Capítulo 15 | Pasado y presente entrelazados

Dirigirnos al sur, no significaba del todo a América del Sur, pero sí a una localidad bastante cercana. Después de varios días, transitando por distintos países a través de caminos poco convencionales para mantenernos fuera del registro, llegamos en una lancha a la localidad que recordaba de las memorias de Alan. Un lugar pintoresco, con sus carencias, y de un estilo de vida más simple.

Corinne y yo nos encontrábamos lejos de territorio familiar y era fácil destacar. Era lo más al sur que yo había ido y, antes de tocar la orilla, sabía que todavía faltaba un tramo por la selva para ver a Alan.

Muchas gracias —le agradeció Corinne a nuestro guía, con un buen conocimiento del idioma y un ligero acento de forastera. Eso nos había hecho las cosas más fáciles.

El amable hombre nos ayudó a salir de la lancha. Me quité la gorra por un momento y limpié el sudor de mi frente mientras Corinne le pagó al sujeto.

—Confío en que sabes a dónde ir —comentó mi acompañante luego de despedirse del lugareño que regresaría al puerto donde lo contratamos.

—Sí, solo dame un momento para orientarme —pedí.

El pasado de Alan que vi a través del vínculo que tuvimos, empezó a llegar a mi mente con la misma claridad de aquel entonces. Era la perspectiva del Alan niño que llegó por primera vez, del Alan adolescente que se sentía perdido, y del Alan más adulto, lo que hacía contraste con mi visual del presente. Muchas vivencias y emociones. La playa donde estuvo con Joanne, la calle donde Anthony hacía trueques, la mirada de la selva que lo endureció; todo mezclándose a la vez.

Seguí avanzando por la única calle del poblado costero. Los puestos de madera de los comerciantes estaban allí —casi idénticos—, el bullicio de la aglomeración de personas, los pescadores con sus baldes de pescado, los agricultores, los artesanos, los de artículos más exóticos. Pese a tratarse de un rincón casi olvidado, contaba con una vitalidad única. Más que la que recordaba Alan.

Estaba rodeada de desconocidos, con Corinne seguramente detrás de mí, envuelta en todos esos aromas, sonidos, y colores; preguntándome cómo Alan había podido crecer allí. En medio de ese trance, por así decirlo, surgió un rostro familiar entre la multitud. Con más años, pero con la misma tez tostada y cejas pobladas.

Me quedé inmóvil a medida que el Hijo de Diana que más apoyó a Alan durante su estadía, se aproximaba. Ni por un momento su mirada se posó en mí, concentrado en su actividad de abastecer a la manada de Darien.

Medité qué hacer. Dudaba que acercarme y presentarme como amiga de Alan sería bueno. En esa zona iban y venían diferentes personajes poco confiables y una extraña como yo no sería bien vista; además, no sabía qué tanto se informaron sobre la disputa actual con los cazadores. Alan le habló de mí en su niñez, sin embargo, dudaba que Anthony lo recordara.

En cuanto decidí que lo mejor sería dejarlo pasar y esperar, lo tuve a unos escasos pasos. En ese instante, su atención se clavó en mí y su mano se enroscó en mi brazo, tomándome desprevenida.

—¿Qué hace una Hija de Diana tan lejos de su manada? —interrogó.

Intenté recuperar mi brazo, mas su agarre era bastante firme y no deseaba protagonizar una escena que pudiera alarmar a los humanos. No estábamos en nuestro territorio, Corinne estaba a cargo de la misión, y prometí mantener bajo perfil.

—Alan es miembro de los Cephei, como nosotras, y vinimos por él —intervino Corinne apareciendo en mi costado y tomando la muñeca de Anthony—. Por favor, suéltala.

Anthony nos examinó a ambas por unos momentos.

Corinne se había cubierto el cabello más que yo y sus pantalones se habían manchado con barro. No obstante, su temple de sacerdotisa que se transmitía en su mirada era suficiente.

El protector de Alan me soltó.

—¿Alan está cerca? —quise saber.

—¿Quiénes son ustedes? —preguntó él en lugar de responderme.

—Corinne Terrell, sacerdotisa de los Cephei, y Vanessa Schuster..., un miembro valioso —nos presentó la rubia—. Sé que eres Anthony, nuestro alfa me mostró una foto tuya. Sería un honor conocer a Darien y solicitar adecuadamente el permiso de estar en sus tierras.

—Así que tú eres Vanessa —fue lo que respondió. Corinne mantuvo su expresión neutra, pero yo pude percibir la fugaz señal de irritación que cruzó por su rostro cuando Anthony destacó mi identidad como lo más importante—. Tengo que ir con la manada y anunciarlo antes de llevarlas. Tendrán que esperar aquí por mí.

