Capítulo 19 | Subestimar al lobo blanco
Antes de que mi mente lo asociara con la presencia de un Maldito de Aithan, el techo crujió. Un par de manos con garras y vellos se asomaron en el borde. Luego, siguió una cabeza de rasgos lobunos, hocico, orejas puntiagudas y ojos sangrientos.
Retrocedí y miré hacia Alan, quien tenía la atención puesta en los lugareños abandonando la terraza. En silencio, sin entrar en pánico. Como si fuera ensayado.
—¿A dónde vas, Vanessa? —dijo el Maldito de Aithan con su voz bestial.
Eso fue suficiente para que identificara a Arsen, el antiguo habitante del Clan del Norte y seguidor de Drake. No, ya no se trataba de solo una pareja perteneciente a la secta de Wallace. Drake debía estar involucrado.
El Maldito de Aithan saltó hacia el interior de la terraza—. Drake estará complacido cuando le lleve tu cadáver.
—Recordarás que no soy precisamente de las que complacen a otros —repliqué.
Se tratara de una emboscada, o no, lo enfrentaría. Ya era hora de pelear con él de verdad y asesinarlo.
—No, Alan. Tu compañero de juegos soy yo.
Volví a mirar hacia Alan. Alguien más se había unido a la escena. Le sujetaba el brazo a Alan y tenía una sonrisa burlona que despertó mis ganas de romperle la nariz. Era un Hijo de Diana con rasgos de la zona.
—¿Así que esta fue tu gran idea cuando Darien te desterró? —inquirió Alan recuperando su brazo de un tirón.
—Sigues siendo tan tonto que te crees en la posición de sermonear.
Sabiendo que Alan lo conocía y confiando en que sería capaz de lidiar con él, me enfoqué en Arsen. En un espacio reducido y en una lucha individual, los Malditos de Aithan solían tener ventaja.
Vino hacia mí y lo esquivé a la vez que cambié de forma. Soltó una carcajada y yo solté un gruñido poniéndome en guardia.
—Te has vuelto lenta. Casi logro agarrarte —dijo.
A unos escasos metros, el otro Hijo de Diana había sometido a Alan contra la barra. Sin embargo, él logró zafarse y aprovechó para abandonar su cáscara humana. Su atacante rió, pero hizo lo mismo, resaltando la diferencia de tamaño. La combinación del ego alto y un adversario más ágil debido a sus dimensiones, no solía traducirse en victoria.
Alan estaría bien.
«Gracias por el ánimo», dijo la voz de Alan en mi cabeza.
«¿Cómo es que...?»
«No he dejado de ser miembro de los Cephei».
Arsen vino de nuevo hacia mí y Alan experimentó algo parecido. Salí de su alcance, mas no sin antes darle un coletazo para buscar desestabilizarlo. Giré y esa vez fui yo quien acortó la distancia. Hundir mis colmillos y arrancar grandes pedazos de su carne hasta desangrarlo era mi objetivo.
En el último instante Arsen se volteó y me recibió de frente. Por no haber tenido el tiempo para estabilizarse, logré tumbarlo mientras lancé mordiscos. Me mantenía al margen con sus brazos, pero no dejé de buscar la apertura necesaria para herirlo, con movimientos lo suficiente rápidos para que no tuviera la oportunidad de usar sus garras contra mí.
Con una de sus piernas, hizo mi tren trasero tambalear. Me lanzó hacia un lado y mi espalda chocó contra el muro del borde de la terraza. De inmediato, estuvo sobre mí con sus garras en el aire. Antes de que las clavara regresé a mi forma humana, para tener unas fracciones más de segundos, y rodeé para quedar a sus pies. Retomé mi cuerpo lobuno a la vez que me impulsaba hacia arriba para empujarlo lejos.
En ese momento, Alan había logrado golpear a su adversario, quien se interpuso en el camino de Arsen. Ambos chocaron entre sí. El pelaje alrededor del rostro de Alan ya se había ensuciado con sangre.
«Nada mal», dije.
«El error es siempre subestimarme».
Eso era cierto. Yo lo hice por demasiado tiempo. El adolescente tímido e inseguro se había cubierto por capas cada vez más duras que lo hacían un sobreviviente.
Arsen volvió a captar mi atención al gruñir lleno de cólera golpeando el suelo con sus manos. Se levantó y el Hijo de Diana también se reincorporó.
—¿Entonces el amor lo puede todo? —preguntó el Maldito de Aithan—. Veo que ya el muñequito perdonó todo lo que hiciste con Drake.
Buscaba desconcentrarme con sus palabras, pero yo no era ninguna novata que se dejaría afectar tan fácilmente. Tiempo atrás, Alan lo había conseguido, pero el rubio tenía su forma única de hacer estragos en mi mente.
