Capítulo 28 | El camino que trazamos
Me desperté con el residuo de la sensación de estar cayendo. La brillante luz artificial me desconcertó, pero no tardó en regresar el recuerdo de haber sido atrapada y del sonido de su voz.
Me senté y pretendí sacar mis piernas por el borde de la cama, sin embargo, me detuvo el percatarme de no estar sola. Drake me observaba desde el extremo opuesto de la celda.
A pesar de encontrarse en su aspecto humano sentado en el suelo, había algo en él que generaba automáticamente rechazo en mi organismo, incluso a esa distancia, y más de lo que producía un vampiro o Maldito de Aithan. Era Drake, pero había algo más a su alrededor y en su expresión; ya visible estando en su cáscara humana. No lo había vuelto a tener de frente desde que me mató.
—¿Dónde está Ethan? —pregunté lo que más me importaba.
—¿No es mejor que preguntes por qué no estás muerta? —replicó.
Estábamos en una celda de los Cephei; idéntica a donde estuvo Alan hacía mucho. La puerta estaba abierta junto Drake, pero sabía que intentar escapar no era una opción en ese momento.
—¿Te refieres a muerta de nuevo? —inquirí—. A estas alturas tus explicaciones no me interesan.
Sonrió con cinismo. Se levantó y avanzó hacia mí.
Tuve el impulso de retroceder, sin embargo, atravesé ese miedo y coloqué ambos pies sobre el suelo. Sujetándome del borde de la cama para controlar cualquier estremecimiento involuntario, me senté erguida para encararlo.
—No pude hacerlo, así que te tendré aquí como prisionera hasta que lo solucione —dijo de todas formas. Se agachó para quedar a mi altura y colocar su pulgar bajo mi mentón—. De aquí no saldrás con vida, Vanessa.
Apreté el colchón, mas no aparté la mirada. De nuevo, se afianzó el hecho de que ese no era el mismo Drake que me mordió y enamoró. Ese Drake ya había sido cubierto por completo por una impenetrable capa de oscuridad. El no haberme supuestamente podido matar solo era un espasmo agonizante de lo que fue.
—Cuando lo hagas, ¿todo lo que haces seguirá teniendo sentido? Admite que desde el principio se trató de tu propia ambición y egoísmo, y no de crear un mundo mejor para nosotros.
Mis palabras lo hicieron soltarme y retroceder. Toqué un punto sensible; lo vi por un segundo en su expresión—. En un rato traeré a Ethan para que te despidas. Pronto será el ritual.
Ni una pizca de emoción, ni remordimiento hubo esa vez en su expresión o voz. No le importaba que implicara que pronto sacrificaría a nuestro hijo para pagar el precio de la inmortalidad.
La indignación encendió la rabia que me empujó fuera de la cama hacia él. Drake salió de la celda y cerró la puerta antes de que yo pudiera llegar. De todas formas, le di un par de golpes a la puerta, deseando que se tratara de él.
—No ganarás. Vendrán por mí y te detendremos. Yo misma te mataré —solté con furia.
Se quedó por unos instantes observándome a través de los barrotes del visor de la puerta. Cuando le di otro golpe fue que se dispuso a hablar.
—Le he dado vueltas cientos de veces a cada momento que nos trajo hasta aquí, y no sé precisamente cuándo todo se desvió tanto —murmuró—. Que sea lo que tenga que ser.
Cerró el visor antes de irse. Yo permanecí un largo rato frente a la puerta, sin poder hallar una solución y con una impotencia asfixiante creciendo. Confiaba en Alan y en que vendría por mí, pero, ¿cuándo? ¿Sería a tiempo?
Josh estaba muerto. Aunque Alan fuera el siguiente en la línea de sucesión, lo más probable era que se encontrara con cierta resistencia en la manada. Por quién era él y la fricción con los cazadores. ¿Buscaría suplantarlo? ¿Perdería miembros a manada? Por más que lo deseara, yo no podía estar en la cima de la lista de atención inmediata.
Alan no podía venir por su cuenta por mí. Sería suicida.
Concluyendo que Drake tardaría más que un rato en traerme a Ethan, regresé a sentarme en la cama. Había sido aseada y llevaba puesto un suéter que recordé de mi clóset. Claro que registró mi habitación.
