Capítulo 8 | Ciclos que se repiten
En los ojos de Thomas podía ver el vacío. Se estaba esforzando por no demostrar ningún tipo de emoción que delatara el significado de lo que estaba por contarme para él. Si ambas Leticias eran la misma, y él la quiso, tuvo que haberle dolido perderla. Si había sido una Hija de Diana pura, ¿cómo era posible que fuéramos familia?
Me aparté de los barrotes. Esta visita estaba tomando un rumbo inesperado y no me apetecía afrontarlo con su rostro tan cerca y su olor a flores secas impregnado en mi nariz.
—Hazlo —cedí.
La esquina de su boca tuvo un ligero temblor. Se dio la vuelta y adhirió su espalda a la reja.
—Cuando todavía éramos humanos, nos conocimos. Ambos vivíamos en un pequeño pueblo minero no muy lejos de aquí, que recién estaba formándose. Leticia era hermosa, carismática y la hija mayor de sus padres. Ella y yo nos queríamos. —Hablaba en voz baja, como si estuviera recordando para sí mismo y en realidad no relatándome esa parte de su pasado—. Un día, llegó un extraño al pueblo, diciendo que esas tierras no nos pertenecían. Yo trabajaba en la mina, como la mayoría de los hombres, y durante mi turno el sujeto volvió acompañado de enormes lobos. Amenazaron a los que estaban y se robaron a varias mujeres, entre ellas Leticia.
—¿Me estás hablando de hace unos doscientos años? —pregunté—. ¿Leticia fue humana?
—Sí. La primera esposa de Clovis fue una impura que él mismo convirtió y la obligó a ser su esposa. Mi Leticia.
No me imaginaba a Thomas siendo minero, ni entre los primeros que explotaron estas tierras. Sin embargo, yo era testigo y prueba de cómo la vida podía cambiar de un instante a otro y de cómo podíamos transformarnos en personas diferentes. ¿Y si la historia que circulaba había sido falsa?
—Monique una vez me contó que te salvó del ataque de un Hijo de Diana, pero estabas malherido y por eso te tuvo que convertir. No había llegado hacía mucho al continente y quería tener un clan poderoso.
—Y yo la ayudé a lograrlo a cambio de recuperar a Leticia. Tuve que ser paciente, hasta que por fin la pude volver a ver y supe que tampoco me había olvidado. Desaté una guerra para rescatarla de esa isla.
—Las historias dicen que ella murió en esa guerra a manos de un brujo o de un cazador. Clovis incluso le pidió a Drake información sobre el cazador que supuestamente la asesinó.
Prefería ser directa y abordarlo de frente. Yo tenía hechos distintos en mi cabeza y lo que relataba los estaba poniendo en duda. No obstante, él también podía estar mintiendo y ser solamente una táctica para confundirme.
—Fue para despistar. Clovis no necesitaba ningún requisito para aliarse con Drake. Que los cazadores y hechiceros aceptaran firmar tratados con Monique generó suficiente odio en él. No pudo matarme. Yo sé la verdad de lo que hizo y por décadas contó la historia a su conveniencia. No demasiado difícil si mantiene a su manada aislada. —Decidió volver a girarse para mirarme—. ¿Tú viste qué decía lo que Drake le entregó a Clovis?
Lo medité por un instante. No, no lo había hecho. Kevin fue quien me explicó y lo que dijeron pudo haber sido falso. ¿Todo había sido un teatro para que fuera más sencillo de convencer a los Pólux de no cuestionar su apoyo a Drake?
—También se dice que tú te obsesionaste con ella. Por cómo me has tratado, no es difícil de creer —razoné.
Thomas había demostrado lo inestable que era en indeterminadas ocasiones. Fue agresivo conmigo, quiso beber de mí e incluso trató de violarme durante la primera vez que me infiltré en el clan. ¿Yo era pariente de quien supuestamente amó y aun así me había hecho eso?
—Tengo una foto de nosotros. Está en la cabaña que Drake construyó para ti, detrás de un cuadro de la cocina. Fue cuando le pedí que se casara conmigo.
—¿Cómo es que soy su pariente? ¿Acaso...?
No fui capaz de terminar la pregunta. Me dio asco el hecho de pensar que quizás ellos habían tenido hijos y ser yo descendiente de uno de ellos. ¿Mi tatarabuelo o algo así queriendo conmigo?
