I Can Do It With a Broken Heart
—Nos dimos un tiempo —confesó Mal a Evie —. Decidimos apartarnos un poco, pero seguimos juntos —le dijo a Carlos —. Solo necesita procesarlo —le mencionó a Jay. Para todos los que le preguntaran Mal tenía una respuesta para evitar decir la que su relación perfecta y de ensueño se estaba desmoronando como un viejo castillo o escurriendo de sus manos como agua. Mal no iba a negarlo, había llorado lo suficiente para crear otro río en Auradon, pero no podía perder la fortaleza ahora, seguía siendo la orgullosa hija de Maléfica y no iba a permitir que un tonto novio destrozara su imagen.
Los primeros tres días se recluyó en su habitación ahogando el llanto en su almohada antes de que Evie se diera cuenta y cuando era la hora de volver a clases se obligaba a sí misma a fingir que todo estaba bien, o en su defecto, bajo control. Para todos era obvio que algo estaba pasando con la feliz pareja. Ben, el chico que se pasaba horas hablando de la chica de sus sueños se había quedado callado de la nada y parecía que una bruja marina le había robado la voz incluso cuando se trataba de asuntos del reino, en las entrevistas era directo y seco, una actitud muy extraña de su parte, pero nadie quiso cuestionarlo. Por otro lado, Mal cada día se veía un poco más desaliñada, mechones de pelo fuera de su lugar u ojeras más notorias, como breves siestas en clase hasta que los profesores se dieran cuenta y la sacaran del salón, o su nuevo hábito por gruñir y maldecir a cualquiera que se atravesara en su camino, incluyendo a sus amigos. Una vez, se cruzó con Ben después de un entrenamiento, en un intento vergonzoso y desesperado por saber si las cosas habían cambiado, levantó la mano para saludarlo, pero él se fue de largo, apenas mirándola por el rabillo del ojo. Si su corazón ya estaba fracturado, eso terminó por romperlo, pero aún podía mantener las piezas juntas mientras conservara el anillo de la bestia, una muestra de que Ben aunque estaba enojado aun la amaba en el fondo.
Entonces, la primera semana fue la más dura. Se quedaba despierta en la madrugada dibujando bajo las sábanas apenas con la linterna de su celular y un par de lápices, y al mínimo error de trazo rompía la hoja y comenzaba de nuevo hasta que amanecía y debía ir a clases. Evie más de una vez se había despertado sobresaltada por el ruido de las hojas al rasgarse bajo las garras de Mal o al oír la pluma ser destrozada entre los dedos de Mal. Al principio lo entendió, su amiga podía ser la cruel y malvada hija de Maléfica, la chica más ruda y feroz de Auradon o la Isla de los Perdidos, pero cualquiera que se tomara la molestia de conocerla en realidad sabía que todo eso solo era una fachada, una armadura para proteger el sensible corazón que latía en el fondo, el único momento para dejar salir su frustración y mostrar lo frágil que era en verdad era en el medio de la noche, donde nadie pudiera verla de frente. Sin embargo todo eso comenzaba a molestar a Evie, ella necesitaba su sueño completo de ocho horas para seguir siendo hermosa. Una vez, por la mañana antes de ir a la escuela, Evie detuvo a Mal cuando esta intentaba guardar lo que quedaba de sus lápices y hojas en la mochila.
—M, sé que esto es difícil —Evie puso su mano sobre el hombro de Mal. La pelimorada suspiro y dejó caer los hombres sabiendo lo que venía —¿Qué tal si vamos de compras más tarde y hablamos ahí?
—Bien —respondió monótona y se giró a verla.
—Déjame maquillarte hoy —le dijo y acarició su rostro, pasando el pulgar por debajo de los ojos —. Te ves horrible con ojeras ¿sabes? —trató de ser delicada. Mal hizo una mueca, pero accedió —. Y de una vez, voy a peinarte.
—Haz lo que quieras —se dejó caer en la silla.
—¿Qué tal has dormido? Sé que te quedas dibujando hasta tarde, pero...
—No lo suficiente si tienes que maquillarte para que no se noté —murmuró —¿Te molesto?
—No, digo, no me gusta que te quedes despierta tanto tiempo, vas a cansar tu vista y...
