Capítulo 23 | Acariciar las cicatrices
Abrí los ojos con lentitud, envuelta en la calma que me generaba ese aroma. Lo primero que vi fue el rostro de Alan, quien estaba acostado junto a mí en el suelo. Era de noche y estábamos en su cabaña. A salvo.
Al respirar percibía una ligera molestia en mi abdomen, lo que quedaba del ataque de Arsen. De mi declaración de ser capaz de dar la vida por Alan. Él lucía bien. No había ninguna herida visible en las partes descubiertas de su cuerpo.
Como si hubiera sentido mi mirada sobre él, separó los párpados. Sus ojos azules se encontraron con los míos y la esquina de su boca se curveó ligeramente mientras terminaba de despertar.
—Qué bueno que ya despertaste —dijo. Se removió un poco, reacomodando la cabeza sobre su brazo doblado.
Yo era quien estaba en su colchoneta y usando su almohada.
—¿Cuánto dormí? —pregunté.
—Casi tres días.
—¿Qué? —exclamé esfumándose momentáneamente la tranquilidad que sentí.
Pretendí ponerme de pie en seguida; lista para exigirle explicaciones a Darien, comprobar el bienestar de Corinne, ver si Joanne había sobrevivido, y volver al norte. Sin embargo, la mano de Alan en mi hombro evitó que llegara a sentarme.
—Sigue acostada otro rato —pidió—. Cada persona que debe estar pasando por tu mente seguro está durmiendo.
Su comentario me hizo ceder. Tenía razón. Volví a recostarme de lado, no obstante, me moví más al borde para hacer espacio para él.
—No estés en el suelo —murmuré, sin estar segura de si aceptaría esa cercanía entre nosotros.
Alan no lo pensó demasiado. Se acomodó en el espacio, con nuestras piernas rozando y nuestros pechos casi tocándose. Tenerlo así de cerca avivó mis ganas del contacto físico, de acariciarlo, de besarlo. Pero él ya me había rechazado y yo debía respetar que estuviera confundido sobre mí.
—Te voy a abrazar —agregué, dándole la oportunidad de negarse.
Y no lo hizo. Permaneció en su puesto y me arrimé para rodearlo con uno de mis brazos. Coloqué la cabeza en su pecho y cerré los ojos por unos instantes, permitiéndome enfocarme en su corazón, aroma y calor. En que era real y continuaba conmigo.
Correspondió al abrazo acariciándome la espalda, provocando un estremecimiento.
—Te mentí —susurró.
—¿A qué te refieres? —cuestioné, mas sin abandonar mi lugar, ni con ganas de participar en perturbar esa tranquilidad.
—Semanas atrás supe que el árbol estaba seco, pero de todas formas mantuve viva la creencia de que no era así para atraer a Arsen. Sabía que en cualquier momento Drake iba a necesitar que alguien comprobara si era cierto.
Me aparté un poco para poder observarlo. Su expresión era seria; quizá preocupado por cuál sería mi reacción. ¿Cómo no me había dado cuenta?
Mi esperanza de que hubiera alguna forma de salvar a Ethan, en caso de que Drake cumpliera con el requisito de asesinarlo para obtener la inmortalidad, había sido más fuerte que el análisis de sus facciones. La conmoción de haberlo vuelto a ver, los estragos de Drake que seguían latentes dentro de mí, su propio entrenamiento. Todo había sido más poderoso.
Y su idea había funcionado. Arsen se había cambiado de bando y seguramente otros Malditos de Aithan lo seguirían. Ese era el nuevo Alan que se había moldeado desde que lo obligaron a participar en terminar con mis días como desertora. Estaba lejos de ser el adolescente inseguro. Y yo tampoco era la misma. Ni siquiera la versión que debía ser. Algo continuaba perdido.
—Arsen ya se fue al norte. Va a ubicar a Ethan —añadió cuando no le respondí—. Mi promesa de que nada le sucederá se mantiene.
Yo le había mentido y usado en varias oportunidades. Sin importar mis motivos, lo había alejado de mí. Yo comprendía por qué lo había hecho y no había forma de que pudiera enojarme por ello. No con él.
—Lo hiciste bien. No lo dudé ni por un instante —dije volviendo a esconder mi rostro contra él.
—Eso es porque te ha faltado enfoque —señaló mudando las caricias a mi cabello—. Sé por qué y lo recuperarás.
