Capítulo 5

El tiempo corrió sin que Dabria se diera cuenta. Un día tenía dieciséis y al otro había cumplido veintiuno. Uma no volvió a aparecer desde aquel momento. Por lo que su vida se vino abajo hasta que, años después, le tocó acostumbrarse a la universidad. Ella no quería estar ahí, pero la idea de trabajar en el negocio de sus padres era aún peor.

Marina y Javier Díaz habían armado un imperio basado en los sueños, se iban de gira a dar charlas, firmar libros y a ayudar al mundo a entenderse mejor. O eso era lo que aparentaban, a Dabria le parecía que más bien era todo una actuación. Quizás porque aún no era capaz de soñar y le parecía absurdo el buscarle significado a algo carente de lógica.

Tenía casa para ella sola durante bastantes semanas seguidas, lo que hacía de sus días más amenos. Estudiaba historia por diversión ya que no pensaba ejercer de ello. Sabía que sus padres tarde o temprano encontrarían la forma de absorberla en el negocio familiar, así que decidió darse el lujo de al menos concentrarse en su interés.

Había llegado de la universidad un jueves, cuando decidió acostarse en el sofá y tomar una siesta. La necesitaba, ya que su plan era estudiar toda la noche para un examen de matemática, una clase que se vio obligada a tomar para los créditos generales del departamento.

Dabria cerró los ojos con los nervios en el estómago que no supo diferenciar entre ansiedad o hambre. Inhaló y exhaló un par de veces antes de sentir como una ráfaga de frío la arropaba de pies a cabeza. Intentó despertarse, ya que todavía no creía estar profunda. Pensaba en mover su cuerpo, separar los párpados o incluso pronunciar alguna palabra. Todo fue inútil.

Dabria cayó en cuenta de que sus alrededores comenzaron a cambiar. El olor a mar le llegó primero, después la sensación de estar pisando la arena y, por último, se encandiló con el sol. La playa atropelló los sentidos de Dabria como si hubiese estado parada en medio de la carretera. Pestañeó varias veces para eliminar los manchones de colores y, colocando sus manos sobre sus cejas a modo techo, logró observar lo que la rodeaba.

Detrás de ella había una palmera cuyas frutas eran cabezas, Dabria gritó tan fuerte como pudo hasta que sintió un leve dolor de garganta. Se abrazó a sí misma y miró a la pálida arena para intentar calmarse.

No reconocía las caras, pero eso le dio más miedo. Así no eran las pesadillas que cuando niña adoraba recordar, estas eran demasiado macabras. Logró dar un paso hacia atrás y se tragó las ganas de vomitar. Ignoraba qué hacer ante estas situaciones, ya que lo normal era despertarse.

—Dabria —dijo una voz femenina que no reconoció.

Sintió que le tocaban el hombro y se apartó de la persona sin verla. De repente, el olor a agua salada y el sol fueron cambiados por lluvia y la luna. Notó el cambio del suelo a pavimento bajo sus pies y la oscuridad de la noche la abrazó junto con el chillido de los grillos. Tragó grueso. Enderezó la espalda y, con mucha cautela, comenzó a avanzar.

Reconoció el típico paisaje de un vecindario suburbano americano a plena madrugada. Cada casa apagada como si estuviera vacía, el césped igual de cortado salvo una casa que por alguna razón parecía descuidada. Se le erizó la piel. Algo no andaba bien, no lograba identificar aquello que le perturbaba o si se trataba del miedo que no la había dejado tranquila. Juntó sus manos y comenzó a mover sus dedos en un patrón que solo ella entendía.

—Dabria, ¡eres tú! —Esta vez, se trataba de la voz de un hombre. Era un tanto grave y familiar—, siempre quise conocerte.

—¿Qué? —susurró aún sin darse la vuelta.

No entendía qué era lo que estaba pasando y el por qué esas personas sabían su nombre.

Comenzó a balancearse de un lado a otro mientras apretaba los puños y los aflojaba. Le estresaba no saber hacia dónde ir. Tragó grueso al ver que ahora se encontraba en una biblioteca.