—La hermana menor de Leticia es una de tus ancestros. Ella nació, vivió y murió siendo humana —aclaró—. A pesar de cómo la herencia genética se va diluyendo, tu olor y rasgos son parecidos a los de ella.
Por eso yo lo hacía perder el control. En su mente retorcida, me vio como un reemplazo, o una segunda oportunidad para estar con ella. Triste y perturbador. En sus ojos todavía podía ver ese anhelo.
La información que me había dado era impactante y ameritaba comprobar su veracidad. Los Pólux, Laila y sus hermanos, habían vivido con una mentira.
Ya no podía continuar allí.
—Dime de la lanza —pedí para poder marcharme.
—Mata a Clovis. Haz lo que yo no pude hacer.
Se desconocía su paradero. Los cazadores lo buscaban precisamente para eso; para ejecutarlo y ponerlo como ejemplo para minimizar el riesgo de futuras traiciones. Y sabiendo cómo era la forma de operar de los cazadores, seguramente haría que sus hijos, los Pólux y todo Hijo de Diana posible fueran espectadores de la muerte.
—Yo no tengo ninguna deuda contigo, Thomas. Si me dices de la lanza, cae Drake y, por ende, Clovis y sus aliados, los mismos que permitieron que acabaras aquí.
—Darwin fue quien me entregó a cambio de la supervivencia del clan.
Era inútil. No obtendría nada de él. Quiso desahogarse, porque era consciente de que difícilmente iba a poder salir de allí. Las aleaciones que usaban los Arcturus impedían que esos barrotes pudieran romperse, como las puertas de las celdas provisionales de los Cephei. Drake ya no lo necesitaba y su clan le había dado la espalda. Además, con la falta de sangre estaba cada vez más débil.
Pese a su pasado, no se merecía mi compasión. Décadas de acciones despiadadas y ríos de sangre inocente no desaparecían por un pasado trágico. Eso no era excusa para el ser en el que se convirtió. No era excusa para nadie.
—Ojalá nunca salgas de aquí —sentencié.
Me dispuse a irme. Sin embargo, a unos cuantos metros de distancia, Thomas soltó la recompensa por haberlo ido a ver.
—Está en el territorio de los Ypres.
No me regresé, porque seguramente esa era su intención. No quería dejarme ir, o, más bien, deseaba continuar aferrándose a la imagen encarnada de Leticia. Saber que la lanza no estaba en el complejo de los Arcturus, sino en la montaña de los Ypres, era un buen punto de partida.
Dejé la prisión subterránea atrás y fui por el vino, como se suponía debí hacer en primer lugar. Sin dudas Corinne y Emily ya debían estar preguntándose por mi paradero. En el proceso, me cuestioné si debía hablar con Laila sobre la historia de Thomas. Ella era la guardiana del conocimiento custodiado por los Pólux y la encargada de los suyos, mientras Alejandro, el sucesor de Clovis, aparecía. De por elegir, yo sabía que Laila escogería la verdad. El detalle era que se trataba de un tema delicado y sin pruebas, como la foto que mencionó el Descendiente de Imm, no podría a prueba nuestra amistad de esa manera. Ni siquiera yo me atrevía a confiar del todo en lo dicho por Thomas.
Llegué a la cabaña justo cuando Corinne y Emily salían de la misma. Lucieron aliviadas al verme.
—Creíamos que te habías perdido —dijo Emily.
—O metido en problemas —añadió Corinne.
—Solo quise sentarme un rato bajo la luna. Disculpen por hacerlas esperar —respondí. Alcé la botella las dos botellas de vino tinto frente a mí—. Como recompensa traje una botella adicional.
Y esa noche iba a tratar de digerir con el alcohol la nueva información dada por Thomas. No podía compartirla, sino guardarla para mí hasta llegado el momento correcto. Me pregunté si Daria sabía del pasado de su esposo y hasta qué punto estaba de acuerdo con todo. Si no entregada a Clovis, ni cooperaba con los cazadores, iba a tener el mismo destino que él.
El vino hizo que el ambiente dentro de la cabaña se alivianara. No hubo más Corinne consejera, ni Emily insegura. Y quizá hasta me permití disociarme de mi situación actual. De la angustia. De la rabia. De Drake. No había nada que pudiera hacer por el resto de la noche. No podía transformarme y escapar de las instalaciones de los Arcturus para ir a la montaña de los Ypres. Debía enfocarme en reposar para tener la energía que me haría falta y no caer presa de mi desespero.
