13 - 'Las alianzas'

13 - LAS ALIANZAS

Malditos vampiros.

Malditas orgías.

Malditas maldiciones.

Me hago una bolita bajo las mantas y mascullo un insulto cuando escucho que abren la puerta. Lo peor es que ni siquiera me asomo a mirar quién es. Me da igual. Solo quiero desaparecer.

—A ver —dice Albert, acercándose—. ¿Me puedes explicar qué ha pasado ahora?

—Nada. Muérete.

—Técnicamente, ya estoy más muerto que vivo.

Resoplo y me asomo por encima de la manta. Está sentado al borde de la cama con las piernitas colgando y los brazos cruzados.

—¿Qué te han hecho esos dos? —pregunta.

—Nada. Ha sido tu novia.

—¿Mi nov...?

—No te hagas el loco. Ya sé todos los chismes de tu infancia alocada con Vienna.

Albert no parece muy sorprendido. Se limita a sonreír un poco y asentir una vez con la cabeza, como si estuviera orgulloso de mi espíritu investigador.

—¿Qué te ha hecho Vienna, entonces?

—Me ha contado lo de la otra maldición. La de la atracción.

—Ah, eso —suspira—. Sí, hay hechiceros con la mente muy retorcida.

—¿Me puedes explicar por qué todas las jodidas maldiciones caen sobre mí si es Ramson quien hace cosas malas? ¡¿Qué culpa tengo yo?!

—Ninguna, pero eres un objetivo bastante fácil para atacarlo a él.

—Pues qué puñetera alegría.

—Si te consuela, casi todos los humanos que se relacionan con vampiros terminan en circunstancias similares —me asegura en voz baja—. Lo he visto tantas veces en todos estos años...

—¿Todos se olvidan de sus matrimonios?

—No. Algunos tienen destinos mucho peores.

Hay un momento de silencio. Me incorporo un poco y lo miro. Albert parece pensativo. Es curioso que tenga el cuerpo de un niño pero sus ojos parezcan tan sombríos, con esa clase de sentimiento que solo podría tener alguien que ha visto demasiadas cosas malas en la vida.

—¿Cómo por ejemplo? —pregunto.

—Bueno, el último fue hace... ¿cuarenta? ¿Cincuenta años? No lo sé. El siglo pasado, eso seguro. Un humano y una vampira convertida que se... enamoraron, supongo. Se marcharon juntos de la ciudad para vivir como humanos. La cosa funcionó por uno o dos años.

—¿Y qué pasó luego?

—La sangre del humano dejó de ser suficiente —Albert me miró—. Por lo que me contaron mis informantes, robaron sangre donada en los hospitales, pero tampoco era suficiente. La vampira empezó a delirar por el hambre y, al cabo de unos pocos meses... Ramson y yo tuvimos que encargarnos de ella antes de que hiciera daño a alguien. Pero ya había acabado con el humano.

Encargarse de ella. Desgraciadamente, me hago una idea al instante de lo que significa.

—Pensé que de esas cosas os encargabais Foster y tú —murmuré.

—Foster no sería capaz de matar a alguien a sangre fría.

—¿Ramson sí?

Albert me dirige una breve mirada sombría, por lo que prefiero seguir con el tema antes de hacerme una idea de lo que está insinuando.

—¿No había otra solución?

—No. Los vampiros solo pueden sobrevivir un determinado tiempo sin sangre. Especialmente los convertidos. Quizá los puros aguantan más, pero... al final siempre es lo mismo. Se vuelven locos y hay que... bueno... ponerle fin.

—Pero... ¿por qué la sangre no era suficiente? Foster, Ramson... tienen a sus donantes. Parece que es suficiente.

—Bueno, Braemar tiene unos cuantos hechizos de protección rodeándola. Y muchísimas runas. Ni siquiera puedes imaginarte cuántas. Entre todo ello, está ese. Ayuda a serenar a los vampiros —Albert hace un gesto con la mano, como si no tuviera importancia—. Lo que quiero decir con todo esto es que no eres la única que está harta de maldiciones y magia, créeme, media ciudad lo está.

—Es un gran consuelo, Albert —enarco una ceja.

—No estaba intentando consolarte, estaba intentando que recordaras que los demás están tan hartos como tú.

—Sí, ya lo sé —suspiro pesadamente—. Debería volver a centrarme en buscar a Greg y Amanda... y luego ya me preocuparé de... bueno... de todo lo demás.

—Sabia decisión.

Me pongo de pie al mismo tiempo que él, aunque Albert no tiene mi cara de espanto, claro. Sigo arrastrando el susto de antes. Me dedica una mirada curiosa.

—¿Qué te ha hecho ver Vienna, exactamente?

—Mhm... no sé si quieres saberlo.

—Te lo estoy preguntando, ¿no?

Dudo un momento antes de carraspear y bajar la voz, a lo que él parece que se interesa mucho más.

—He visto... eh... una... mhm... orgía.

Silencio.

Albert parpadea, entre la perplejidad y la diversión.

—¿Una orgía?

—¡SHHHHH! ¡No lo digas tan fuerte!

—¿Con quién?

—¿Con quién va a ser?

—Con Ramson, Foster y el crío, ¿no?

—Y... ejem... Sylvia.

—Vaya, ¿y yo qué?

—¡Tú pareces un niño de doce años!

—Es decir, que uno parece un niño y ya es excluido automáticamente de toda la diversión.

—Bueno, la otra opción es que tienes doscientos años más que yo —enarco una ceja—. Ya no sé si esto es pederastia o gerontofilia.

—Mhm... —lo considera un momento—. Yo diría que es gerontofilia.

—Gracias por aclararlo. Era algo que necesitaba con mucha urgencia.

—Detecto cierto sarcasmo, pero lo ignoraré porque tenemos trabajo que hacer, jovencita.

Lo sigo por el pasillo, todavía de brazos cruzados. Albert camina como si fuera el dueño de todo, pero es algo gracioso porque lo hace en un cuerpecito diminuto.

Es una maravilla que nunca me cansaré de ver.

—Esos dos no se han atrevido a subir a preguntarte qué te pasaba —me informa, devolviéndome a la realidad—. Creo que les daba miedo que volvieras a gritarles.

—¿Y Trev?

—Se ha quedado preguntando cosas a Vienna.

—¿Preg...? —me quedo en blanco un momento—. Mierda.

Albert se detiene y me mira, confuso.

—¿Qué pasa?

—¡Le he hecho mil preguntas a Vienna!

—¿Y qué?

—¡Me dijisteis que no podía hacer preguntas a magos!

