12 - 'Deseos ocultos'
12 - DESEOS OCULTOS
Cuando abro los ojos ya es por la mañana. Mhm... hace mucho frío. Me acurruco en las sábanas y miro distraídamente la habitación. Es la misma que usé la primera vez que dormí aquí. Me gustó bastante.
Pero... mierda.
Lo de ayer no fue una pesadilla, ¿verdad?
Soy una señora de 97 años con un marido tenebroso y una casa con pasillos secretos.
Ya quisiera yo.
Me incorporo y me froto los ojos. Mis cosas siguen aquí por la última vez, así que he podido dormir en pijama. Eso es un alivio.
Al menos, estoy cómoda. Loca, pero cómoda.
Solo me pregunto que habrá sido de mi pobre maleta... bueno, al menos, Foster cuida de ella. Me la dejé en su coche.
Está en buenas manos.
¿Tú crees?
No me importaría quedarme yo misma en esas manos.
Salgo de la cama. El suelo está algo frío, y lo entiendo cuando me asomo al exterior y me doy cuenta de que hay una fina capa de nieve en el suelo. De hecho, sigue nevando. Nunca había visto nevar. O nunca que recuerde.
No puedo evitar abrir la ventana y estirar el brazo hacia fuera. La brisa es helada, pero no me importa. Abro la mano y dejo que un copo de nieve caiga en ella. Me lo acerco a la cara. Se está fundiendo solo por el calor de mi piel, pero no puedo evitar una sonrisa tonta.
—Eso de abrir la ventana mientras nieva no es lo más inteligente del mundo.
Doy un respingo hacia atrás al instante. ¿Cómo demonios no lo he visto? Ramson está apoyado en el marco de la puerta con un hombro y los brazos cruzados, mirándome.
No puedo evitar enrojecer un poco. No me gusta que me pillen, y menos con sonrisas tontas. Vuelvo a cerrar la ventana.
—¿Me has estado observando mientras dormía, maldito perturbado?
—En realidad, no. Acabo de llegar. Y veo que lo he hecho justo a tiempo para ver el primer milagro del día.
—No has visto nada, no mientas.
Me seco la mano en el pijama, molesta. Él parece divertido con mi pequeño arrebato. O con mi pijama. No estoy muy segura, pero noto que me pongo un poco nerviosa cuando lo mira un poco más de lo estrictamente necesario.
—¿Quieres algo? —interrumpo su inspección.
—Te he hecho el desayuno.
Me cruzo de brazos.
—No tengo hambre —sí que tengo, pero soy una testaruda.
—¿Estás segura?
—Totalmente.
—Es tu desayuno favorito.
—¿No dijiste que hacía mucho que no cocinabas?
—Y hace mucho que no cocino. Pero he hecho un esfuerzo. No me importa cocinar cuando sé que no es para que alguien me manipule y se cuele en mi sótano.
—Vale —accedo finalmente—. Fui un poco asquerosa. ¡Pero fue para un buen fin!
—¿Un buen fin es colarte en mi sótano?
—Nuestro sótano —doy un paso hacia él—. Al parecer, esta también es mi casa. Así que no invadí nada, solo accedí a una parte de mi bonita propiedad.
A Ramson le resulta un poco complicado ocultar una sonrisa cuando se aparta para dejarme pasar y me sigue por el pasillo hacia las escaleras.
—¿Has dormido bien? —me pregunta.
—Sí, por suerte, nadie se ha colado en mi cama.
—Admito que he estado tentado a hacerlo unas cuantas veces.
—No me digas.
—No es fácil dormir sabiendo que estás a unos metros de mi habitación y no puedo tocarte.
Y... pum, ya estoy ruborizada otra vez. ¿Qué demonios me pasa esta mañana? Le dedico una mirada molesta, lo que parece divertirle.
—¿Qué es tan gracioso? —mascullo.
—Que esa es la cara que me ponías siempre que te decía algo así.
—Quizá sea porque no me gusta.
—Quizá sea porque soy el único que consigue ruborizarte.
Lo peor no es que sea un idiota —que también—, sino que tiene razón. No suelo ruborizarme por nada, pero en esta breve conversación mañanera ya lo he hecho dos veces. Es como si supiera perfectamente qué decir para provocar ciertas reacciones en mí.
No sé si me gusta o me pone de los nervios.
O las dos cosas.
—Cállate —mascullo al final, bajando las escaleras, porque básicamente es lo único que se me ocurre.
El comedor es la sala contigua a la cocina. En el centro tiene una mesa rectangular de madera oscura con sus respectivas sillas. Todo perfectamente decorado. Es obvio que alguien les ha puesto mucho empeño, igual que con la decoración que hay en una de las paredes. Una lámpara bastante lujosa cuelga del techo, iluminándolo todo, y al fondo de la habitación, en la pared, hay un ventanal muy grande por el que puedo ver cómo nieva.
Lo peor es pensar que yo decoraría esto tal y como está antes de acordarme de que... bueno... ya lo he hecho.
Ramson, efectivamente, me ha hecho el desayuno. Hay unos cuantos platos sobre la mesa. Hay café, zumo, tostadas, mermelada, huevos revueltos, croissants... madre mía, ¿cuántas cosas hay? ¿Este tío se cree que como por diez personas o qué?
—No voy a comerme todo esto —le digo, pasmada.
—Lo que no te comas, será para el pesado.
—¿Qué pesado?
—Albert. Vendrá en un rato. Le encantan estas comidas... humanas.
—¿Y a ti no? —pregunto, sentándome.
—No —me asegura, sentándose a mi lado y apoyando la cabeza en un puño—. Odio el olor.
—No puedes odiar el olor, vamos, huele de maravilla.
—¿Acabas de admitir que cocino bien?
—En absoluto.
No sé ni por dónde empezar. Me acerco los huevos revueltos y tomo un poco. Lo que más odio de que otros me cocinen es que nunca ponen tanta sal como me gustaría y tengo que añadirla después, así que me quedo un poco pasmada cuando noto que él ha puesto la cantidad perfecta.
Le dedico una mirada desconfiada. Él sonríe un poco.
—¿Está bien?
—Mhm —murmuro, comiendo.
—Has adelgazado desde la última vez que te vi, ¿esos humanos no te alimentan bien o qué?
—Vaya, yo pensando que tenía un marido... y resulta que tengo un padre.
Ramson sonríe, divertido.
—¿Sabes lo que más he echado de menos durante estos años? Esas respuestas mordaces.
—Debes ser la única persona en el mundo que echa de menos algo así.
—Eres la única que me dice lo que piensa sin miedo. Bueno, Albert también lo hace. Y Foster también, si lo presiono un poco. Pero... ellos me tienen cierto respeto, ¿sabes?
—¿Y yo no? —sonrío como un angelito.
—¿Realmente necesitas que te responda a...?
Se queda callado de golpe y veo que pone una mueca de desagrado. Lo miro, confusa.
—¿Qué pasa?
—Albert está aquí. Con tu cr... con el niñ... con ése.
Suelto el tenedor de golpe sin siquiera darme cuenta.
—¿Trev está aquí? —pregunto con un poco más de urgencia de la que me gustaría.
Ramson pone una mueca de desagrado y no me responde.
Bueno, la verdad es que no hace falta. En ese momento, veo que Albert cruza el umbral de la puerta del comedor y me dedica una sonrisa tan tranquila como si no hubiera pasado nada. Trev va detrás de él mirando a su alrededor con la boca abierta de par en par.