—Te esperaremos en la biblioteca —indiqué.

Para Anthony fue ligeramente confuso que conociera sobre la existencia de ese lugar. No obstante, nos dejó.

Avancé hacia la biblioteca sin esperar por alguna palabra de Corinne. Era uno de los sitios que más me daban curiosidad de ver con mis propios ojos. Alan había colaborado en su restauración, guiado por el hecho de que allí conoció y se besó por primera vez con Joanne. ¿Acaso ella seguiría viviendo con la tribu? ¿Habría tenido al bebé?

La biblioteca lucía incluso más cuidada que en los recuerdos de Alan. La pared de la fachada tenía de color base turquesa, sobre el cual había pintado un mural que representaba el océano. Los protectores de las ventanas y la puerta no tenían ninguna mancha de óxido. En el interior, había algunas personas ocupando las mesas ahora alargadas y que proporcionaban más espacio para disfrutar de ese resguardo de conocimiento.

Llamábamos la atención, pero eso no evitó que ocupara un asiento como si tuviera toda la vida haciéndolo. Corinne se sentó junto a mí. La mesa y sillas que ocuparon Alan y Joanne años atrás ya no estaban.

—Parece que Alan le ha hablado a Anthony de ti —comentó Corinne luego de unos minutos.

Paré de examinar cada detalle del recinto para observarla.

—No significa que sea algo bueno.

Y así era. Cuando Alan se fue, no quedamos en buenos términos, ni habíamos vuelto a estar en contacto. Regresó con la manada de Darien para alejarse de mí, con la excusa de hacerle un encargo a Josh. Para sanar el daño que le hice. ¿Qué reacción tendría al verme allí? ¿Desprecio por robarle su paz?

—Te odié por mucho tiempo, Vanessa. Deseé que estuvieras muerta. Y aquí estoy contigo, en medio de una selva, confiando en ti —dijo—. Sé que Alan y tú han pasado por cosas juntos. Sé que él tiene sentimientos por ti. Si sales viva de todo esto, espero que te permitas ser feliz. Ya sea junto a él, o a cualquier otro.

No respondí a eso. Me limité a asentir. Aunque estuviéramos enmendando nuestro rencor, ella no era la persona adecuada con quien desahogarme respecto a Alan. De hecho, nadie lo era. Era demasiado complicado.

Luego de esperar un largo rato, tiempo en el que Corinne exploró la biblioteca y selección incluso un libro para leer, y yo reflexioné sobre las memorias de Alan con Joanne, Anthony volvió por nosotras. Darien lo autorizó de llevarnos con la manada y de hospedarnos con ellos durante nuestra estadía.

No obstante, en vez de tomar la ruta hacia la cueva, Anthony se desvió hacia la tribu. Todavía entre la vegetación, hicimos una pausa para regresar a nuestra cáscara humana y colocarnos ropa. Era parte de su respeto hacia los habitantes originales de esas tierras.

—Como Alan es de los Cephei ahora, se está quedando aquí, así como ustedes también lo harán. Las presentaré con Darien cuando él se desocupe de unos asuntos —explicó Anthony ya avanzando hacia las plantaciones de la tribu.

Justo como le había pasado a Alan siendo un niño, al ser notados por los residentes de esa selva cruel, ellos dejaron de realizar sus actividades y vinieron a recibirnos. Ignoraron a Anthony y se dirigieron a nosotras, demostrando una especial atención en Corinne, quien había dejado su cabello suelto.

—Ni. Ni. Ni —decían con sus expresiones de adoración exaltadas por las franjas de colores en sus rostros.

La rubia me tomó del brazo, con cierta alarma en sus facciones. Era una multitud, de aspecto distinto, con vestimentas coloridas, y joyería corporal extravagante, la cual extendían sus manos hacia ella, pero sin llegar a tocarla.

—No pasa nada. Solo toca sus manos —murmuré para después sonreírle a esos miembros de la tribu.

Yo también toqué sus manos, pero esperaron a que Corinne hiciera lo mismo para poder retirarse. Uno a uno lo fueron haciendo y llegó un punto en que Corinne se relajó y empezó a mostrar una sonrisa genuina. Era una sacerdotisa, pero esa acumulación de personas no era común.

Anthony se acercó de nuevo a nosotras.

—Lo hicieron bien. Se me había pasado ese detalle.

