10 - 'El crío de Vee'
10 - EL CRÍO DE VEE
Mierda.
Sigo sentada en el jardín, mirando mi móvil. La llamada de Trev que no he respondido. Me paso las manos por la cara, frustrada conmigo misma.
Mierda... he besado a otro. Le he sido infiel.
No sé cómo sentirme a parte de culpable. Una parte de mí necesita decírselo cuanto antes aunque sea solo para que pueda insultarme —porque sé que me lo merezco— y acabar con esto... pero la otra, la egoísta, no quiere decírselo.
Parece que ha pasado una eternidad cuando noto que mi móvil empieza a vibrar. Lo miro, temerosa, y mi miedo aumenta cuando veo el nombre de mi novio iluminando la pantalla.
Vamos, Vee, sé valiente.
Respiro hondo, alargo la mano y respondo a la llamada.
—Trev... —empiezo, en voz baja.
—¡Por fin! Te he intentado llamar todo el día —me dice alegremente—. Supuse que estarías cuidando a la niña y que no te dejan usar el móvil.
—Tengo que decirte algo import...
—Tus padres también quieren hablar contigo, por cierto. Me han llamado para que les cuente los cotilleos de lo que estás haciendo, pero no le digas que te lo he dicho.
—Oye, escucha...
—Además, no...
—Trev, he besado a otro chico.
Silencio. Horrible silencio.
Siento que mi cuerpo entero se tensa a medida que pasan los segundos sin que él diga nada. Me paso una mano por la cara, conteniendo las ganas de seguir hablando. Necesito que diga algo. Lo que sea. Aunque sea un insulto.
Casi creo que me ha colgado cuando, por fin, lo escucho murmurar un:
—¿Eh?
—Lo siento —le digo, porque no tengo nada más que decir.
No voy a ponerle excusas. No las hay. No quiero quitarme responsabilidad. Puede que Ramson haya sido el que me ha besado, pero yo podría haberme apartado y no lo he hecho. O podría no haberlo disfrutado. Y... lo he hecho. Demasiado. Tanto, que ahora mismo estoy furiosa conmigo misma. No quiero ni pensar en lo que sentirá Trev.
Él vuelve a tardar unos segundos en responder.
—Si es una broma es un buen momento para decírmelo y que los dos nos pongamos a reír.
—No... no es una broma.
Escucho un carraspeo al otro lado de la línea, como si intentara encontrar su propia voz.
—Yo... yo no... —y no me dice nada más, se le corta la voz.
—Sé que quizás no es el mejor momento para que te enteres, pero...
—Pues no, Vee... no es el mejor momento. Creo que es el peor, la verdad.
Eso último me deja un poco confusa.
—¿Por qué?
—Porque estoy en la misma ciudad que tú. Con tus padres.
Abro mucho los ojos y me pongo de pie. Oh, no.
—Si es una broma —murmuro—, es un buen momento para decírmelo y que los dos nos pongamos a reír.
—No... no es una broma.
¡Mierda!
—¿Estás en Braemar?
—Sí. Iba a ser una sorpresa —suelta una risita nerviosa, tensa—. Pero veo que la sorpresa acabo de llevármela yo. Qué alegría.
—Mierda, Trev, yo... eh... ¿dónde estás?
—En... en la entrada de la ciudad. No nos dejan pasar. Por eso te llamaba.
—¡¿Habéis estado ahí todo el día?!
—¡No! Acabamos de llegar en un autobús un poco viejo con un conductor un poco amargado. Hemos tenido que andar un rato. Hay un tipo que nos dice que no podemos entrar sin el permiso del...
—...alcalde —finalizo por él.
Me quiero morir.
¿En serio tengo que pedirle permiso al tipo con el que acabo de besarme para que deje entrar a mi novio?
—No os mováis de ahí —murmuro—. Voy a conseguir ese permiso, ¿vale?
—Eh... vale.
Hay un momento de silencio incómodo antes de que los dos colguemos a la vez. Bueno, al menos la discusión con Trev se ha pospuesto un poco. Algo es algo.
Entro en la casa con un nudo de nervios en el estómago. No quiero tener que buscarlo, y menos después de dejarme en ese pasillo oscuro de esa forma, pero no me queda mucha más alternativa.
Sin embargo, no es a Ramson con quien me encuentro, sino a Foster. Tiene a Addy colgada del hombro y ella chilla y se ríe mientras intenta liberarse.
Ambos se detienen al verme, claro.
—¿Algo va mal, Vee? —me pregunta Foster al verme la cara.
—Eh... más o menos. ¿Sabes... dónde está Ramson?
—La verdad es que no. Aquí no ha entrado.
—¿Que no ha entrado? ¿Y dónde se ha metido?
Foster deja a Addy en el suelo mientras yo intento pensar con claridad. Estoy muy nerviosa.
—¿Voy a ver si está en la cocina con Amelia? —pregunta Addy, y sospecho que es solo una excusa para seguir comiendo chocolate.
—Sí —Foster niega con la cabeza cuando ve que desaparece, encantada, y me mira de nuevo. Esta vez está más serio—. Vale, ¿qué ha pasado?
—Necesito que Ramson deje que alguien entre en la ciudad.
Foster parpadea, sorprendido.
—¿A quién?
—A mis padres... y a mi novio.
De nuevo, se queda mirándome con aire sorprendido durante unos segundos antes de apartar la mirada, pensativo.
—¿Has probado con el collar? —me pregunta finalmente.
—Es perfectamente capaz de notar mis nervios. Si todavía no ha aparecido, es que el idiota no quiere que lo encuentre.
—Ya veo —Foster asiente—. Bueno, pues supongo que tendremos que ir nosotros dos.
—¿En serio? —no puedo evitar el tono sorprendido.
—Sí, claro. Vamos con mi coche, será más rápido.
—Gracias —le digo, de todo corazón, porque ya estaba a punto de lanzar algo contra una pared—. Te prometo que si hago horas extras no te las cobraré.
El coche de Foster está junto al pequeño muro que rodea la casa. Como ya oscurecido, el color metalizado parece destacar más en todo su entorno de tonos oscuros. Foster ocupa el asiento conductor y yo el de su lado, claramente nerviosa. Me dedica una mirada de soslayo antes de arrancar y empezar a bajar la colina.
Menos mal que ha encendido la calefacción. Me estaba congelando.
—No me dijiste que tuvieras novio —comenta.
No sé por qué, pero ese comentario me hace sentir un poco de incomodidad, como si le hubiera ocultado algo que le debía. No sé. Es un poco raro.
—Se llama Trev —murmuro, encogiéndome de hombros—. Es... simpático. Y bastante gracioso. Alguna vez le he hablado de ti, de Addy... ya sabes, de cómo es vivir aquí.
—Bueno, tienes suerte de que no sea un vampiro.
Lo miro de reojo, confusa.
—¿Por qué?
—Porque, no te ofendas, pero apestas a nuestro querido alcalde.
Abro mucho los ojos y, como una idiota, inclino la cabeza para olisquearme el jersey. Foster empieza a reírse.