—Woooooooow. ¿Esto es un museo? ¿Tenéis huesos de diplodocus o cosas así?
Ramson pone los ojos en blanco descaradamente, pero yo lo ignoro porque ya me he puesto de pie. Se me acelera el corazón nada más ver a Trev. Es el único de toda esta maldita ciudad que no me ha mentido, ocultado o engañado nada.
Él baja la mirada hacia mí y, por un momento, no sé si acercarme. Después de todo, está en su derecho de mandarme a la mierda. Anoche hice la maleta sin decirle nada y hoy me ha visto en pijama en casa de otro chico. No me extrañaría que me pusiera cara de asco.
—He pensado que querríais hablar —comenta Albert al ver que nos quedamos los dos mirándonos, y luego echa una mirada a Ramson—. A solas.
Ramson gruñe algo por ahí detrás en plan viejo amargado.
Yo, por mi parte, sigo mirando a Trev con cierto temor. Casi parece que ha pasado una eternidad cuando él abre los brazos con una gran sonrisa.
—Ven aquí, anda. Pensé que te habías ido sin despedirte. Me he pasado la noche llorando contra la almohada de la pena que tenía en el corazón.
—Sí, claro —sonrío ampliamente, acercándome y dándole el abrazo.
—¿No me crees?
—Claro que no, gilipollas.
—Déjame tener un poco de drama en mi vida, idiota.
Dejo de abrazarlo un momento y miro a Albert. Ramson está por ahí atrás apuñalando los huevos revueltos con desagrado.
—Eh... —murmuro, dudando—. Ahora volvemos. Tengo... tengo que contarle muchas cosas.
—¿Qué cosas? —pregunta Albert al instante.
Oh, ¿así que no quiere que le cuente el secretito de los vampiros? Pues que se vaya a la mierda. Entrecierro los ojos.
—Trev es de confianza —remarco.
Albert no parece muy complacido con eso, pero no se arriesga a decir nada porque sabe que sigo enfadada con él —y con media ciudad— por haberme mentido durante todo este tiempo. Así que no se opone cuando sujeto la mano de Trev y me lo llevo escaleras arriba. Él va detrás de mí mirando las paredes con la boca abierta, pasmado.
—¿Este tío es mafioso? —pregunta—. Es solo curiosidad, yo no juzgo.
—No, no es mafioso.
—¿Y qué es? ¿Vende órganos en el mercado negro? ¿Ahora solo tienes un riñón? ¿Por eso has dormido aquí?
Sonrío, divertida, y por fin llego a mi habitación. Le pido a Trev que me espere un momento y me arreglo en tiempo récord, abrigándome un poco. Cuando salgo, él está observando de cerca uno de los cuadros de un caballero montado en un caballo. Parece que intenta ver si se mueve o algo.
—Esto no es Harry Potter, Trev, no va a hablarte.
—Lástima.
Terminamos los dos sentados en el jardín trasero de la casa, en uno de los bancos que hay junto a la barandilla en la que estuve el otro día con Ramson. Tengo que quitar un poco la nieve para sentarme, pero la verdad es que me gusta estar aquí fuera. Además, ahora no está nevando. Me encanta el frío. Y Trev lo sabe, por eso ha salido conmigo.
Él, por cierto, ha estado un rato muy silencioso, esperando a que yo empezara a hablar. Cuando considera que ya ha pasado mucho tiempo, se gira hacia mí y enarca una ceja, curioso.
—Bueno, ¿vas a explicarme de qué va todo esto? Primero, te sale un trabajo raro en una ciudad totalmente apartada del mundo, luego me mandas una carta rara para que venga a visitarte, cuando llego resulta que te has bes...
—Espera, ¿una carta?
—Sí, la carta que me mandaste con la dirección.
Sinceramente, creo que ahora mismo no puedo absorber más información o mi cerebro explotará. Ya le pediré que me la enseñe más tarde. Ahora, necesito aclarar todo esto.
—Tengo que contarte una cosa —murmuro cautelosamente.
—Ya lo creo —él hace una pausa y veo que su expresión decae un poco—. Te has... quiero decir... ¿esta noche te has acostado con el amargado?
Abro mucho los ojos al instante y niego con la cabeza.
—¡No! Ni siquiera nos hemos vuelto a besar. Te lo prometo, Trev.
—¿Y por qué has dormido aquí?
—Porque... —hago una pausa y me siento más cerca de él, sujetándole las manos y mirándolo, muy seria—. Te tengo que contar algo, pero creo que pensarás que estoy loca.
—¿Me vas a decir que los cuadros sí que hablan?
—Trev, esto es serio.
—Vale, perdón —deja de sonreír, algo sorprendido—. ¿Qué pasa? ¿Qué es tan grave?
Hago una pausa, buscando las palabras adecuadas, y al final solo se me ocurre decírselo de una forma:
—Acabo de descubrir que soy una ex-vampira de noventa y siete años que estuvo casada con el alcalde de esta ciudad de vampiros y que tuve que dormir treinta años porque fui obligada a olvidarme de él por algo malo que le había pasado y de lo que intentaba huir que terminó salpicándome a mí de alguna forma.
Lo he dicho todo tan rápido que creo que a Trev se le ha cortocircuitado el cerebro, porque me mira con un ojo un poco más cerrado que el otro, como si intentara procesarlo y no pudiera.
—Pero... ¿tú qué te has fumado? —pregunta, al final.
—Nada. Hablo en serio... aunque no lo parezca.
—Vale, entonces... ¿puedes repetirme... eh... básicamente... todo lo que has dicho? Creo que no me he enterado mucho.
—Trev, esta ciudad... es una ciudad de vampiros. Esos dos de ahí dentro son vampiros.
Pasan unos segundos en los que me mira fijamente, procesando, hasta que señala la casa con un gesto de la cabeza.
—¿E-el... el amargado y el niño rarito que habla como si tuviera noventa años... son...?
—El amargado es el alcalde de la ciudad y tiene ciento dos años. Y el pequeñito más de trescientos.
—P-pero...
—Y yo tengo noventa y siete.
Trev cierra los ojos y vuelve a abrirlos. A cada segundo que pasa, el pobre parece más pasmado.
Y casi lo mato cuando su primera pregunta es:
—Entonces... ¿todo este tiempo he estado con una sugar mommy y no lo he sabido?
—¡Trev! —le suelto la mano y le doy un manotazo en el hombro.
—¡Estoy intentando situarme!
—No me crees, ¿verdad?
—No sé, Vee... es que...
—Trev —le sujeto la cara con las manos, muy seria—. Tú me conoces muy bien. Sabes qué cara pongo cuando miento. No te estoy mintiendo.
Por fin parece que hay cierta seriedad en su expresión, como si una parte de él empezara a asumir que le estoy diciendo la verdad. Suelta un bufido un poco nervioso y me pone una mueca.
—Pero... eso no tiene sentido. Tú y yo hemos estado juntos por un año y nunca... no sé... ¿me has bebido sangre mientras dormía o algo así?
—Según Ramson, yo no soy una vampira —dejo de sujetarle la cara y suspiro—. Dejé de serlo, pero estoy congelada en el tiempo.
—Ramson... ¿es tu marido?
—Eso dice él.
—Espera, entonces... ¿yo soy la otra? —frunce el ceño—. ¿Todo este tiempo he sido tu amante bandido?
Ponemos la misma mueca a la vez, aunque Trev la mantiene un poco más.