Agaché la cabeza y me desplacé de un lado a otro analizando qué punto atacar. Arsen imitó mis movimientos con cautela. Consideré despistarlo para ocuparme primero por sorpresa del Hijo de Diana y después de él con ayuda de Alan. No obstante, en el otro enfrentamiento había una dinámica más cercana y activa, lo que me impedía intervenir sin el riesgo de generar un efecto contraproducente.
Alan saltaba de un lado a otro, concretando mordiscos, chocando hocicos y garras. Su contrincante le mantenía el ritmo y buscaba su propia ventana de ataques, mas pronto comenzaría a desgastarse.
Necesitaba una buena porción del cuello de Arsen para acabar con él.
Me moví de un lado a otro hasta que salté sobre la barra y quise usar esa altura adicional para tener mejor acceso a su carótida. Me esquivó, pero aproveché el impulso para rebotar contra el suelo y volver a intentarlo.
—Tu hijo pregunta por ti.
La mención de Ethan en la mitad de otro intento, me distrajo. Mi agilidad flaqueó y eso fue suficiente para que Arsen atrapara mi cuello en sus manos. No podía juntarlas por completo y la presión que ejerció me cortó la respiración. Asimismo, sus garras se hundían en mí. Supe que, si perdía el agarre de mi forma lobuna, fácilmente sería mi fin.
Gracias a su fuerza, mantuvo casi todo mi cuerpo elevado. Mis patas traseras a penas rozaban el suelo. Intenté forcejear con mi parte superior, mas en esa posición no hacía ninguna diferencia. Su agarre se conservó firme y su especie de sonrisa llena de gusto inquebrantable.
—El amor es la más grande debilidad —dijo.
Comenzó a avanzar, llevándome consigo. Doblé mi cuerpo y empecé a golpear su abdomen. Tenía que seguir intentando. No podía dejar a Alan solo. No podía dejar que lo mataran.
Con la conmoción en mi cabeza no podía ver ni escuchar más allá de Arsen. No podía ver cómo le estaba yendo a Alan con su adversario. No podía distraerse con salvarme y ser herido. Quería gritárselo. Que me dejara. Que buscara refuerzos. Pero no pude.
Arsen me llevó hasta el borde de la terraza y me sacó por encima del muro. Quedé suspendida sobre el barranco que terminaba en el río. La energía de continuar peleando se me acabó. Ya todo estaba borroso.
—Tranquila, el rubio te acompañará pronto.
Antes de soltarme, liberó una de sus manos para clavarla en uno de mis costados y cortar a profundidad. Complacido con su obra, me dejó caer. Con la sangre acumulándose en mi boca, no aparté la mirada de él mientras caí. Y, por alguna razón, previo a que rodara hasta acabar en el agua, Arsen también terminó cayendo al río.
El agua me recibió con violencia. Sin poder seguir sosteniéndolo, volví a ser humana y fue más fácil sacar mi cabeza sobre la superficie para respirar. Era dificultoso, pero podía hacerlo aún. Gran parte de mi costado quemaba y supuse que no me tardaría mucho en desangrarme. No sabía precisamente dónde estaba Arsen, pero sin dudas no había acabado lejos.
Pude vislumbrar la orilla a unos metros. Sin embargo, no me creí capaz de nadar hasta allí. Tan solo flotar estaba siendo una odisea. Quizás era momento de aceptar que hasta allí llegaría todo.
Cerré los ojos. Tampoco era que estaba tan mal. Alan no me odiaba y estaba latente la esperanza de poder salvar a Ethan con el árbol. Y lo había vuelto a ver una vez más. Era posible que todo estuviera bien sin mí.
Un chapoteo me obligó a abrir un poco los párpados. Distinguí una mancha blanca que se acercaba. No me moví, porque no era como si pudiese ir lejos. Cuando estuvo más cerca, vi que era un lobo blanco nadando hacia mí.
—Alan —susurré.
El lobo gimió y se puso junto a mí para que me aferrara a él. Pese a ser consciente de que lo más probable era que no hiciera ninguna diferencia, recosté mi cuerpo sobre su lomo y me dejé llevar hacia la orilla. No nos robaría esos últimos instantes.
Me arrastró hacia la orilla. Logró sacarme por unos cuantos pasos del río, pero no pude sostenerme lo suficiente y me tendí sobre la capa de pequeñas piedras. Hice presión en mi costado con ambas manos y comprobé el tamaño de la herida.
—Aguanta un poco. Todo estará bien pronto.