—Evie, está bien —respondió la ojiverde en voz baja —. Evitaré molestarte de madrugada. Necesitas dormir bien para verte bien ¿cierto? Por eso yo me veo asquerosa —bromeó, ambas sonrieron, pero Evie se mordió el labio mientras la terminaba de peinar.
(***)
Las clases fueron veloces, al menos para Mal que se había quedado dormida en el fondo del aula y Jay la encubrió cuando el profesor levantaba la vista para ver a la clase. Salieron y se encaminaron a la cafetería. El desayuno habitual de Mal solía ser dos sándwiches de lo que sea que sirviera el cocinero, un postre de fresa y una malteada, pero desde que habló con Ben apenas tenía estómago para un par de mordidas al sándwich y tal vez medio vaso de la malteada. Chico era el más gustoso de comerse las sobras de Mal y luego irse a ver a sus cachorros fuera de la preparatoria.
La segunda semana: Mal aprendió que no podía quedarse en la habitación despierta en la madrugada. No quería que su mejor amiga se metiera en sus problemas, ella no merecía cargar con las consecuencias de sus acciones tontas, así que sin poder conciliar el sueño en tres horas dando vueltas a la cama, mirando el cielo nocturno o contando ovejas, Mal salió de la habitación con sus pantuflas de dragón y bajó a la cocina. Ben le había enseñado una receta para facilitarle el sueño. Un buen vaso de leche tibia con galletas y en poco tiempo iba a caer dormida. La cocina de la preparatoria lo tenía todo, así que decidió sacar una bandeja y unos platos y comenzó a preparar la mezcla para una buena ración de galletas. Mientras revolvía la masa, no pudo evitar sollozar. Las estúpidas galletas habían comenzado todo. Si nunca le hubiera dado la galleta encantada a Ben no estaría metida en tantos sentimientos ridículos ni derramando lágrimas en su masa dulce. Maldijo cuando su vista se puso borrosa y un nudo se formó en su garganta. Lloró en voz baja e hizo de lado la masa para tomarse unos minutos y calmarse. Estaba molesta consigo misma por seguir siendo una llorona, pero no era capaz de controlarse.
—¿Postre nocturno? —preguntó Carlos en voz baja cerrando la puerta de la cocina detrás de él.
Mal se limpió rápido las lágrimas y pretendió solo estar cansada de hacer la mezcla.
—Sí, galletas ¿quieres? Creo que hice demasiadas.
—Aún no haces ninguna —comentó él como una broma.
—No te pases de listo —le ordenó Mal con una sonrisa. Ella se dirigió al refrigerador y sacó un galón de leche —. Voy a preparar leche de chocolate ¿quieres un vaso?
—Sí, ¿por qué no? —Carlos se lavó las manos y ayudó a Mal haciendo las esferas de masa y aceitando la bandeja para meterla al horno. Mal le dió su vaso y ella se sirvió el propio,ambos comenzaron a beber mientras esperaban a que las galletas estuvieran listas.
—¿Cómo estás? —preguntó Carlos robando una barra de chocolate, lo cual era su objetivo principal antes de toparse a Mal en la cocina.
—Estoy horneando galletas a las cuatro de la madrugada ¿cómo crees? Pensé que eras el más listo de nosotros —dijo para dar el último trago y después limpiarse los labios.
—¿Tú y...?
—Si lo que vas a decir es que hemos hablado, pues no. Eso es bueno también —murmuró tomando el anillo de la bestia y jugando con él en su dedo —. Mientras no me lo pida de vuelta significa que aún podemos hacer algo ¿no? Si lo nuestro se hubiera acabado, él ya me lo habría exigido de regreso ¿no lo crees?
Carlos había leído lo suficiente para saber que Mal estaba en negación, sabía que lo mejor que podía hacer era hablar con ella, pero aunque quiso hacerlo no pronunció una palabra y la dejó seguir con esa idea. Finalmente, las galletas estaban listas y después de beber un vaso de leche y comer un par de galletas ambos volvieron a sus dormitorios sin decir otra sílaba.
(***)
Tercera semana: Mal bajaba todas las noches a hacer algún postre o lo que sea, a veces se volvía a topar a Carlos, pero solo robaba una barra de chocolate, tomaba un vaso de leche y se iba. Mal estaba ansiosa, no tenía contacto con Ben de ningún tipo desde hace tres semanas y cada vez que pensaba en descansar solo podía pensar en él así que decidió distraerse de todas las formas posibles. Aunque los párpados le pesaran no se permitía dormir en clase, cuando su horario escolar terminaba se iba al salón de arte y tomaba un lienzo en blanco para pintar algo, lo que sea, cuando acaba lo garabateaba por encima y comenzaba de nuevo, cuando se cansó del arte volvía a la cocina y horneaba, cuando hacía demasiado comérselo ella sola, se iba a trotar por el campo de juego cuando el equipo de Tourney se iba.