—Joder —murmura, pasmado—. Y yo pensando que me darías la charla del no eres tú, soy yo.
—Si te consuela, eres el único de esta maldita ciudad que no me ha mentido.
—No soy el único —me mira, confuso—. ¿Qué hay de tus pad...? Espera, ¿tus padres también son vampiros?
—No son vampiros. Y no son mis padres —vuelvo a notar una oleada de rabia invadiéndome—. Al parecer, solo me cuidaban porque Ramson les pagaba dinero cada mes.
Trev se queda mirándome con la boca abierta unos segundos antes de parpadear y volver a centrarse.
—Qué cabrones —murmura.
—Lo sé.
—Wow, esto es... espera, ¿la niña que cuidas también es un vampiro viejo en tamaño chiquitín?
—No —sonrío un poco—, Addy es una niña. O eso quiero pensar.
—A lo mejor tiene seiscientos años.
—Espero que no —me paso las manos por la cara—, mierda, tengo que... no sé... hablar con ella.
—Vino a hablar conmigo después de que te fueras.
Miro a Trev al instante, sorprendida. Él tiene una mueca en los labios.
—¿Qué te dijo? —pregunto.
—Me preguntó si creía que volverías. Y le dije que aunque estuvieras enfadada no te irías sin decirle adiós.
—Eso no debió consolarla mucho —agacho la mirada.
—La verdad es que parece que esa niña te quiere mucho —comenta Trev—. Su padre también pareció algo triste cuando te marchaste. Y la tipa esa rara de los tatuajes retro no dejaba de mirarme con una sonrisita. Me da un poco de miedo.
—Se llama Vienna. Es maga.
—Vale, ¿puedes dosificar un poco la información? Creo que me dará un infarto.
—Perdona —me giro para mirarlo—. No solo por eso. Por lo demás.
Trev suaviza su expresión al instante.
—Técnicamente, no fueron cuernos, ¿no? Es tu marido... Dios, todo esto es muy raro. ¿No puedes decirme ya que es una broma?
—No lo es. Ojalá lo fuera.
—Joder —suspira y choca su hombro con el mío, sonriendo—. ¿Qué se siente cuando de repente tienes noventa y siete años?
—Pereza.
—Lo suponía. Yo dudo que llegue a los cincuenta. Seguro que me caigo por un acantilado o algo así. No sé. Tendré una muerte estúpida.
—Podríamos convertirte —bromeo, sonriendo un poco—. Pasaríamos la eternidad juntos.
—Oye, estás casada. No seas indecente.
—Trev...
A pesar de que esté sonriendo, sé que por dentro está triste. Lo conozco. Lo veo en su mirada. Pero él sacude la cabeza y se gira hacia cualquier sitio que no sea yo. No quiere que lo vea triste. Yo también aparto la mirada hacia mis manos, dejándole unos instantes de relativa intimidad.
Pasan unos segundos hasta que él me pasa un brazo por encima de los hombros con una sonrisa triste, sin mirarme.
—Todo este tiempo hablando de que no te gustaba mucho nuestro piso porque no te sentías en casa... ahora ya sabemos por qué era, ¿no?
—Trev, no quería decir...
—No te lo estoy reprochando —cierra los ojos un momento—. Joder, cómo odio estos momentos.
—No tenemos que hablarlo ahora si no quieres, podemos intent...
—¿Te sientes en casa cuando estás con él?
Me callo un momento y lo miro. Está intentando fingir que todo esto no le afecta. Lo hace siempre. Trev es muy abierto con los abrazos, las sonrisas y lo demás, pero cuando está triste no soporta que intenten consolarlo. O que alguien lo vea así. Le resulta muy complicado hablar de sus sentimientos.
—No lo sé —admito.
—Es tu marido, ¿no? Supongo que te casaste con él por algo.
—Lo sé, pero... no sé.. es como... —cierro los ojos un momento—. Siento que no lo conozco de nada. Sé que es por la memoria y todo eso, pero... esto es tan raro.
—Me lo imagino —él sonríe un poco.
—¿Por qué me preguntas sobre esto? ¿Eres masoquista?
—Un poco. La verdad es que siento que podré pasar página mejor si sé los detalles.
Me callo un momento, pensándolo, y me aseguro de que la puerta sigue cerrada y nosotros seguimos solos antes de volver a mirar a Trev.
—Siento que todo es demasiado... forzado —murmuro al final.
—¿Forzado?
—Imagínate que alguien desconocido se plantara un día delante de tu puerta y te dijera que estáis casados. Como si... no sé... como si tu cuerpo te pidiera que te acerques a él porque ya lo conoces pero tu cerebro te dijera que no lo hagas porque en realidad no sabes absolutamente nada de él. ¿No sentirías que es muy... intenso, muy repentino?
Trev lo considera un momento, pensativo.
—Quizá el amor necesita ser intenso, ¿no?
—Yo creía que el amor iba despacio.
—Hay muchos tipos de amor, Vee. Pero creo que el que sientes por él no es el mismo que sientes por mí.
Por algún motivo, eso hace que se me llenen los ojos de lágrimas. Trev vuelve a intentar forzar una sonrisa para ocultar sus sentimientos.
—Yo te quiero —le aseguro en voz baja.
—Y yo a ti. Desde el primer día.
—Siento que vas a añadir un pero a esa oración.
—Claro que lo haré —sonríe un poco—. Yo también te quiero... pero... hace un tiempo que quiero hablar contigo de esto.
—¿De qué parte, exactamente? —intento bromear.
—De la parte en la que estamos juntos por costumbre y por los polvos, no porque nos amemos con locura.
Sí, Trev es bastante directo. No sé por qué, pero eso me hace reír cuando lo miro de nuevo.
—¿No puedes intentar ser un poco suave?
—Oye, tienes noventa y siete años. Se supone que ya has visto muchas cosas. No te escandalices tanto.
—Pero no recuerdo esas cosas.
—Bueno, ¿tengo razón o no?
Suspiro y me paso las manos por la cara, incorporándome un poco.
—Sí, tienes razón —admito al final.
—Quizá el detallito de que tú estés casada y yo ligara un poco con esa chica del trabajo han sido el empujoncito que necesitábamos para asumirlo.
—Trev, no te ofendas, pero... ¿cómo puedes tomarte esto tan bien? ¿No deberías insultarme un poco? Puedes hacerlo, lo entenderé.
—Nah, a mí no me va insultar. Me va juzgar duramente con la mirada. Y ahora no me apetece hacerlo.
Él sonríe cuando me ve poniendo mala cara y me aprieta ligeramente con el brazo que sigue teniendo sobre mis hombros. Yo le abrazo el pecho al instante. Hemos hecho esto tantas veces que es casi como un calmante. El calor de Trev hace que apoye la cabeza en su pecho y cierre los ojos un momento, disfrutándolo. Él suspira.
—Entonces, ¿ya está? —me pregunta—. ¿Ya hemos cortado?
—No sé. Lo que tú digas.
—Es que esto me parece un poco aburrido. ¿No habrá fotos rotas, ni ropa lanzada por la ventana, intentos tristes de reconciliación, llantos y reproches...?
—Eso no suena muy nosotros.
—La cosa es que... ya no hay un nosotros, Vee.
Abro los ojos, pero ninguno de los dos hace un ademán de separarse. No sé por qué siento que esto es lo correcto cuando, en realidad, a una parte de mí le está destrozando hacerlo.