—No me refiero a eso. Es diferente. Cuando te muerde un vampiro, su olor queda impregnado en ti durante mucho tiempo. Pero solo podemos notarlo nosotros. Es... bueno, sonará arcaico, pero es una forma de saber que el humano ya tiene... ya sabes...
—¿...dueño? —enarco una ceja.
—No quería usar esa palabra.
—Lo he entendido, Foster —pongo una mueca—. Y... ¿se nota mucho?
—Bastante, sí.
—¿Sabes cuándo desaparecerá?
—No lo sé. Varía mucho. Pueden ser semanas, meses... dudo que llegue a más de seis meses. Otra forma de quitarte su olor es que te muerda otro vampiro para sustituirlo, pero volverías a tener el mismo problema.
—Odio a los vampiros —mascullo.
—Vaya, gracias.
—Odio a los vampiros... menos a ti. Eres el único decente.
—Albert también es simpático.
—Odio a los vampiros... menos a Albert y a ti. Sois los únicos decentes.
Foster sonríe cuando gira el volante para entrar en la ciudad. No me doy cuenta de que le estoy mirando los antebrazos hasta que pasan unos segundos. Vuelvo a girarme hacia delante, avergonzada.
Los tiene fuertes, ¿eh?
No sé. No me he fijado.
—¿Cómo se llaman tus padres? —me pregunta, supongo que porque me ve incómoda y quiere ayudarme un poco.
—Mónica y Roy —hago una pausa antes de añadir—. Tienen una tintorería juntos. Ella se encarga de dirigir a los empleados y él de las finanzas y todo el rollo aburrido.
—¿Le gustan los números?
—Sí, como a ti —le sonrío—. Os llevaréis bien. Podéis hablar de numeritos y cositas.
—Numeritos y cositas —repite, divertido, sacudiendo la cabeza.
—A Trev no le hables de números o pondrá cara de estar perdido —le advierto.
—¿Qué le gusta a él?
—Los videojuegos, los documentales de animales salvajes, las películas de terror, la comida basura... sí, más o menos todo eso.
—Un tipo interesante.
—No tenemos mucho en común.
—No necesitas tener muchas cosas en común con alguien para estar con él.
Nos callamos los dos cuando damos la vuelta por la curva por la que se sale de la ciudad. Noto que un nudo de nervios se instala en mi estómago cuando pasamos bajo las farolas para encontrarnos la valla de la entrada. Como hay toque de queda, no hay absolutamente nadie.
Es decir, nadie a parte de las cuatro figuras que hay junto a la valla.
—Oh, no —abro mucho los ojos—. Mi madre va a matar a alguien.
Foster detiene el coche y yo me bajo casi corriendo para acercarme a ellos.
Mi padre, un señor de mediana edad con el pelo canoso y muy escaso, lleva puesto uno de sus clásicos jerseis gruesos y no deja de sacudir la cabeza, viendo como mi madre, una señora también de mediana edad pero con media melena castaña, está apuntando furiosamente a Earl, el que controla la entrada del pueblo, con un dedo furioso.
Trev está un poco apartado de ellos. No puedo evitar que el corazón se me encoja un poco cuando veo la ropa que lleva puesta bajo el abrigo. La sudadera. Es nuestra sudadera. La que usaba cuando nos conocimos. Me la dejó porque yo manché mi blusa y no quería salir sin nada encima.
Y yo me he besado con otro.
Mierda.
Nuestras miradas se encuentran antes de que mis padres me vean. Trev es de esa clase de chicos que siempre tienen sonrisas despreocupadas, pero ahora no la tiene. De hecho, parece bastante decaído.
Pero, justo cuando voy a decir algo, el grito de furia de mi madre vuelve a centrarme.
—¡Ni se te ocurra volver a decirme que no puedo entrar! —le chilla al pobre Earl, que tiembla de pies a cabeza—. ¡Quiero ver a mi hija! ¡AHORA!
Es verdad que Earl tiembla de pies a cabeza, pero aún así finge compostura y se cruza de brazos.
—No —se limita a decir, muy digno.
—¡QUE ME ABRAS LA MALDITA PUERTA, PORTERO!
—¡YO NO SOY PORTERO, SOY CONTROLADOR DE PUERTAS IMPORTANTES!
Foster se acerca a mi lado con cara de no saber si reír o poner una mueca. El caso es que el movimiento hace que mi padre se gire hacia nosotros. Casi parece que ve las puertas del cielo cuando me ve a mí.
—¡Vee! —exclama, acercándose a la valla cerrada—. Ven aquí, mi niña. Ni te imaginas cuánto te he echado de menos. Especialmente estos cinco minutos.
Me acerco a la valla y le doy un abrazo con fuerza. ¿Es raro decir que papá y mamá siempre huelen a casa? Porque lo hacen. Inspiro con fuerza cuando me mantiene abrazada por encima de la valla y, cuando me suelta, veo que mi madre por fin me ha visto.
—¡Ahí está mi hija! —le chilla a Earl—. ¿Lo ves, portero?
—¡QUE NO SOY...!
—Earl —interviene Foster, intentando calmar las cosas—, son mis invitados, puedes dejarlos pasar.
Earl lo mira con sorpresa y, durante un momento, todo el mundo guarda silencio. Entonces, asiente torpemente con la cabeza.
—P-perdone, señor Ainsworth, no sabía... no los he visto en la lista.
—Se me olvidó añadirlos, fallo mío —Foster le dedica una sonrisa amable—. La próxima vez que hablemos de tu sueldo recuérdame que hoy has tenido problemas por mi culpa, ¿vale?
Eso parece ser todo lo que necesita Earl para iluminar su vida de luces y colores. Va casi corriendo a la cabina y aporrea el botón de la valla.
Cuando por fin se levanta, mi madre suspira pesadamente y se acerca a mí pisando fuerte. Todavía arrastra el cabreo de antes.
—Vee —me saluda, asintiendo con la cabeza—. Has llegado justo a tiempo. Iba a matarlo.
—Te habría detenido —le asegura papá, acercándose también.
—¿Aquí siempre hace tanto frío? —pregunta ella.
Como yo no sé qué decir, Foster responde por mí.
—Sí, pero llegas a acostumbrarte.
Mi madre se queda mirándolo un instante de más cuando se da cuenta de su presencia. No me extraña. Incluso a mí me puso nerviosa el primer día con su maldita sensualidad vampírica.
—El señor Ainsworth, supongo —dice mi padre, ofreciéndole una mano. Foster la acepta—. Gracias por darle un trabajo a mi hija. Vives en una ciudad preciosa.
Sé que mi padre lo dice en serio al instante. A él le encantan los lugares fríos e inhóspitos como este. Mi madre, en cambio, no parece muy conforme. Creo que solo quiere sentarse junto a una chimenea lo antes posible.
Trev sigue bastante al margen, por cierto.
—No hay nada que agradecer —le asegura Foster a mi padre—. Su hija es una cuidadora excelente.
—Espera, ¿tú eres el jefe? ¿Tienes una hija? —le pregunta mamá sin poder contenerse, pasmada—. P-pero... ¿cuántos años tienes? ¡Eres un jovencito!
—Aparento menos de los que tengo —le asegura Foster, divertido.