—Bueno, Vienna no lo usará en tu contra —me dice, como si fuera obvio—. Ni tampoco lo hará con tu crío. Te tiene demasiado aprecio.

—¿A mí?

Albert suspira, como si ya estuviera aburrido de la conversación, mientras bajamos las escaleras.

—Siempre sintió un extraño aprecio hacia ti —dice, como si no pudiera entenderlo—. Te salvó muchas veces de muchas tonterías. De hecho, no le gusta mucho visitar la ciudad. O a Ramson. O a mí. Siempre que venía era para verte a ti. Aunque fuera por un rato.

—A mí no me ha dado la impresión de que tuviéramos tanta confianza —murmuro, confusa.

—Bueno... no te acuerdas de ella. No es fácil, ¿sabes? —me dedica una mirada algo severa, como si me estuviera riñendo por tener tan poca empatía con Vienna.

—Vale, perdona, no quería ofender a tu novia.

—No dejaré que tus provocaciones de cría de noventa años me afecten.

Efectivamente, Foster, Trev y Vienna están en el salón. Me da la sensación de que Foster intenta escapar, pero Trev no le deja porque sigue bombardeándolo con preguntas.

Suspiro y hago un ademán de seguir a Alb...

—¿Qué has visto en la habitación del humano?

Me llevo una mano al corazón, alarmada. Ramson está de pie justo a mi lado con los brazos cruzados. Parece un niño pequeño enfurruñado.

—Pero ¿se puede saber qué te pasa? ¡Casi me da un infarto!

—Te he hecho una pregunta.

—Poca cosa —le pongo mala cara—. ¿Ahora te interesa saber más detalles? Ni siquiera querías que fuera.

—Y sigo sin querer que vayas —aclara, molesto.

—Suerte que puedo hacer lo que me dé la gana.

Sin embargo, no entro en el salón con los demás —Albert ya se ha unido a ellos— sino que me quedo de pie junto a Ramson. Él me está mirando, pero no le devuelvo la mirada. Me da la sensación de que está molesto.

Bueno, seamos sinceros, está molesto el noventa y nueve por ciento del tiempo.

El uno por ciento restante está furioso.

—¿Foster no te ha dicho nada? —pregunto sin poder controlar la curiosidad.

—Lo mismo que me has dicho tú hace diez segundos.

—Mhm.

—Lo que no explica que apestes a humano.

Lo miro al instante con una mueca de confusión.

—¿Eh?

—Hueles a humano —repite, entrecerrando los ojos.

—Bueno, el hermano de Greg estaba ahí.

—Mhm.

—Sabes quién es Greg, ¿no? El chico desaparecido. Seguro que te resulta familiar. Votaste en mi contra en el consejo para que no pudiera buscarlo.

—Sí, lo voté —no parece muy arrepentido—. Sigo pensando lo mismo.

—¿Es que te da igual que haya dos personas desaparecidas?

Simplemente, no puedo creerlo. En mi mundo no existe la posibilidad de que a alguien le pase algo malo y a una persona le dé igual. Es imposible.

Y, sin embargo, Ramson se limita a encogerse de hombros.

—Tú siempre fuiste la preocupada por el pueblo y todas esas mierdas.

—¿Y cuál era tu función, exactamente?

—Encargarme de lo que no te gustaba de dirigir una ciudad, Genevieve.

—¿Cómo qué?

—Como tener que deshacerme de los vampiros que se salían de control.

Lo miro unos instantes antes de apartar la mirada, incómoda sin saber por qué. Casi al instante, noto que Ramson se acerca a mí. No me muevo.

—Se suponía que hoy iba a ser un buen día —masculla.

—¿Y qué te ha arruinado el buen día, maridito?

—Tu crío, para empezar. Foster, para seguir. La bruja, para terminar.

—No la llames bruja —mascullo—. Ya me han dicho que es un insulto.

—¿Y cómo quieres que la llame?

—Vienna, Ramson, para eso es su nombre.

—Pues tu maldito crío, Vienna y Foster. ¿Ahora está mejor?

El nombre de Foster hace que la curiosidad se me dispare enseguida. Todavía no sé qué pasaba entre él y yo hace unos años. Siento que si le pregunto a Ramson él sabrá responderme, pero a la vez... algo me dice que no sería apropiado.

Echo una mirada al salón, donde Foster tiene puesta una mueca hacia Trev, que no deja de parlotearle. Al menos, él no intenta matarlo con la mirada. Es el único que le responde a las preguntas.

—¿En qué piensas tanto? —masculla Ramson, todo dulzura.

Oh, creo que no le gusta no saber qué pienso. Podemos usar eso a nuestro favor.

—Nada específico.

—No me mientas.

—Vienna me ha contado lo de la otra maldición.

Lo miro al instante, esperando una reacción. Y la reacción es que aprieta un poco los labios y aparta la mirada.

—Sí, la maldición —murmura, algo resentido.

—¿Por qué me echaron esa maldición?

—Por una promesa que incumplí.

—¿Qué promesa?

—Eso no te incumbe.

—Bueno... yo soy la que tiene la maldición, diría que...

—Ahora no, Genevieve.

Oh, cómo odio que me dejen con la información a medias.

Intento no ponerle mala cara, pero al final no puedo resistirme a hacerlo cuando doy media vuelta y voy directa al estudio del piano. Ramson al principio me sigue con la mirada, pero no tarda en venir conmigo. Me encuentra sentada en el sofá con las rodillas pegadas al pecho.

—¿Qué te pasa ahora? —pregunta, confuso.

—No lo sé. Esto es muy frustrante. Me da la sensación de que todo el mundo en esta ciudad sabe más que yo.

—Si no intentaras buscar tantas respuestas, eso no te importaría.

—Oh, cállate —lo miro de reojo—. Tú eres el peor. Se supone que eres mi marido y todavía no sé si me caes bien o mal.

Se deja caer a mi lado, pero no dice nada. De hecho, parece que pasa una eternidad pensándolo hasta que al final aprieta un poco los dientes.

—Tú y yo nunca tuvimos una relación muy... amorosa, Genevieve.

Lo miro al instante, intrigada.

—El otro día no dijiste eso.

—Lo sé.

—¿Me mentiste?

—No. Lo que dije era verdad. Era una relación... cariñosa —pone una mueca al usar esa palabra—. Pero todos los problemas empezaban cuando empezábamos a hablar.

—¿Por qué?

—Porque siempre teníamos opiniones distintas en todo. Y los dos somos unos testarudos de mierda. Llegar a un acuerdo a veces era... bueno... imposible.

Bueno, un poco de información. Por fin.

Me quedo meditando sobre ella durante unos instantes en los que Ramson no me devuelve la mirada. De hecho, incluso se ha cruzado de brazos. Creo que no es un tema que le guste mucho.

