Capítulo 20 | Aferrarse al fantasma de un sentimiento
Volví a recuperar la consciencia con unas manos recorriendo mi rostro. Con la imagen fresca del Maldito de Aithan cargándome de regreso a la tribu, me reincorporé con brusquedad y me aparté de la fuente del contacto antes de analizar mi alrededor.
De cuclillas y lista para cambiar de forma de ser necesario, caí en cuenta de quien estaba conmigo en esa cabaña era Corinne. Se había quedado quieta, con las manos alzadas frente a ella y una expresión serena. Estaba de rodillas, con un vestido autóctono y una trenza descendiendo por su hombro. La luz que entraba por las aperturas bajo el techo de la construcción enmarcaba su forma, como si se tratara de una aparición. Ya era de día.
—Tranquila. Solo te aplicaba una mascarilla —dijo.
Pasada mi reacción defensiva, mi cabeza palpitó y mis piernas temblaron. Me senté en el borde del tapiz en el que estuve acostada. Junto a Corinne había un tazón que contenía una sustancia verdosa. Tenía un olor desagradable, al igual que lo que percibía de mi rostro. Al palpar con mis manos, noté que había algo viscoso.
—¿Por qué una mascarilla? —pregunté confundida.
—¿Despertaste, cierto? ¿Qué preferías? ¿Que estuviera a punto de asesinarte? —Corinne agarró el tazón y se levantó—. Tus heridas sanaron bien. Tienes que comer y descansar otro poco.
—¿Y Alan?
—Sigue dormido. Se quedó hasta el amanecer intentando rastrear a Arsen. No tuvo éxito.
Con esa información, se retiró.
Fui al balde de agua para lavarme el rostro. Saqué la que utilizaría con la jarra que flotaba dentro y me sequé con la franela que cargaba puesta. Me asomé en la entrada de la cabaña para tirar los residuos a la tierra. Para mi sorpresa, el Maldito de Aithan estaba sentado en una roca observando en mi dirección.
—¿Me vigilas? —pregunté.
Era el Maldito de Aithan de los recuerdos de Alan: Sin Nombre. Jamás mostraba su forma humana. Había huido a esa selva con el objetivo de apaciguar su sed y, quizá, ser el primero en siglos en poder romper su maldición. Todavía no tenía éxito. Por años Alan no supo nada de su pasado y ahora resultaba que se llamaba Kailen y era hermano de Arsen.
—No. Este es mi lugar favorito para sentarme —respondió sin implementar un tono irónico, mas no era necesario.
—No necesito un guardaespaldas —continué bajando por los escalones que me separaban de él.
—Con Arsen allá fuera, tal vez sí. —Tomó una botella que yacía junto a su pata y se puso de pie. La atrapé cuando me la arrojó—. Ya que estás despierta, deberías llevársela a Alan. Insiste en que no la necesita, pero ambos sabemos que sí.
—¿Por qué no habría de querer beberla?
—El suministro que trajo se acabó hace un tiempo. Eso es sangre de donantes de la tribu y Joanne se encargó de embotellarla. Mientras más la rinda, menos sentirá que este lugar es su banco de sangre personal. Dramático como siempre.
Y beber directamente de un ser vivo estaba fuera de discusión. Entendía a Alan. Era diferente cuando se podía ponerle rostro a la fuente de la sangre. Él apreciaba a esas personas, así como Kailen lo hacía con Alan.
—Gracias —dije.
Por preocuparse y por haberle salvado la vida más de una vez durante esos años bajo la custodia de Darien. Yo sabía cuánto significó para Alan. A pesar de que su padre lo hizo a un lado y su hermano lo despreció, Alan no estuvo completamente solo.
Aunque fuera difícil de distinguir por la estructura de su hocico, creí ver una sonrisa. Señaló una cabaña unos metros más allá.
—Esa es la de Alan. Te veré desde aquí.
—De tu roca. Por supuesto.
Avancé hacia la dirección indicada.
Los nativos estaban ocupados con sus labores diarias. Algunas mujeres limpiaban sus casas, otras picaban alimentos o tejían canastas y ropa. Mientras que, los hombres que vi se encargaban de afilar armas de caza, amontonar madera y fabricar herramientas. No vi a Corinne, así que supuse que tenía estar en otra área; quizá con la chaman de la tribu. Supuse que eso la mantenía distraída, se sentía más cercana a la diosa y aprendía.
Sin querer detenerme a meditarlo demasiado, porque estaba segura de que aquello me haría retractarme y no era una opción con la atención depositada en mí, subí por los escalones que llevaban a la entrada de la cabaña.
No percibí ningún tipo de movimiento en su interior, así que lo más probable era que continuara dormido. De todas formas, hice a un lado la tela que proporcionaba una frágil privacidad para echar un vistazo. Quería comprobar por mí misma que estuviera bien.