Carraspeo para cambiar de tema. Lo último que necesito son mis padres indagando sobre el tema vampiros.
Por suerte, Foster me entiende enseguida. Hace un gesto a mis padres para que lo sigan y cada uno toma su maleta. Trev y papá caminan junto a él hacia el coche —Trev lo mira con cierta desconfianza y mi padre como si estuviera encantado de conocerle—, pero mamá se queda junto a mí y me pasa un brazo por encima de los hombros mientras los seguimos.
—¿Cómo estás? —me pregunta, mirándome—. ¿Qué tal te va el trabajo? ¿Se han portado bien contigo?
—Claro que sí, mamá.
—Oye, sabes que tengo que preguntar. ¿Quieres que amenace a alguien? ¿A tu jefe?
—¡No! Foster es muy bueno conmigo.
Sigue sin parecer muy convencida, así que añado:
—Y Addy también. Y Amelia, y Albert, y Kent... son todos muy simpáticos.
—¿Y todos están igual de buenos que tu jefe?
—¡Mamá!
—¡Tampoco es para tanto, solo he dicho lo que todos pensamos!
—Foster es mi jefe, no le sueltes esas cosas.
—Nunca las diría delante de él. Pero ahora no escucha.
Me pregunto si los vampiros tendrán buen oído. Esperemos que no.
Esperemos que sí.
—¿Qué tal vosotros por casa? —le pregunto.
—Oh, todo perfecto. El otro día tuvimos que encargarnos de los trajes de unos ciento veinte congresistas. Fue mucho trabajo, pero pagaron muy bien. Nos han arreglado el mes. En fin... ¿esta es la ciudad? Está un poco vacía.
—Oh, por la noche siempre es así —le aseguro, aunque no sea verdad.
No, no quiero decirle a mi madre que está así porque han desaparecido dos personas.
Llegamos al coche. Foster está dejando las bolsas en el maletero mientras papá y mamá se acomodan en los asientos traseros. Me acerco a Foster y, cuando me aseguro de que no escuchan, me inclino hacia él.
—No les menciones nada de lo que eres, por favor —susurro—, ni de las desapariciones.
—No iba a hacerlo —me asegura, como si fuera obvio.
—Bueno... solo quería asegurarme.
—No te preocupes —me sonríe—. Tendremos que pedirle a Albert que esconda a Deandre y hable como un niño, pero por lo demás todo saldrá bien.
Le devuelvo la sonrisa y, casi al instante en que lo hago, los dos nos damos la vuelta hacia Trev, que acaba de acercarse a nosotros y nos mira con una ceja enarcada.
—Hola, Vee —me dice directamente.
Se me hace raro escuchar su voz sin que sea por un móvil. Los pocos segundos que tardo en responder son los segundos que tardo en darme cuenta del por qué de la mirada que le echa al pobre Foster.
Mierda, se piensa que lo he besado a él.
—Este es Foster, mi jefe —aclaro, señalándolo—. Te hablé de él hace tiempo, ¿recuerdas?
Trev parpadea, confuso, cuando hago énfasis en que hace mucho que no hablo de él. Y por fin parece captarlo. Se relaja un poco y le estrecha la mano a Foster. Pero no dice nada.
Oh, oh. Si Trev no dice nada, es una mala señal. Una muy mala señal.
Foster parece captar que hay algo que no va bien —tampoco es que haga falta ser un experto en el tema— porque me mira de reojo, como si lo preguntara. Asiento disimuladamente y él comenta algo de ir a encender la calefacción para mis padres mientras nosotros colocamos las maletas.
Cuando por fin nos quedamos solos, Trev parece reaccionar. Se pasa una mano por el pelo, con aire perdido.
—¿Qué...? ¿Con quién...? —empieza.
—Con nadie importante —le aseguro.
—Mierda, Vee, ¿no podrías habérmelo dicho cualquier otro día?
—¿Eso es lo que te preocupa? ¿En serio?
—Bueno, también me preocupa la parte de imaginarme a mi novia metiéndose mano con alguien. Me pone un poco cachondo, no te voy a engañar, pero también me preocupa bastante.
Oh, no. Conozco ese tono de voz. Entrecierro los ojos.
—Trev... —me cruzo de brazos—, ¿hay algo que no me hayas dicho?
—Oye —me señala—, no saques tus habilidades de inspectora malvada conmigo.
—Te he hecho una pregunta.
—Y yo he fingido que la ignoraba.
—¡Trev!
—¡Vale! —suspira pesadamente, solo para darle una pausa dramática, antes de sonreír como un angelito—. Puede que yo tampoco haya sido bueno del todo.
Hay una pausa en la que noto que empieza a hervirme la sangre. Doy un paso hacia él, furiosa solo con pensar que:
—Dime que no has metido a nadie en mi cama, Trev.
—¡No, claro que no!
—Bien, porque lo mío han sido tres besos.
—Espera, ¿tres? ¡Me habías dicho uno!
—¡Pero solo han sido piquitos, eso cuenta como uno!
—Bueno, yo ni siquiera me he besado. Solo ligaba un poco con una del trabajo —se defiende—. Salgo perdiendo claramente.
—¡Vee! —chilla mi madre desde el coche, empezando a impacientarse—. ¿Nos vamos o qué? ¿Qué hacéis?
Suspiro y cierro el maletero. Trev me mira como si no supiera qué cara poner.
—Ya seguiremos hablando —murmuro—, ¿vale?
Él me pone mala cara, pero tiene el detalle de disimular cuando todos subimos al coche. Yo me pongo junto a Foster, que empieza a conducir mientras mantiene una sorprendentemente interesante conversación sobre cuentas y números con mi padre. Hablan de ello con tanta pasión que incluso Trev y yo, que somos unos negados en el tema, los miramos medio embobados.
Mi madre no, ella mueve el móvil en busca de cobertura, ignorándonos a todos.
Me cae bien.
Foster gira por la colina y empieza a subirla. Y es ahí cuando me asalta una duda que, por algún motivo, no me he planteado hasta ahora.
—¿Iremos a la casa del final de la colina? —le pregunto en voz baja, para que los demás, que están enfrascados en una conversación sobre lo mala que es la cobertura, no me oigan.
—No lo sé —admite Foster con una mueca—. No podemos ir a la nuestra.
—¿Y a Ramson no le importará... ya sabes...?
Él pone mala cara, como si no supiera qué decir, pero de pronto se le ilumina la mirada. No entiendo nada hasta que me doy la vuelta y veo dos figuras junto a su casa. Vienna y Ramson.
Oh, la cosa se pone intensa.
Debemos pensar ambos lo mismo, porque él gira enseguida y se mete en el camino hacia su casa.
Admito que estoy un poco nerviosa cuando me bajo del coche, pero también aliviada. No tendré que meter a mis padres y a mi novio en casa del perturbado, que está hablando en voz baja con Vienna.
Cuando se da cuenta de mi presencia, me dedica una breve mirada tan indiferente como si no hubiera visto nada y vuelve a girarse hacia Vienna para hablar con ella.
Idiota.
No es que me importe.
Pero idiota.
—Genevieve —Vienna se acerca a mí con esa mirada fija de ojos oscuros que tanto intimida—. Es un placer volver a verte. Y tan bien acompañada.