Alan estaba en su modo humano de nuevo. Me levantó refugiándome en sus brazos y me alejó más del agua. Luego, se sentó en el suelo y me acomodó sobre su regazo, sosteniéndome con uno de sus brazos detrás de mis hombros. Yo cabeceaba, pero podía ver su rostro y cercanía.
—Tienes que irte —murmuré con dificultad. Necesitaba del apoyo de más Hijos de Diana para enfrentar a Arsen.
—No hables —dijo. Apartó cabello de mi rostro con su mano libre—. Necesito que hagas algo y no te puedes negar. Tienes que vivir.
Sin comprender a qué se refería, adormecida por la pérdida de sangre y la tentación de simplemente dejar ir, Alan se mordió la muñeca. El líquido escarlata que brotó de la herida parecía brillar y se volvió más llamativo que la calidez en su mirada azulada. Acercó la muñeca a mi boca.
Claro que quería ese sabor causando explosiones placenteras en cada milímetro de mi organismo. Siempre estaba esa voz en el fondo de mi mente, desde la fiesta del profesor, que murmuraba cuánto merecía elevar mi potencial robando solo un poco de cualquiera. Pero sabía muy bien que ese poco no sería suficiente.
—Ya veo, tuve que herir unos centímetros más arriba —dijo Arsen apareciendo entre la vegetación del barranco—. Ya lo arreglo.
Busqué alejar el brazo de Alan e incluso salir de su agarre. Tenía que apartarme para que pudiera defenderse o, mejor aún, ponerse a salvo. Yo podía entretener a Arsen para que tuviera la oportunidad de...
—Esos lobos son míos —indicó un nuevo Maldito de Aithan uniéndose a la escena. Estaba de pie en el borde del inicio de la calle. Su apariencia era similar a la de Arsen, quizá de menor estatura—. Aléjate.
Un Maldito de Aithan no se rendiría tan fácil con su presa; mucho menos si se trataba de Arsen. No obstante, que dos Malditos de Aithan se pelearan por ver quién nos asesinaba le daba ventaja de Alan de escabullirse.
—Oblígame —respondió Arsen, decidiendo continuar avanzando hacia nosotros.
Quedando a unos cuantos pasos, el recién llegado se interpuso en su camino con una velocidad superior a la de él. Cruzó los brazos y negó con la cabeza.
—Sigues igual de testarudo, hermano.
Alan apretó mi hombro para que lo mirara. Volvió a acercarme la muñeca. No entendía cómo podía estar tan tranquilo y no se apartaba del peligro.
—¿Kailen? ¿Eres tú? —oí a Arsen preguntar.
—Bébete esa sangre, chica. Antes de que yo mismo lo haga —dijo el supuesto hermano de Arsen, ojeando por encima de su hombro.
—Está bien —aseguró Alan.
Su muñeca estaba tan cerca que solo tuve que inclinar mi cabeza para tener mi boca sobre la herida. Al hacer la sangre ese primer contacto con mi lengua, cualquier tipo de resistencia se esfumó. Sostuve el brazo de Alan para mantener la muñeca en su lugar y poder succionar todo lo que quisiese. Él soltó un ligero quejido cuando le clavé mis dientes para poder obtener un mayor flujo del líquido, pero no me importó. Mi foco estaba en la sangre, en su sabor y olor, y en cómo cada parte de mí se sentía más viva, más presente.
Mi herida paró de arder y la debilidad fue disminuyendo. Su sangre estaba aumentando mi tasa de sanación y una nueva oportunidad de vivir. No quería soltarlo. No podía apagar el fuego interno que me estaba haciendo flotar.
Imágenes de la fiesta de Wallace comenzaron a retumbar en mi mente. Humanos bebiendo de humanos. Drake con sus manos sobre mí. Yo succionando el cuello de alguien extraño. La culpa.
Mi agarre se aflojó. El aroma dulce de Alan, a miel, se coló entre los agujeros de mi mente. Lo reconocí, al igual lo que era para mí. Ya era hora de parar.
Dejé de morderlo, relajé la mandíbula y me eché hacia atrás. No removí de inmediato los restos de sangre que debieron quedar en mi mentón. Todavía no se activaba suficiente autocontrol para eso. Ya el cuello no dolía, ni me sentía a punto de desfallecer. Mi alrededor se tornó más claro.
—Bien hecho —dijo Alan. Me sonreía. Apartó su muñeca de mi vista.
—Estaba por creer que iba a tener que arrancarla de tu brazo como si se tratara de una sanguijuela —comentó el Maldito de Aithan que nos había declarado como suyos.
Ya Arsen no estaba. En medio de mi delirio tuvo que haberse ido.
—Ya estoy lo suficiente dolido por haber tenido que esperar tantos años para saber tu nombre —replicó Alan con un suspiro.
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