—¿Nos peleábamos a menudo? —pregunto, al final.

—Algunas veces —murmura, bastante evasivo.

—¿Hasta qué punto?

—Gritos, dormir en habitaciones distintas... cosas así. Pero... pocas veces estuvimos enfadados durante más de un día. Alguna vez yo iba con Albert para no tener que verte o tú ibas a la ciudad para no tener que verme...

—¿Por qué yo no iba a casa de Foster? —pregunto, confusa.

—Porque Foster no vivía aquí.

Apenas lo ha dicho, veo el punto exacto en que su cuerpo entero se tensa. Frunzo el ceño, confusa, cuando hago un ademán de acercarme a él y se pone bruscamente de pie.

Y, antes de que pueda decirle nada más, sale de la habitación sin volver a mirarme.

Cada día es más perturbador.

Tras dudar unos segundos, salgo del estudio y me quedo un momento en el pasillo. De alguna forma, sé dónde está. De hecho, mi instinto hace que gire la cabeza enseguida hacia la puerta del sótano, que está entreabierta.

¿Perseguir a un vampiro hasta su sótano? Claro. ¿Qué puede salir mal?

Bajo las escaleras sintiéndome un poco extraña, como si ya hubiera hecho esto varias veces en mi vida, pero no me detengo hasta llegar al sombrío sótano, ahora iluminado por la lámpara encendida que cuelga del techo. Las cosas siguen tal y como estaban el otro día, incluso con las mantas de los muebles quitadas y el armario abierto.

Ramson está dándome la espalda. Se ha acercado a un viejo piano y le ha quitado la sábana. Parece viejísimo, tan desgastado que apenas debe funcionar. Ramson aprieta una tecla igual, pero el sonido no llega a ser el de una nota, es más bien un murmullo apenas audible.

—Es un poco antiguo —murmuro, acercándome.

—Es el siglo XVIII —comenta, pulsando otra tecla—. Lo preocupante sería que no estuviera viejo.

Lo miro con los ojos muy abiertos, pasmada, y aunque él no se gira para ver mi expresión veo que sonríe ligeramente.

—Era de mi abuelo —aclara, mirándome de reojo.

—A lo mejor tu madre quiso que fueras pianista por tu abuelo, ¿no?

—Lo dudo mucho —comenta, no muy afectado—. Nunca lo conocí. Murió antes de que yo naciera.

—¿Qué le pasó?

—No lo sé, pero era muy viejo. Puede que se suicidara.

Me sorprende la naturalidad con la que lo dice. Debe darse cuenta de lo pasmada que estoy, porque parece hacerle gracia.

—Cuando ya has vivido más de quinientos años, Genevieve, solo tienes ganas de descansar en paz. Es algo bastante común en vampiros.

—¿Por qué dices eso? —intento no sonar muy preocupada—. ¿Tú te sientes así?

—Yo solo tengo un siglo, quiero pensar que me quedan otros cuantos que vivir —una de sus cejas de eleva con cierto interés—. ¿Tanto te preocupa?

—No, claro que no.

Aparto la mirada a cualquier cosa que no sea él, algo avergonzada, y lo primero que me encuentro es el armario abierto. Efectivamente, solo hay vestidos de tres colores. Los colores que dijo él. Pero el que mi mirada está clavada en el verde.

—¿Quieres ponértelo?

La pregunta me pilla por sorpresa. Miro a Ramson, sorprendida. Él me mira con cierta cautela, como si no supiera hasta qué punto presionarme.

—No... no sé si sería apropiado.

—¿Por qué no? Es tuyo.

Vuelvo a mirar el vestido, insegura, y delibero a toda velocidad por unos segundos, pero al final llego a la misma conclusión que antes.

—A lo mejor he engordado y ya no me entra —bromeo.

Ramson enarca una ceja y se me queda mirando de arriba a abajo con un poco más de atención de la estrictamente necesaria.

—No, yo diría que sigues igual.

—Esta mañana has dicho que había adelgazado.

—No te había visto de pie con ropa tan ajustada.

Algo en la forma en que lo dice hace que mi cuerpo entero se tense. Y no en el mal sentido, sino en el sentido que él precisamente quería provocar, porque esboza media sonrisita al ver mi reacción.

Me aparto de él, ahora nerviosa, y busco cualquier distracción. Como no se me ocurre ninguna, paso un dedo por encima de uno de los muebles y escucho que él me sigue de cerca.

—Así que... —murmuro, intentando que mis nervios disminuyan sin muchos resultados—, ¿todo esto era mío?

—Casi todo.

—El piano era de tu abuelo.

—Y la colección del fondo era de los dos.

Levanto la cabeza al para mirarlo. Está justo detrás de mí. Y está señalando la pared del fondo, la que el otro día ni siquiera vi. Hay varias vitrinas colgadas con diferentes objetos dentro. Me acerco al instante, curiosa, y Ramson se detiene a mi lado.

—¿Qué son? —pregunto, confusa, viendo los objetos.

Hay un reloj de bolsillo, un brazalete de plata, lo que parece un vestido antiguo, un puñal y un collar de perlas.

—Son... cosas de la ciudad —explica él, también mirándolos.

—¿Qué cosas?

—Reliquias, por así decirlo. Hay unas cuantas historias circulando por aquí de cosas que pasaron hace siglos.

—¿Las leyendas del libro?

—No, historias populares. Sin más. Algunas tienen objetos importantes en ellas y... bueno, supuestamente estos son algunos de ellos.

—Espera, ¿me estás diciendo que estas cosas son propiedad de alguien que vivió hace siglos e hizo algo tan memorable que a día de hoy se sigue repitiendo?

Ramson asiente. Creo que le ha alegrado que me hiciera ilusión, porque su expresión se ha suavizado.

—¿De qué historias son? —pregunto, acercándome a las vitrinas para ver los objetos más de cerca.

—No las recuerdo todas, tú te las sabías mejor. O Albert. Ese enano sabe todos los chismes de la ciudad.

Sonrío y engancho mi brazo con el suyo.

—Oh, vamos, cuéntame alguna.

Ramson pone una mueca, mirándolos.

—El reloj... creo que era de un tipo que vino a la ciudad hace unos... dos siglos. Dicen que iba muy elegante y que se pasaba el día mirando la hora.

—Déjame adivinar: era el conejo blanco de Alicia en el País de las Maravillas.

Ramson se queda mirándome con una mueca de desagrado.

—No estamos hablando de basura moderna, Genevieve.

—Bueno, perdóneme usted, hombre serio.

—Resultó ser un cazador de vampiros.