Ramson le pone una mueca, como si no la entendiera, pero se queda muy quieto cuando ve a mis padres bajando del coche... junto a mi novio.
Esto no terminará bien. Y me encanta.
Muchas cosas pasan en cuestión de pocos segundos.
1- Mis padres van a por las maletas con Foster.
2- Vienna me mira fijamente, casi con diversión mientras que...
3- ...yo entro en pánico.
4- Trev clava la mirada en Ramson y sabe inmediatamente quién es.
5- Ramson clava la mirada en Trev y sabe inmediatamente quién es.
Hay un momento de tensión bastante desagradable cuando se quedan mirando el uno al otro, pero es cortado en seco cuando mis padres se detienen a mi lado y se quedan mirando a las dos personas nuevas. Especialmente a Vienna, que aunque ahora mismo lleve un viejo abrigo con capucha y no se le vean los tatuajes de serpiente, sigue teniendo un aspecto bastante excéntrico.
—Oh, papá, mamá, Trev... estos son dos... amigos. Vienna y Ramson.
Digo el último nombre a toda velocidad, como si tuviera prisa por terminar de pronunciarlo. Mierda, tengo que disimular mejor.
—Vienna —mi padre la observa mejor—, como la ciudad. Bonito nombre.
Pese a que yo sé que no es así porque su nombre es bastante más antiguo, ella se limita a asentir. Mejor. Así no harán preguntas. Se lo agradezco con la mirada.
—¿Esta es la casa? —mi madre ha pasado de los dos nuevos y simplemente observa el lugar con la boca abierta—. Madre mía, ¿qué eres, Foster? ¿Narcotraficante?
—¡Mamá! —mascullo.
—¿Qué? Es solo una duda. ¿Podemos verla desde dentro? Foster, querido, déjame apoyarme en tu brazo. Estoy cansada del viaje.
Mi padre pone los ojos en blanco cuando los sigue mientras Foster comenta cosas de la casa y mi madre aprovecha para apretujarse contra él.
No es hasta que entran en casa cuando me doy cuenta de que me han dejado sola con la señora brujería, el señor perturbado y mi señor novio.
Me doy la vuelta hacia Trev con la esperanza de terminar esto en cuanto antes.
—¿Quieres que te presente a Addy? Le he hablado de ti alguna vez.
Pero él me ignora. Está ocupado mirando fijamente a Ramson. Me sorprende un poco que no le intimide aunque, siendo sinceros, creo que jamás he visto a Trev asustado por nada.
—Ramson —murmura, como degustando su nombre. Y como si le supiera amargo.
A Ramson le tiembla un músculo de la mandíbula cuando le devuelve la mirada.
—¿Te gusta mi nombre? —murmura con cierta hostilidad.
—En uno de mis videojuegos, tengo una mascota con ese nombre. Es una rata. Y ayer mi personaje la pisó sin querer.
—Basura moderna —Ramson pone los ojos en blanco.
Trev pone una mueca.
—¿Eh?
—¿Cuántos años tienes? ¿Cinco? —Ramson señala la casa algo bruscamente—. Cierra la boca y vete a dormir, crío. Los adultos estamos hablando.
Trev suelta una risa irónica y, justo cuando va a responder, le sujeto la mano y tiro de él hacia mí. Al menos, consigo que se calle, aunque sigue asesinándolo con la mirada. Ramson mira nuestras manos unidas y veo que se contiene para no volver a poner los ojos en blanco.
Vienna, por cierto, se lo está pasando en grande mientras nos observa.
—Vamos, te presentaré a Addy —le insisto a Trev—. Le hace mucha ilusión conocerte.
—¿De dónde has sacado ese collar? No lo conocía.
Hay un momento de silencio absoluto.
Aprovecho la inocencia con la que ha hecho la pregunta. No sabe que es de Ramson, menos mal. Me echo las manos a la nuca y lo deshago a toda velocidad para metérmelo en el bolsillo.
—Fue un regalo —me encojo de hombros—. Venga, vamos.
Mi cuello se siente un poco vacío sin el collar y, aunque nunca lo admitiré en voz alta, no me atrevo a ver la expresión de Ramson, pero sé que me está mirando fijamente. Y no muy contento.
Bueno, que le den.
Puedes darle tú.
Estoy con mi novio, conciencia.
Pues podéis darle los dos, no sé.
No me gusta el rumbo de esta conversación.
Y añade a Foster. Orgiiiiiiiiía.
Entramos en la casa por fin y Trev parece relajarse un poco cuando vemos que mis padres están en el salón con Addy, Albert y Amelia. De hecho, mi padre está charlando con Amelia mientras que mi madre está agachada viendo los dibujos que Addy le enseña, ilusionada. Foster está de pie al lado, mirando también los dibujos. Albert solo lee su libro como si tanta gente fuera una molestia.
—Oh, Vee —Foster me sonríe—. Le he dado una habitación a tus padres no muy lejos de la tuya.
Oh, el detalle de que no le ha dado ninguna a Trev. Para que duerma conmigo. No sé cómo acabará esto.
—Gracias —murmuro, y la verdad es que sí que estoy muy agradecida, menos mal que alguien me pone las cosas fáciles—. Yo los ayudaré a subir las maletas.
—Ya las hemos subido —me dice papá alegremente, dándole un ligero apretón en el hombro a Albert, que se tensa de pies a cabeza—. Este niño tan simpático nos ha enseñado dónde estaba la habitación.
Albert mira la mano de mi padre sobre su hombro, respira hondo y finge que no quiere arrancársela para no ofenderme.
Le debo una, sí.
—¡Me encantan tus padres! —exclama Addy, poniéndose de pie y viniendo corriendo para abrazarme—. ¿Este es tu novioooooo?
Trev por fin parece relajarse del todo cuando le ofrece un puño. Addy se lo choca encantada con el suyo.
—¿Qué tal? —le pregunta Trev—. Vee me habla todo el día de ti, ya era hora que nos conociéramos, ¿eh?
—¿En serio? ¿Te dice cosas buenas?
—Dice que eres genial.
Addy sonríe tanto que parece que se le van a estirar las mejillas. Hacía mucho que no la veía tan contenta. Si es que alguna vez la he visto así.
Foster también lo debe haber notado, porque no deja de seguirla con la mirada con una pequeña sonrisa.
Tardo unos minutos en conseguir que todo el mundo por fin quiera irse a sus respectivas habitaciones. No puedo evitar poner una mueca cuando veo que la de mis padres es la que ocupó Ramson el día de la mordida. Ellos parecen encantados con tanto lujo, así que ni siquiera se dan cuenta de mi tensión cuando los dejamos solos.
Acostar a Addy es un poco más complicado. Mientras Trev se queda en mi habitación, voy a meterla en la cama, pero está tan entusiasmada que tengo que leerle uno cuento para que por fin se calme un poco y se duerma. Cuando vuelvo a la habitación, Trev ya está tumbado con las manos tras la nuca, mirando el techo con una mueca.
En cuanto cierro la puerta, él me dedica una mirada de soslayo.
—¿En serio? ¿El amargado? ¿No había otro para besar?