En algún punto me quedé dormida, en medio de una conversación de Corinne y Emily sobre hierbas que propiciaban la concepción. Me desperté todavía sentada en el suelo y con los brazos y cabeza sobre la cama. Emily dormía a pocos centímetros de mí.
—Creí que eras de las que se despertaban temprano.
Terminé de reincorporarme y miré a Corinne sentada en su cama. Estaba comiendo parte de las sobras de la noche anterior, ya aseada y con el cabello en una coleta alta. Antes de responderle, ojeé a través de la ventana. El cielo recién se iba aclarando. Más bien parecía que ella era de las que casi no dormía.
—¿Para qué? ¿Ser productiva? —Estiré mi espalda. Las vértebras crujieron—. Parece que tú no dormiste.
—El vino no me cae bien.
Continuó comiendo y yo fui a darme una ducha. Ya casi era hora de irnos y me quedaba analizar cuál sería el mejor momento para separar mi camino del de Corinne e ir hacia los Ypres. ¿Antes de subirme al transporte? ¿Durante el trayecto? ¿Llegando? La situación fuese más sencilla si solo fuéramos las dos, sin escolta, corriendo por el bosque. Pero, claro, mi pasado con Drake y la sentencia de los hechiceros no harían eso posible. El hecho de estar allí era romper el acuerdo.
Al salir del baño, me encontré con Emily murmurándole a Corinne. La cara de la rubia y que la hermana de Kevin se callara al verme, hicieron imposible que lo ignorara.
—¿Pasa algo? —pregunté.
Corinne dejó de sostener las manos de Emily y se puso de pie para encararme.
—¿Anoche volviste a bajar a las celdas? —cuestionó—. Thomas Siden está allá abajo. Él también fue cómplice de Drake y te vieron saliendo de los túneles. Dime que no cometiste esa estupidez en la situación en la que estás.
—Uno de los guardias me buscó para ir. Necesitaba la respuesta que Samuel no quiso darnos.
—Eres una inconsciente. Hay demasiada tensión y los ojos están puestos en ti. Es sospechoso que hayas ido. Ya no...
—Ya vienen —interrumpió Emily—. Tienes que irte. Ve por tu hijo.
La pareja del alfa de los Arcturus hizo a Corinne a un lado y me sujetó el brazo para halarme hacia la ventada que dada a la parte trasera de la cabaña.
—Vete. Así lo quiere Diana —añadió ella.
Antes de que pudiera pensar en otro camino, para que ellas no fueran tomadas como cómplices, complicando incluso más su propia situación, se oyó el crujir de la madera y luego los golpes en la puerta.
Solo me quedó actuar, con la imagen de Ethan en mi mente y la urgencia de salvarlo. Abrí la ventana y salté por ella, mientras a mis espaldas escuché cómo abrían la puerta.
—¿Dónde está, Vanessa?
Era Samuel. Estaba molesto. Conocía suficiente su carácter como para suponer que no escucharía mis razones, ni me dejaría volver con los Cephei. Seguramente llamaría directamente a los cazadores para que fueran por mí. No podía quedarme y arriesgarme a que eso ocurriera. Incluso Emily había evitado que sucediera.
Corrí de frente para perderme detrás de otras cabañas. Llegué al comedor. Tenía poco tiempo para escapar. Con cada minuto que pasaba, Samuel movilizaba a su manada. Alcancé la esquina de la construcción y me asomé. Desde allí podía ver el estacionamiento y la salida del complejo. El portón hecho con gruesos troncos estaba cerrado y difícilmente lograría abrirlo. Sin embargo, cerca y pegado al muro hecho con el mismo material, había una torre de vigilancia. Era lo suficientemente alta como para saltar hacia el bosque desde ella. El detalle era el vigía, pero esa era la mejor opción.
Después de ocultarme para esperar a que un grupo de Arcturus armados pasaran en dirección al portón, aposté por la torre. Me escondí lo más que pude entre los edificios y vegetación, atenta hacia dónde miraba el guardia antes de avanzar. Pude llegar a las escaleras sin ser detectada y ascendí por ellas. Debía ser rápida. En ese punto estaba vulnerable.
A pocos metros de alcanzar la cima, el Arcturus se asomó por el costado y me apuntó con su arma.
—Alto ahí. No te muevas.