Incluso estaba considerando unirse a uno de los clubes de la preparatoria antes de comerse por completo las uñas, verse como mapache o engordar veinte libras por todos los postres que estaba haciendo, necesitaba una forma de liberar todo lo que no podía sacar tan fácilmente. Era buena corredora, pero no quería darle cincuenta vueltas a un campo donde siempre estaría pensando en Ben. Una tarde, vió a Lonnie salir de una de las habitaciones cruzando el pasillo de los vestidores de los deportistas. Ella llevaba una camiseta con los colores de la preparatoria y el cabello recogido, la frente cubierta de sudor.
—¡Hola Mal! —saludó recuperando el aliento —. Evie me invitó a ir de compras con ustedes, espero no te moleste.
—¿Eh? —hasta donde recordaba, Evie ni siquiera se lo había preguntado a ella —. Oh, sí, digo no, no, no hay problema.
—¡Genial! ¿Me puedes esperar diez minutos? Solo voy a bañarme y podremos irnos las tres.
—Ah sí —Mal se sentó en la banca que había a la salida y sacó su celular, pero le generaba curiosidad ver lo que practicaba Lonnie, sabía que al ser hija de Mulán era habilidosa en varias actividades, y también sabía que ese día en particular no había entrenamiento de Espadas y Escudos o de los otros dos deportes que sabía Lonnie frecuentaba —¿Y que haces allá? —señalo con la cabeza hacía el salón de donde había salido.
—¡Oh! Ese es la sala de boxeo, tenemos todo el equipo ahí, puedes usarlo cuando quieras, solo debes registrarte al entrar y al salir.
—¿Boxeo?
—Es un deporte de golpear fuerte. Pensé que los chicos y tú lo conocían por... Vivir en la Isla, lo siento, creó que los prejuzgué mal.
—¿Golpear? No parece algo difícil.
—Creeme, tiene su truco —dijo Lonnie justo antes de entrar en las duchas —. Puedo enseñarte lo básico después, puede que te guste.
(***)
Cuarta semana: Mal se había obsesionado con el boxeo. Cada vez que quería gritar y llorar corría al salón de boxeo y golpeaba un saco hasta que los nudillos le quedaban rojos, y cuando eso sucedía iba al salón de arte y continuaba con una nueva pintura, si tenía hambre bajaba a la cocina y preparaba una tonelada de postres para sus amigos, incluso parecía que su dolor se había esfumado, pero solo estaba repartido entre un montón de cosas. Ben no la había buscado en casi un mes, pero Mal no quiso tomarle importancia. Sintió su corazón acelerarse y corrió al salón de boxeo. Se puso los guantes, amarró su cabello y se quedó ahí aún después de media noche, no había luz en el salón, solo la tenue iluminación de la luna desde el tragaluz del techo. La preparatoria era tan silenciosa como un cementerio, el único sonido era el eco que se producía después de cada golpe contra el saco.