—Estaba Foster, pero no me pareció muy ético liarme con mi jefe.
Él me sonríe irónicamente y vuelve a girarse hacia el techo. Tras dudarlo unos segundos, me acerco y me tumbo a su lado.
Oh, a pesar de todo, lo he echado de menos. Muchísimo. Trev siempre ha sido mi estabilidad, de alguna forma. Un apoyo imprescindible. Me encanta que me abrace. Echo de menos sus abrazos. Aunque ahora mismo no sea el mejor momento para intentar acercarme mucho a él, claro.
Y eso que sé que Trev no es como la mayoría de la gente. Para él, unos cuantos besos no son gran cosa. En alguna fiesta he tenido que darle un pequeño beso a personas de nuestro grupo de amigos por retos y nunca le ha importado. De hecho, casi siempre bromeaba tríos o cosas raras. No es posesivo, es lo totalmente opuesto. Pero es normal que siga molestándose cuando le digo que he besado a otro.
—Con ese no te voy a pedir un trío —me asegura.
En el idioma Trev, eso es que lo ha detestado.
Y no detesta a mucha gente.
—¿No quieres insultarme un poco? —pregunto—. Puede que te haga sentir mejor.
—La verdad es que no. Estoy bien. Más o menos.
Me quedo mirándolo unos segundos. Él suspira.
—No me mires fijamente para que siga hablando. Odio cuando me haces presión visual.
—Y yo odio que te calles cosas que quieres decirme, por eso lo hago.
—Vale, inspector Gadget. La verdad es que hacía un tiempo que quería hablar contigo del tema.
Frunzo el ceño, confusa.
—¿El... tema? ¿Qué tema?
—De lo nuestro, Vee —me echa una ojeada—. Oh, vamos, ya lo sabes. Eres inteligente. De hecho, eres la persona más inteligente que conozco. Sabes lo que quiero decirte.
Pongo una mueca.
—Pero no quiero que lo digas.
—No te ofendas, pero tú te has besado con otro. Te has buscado que lo diga.
—Vale —accedo—. ¿Decirme el qué?
—Mira, Vee, no creo que sea el momento. Ahora mismo, solo estás pensando en bajar a hablar con esa tipa rara de abajo.
—No es verdad.
Sí que lo es.
—Sí que lo es —Trev, al parecer, oye a mi conciencia—. Vamos, vete con ellos. Ya hablaremos mañana.
—Pero...
—Vee, estoy agotado.
Vale, necesita estar un rato solo. Lo pillo. Me pongo de nuevo de pie y, tras dudarlo unos instantes, lo dejo solo en la habitación y bajo las escaleras.
Albert, Foster, Ramson y Vienna están en el salón. Ramson es el único que no está sentado. De hecho, está de brazos cruzados y de vueltas por el salón con los dientes apretados.
—¿Puedes quedarte quieto por un rato? —masculla Foster, frustrado—. Me estás mareando.
Si Ramson oye algo, lo ignora completamente.
Cierro la puerta a mi espalda. Todo el mundo se queda mirándome durante un instante. Ramson por fin deja de andar.
—¿Qué pasa? —pregunto.
—Hemos mirado lo de las runas —me dice Albert—. Bueno, Vienna lo ha hecho.
Vienna me dedica una breve sonrisa. Ya se ha quitado el abrigo. Ver sus tatuajes sigue siendo un poco tenebroso.
—Y has sacado alguna conclusión, supongo —murmuro, sentándome junto a Foster.
Sin embargo, antes de que pueda decirme nada, la voz de Ramson corta el silencio como una daga. Y esa daga va directa hacia mí.
—¿Se puede saber por qué te has quitado el collar?
Durante un momento, los otros tres ocupantes de la habitación se giran hacia mí como si esperaran una respuesta tanto como Ramson.
Serán chismosos.
—Porque he querido —mascullo sin mirarlo.
—Te lo di para que te lo pusieras.
—Pues yo he decidido no hacerlo.
Y silencio de nuevo. Un silencio asquerosamente tenso.
Vuelvo a mirar a Vienna, pero... sorpresa. El vampirito pesado no ha terminado de hablar. Y noto que esta vez se ha acercado a mí cuando masculla un:
—¿No deberías estar arriba cuidando de tu crío?
Tardo unos segundos en responder, aguantándome las ganas de hacerlo de malas maneras. Foster, a mi lado, me observa como si estuviera viendo un volcán a punto de estallar.
Finalmente, me doy la vuelta hacia Ramson. Tengo que echar la cabeza hacia atrás, está de pie justo a mi lado. El intento que hace de mantener una expresión serena cuando es tan obvio que está furioso es... francamente divertido.
Pero ahora mismo estoy demasiado molesta para reírme.
—¿De verdad quieres tener esta conversación ahora? —mascullo.
—¿Por qué no? Parece el momento perfecto para hablar de tu crío.
—No es mi crío. Y es mayor que yo.
Él suelta un bufido de burla bastante cruel. Frunzo el ceño.
—¿Tienes algo que decir, Ramson?
—No lo sé, a lo mejor...
—No. Esa es la palabra clave de todo lo que has dicho —espeto—. No tienes nada que decir, porque nadie te ha pedido que opines sobre mi vida. ¿Está claro?
Durante unos instantes, nos miramos el uno al otro casi como si estuviéramos compitiendo para ver quién aguanta más. La tensión va creciendo, pero de una forma muy distinta a como lo ha hecho hace unas horas. Ahora es mucho más desagradable.
Al final, para asombro de todos, es Ramson quien aparta la mirada y se sienta en el único sillón libre. No vuelve a mirarme ni una sola vez.
—Bien —me giro hacia Vienna, intentando mantener la serenidad—. Estábamos hablando de las runas.
—Son antiguas —ella retoma el tema—. Están escritas en el Galanae antiguo.
Estoy a punto de hacerle una pregunta, pero me contengo a tiempo. Ella debe verla reflejada en mis ojos, porque sonríe.
—Hoy estamos en terreno neutral, Genevieve, puedes preguntarme lo que quieras sin miedo.
Foster y Albert me asienten con la cabeza, dándole la razón, cosa que tranquiliza un poco.
—¿Qué es Gala... nae? ¿Un... idioma de runas o algo así?
—No exactamente. Es el idioma que se habla en los círculos de hechiceros de todo el mundo. Su abecedario son las runas. El antiguo es el que llamamos al que usaban los primeros hechiceros de los que tenemos constancia. El actual es el que se usa desde la liberación.
—¿Qué liberación?
—El día en que los magos dejaron de esclavizarse —me explica Foster.
No sé nada de todo eso, pero asiento con la cabeza de todas formas, haciéndome la interesante.
—Las runas están en Galanae antiguo —repito—, entonces... ¿estás diciendo que las ha puesto un mago muy viejo?
—Eso... o alguien con muchos conocimientos sobre el tema.
—¿Como quién?
—Me temo que eso no lo sé. Hace mucho que no hablo con magos o hechiceros.
Hay una pausa cuando dedico una mirada alrededor. Foster debe ver la pregunta implícita en mis ojos, porque me responde sin necesidad de que la formule.
