La chica ya no recordaría quién era... pero el chico estaría condenado a amarla durante su vida entera...

—¿Y si la c-chica volviera a encontrar al... chico? ¿Y si tú p-pudieras ayudar a... a que se encontraran?

De pronto, de alguna forma, sé que se ha acercado de golpe y su cara está justo delante de la mía.

Me congelo en mi lugar, aterrada, sintiendo el frío y el pánico hundiéndose en mis huesos.

—La chica ya ha encontrado al chico de su leyenda —susurra el fantasma.

—N-no... en mi leyenda, n-no lo ha hecho... y tú... puedes ayudarla...

—Nada volvería a ser igual...

—S-si me dices dónde... dónde están los niños... p-podrán reunirse con sus... con sus padres... la leyenda c-cambiaría y...

Me callo de golpe cuando noto una brisa de aire helado recorriéndome el cuerpo desde la derecha. Está ahí. Intento no girar la cabeza, pero sé que el fantasma está ahí.

Y, de pronto, ya no hay frío. De hecho, siento que el calor vuelve a mi cuerpo como si alguien hubiera cerrado una ventana. Y ya no me siento como si estuviera en un sitio oscuro y desconocido. Me siento a gusto. Me siento...

—¿Por qué llevas eso?

Me quedo muy quieta. Esa no es la voz del fantasma. Es la voz de Foster.

Estoy tan paralizada de la impresión que no reacciono cuando noto que alguien tira ligeramente de la chaqueta para quitármela de delante de los ojos. Cuando la prenda toca el suelo, yo tengo los ojos muy abiertos, muy alerta. Y delante de mí está la cara de Foster.

Pero... no parece el Foster que he visto hace un rato. O el que he conocido estos meses.

No hay rastro de camisas, ni de jerséis perfectamente planchados. Solo una camiseta de manga corta de color negro. Ni siquiera lleva el pelo ordenado. De hecho, lo lleva un poco más largo y despeinado, aunque no parece preocuparle mucho. Así como tampoco parece preocuparle mucho la sombra de barba que le cubre la mandíbula. El Foster que yo conozco no se dejaría crecer la barba hasta el punto en que se viera, aunque fuera solo un poco.

Este no es papá Foster, es daddy Foster.

Conciencia, no es el momento.

Él se queda mirándome un momento, como divertido por mi expresión.

—¿Piensas quedarte ahí todo el día? Llegaremos tarde. Y si tengo que decirlo yo, es que realmente llegaremos tarde.

—P-pero...

—Vamos, Vee, ¿qué te pasa? Ni siquiera te has vestido.

Me miro a mí misma, confusa. Llevo una especie de camisola blanca que me llega hasta las rodillas y me deja los brazos al descubierto. Y estoy en un suelo de madera, no de piedra. De hecho, la decoración de la habitación es extraña, como si la conociera, pero a la vez no pudiera...

—¿No te encuentras bien?

El tono ha cambiado. Ahora Foster suena preocupado. Y me doy cuenta de que sigue ofreciéndome una mano para ayudarme a ponerme de pie.

Miro su mano, confusa, y él me dedica una sonrisa cuando la acepto y tira de mí para ponerme de pie.

—¿Quieres que nos quedemos? —pregunta, colocándome distraídamente los tirantes de la camisola—. A mí no me importa, pero pensé que tú querías ir a...

—No —cierro los ojos con fuerza—. No eres real.

—¿Eh? —suena divertido, como si estuviera a punto de reírse—. ¿Estás borracha?

—No eres real —repito en voz alta, sin abrir los ojos, mientras intento no notar el dorso de sus dedos acariciándome los hombros mientras me coloca los tirantes—. No eres real, no eres real, no eres...

Durante un momento, me da la sensación de que la cabeza empieza a darme vueltas y me tambaleo. Es como si alguien estuviera rebuscando en mi cerebro.

Al instante, sé lo que está haciendo. Está buscando entre mis recuerdos. Algo que me inspire confianza. Algo que haga que me deje llevar por la situación. Ahogo un grito cuando un latigazo de dolor me recorre el cráneo y vuelvo a tambalearme, cubriéndome los oídos con las manos. No. Si me centro, puedo hacer que no acceda a un recuerdo feliz. Puedo hacerlo. Puedo hacerlo. Puedo hacerl...

—¡...si tanto lo quieres!

Abro los ojos, respirando con agitación, y me encuentro a mí misma vestida con un atuendo negro y ajustado, con botas y un collar que ya conozco en el cuello. Lo toco inconscientemente. ¿Cómo puede parecer tan real sin serlo?

—¿Me estás escuchando?