Alan estaba tendido sobre una colchoneta delgada en el centro del reducido espacio. Yacía de costado, dándome la espalda, y con una sábana cubriendo hasta la altura de su cintura. Por estar sin camisa, pude ver el vendaje que habían hecho sobre sus heridas. No estaba sanando como debía. Tenía que convencerlo de beber la sangre.
Su respiración era la de estar en un sueño profundo, sin embargo, su terquedad no podía seguir por más tiempo. Di unas pisadas más hacia él, pero me detuve al captar movimiento con mi vista periférica. Giré para encarar al visitante anterior a mí y me encontré con Joanne en la esquina de la cabaña. En sus manos sostenía ropa doblada.
—¿Qué haces aquí? —preguntó, como si no fuera más extraño que ella estuviera allí desde antes, mirando seguramente a Alan dormir. Ella, el primer amor y gran decepción de Alan.
—Le traje sangre a Alan —respondí siendo directa, sin ganas de extender más de lo necesario una conversación con ella. Me generaba intranquilidad que estuviera cerca del rubio; por su pasado y presente.
—Hablemos afuera —dijo. Dejó la ropa que cargaba sobre una silla y salió de la cabaña.
Con el deseo de poder evitarlo, pero con la intriga siendo más fuerte, la seguí. Permanecimos en el inicio de las escaleras, como si eso hiciera alguna diferencia. Cualquier Hijo de Diana, o Maldito de Aithan, cercano podría escucharnos si lo quisiese.
—Alan debería quedarse con la tribu. Estar junto a ti no le hace bien —indicó con la misma asertividad que yo tuve momentos atrás.
Su estatura inferior y facciones redondeadas la hacían lucir inofensiva e inocente. Como alguien incapaz de traicionar. No obstante, yo vi en los recuerdos de Alan cada acción que hizo para manipularlo e intentar lograr el objetivo de ser parte de la manada de Darien; de escapar de la vida humana junto a su padre. Cuando Alan no le dio lo que quería, lo hizo mediante otro candidato.
Joanne no tenía la moral ni el mínimo derecho de opinar sobre mi influencia en Alan. Tampoco de expresar su preocupación por él.
—Alan es un Hijo de Diana fuerte y capaz de tomar sus propias decisiones. No es el mismo adolescente vulnerable del que te aprovechaste —repliqué. Me mantuve erguida, firme y letal con mis palabras.
Su expresión de calma fingida se contrajo al recordarle la verdad de su historial. Apoyó una mano del barandal de palo de la escalera rústica. Quiso reflejar una imagen relajada, pero su mano ejercía presión en la madera.
—Todavía tiene una fijación por aferrarse a lo que lo lástima. Yo estoy en deuda por el daño que le hice y lo estoy pagando. No tiene por qué ser parte de la guerra en el norte, ni presa de tu ex. No lo arrastres contigo.
Una parte de mí tuvo que darle la razón. Alan me importaba y lo que menos deseaba era ponerlo en peligro. Alejarlo de mí sería la solución rápida para ello. Pero, ¿anularle su libertad de elegir? Anularlo y subestimar su criterio tampoco era el camino. Marcharme y dejarlo atrás, sin ninguna explicación, no me daría paz. Tampoco se lo merecía.
Quedarse en la selva, con Joanne y bajo el dominio de Darien, no parecía un mejor escenario. Alan tenía más potencial que ser un intermediario de delincuentes y la culpa constante de beber de personas allegadas.
—¿Te interesa románticamente? —cuestioné.
Sí, Alan me había dicho de la relación de Joanne con Anthony, mas eso no descartaba el interés que podría continuar teniendo por él. Ahora más gracias a su evolución. Que fuera así, justificaba su osadía de enfrentarme de esa manera; de marcar su territorio con una pizca de disimulo.
Joanne evaluó nuestro alrededor y luego acortó la distancia entre nosotras—. Sí. Estoy aprovechando esta nueva oportunidad. No soy la misma niña tonta y caprichosa.
Eso había sido sustituido por el adjetivo ingenua. Alan no iba a perdonarle fácilmente el dolor que le causó. Y, en el fondo, quise creer que yo también tenía un poco de influencia en que no le correspondiera. Era hermosa e inteligente, pero eso no recompensaba los errores cometidos por un corazón inmaduro.
—Alan soporta que revolotees a su alrededor, porque no le queda de otra si quiere cumplir con su misión —razoné—. No deberías hacerte ilusiones, ni actuar como una acosadora viéndolo dormir.
Joanne volvió a apartarse poco y sonrió—. ¿Y tú qué buscas? ¿Por fin lo escogiste por encima de tu ex traidor y asesino? Yo creo que ya es tarde para eso. Va a pensar en alguien que lo atienda, le lave la ropa, le cure las heridas, le traiga comida caliente y hasta embotelle su sangre; no en quien se acuesta y procrea con monstruos.
La ropa que dejó en la silla la había preparado para Alan. Recogido, lavado y doblado para él. Las vendas eran de su autoría. La botella con sangre en mis manos también había sido obra de ella. Poco a poco estaba ocupando un espacio en la vida de Alan.