Eso casi hace que me caiga de culo al suelo. ¿Es que no sabe dosificar lo directo que es?

—¿U-un...? ¿Existen?

—Lo intentan, pero los erradicamos siempre muy rápido —me asegura.

—¿Tú has conocido a alguno?

Ramson asiente, mirándome, como si no entendiera por qué pregunto algo tan obvio.

—¿Y... los mataste?

Vuelve a asentir sin siquiera dudar.

—¿Y no... no te has planteado nunca que quizá, hablando con ellos...?

—No tengo nada que hablar con ellos, Vee.

—¿Por qué no?

—Porque entraron en esta ciudad queriendo matar vampiros. Y tú podrías haber sido uno. Deberían estar agradecidos de que acabara con ellos tan deprisa.

Me sorprende la rotundidad con la que suelta esas cosas. Aparto la mirada, algo pasmada, y al final señalo otra vitrina cualquiera.

—¿De qué historia es esta?

—¿El brazalete? Una de amor trágico —pone los ojos en blanco—. Todas son de amor trágico.

—¿Y el vestido?

—No lo recuerdo. Ni el collar de perlas. Ni el puñal. Pero seguro que también son de malditas historias trágicas de amor.

Estoy a punto de contenerme, pero al final no puedo evitar intentar irritarlo un poco.

—¿Como la nuestra?

Ramson se detiene un momento y me dirige una mirada de esas de lo que acabas de decir una tontería y voy a juzgarte muy duramente con la mirada por ello.

Como veo que esta conversación no llegará mucho más lejos sin que se cabree, esbozo una sonrisita y le alcanzo la mano para tirar de él al otro lado de la habitación. Parece desconfiado, pero se deja guiar igual.

—¿Qué haces? —farfulla.

—Cállate y sígueme.

Me detengo junto a uno de los muebles que destapé el otro día y por fin le suelto la mano para buscar con la mirada. Al final, encuentro lo que buscaba en uno de los cajones que dejé entreabiertos.

Ramson parece ponerse tenso cuando saco la alianza que el otro día no toqué y se la enseño.

—Igual deberías ponértela —le digo, entrecerrando los ojos.

—¿Por qué? —a cada segundo que pasa, parece más receloso.

—Porque es tu anillo, ¿no?

—Tú tampoco llevas el tuyo.

—Estoy comprobando que no eres un farsante, Ramson —enarco una ceja—. ¿Alguna vez has leído el cuento de Cenicienta?

Me mira con una mueca de asco que lo deja bastante claro, así que sigo hablando.

—Addy me pide que se lo lea continuamente. Ya sabes, la chica cuyos padres murieron, se quedó viviendo con su madrastra y sus hermanastras, que la obligaban a limpiar...

—Agradecería una explicación más corta, Vee.

—El caso es que va al baile del príncipe a escondidas y tiene que escapar cuando son las doce para que no la pille. Pierde un zapato por el camino, el príncipe hace que todo el mundo se pruebe el zapato para ver si son esa chica... ¿en serio no te suena?

—Eso no tiene sentido —frunce el ceño—. ¿Y si otra chica tiene el pie del mismo tamaño?

—Es un cuento, no le busques el sentido.

—¿Y si no tiene sentido por qué hablas de él?

—¡Porque es lo mismo! —ya me está poniendo de los nervios cuando empiezo a agitar su anillo—. Quiero ver si realmente es tuyo.

Ramson se queda mirándome unos instantes, como si por fin lo entendiera, y finalmente se encoge de hombros y alcanza el anillo. Me mira un momento más con cierta desconfianza antes de observarlo con cierta curiosidad, como si hiciera mucho que no lo viera, y por fin ponérselo.

Está claro que le va perfecto, ¿no?

Él me lo enseña, ahora en su dedo anular, y enarca una ceja.

—¿Contenta?

—Por ahora.

Pero, justo cuando estoy a punto de apartarme, él da un paso hacia mí con los ojos entrecerrados.

—Espera, ¿por qué yo tengo que demostrar quién soy y tú no?

—¿Eh?

—Tú también deberías ponerte el tuyo.

Pongo una mueca, confusa.

—Tú sabes que soy yo.

—¿Lo sé? Podrías ser una farsante, tienes que hacerte la prueba de Cunicenta.

—Es Cenicien...

Él se inclina hacia mí y entro un pánico por un breve momento, pero luego veo que es solo para agacharse y recoger el anillo que yo el otro día dejé en el suelo. Me lo ofrece con la mano abierta y yo lo recojo con cierta desconfianza. Está helado.

Una pequeña parte de mí, por un momento, se pregunta si me entrará correctamente. Y lo confirmo cuando veo que el anillo me queda perfecto, como si hubiera sido hecho para mí.

A ver... técnicamente, fue hecho para ti.

Me miro la mano un momento. Es extraño ver un anillo en el dedo anular, pero de alguna forma es obvio que no es la primera vez que lo llevo. Es cómodo. Estoy segura de que, si lo llevo durante unos minutos, terminaré olvidándome de que está ahí.

—¿Contento? —le pregunto a Ramson.

—Mucho —me asegura con una pequeña sonrisita de satisfacción.

—Genial, ¿ya puedo quitármelo?

—De eso nada.

Lo miro al instante, confusa.

—¿Cómo que no?

—Es tuyo, deberías llevarlo puesto.

—Te recuerdo que tú no has llevado el tuyo hasta hace un momento.

—Pero yo no volveré a quitármelo —me asegura.

Miro mi mano otra vez y, de alguna forma, me siento como si estuviera aceptando algo más importante que un simple anillo. Como si estuviera dando un paso en la dirección de Ramson. Es... da un poco de miedo, pero a la vez es emocionante.

—Está bien —me escucho decir a mí misma.

No lo estoy mirando, pero seguro que la sonrisita petulante ha aumentado.

Por un momento, tengo ganas de hacer como que voy a quitármelo para ver la cara que pone, pero al final me contengo.

—Así que... —carraspeo, de pronto un poco nerviosa—, ¿Genevieve Vaughan? ¿Ese es mi nombre real?

Ramson niega con la cabeza casi al instante.

—Se supone que tenías que cambiarlo al casarte, pero quisiste conservar el de tus padres. Así que tuvimos que improvisar y técnicamente te llamas Genevieve Vaughan-Beaumont, aunque tú preferías Genevieve Beaumont y ya está.

Asiento con la cabeza y, como de pronto siento que el calor de la habitación ha subido, busco desesperadamente cualquier otro tema de conversación. Lo primero que se me ocurre es una tontería, pero algo es algo.

—¿El espejo era mío?