Solamente él era capaz de decirme algo así. Tan cierto. Así de bien me conocía.
Asentí, sin creerme capaz de articular palabra. También sabía que no podía continuar de esa manera. No si no quería acabar muerta de nuevo.
—¿Vanessa? —dijo luego de unos minutos.
—Dime —susurré con la sensación de estar por quedarme dormida de nuevo.
—No quiero que mueras por mí.
Me aparté otra vez—. No creo que pueda prometer eso.
Porque, como lo sucedido con Arsen, era una decisión ya en lo profundo de mi subconsciente. De arco reflejo. Iba más allá de cualquier pensamiento racional.
Pude ver en sus ojos cómo estaba intentando formular un argumento para contradecirme. Yo entendía que ese tipo de sacrificio no era lo que quisiera fuese una muestra de mi amor por él. Sus sentimientos hacia mí no eran egoístas, ni destructores. Eran lo positivo que el solo hecho de tenerlo así de cerca me transmitía.
—Promete tú que no lo harías —indiqué sabiendo que tampoco sería capaz de hacerlo.
En lugar de decir cualquier otra cosa, su mano dejó de estar en mi cabello para posicionarse en mi mejilla y acariciarla. Su mirada se tornó más dulce, mezclada con una intensidad naciente que hizo que se me dificultara respirar.
—De una u otra forma siempre ganas —murmuró.
Me quedé inmóvil mientras acercó su rostro al mío. Cuando entendí que lo que haría sería besarme, terminé yo de recorrer la distancia faltante. Nuestros labios se unieron por primera vez en mucho tiempo y la mejor manera para describirlo era estar por fin en el lugar correcto. Esos eran los brazos y labios a los que pertenecía. Y que Alan lo reafirmara y aceptara con ese beso esparció alegría por mi pecho.
Acerqué más mi cuerpo al suyo, sin querer dejar de sentirlo pronto. Apreté su espalda baja y él siguió adueñándose de mi boca. Delicado, pero insistente. Habíamos pasado por demasiado para llegar a ese punto. Pruebas, mentiras y luchas de poder; cada uno de ellos trazando el camino que demostraba por qué éramos lo indicado para el otro.
Alan profundizó el beso. Tener su peso sobre mí hizo que terminara de recostarme sobre mi espalda, llevándolo conmigo en el proceso. Se apoyó de sus brazos a cada lado de mi cabeza y me permití aventurar los dedos por el interior de su camisa. Necesitaba más y más de él.
Él fue quien interrumpió el beso primero, en busca de aire. Uniendo su frente con la mía y sin despegar la mirada de mis ojos, respiró con brusquedad. Mi pulso estaba igual de acelerado que el suyo, con el pensamiento recurrente de hacer su ropa desaparecer.
—¿Cómo te sientes? ¿Y tus heridas? —murmuró.
—Estoy bien. Nada duele —repliqué. Me atreví a rozar el borde de su bermuda, por encima de sus glúteos—. Sigue.
Con mi petición, pasó el peso a sus rodillas para deshacerse de su camisa. Yo lo ayudé desabotonando la bermuda, pero estuvo de nuevo besándome antes de que la deslizara por sus muslos. En esa ocasión, sus manos sí recorrieron otras partes de mi cuerpo. Cuando decidió subir la tela de mi bata, cada milímetro de mí se encontraba en llamas.
A diferencia de lo que ocurrió estando infiltrados en el Clan del Norte, Alan se encontraba en verdadero control. Tampoco era como cuando me declaró su amor, porque no había ni una pizca de inseguridad, ni de motivos ocultos. Todo en consonancia y fluidez perfecta.
Se separó de mis labios para observarme al deslizarse en mi interior, regalándome una mirada de adoración que era difícil de hallar.
—Mi corazón es tuyo —declaré haciendo alusión a conversaciones que habíamos tenido antes. Sin embargo, eso ya él lo tenía claro, porque de lo contario no hubiéramos llegado hasta ese momento. No si no me creyera lista.
Alan sonrió—. Y el mío tuyo, Vanessa.
Fue paciente y cariñoso. Con cada beso y caricia fue cubriendo las cicatrices hechas por otros. El placer solo fue un elemento más, ya que esa conexión entre ambos iba mucho más allá. Fue concretar en todos los sentidos el hecho de que éramos uno. Sin mordidas, ni rasguños, ni sangre; reclamamos el cuerpo del otro como propio.