—Los hechiceros son más poderosos que los magos —me explica—. Normalmente, los magos son personas que han nacido con sangre humana y sangre mágica. Los hechiceros solo con sangre mágica.
—¿Y tú eres...? —miro a Vienna, confusa.
—Una maga —aclara, suspirando—. Ya me gustaría ser hechicera.
—Vale —prefiero no saber más o terminará estallándome el cerebro—. ¿Y qué significan las runas? ¿Siguen ahí?
—Ya las hemos quitado —me dice Albert—. Eran un ritual de invocación bastante común. Nada especial.
Sí, lo normal que nos encontramos cada día, claro.
—Lo interesante era la hoja de papel —añade Vienna, agitándola. La tiene en la mano—. Puedo percibir un hechizo en ella, pero es muy antiguo. Ni siquiera puedo... saber en qué año lo hicieron. Hace más de quinientos años, eso seguro.
—¿Quinientos...? —empiezo, pasmada.
—Es un conducto —añade Vienna—. Lo he visto muchas veces. Se usa para contactar con fantasmas de forma rápida, aunque conllevan ciertos riesgos. Si la persona que puso las runas hubiera hecho un mal trabajo, Addy podría haber terminado con ese fantasma dentro de ella.
Foster, a mi lado, se tensa de pies a cabeza.
—He mirado a Addy —aclara Vienna al verlo—. Está bien, no te preocupes, papá oso.
—¿Esa cosa ya no sirve de nada? —pregunto, señalado la hoja de papel—. ¿Podemos... deshacernos de ella?
—No —me dice Vienna, y me sorprende su seriedad—. Los conductos no se han hecho solo para comunicarse con fantasmas, también para limitar el acceso de los fantasmas a nuestra realidad. Si lo rompieras, sería como abrir una puerta. Es mejor no tocarla hasta que sepamos más.
—La guardaré en mi despacho —Albert alcanza la hoja de papel y la observa detenidamente.
—No sé si quiero esa cosa en mi casa —aclara Foster.
—Jovencito, no me contradigas.
—Es mi casa, Albert, y mi hija la que ha estado con esa cosa tanto tiempo. Deberíamos alejarlo de aquí.
Mientras se ponen a discutir, veo que Vienna sacude la cabeza y se mueve al otro lado del salón para llenarse un vaso de agua. Ramson sigue de brazos cruzados sin mirar a nadie, como un niño con una rabieta.
Al final, me decido y me pongo de pie para ir con Vienna. Ella me sonríe ligeramente, como si me esperara. Vuelve a llevar los guantes puestos cuando se lleva el vaso de agua a los labios.
—Ramson tiene razón —comenta sin esperar a que yo diga nada—. Deberías volver a ponerte el collar.
—Solo es un collar, ya me lo pondré cuando Trev se marche.
—Mhm —murmura ella, echándole una ojeada—. Creo que no te conviene. El collar protege bastante más de lo que parece, Genevieve.
Suspiro y me cruzo de brazos.
—Ya me lo pondré —concluyo.
—Sospecho que lo harás mañana solo para molestar a nuestro querido alcalde.
—Pues sospechas bien.
Vienna sigue observándolo de reojo. Veo que las serpientes de su cabeza empiezan a brillar ligeramente, pero dejan de hacerlo cuando vuelve a centrarse en beber agua. Y no puedo seguir aguantándome.
—Esos tatuajes... ¿tienen algún significado? ¿O son estéticos?
Ella deja de beber enseguida y me mira con cierta curiosidad. Cuando pasan varios segundos sin que diga nada, empiezo a arrepentirme de haber preguntado, pero al final ella me responde.
—No son tatuajes, son marcas.
—¿Marcas? ¿De qué?
—Marcas de esclava.
Debe verme la cara de pasmada, porque una sonrisita divertida se extiende por su rostro. Es la primera vez que me sonríe de una forma que parece sincera. Honestamente, hace que su semblante se suavice mucho.
—Durante muchos años, los magos fuimos esclavos —me asegura—. No es una historia muy bonita, pero es la verdad. A algunos nos ponían marcas para recordárnoslo.
—¿Todos llevan serpientes?
—Oh, las serpientes son un detalle a parte —me asegura—. Solo se las ponen a los traidores.
Es obvio que quiero preguntar sobre ello, pero ella se toma otros cuantos segundos antes de responderme, como si calibrara hasta qué punto quiere contármelo.
—Albert y yo nacimos el mismo año —aclara finalmente, mirándome—. Los dos nacimos en esta ciudad. Él estaba en la zona alta, es decir, estas casas... y yo estaba abajo, con la gente de sangre humana o mezclada. Mi madre, que era humana y no tenía mucho dinero, decidió venderme al hechicero que vivía con Albert. Y así nos conocimos.
—¿Te... vendió? —pregunto, horrorizada.
—Sé cómo suena, pero antes no era tan poco común. El caso es que Albert y yo nos hicimos inseparables en muy poco tiempo. A ambos nos gustaban las mismas cosas raras. No es fácil encontrar a alguien que alcance el mismo nivel de rareza que tú.
Echo una ojeada a Albert, que está agitando los bracitos, furioso, mientras recalca a Foster lo joven que es para hacerle el contrario.
—Los problemas surgieron cuando el hechicero que me cuidaba murió —añade Vienna, y su tono se vuelve más lúgubre—. Mi libertad pasó a ser propiedad de la madre de Albert. Y a ella no le gustaba nada que me pasara el día con su hijo. No sé si lo sabes, pero hay pocos vampiros con sangre pura en el mundo. Es indispensable que los pocos que hay se casen con alguien con sangre pura y tengan descendencia, tal como hizo Foster con Addy. Yo era una distracción.
Hace una pausa y ella también echa una corta ojeada a Albert antes de volver a mirarme.
—Cuando cumplí los doce años, los padres de Albert decidieron que no podía seguir viviendo con ellos, así que decidieron que querían venderme a un brujo.
—¿Un... brujo?
—Es una forma muy despectiva de referirse a los hechiceros. Como un insulto. Si te venden a uno, sabes que te pasarás lo que te queda de vida siendo la esclava de alguien. Lo más probable es que te quiten la magia para que nunca supongas una amenaza.
—Me imagino que eso no pasó —murmuro.
—No. Albert y yo intentamos escaparnos juntos. Quería protegerme —ella pone los ojos en blanco, como si fuera absurdo—. Queríamos salir de Braemar. Después, no teníamos nada pensado. Quizá ganar dinero gracias a mi magia, fingiendo que eran trucos de magia ordinaria y humana o algo así. El caso es que... no llegamos muy lejos. Nos atraparon antes de que pudiéramos salir de la ciudad.
Ella se señala las marcas de serpiente de la cabeza.
—A mí me marcaron como esclava y como traidora —murmura—. A Albert lo convirtieron para condenarlo a pasar la eternidad como un niño de doce años.
Oh, así que es por eso. Miro a Albert. La verdad es que tiene que ser horrible pasar todos esos años en forma de niño cuando... bueno... cuando en realidad tienes más de trescientos años. Me pregunto si se arrepentirá. No sé por qué, pero creo que no lo hace, a pesar de todo.