—A pesar de todo —añade Trev—, podemos seguir teniendo encuentros tórridos y casuales de vez en cuando. Yo no tengo ningún problema con ello.
Me empiezo a reír sin poder evitarlo.
—Siempre pensando en lo mismo...
—Oye, tú también lo estabas pensando. Admítelo.
—Lo que yo pensaba es que me estoy congelando el culo.
—Ha sido idea tuy...
—¿Se puede saber de qué habláis tanto tiempo?
No puede ser. Mi sonrisa cambia al instante a unos labios apretados cuando me separo un poco de Trev y miro a Ramson, que está a unos metros de nosotros con los brazos cruzados y una punta del pie repiqueteando en el suelo.
Es la viva imagen de la impaciencia.
—Hablábamos del tiempo —ironiza Trev—. Del bonito paisaje soleado que nos rodea y lo mucho que te favorece, colmillitos.
—¿Colmi...? ¿Es que quieres morir, crío asqueroso?
Pongo los ojos en blanco y me separo completamente de Trev, pero me da la sensación de que los dos me ignoran. Están muy ocupados haciendo una competición de miradas asesinas.
—Se lo he contado todo —informo a Ramson.
Él me mira dramáticamente, como si hubiera cometido la mayor de las traiciones.
—¿Para qué le cuentas nada a tu crío?
—Ya no soy su crío —aclara Trev—. Acabamos de cortar, colmillitos.
Ramson duda un momento y, casi al instante, su expresión se vuelve menos agresiva. De hecho, casi parece que dedica una mirada de cierto respeto a Trev.
—Ah —dice, asintiendo—. Bien.
—¿Ves? —Trev le sonríe ampliamente—. Seguro que al final nos hacemos mejores amigos.
—Lo dudo.
—Incluso puedo decirte qué cosas deberías hacerle a Vee en la cama para que no se aburra contigo.
Abro mucho los ojos e intento no reírme cuando veo que la expresión de Ramson se va volviendo más sombría a cada segundo que pasa.
—Vale —interviene Albert de repente, que ha salido con él al jardín trasero y acaba de llegar a nuestra altura—. No empecéis.
—Le he contado todo a Trev —le informo directamente.
—¿Eso significa que ya no tengo que hablar como si tuviera medio cerebro subdesarrollado? —Albert suspira de alivio—. Ya era hora.
—Entonces, ¿eres un vampiro? —le pregunta Trev, mirándolo como si fuera un espécimen curioso—. ¿Un vampiro... chiquitito?
—Un vampiro chiquitito con un perro no tan chiquitito, niño, así que ten un poco de respeto por tus mayores.
Trev me mira, entre divertido y sorprendido. Intento no poner los ojos en blanco.
—Bueno —insiste Ramson, impaciente—. ¿Ya habéis terminado de hablar?
—Sí, Ramson, ya hemos terminado de hablar —le digo, molesta—. ¿Contento?
—No. Conforme.
Entramos todos de nuevo en la casa, donde ahora Trev parece mirar a su alrededor con mucha más curiosidad que antes. De hecho, de camino al salón mira cada maldito cuadro, mueble y pared que encuentra, preguntando a Ramson al respecto, que parece estar perdiendo la paciencia a cada paso que damos.
Cuando por fin llegamos al salón, no puedo evitar sonreír un poco cuando veo que mi maleta está junto a los sofás. Sin embargo, la sonrisa se borra un poco cuando levanto la vista y veo que Foster también está aquí.
De hecho, tiene el ceño fruncido mientras teclea algo en su móvil. Sé que nos escucha llegar, pero nos ignora completamente. Trev me da un ligero codazo.
—¿Ese también es...?
—Sí, lo soy —le dice Foster sin mirarlo.
—¿Cómo sabes de qué hablo? —pregunta Trev, pasmado.
—No hay que ser un genio —por fin nos mira y me señala con la cabeza—. Era obvio que iba a contártelo. Ahora solo queda esperar que tú no vayas contándolo por el mundo.
—No lo haré —asegura Trev felizmente—. Tampoco iban a creerme, claro. Ni yo me lo creo del todo. ¿No podéis enseñarme los colmillos o algo así?
Los tres lo miran con la misma expresión de cállate, así que Trev enrojece un poco y se limita a sentarse en uno de los sofás.
Yo me quedo de pie, un poco tensa.
—¿A que viene esta reunión? —pregunto.
—Bueno, tenemos que hablar, eso está claro —comenta Albert—. Y pensé que te gustaría ver al niño.
—¿Podéis dejar de llamarme niño? —protesta Trev.
—Eres un crío —masculla Ramson—. ¿Qué quieres que te llamemos? ¿Jirafa?
—Tú puedes llamarme amor de mi vida, colmillitos sexys.
Por la expresión de Ramson, me da la sensación de que va a matarlo. Foster interviene antes de que pueda decir nada.
—También tenemos que hablar de Greg —aclara, mirándome—. El chico desaparecido.
Oh, mierda, es verdad. No me puedo creer que casi se me haya olvidado. Me han pasado demasiadas cosas en muy poco tiempo.
—Porque... —Foster duda, mirándome—, sigues queriendo encargarte de esto, ¿no es así?
Estoy a punto de responder, pero para mi sorpresa Ramson lo hace por mí.
—Olvídate de todo eso de una vez.
Lo miro al instante, confusa.
—¿Eh?
—Ya sabes quién eres, ya sabes la verdad, ¿no es suficiente? —insiste, claramente molesto.
—Hay dos personas desaparecidas, Ramson.
—Bueno, ellos tienen familias, ¿no? No necesitan que seas tú la heroína del día. Deja que cada uno se preocupe de sus problemas o...
—¿Se puede saber qué te pasa? —lo interrumpo, frunciendo el ceño—. Es tu ciudad. Son tus ciudadanos. Deberías ser el primer interesado en que vuelvan a casa.
—¿Has pensado en la posibilidad de que estén muertos? ¿De verdad quieres perder el tiempo en gente que ya ha perdido?
Lo miro durante unos instantes, pasmada. ¿A que viene todo esto? ¿Es que le da igual que se mueran? Estoy tan sorprendida que tardo unos segundos en reaccionar y responder.
—Solo hay dos motivos por los que me he quedado en esta ciudad, Ramson. Uno son esos dos chicos y el otro es Addy. Así que lo siento, pero a mí sí que me preocupa que dos familias estén preocupadas porque un ser querido está desaparecido y podría estar en peligro.
—Sí —interviene Trev, también algo confuso—. ¿Y no se supone que tú eres el alcalde? Eso de decir que te da igual lo que les pase no es muy buena campaña electoral.
—Tú cállate, crío —le espeta Ramson de malas maneras, mirándolo—. Ni siquiera deberías estar aquí.
Pero ¿se puede saber qué le pasa? ¿A que viene todo esto?
—Deberías controlar ese mal genio —lo provoca Trev con una sonrisita—. ¿Qué pasa? ¿Te has vuelto un cascarrabias con los años, colmillitos? ¿Como los abuelos?
Ramson hace un ademán de ponerse de pie y Foster se planta delante de él a una velocidad que me deja pasmada, mirándolo.
—Cálmate —le advierte—. Estas discusiones insustanciales no llevan a nada útil.
—Sí, cálmate —frunzo el ceño—. ¿Se puede saber qué te pasa?
—Me pasa —me dice, mirándome fijamente—, que se suponía que echarías al crío de la ciudad en cuanto supieras la verdad.