Me apuntaba a la cabeza. Todo eso era una locura, pero no había cabida para retroceder. Cancelar la huida significaba suicidio y no podía resignarme a morir sin que Ethan estuviera en manos que lo cuidaran.
El Arcturus era joven. Y lo único que debía hacer era portar esa arma y tocar la alarma si notaba algo extraño. Sus manos temblaban. No iba a dispararme.
—No tengo por qué lastimarte. Solo déjame subir —dije—. ¿Sí sabes quién soy, cierto?
—Acaban de ordenar que hay que atraparte.
—¿Y qué crees que sea mejor? ¿Entregarme viva o muerta?
Sin apartar los ojos de él, continué subiendo. No iba a tirar del gatillo. No a esa altura. Podía ver la indecisión en su rostro. Tampoco quería pelear conmigo, pero iba a tener que hacerlo.
Llegué a la cima. Él dio unos pasos hacia atrás. Alcé las manos sin que me lo pidiera. Permití que me diera ese primer golpe con el reverso del rifle. Fue en la sien y me tiré al suelo.
—Quédate ahí —exigió.
Me quedé quieta. Tomó su radio y avisó sobre mi presencia allí.
—Diles que él también viene —murmuré.
El sujeto bajó el aparato y me miró confundido.
—¿De qué estás hablando?
Me reincorporé. Mi cabeza palpitaba. Estaba esperando por mis palabras.
—De Drake. Sabe que estoy aquí y ya viene. Puede oler mi sangre.
Las historias sobre Drake ya se habían esparcido. Lo que había hecho y en lo que planeaba convertirse. La ayuda del brujo. Su fuerza. La sangre derramada. Su lazo conmigo. Y el miedo en la expresión del joven Arcturus indicó que también estuvo atento a ellas.
Ladeé la cabeza y le brindé una sonrisa sombría.
—Viene por el bosque. Por ahí. Serás el primero que mate.
Levanté el brazo y señalé hacia el frente. El guardia estaba dudoso, pero retrocedió hacia la cara de la torre que daba a los árboles, justo por donde debía saltar. Todavía tenía el rifle apuntándome, sin embargo, su atención se había dividido. Su posición ya no era la correcta para disparar. Ojeaba hacia el bosque, del otro lado de la cerca y poco más allá, esperando detectar algo. Después de todo, ese era su trabajo. Y, convencido por la certeza en mis palabras, cayó ante la posibilidad de ser quien se llevara el mérito de alertar sobre un ataque del traidor.
Aproveché los segundos que tendría a mi favor. Saqué de mi bolsillo una daga que me robé de la mochila de Corinne durante la noche. En el instante en el que el Arcturus volvió a girar hacia los árboles, me desplacé. Cuando se dio cuenta, fue tarde. Antes de que pudiera acomodarse para disparar, detuve el rifle con una mano y corté su rostro con la otra. Reaccionó bloqueando mi brazo para evitar que la herida fuera profunda. Envié todo mi peso a una pierna, y con la otra le di una patada en las costillas. Me sujetó el pie y lo que hice fue cambiar de mano la daga. Rompí la correa del rifle.
—Mierda —exclamó.
En un fallido intento de que su ventaja sobre mí no terminara en el suelo, soltó mi pie. Empujé el rifle fuera del alcance de ambos.
Retrocedí. Su mejilla sangraba. Necesitaba que se quitara de allí. Y no podía demorarme.
Agarré con firmeza la daga y fui la primera en volverse a acercar. Traté de herirlo desde varios ángulos, pero fue capaz de frenarme. No tenía tiempo para eso. Buscó sujetarme el cabello, mas pude zafarme y puse de nuevo distancia entre ambos.
Podía oír pisadas aproximándose. Por supuesto, para él sí era útil alargar nuestra pelea lo más posible, mientras llegaban los refuerzos.
Tuve que cambiar de estrategia. Regresé la daga a mi bolsillo y pretendí ir por el rifle. Eso sí provocó que dejara de jugar a la defensiva y se apartara de su puesto. Antes de poner mis manos en el arma, me di la vuelta y con el impulso me subí al borde de la torre. Tomé la daga otra vez y la lancé hacia el Arcturus, para descolocarlo y darme unos segundos más para huir. Por reflejo, el Arcturus esquivó la daga en lugar de dispararme. Con eso, salté por encima de la cerca hacia el bosque, pasando a mi cáscara lobuna en el proceso. Apenas mis patas hicieron contacto con la tierra, empecé a correr.
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