Levanto la mirada. Sé dónde estoy. En casa de Ramson. El salón. Pero en lugar de un piano, en el centro hay una mesa con un mapa de Braemar. Y Ramson está apoyado con ambas manos al otro lado, mirándome fijamente. Está furioso.

Parpadeo, confusa, cuando parece enfadarse todavía más al ver que no le hago caso.

—¿Se puede saber qué coño te pasa, Genevieve? —espeta.

Wow, realmente está furioso.

—¿A mí? —pregunto, totalmente perdida.

—Pues claro que a ti. ¿Quieres volver a salir corriendo? Pues hazlo. No volveré a perseguirte.

Por algún motivo, este recuerdo se siente distinto a los demás. No sé si es porque es el más reciente que he tenido hasta ahora, si es porque la intensidad del sentimiento —en este caso, rabia— es muy fuerte o si es porque he intentado resistirme tanto al fantasma que ha conseguido llegar con más fuerza... pero esto es distinto.

Y es distinto porque me encuentro a mí misma sabiendo lo que dije sin saber de qué estamos hablando.

—¿Qué te hace creer que quiero que me persigas? —le pregunto en voz baja.

Mi voz no parece mía. Sé que lo es, pero suena distinta. De alguien mucho mayor. Mucho más experimentado y maduro. Alguien más frío. Alguien que ha vivido muchas más cosas de las que yo ahora mismo puedo recordar.

Ramson aprieta los dientes, furioso, mirándome fijamente.

—¿Y qué harás? —sisea, sin despegar los ojos de mí—. ¿Qué tienes sin mí?

—Todo lo que no he podido tener por tu culpa.

—¿Todo? —suelta una risa irónica—. ¿Y qué es todo? ¿Él?

—Llevo más de veinte años sin verle —le recuerdo en voz baja.

—¿Y me culpas a mí por ello? Yo no te he dicho que no lo hicieras.

—No, solo pensaste que a Rowan se le daría mejor su puesto cuando los dos sabemos que no es así.

—Al menos, sé que puedo confiar en Rowan.

—Quizá yo no confío en Rowan.

—Quizá deberías limitarte a hablar de cosas en las que no eres una completa ignorante, Genevieve.

De pronto, siento el peso de la rabia dentro de mí. Pero no de la misma forma que antes. Es distinto. Ahora, está mezclado con una profunda y triste decepción.

—¿Cómo puedes tener la cara de recriminarme nada después de lo que ha pasado, Ramson? —le pregunto en voz baja.

—No te...

—No —lo corto de golpe, temblando de rabia—. No tienes derecho a decirme nada. Ya no.

Él baja la cabeza y veo cómo sus hombros se tensan de la rabia que está conteniendo ahora mismo, apretando los puños sobre la mesa. Apenas han pasado unos segundos cuando, de pronto, agarra lo primero que encuentra en la mesa —una figura que estaba sobre el mapa de la ciudad— y la estrella con fuerza contra una de las pareces, haciendo que se destroce en el proceso.

Ni siquiera parpadeo cuando se aparta de la mesa y se pasa las manos por el pelo. Solo lo miro fijamente. Cuando veo que se gira hacia mí y hace un ademán de acercarse, noto que mi mano se mueve sola hacia mi hombro, donde me encuentro con algo que sé que es un arma. Está helada, pero aprieto los dedos a su alrededor.

—No te acerques a mí —le advierto en voz baja.

Él no baja la mirada al arma, pero veo que sus labios se curvan en una mueca de desagrado.

—¿De verdad? ¿Vas a dispararme?

Espera, ¿es eso? ¿Es un arco?

—No te acerques a mí —repito en voz baja—, y no tendré que hacerlo.

Él sonríe de forma irónica y, tras sacudir la cabeza, empieza a acercarse a mí de todas formas.

Espera, ¿qué está pasando? ¿Por qué me dejo llevar? Esto no es real. No es re...

Levanto la mirada de golpe cuando noto que él me sujeta la mandíbula con una mano para que lo mire. Ahora que está justo delante de mí, ya no parece tan agresivo. Parece más bien desesperado.

—No te vayas —me dice en voz baja—. Te he fallado, lo sé, pero...

—¿Qué me has fallado? —repito, incrédula—. El mayor puto eufemismo del siglo.

—Voy a intentar arreglarlo —insiste.

—No me... —me callo a mí misma, frustrada, cuando me doy cuenta de que estoy a punto de seguirle la corriente otra vez. Cierro los con fuerza—. No es real, Vee. No es real.

—Quédate conmigo —sigue suplicando él—. Te compensaré por esto. Podemos hacer lo que...

—No eres real —intento no escucharlo—. Estoy en un castillo y tú no eres real. ¡Nada de esto es real!

