Capítulo 2

Desde aquel accidente, el miedo se había implantado en Dabria como una mala hierba al suelo y, por mucho que intentara arrancarse el rastro, volvía a crecer. Su estancia en el hospital terminó siendo un verdadero martirio. Gritaba mientras dormía y siempre mencionaba que veía a la mujer de ojos negros, lo cual logró que los doctores pensaran que tenía estrés postraumático. A pesar de eso, ella sabía que lo que veía era real.

Lo que todos los adultos ignoraban era que la muerte de verdad iba a visitarla, para asegurarse de que su alma se mantuviera en su cuerpo. El problema era que Dabria podía verla y, a pesar de que Uma se escondía, muchas veces le tocaba espantar a entes que venían a molestarla.

Comenzó terapia una vez salió del hospital. Sus padres, siguiendo el consejo del psiquiatra, hablaron con su hija sobre cambiarla de colegio o estudiar en casa.

Dabria se negó, pidiendo volver y continuar en el sexto grado. Nadie entendía que la escuela significaba darle sentido a su vida y, además, ya había agotado el cúmulo de mala suerte que estaba segura tenía antes de caer por las escaleras. Incluso en terapia, aunque la ayudó a ir manejando las secuelas de aquel evento, no le ayudó a conciliar el sueño como debería. Se despertaba a mitad de la noche con imágenes de la mujer mirándola y después le era imposible dormir. Según sus padres, los sueños podrían estar diciéndole algo sobre su trauma. Incluso, le sugirieron anotarlos para luego analizar y así iniciarse en el negocio familiar. Dabria, en un arranque de frustración, comenzó a dejar de contarle las cosas a los adultos. Llegó a tal punto que su madre creció en desespero e intentó al menos que tuviera un buen cumpleaños número once.

—¡Mamá! —chilló Dabria con lágrimas en los ojos—. No quiero tomar una siesta.

Marina, su madre, suspiró. Quería que su hija descansara un ratito antes de la celebración, que consistía en un par de vecinos y familiares. No era mucho, pero después de lo ocurrido deseaba darle un momento de alegría a Dabria.

—¿Qué es lo que te provoca hacer? —preguntó cuando notó que su hija comenzaba a mirar sus manos sin parar de llorar—. Podemos jugar si quieres.

Dabria se quedó en silencio sumida en su cabeza, intentando pensar con claridad. No quería hablar, pero tampoco entendía el por qué. Su habitación se volvió fría de repente, aunque solo ella sintió el cambio de temperatura. Caminó hasta su cama y se arropó, reposando su cabeza en la almohada. Notó un alivio, ya que sí tenía sueño y sentía el cuerpo pesado. Su madre se acercó, le dio un beso en la frente y cerró la puerta dejándola sola.

—Dabria —llamó la muerte que estaba de pie en la ventana—. Feliz cumpleaños.

Uma caminó despacio notando como su heredera se tapaba la cabeza con la sábana. Aún le tenía miedo, cosa que ella achacaba a la edad y al mal dormir. Era común que muchos sintieran temor a la muerte, pero aquel miedo era relacionado al concepto abstracto de dejar de existir. Ningún despierto sabía, hasta que su alma llegaba al plano del más allá, que Merkest y sus áreas vastas existían.

—No te haré daño —dijo una vez se acercó lo suficiente.

Dabria apretó los ojos y los abrió. Respiró profundo y se destapó con la esperanza de que la mujer se había ido. Para su desgracia, seguía ahí.

—Dabria, no te asustes, yo me encargo de los sueños —explicó Uma sonriendo con la esperanza de parecer más amable—. Algún día podrás explorar el mundo onírico.

—No quiero. —giró la cabeza hacia el lado contrario.

La muerte sabía qué era lo que Dabria más deseaba por su cumpleaños y había ido hasta allá a cumplírselo. Como la profecía le pisaba los talones, aprovechó para interactuar y que se hiciera a la idea de que en algún momento ella ya no sería parte del mundo de los despiertos. El problema era que Uma no sabía cómo tratar a los niños y por eso no se la llevaba a Merkest sin más preámbulos. Esa era la salida fácil, ya que delegaría el cuidado de su heredera a su esposa y a los oráculos, pero eso significaría avanzar la decadencia que marcaba la profecía.

Miró a la niña una vez más, antes de entregarle el regalo. Durante unos segundos, la muerte sintió una especie de paz y cualquier pizca de deseo de quitarle el alma se esfumó. Humo dorado salió de sus ojos y cubrió la cabeza de Dabria, quién se removió en la cama y soltó un quejido. Prohibirle la entrada al mundo onírico resolvería sus problemas, ya que dejaría de soñar y a la vez no podría morir al menos de que Uma le quitara el bloqueo.

Dabria se quedó dormida al rato, siendo la escarcha dorada lo último que vio. Pensó que se trataba de alguien salvándola de la mujer o que su mente por fin había dejado de recordar aquel evento. La siesta se sintió como un abrazo, la energía y el cambio se notó al momento en el que su madre la despertó para el cumpleaños.

La celebración transcurrió sin más preámbulos, sopló las velas y durmió toda la noche. Desde ese momento la mejoría se tornó más notable y su teoría de la suerte se arraigó en su cabeza. Según Dabria, nadie podía quitarle su buena fortuna porque debía llenarla hasta el tope a medida que pasaran los años y sería ahí que algo demasiado bueno para ser verdad acabaría con sus niveles.

El llamado primer día de clase llegó y la seguridad de Dabria en sí misma era tan alta que estaba lista para dominar todo el sexto grado. Al poner el primer pie en el colegio sintió un vacío en el estómago que logró ocultar gracias a que llegó tarde y tuvo que ir corriendo a su nuevo salón. Temía encontrarse con las otras niñas que la empujaron la otra vez, pero por fortuna no las vio en todo el día. Deseaba preguntarle a algún adulto qué había pasado con ellas, no porque la venganza rondaba por su mente, sino por mera curiosidad. Quería asegurarse de no estar cerca de una escalera cuando las viese. Sin embargo, volvió a su vieja costumbre de permanecer en su mundo, calculando el balance entre la buena y la mala suerte.

Por su parte, Uma encomendó a un ente para que la cuidara y la mantuviera informada. Según habían descubierto los oráculos, Dabria comenzaría a mostrar ciertos poderes en relación con la muerte en cualquier momento y era crucial que se mantuviera a salvo. Hubo un periodo en el que a ella le pasó por la mente llevarse su alma y acabar con todo, pero se suponía que era el ser más sabio del universo. Lo cierto era que el peso de la profecía aplastaba la razón del círculo de Uma, logrando así infiltrar la duda sobre la veracidad de la vista al futuro. La decadencia la perseguía como un pato bebé seguía a su madre. Los muertos y los sueños comenzaban a mezclarse. 

¡Holis! sé que el capítulo es cortito, pero confieso que tenía como 4k de palabras. Así que lo he dividido en dos, porque naturalmente se divide entre dos eventos importantes lol. 

Espero que lo hayan disfrutado :D 

Dejaré estas preguntas por aquí, porque soy mala...

¿Crees que Dabria le dejará de tener miedo a Uma?

¿Qué habrá pasado con las niñas que le hicieron bullying a Dabria?

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