Capítulo 4
Los días de Dabria se calmaron un poco, las niñas ya no se le acercaban y los poderes extraños no volvieron a aparecer. Incluso cuando el resto de sus compañeros le preguntaban cosas referentes a ser una bruja y le pedían algún hechizo, Dabria se mantuvo con la cabeza en alto. Al principio intentaba explicarles que ella no era una, pero al cabo de unos meses comprendió que no pararían. Por lo que, ya que a Dabria le parecía un sinsentido, decidió tragarse su enojo y no responder más. Tenía la esperanza de que a medida que pasara el tiempo todos olvidaran los rumores y pudieran, al menos, dejarla en paz para siempre.
Aún seguía sin poder soñar y cuando sus padres decidieron que era hora de que comenzara a ayudarlos con el negocio familiar, Dabria notó el peso de no poder ver los inventos de su mente mientras dormía. Tenía dieciséis cuando su padre, durante la cena, sugirió probar la hipnosis e interpretar lo que ella les contara para así poder encontrar la raíz del problema.
—Será rápido —comentó su padre cuando Dabria sacudió su cabeza ante la propuesta—, ¿nunca te has preguntado por qué dejaste de soñar?
—No —respondió con la vista fija en el salero que estaba en el medio de la mesa—. ¿Puedo irme? Tengo que estudiar.
Aunque sí tenía examen al día siguiente, necesitaba pasar un momento a solas. El cansancio mental y físico que suponía ir al colegio hacía que hasta la mínima conversación se sintiera como un suplicio. Si fuera por ella, dejaría de ir, pero en sus planes no estaba lidiar con las consecuencias sociales de abandonar los estudios en la adolescencia. Además, tampoco tenía claro qué hacer con tanto tiempo libre. Lo más probable era que, una vez sus padres vieran que ya no tendría ningún diploma que diga que fue a una institución a morirse del aburrimiento, la obligarían a trabajar a tiempo completo con ellos.
—¡Dabria! —dijo su madre con el ceño fruncido—. Tengo rato llamándote, sé que te molesta que te ayudemos en esto, pero creemos que es necesario.
—Perdón —se disculpó aun sin saber por qué, no tenía ni idea de dónde su madre sacaba aquello—. Estoy cansada.
Alzó la vista y notó que sus padres ya habían terminado, la estaban esperando. Suspiró, a ella le faltaba un poco todavía. La textura del pollo era diferente y si dependiera de Dabria no se lo comería, pero no quería darle la impresión a su madre de que no le gustaba. En teoría, no era culpa del sabor, sino de la sensación que le daba al meterse un pedazo en la boca.
—Quédate al postre que tu padre y yo tenemos una noticia muy importante —comentó Marina levantándose y agarrando los platos para llevárselos a la cocina—, merendaste mucho hoy, ¿no?
Dabria solo se limitó a sonreír. La pizca de curiosidad se veía mermada por las ganas de acostarse en su cama y taparse por completo. No quería una sorpresa ni noticia grande, porque no cabía razón para ello. Las fiestas todavía quedaban lejos, tampoco le mencionaron en ningún momento que estaban en busca de oportunidades y mucho menos había notado el ambiente como para ello.
Su padre, el gran Javier Díaz, maestro de los sueños, se levantó de su asiento con una sonrisa amplia. A Dabria le daba risa el título que se autoimpuso cuando el dueño de Sueños MD, S.A. le regaló el nombre. Al no ser un doctor de ningún tipo, tuvo que buscarse otro apodo. Incluso, lo de sociedad anónima no era nada más que parte del nombre de la empresa.
Dabria se quedó sola en la mesa, por lo que cerró los ojos por unos segundos para sentir un poco de calma.
—Hija, nos ha salido la oportunidad de publicar el diccionario que tu madre y yo llevamos trabajando durante años —anunció su padre sosteniendo una carpeta gruesa—, queríamos darte la sorpresa si el proyecto llegaba a algo.