Intento apartarme bruscamente, pero Ramson me detiene de los hombros. Abro los ojos, asustada, cuando veo que está intentando retenerme. Y hago lo primero que se me viene al a cabeza.

Meto la mano en mi bolsillo, el bolsillo real, y saco el collar de obsidiana que me dio. Sin pensarlo, lanzo la mano hacia delante y la punta de la piedra le hace un corte directamente en la mejilla.

Ramson me suelta de golpe y retrocede emitiendo un chillido que no parece de este mundo. Me encojo, asustada, cuando la iluminación empieza a evaporarse lentamente y la figura de Ramson se cae al suelo, aunque está empezando a perder su forma. Sus piernas empiezan a transformarse en dos piernas pálidas y huesudas que se retuercen desesperadamente mientras se alejan de mí, dejando un rastro de sangre casi negra que brota desde la mejilla del fantasma.

Abro mucho los ojos, aterrada, cuando bajo la mirada y me doy cuenta de que tengo la mano manchada de sangre negra. El fantasma sigue gritando y cubriéndose la mejilla. Y de pronto me doy cuenta de que ya sé lo que he venido a hacer aquí.

Es el único sitio del mundo en el que puedo ver mis recuerdos.

Estoy a punto de salir corriendo para aprovechar que ahora mismo no me está observando y que sigue retorciéndose de dolor en el suelo, pero eso es lo que haría una persona racional.

Y yo... bueno, no soy una persona racional.

Así que me acerco al fantasma, decidida, y le agarro un brazo con la mano.

Casi al instante, noto que una oleada de imágenes cada vez más confusas me invade el cerebro y está a punto de tirarme al suelo del mareo. Ningún cerebro puede soportar este torrente de información y sospecho que, si lo mantengo durante mucho tiempo, puedo llegar a desmayarme, así que me centro directamente en lo que he venido a buscar.

Pero en cuanto intento acceder a cualquier recuerdo que pueda ayudarme en lo que quiero noto la resistencia del fantasma. Una mano pálida y huesuda se cierra contra mi brazo e intenta apartármelo, y las imágenes confusas pero conocidas se vuelven un completo caos. Veo casas, castillos, salas, vestidos, un brazalete, personas, un chico con un espada, a Ramson, a Foster, a Vienna, unos ojos violetas, un camino, un...

De pronto, noto que las unas de la mano que tengo en el brazo se hunden en mi piel y suelto un grito de dolor cuando la cabeza amenaza con estallarme del dolor. Y, justo en ese momento de dolor, lo veo.

Veo a Addy tumbada en su cama, en su habitación, con una mancha roja en el corazón, por encima de su vestido favorito.

Veo a Foster de pie a su lado, pálido, a punto de derrumbarse y mirándome como si no me conociera.

Y veo mis manos con un cuchillo y la sangre de Addy resbalando entre mis dedos.

Suelto al fantasma de golpe y me aferro a lo primero que encuentro, desesperada, que resulta ser la cuerda que llevo atada en la cintura. Empiezo a tirar de ella desesperadamente mientras los gritos del fantasma se van alejando. Se está arrastrando lejos de mí, sujetándose la mejilla mientras la sangre oscura sigue brotando de entre sus dedos.

Y, justo cuando empiezo a creer que los demás me han abandonado, escucho pasos acercándose a toda velocidad.

Casi empiezo a llorar de alegría cuando Sylvia y Trev se acercan corriendo hacia mí con cara de espanto y me sujetan de los brazos para ayudarme a ponerme de pie.

—¿Qué ha pas...? —empieza Trev.

—¡Pero no se lo preguntes mientras estamos en el castillo maldito, idiota! —Sylvia pone los ojos en blanco.

Cinco minutos más tarde, salgo del castillo junto a ellos. Estoy temblando de pies a cabeza, sin chaqueta, con la camiseta de tirantes, una mejilla y un brazo manchados de sangre oscura, la cara pálida y el collar apretado en un puño.

No sé cómo consigo moverme. Ahora mismo, me siento como si mi cuerpo no fuera mío. Noto que muevo las piernas. Noto que avanzo, pero es como si lo hiciera otra persona.

Casi no reacciono cuando escucho los gritos de los demás al acercarme a la valla. Me quedo apoyada en ella durante unos segundos antes de empezar a escalarla lentamente, casi sin reaccionar. Al saltar al otro lado, Jana se acerca corriendo para cubrirme los hombros con su propia chaqueta y Kent nos hace gestos para que lo sigamos al coche. Trev es quien me pasa un brazo alrededor para que reaccione y vaya con ellos.

En algún punto entramos al coche de la abuela de Kent, pero apenas me doy cuenta. Tengo la mirada clavada en el frente mientras escucho que Trev, Jana y Sylvia intentan sacarme algún tipo de información y Kent les dice que, básicamente, me dejen en paz.