¿Y qué había hecho yo desde que nos reencontramos? Preocuparlo al estar más tiempo de lo normal bajo el agua, llevarlo a una trampa de Arsen, y beber de su sangre. Todo con resultados negativos para él. Eso era yo en su vida y Joanne no tuvo inconvenientes en remarcarlo.
—Tú no eres quien decide, ni yo tampoco —fue mi contesta.
Ella encogió los hombros y decidió que era momento de marcharse. No la detuve. Aunque no se lo demostré, sus palabras se habían hundido profundamente. Cuidar y ser una pareja abnegada no era algo que yo pudiera hacer. Ya no. Estar en modo supervivencia, luchar y cumplir con objetivos, sí. Drake me había arrebatado eso también.
—Vanessa —me llamaron desde el interior de la cabaña. Alan había despertado.
Todavía con la tarea de que bebiera la sangre, volví a hacer un lado la tela e ingresé; empujando lo más lejos posible la conversación que tuve con Joanne. No podía darle el poder de perturbarme. Al final, era cierto que la decisión era de Alan.
El Hijo de Diana estaba sentado en la colchoneta. Mi mirada se encontró de inmediato con la suya y me preocupó su aspecto cansado. Tenía un par de vendas más en el pecho.
—Gracias por salvarme —declaré terminando de acortar la distancia.
Se mantuvo enfocado en mí todo el trayecto hasta que me senté en el suelo junto a él. Sostuve la botella con ambas manos sobre mi regazo; para que la notara y para minimizar las ganas de tocarlo.
—No es necesario que me agradezcas —respondió—. Tampoco lo es la sangre que traes.
—Sí lo es —repliqué—. No puedes estar débil con Arsen merodeando. Te necesito fuerte.
—¿Me necesitas? —murmuró.
El significado que resaltó detrás de mi frase me hizo volver a fijarme en él. A pesar de su vista agotada, esos ojos removían mi interior. Había sudor en su rostro; quizá por la humedad y la falta de sangre. Sus labios, con menos color de costumbre, estaban entreabiertos ante la expectativa.
Una gota de sudor más grande descendió por su mejilla. Por impulso, acerqué mi mano para detenerla. Mi otra mano se encontró con la de Alan sobre la sábana y la botella de sangre rodó por el suelo. Al atrapar la gota con mi pulgar, me percaté de lo cerca que estaba de él.
Alan permaneció inmóvil conteniendo la respiración.
Las puntas de mis dedos ardían sobre las sábanas con ganas de sentir el calor de sus manos. Mis ojos no podían apartarse de los suyos, así como tampoco mi mente de la imagen tentadora de sus labios. Se asomaron en mi memoria cada uno de nuestros besos, acompañados por sus contextos. La mayoría había sido con motivos equivocados de mi parte, aferrada a Drake y confundida por el pasado. Sin embargo, en esa cabaña cada pieza estaba ya en el sitio correcto. Solo podía pensar en Alan y en el deseo de ser correspondida. En que todavía estuviera dispuesto a escogerme a mí, pese a mis errores y oscuridad.
Me incliné hacia adelante, atraída por el anhelo. Necesitaba unir mi boca con la suya para reafirmar el hecho de que no todo estaba perdido entre nosotros. De que no había cabida para Joanne y su plan de recuperarlo.
No obstante, en el último instante, Alan retrocedió lo suficiente para hacer detener mi aproximación.
—Beberé la sangre —dijo. Apretó los labios y así comprendí que mi daño tampoco había quedado en el olvido. No podía culparlo de buscar proteger su corazón.
Me retiré por completo y me levanté para recoger la botella. Su rechazo lastimaba, pero sabía que solo era una fracción de lo que debió sentir desde la primera vez que admití haberlo usado. No podía quejarme de la penitencia que me tocaba.
Forcé una sonrisa y le entregué la botella. Sin mencionar palabra, ni mirarme, la abrió y bebió el contenido. Al oler la sangre, mi boca se llenó de saliva. Quise también probarla y volver a experimentar el éxtasis de la noche anterior. Como resultado, me alejé hacia la entrada de la cabaña.
—Joanne te trajo ropa limpia —indiqué para guiar mis pensamientos hacia otro rumbo—. Supongo que te traerá de comer.
—Corinne lo hará cuando revise mis vendas —contestó—. No quiero a Joanne involucrada en mi vida más de lo necesario, mucho menos ahora que está con Anthony. No me usará para herirlo.
Asentí.
Sonaba decidido y claro con el tema. Tuve la tentación de preguntarle sobre mí, pero no estaba lista para escuchar la respuesta.
—Deberías descansar otro poco —sugerí—. Haré lo mismo.
Salí de la cabaña sin esperar una reacción de su parte; ya no podía estar allí con él. Sin embargo, su voz me alcanzó a través de la tela mientras bajé por las escaleras.
—Lo siento, Vanessa.
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