—No veo por qué tengo que echar a Trev, a mí no me molesta.
—Pues a mí sí.
—Pues te jodes —Trev le guiña un ojo.
Esta vez, en cuanto Ramson se pone de pie, me quedo pasmada cuando veo que Foster lo agarra del jersey con una sola mano y lo devuelve al sillón con una fuerza tan brutal que hace que el mueble se mueva casi medio metro hacia atrás.
Trev y yo los observamos con la boca abierta de la impresión cuando Ramson mira a Foster, furioso, que se acerca a él con los labios apretados.
—Ya es suficiente —le advierte Foster, y un escalofrío me recorre la espalda, nunca lo había escuchado enfadado—. No dejas de llamar crío a ese chico, pero tú eres quien se está comportando como uno.
—No me digas que...
—No, Ramson. Hay dos malditas personas desaparecidas y tenemos que encontrarlas. Si tu prioridad ahora mismo son unos celos estúpidos e inútiles más propios de un niño que de un adulto que se supone que ha vivido más de un siglo... que dos personas que podrían estar en peligro en tu propia ciudad, deberías empezar a replantearte un poco tu maldito sentido de la responsabilidad.
Hay un momento de silencio tenso tras eso. Albert los mira como si estuviera aburrido desde el sillón, mientras que Trev y yo seguimos pasmados.
—¿Algo que decir al respecto? —insiste Foster, mirándolo fijamente.
Joder, cuando Foster se enfada da mucho más miedo que Ramson. Trago saliva con dificultad.
Te has puesto cachooonda.
Mentira.
Sí lo has hecho, daddy Foster se ha cabreado y tú te has calentado uuuuuuuhhhhhh
¡Que no es verdad!
Ramson, por cierto, le ha estado manteniendo la mirada en todo momento. Al final, la aparta y asiente una vez, claramente furioso. Foster se aparta de él y respira hondo antes de girarse hacia nosotros.
—Ahora que ya hemos aclarado las tonterías —añade, mirándome y adoptando un tono más suave—, ¿sigues queriendo ayudarnos, Vee?
Sigo tan pasmada por lo de antes que tardo unos segundos en asentir con la cabeza. Foster parece un poco aliviado.
—Bien —murmura—. Ahora mismo podemos ir a ver su habitación, si quieres.
—¿Nosotros dos? —pregunto, dubitativa, mirando a Trev de reojo—. No sé si...
—Oh, no te preocupes por mí —él sonríe ampliamente—. Me quedaré aquí con mis dos grandes amigos.
Por la cara de Albert y Ramson, parece que les hace la misma ilusión que dar un bonito paseo por las ruinas del castillo del fantasma.
Aún así, de alguna forma, termino en el coche con Foster. Él se ha puesto un jersey verde encima de una camisa blanca y unos vaqueros. El verde es casi tan brillante como el de sus ojos —que Addy ha heredado—.
Verle el pelo tan ordenadito hace que me entren ganas de desordenárselo con los dedos, pero me distraigo cuando me echa una ojeada y me pilla mirándolo fijamente.
Veo que intenta no sonreír mientras yo carraspeo, avergonzada.
—Bueno —murmuro—, ¿qué puedes decirme del chico desaparecido?
—¿De Greg? —Foster lo piensa un momento—. Personalmente, no lo conozco demasiado. Pero Rowan nunca se ha quejado de él. De hecho, siempre suele decir que es muy buen trabajador.
—¿Vive con su hermano y su padre?
—Sí.
—¿Y por qué me dijisteis que no tenía familia?
Foster sonríe y sacude la cabeza.
—Y yo pensando que se te había escapado por fin un detalle...
—Sabes que no. ¿Por qué me dijisteis eso?
—Bueno... digamos que hubo un poco de debate acerca de si darte información o no. Dos votaron que no y dos que sí.
—Tú eres uno de los que votaron que sí —adivino, mirándolo—. Y Albert el otro.
Foster asiente, un poco tenso.
—Es decir, que Ramson y Rowan votaron que no querían contarme nada —murmuro, un poco decepcionada.
—El voto de Ramson cuenta el doble —él se encoge de hombros—. Es el alcalde, después de todo. Por eso en principio no te contamos nada.
—¿Y ahora sí?
—Ahora me da igual lo que opinen esos dos, solo quiero acabar con esto.
Sonrío un poco cuando Foster atraviesa las calles de la ciudad. No hay mucha gente. Supongo que los niños deben estar en clase y los adultos trabajando. Sí que veo a unos cuantos protectores paseándose y charlando entre ellos. No parecen muy preocupados. Supongo que es porque las cosas malas de esta ciudad suelen pasar de noche.
Finalmente, Foster aparca el coche a un lado de la calle, con dos ruedas sobre la acera. Conduce muy bien, yo no habría podido aparcar en un espacio tan reducido. Nos bajamos los dos a la vez y nos quedamos de pie mirando una casa más del vecindario, con las paredes blancas y el techo rojizo. El jardín está un poco abandonado y veo dos motos viejas junto a la entrada del garaje, pero por lo demás no hay nada muy especial.
—Bueno —Foster, de pie a mi lado, me mira de reojo—, ¿qué estrategia usamos?
Creo que nunca lo había visto fuera de casa a plena luz del día. Es tan asquerosamente perfecto que con el sol su perfección solo se incrementa. Vuelvo a tener ganas de desordenarle el pelo, pero me contengo e intento volver a centrarme.
—¿Estrategia? —le sonrío—. Iba a limitarme a llamar la puerta.
—Tenemos que conseguir que nos dejen entrar, no están obligados a hacerlo. Ni siquiera con protectores. Y dudo que quieran hablar con nosotros.
—Vale, déjame a mí.
—Así que elegimos la estrategia agresiva.
Lo miro al instante, indignada.
—¿Agresiva?
—La mía sería la persuasiva —aclara.
—Yo no soy agresiva, idiota.
—El insulto solo confirma mi teoría.
Frunzo el ceño y cruzo el patio un poco más irritada de lo que me gustaría admitir. Foster me sigue de cerca, pero se mantiene al margen cuando subimos al porche y llamo al timbre. De hecho, incluso se cruza de brazos y se apoya con un hombro en la columna de madera, observando el espectáculo.
Casi estoy esperando al padre de Greg, pero quien abre es su hermano mayor, un tipo un poco más alto que yo, bastante delgado y con ojeras. Tiene el pelo rubio oscuro y algo desordenado y los ojos castaños entrecerrados. Lleva puesta una sudadera con un logo de una banda de rock y unos pantalones oscuros.
Vale, igual me quedo en blanco por un momento.
—¿Qué? —espeta él cuando ve que no digo nada.
—Eh...
—¿Vas a venderme algo o solo vienes a molestar?
—No, perdona —cierro los ojos un momento antes de mirarlo—. Verás, estoy al cargo de la investigación sobre la desaparición de...
—Oh, no —suelta una risa irónica—. ¿Qué quieres? ¿Ir a hurgar en la habitación de mi hermano?
—Estoy intentando ayudar —le pongo mala cara.
—Pues ayúdame yéndote a la mierda, preciosa.
—¿Y tú quién te crees que eres?
—Su hermano mayor, un placer.
—Bueno, si quisieras ayudar a tu hermano...
—...no te necesitaría. Adiós.
Y me cierra la puerta en la cara.
Me giro hacia Foster, indignada. Él sigue con la misma postura y una sonrisa divertida.
—¿Ya es mi turno? —pregunta.