Creo que no llego a reaccionar hasta que escucho otra voz conocida. La de Foster. Me doy la vuelta, como ida, y veo que está fuera del coche hablando con los demás. No sé qué les dice, pero se encogen un poco todos a la vez.

Parece que ha pasado una eternidad cuando se acerca al coche y me abre la puerta. Ni siquiera dice nada, solo me mira de arriba a abajo y estira el brazo para sacarme de ahí.

Me da la sensación de que, un parpadeo más tarde, estoy de pie en un cuarto de baño. Foster me dedica una breve mirada antes de sujetarme la muñeca y levantármela. Sigo agarrando el collar con fuerza. Me abre la mano con cuidado y deja la piedra sobre la encimera, mirándome la herida que me he hecho al apretarlo con tanta fuerza. Me resbala sangre entre los dedos.

Él se queda mirando la sangre, aparta la mirada, cierra los ojos con fuerza, respira hondo y vuelve a girarse para centrarse en lo que debe centrarse.

—Oye, Vee —murmura, mientras noto que me pone algo en la herida—, necesito quitarte esa ropa. Si vas a darme un puñetazo cuando lo haga, es un buen momento para avisar.

Esbozo una pequeña sonrisa que casi me hace llorar, pero no le digo nada. Así que no me muevo mientras él se inclina para quitarme cosas tocándome y mirándome lo menos posible.

Cinco minutos más tarde, estoy sentada dentro de la bañera con el agua caliente cubriéndome hasta prácticamente los hombros mientras veo que Foster, que se ha arremangado la camisa hasta los codos y se ha arrodillado justo al lado, me frota el brazo concienzudamente para quitarme la sangre.

—He estado en el castillo —murmuro con un hilo de voz.

Foster deja de frotar al instante, pero no levanta la mirada. De hecho, siento que se tensa un poco.

—Lo sé.

—T-te... te he visto a ti.

Esta vez sí me mira, pero lo hace con precaución y no dice nada.

—He v-visto... —noto que se me forma un nudo al recordar esa última imagen, la que me ha dejado congelada hasta ahora.

Foster espera, pero no soy capaz de decírselo.

Me encojo un poco y me paso las manos por la cara, intentando borrar la imagen de mi cabeza. Pero no puedo. Está grabada.

Noto que me tiembla la respiración cuando Foster me aparta los brazos de delante de la cara, mirándome.

—Sea lo que sea que has visto, no tiene por qué ser real —me asegura.

—Sí lo es. Se supone q-que... que los fantasmas ven los recuerdos y...

—No, no los ven. Los perciben. Y juegan con ellos para usarlos a su favor. Cuando se quedan sin ideas, intentan acabar con tu voluntad haciéndote ver tus peores miedos. Pero eso no quiere decir que eso se vaya a cumplir.

Tengo los ojos llenos de lágrimas y no me atrevo a mirarlo. Ver a Addy así me ha destrozado. Estos meses me he encariñado más con ella que con cualquier otra persona de mi vida. Y sé que ella también se siente así por mí. Verla así... desprotegida... sabiendo que confiaba en mí para que la cuidara...

—Vamos a encontrar a Addy —murmuro, y no sé si es más para mí misma o para él.

Foster respira hondo y asiente con la cabeza.

—Sí, lo haremos —él también suena como si intentara convencerse a sí mismo.

Me miro a mí misma, empezando a ser consciente de dónde estoy otra vez. Estoy en una bañera. Es el cuarto de baño principal, el de Foster, no el que suelo usar yo. Nunca he estado aquí, pero es gigantesco. La bañera es enorme y tiene azulejos de porcelana de varios tonos de azul. El agua está perfecta. Y huele muy bien. Intento centrarme en esas cosas positivas para calmarme.

Casi esbozo una sonrisa cuando veo que me ha dejado el sujetador y las bragas puestos.

—¿Tanto miedo te da una chica desnuda, Foster? —enarco una ceja.

Creo que se da cuenta de que intento distraernos a ambos, porque enrojece un poco, siguiéndome el rollo.

—Me ha parecido... inapropiado... quitarte más cosas.

—Mírate... todo un caballero.

—Es que estoy un poco anticuado.

—Será la edad. Los viejos tenéis costumbres muy caballerosas.

—Te recuerdo que tú tienes más de noventa años.

—Y tú más de ciento veinte.

—Sí, qué alegría, ya tengo el descuento de la tercera edad.

Creo que ninguno está de humor para bromas de este tipo, pero está bien fingir que sí. Es como si, por un momento, nos olvidáramos de lo que está pasando.

—Podríamos fingir que nada va mal hasta salir de este cuarto de baño —murmuro.