Ramson me frunce un poco el ceño con el cambio de tema, pero me sigue cuando me acerco al objeto que acabo de mencionar. Es un espejo de madera de cuerpo entero, pero no de esos baratos que puedes encontrarte en cualquier lado. La madera es robusta y parece que pesa un montón. Al acercarme, paso un dedo por el borde y por fin me doy cuenta de que tiene rosas talladas a mano y muy meticulosamente en la madera.

—Fue mi regalo de bodas para ti —Ramson se detiene justo detrás de mí.

—¿Qué te regalé yo?

—El piano de la torre que viste el otro día.

Sigo recorriendo la forma de una de las rosas con el dedo hasta detenerme en el inicio de otra y dar un paso hacia atrás. Mi espalda choca con el pecho de Ramson, pero ninguno de los dos se mueve. De hecho, nos quedamos los dos mirando el espejo. La imagen que formamos juntos, yo delante y él detrás, con su cabeza y sus hombros sobresaliendo por encima de los míos.

—Solía gustarte mucho —comenta, rompiendo el silencio.

—Todavía me gusta. No... recuerdo haber tenido nunca algo tan... sofisticado.

Ramson sonríe un poco, conteniéndose para no comentar nada. Sé que acabo de decir una tontería porque, técnicamente, antes tenía todo esto, pero... es verdad que sigo sin poder acordarme de nada.

—¿Y qué hay del collar? —pregunto de repente.

Ramson encuentra mi mirada en el espejo y parece algo confuso.

—¿Qué pasa con el collar?

—¿Me lo habías dado antes? ¿Por eso me dijiste que solo tienes uno y lo tiene la persona correcta?

Él suspira y asiente lentamente.

—¿Cuándo me lo diste? —pregunto.

—Cuando vinimos a la ciudad. Recordé que el antiguo dueño de la casa tenía algunas piedras así y... bueno, como nuestra favorita es la obsidiana...

—...me hiciste un collar de protegida.

—No funciona como un collar de protegida, Vee, es... bastante más fuerte.

Debe leer la pregunta en mis ojos, porque sigue hablando.

—Cuando un vampiro hace collares de protegido necesita a un mago a su lado para que los vincule a sí mismo, así sus protegidos siempre desprenden su vínculo a otras razas mágicas. Esto es distinto. Un collar de matrimonio está basado en un vínculo ya formado. No solo tiene vínculo de mi parte, la tiene de los dos.

—¿Por eso... cambia con tus emociones?

Ramson asiente con cierta cautela, como si esperara a que yo reaccionara de alguna forma bastante fea, pero no entiendo el por qué.

—Por eso se calienta o se enfría en función de... —me detengo un momento—. Espera, ¿tú también puedes sentir las mías?

—No son tan intrusivas, pero sí.

—Pero... tú no llevas collar.

—Ya te he dicho que ese collar ya lleva el vínculo de ambos. Solo lo tiene que llevar uno.

—Y los dos ya pueden sentir el vínculo y las emociones del otr...

Me detengo de golpe y abro mucho los ojos. Encuentro la mirada de Ramson en el espejo y me doy cuenta de que esto es lo que ha estado esperando.

—Espera —empiezo, con voz chillona—, ¡¿cuando tenía esos sueños pervertidos tú podías...?!

—...sí...

Me quedo mirándolo con cara de horror, a lo que él carraspea.

—Estuve a punto de ir a quitarte el collar —me asegura en voz baja.

—¿P-por qué...?

—Porque antes, si notaba que estabas... ya sabes... podía acercarme a ti y remediarlo. Pero estoy bastante seguro de que eso ahora mismo no es una opción. Y tengo que aguantarme. Y es un poco tortura tener que aguantarme cuando tú no dejas de mandarme esas emociones.

No puedo evitarlo y enrojezco un poco, soltando el collar de golpe, como si de repente quemara. Mi reacción parece divertirle.

—Si lo hubiera sabido, me lo habría quitado antes de irme a dormir —murmuro.

—Entonces, me alegro de no haberte dicho nada.

Estoy a punto de responder con algo ingenioso, pero me callo de golpe cuando noto que se pega más a mi espalda y me rodea con un brazo para alcanzar el collar. Sujeta la pequeña piedra entre los dedos y, de repente, por el tornado de emociones que tengo dentro, me doy cuenta de que es la primera vez que toca la piedra llevando yo el collar puesto.

Ramson se queda mirando la pequeña piedra con aire pensativo y sacude la cabeza.

—Hace tantos años que me siento como si no hubiera ninguna emoción en mi vida, que no sé cómo reaccionar cuando tú me las provocas.

—¿Y qué emoción te provoco?

Ramson se detiene un momento y desvía la mirada del collar hacia mis ojos, esta vez sin necesidad del espejo. Y está tan cerca de mí que me da la sensación de que solo tengo que ponerme de puntillas para besarlo.

—¿Realmente necesitas preguntarlo? —esboza media sonrisa.

—Bueno, es una duda.

—El collar es bastante claro.

—Pero reacciona... mal... cuando tú lo tocas.

—¿Mal? ¿O más fuerte?

Hace una pausa, mirándome, y juguetea con la piedra entre sus dedos.

—¿Puedes adivinar qué estoy sintiendo ahora mismo? —pregunta en voz baja.

Muy a mi pesar, todo mi cuerpo se centra en la energía que desprende el collar. Hasta ahora me he estado conteniendo, pero ahora que me relajo y dejo que se apodere de mí, me siento acalorada y acelerada a la vez, como si necesitara cerrar la distancia entre nosotros.

Bajo la mirada a sus labios sin siquiera pensarlo y noto que el collar, con sus emociones, se calienta de golpe. Se me acelera la respiración y vuelvo a subir la mirada a sus ojos, intentando centrarme, pero a estas alturas ya es imposible.

Mi corazón da un vuelco cuando Ramson por fin suelta la piedra pero, en lugar de intentar calmarme, engancha la cadena del collar con un dedo y tira de ella para darme la vuelta y girarme hacia él.

Oh, oh.

Levanto la mirada, ahora ya totalmente alterada, y la cosa empeora cuando él, soltándome el collar, pasa ese mismo dedo por mi cuello, deteniéndose en la zona que mordió la última vez. Un escalofrío de anticipación me recorre la espalda y creo que lo nota, porque la inmensidad de emociones del collar se multiplica.

Por un momento, una parte de mí quiere contenerse. Quiere alejarse de él, quitarme el collar y darme una ducha fría, pero...

Espera.

¿Por qué me estoy conteniendo?

Es mi marido, ¿no? Se supone que puedo hacer estas cosas con mi marido.

Y... joder, te aseguro que quiero hacerlas.