Con mi espalda transpirando contra su pecho y su aliento cerca de mi oído, llegamos juntos al punto máximo de placer. Se mantuvo abrazándome y no se retiró hasta que nuestras respiraciones volvieron a la normalidad.
Después de que se puso la bermuda para acostarse otra vez junto mí, me di la vuelta para darle un beso más y abrazarlo como al principio. Esa noche no quería dejarlo ir. Todo lo demás podía esperar al amanecer.
—¿Regresarás al norte conmigo? —pregunté. No quería apartarme de él.
—Sí, ya cumplí con lo que debía hacer aquí.
Alan fue quien se quedó dormido primero, sin soltarme. Yo permanecí despierta otro rato, disfrutando de la dicha de ese momento, hasta que el cansancio ganó.
Me mantuve inmersa en un sueño tranquilo hasta que el crujido de la madera me despertó. La claridad la mañana comenzaba a entrar por el espacio del techo. Alan siguió dormido con el brazo alrededor de mi cintura. Ojeé por encima de mi hombro a tiempo para ver a Corinne entrando en la cabaña. Sostenía una vasija.
—Veo que ya estás recuperada —dijo con una sonrisa.
Sujeté con cuidado el brazo de Alan para zafarme de su agarre. Todavía estando inconsciente, se opuso.
—Ya vengo —susurré, consiguiendo que cediera.
Me puse de pie y salí de la cabaña con Corinne. Ella dejó la vasija con agua en el suelo y se sentó en el borde del primer escalón; seguro anticipando mi interrogatorio. Ocupé el espacio junto a ella para mantener el volumen lo más bajo posible y no despertar a Alan. El sol no terminaba de salir y merecía descansar un par de horas adicionales.
—¿Venías a tirarme agua para despertarme? —cuestioné para iniciar la conversación de forma relajada.
—A revisar tus heridas y limpiarte, pero es obvio que ya no es necesario —contestó. Humedeció sus manos y las pasó por su cuello y rostro—. Me alegra que lo hayan resuelto. Merecen estar juntos.
También me mojé las manos para refrescarme la cara—. Gracias. Sabes que viniendo de ti lo hace más significativo.
Corinne asintió y miró hacia el frente—. Ya es momento de que vuelvan al norte. Yo estaré bien aquí.
Seguí la dirección de su mirada. A esa hora los habitantes de la tribu ya empezaban con sus actividades diarias, no obstante, la atención de Corinne se había posado en Kailen. El Maldito de Aithan nos observaba desde su roca a unos metros de distancia.
Preferí no comentar al respecto. Lo más probable era que, al igual como lo había hecho con Alan, Kailen estaba asumiendo el papel de cuidar a Corinne como retribución a sus pecados.
—¿Cómo está Joanne? —pregunté.
—En la cueva de los Darien. No han compartido su evolución, ni he visto a Anthony. Debe estar viva.
—Va a ser difícil sobrevivir aquí sin una pierna.
Joanne ya había perdido demasiado. La ilusión de que su vida sería resuelta al convertirse en Hija de Diana, el árbol, a su hija, a Alan, y ahora su pierna.
—Dependerá de si seguirá siendo Hija de Diana, o no —replicó Corinne regresando la mirada a mí—. Le diste sangre y su corazón está lejos de ser uno bondadoso.
—¿Crees que pueda convertirse en Maldito de Aithan por mi culpa?
—Esa es una posibilidad. Kailen cree que sí.
Lo había visto suceder antes y por mucho tiempo creí que ese siempre sería el resultado al beber sangre. Sin embargo, eso no me había sucedido. ¿Creerán que le di sangre para condenarla?
—Le salvaste la vida, Vanessa —añadió Corinne—. Ser Maldito de Aithan no significará su fin. Quizá hasta recupere su pierna en el cambio.
Sus palabras no me hicieron sentir mejor. Ser esclavo de la sed no era un destino sencillo. Para nadie que transitara ese camino lo era. Ni quiera para mí que no era indispensable para mi supervivencia. A nadie se le podía desear esa carga.
—¿Regresarás al norte cuando todo acabe? —quise confirmar para dejar de hablar de Joanne.
—Por supuesto. Todavía tengo mi responsabilidadcon los Cephei y las otras manadas, hasta que culmine el entrenamiento de lapróxima sacerdotisa.
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