Capítulo 7

Después de sentir que su cuerpo se separaba de su conciencia un par de veces, Dabria por fin se encontraba en paz. Flotaba con la pesadez de un globo de helio sobre lo que parecía ser la nada oscura. La mente iba de una idea a otra sin quedarse mucho tiempo en un sitio. No movía sus extremidades y tampoco pestañeaba; entró en inercia en algún plano de la realidad.

Un jalón de pies brusco la sacó de aquel estado y la llevó a lo que le pareció era una tienda. Notó que estaba descalza cuando el frío del suelo se volvió un poco insoportable. Observó con cautela cada rincón sin moverse de lugar. Había estanterías en dos paredes paralelas llenas de frascos con líquidos de diferentes colores y unos carteles repartidos entre varias baldas que Dabria no se molestó en leer. Sonrió al ver que el agradable color verde menta de la pared y el marrón de la madera del mostrador creaban una combinación que le pareció placentera.

—¿Quién eres? —preguntó una voz femenina a lo lejos, Dabria notó que había una puerta al fondo del local que se abrió y de ella emergió una mujer castaña del mismo color de piel que Uma—. Te hice una pregunta.

—Dabria —murmuró y esquivó la mirada cruel de aquella chica.

—Bien, Dabria, ¿qué haces en mi consciencia? —La desconocida comenzó a acercarse a ella con los brazos cruzados, cargaba unos pantalones de lino negro y una camisa de botones blanca—. Te trajo ella, ¿no es así?

—No —dijo y se le cortó la voz. Enseguida se enfadó consigo misma porque, aunque la interacción era impredecible, quería ser capaz de responderle. Se aclaró la garganta y prosiguió—. No sé qué hago aquí, tampoco sé a quién te refieres.

—Me llamo Amalia —comentó una vez estuvo enfrente de Dabria—. Y hablo de mi madre, le encanta jugar con la consciencia de quién pueda.

—Eso suena feo. —Después de decir aquello, recordó que escuchó la voz de su mamá cuando comenzó a perder conexión con la realidad—. Creo que la mía hizo lo mismo.

Amalia gesticuló indicando que la siguiera y se dio la vuelta. Dabria obedeció ignorando los nervios a lo desconocido que aumentaban con cada paso. Atravesaron la puerta de atrás que las llevó a un patio interno con un árbol en medio de todo. Había una mesa de madera llena de rasguños con cuatro sillas a su derecha a la que le llegaban los rayos del sol filtrado por las hojas del árbol. Amalia tomó asiento y Dabria la imitó sentándose frente a ella, dándole la espalda a la pared.

El silencio entre ambas le dio una sensación rara, porque ya era la consciencia de alguien. Los pensamientos se habían vuelto inconexos, por lo que le era imposible dejarse llevar por su cabeza en hilos que le interesaban. Como un vacío difícil de quitar.

—¿Conoces a Uma? —preguntó Dabria y se sorprendió al escucharse hablar, no sabía muy bien qué decir. Solo quería que no se notara.

Amalia resopló.

—Es mi tía. —Hizo una pausa en la que rodó los ojos—. Eres nueva, ¿no? ¿Qué te trajo por este lado del mundo?

—Uma. Según ella, soy su heredera —contestó colocando ambas manos sobre la mesa y mantuvo la mirada en un punto fijo del tronco—. Quiero irme, pero nada ni nadie me deja.

—Tienden a hacer eso —Amalia suspiró—. No es por maldad, créeme, Merkest es el epicentro de toda la energía en el mundo y es importante tomar buenas decisiones.

—Pero no pueden obligarme.

—¿Te forzaron a venir a Merkest? —Dabria dudó por un instante y sacudió la cabeza—. El problema no es de ellos, es la magia que te guía en una dirección que no quieres.

—¿Te ha pasado? —soltó sin querer, no le gustaba el no poder darle vueltas a lo que decía.

—Sí. —Bajó la mirada y luego Dabria pudo visualizar detrás de ella unas imágenes borrosas de un incendio—. Lo siento, se me olvida que es mi propia consciencia.

Dabria recordó cuando vio a Uma por primera vez y, al visualizar la escena, se preguntó si Amalia también podía verlo. Tragó grueso ante la idea de tener que darle explicaciones. Por suerte, Amalia sonrió y continuó hablando.

—Si algún día logras encontrar el camino fuera de este plano, espero verte en persona.

Ella solo asintió sin saber qué decir. No porque le caía mal Amalia, sino porque el calor que la abrazó de repente comenzó a molestarle. Cayó en cuenta que las imágenes del incendio se estaban apoderando de sus alrededores, pero Amalia se mantuvo inmóvil mientras el fuego crecía.

Dabria no pudo reaccionar, ya que enseguida sintió otro jalón. Gritó del susto o eso pensó. Abrió la boca, pero no emitió ningún sonido. Ante sus ojos vio una imagen de Uma con el ceño fruncido frente a una ventana, con la misma mirada oscura que antes le atemorizaba.

—Está viajando entre los sueños y la consciencia. —La boca de Uma se abrió y un pequeño hilo de humo dorado salió de ella—. La estoy viendo. Hola Dabria.

—Hola —saludó, pero apenas pudo escuchar su voz—. Uma.

El hilo dorado comenzó a amarrar el cuerpo de Dabria como una boa dejando sin aliento a su víctima. 

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 Uma se sentía derrotada al ver que no fue capaz de detener el viaje de Dabria por la inmensidad. Por primera vez en siglos, la muerte soltó una lágrima. Era el final de su periodo de tiempo como controladora de almas y la transición era el equivalente a esquivar un hacha de su verdugo personal. La impredecibilidad de la profecía no ayudaba en lo absoluto, ya que no era una pauta, sino un aviso de lo que ocurría y el correr del tiempo lo demostraba.