—No te abrirá, ¿no lo has oído?
—Déjamelo a mí.
Foster me toma de los hombros y me mueve un poco a la izquierda, de modo que quedo justo detrás de él cuando llama al timbre.
—No te abrirá —repito en voz baja.
—Shhhh —me dice, poco preocupado—. No subestimes el poder del encanto.
El chico de antes vuelve a abrir, ahora con mucho peor humor. Se queda mirando a Foster como si fuera lo peor que le ha pasado en la vida.
—¿No he sido claro antes? ¿Tengo que poner un puto cartel fuera para que me dejéis en paz de una ve...?
—Te llamas Jason, ¿no?
Él se queda un momento en silencio, desconfiado.
—¿Y tú cómo lo sabes?
—Fui quien firmó vuestra entrada cuando llegasteis a la ciudad —sonríe Foster—. Me acuerdo especialmente de ti porque fuiste el primero en encontrar trabajo de la familia, ¿no? De carpintero.
Jason le frunce un poco el ceño.
—Ya no trabajo ahí.
—Pero le arreglaste el caballo balancín a mi hija Addy. Supongo que te acuerdas.
—Sí, bueno... fue fácil.
—Cualquier trabajo es fácil si hay alguien que sepa hacerlo bien.
Jason lo considera un momento antes de mirarnos mejor.
—¿Qué queréis?
—Solo queremos ver la habitación de Greg —le asegura Foster—. No tocaremos nada.
—Los protectores ya vinieron ayer.
—Pero queremos echarle otro vistazo, si no te importa.
Y, para mi sorpresa, Jason tarda unos segundos, pero finalmente se aparta y nos deja entrar.
Dirijo una mirada perpleja a Foster, que se limita a dedicarme una sonrisita orgullosa.
—Está en este pasillo —murmura Jason, guiándonos por una casa bastante sencilla, sin muchos retratos o decoración—. Sigue tal y como estaba cuando Greg se... bueno... lo que sea que haya hecho. Mi padre está trabajando, pero tampoco creo que pudiera deciros nada muy interesante. Los dos estábamos dormidos cuando todo ocurrió.
—¿Se comportó Greg de forma extraña durante los días anteriores? —le pregunto cuando nos detenemos delante de la puerta.
Jason me dedica una mirada desconfiada.
—Greg era un poco rarito, ¿sabes?
—¿Rarito?
—Sí. Le iban cosas... raras. Leer y todo eso.
—Leer no es de raros —me ofendo.
Jason me mira de arriba a abajo y esboza media sonrisa burlona.
—¿He herido tus frágiles sentimientos de lectora? No sabes cuánto lo lamento.
—¿Se comportaba raro o no?
—No más que de costumbre —ladea la cabeza—. Creo que esta es la primera vez que una chica entrará en su habitación. Greg debe estar teniendo un ataque de nervios, esté donde esté.
—Mhm...
—Sería peor si viera lo sexy que es la chica.
—Lo hemos entendido, Jason —aclara Foster.
Jason suspira y abre la puerta como si nada.
—Estaré en el sofá, no robéis nada. O sí. Me da igual.
Y nos deja solos. Foster y yo nos metemos en la habitación tras intercambiar una corta mirada. En cuanto estamos dentro, veo que él tiene una pequeña sonrisa en los labios.
—Ya podemos añadir a otro a tu lista de admiradores.
—A mi... ¿qué?
—Ya sabes, Ramson, Trev, quizá el pobre Kent... y ahora éste.
Entrecierro los ojos, ahora más interesada.
—¿Y tú no estás en ella?
Para mi sorpresa, en lugar de ponerse nervioso se limita a sonreírme y ladear la cabeza.
—Eso no es algo que le vaya a decir a una mujer casada.
¿Por qué eso me decepciona? ¿Por qué me quedo con las ganas de que me diga que él también?
Frunzo el ceño, confusa, e intento centrarme a lo que hemos venido.
Al final, saco las mismas conclusiones que saqué en su momento en la habitación de Amanda; todo ordenado, cada cosa en su sitio y la ventana cerrada por dentro. La diferencia es una mancha de sangre que hay en medio de la habitación, junto a la cama, que no es demasiado grande pero hace que me pregunte qué habrá pasado. Foster solo tiene que acercarse un poco para asegurarme que es humana y su tipo. Tras preguntarle a Jason, confirmamos que es el tipo de la de su hermano. Es decir, su sangre.
—¿Habéis descubierto algo? —pregunta Jason mientras nos acompaña a la salida con una cerveza en la mano—. ¿Cuándo volverá el idiota a casa?
—Por ahora, solo podemos hacer teorías —murmuro.
—Bueno, no hay prisa —comenta Jason, abriéndonos la puerta—. Ahora tengo el salón para mí durante toooda la mañana.
—¿Es que no te preocupa tu hermano? —pregunto, confusa.
Él sonríe, como si fuera absurdo, y se inclina hacia mí.
—Créeme, mi hermano es bastante listo. Sabrá volver a casa.
Foster carraspea ruidosamente y Jason vuelve a separarse de mí con media sonrisa.
En el coche, de camino a casa de Ramson, no puedo dejar de darle vueltas al caso. Y lo peor es que por mucho que lo pienso no llego a ninguna conclusión. Nunca me había pasado algo así. Odio que me pase. Maldita sea.
—Puedo escuchar tu cerebro funcionando a toda velocidad desde aquí —murmura Foster, girando el volante con una mano. Tiene la otra apoyada en el cambio de marchas.
—Estoy intentando buscar coincidencias. Ambos desaparecieron de noche, dejaron la cama hecha y la habitación ordenada, la ventana cerrada por dentro, eran lectores ávidos, los consideraban raritos sin mucha vida social, eran los pequeños de la familia...
Hago una pausa, intentando pensar. Foster me mira de reojo.
—¿Alguna conjetura?
—Pocas. ¿Y tú?
—Bueno... —él pone una mueca—. Solo se me ocurre una cosa.
—¿Cuál?
—Que ambos salieran de casa por la puerta principal, sin hacer ruido.
Lo considero un momento.
—¿Por voluntad propia?
—Es la única explicación que se me ocurre.
—¿Y la sangre?
—Eso no lo sé —admite.
Suspiro y me dejo caer contra el asiento, pasándome las manos por la cara.
—Solo se me ocurre una pista y es horrible.
—¿Cuál es? —me pregunta Foster.
—Hacer caso al papelito que había en la habitación de Addy y volver al castillo para hablar con el fantasma.
Foster no reacciona inmediatamente. De hecho, se toma un momento para considerarlo con una mueca.
—Ya veo —murmura al final.
—¿No me dirás que no vaya?
—Sé que vas a ir de todas formas.
Sonrío cuando él suspira.
—Pero... al menos, preferiría ir contigo —añade—. A los vampiros no les afecta tanto el efecto de un fantasma como a los humanos.
—¿Se supone que yo soy humana? ¿No soy mitad y mitad?
—Yo diría que eres humana, Vee.
—¿Y tú... quieres ir conmigo?
—Preferiría que no fuéramos ninguno de los dos, pero si no puedo elegir prefiero ir contigo y quedarme tranquilo.
—Ay, Foster —le sonrío, divertida—, eres un jefe genial.
—Técnicamente sigo siendo tu empleado.
—Te nombraré empleado del mes, entonces.
—Un gran honor, jefa.
—A ver si me invitas a cenar y vemos si te doy un ascenso.