Estuve por suprimir mi respuesta poco agradable para decir una más diplomática, pero la visión del individuo que se acercaba lo impidió. Salió de entre los árboles, sin camisa, y cargando trozos de madera en su espalda. A escasa distancia de nosotros, se detuvo y los colocó en el suelo. Estaba sorprendido de verlos, tanto que todavía se encontraba asimilándolo.

Mi interior se removió con una emoción inesperada. Era como si los meses no hubieran transcurrido, mas a la vez surgió una añoranza acumulada que me abrumó. Había llegado a creer que quizá no volvería a verlo. A veces lo aceptaba, porque sabía que se merecía a alguien mejor que lo hiciera feliz. No obstante, teniéndolo de nuevo frente a mí, percibí la ligereza que me daba su presencia y la tentación de permitirme ser egoísta.

Di un paso hacia él por impulso y él imitó mi acción. Después otros más, con mayor velocidad, hasta que quedamos a unos centímetros. Me miraba fijamente, descifrando si era verdad que me encontraba allí, mientras yo destallaba su aspecto descuidado producto de habitar en esa selva. Se había dejado la barba y tenía suciedad sobre su piel brillosa por el sudor.

—Vanessa, no deberías...

Lo abracé, antes de que pudiera apartarme con sus palabras. Apoyé mi frente contra su hombro y me dejé envolver por su calor y aroma tranquilizante. Lo necesitaba conmigo. Eso había comprendido con esa separación. Con su silencio. Tenía tanto por contarle, pero más allá de eso, anhelada escuchar sus frases de aliento; de saber que contaba con él y que aún creía en mí. Él era el aval de que yo no era un monstruo.

Los brazos de Alan me rodearon y sentí su mejilla sobre mi cabeza. Lo apreté con más fuerza y él me acarició la espalda.

—¿Cómo es que llegaron aquí? —preguntó luego de unos instantes.

—Josh lleva semanas sin saber de ti y quiere que regreses. Las cosas han cambiado —respondió la voz de Corinne.

—Una antena se dañó y este fin de semana es que terminarán con la reparación —explicó Anthony.

Con ello, recordé a nuestros espectadores. Pretendí acabar con el abrazo, sin embargo, Alan me sujetó con más firmeza.

—Quédate así un poco más, por favor —pidió—. Las malas noticias pueden esperar unos minutos.

Asentí sin moverme y frenando las ganas de llorar. No era propio de mí, menos con público, pero Alan sacaba a flote mis capas más vulnerables.

Drake se había llevado a Ethan, Rinc estaba muerto por mi culpa, y los cazadores nos trataban como enemigos...

Alguien aclaró su garganta detrás de Alan. Pude sentir cómo se puso tenso y eso empujó más a que alzara la cabeza para ver a nuestro nuevo acompañante. Era Joanne, quien cargaba una cesta de frutas. Aunque ya no se maquillaba como en los recuerdos de Alan y su tez poseía una palidez poco saludable, continuaba siendo hermosa, con su cabello lacio, ojos claros y pecas. Una flor exótica para ese ambiente.

—¿Quiénes son ellas? —interrogó.

El agarre de Alan se aflojó y aproveché de reincorporarme. No iba a lucir afectada y débil frente a esa mujer que le rompió el corazón. ¿Acaso habían estado juntos en la selva?

Era mi turno de encargarme de las presentaciones.

—Venimos del norte. Soy Vanessa y ella es Corinne —dije para hacerlo lo más breve posible.

Sin embargo, para Corinne no fue suficiente. Se acercó y tendió la mano hacia Joanne—. Corinne Terrell, sacerdotisa de los Cephei.

La ex de Alan no le tocó la mano. En lugar de eso, soltó una risa burlona—. ¿Y vienes a que te hagamos un altar? Tanto formalismo no es necesario aquí. No hay nadie a quien impresionar.

Una sonrisa tensa se formó en el rostro de Corinne. Era obvio que le estaba costando no soltar veneno también, especialmente porque estábamos lejos de nuestro territorio.

Joanne acomodó mejor la canasta contra sí, examinó de nuevo a Corinne de arriba abajo y luego se fijó en mí—. Bienvenidas.

Había algo en su mirada que no podía ser provocado por una desconocida. Disgusto profundo. Quizá ella sabía quiénes éramos, o por lo menos intuía quién era yo al verme.

—Iré a entregar esto, Alan. No te tardes con la madera —añadió Joanne antes de continuar con su camino.

—Deben estar cansadas —dijo Alan refiriéndose a nosotras, pero mirando a Anthony. No a mí.

—Sí, claro —concordó él—. Las llevaré a su cabaña para que puedan descansar antes de ver a Darien.


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