—¿No hay alguna forma de arreglar eso? —pregunto sin pensar.
—¿Qué parte? —Vienna enarca una ceja.
—La apariencia de Albert. Y tus marcas. Tiene que haber una forma de cambiarlo.
—Me temo que no sé si hay forma de cambiarlo, pero, honestamente, lo dudo.
—Muy bien —suelta Albert de repente, levantando las manos en señal de rendición—. Que se la quede Ramson, si tanto problema es. Los jóvenes de hoy en día sois muy testarudos.
—Soy más viejo que él —protesta Foster, señalándolo con la cabeza.
—A mí me sigues pareciendo un niñito pesado.
Ramson suspira, como si estuviera harto de oírlos, y agarra la hoja. Pasa por delante de nosotras sin siquiera mirarnos y se dirige a la puerta trasera con aire furioso. No puedo evitar seguirlo con la mirada antes de volver a centrarme en Vienna, que me está sonriendo con aire divertido.
—Es curioso —comenta.
—¿El qué? —no puedo evitar ponerme un poco a la defensiva por haber sido pillada.
—Que a pesar de todo... tus instintos sigan reaccionando a él. Es muy curioso.
La miro unos segundos, confusa, y me quedo muy quieta cuando se inclina hacia mí con esa sonrisita.
—Has estado en su casa, ¿no es así?
Asiento lentamente tras dudarlo por un segundo. Su sonrisa aumenta.
—¿Y nunca te enseñó el sótano? He oído que tiene cosas muy interesantes ahí escondidas.
—¿El sótano? —frunzo el ceño—. Bueno, no importa. No me dejará entrar en su casa. Acabamos de discutir.
—Oh, vamos. Sabes perfectamente qué tienes que decir para convencerlo de lo que quieras. Lo has hecho miles de veces.
Nos quedamos mirando la una a la otra durante unos segundos hasta que yo, sin pensarlo, paso por su lado y salgo disparada hacia la puerta trasera.
Ramson está todavía en la puerta. Se acaba de poner el abrigo mientras mira la hoja con el ceño fruncido. Lo alcanzo justo cuando la abre para salir.
—¡Espera!
Veo el momento exacto en que su expresión se vuelve frustrada, como si fuera la última voz del mundo que quiere escuchar.
—Estoy ocupado —aclara.
—Pero puedes hablar, ¿no?
—¿Se puede saber qué quieres?
—Quiero irme contigo.
Se queda mirándome con aire confuso, como si intentara decidir si me estoy burlando o no.
—Lo digo en serio —aclaro.
—¿Por qué ibas a querer venir conmigo?
—Porque estoy enfadada con mi novio. Quiero estar alejada de él por un rato.
Sé que he elegido las palabras adecuadas cuando veo que él se relaja un poco e intenta ocultar una sonrisita de satisfacción.
Oh, son todos unos idiotas, independientemente de la edad que tengan.
—¿Qué ha hecho tu crío ahora? —pregunta.
—No es mi crío. Deja de llamarlo así.
Suelta un bufido de burla, pero al menos me sujeta la puerta para que pueda salir con él.
Misión cumplida, amigos.
Noto que me mira de reojo cuando ambos nos ponemos a caminar uno al lado del otro. Si te soy sincera, yo estoy un poco nerviosa. En mi cabeza solo hay una posibilidad: que en el sótano esté el libro que mencionó Jana, con las leyendas originales. No sé por qué, pero sé que necesito encontrar ese libro como sea. Y Ramson es el alcalde, después de todo. Tendría sentido que lo tuviera él.
—¿Y bien? —insiste, intentando ocultar su curiosidad sin mucho éxito—. ¿Qué ha hecho? ¿Os habéis peleado?
—No, Trev y yo nunca peleamos —le aseguro, y eso es verdad—. Le conté que había besado a alguien más. Y obviamente no se lo ha tomado muy bien.
De nuevo, noto que me mira fijamente. Tengo que hacer un verdadero esfuerzo para no devolverle la mirada.
—Creo que quiere cortar conmigo —añado.
—No pareces muy triste —comenta en voz baja.
—La verdad... no sé cómo sentirme. Todo ha pasado muy rápido.
Él carraspea, mirando al frente.
—Si fuera algo real, te sentirías mucho peor de lo que te sientes —me asegura.
—Ramson, no te ofendas, pero no eres la persona más indicada para hablar de esto.
—En realidad, creo que soy la persona más indicada para hablar de esto. Estoy bastante implicado.
Mierda, si hay algo que me pone nerviosa... es no saber cuál será el rumbo de una conversación. Me gusta mucho tener el control. Normalmente, cuando hablo con alguien, puedo llegar a adivinar el rumbo de sus pensamientos, pero con Ramson... siento que cada vez que empiezo a adivinarlo, cambia de rumbo y va en dirección contraria. Es muy desconcertante.
Y muy estimulante, admítelo.
Jamás.
—Deberías sentirte mal —le recuerdo, medio bromeando.
—¿Yo?
—Sí. Has besado a una mujer comprometida. Deberías pedirle perdón a Trev.
—No pienso pedirle perdón a ese niño.
—No es ningún niño, Ramson, tiene más de veinte años.
—¿Te digo los que tengo yo?
—Entonces, yo debo parecerte un bebé.
Él suspira y sacude la cabeza.
—Tú hablas como si tuvieras más años de los que tienes.
—Mhm... no sé cómo tomarme eso.
—Era un cumplido. Tómatelo como quieras.
Dejo de andar justo cuando llegamos al muro que rodea su casa. Ramson me mira con una mueca, como si ya supiera que voy a burlarme de él.
—¿Acabas de decir algo bueno de mí? —me llevo una mano al corazón—. ¿Te encuentras bien? ¿Necesitas que te sujete? ¿Estás mareado?
—A lo mejor diría más cosas buenas de ti si me dieras más motivos para hacerlo.
—Si encuentro a esos dos chicos desaparecidos, ¿te atreverás a decirme algo bueno?
—¿Y cómo vas a encontrarlos?
—Con mi habilidad superpsíquica —bromeo, siguiéndolo hacia la puerta, a lo que él pone los ojos en blanco—. ¿Qué? ¿No te lo crees?
—¿Tu habilidad superpsíquica es no callarte nunca?
—No. Es más bien ver detalles que otras personas no ven. Ya sabes, en cosas... u otras personas...
Él me pone mala cara cuando entramos en su casa. Se siente más cálida ahora que ya la conozco. De hecho, incluso me gusta cuando le doy el abrigo y él lo cuelga con el suyo y deja la hoja de papel en uno de los bolsillos del suyo.
Casi ha conseguido distraerme cuando se gira en mi dirección.
—¿Y qué ves en mí?
Entrecierro los ojos como si lo analizara. Ramson sigue teniendo cara de estar juzgándome muy duramente.
—Mhm... creo que te resulta muy complicado expresar tus sentimientos. No estás acostumbrado a emociones que se salgan de tu control.
Doy un paso en su dirección. Ramson no se mueve. No consigo intimidarlo demasiado.
—No eres fácil de manipular —añado, y la verdad es que me arde un poco decirlo, porque me gusta saber cómo manipular a la gente.