Foster asiente sin mirarme. Pasan unos segundos de silencio antes de que apoye un brazo en el borde de la bañera, mirándome.

—¿Y de qué quieres hablar? —pregunta—. ¿Del tiempo?

—Hace un buen día.

—Es de noche.

—Hace una buena noche.

Él sonríe, sacudiendo la cabeza.

Es raro verle así. Está despeinado, tiene la camisa arrugada y es evidente que cada facción de su rostro está tensa de preocupación. Al menos, la sonrisa hace que eso último desaparezca un poco.

Así que intento seguir distrayéndolo un poco.

—Cuéntame cosas de la ciudad —murmuro.

—¿Cosas de la ciudad? —repite, apoyando la cabeza en un puño para mirarme—. ¿A qué te refieres?

—No sé, algo que conozcas mucho.

—Lo que conozco mucho es la economía de la ciudad.

—Ugh. Eso no. Cosas no aburridas.

—Oye, aburridas para ti.

—Me refiero a cosas... mágicas. Seguro que conoces mejor la historia mágica de este sitio que yo.

Foster suspira, intentando rememorarlo.

—No sé si soy el mejor para contártelo —me asegura—. De todos los que estamos aquí, soy el que ha vivido menos tiempo en la ciudad.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí?

—Unos... dieciséis años, creo.

—¿Por qué no viniste antes?

Oh, esto es importante. Lo presiento.

Y, precisamente porque es importante, él evita la pregunta y se limita a carraspear, incómodo.

—¿Qué quieres saber de cosas mágicas?

Vale, igual no es el mejor día para presionarlo. Lo dejo pasar.

Por ahora.

Exacto.

—¿Hay más especies a parte de los vampiros?

—Claro que sí —me dice, divertido—. La sangre mágica es un término muy... amplio, la verdad.

—¿A qué te refieres?

—Es una historia, como un cuento de la ciudad —murmura, y su mirada se vuelve algo triste—. Uno de las favoritos de Addy.

Estoy a punto de retroceder, pero al final me limito a apoyar la barbilla en las rodillas y mirarlo.

—¿Me lo cuentas?

Foster carraspea, volviendo a centrarse, y empieza a contármelo:

—Dicen que hace miles y miles de años, antes de los romanos y de los griegos, en una ciudad llamada Babilonia... nació una niña de pelo blanco y ojos pálidos a la que llamaron Magi. Era bastante distinta a los demás niños. No lloraba nunca, parecía entender perfectamente lo que le decían y, aunque no sabía hablar, a los pocos meses ya sabía dar a entender todo lo que quería solo con gestos.

»Los padres de Magi eran campesinos y trabajaban en el campo. Magi creció con ellos. La gente se alejaba de ella porque, con su pelo blanco, sus ojos grandes y pálidos y su falta de habla les daba miedo, así que Magi, en lugar de ir con los otros niños, siendo muy joven se dedicó a trabajar con sus padres.

»Un día su madre volvió a casa de la ciudad y no encontró a Magi por ninguna parte, así que ella y su marido empezaron a buscarla por todo el campo en el que trabajaban. Tardaron horas, pero finalmente vieron a Magi al borde de una colina mirando al cielo. La niña abrió las manos y pareció que un rayo bajaba del cielo y le daba en las palmas. Ella sonrió, miró a sus padres, y les enseñó la luz que se había quedado en sus dedos. Desde ese día, pudo empezar a usar la magia. Por eso, el término viene de su nombre.

Me quedo mirándolo un momento, pensativa. Hace unos meses no me habría creído nada, pero ahora mismo ya no sé qué pensar. Podría ser perfectamente cierto y no me extrañaría tanto.

—Me da la impresión de que la historia no termina ahí —murmuro.

—No —sonríe—. Magi creció apartada de los demás, sus padres fallecieron unos años más tarde, ella heredó el campo... en fin, la vida siguió. La gente la rehuía porque consideraban que estaba maldita y, aunque ella intentó ofrecer sus servicios mágicos, no quisieron saber nada de ella. El único que se interesaba en ella era el leñador de su pequeña aldea.

—Déjame adivinar —sonrío de lado—, ¿se enamoraron?

—Sabes que sí. Se casaron y tuvieron cuatro hijas. Las llaman las cuatro descendientes de Magi. Alissa, Varsha, Gaia y Vesta.

»Alissa fue su primera hija y, de lejos, la más responsable de las cuatro. Se la representaba con el agua porque, al igual que ella, siempre arrastraba el curso del grupo a su favor. Sabía qué era lo correcto y cuál era la forma de conseguirlo. Se marcaba objetivos y nadie era capaz de detenerla para que no pudiera conseguir alguno.