Se repitió a sí misma que eran libros inofensivos. Dabria se relajó un poco y se acercó a una de las sillas de terciopelo rojo oscuro. No era tan fan de cómo se sentía la tela incluso antes de sentarse, por lo que se sentó a un lado en el suelo y abrazó sus piernas. Sin darse cuenta comenzó a mecerse y a reposar su cabeza sobre las rodillas. Quería despertar y así salir de la cadena de pesadillas que al parecer estaba envuelta.

No extrañaba los sueños en lo absoluto. Según su nuevo criterio, eran una mierda. Deseaba volver a cerrar los ojos y luego despertar sin problemas. Evitar el miedo cuando se supone que le tocaba descansar.

Uma abrió las puertas de roble y se adentró en la biblioteca. Habían comenzado más casos de gente falleciendo por unos minutos a una hora entera y necesitaba meditar antes de perder la paciencia. Los despiertos llevaban años jugando con aquellos eventos con la excusa de que investigaban, ella sabía que no encontrarían explicación alguna. Por suerte, no se había masificado la noticia, por lo que era una suerte de secreto a voces. La muerte se culpaba a sí misma, debía de haberse llevado a su heredera a los dieciséis tal y como lo había pensado.

Por el rabillo del ojo, notó movimiento en una de las sillas cerca de la ventana. Arqueó una ceja. Uma se acercó despacio para no asustar a Dabria, no tenía ni idea de cómo llegó ahí, pero la reconocería hasta con los ojos cerrados.

—Dabria —murmuró mientras se arrodillaba a su lado manteniendo un poco de distancia—, estás a salvo.

Su llanto se detuvo al escuchar la voz de Uma. Dabria se limpió las lágrimas con la manga del suéter y dejó de moverse por un instante. Apretó los párpados y suspiró.

—¿Uma? —preguntó, aunque sabía que era ella.

—Sí, soy yo —respondió y extendió su brazo hasta tocarle una de sus manos—, no sé qué te pasó, pero es hora de que tengamos aquella conversación.

Dabria asintió, pero no se movió. Quería interrogarla sobre su abandono y en parte agradeció que las palabras no le salieran.

La muerte observaba a su heredera con preocupación. Si tomaba en cuenta lo que le estaba ocurriendo a los despiertos, entonces eso podría significar que Dabria había muerto unos instantes mientras dormía. No había otra explicación, ya que nadie podía devolverle los sueños salvo ella. Siempre había sido así.

Incluso cuando ella solo era la diosa de los sueños, porque ese era su verdadero título y lo único que deseaba ser por el resto de la eternidad. Había llegado a esa conclusión hace unos años, cuando por fin dejó de buscarle salida a la profecía. La verdad era que no deseaba tener el mismo final que Ema, la muerte anterior. Extrañaba encargarse solo de los sueños y no tener la vida de los despiertos sobre sus hombros, pero el destino nunca la complacía salvo la vez que conoció a su esposa.

Uma se aclaró la garganta para alejar el recuerdo. Tenía que ocuparse de Dabria y explicarle cuál sería su nuevo rol. Estaba ansiosa por enseñarle el arte de ser la muerte. No tenía claro cómo sería el nuevo orden del mundo onírico, pero eso había decidido verlo sobre la marcha ya que cualquier cosa podría pasar. En especial cuando sus vidas dependían de una profecía ambigua.

Dabria posó su mano sobre la de Uma sacándola por completo de sus pensamientos.

—¿Cómo te sientes? —preguntó la muerte sonriéndole.

—Creo que estoy mejor —contestó, pero no estaba segura así que tragó saliva y continuó—: ¿pesadilla?

—Realidad —dijo Uma, apartó la mano para arrastrarse un poco más cerca de Dabria—. No sé cómo llegaste aquí, pero así supongo que lo quiere el destino.

Dabria asintió por inercia, en realidad no comprendía mucho de lo que estaba pasando.

—¿Esta es tu biblioteca? —Estiró las piernas y observó la ventana que daba hacia un jardín lleno de gente.