—¿Te parece una conducta adecuada con tu pobre empleado indefenso?
—Mi pobre empleado indefenso es un vampiro de más de cien años que podría destrozarme de un parpadeo si quisiera, no me da mucha lástima.
—Tranquila, el vampiro de más de cien años que podría destrozarte de un parpadeo no tiene ninguna intención de destrozar nada.
—Antes casi has hecho que Ramson se hiciera pis encima —bromeo.
Para mi sorpresa, Foster enrojece un poco. Me inclino hacia él, pasmada.
—Esa ha sido una conducta... inapropiada —aclara, avergonzado—. No debería haberlo hecho.
—Al contrario, ojalá le hubieras estampado con más fuerza contra el sillón.
Foster niega con la cabeza, divertido, pero sigue pareciendo algo colorado. Oh, necesito saber más de esto.
—¿Por qué te da vergüenza?
—No me da vergüenza.
—Que sí.
—Que no.
—¿Y por qué estás rojo?
—No estoy rojo, es tu perspectiva distorsionada de la realidad.
—¡Foster!
Él suspira, algo incómodo.
—Se me da bien pelear —aclara, abochornado—. Eso es todo. Desde que nació Addy no he vuelto a involucrarme en una pelea. Y ya está.
—¿Pelear se te da bien? ¿A ti?
—¿Por qué suenas tan sorprendida?
—Porque eres como... un osito de peluche sexy.
—Eh... ¿gracias?
—¿Con quién te has peleado?
—No lo sé, con mucha gente —carraspea, incómodo—. Hace unos años existían las peleas clandestinas de vampiros. Básicamente se hacían en varios puntos de encuentro de varias ciudades distintas. El ganador ganaba una pequeña fortuna en apuestas. Y yo solía participar para ganar un dinero extra.
—¿Y solías ganar?
—Nunca perdí una sola pelea.
Rrrrr. Sexy.
¡Conciencia!
No he sido yo, ha sido la calentura.
—Wow —murmuro, pasmada.
—Cuando nació Addy, me prometí a mí mismo que nunca volvería a ponerme en peligro. Y más después de lo que le pasó a su madre —hace una pausa y baja la voz, mirando al frente—. No quiero que crezca sola.
Lo miro durante unos instantes antes de tomarle la mano que tiene sobre el cambio de marchas.
Me sorprende un poco que el gesto nos parezca tan familiar a ambos que apenas nos damos cuenta de que lo he hecho.
—Si te pasara algo, el que debería estar preocupado es quien te lo hiciera —bromeo—. Addy parece un poco temible cuando se enfada.
—Y eso que no la has visto enfadada —murmura, divertido.
—Lo está conmigo.
—No, Vee, no está enfadada contigo —me asegura al instante—. Solo... tiene miedo de perderte.
¿Perderme? Me separo de él y me quedo mirando la casa de Ramson, pensativa, sin decir nada.
En cuanto entramos, escucho a Trev al instante. Está parloteando en el salón con Albert, Ramson y Vienna, que los observa con una pequeña sonrisa divertida.
—Entonces, el ajo no os afecta —está deduciendo Trev, muy intrigado.
—No, el maldito ajo no nos afecta —dice Ramson en voz baja, y suena como si lo hubiera dicho ochenta otras veces.
—¿Y la sal?
—¿La sal? —repite Albert, confuso.
—Hacer un círculo de sal en el suelo. Lo vi en una peli.
Albert y Ramson intercambian una mirada que podríamos clasificar como la de dos asesinos planeando su primer crimen.
—¡Vee! —Trev esboza una amplia sonrisa al verme aparecer—. Que sepas que te he hecho el trabajo sucio y he hablado con ellos. Les he hecho muchas preguntas. ¿Quieres que te diga cómo matarlos?
—Estoy recordando por qué nunca me relaciono con humanos —murmura Albert.
—Si somos encantadores —se defiende Trev.
Ramson se pone de pie, como si estuviera harto de escucharlos, y se marcha de la habitación. Albert ve la oportunidad de su vida y se apresura a seguirlo. Está claro que Trev va correteando tras ellos.
—¡Oye! ¡OYE! ¡TENGO MÁS PREGUNTAS!
Hay un momento de silencio cuando Vienna y yo miramos a Foster a la vez, que parece algo confuso antes de carraspear, incómodo.
—Eh... mejor voy con ellos. Para que no se maten y eso.
En cuanto nos deja a solas, me giro hacia Vienna con el ceño fruncido. Ella me sonríe como si supiera algo que yo no sé. Siempre me sonríe así, la maldita.
—Deduzco que visitaste el sótano —medio bromea, observándome.
—¿Por qué demonios no me dijiste directamente lo que había?
—¿Y arruinarte la bonita sorpresa?
—No fue una bonita sorpresa —mascullo, sentándome en el sofá con ella y cruzándome de brazos.
—¿Preferirías no saberlo?
—En absoluto.
Hay un momento de silencio. Noto que me mira, pero no le devuelvo la mirada.
—Si me dijiste lo del sótano —murmuro, pensativa—, es que me conocías, ¿no?
—Así es.
—Por eso me dijiste que era un placer volver a verme la primera vez que hablamos.
—Técnicamente, no era la primera vez que hablábamos.
—Ya me has entendido.
—Sí, por eso —confirma con media sonrisa—. Debo decir que no has cambiado mucho, Genevieve. Sigues teniendo el mismo mal carácter. Y los mismos problemas en el amor, por lo que veo.
—Yo no tengo problemas en el am...
Me callo de golpe y me giro hacia ella con el ceño fruncido.
—¿Qué has querido decir con eso? ¿Qué problemas tenía antes?
—No sé si debería decirt...
—Ya lo creo que deberías decírmelo —le pongo mala cara.
Ella sonríe, divertida, antes de encogerse de hombros.
—Bueno, está la maldición.
—¿Qué maldición? ¿Cuántas malditas maldiciones hay en este mundo?
—¿Para ti? Solo dos. Y las dos te las provocó Ramson.
Entrecierro los ojos, desconfiada.
—¿Y puedes explicármelas?
—Bueno, una la conoces. La de la memoria y todo eso. La otra... bueno, es más... divertida.
No entiendo qué le hace tanta gracia y eso, sinceramente, me está empezando a poner de los nervios.
—¿Cuál es? —insisto.
—Oh, vamos, ¿no lo has notado?
—¿El qué?
—¿Nunca has sentido que la gente se siente atraída por ti con mucha más facilidad que con los demás?
Me quedo en blanco un momento. Su sonrisita se vuelve más divertida.
—Fue un castigo para Ramson —añade—. Algo suave pero... jodido. Perfecto para una maldición de castigo.
—¿Castigo?
—Hizo una promesa que no cumplió, supongo. Es lo típico.
—¿Y qué... qué es mi maldición?
—Bueno, digamos que es como si fueras una toma de corriente rodeada de demasiados enchufes.
Hace una pausa, pensativa.
—¿He hecho bien la comparación? No entiendo mucho de esas cositas actuales, pero lo intento.
—Lo has usado bien —murmuro, un poco pasmada.
—Ah, genial —sonríe felizmente—. Bueno, sí. Básicamente, la gente se siente atraída hacia ti casi al instante en que te ve.
—¿Toda... la gente?
—Casi toda. Incluso las maldiciones tienen sus limitaciones.
—¿Cómo por ejemplo...?
—No puedes atraer a alguien que ya está enamorado.