»Varsha era distinta. Fue la segunda hija y siempre fue mucho más desapegada que la primera. Se la representaba con el viento porque ella simbolizaba la fluidez, la liviandad, el cambio constante de dirección y el querer encontrarse a uno mismo. Su imaginación no tenía límites y, lejos de querer hacer las cosas de forma correcta como Alissa, siempre le gustaba hacerlas de la forma más creativa posible. Y viajar, y conocer sitios nuevos, culturas nuevas...

»Gaia fue la tercera hija. Siempre fue el punto de flexión entre las cuatro hermanas, la que quería que todas se llevaran bien y daba la máxima importancia posible a sus seres queridos. A veces, incluso por encima de sí misma. Se la representaba con la tierra por su firmeza y determinación, por sus raíces, ya que para ella su hogar era indispensable, al igual que las personas a las que quería. Lo sacrificaría todo por ellas si hacía falta.

»Y Vesta fue la última de las hijas, pero no por ello la menos importante. Se dice que tenía una belleza y una labia excepcionales, y que sabía usarlas para salirse siempre con la suya. Se la representaba con el fuego porque, al igual que él, rebosaba pasión, fuerza, impaciencia, pasión, inmediatez, determinación... el fuego avanza y seduce a otros para avanzar con él. Y ella sabía cómo hacerlo.

»Crecieron juntas, pero terminaron separándose y formando su propia vida lejos de las otras. Al menos, hasta que Magi murió y les hizo jurar que cada año se reunirían el mismo día en un lugar y pasarían veinticuatro horas juntas. Y ellas lo hicieron. Este fue el lugar que eligieron.

Eso hace que abra mucho los ojos. Estaba tan absorta escuchándolo que, por un momento, se me ha olvidado que se supone que tengo que fingir que no soy idiota.

—¿Braemar? —pregunto, pasmada.

—Braemar es una contracción del idioma mágico. Braer es ciudad y Mare es hermanas.

—Ciudad de las hermanas —murmuro.

—Exacto. Pues se dice que ellas tuvieron hijos y que esos fueron los hechiceros que vinieron a vivir por aquí... ya sabes, todo eso. Y que ellos fueron los que fueron introduciendo criaturas mágicas al mundo. Por ejemplo, los vampiros son la mezcla de sangre humana y sangre mágica. Los mestizos son la mezcla de sangre mágica y sangre vampira...

—¿Hay más especies?

—Sí, claro. Cuando fundaron la ciudad, se dice que los descendientes de cada una de las hijas de Magi tomaron un rumbo distinto. Sirenas, hadas, elf...

—Espera, espera, espera —lo detengo, cada vez más pasmada—. ¿Me estás diciendo... que las sirenas son reales?

—Sí, pero no son como te imaginas —me dice, divertido—. Tienen facciones humanas, pero su piel es de color gris y azul. Hoy en día viven muy alejadas de las costas, prácticamente en el fondo del mar, y solo salen cuando ven embarcaciones.

—¿Para...?

—Sí, para matar a los que vayan en las embarcaciones y comérselos —pone una mueca—. Si se ponen a cantar y las oyes, te llevan con ellas, te ahogan, y luego te comen.

—Qué simpáticas.

—Esas son descendientes de Alissa, del agua, ya sabes.

—¿Y las hadas?

—De Varsha, el viento. Los elfos eran descendientes de Gaia, la tierra. Y los vampiros...

—De Vesta, imagino.

Foster sonríe y asiente.

—¿Todavía hay elfos, hadas y todo eso? —pregunto, curiosa.

—Bueno, hace años que no los hay. Siendo tan distintos, los humanos los... bueno, los masacraron. Pero todavía queda gente en el mundo con sangre de hada o sangre de elfo. Los primeros suelen tener los ojos de colores llamativos y los otros tienen... ya sabes... las orejas puntiagudas.

—Y luego estáis vosotros —sonrío—. Los sexys vampiros.

—Te recuerdo que tú formabas parte de esa categoría.

—Formaba. Ahora soy una simple e inocente humana congelada en el tiempo.

—¿Inocente? —enarca una ceja.

—Bueno, parece que tengo una larga e intensa historia detrás. Aunque no recuerdo casi nada de ella.

—Pregúntale a Albert. Ése sabe todo de todos.

—¿Sabrá decirme por qué no vivías aquí?

Oh, buena introducción de pregunta.

Gracias, conciencia.

Foster, claro, se tensa un poco cuando la escucha. De hecho, me mira con cierta desconfianza.

—¿Tantas ganas tienes de saberlo?

—¿Tú no las tendrías?

—No. Vivo más tranquilo sin saber nada de nadie.

—Bueno... pues yo quiero saberlo.