No había decisiones arbitrarias que marcaran el verdadero punto de inflexión. Merkest no se regía por aquel concepto, sino por las energías que se conectaban con la luna y los sueños. Por lo que Uma se sentía acorralada y su esposa no estaba siendo de ayuda. Una vez que el humo dejó ir a Dabria, le soltó la teoría más retorcida que había escuchado jamás.

—Ema está controlando todo —comentó Shara cruzada de brazos—. No sé si tendrá algún parentesco con Dabria, pero en definitiva está involucrada. ¿O acaso crees que es casualidad que Amalia perdió la consciencia?

—Ahora no, Shara —advirtió Uma con la vista fija en la ventana—, tenemos que despertar a Dabria.

—Tienes que dejar que transcurra el curso natural de sus poderes, estoy segura de que no terminarás como Ema —dijo intentando calmar a su esposa. Le dedicó una sonrisa y la miró a los ojos por un instante, aún seguían totalmente negros—. Te avisaré cuando despierte, puedes ir a hablar con Amalia y sacar tus propias conclusiones.

La muerte asintió sin más opción. No le dejaba de preocupar el tener a su heredera saltando de un sueño a otro sin control. Pero no había nada qué podía hacer ante el caos de los humanos y el mundo onírico. Le costaba admitir que su esposa tenía razón. Al final, era un plano más, en el que la consciencia de los despiertos divagaba y procesaban su día a día. 

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Dabria observaba con interés la escena que el escritor al que le pertenecía el sueño intentaba acomodar. Después de haber perdido a Uma, se apareció en una playa junto a un señor canoso en bata que sostenía una libreta. No le costó mucho darse cuenta de que intentaba crear una pelea entre piratas.

Se sentía como si estuviera en un teatro, salvo que la obra tenía la misma base, pero los diálogos cambiaban y los actores desaparecían. No había indicativo alguno de que notaban su presencia, por lo que se permitió disfrutar maravillada del espectáculo.

A pesar de sentirse bien, no pudo evitar pensar en la diferencia entre sus pesadillas y lo que las personas normales soñaban. Sin saber si se trataba de nostalgia o algún sentimiento referente a la tristeza, dejó que su cabeza paseara por aquel callejón al que le daba miedo visitar. Recordó su niñez, la Dabria pequeña que creía que tenía muchísima mala suerte y la misma que, de un momento a otro, dejó de soñar.

Tragó grueso al rememorar el evento que le cambió para siempre, aún le latía el corazón ante la mirada a aquel punto de su pasado. Sonrió cuando vio los ojos negros de Uma, aquella mujer que tanto temía le había salvado la vida. La realización hizo que sacudiera sus manos para intentar quitar el malestar que le provocaba viajar a lo ocurrido de esa manera. A pesar de que era capaz de analizar la situación de otro ángulo, para ella no dejaba de ser traumático y no evitaba que la pregunta que tenía la fuerza de enviarla por una espiral peligrosa surgiera en su cabeza.

El qué hubiera pasado si aquellas niñas no la hubiesen tirado por las escaleras retumbaba como pirotecnia un cuatro de julio. Quizás si no fuera latina en un país donde la molestaban por ser bilingüe y diferente, los chistes sobre ella serían otra historia. Tragó grueso y se repitió a sí misma que no podía pasarla mal por un presente que nunca iba a vivir. Esa era la vida que le había tocado, cada vez le resultaba más imposible actuar en contra de la mala suerte. El único consuelo que le quedaba era el prospecto de un futuro sin que la molestaran por mero gusto.

Los insultos provenientes de los piratas la trajeron de vuelta al sueño ajeno. Observó la pelea de espadas con atención para así concentrarse en otra cosa que no la hiciera sentirse mal.

Esta vez, la escena mostraba a dos piratas vestidos como si fuera Halloween, excepto que ambas caras estaban borrosas y le costaba distinguir sus facciones. No culpaba a quién imaginaba, ella seguro haría un trabajo peor si tuviera la capacidad de soñar. Por lo que pudo fijarse, ambos tenían el cabello corto de color castaño y lleno de arena.

—¡Atrás...! —gritó uno de ellos estirando el brazo que sostenía la espada—. ¡Soy William Shares y esta es mi isla!

Dabria no pudo evitar soltar una carcajada. Aquella frase le pareció inverosímil, en especial porque estaba segura de que ningún pirata diría algo similar y le daba la impresión de que intentaba imitar la época de los corsarios. Su risa cesó al ver cómo tres tentáculos verdes surgieron del agua y agarraron a William Shares. Ella no gritó, pero sí dio un par de pasos hacia atrás.

En otra ocasión Dabria se hubiera asustado. El hecho de ser invisible le daba un margen de tranquilidad. La bestia parecía no tener un cuerpo, ya que no pudo vislumbrar algo que le indicara el origen de los tentáculos. Juró que el monstruo lanzaría a William Shares lejos en cualquier momento, así que Dabria cerró los ojos para evitar ver el asesinato de aquel pirata.

El grito que tanto esperaba no llegó, en cambio, sintió una alteración de ambiente. Sus pies ya no tocaban la cálida arena y no sentía los rayos del sol tostar su piel. Abrió los párpados despacio para así ganar tiempo de reacción por si se encontraba en alguna situación que la asustara. Suspiró de alivio al verse rodeada de escobas y productos de limpieza. Había cambiado de sueño. 

¡Qué capítulo lleno de aventuras! Quiero hasta dormir a ver si conozco a William Shares. 

Pobre Uma, ¿alguna vez pensaron que una entidad como la muerte podría llorar? 

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