Golpeó el saco con el puño derecho y unas gotas de sudor volaron hasta caer al suelo. Mal volvió a golpear ahora con la mano izquierda y jadeó. No sabía nada de Ben en un mes, recordó. Un mes. Ben no la había buscado para nada en todo ese tiempo, ni siquiera cuando se topaban por los pasillos él le preguntaba algo o la miraba siquiera, como si hubiera desaparecido de la faz de la tierra. Quiso llorar, apretó la mandíbula y escuchó sus dientes rechinar. volvió a golpear, ahora más fuerte que antes. Si no hubiera engañado a Ben con la galleta nada hubiera pasado, volvió a golpear, si no le hubiera mentido por tanto tiempo no estaría en esa situación, asestó otro golpe, si se hubiera mantenido firme no estaría pensando en un tonto chico, dio dos golpes más, si no se hubiera enamorado no estaría herida, tres golpeas más fuertes que antes, si su sentimiento de culpa no hubiera sido tan fuerte su corazón no estaría rotó. Mal gritó y asestó un último golpe contra el saco de boxeo que colgaba de una cadena, un fuego incontrolable había ardido desde lo más profundo de su interior y cuando parpadeó el saco de box estaba tirado en el suelo con la arena dispersa por el área. Jadeó con fuerza, se frustró y quitó los guantes, volvió a gritar y golpeó el suelo con el puño lo suficiente para hacerle sangrar los nudillos. Mal rebuscó en la oscuridad su celular, suplicando fuera lo bastante tarde para fingir que estaba dormida, pero solo era la una de la madrugada. Jugó con el anillo que resguardaba con recelo en su mochila antes de volverselo a poner en el dedo. Ben no la había buscado en todo el mes, ni una vez. El pensamiento la hizo volver a llorar, por primera vez no se había contenido contra una almohada, cubriendo su boca o regañándose a sí misma. Se sentó en el suelo, con la espalda apoyada contra la pared y continuó llorando. Le daba igual si uno de los guardias nocturnos la encontraba y recibía un reporte por estar afuera de su habitación en medio de la noche, simplemente no podía seguir conteniendo su dolor. Lloró un rato más hasta que una sombra se paró en frente de ella.
—¿Estás bien? —susurró Jay.
—¡Lárgate! —le ordenó, pero él no se movió —¡¿Eres sordo?! ¡Te dije que te fueras!
—Tu tontería de gritar cómo si fueras tu madre puede funcionar con los demás, pero no conmigo —dijo Jay lanzando su mochila a un lado y sentándose junto a Mal.
—Ya no puedo con esto —dijo con la voz quebradiza.
—Sí, si puedes —respondió Jay —. Eres la más fuerte de nosotros, esto no puede derribarte.
—Lo extraño —confesó —. Todo es mi culpa, yo busqué esto.
—Basta —ordenó Jay esta vez —. Eres la hija de Maléfica, la Emperatriz del Mal, Dueña de las Tinieblas. Puedes con esto y con más ¿quieres darle el gusto a ese idiota de que puede dejarte destrozada cuando quiera? —Jay sabía que estaba siendo demasiado fuerte con sus palabras, pero eso era lo que creía que necesitaba Mal en ese momento.
Mal respiró. Desde su separación se sentía perdida, su arte no la satisfacia de ninguna forma, la repostería la sentía desabrida y en el boxeo se creía débil. Todo consecuencia de su pena y dolor. Miró a Jay, la expresión dura pero preocupada.
—¿Qué haces aquí? —preguntó. Jay se ruborizó, pero por la oscuridad no se percibió, no quería burlas de Mal por ir a los campos de rosas en el reino para robar algunas.
—Eso no importa —Jay se levantó del suelo y ayudó a Mal a hacer lo mismo. La ayudó haciendo de lado el saco roto y limpiando la arena —. Piensa en lo que te dije y por todos los demonios, duerme un rato. Te ves terrible —le dijo. —le dijo, notando lo mucho que había cambiado. La Mal que él conocía, aunque gruñona, mantenía un toque juguetón que alegraba a todos. Ahora parecía medio muerta, con la piel más pálida de lo normal y visiblemente más delgada.
Mal levantó el pulgar y Jay se marchó con su mochila llena de rosas sin darse cuenta de que una se cayó. Mal la recogió y se pinchó con una espina, la gota de sangre resbaló por su pulgar y Mal simplemente la limpió con su toalla. Miró atentamente la rosa, sin ningún pensamiento en particular hasta que reflexionó lo que le había dicho Jay. Ella era la hija de Maléfica, se había enfrentado a innumerables problemas y había salido bien librada de todos y cada uno de ellos. Se planteó a sí misma una nueva perspectiva. Se esforzaria en demostrar que estaba bien, que nadie podía afectarla, después de todo ya llevaba un mes fingiendo que estaba bien, podía seguir así hasta serlo de verdad. No se iba a permitir tocar fondo de nuevo, se iba a esforzar por alcanzar sus metas y superar sus desgracias. Mal sacó del armario otro saco de box y comenzó de nuevo su rutina, en lugar de golpear sin control, decidió trazar un ejercicio claro para tener el manejo de sus golpes.
Ella era fuerte y aunque seguía destrozada, tomaría ese dolor para hacerse más fuerte, si en verdad el final de sus felices para siempre estaba cerca de ella, estaría lista y sería valiente para afrontarlo incluso si le tenía miedo al futuro.
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