Foster suspira, pasándose una mano por la cara. Lo miro muy atentamente, esperando cualquier tipo de respuesta. La que sea.

—No me puedo creer que Ramson no te lo haya contado para usarlo a su favor —murmura finalmente.

—¿Contarme qué?

—Que... yo no quería verte, Vee.

Me quedo mirándolo un momento, completamente perdida.

—¿Te hice algo malo?

—Bueno —sonríe, divertido—, algo así.

—¿Qué hice?

—No... no fue necesariamente malo. Fue solo... parte de la vida, ¿no?

—Foster... dime ya lo que sea.

Él suspira, como si supiera que ya no puede seguir distrayéndome, y finalmente me mira a los ojos. Está más tenso que antes, como si no le gustara en absoluto el tema de conversación, pero al menos empieza a hablar.

—Estábamos juntos —murmura—. Yo... estaba enamorado de ti. Y pensé que tú lo estabas de mí. Hasta que conociste a Ramson y te fuiste con él.

Hay un momento de silencio absoluto entre nosotros en el que solo puedo escuchar el sonido de mi propio corazón retumbando en mis tímpanos. Me está latiendo con mucha fuerza, sediento de más y más información.

Sinceramente, no sé por qué, pero siento que esto no me sorprende tanto como debería. No soy idiota. He notado algo en Foster que lo diferencia de los demás, especialmente en la forma en que lo miro. Pero no estaba segura de qué era. Ahora por fin lo sé.

—Me pasé un tiempo bastante enfadado —reconoce, algo avergonzado—, pero luego simplemente lo acepté. Y seguí con mi vida. Mis padres quisieron que me casara con Larissa y... bueno, ya no pareció tan mala opción. Así que lo hice mientras tú y Ramson empezabais a retomar esta ciudad.

Larissa. Ese es el nombre de la madre de Addy. De nuevo, me resulta familiar, aunque es obvio que no sé de qué. Seguramente la conocía o algo así.

Vale, me toca decir algo. Lo que sea. Foster ya no me mira a la cara. De hecho, tiene la mirada clavada en la puerta. Creo que quiere marcharse. Y no puedo culparlo. La cosa está muy tensa.

—Yo... —empiezo, dudando—. Lo sient...

—No hace falta que te disculpes, Vee —murmura, tan incómodo como yo pero sin mirarme—. Hace más de ochenta años. Y los dos seguimos adelante con nuestras vidas y nos casamos, ¿no? No es para tanto.

Abro la boca para responderle, pero él carraspea y se pone de pie. Lo sigo con la mirada, algo perdida, cuando me deja una toalla junto a la bañera.

—Debería ir a ver cómo están los demás —concluye, sin mirarme—. Avísame si... ya sabes, si necesitas algo.

De nuevo, no me deja responder. Me deja sola en el cuarto de baño casi al instante.

Me quedo un rato más en la bañera, abrazándome las rodillas, hasta que al agua empieza a enfriarse y decido salirme. Me envuelvo en la toalla de Foster y me miro la mano. Me ha puesto una venda. Menos mal que no la he mojado.

Por suerte, no encuentro a nadie de camino a mi habitación, aunque cuando llego a ella me doy cuenta del pequeño detalle de que me llevé gran parte de mi ropa cuando me escapé de esta casa. Suelto una palabrota en voz baja y me las apaño con lo poco que dejé, que es una sudadera y unos vaqueros cualquiera.

Cuando bajo las escaleras, veo que ya han limpiado la sangre y todo vuelve a la normalidad. Lo único que no está como siempre es que Amelia no está en la cocina o por el pasillo, canturreando una melodía. Está en su habitación, al final del pasillo del segundo piso. Al igual que mis padres, que están en la habitación de invitados.

Me encuentro con Vienna sentada en la cama donde están los dos. Tiene una mano encima de la frente de mi padre y murmura algo que hace que las serpientes de su cabeza tomen un pequeño brillo extraño. Albert está de pie a su lado con los brazos cruzados.

—Estarán bien —murmura Vienna en voz baja—. Las heridas no son mortales.

Espera, ¿no me han oído llegar? Oh, claro. No llevo el collar.

Me detengo justo a tiempo y me escondo junto a la puerta sin saber muy bien por qué.

—Tampoco son normales —murmura Albert con voz pensativa.

—No. Tienen un componente mágico —Vienna señala la marca ahora cerrada del cuello de mi padre, que sigue durmiendo—. Si no hubiera sido por la sangre que les ha dado el niño, habrían muerto desangrados.

¿El niño? Pobre Trev, ¿es que soy la única que lo llama algo que no sea para meterse con su edad?

—¿Y qué piensas? —murmura Albert, mirándola.