Sigo bastante pasmada cuando ella hace una pausa, como si esperara que dijera algo.
—Entonces, Trev... —empiezo, dubitativa.
—Trev, Ramson, Foster, Sylvia... ¿me dejo a alguien?
—A Jason —mascullo.
—¿Quién?
—Nadie —cierro los ojos un momento—. ¿Me estás diciendo que si he atraído a alguien en mi vida... ha sido por eso?
—Bueno, en la mayoría de los casos —me dice, pensativa—. Aunque hay dos casos en los que eso no se aplica, porque te conocieron antes de la maldición.
—Ramson —adivino.
—...y Foster.
La miro durante unos instantes, dubitativa.
—¿Tú sabes de qué conocía a Foster?
—Pues claro que lo sé, querida —sonríe, divertida—. Lo que me sorprende es que tú lo hayas olvidado.
—Bueno, he perdido toda mi memoria.
—Aún así me sorprende.
¿Aún así? Pongo una mueca de confusión.
—¿Por qué iba a recordarlo? ¿Es de mi familia o algo así?
—Esperemos que no —casi empieza a reírse.
—¿Eso es que no?
—No, no es familia tuya, querida.
—¿Y qué demonios era? ¿Mi amante?
—No, tampoco.
Abro la boca para responder, pero me detengo cuando ella se quita un guante y alcanza mi muñeca. Pese a que lleva una capucha puesta puedo ver perfectamente que las serpientes de su cabeza se iluminan ligeramente cuando me mira fijamente, ahora más centrada.
—Sí, puedo notar la maldición —murmura, fascinada—. Hay tanta concentración de energía a tu alrededor que puedo sentirla.
—¿Concentración... de energía?
—Mucha gente atraída por ella —aclara.
No sé qué decirle. Por suerte, ella se me adelanta.
—¿Quieres que te lo enseñe?
—¿El... qué?
No responde, simplemente veo un destello en sus ojos que, por un breve momento, hace que me quede en blanco. Cierro los ojos instintivamente y hago un ademán de apartarme, pero sigo notando la frialdad de su mano en mi muñeca cuando vuelvo a abrirlos.
Y, de pronto, aunque sigo notando su mano, estoy sola en el salón. Me miro a mí misma. Sigo sentada de la misma forma, con la misma ropa, pero... algo no está bien. No estoy sola. Lo sé al instan...
Me giro de golpe cuando noto que alguien me acaricia el cuello y me quedo muy quieta cuando veo que es Ramson.
Está sentado en el sofá, justo a mi lado, con su pierna pegada a la mía. Esboza una pequeña sonrisa cuando ve que me he tensado.
—El otro día me pediste que volviera a morderte y ahora me pones cara de espanto —sacude la cabeza—. No hay quien te entienda.
—¿Qué dic...?
—A lo mejor debería morderla yo.
Me giro de golpe hacia el otro lado. Foster está sentado ahí, también pegado a mí. Tiene un brazo encima del respaldo del sofá y me mira con media sonrisa.
Abro la boca para decir algo, pero tardo unos segundos en lograrlo.
—¿M-morderme...?
—¿Te gustaría? —me pregunta Ramson en voz baja.
Miro a Foster, confusa, y siento que se me acelera el corazón cuando Ramson me sujeta el pelo para darle acceso a mi cuello.
—¿Se puede saber qué os pasa? —pregunto con voz aguda.
—Relájate un poco, Vee.
Oh, esa no es la voz de ninguno de los dos. Levanto la mirada de golpe y me quedo todavía más espantada cuando veo que Trev y Sylvia están ahí, de pie, justo delante de nosotros.
De hecho, mientras Ramson y Foster siguen pegados a mí, uno en cada lado del sofá, ellos intercambian una miradita medio perversa.
—¿Qué...? —empiezo a preguntar.
—Creo que estos dos están siendo demasiado suaves —dice Trev en voz baja, mirándome.
Sylvia esboza media sonrisa al mirarme y me quedo muy quieta cuando, de pronto, acorta la distancia entre nosotras en dos pasos y me ofrece una mano.
No sé por qué, pero la acepto. Sylvia tira de mí para ponerme de pie y, antes de que pueda reaccionar, me sujeta la cabeza con ambas manos y me atrae para besarme en la boca.
Al principio no reacciono al beso, pero noto que la sangre empieza a fluirme a toda velocidad cuando noto que alguien se acerca a mí por detrás y me aparta el pelo para besarme la curva del cuello. Sé al instante que es Trev. Mi cuerpo lo reconoce perfectamente.
Y, sin embargo, algo va mal. Me separo de Sylvia con la respiración acelerada y retrocedo bruscamente, chocando con la espalda contra el pecho de alguien. De Ramson. Él me rodea con los brazos y, cuando hago un ademán de apartarme, Foster aparece delante de mí y ladea la cabeza con una sonrisita.
—Creo que ya no va a necesitar esto —comenta Ramson junto a mi oreja.
No entiendo a qué se refieren hasta que Foster se adelante y mete las manos bajo mi jersey. Por algún motivo, me encuentro a mí misma dejando que me lo quite hasta quedar en sujetador. Se me acelera la respiración cuando Ramson vuelve a rodearme con los brazos y Foster me mira de arriba a abajo.
—¿Quién quieres que te muerda, Vee? —escucho que pregunta Sylvia de repente.
Parpadeo, confusa, cuando veo que ella está apoyada en el hombro de Ramson, mientras que Trev se queda junto a Foster. Todos parecen estar esperando a que diga algo.
—¿Mor... morder? —pregunto, como desde otra galaxia.
—¿Quién quieres que te muerda? —repite Ramson junto a mi oído.
Por algún motivo, mi mirada responde antes que yo, porque va a parar inmediatamente sobre Foster, que me dedica una sonrisa de lado.
Ramson parece divertido cuando me acerca con los brazos y me ladea la cabeza mientras Foster se acerca a nosotros y se inclina sobre mi cuello. Ya puedo sentir el escalofrío de placer recorriéndome de arriba abajo.
Pero... no.
No, espera, ¿qué demonios?
Me separo de un salto de ellos, pero cuando abro los ojos ya no los tengo delante. De hecho, vuelvo a sentar sentada en el sofá y Vienna me mira con una sonrisa muy amplia y divertida.
—Madre mía —me dice, casi riéndose—. A eso le llamo yo una imaginación muy viva.
—¿Qué...? —me aparto de un salto, completamente roja—. ¡¿Qué demonios ha sido eso?! ¡¿Qué me has hecho?!
—Yo no he hecho nada, solo he dejado ver los efectos de la maldición —sigue sonriendo, encantada—. ¿Una orgía? ¿En serio?
—¡Y-yo no...! ¡Yo no he imaginado eso, me has obligado tú!
—Me siento un poco ofendida por no haber sido invitada.
—¡Yo no he invitado a nadie a nada!
—Es curioso ver los deseos ocultos de la gente.
—¡QUE NO SON MIS DESEOS OCULTOS!
Salgo del salón hecha un nudo de nervios, rubor y vergüenza, cosa que se multiplica cuando, al llegar al pasillo, veo que Ramson y Foster están hablando y se quedan en silencio al verme.
—¿Qué...? —empieza Ramson, confuso.
—¡NI SE OS OCURRA HABLARME!
Los dos dan un respingo con el grito y se apartan al instante para dejarme pasar, como si fuera a arrollarlos si no lo hicieran.
Oh, necesito una ducha fría.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top