¡¡¡Esoooooo!!! ¡HOY ES DÍA DE ALEGRÍA!

Le pongo una mano en el brazo y noto que él se tensa un poco cuando empiezo a ascender hasta llegar a su hombro. Y, lejos de detenerme, sigo ascendiendo hasta que llego a su nuca. Ramson cierra los ojos cuando hundo los dedos en su pelo y le inclino la cabeza hacia mí.

—No me pidas que te muerda ahora —susurra sin abrir los ojos—, porque no voy a poder decirte que no.

—A lo mejor no quiero que me digas que no.

Un sonido grave escapa de su garganta cuando tiro un poco más de su cabeza hacia mí y, justo cuando estoy planteándome si terminar de acercarlo o no, Ramson quita la mano de mi cuello, la pone en mi nuca y me atrae con fuerza para besarme bruscamente en la boca.

Nunca me han besado así y, honestamente, al principio no sé discernir si me gusta o no. No hay rastro de ternura o dulzura, es... crudo. No hay caricias ni suavidad, simplemente me agarra el pelo con un puño y aplasta su boca contra la mía, como si ya no pudiera contenerse más tiempo.

Cierro los ojos inconscientemente cuando me hace retroceder con su cuerpo y noto que mis piernas chocan con algún mueble, ni siquiera sé cuál. Noto que un sonido bastante vergonzoso se me escapa de los labios cuando Ramson me sujeta de debajo del culo con la mano libre y me sienta en ese mueble como si no pesara nada.

Me inclino hacia él cuando se aparta de mí, intentando seguir el beso, pero al final es él quien lo rompe al dar un paso atrás. Lo sujeto del jersey al instante, como si no quisiera que se alejara, pero entonces me doy cuenta de que no está intentando marcharse, solo me está mirando mientras el pecho le sube y baja a toda velocidad.

—¿Ya te has arrepentido? —medio bromeo, con la respiración totalmente acelerada.

Ramson levanta la mirada hasta encontrar la mía y niega lentamente con la cabeza.

—Desde que volví a verte, solo he podido pensar en esto —lo dice en voz tan baja que apenas puedo entenderlo.

—¿En liarte conmigo en un sótano?

—En que volvieras a querer que te tocara.

Por algún motivo, esas palabras y la forma en que las dice solo empeoran la situación. Tiro de su camiseta hacia mí con cierta urgencia, pero Ramson no se acerca, está volviendo a mirarme de arriba a abajo.

El corazón se me detiene un momento cuando me pone una mano en cada rodilla para separármelas bruscamente.

Se coloca entre ellas y asciende lentamente con las manos por encima de mis muslos, con los pulgares pasando por la cara interior de éstos. La respiración se me acelera cuando noto que se acerca peligrosamente a la cima de mis piernas, pero se detiene justo a unos milímetros de ella para sujetarme con fuerza e inclinarse hacia delante.

Veo su cabeza oscura pegada a mi jersey cuando noto que me besa justo encima del inicio de los pantalones por encima de la ropa. Y me da otro beso para ascender por mi estómago. Cuando me besa justo entre los pechos, ya no puedo más y le rodeo el cuello con los brazos. Noto que sus dedos aprietan mis muslos con un poco más de fuerza al instante.

Ramson vuelve ascender y esta vez se detiene en mi cuello. Trago saliva con fuerza cuando noto sus labios justo debajo de la mandíbula, dejando un sendero invisible hasta detenerse justo encima de la zona que mordió la última vez. Deja un beso justo encima, pero enseguida vuelve a girarse hacia mí para besarme bruscamente en la boca.

Cuando se separa, me obligo a mí misma a abrir los ojos y veo que me está mirando con avidez, como si esperara que dijera lo que quiere oír. Una confirmación de que yo tampoco me he arrepentido.

Parece un poco sorprendido cuando le sujeto las mejillas con las manos y vuelvo a besarlo en la boca, esta vez con un poco más de dulzura.

—Muérdeme —susurro contra sus labios.

Es todo lo que necesita oír. De pronto, su cara desciende y vuelvo a notar que me besa la zona que mordió el otro día. Solo que ahora de una forma mucho menos suave. Y entiendo el por qué al instante en que noto los colmillos arañando mi piel y, un segundo más tarde, el ligero pinchazo que hace que suelte un grito ahogado.

Al principio, noto una ligera sensación de dolor en todo el cuerpo, pero es sustituido tan rápido por placer absoluto que un segundo más tarde ya no recuerdo que lo he sentido. Cierro los ojos y dejo que él me empuje con el cuerpo hasta dejarme tumbada. Le rodeo el cuello con los brazos y la cintura con las piernas, intentando atesorar la sensación.

No sé cuánto tiempo tiene los colmillos clavados en mi cuello, pero a mí me parece una mezcla de una eternidad y un tiempo demasiado corto, porque de pronto noto que se separa y yo abro los ojos. La habitación da vueltas cuando Ramson se separa para mirarme, relamiéndose los labios.

—¿Estás bien?

Asiento con la cabeza, incapaz de decir nada, pero justo cuando voy a volver a cerrar los ojos él me obliga a volver a abrirlos al sujetarme la mandíbula con una mano.

Vuelvo a mirarlo, esta vez parece preocupado.

—Di que estás bien —insiste.

—Estoy bien —le digo con voz agotada.

Ramson sonríe, algo aliviado.

—¿Y qué tal?

—Fatal —medio bromeo, cerrando los ojos—. Voy a buscarme a otro vampiro que me muerda mejor.

Escucho un sonido ahogado que me imagino que será una risa entre dientes.

Le paso una mano distraídamente por el pelo cuando noto que se apoya en los codos para besarme el cuello, y la mandíbula, y la barbilla. Abro los ojos cuando hace unos segundos que espero el de los labios y no llega, y me lo encuentro mirándome con la cara justo encima de la mía.

—¿Esto es lo que solíamos hacer cada día? —pregunto con una mueca.

—Casi cada día, sí.

—¡¿Y yo sobrevivía sin que me diera un infarto?!

Ramson contiene una sonrisa.

—Normalmente no te mordía así —me asegura.

—¿Y cómo lo hacías?

Él carraspea, de pronto un poco incómodo, y mi interés aumenta cuando veo que sus mejillas se tiñen ligeramente de rojo.

—¿Cómo lo hacías? —insisto, ahora completamente curiosa.

—El efecto es mucho más fuerte si te muerdo cuando... te corres.

Me quedo mirándolo un momento antes de notar que yo también enrojezco, igual que él.

—Vale... eh... gracias por el dato —murmuro con voz atropellada.

—De... mhm... de nada.