Me recosté. No podía escuchar nada del exterior de la celda. No podía estar segura de cuánto tiempo transcurría. Sentía hambre y sed. No había comido ni bebido nada desde la noche anterior, cuando Kevin murió. ¿O ya había pasado más de un día? ¿Dos?
El ruido de la puerta abriéndose hizo que me reincorporara. Me preparé para volver a recibir a Drake, pero, en lugar de él, ingresó Zigor. Tenía puesta una túnica blanca que arrastraba por el suelo y cuyo color hacía contraste con las líneas negras que ascendían por su cuello hasta el borde de su mandíbula.
—¿No te cansas de ser una molestia, Vanessa? —fue lo primero que dijo.
—¿Drake sabe que estás aquí?
—¿Todavía piensas que eso haría una diferencia? —Cerró la puerta—. Y aún así, sigues siendo un dolor de cabeza.
—Si vienes a hablar conmigo, en vez de estar preparando tu ritual, por algo será.
El brujo avanzó hacia mí.
Mi cuerpo se tensó, sin embargo, permanecí en mi sitio. Aunque pronto ya no sería de esa manera, y por más que quisiera hacerme creer lo contrario, él todavía no podía dañarme. No con gravedad, porque lo hubiese hecho hacía mucho.
Extendió su mano huesuda con uñas amarillentas hacia mí. Así como la esencia de Drake era cada vez más consumida por la oscuridad, el aspecto de brujo iba tornándose más escalofriante.
Zigor tomó uno de los mechones de mi cabello, enfocando la atención hacia abajo. Me volví más consciente de mis respiraciones.
—La primera vez con Daniel Aldrich me equivoqué y creí que con Drake sería más fácil. Cuando el íntegro sucesor de los Cephei perdió el control y te mordió, creí que con el aislamiento el vínculo entre ustedes se rompería. Pero después percibí algo más. —No dejaba de mirar hacia abajo. No entendía si era mi suéter, mis pantuflas, o solo visualizando sus recuerdos—. ¿Tanto le temen los dioses a crear a alguien cercano a ellos?
A un Drake inmortal, como un dios, con un brujo trazando el camino. Parecía sinónimo de destrucción y caos.
—¿Qué es ese algo más que mencionas? —pregunté.
—Eso ya no importa. —Colocó su otra mano en mi abdomen—. Si esta vez falla, regresaré por lo que cargas aquí.
Sin haber terminado de procesar sus palabras, retrocedí. Con sus manos lejos de mí, yo misma llevé las mías a la zona que tocó. No podía ser cierto lo que interpretaba mi cerebro.
—Quizás es pronto para que lo sientas, pero allí está. Un nuevo ser ansioso por existir —agregó.
Un bebé de Alan y mío.
Zigor no podía estar diciéndolo solo para atormentarme. No había forma de que supiera sobre mi acercamiento con Alan, mucho menos de lo sucedido en la selva.
Un bebé en el preámbulo de una posible guerra. Un bebé que podía profundizar el desprecio de Drake.
—Quita esa cara de miedo. Drake no lo sabrá por mí. Como dije, será mi plan alternativo si este fracasa.
Como si eso fuera alentador.
—No deberías estar aquí —murmuré.
—¿A cuál de tus dos hijos escogerás? ¿Intercambiarías a Ethan por la salvación de este?
Solo un ser abominable como él podía encimar la conversación en esa dirección. Detener a Drake no podía ser sinónimo de condenar a una criatura que ni siquiera había nacido todavía.
—Te dejaré para que lo pienses. Solo recuerda que, no importa dónde estés, encontraré a ese bebé si lo necesito —declaró para luego mostrar una sonrisa complacida.
Cuando se retiró de la celda, sucumbí a la debilidad de mis piernas y me senté con brusquedad. Ya no solo debía cuidar de mí, sino de la vida que se formaba dentro de mí. Esa noticia cambiaba el panorama, siendo un impulso más por el que no podía rendirme. No podía dejarme morir.
Pero sin descartar el bienestar de Ethan. Lo que había que hacer era hallar una manera de acabar con Zigor también. Quizá con Jullie, con el arma que le robamos a los cazadores, o incluso la participación de los hechiceros. No podía ser imposible.
Me concentré en esa esperanza para cubrir el miedo. No era momento de mostrarme débil. También tenía que evitar que Drake sospechara que había algo —además de él— perturbando mis pensamientos.