—Nos haría ilusión que lo leyeras —añadió su madre dejando la torta de manzana sobre la mesa.
Uma observaba la escena detrás de Dabria, para que ella no la viera. Temía que sus padres la presionaran con soñar y que eso la afectara. No obstante, no se esperaba la reacción de su heredera ante dicha noticia.
—Me alegro muchísimo —respondió y les sonrió, no sabía qué más decir o hacer, pero eso parecía suficiente.
Su padre le entregó la carpeta, Dabria aún no tenía tiempo de procesar la noticia y lo que aquello podía implicar. Era algo inesperado, ya que a ninguno se le ocurrió al menos comentarle que pensaban volverse escritores. No comprendía el propósito de mantenerlo en secreto, era nada más un proyecto que los ayudaría en el negocio.
—Voy al baño un momento —anunció cuando comenzó a sentir un malestar que crecía cada segundo—, pero estoy orgullosa de ustedes.
Sin esperar respuesta alguna, se levantó y se apresuró al baño. Encendió la luz que la encandiló un poco y presionó su frente en el metal del grifo, sintiendo como el frío la ayudaba a relajarse. El sonido de la vajilla y su madre cortando el postre le recordó que no podía tardarse mucho si quería que su ida al baño pareciera normal. Jaló de la cadena y abrió el grifo como si se estuviera lavando las manos.
Volvió a la cocina con un paso más apresurado de lo que le hubiese gustado. Jugaba con el collar que le había dado la mujer desconocida años atrás, jamás se la quitaba. Tomó asiento, el postre ya estaba servido y tenía la carpeta a un lado. Antes de que sus padres dijeran algo, la tomó y la abrió para poder leer el manuscrito. Pretendió que leía con emoción, se pasó varios segundos en cada página mientras fingía una sonrisa. No era que no le importaba el logro de sus padres, era que no tenía la capacidad mental en ese momento para lidiar con la sorpresa.
Sintió que se le aguaban los ojos, no pensaba que fuera por la emoción. Así que cerró la carpeta y agarró la cuchara.
—Se ve genial el libro —dijo sin saber si sonaba entusiasmada, por lo que añadió—: ¡ya quiero tenerlo en mis manos!
Uma, que antes se había mantenido al margen y oculta de su heredera, caminó hacia detrás de los padres de Dabria. Humo blanco salió de su boca por un par de segundos, pero era lo suficiente para hacer que ambos adultos pestañearan con los ojos pesados.
—Yo también —comentó Javier Díaz entre bostezos—, creo que ya es tarde, el cansancio me está pegando ya.
Dabria alzó la vista y vio a la mujer cruzada de brazos detrás de sus padres. Le dedicó una sonrisa genuina. Por primera vez se sentía agradecida de tenerla cerca, ya que podría levantarse e irse a su cuarto con calma. Decidió terminarse el postre mientras sus padres se caían del sueño y, una vez acabó, se le ocurrió una idea.
—Mamá, yo pongo los platos en el lavavajillas, ustedes pueden ir a dormir que se ven muy cansados —sugirió Dabria levantándose de su asiento.
—Gracias —contestó su madre y bostezó.
Sin más preámbulos agarró todos los platos y se fue a la cocina. Mientras hacía su deber, escuchó a sus padres levantarse y abandonar el comedor. Suspiró de alivio.
—Dabria —llamó la muerte en el umbral de la cocina—. No hay nada que ellos puedan hacer para que recuperes tus sueños, solo yo tengo el poder de devolvértelo.
—Entiendo —comentó y cerró la puerta del lavavajillas—. ¿Podemos mañana?
Uma asintió.
—Gracias. —Dicho aquello, Dabria apagó la luz de la cocina y se fue a su habitación.