Nos quedamos mirando un momento más y, justo cuando parece que los dos estamos a punto de romper el silencio a la vez, noto que el cuerpo entero de Ramson se tensa cuando levanta la cabeza.

No entiendo su cara de enfado, tan contraria a la que tenía hace un momento, hasta que giro la cabeza, todavía tumbada debajo de él y me encuentro a un Albert bastante pasmado mirándonos desde las escaleras.

—Vaya —comenta, parpadeando—, vosotros sí que sabéis hacer las paces.

—Fuera —masculla Ramson, mirándolo fijamente.

—No veo por qué debería irme.

—Estamos ocupados. Fuera.

—Eso ya lo veo. Sabéis que hay camas arriba, ¿no? Es decir, es vuestra casa. Imagino que lo sabéis. Pero veo que por un momento se os ha olvidado.

Suspiro y empujo ligeramente a Ramson, que se aparta para que pueda ponerme de pie. Me coloco mejor la ropa, abochornada, y cuando levanto la cabeza veo que Albert nos mira como si fuéramos dos adolescentes salidos.

—¿Os parece el mejor momento para poneros a hacer guarrerías? —pregunta, negando con la cabeza.

—¿Se te ocurre otro mejor? —Ramson enarca una ceja.

—Unos cuantos, la verdad. Por ejemplo, cuando encontremos a las dos personas desaparecidas.

Ya vuelve a estar ahí ese tono de reprimenda. Me siento como si mi padre me hubiera pillado haciendo cosas malas con un chico en mi habitación.

Miro a Ramson de reojo cuando paso por su lado para seguir a Albert escaleras arriba. Vienna sigue en el salón, hojeando un libro, pero Foster y Trev están en la entrada con los abrigos puestos. Los miro al instante, confusa.

—¿Dónde vais?

—Alguien tiene que decirle a tus padres que estás bien —me recuerda Trev—. O a... bueno... a lo que sean esos dos.

Oh, eso. Lo considero un momento, confusa, antes de asentir con la cabeza.

—Quizá debería ir con vosotros por un rato. Para hablar con Addy.

—Y con tus padres —me recuerda Albert.

—No son mis...

—No me contradigas, señorita.

Pongo mala cara y recojo mi abrigo de la entrada. Ramson no parece muy afectado. De hecho, por su expresión de hastío nadie diría que hace un momento ha pasado lo que ha pasado entre nosotros.

—Pues bien —murmura, dándose la vuelta y entrando en el estudio.

Apenas unos segundos más tarde, empiezan a sonar las notas del piano.

Vuelvo a darme la vuelta hacia Foster y Trev y salgo con ellos. El coche de Foster está junto a la entrada. Hay un momento de disputa sobre quién debería sentarse delante, y al final Foster lo zanja mandándonos a Trev y a mí al asiento de atrás, como a dos críos.

—¿Qué harás cuando los veas? —me pregunta Trev mientras bajamos por la colina.

—¿A quiénes?

—A tus padres, Vee, ¿a quién va a ser?

—No son nada mío.

—Aunque no sean tus padres, te han cuidado durante muchos años —me recuerda Foster desde el asiento del conductor.

No le respondo. No quiero enfadarme con él ahora mismo.

Nadie dice nada más. Foster aparca el coche y bajamos en completo silencio, cada uno pensando en sus cosas.

Desearía decir que yo pienso en lo que les diré a todos cuando los vea, pero en realidad mi cuerpo sigue un poco acelerado por lo que ha pasado hace un rato. De hecho, empiezo a sentir algo parecido a lo que sentí la última vez que me mordió. La necesidad de volver corriendo desesperada hacia Ramson, como si quisiera pegarme a él y no volver a alejarme nunca, pero por suerte el aire frío ayuda un poco a centrarse.

—Madre mía —Trev sonríe ampliamente—. Ya puedo sentir la tensión. Esto será divertido.

Foster le dedica una mirada cansada, pero justo cuando parece que está a punto de responder, veo que se tensa de pies a cabeza y extiende un brazo para detenerme.

Trev, que iba justo detrás de mí, también se detiene y se asoma para ver qué pasa.

—¿Qué? —le pregunto a Foster, confusa.

Pero hay algo en su forma de mirar la casa que hace que todas mis alarmas se disparen.

—Huele a sangre humana —murmura.

Durante un momento, no reacciono. El primero que se mueve es el propio Foster, que se acerca a la puerta a grandes zancadas y la abre de par en par. Casi al instante, veo el charco de sangre que hay en medio del vestíbulo. Y las tres personas que hay tumbadas en el suelo. Mis padres y Amelia, el ama de llaves.

Abro mucho los ojos y me acerco corriendo a ellos. Foster está agachado junto a mi padre y le pone dos dedos en el cuello. Lo miro, aterrada, pero una pequeña sensación de alivio se extiende por mi cuerpo cuando asiente con la cabeza.

—Puedo sentir su sangre bombeando —murmura—. Están vivos.

El alivio es inmediato. Los miro a los tres, paralizada, con Trev al lado. Están tumbados boca arriba y la sangre parece reciente. En el caso de Amelia, es una herida en el estómago. Parece la peor. Me agacho a su lado y me arrodillo sin importarme las manchas de sangre, solo para apretar la herida y que deje de sangrar.

—¿Hay hospital en la ciudad? —pregunto a Foster con cierta urgencia.

—Ve a la cocina —ordena él a Trev, ahora totalmente serio—. Hay bolsas de sangre en la nevera. Es sangre de vampiro. Tenéis que dársela.

—¿Dársela? —casi chillo—. ¿En la boca?

Pero él no me responde. De hecho, veo que tiene la cabeza girada hacia las escaleras, como si intentara escuchar algo pero no lograra hacerlo.

Y es entonces cuando veo el verdadero horror cruzándole la expresión.

—Addy —susurra con un hilo de voz.

Sube las escaleras a tanta velocidad que apenas puedo verlo, pero una alarma de pánico se instala en mi pecho cuando me apresuro a seguirlo. El camino hasta la habitación de Addy se me hace eterno, y ahí es donde me lo encuentro buscando desesperadamente por todas partes.

Pero Addy no está.

Todas sus cosas están lanzadas por el suelo, destrozadas, y la ventana está abierta. Pero ella no está.

—No —empieza a murmurar Foster, desesperado, buscando cualquier indicio de dónde está por todos lados—. No, no, no, no. ¿Qué...? ¿Dónde...?

No sé qué decirle. Me entran ganas de llorar cuando se detiene, desesperado, y se pasa ambas manos por el pelo.

—No puedo oler su sangre —dice en voz baja, pálido.

—Pero... eso es bueno —murmuro con voz temblorosa—. Es que no está herida, ¿no?