Un bebé con Alan. Inesperado, mas sin opacar la ilusión y ternura que implicaba el saberlo. Esperaba poder contárselo a Alan pronto. Ansiaba ver su reacción.
En medio de imaginar futuros escenarios hipotéticos, como consuelo de estar tan lejos de él en ese momento, la puerta de la celda volvió a abrirse. En esa ocasión sí se trató de Drake.
—Te traje comida y agua. Lo pondré aquí mientras tanto —indicó dejando la puerta entreabierta al ingresar.
Drake colocó un plato y vaso sobre la mesa del rincón. Después, regresó a la puerta. La abrió un poco más y allí percibí que no había ido solo. Me puse de pie, llena de expectativas y ansias.
—Puedes entrar —dijo sin apartar sus ojos de mí.
Sin embargo, cuando Ethan entró, solo él se volvió dueño de mi atención. No como un niño humano, sino como un Hijo de Diana en su forma lobuna. Pese a ser la primera vez de ver su transformación, supe que era él. Con su tamaño aún pequeño, acorde a su edad, y pelaje oscuro con destellos de blanco.
Ethan avanzó con lentitud. Examinaba cada detalle a su alrededor por unos instantes, cabizbajo, y luego regresaba su mirada a mí. Me puse de cuclillas y extendí una mano hacia él, buscando transmitirle más confianza, y esperando que me hubiera reconocido. Desconocía la intensidad de las sensaciones de un niño familiarizándose con su forma lobuna, pero mi experiencia como convertida había sido caótica.
—Hola —susurré—. Todo está bien.
Olió mi mano antes de acercar su cabeza a ella. Lo acaricié, aguantando las ganas de llorar.
—Está así desde que Zigor lo trajo —comentó Drake manteniendo la distancia.
—Seguro te asustaste mucho. ¿Cierto, Ethan? —dije con suavidad, como si solo nos encontráramos nosotros dos en esa habitación—. Está bien tener miedo, pero ya estoy aquí.
Ethan lamió mi muñeca. Avanzó más hasta que pude abrazarlo. Lo sostuve contra mi pecho, mientas continuaba acariciando su pelaje y murmurando que todo estaba bien.
Rodeado por mis brazos, Ethan cambió de forma. Su tamaño disminuyó y la mayoría del pelo fue reemplazado por solo piel. Lo apreté más contra mí y sentí sus manos aferrándose a la tela de mi suéter.
—Me quiero ir —masculló.
Miré a Drake, quien seguía siendo solo espectador. Era también la primera vez que estábamos los tres juntos. Una Vanessa del pasado se había imaginado ese momento muy distinto. Ahora Drake era como un extraño, ajeno a su propio hijo. Si Ethan, su sangre, no parecía despertar algo en él, nadie lo haría.
—Todavía no —fue la respuesta que dio Drake—. Te quedarás aquí hoy.
Ethan no dijo nada, ni yo tampoco. Solo continué abrazándolo. Pensé en lo confundido y asustado que debía estar. En el trato frío de Drake. En las intenciones malignas de Zigor.
En silencio, Drake salió de la celda. A diferencia de la vez anterior, dejó el visor de la puerta abierto. Pude escuchar el resonar de sus pasos en el pasillo hasta que desaparecieron.
—Pronto saldremos de aquí —le aseguré—. ¿Tienes frío?
—Un poco.
Me aparté para poder quitarme el suéter y ponérselo a él. Me quedé con mi franelilla y pantalón de algodón, pero para mí era más sencillo controlar mi temperatura corporal. Hice que se sentara en la cama para que estuviera cómodo.
—Has sido muy valiente, Ethan.
Deseé tanto poder decirle que yo era su madre; ser un refugio concreto para él. No obstante, debí seguir postergándolo. Podía abrumarlo y aturdirlo más.
Fui por la comida y el agua. Ethan no aceptó lo que quise compartir, pero de todas maneras lo guardé por si acaso para después. Me preguntó por miembros de la manada, especialmente por Alan y Josh. No le dije de la muerte, ni sobre los detalles complejos.
Cuando Ethan bostezó, me acomodé en la cama con él y volví a abrazarlo. Respirando su aroma, cerré los ojos y me permití concentrarme únicamente en ese instante. En recargar mis fuerzas con su esencia. Pasara lo que pasara, estaríamos juntos.
Ya estando somnolienta, empezó a escucharse un tarareo desde el exterior de la celda.
Este capítulo me hizo llorar un poquito
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