Le estaba comenzando a doler la cabeza cuando se acostó en su cama sin cambiarse la ropa. No encendió la luz, por lo que se mantenía a oscuras, pero era mejor así. Si veía alguna luz se sentiría peor. Debía quitarse los zapatos para poder terminar de arroparse al menos. Su cuerpo no le respondía. Lágrimas comenzaron a rodar por los lados de su cara y a empapar su pelo. No estaba tan segura de por qué lloraba, solo que lo había dejado salir en la soledad de su habitación. El ruido de la electricidad sonaba como siempre en sus oídos y por un momento se distrajo ante el pensamiento de que ahora tenía la oportunidad de hablar con la mujer.
Hacía años que no conversaban o interactuaban tan directo, porque Dabria era consciente de que ella estaba ahí. La veía de vez en cuando y la saludaba asintiendo en su dirección. Para ella, Uma, como recordaba que la llamó quién le regaló el collar, era lo único que sentía como algo constante. Así que tener la oportunidad de poder obtener más información sobre la extraña que la cuidaba le agradaba.
Se imaginó preguntándole sobre el mundo onírico, quién era ella y la mujer de la otra vez. Tenía demasiadas dudas acumuladas todos estos años que no estaba segura si le daría tiempo de formularlas o incluso procesar las respuestas. Esto último le preocupaba, ya que significaba adentrarse en aquello que todo el mundo veía como irreal. No era bruja, eso lo sabía. Había hecho su investigación en ratos libres, por lo que se creía experta al respecto.
La alarma hizo que se levantara de un brinco de la cama. Se había quedado dormida mientras lloraba. Colocó una mano en su corazón que latía apresurado del susto y, con molestia en los oídos, presionó el botón para volver a estar en silencio. Resopló. Su cabeza se sentía pesada.
Decidida a faltar a clase, se cambió la ropa por el pijama y se arropó hasta cubrirse por completo. Si Dabria pudiera explicarles a sus padres cómo se sentía, les diría que la atropelló un camión ya que tampoco se le ocurría otra manera de expresarse. Quedarse acostada hasta que vinieran a preguntarle le pareció lo más lógico. Tenía dieciséis y, según lo que había mencionado una de sus profesoras, a esa edad podías decidir abandonar los estudios para no graduarte del colegio, por lo que, si juntaba el mismo razonamiento, sus progenitores deberían respetar su decisión de no ir a clase.
Al poco tiempo, Marina tocó la puerta de su hija a ver por qué no había salido a desayunar o ir al baño.
Dabria se mordió el labio mientras escuchó que abrían la puerta y luego los pasos hacia la cama.
—¡Vas a llegar tarde! —exclamó su madre frunciendo el ceño—, tu padre compró croissants.
Respiró profundo. La conocía muy bien, ese era su desayuno favorito. Dabria se desarropó con lentitud.
—Hoy no voy, me siento mal —dijo sin mirar a su madre a la cara—, he faltado poco este año.
—¿No tenías examen? —interrogó y se cruzó de brazos.
Dabria miró a su madre por unos segundos a la cara y luego cerró los ojos.
—Voy muy bien en esa clase, además, podré recuperarlo —dijo sintiendo cómo las lágrimas volvían a salir—, solo por hoy, prometo ponerme al día.
—Tú sabrás —contestó y colocó una mano sobre el hombro de su hija, ella luchó contra el instinto de alejarse un poco—. No faltes más en lo que queda del curso que igual es un par de semanas y seguro son días más relajados.
Dabria asintió y le agradeció a su madre por dejar que se quedara en casa en vez de ir a clase. Cuando estuvo sola en su habitación se volvió a arropar hasta cubrir su cabeza y cerró los ojos. Destellos de luz aparecieron en su vista, casi como si fuera un sueño que desapareció cuando cayó, poco a poco, profundamente dormida.
Bueeeenooooooo, este capítulo es un poco más largo de lo que usualmente hago, pero me gusta.
¿Qué opinan de la Dabria adolescente?
¿Qué creen que hablarán Dabria y Uma?
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