—¡No, Vee, eso es que está tan lejos que no puedo percibirla! —se suelta el pelo, nunca lo había visto tan desesperado—. Mierda, no, no, no... ¡no! ¡Tengo que encontrarla!

Intenta acercarse a la ventana y mirar a su alrededor, pero de alguna forma yo ya sé que no va a encontrarla aquí.

De hecho, creo que él también lo piensa, porque cuando se gira hacia mí, lo hace con la expresión de alguien que de repente se ha dado cuenta de algo horrible.

—Se la han llevado, ¿verdad? —me pregunta en voz baja, pálido—. Los mismos que se llevaron a Greg y Amanda... ahora se han llevado a Addy.

No quiero mentirle, pero tampoco soy capaz de decirle la verdad. Y la verdad es que es muy probable. Así que solo lo miro con los ojos llenos de lágrimas de impotencia.

—Vamos a encontrarla —le aseguro.

Pero él ya no me está escuchando. Mira a su alrededor, desesperado, y cuando no encuentra nada se apoya en la pared con la espalda y va resbalando lentamente hasta llegar al suelo, con las manos hundidas en el pelo. Puedo ver que está intentando pensar con claridad, pero ahora mismo es imposible. Está demasiado aterrado.

—Vamos a encontrarla —le repito, intentando convencernos a ambos y agachándome delante de él—. Cada vez estamos más cerca, Foster, vamos a...

Me callo cuando él sacude la cabeza, como si no quisiera oírlo.

—Ahora no —me suplica en voz baja.

Asiento con la cabeza y, tras dudar unos segundos, hago lo que sé que quiere que haga: dejarlo solo por un rato.

Pero no soy capaz de quedarme en la casa de brazos cruzados. De hecho, ahora mismo tengo tanta adrenalina en el cuerpo que no puedo quedarme quieta. Empiezo a dar vueltas por el pasillo hasta que al final vuelvo a las escaleras, donde veo que Trev ya les está dando la sangre a mis padres y a Amelia, que vuelven lentamente en sí.

—¿Qué ha pasado? —les pregunto bruscamente, acercándome.

—Vee —Trev de dedica una mirada un poco apenada—, acaban de despertar, no pueden...

—¡Me da igual, necesito saber qué ha pasado! ¡Aunque sea solo un detalle!

—A-algo... —empieza Amelia con voz pastosa, como si le resultara difícil hablar—. Algo ha... entrado en casa... y nos ha a-atacado...

—¿Algo? —me acerco a ella, abriendo mucho los ojos—. ¿Cómo era? ¿Era humano?

—N-no lo sé... era rápido... no he podido ver...

Se detiene para toser y yo me doy cuenta de que estoy presionando a una mujer de mediana edad que acaba de despertarse de un desmayo. Me aparto de ella, intentando respirar hondo, y es entonces cuando, de la nada, me viene a la cabeza.

No sé cómo, pero lo sé.

La respuesta está en el libro que mencionó Jana. El libro original de las leyendas.

Los miro un momento más a todos, como si no supiera cómo reaccionar, antes de salir corriendo por la puerta de atrás. No hay rastro del perro de Albert, así que sigo corriendo hasta que no puedo más por el camino hacia la casa de Ramson. Cuando por fin llego, apenas me queda aliento, pero hago un último esfuerzo para entrar en la casa.

Albert y Vienna, que están hablando en la entrada, parecen muy sorprendidos cuando me ven aparecer, pero no dicen nada cuando paso de largo y abro la puerta del estudio.

Efectivamente, Ramson sigue ahí, tocando el piano. Lo que me sorprende es que no haya notado con el collar lo aterrada que estoy.

O que lo haya ignorado.

—Ramson —me sorprende lo desesperada que suena mi voz cuando me detengo a su lado—, necesito tu ayuda en algo.

Él no levanta los ojos del piano ni deja de tocarlo.

—¿En qué?

El hecho de que suene tan indiferente teniendo en cuenta lo desesperada que sueno yo me deja perpleja durante un momento, pero me apresuro a volver a centrarme en lo importante.

—Sé que hay un libro original sobre las leyendas de la ciudad.

—Lo hay.

—Y tú sabes donde está.

—Sí.

—Necesito que me digas dónde está.

—No.

La rotundidad me deja perpleja, aunque luego esa perplejidad se convierte en todavía más desesperación.

—Ramson, no lo entiendes, es important...

Me callo cuando él, ignorándome completamente, pasa página a la partitura y sigue tocando el piano como si nada.

Su actitud está empezando a acabar con los pocos nervios que me quedaban. De pronto, tengo ganas de llorar. De rabia porque me esté ignorando, de impotencia por no poder hacer nada... y de miedo por Addy.

Así que decido atacar con lo más pesado que tengo:

—Addy ha desaparecido y la única forma de encontrarla es con ese libro. Necesito saber dónde está.

Pero no sirve de nada, porque sigue ignorándome.

Histérica, tiro de uno de sus brazos para que deja de tocar el piano.

—¡Reacciona de una vez! ¡Tenemos que encontrarla!

Ramson se limita a soltarse el brazo y volver a centrarse, sin siquiera alterar su expresión.

Me quedo mirándolo un momento, notando que la rabia empieza a crecer y crecer.

—¿Es que no te importa? —le grito, furiosa—. ¡Podría estar en peligro! ¡Es solo una niña!

Intento sacudirle el hombro, pero vuelve a ignorarme.

—¡Por favor, Ramson! —le suplico, algo que no hago nunca, absolutamente nunca.

Las ganas de llorar de rabia se multiplican cuando veo que ni siquiera eso lo hace reaccionar. Me aparto de él, notando que las lágrimas de rabia empiezan a bajarme por las mejillas, y me paso las manos por la cara, desesperada. Ramson sigue sin mirarme cuando vuelvo a girarme hacia él, furiosa.

—Y pensar que por un momento he creído en ti —espeto en voz baja.

Ramson no dice nada. Solo sigue tocando el piano. Y yo decido salir de ahí, todavía llorando de rabia e impotencia.

Vienna y Albert ya no están cuando cruzo el vestíbulo, pero ahora mismo me da igual. Todo me da igual. Ramson, ellos, la ciudad... ahora mismo no puedo pensar. Estoy histérica. La cabeza nunca me ha funcionado a tanta velocidad.

Y, justo cuando salgo de la casa, me doy cuenta de que solo tengo una pista que seguir. Solo una.

La he estado evitando hasta ahora, pero ya no puedo seguir haciéndolo. No si la vida de Addy está en juego.

Así que doy media vuelta y empiezo a encaminarme al castillo del fantasma.


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top