—Sí. —Soltó una pequeña risa—, es el palacio de los sueños.

—Eso explica todo —comentó con un tono que Uma no pudo distinguir, pero le pareció a enojo.

Se quedaron en silencio por un rato, ninguna sin saber qué más decir. Por un lado, Dabria se estaba calmando a medida que corrían los minutos y procesaba lo que le habían dicho momentos atrás. No sentía que era un sueño, ya que le dolía la cabeza y según lo que había leído de algún libro de sus padres, cuando estabas viajando mientras dormías no tenías tus sensaciones al cien por cien. En efecto, aquellas punzadas que atacaban su frente eran verídicas.

Uma, en cambio, intentaba con todas sus fuerzas sacar algún discurso suave que explicara la situación. Para ella, no había forma de decirle a alguien que sería la muerte, es decir, la encargada de llevarse las almas y de controlar las entidades fantasmales que merodeaban por la tierra haciendo de las suyas. Muchísimas formaban parte de su ejército que con guadaña en mano tomaban las almas que les había llegado la fecha de caducidad. No era mal trabajo, pero sí uno que cargaba mucha responsabilidad.

Hablar sobre la profecía le sonaba aún peor, porque el destino podía ser una mierda si se lo proponía. La muerte sabía lo complejo que podía llegar a ser el concepto del entrelace entre eventos y personas gracias a la visión de un oráculo. No era su primera vez lidiando con algo así y no sería la última si no moría cuando Dabria tomara su lugar. En ningún lado se constataba que Uma seguiría siendo la diosa de los sueños y, a pesar de tener un poder divino, no le gustaba dar todo por sentado.

Si Ema cesó de ser la muerte, eso podría significar que a Uma le deparaba el mismo final con todo lo referente a sus títulos divinos.

—Dabria, no sé cómo decirte esto —dijo rompiendo el silencio que comenzaba a alargarse más de lo que le gustaría—, pero serás la muerte.

Uma cerró los ojos esperando la reacción de su heredera, quién tenía la vista fija en el vestido negro que llevaba puesto como si fuera un uniforme.

—¿Por qué? —preguntó Dabria al mismo tiempo que sacudía la cabeza—, no entiendo a qué te refieres.

—Esto es el mundo onírico y tú eres mi heredera, Dabria —explicó la muerte un tanto tranquilizada al ver que al menos no salió corriendo—. Soy Uma, la muerte y la diosa de los sueños.

Los ojos de Dabria se abrieron y apretó los labios. Se levantó de golpe porque, aunque lo que decía esa mujer sonaba descabellado encajaba perfectamente con todo lo ocurrido en su vida. Desde que casi moría cuando cayó por las escaleras, el humo de diferentes colores y el que siempre estuviera con ella.

—No... —murmuró y se alejó un poco—. No puede ser.

Con una mano en el pecho como si eso pudiera detener a su corazón de palpitar como si hubiese corrido un maratón, buscó la salida con la mirada. Visualizó las puertas grandes de roble y mientras sacudía su cabeza se acercó a ellas. Le dio un empujón con la espalda, que para su sorpresa funcionó, y salió de la biblioteca sin rumbo alguno.

Se había roto aquello que pensó era su normalidad, ya se había acostumbrado a su ausencia y ahora le tocaba aceptar una realidad que no quería. Deseaba encerrarse en algún sitio tranquilo y procesar como siempre hacía después de un día duro. Aunque ya no estaba segura de sí era comparable una cosa con la otra. Apretó el collar en busca de calma mientras caminaba confundida por los pasillos. El desespero que comenzaba a ahogarla palpitaba en su cabeza e intentó con todas sus fuerzas encontrar cualquier cosa que le evitara caer en una espiral. Mientras deambulaba con la mirada perdida, comprendió que se podía tratar de un sueño y que su nueva meta sería lograr despertar y después cubrirse con su cobija de peso hasta que se sintiera mejor.

OHHH :D

Bueno, ahora las cosas se ponen buenas... Esperemos que Dabria y Uma logren hablar por fin.

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