Vienna no le devuelve la mirada inmediatamente. Vuelve a cubrir a mi padre con una manta hasta el cuello y lo observa un rato, pensativa, antes de girarse hacia Albert.

—No lo sé —admite—. No he visto heridas así desde...

No termina la frase, solo se queda mirándolo. Y veo que Albert se tensa un poco.

—No, eso no es posible. Lo detuvimos.

—¿Y si alguien lo ha vuelto a abrir?

—Si alguien lo hubiera vuelto a abrir, lo sabríamos.

—No lo sé, Albert. Últimamente percibo una energía extraña de la ciudad. No la he sentido en mucho tiempo. Y si lo relacionas con las tres personas desaparecidas...

—Si lo que dices es cierto —accede Albert en voz baja—, siguen faltando dos personas para completarlo.

—La mágica y la de quien lo haya vuelto a abrir.

—¿Mágica? —él parece tensarse—. Entonces, ¿el próximo desaparecido podría ser un mago?

Vienna sonríe de lado, mirándolo.

—No te preocupes, Albert, sé cuidar de mí misma.

—No sé si deberías irte de la ciudad provisionalmente.

—No me iré hasta que todos estén a salvo.

—¿Todos o solo Genevieve?

No lo ha dicho con rencor. Lo ha dicho más bien como si fuera obvio. Frunzo un poco el ceño, confusa, cuando Vienna suspira.

—No puedo dejarla sola —murmura, mirándolo—. Ya lo sabes.

—Nadie te ha pedido que la dejes sola.

—¿Y la dejo contigo? Albert, no lo tomes como una ofensa, pero nunca se te han dado bien los niños.

¿Niños? ¡Yo no soy una niña!

Bueno... para ellos lo eres.

—Mira, entiendo que siempre quisiste una hija y te encariñaste de ella durante mucho tiempo —replica Albert—, pero ya es mayorcita.

—Perdió su memoria, ha estado treinta años dormida... ¿de verdad crees que no me necesita?

—No es como antes. Ahora no se deja llevar tanto por sus impulsos. Curiosamente... me parece más madura, más feliz. Creo que es por el tiempo que ha pasado lejos de Ramson. Él la tenía demasiado retenida.

Vienna tuerce el gesto cuando menciona a Ramson.

—Nunca me gustó ese chico para ella.

—No es nuestra decisión.

—Sé que a ti tampoco te gusta para Vee. Aunque te caiga bien.

—De nuevo, no es nuestra decisión.

—Pero puedo aconsejarla, ¿no?

—Lo que necesita no es una madre, es una maga. Una maga viva, sana y salva, Vienna.

Vienna suspira de nuevo y se pone lentamente de pie. Intercambian una mirada de esas que lo dicen todo sin decir absolutamente nada y, al final, Vienna le pone una mano en la mejilla y le sonríe con cierta dulzura.

—Eres un encanto cuando te preocupas —le asegura, separándose de nuevo—, pero los dos sabemos que no me iré de aquí hasta que estéis todos a salvo, Albert.

Me aparto de golpe de la puerta cuando pienso que Vienna se acerca, pero me calma ver que solo va al otro lado de la habitación para recoger su abrigo y ponérselo. Mientras se coloca la capucha, Albert la observa sin decir nada. Parece algo tenso.

—Si realmente es eso... —murmura en voz baja—. El responsable podría ser él.

Vienna deja de toquetearse la capucha por un momento, pero no se da la vuelta.

—No está en la ciudad, si es lo que estás preguntando.

—No, pero puede estar comunicándose con alguien de la ciudad.

—Él ya tiene suficientes conflictos con la gente que vive aquí, no creo que se atreva a...

—Vienna, ya lo pasamos por alto una vez. No es un mago, es un maldito hechicero. ¿Y si ya está aquí y no nos hemos dado cuenta? Especialmente ahora que sabe que Genevieve está en la ciudad.

Vienna se da la vuelta y lo mira, ahora claramente preocupada.

—Yo sola no podré con él, Albert —admite en voz baja.

—Lo sé —él cierra los ojos un momento—. Yo te ayudaré, como siempre.

—¿Para qué? ¿Para que vuelva a maldecirte?

—¿Qué más puede hacerme? Ya me condenó a pasar toda la eternidad con aspecto de ser un niño. Y a ti te puso... esas marcas.

—A lo mejor si lo matamos puedes alcanzar los veinticinco —ella sonríe de lado.

Albert sacude la cabeza, como si fuera absurdo.

—No podemos saber cómo reaccionarían las maldiciones si lo matamos. Se descontrolarían. Podríamos terminar también muertos.

Vienna respira hondo y se queda mirándolo un momento.

—Bueno, creo que ya es evidente que no todoslograremos llegar al final de esta historia vivos, ¿no crees, Albert?


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