—Esas cosas podrías decirlas de cualquiera —enarca una ceja—. Son detalles generales.
Sonrío y me detengo justo delante de él. Tengo que echar la cabeza hacia atrás para mirarlo a la cara, pero no parece importarle mucho, porque no se mueve.
—¿Quieres que me ponga específica? —enarco una ceja.
—Me encantaría.
Finjo que me lo pienso y le clavo un dedo en el pecho. Ramson, de nuevo, no se mueve. De hecho, veo cierto brillo de interés en sus ojos, como si verdaderamente quisiera escuchar lo que tengo que decir.
—Pues... —entrecierro los ojos—, vamos a hablar de cómo te comportas conmigo.
Oh, tema sensible. Veo cierta duda en su expresión, pero hace un verdadero esfuerzo para que no lo pueda notar.
—¿Y cómo me comporto contigo, Genevieve?
—De forma muy distinta a cómo te comportas con los demás.
—Eso ha sonado muy egocéntrico por tu parte.
—Me baso en pruebas. Me hablas de una forma mucho más suave que a los demás. Especialmente cuando estamos solos, como ahora.
Él aprieta un poco los labios, intentando ocultar una sonrisa.
—¿En serio? —finge aburrimiento.
—Finges aburrimiento cada vez que te saco un tema así... a lo mejor te pone nervioso que me acerque tanto a ti.
—Si me pusiera nervioso, me apartaría.
—O eso es lo que quieres que piense. Pero... el collar se sinte distinto. Y no estoy ciega. Veo la forma en que me miras.
Él suelta lo más parecido a una risa que he escuchado jamás en él, pero es bastante corta y seca.
—Te miro como a una pesada.
—¿Y besas a todas las pesadas que conoces?
—Solo cuando quiero que se callen.
—No estaba hablando cuando me besaste hace unas horas, Ramson.
—Yo no lo recuerdo así.
—A lo mejor tu memoria no está muy bien.
—No eres la más indicada para hablar de memoria.
—Mi memoria estaba bastante bien la última vez que lo miré. Y ahora mismo estoy recordando lo celoso que estabas hace un rato con Trev.
Él pone los ojos en blanco.
—¿Celoso? ¿De ese crío? Venga ya.
—Nadie reacciona de esa forma si no siente celos, Ramson.
—No estoy celoso de un maldito crío, Vee.
—¿Y si ahora te dijera que lo he besado justo antes de venir? ¿Te daría igual?
Ramson se tensa y su sonrisa se borra un poco.
—Me daría igual —masculla.
—Claro —sonrío y me separo—. Tranquilo, bobo, no he besado a nadie.
—No me llames bobo —protesta como un crío.
Pero aún así he visto la pequeña sombra de alivio cruzarle le expresión. Casi he empezado a reírme.
—Pero tenemos que hablar —añado, señalándolo.
—¿Hablar? —repite con cierta confusión, como si le hablara en otro idioma.
—Sí, Ramson. Nos hace falta. ¿Tienes comida por aquí?
—Supongo.
—¿Sabes cocinar?
—Hace mucho... que no lo hago.
—¿Y no puedes intentarlo por mí? —sonrió como un angelito—. Podríamos cenar los dos juntos. Me hace ilusión.
Él duda visiblemente, mirándome. Parece que ha pasado una eternidad cuando por fin asiente, dubitativo.
—Puedo intentarlo, si quieres...
—Eres el mejor —le dedico mi sonrisa más encantadora—. Ve a cocinar. Ahora iré contigo.
—¿Dónde vas?
—¿De verdad vas a obligarme a decírtelo?
—Pues sí.
—Voy al baño —enarco una ceja—. ¿Es que quieres acompañarme?
Por fin suspira y va a la cocina mientras yo subo las escaleras. Sin embargo, en cuanto veo que desaparece, me detengo en seco y empiezo a bajarlas de nuevo sin hacer un solo ruido.
Vale, ¿cuál es la puerta del sótano?
Vuelvo al vestíbulo y miro a mi alrededor. Sin saber muy bien por qué, lo cruzo hasta llegar junto a las escaleras. También sin saber muy bien por qué, encuentro enseguida la puerta que hay junto a ellas. Una puerta vieja y de madera. La abro lentamente, sin hacer ruido, y tanteo la pared para buscar el interruptor.
La luz ilumina una escalera de piedra que bajo sin siquiera pensarlo tras cerrar la puerta de nuevo. No es muy larga, pero mi ansiedad va creciendo con cada escalón. Estoy tan estúpidamente nerviosa que no me entiendo a mí misma. Es como si me costara respirar.
Y, finalmente, llego al sótano.
Es una sala pequeña, de piedra, con muchos muebles cubiertos por sábanas. Ni siquiera me parece tenebroso o algo así. De hecho... es como si la forma de esos muebles fuera familiar. Sin pensar en lo que hago, agarro una de las sábanas y tiro de ella, develando el mueble de debajo.
Es una cómoda. Una cómoda muy cara, de esas que tienes que pedir específicamente que te hagan con las medidas y los dibujos que tú quieras. Ni siquiera me permito tiempo para mirarla, porque destapo el siguiente mueble. Resultan ser cajas con cosas dentro. Cosas que no puedo mirar ahora mismo. Destapo el otro. Un espejo de cuerpo entero. Me miro a mí misma un momento antes de girarme y destapar otro mueble. Cuadros.
Cuadros de...
Me quedo muy quieta un momento, con la mano suspendida en el aire, y miro lo que tengo delante. La mujer del cuadro.
La mujer que... tiene la misma cara que yo.
No sabría decirte si mi corazón se ha detenido o se ha acelerado bruscamente, porque soy incapaz de reaccionar. Solo puedo mirar fijamente el cuadro antes de apartarlo para ver el siguiente. La misma mujer. En un entorno distinto. Paso al siguiente. Retrocedo bruscamente y mi espalda choca contra el espejo.
La mujer... con el vestido verde que yo llevaba en la visión del castillo.
Con el cerebro entumecido, me giro y busco compulsivamente con la mirada hasta encontrar lo que busco. Un armario gigante. Aparto la sábana de un tirón y lo abro de golpe. Y ahí está. El mismo vestido verde. Doy un paso atrás, aterrada.
Sin ser todavía capaz de reaccionar, mi cabeza se gira automáticamente hacia la derecha. La primera cómoda que he destapado. Voy hacia ella con el cuerpo entero temblándome y abro el primer cajón.
Dos alianzas de oro.
Mi corazón me martillea el pecho cuando recojo la pequeña. Tengo la mirada borrosa. Creo que tengo lágrimas acumuladas en los ojos. Entre eso y que me tiemblan los dedos, apenas puedo ver nada. Pero mi mirada termina enfocándose. Y consigo leer la inscripción que hay dentro del anillo.
Ramson Wayn Vaughan et Genevieve Beaumont, 1944
Levanto la cabeza de golpe y, de pronto, veo que Ramson está de pie en las escaleras, mirándome con los ojos muy abiertos. Durante unos instantes, ninguno de los dos reacciona.
Entonces, Ramson traga saliva y termina de bajar los escalones.
—Creo que te debo una explicación.
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