Capítulo 14 | El llamado de la oscuridad
Una masa negra se manifestó, naciendo en el punto donde ella se encontraba. Fue esparciéndose y tragándose a los entes hacia una oscuridad absoluta. La sensación de peligro en mi interior hizo que me alejara de la escena.
Cuando llegué al borde del bosque, con la masa rozándome la punta de la cola, detuvo su crecimiento. La materia se evaporó, llevándose consigo cualquier rastro de los fantasmas. Al detallar mejor el suelo, distinguí una mancha oscura en el terreno, el mismo que había sido tocado por la masa.
Después de percatarme de que era seguro pisar la tierra, fui por Jullie. Su cuerpo continuaba tendido, pero en silencio. Cualquier indicio de césped o arbustos había dejado de existir. Era como si en lugar de esa masa, un gran incendio hubiera arrasado con la vida en este tramo.
Jullie respiraba. Su costado sangraba.
Volví a mi cáscara humana y me arrodillé junto a ella para tomar su mano.
—Ya los fantasmas no están. Puedes abrir los ojos —dije—. No sé qué hiciste, pero fue... asombroso.
Para no decir aterrador. El miedo debía mantenerlo muy presionado en mi interior para que no saliera a la luz. Y Jullie no debía notarlo. Temerle a su poder no la ayudaría a controlarlo. Eso lo tenía claro.
Jullie abrió los ojos. Limpié la humedad que quedaron en ellos por las lágrimas que derramó.
—Ya no siento a ese brujo cerca —susurró.
—Yo tampoco.
Lo que sentía era la presencia de Jullie que empezaba a parecerse a lo que Zigor manifestaba en la boca de mi estómago, pero leve: materia orgánica en descomposición.
—Estás sangrando —agregué cuando buscó levantarse.
—Me lo merezco. Fui imprudente.
—Habrá que posponer la visita al bosque. No estás en condiciones y no podemos quedarnos aquí.
—No, tengo que ir. Llévame —insistió.
Viéndome reflejada en ella, en cada episodio de entre terquedad y toque de locura, cambié de forma y la ayudé a subirse de nuevo sobre mí. Yo conocía muy bien esta voz interior que debía continuar empujándola hacia el bosque. Intuición, la diosa, o cualquier otra fuerza que pudiera guiara los pasos de los seres vivos. Eso era lo de menos. Conmigo, o sin mí, ella tenía que encontrar su destino en ese bosque. En algún lado ya estaba escrito así.
A diferencia de otras fuentes, su sangre no me provocaba. Incluso me causaba una especie de repulsión sentirla contra mi pelaje.
Atravesamos la primera hilera de árboles. El mismo ambiente pesado se percibía en el bosque; sin sonidos de vida y como si al aire que circulaba entre los troncos careciera de suficiente oxígeno. Fue inevitable no evocar la vez que estuve allí con Drake, donde quizá comencé a dudar de en qué lado estaba mi lealtad luego de sus mentiras y de ese beso.
—¿También ves eso en el suelo? —preguntó Jullie.
Justo había comenzado a notar también las pisadas que se manifestaban frente a nosotras. Sin embargo, no era un hundimiento en el terreno, sino manchas oscuras con formas de pies que avanzaban.
Ese bosque no solamente tenía su aura sombría; emulaba eventos del pasado, como el eco del Maldito de Aithan que perseguía a esa pobre mujer que fui capaz de presenciar.
—Vamos a seguirlo.
Estuve de acuerdo con ella. No podía tratarse de una casualidad. Nada lo era.
Luego de unos minutos, el trayecto nos llevó hasta un claro. La luna brillaba sobre nosotras. Las pisadas dejaron de aparecer y Jullie decidió bajarse de mi lomo. Volví a ser humana.
—Has sangrado mucho. Deberíamos revisar tu herida —dije.
Jullie estuvo de acuerdo. Se abrió el abrigo y subió su suéter y franelilla para dejar al descubierto su costado herido. Tenía una cortada que debió hacerse con alguna roca filosa mientras rodaba. Todavía sangraba.
—Quiero probar algo —indicó.
Me quedé quieta cuando colocó sus dedos en cada lado de la herida. Respiró hondo y pequeños hilos se extendieron de un extremo a otro hasta cubrir por completo el daño en su piel.
Sonrió al ver que su idea había funcionado.
—Así la sangre no será un problema mientras sano —añadió.
Antes de que pudiera comentar al respecto, detecté el olor a madera quemada. Alarmada, examiné nuestro alrededor. No obstante, no había ni un solo rastro de humo, o fuego.
Jullie tiró de mi brazo para captar mi atención.
—Vanessa.
No necesitó señalar hacia el centro del claro para que notara a la figura que caminaba hacia nosotras. Era una mujer sólida, no una fantasmal, envuelta en un vestido de otra época que arrastraba al avanzar. Su cabello era escarlata, ondulado y largo, y sus labios estaban teñidos de negro.
Al considerarla un peligro potencial, regresé a mi cáscara de lobo para colocarme frente a Jullie. Mostré mis dientes y gruñí.
La aparecida se detuvo a unos pasos de distancia. No dijo nada. No se movió de nuevo. No hasta que Jullie tosió detrás de mí y el aroma a sangre volvió a hacerse presente.
—Si continúas usando tu maldición de esa forma, morirás pronto —decretó la extraña alzando su mano huesuda hacia Jullie.
Ojeé a mi acompañante, quien miraba horrorizada la palma de su mano.
—Hay leyes que rigen este mundo y ni siquiera nosotros somos ajenas a ellas —agregó.
—¿Quién eres? —preguntó Jullie.
—Tú sabes quién soy, por eso estás aquí —replicó ella manteniendo esa expresión neutra, casi de muerta.
—Priska.
—Lo que queda de mí.
Ante la revelación de su identidad, retorné a mi aspecto humano. Ese momento fue la primera vez que posó su atención en mí.
—¿Qué puedes hacer por Jullie? —inquirí enseguida.
—Con esa impaciencia, me sorprende que continúes viva.
—He tenido varios sueños contigo y me ofrecías tu ayuda —intervino Jullie—. La necesito para entender lo que soy.
—Ser proclamada por las tinieblas no es lo que eres, pero sí lo que acabará contigo. Por eso es una maldición que te consumirá, ¿comprendes eso?
Y Zigor era la imagen futura de lo que quizá sería Jullie. Las ansías de poder lo controlaban y había acabado con su esencia humana. Por eso olía a descomposición.
—¿Apoyas los planes de Zigor? —quise saber.
—Creía que él sería un digno sucesor, pero no fue así. Es un cobarde que se esconde detrás de otros. Un brujo de verdad, no es seguidor de nadie; mucho menos de nuestras propias creaciones.
Ella era la responsable de la existencia de los Descendientes de Imm y de los Malditos de Aithan. Que la diosa tiempo después hubiera tenido misericordia de uno de esos monstruos para crear al primer Hijo de Diana, era otra historia. Un brujo tendía a ser egoísta y orgulloso, al igual que un hechicero, pero habían menos en existencia.
—Quiero ser más poderosa que Zigor para vencerlo.
—Tienes que permanecer aquí, si eso es lo que deseas.
Jullie dejó de estar detrás de mí y se acercó más a Priska. Yo la sujeté de su muñeca para que no continuara acortando la distancia.
—No es tu obligación hacerlo —le dije.
—Tú viste lo que hicieron con mi pueblo, Vanessa. No puedo quedarme al margen.
—Tú debes irte para seguir por tu propio sendero —indicó dirigiéndose a mí.
No me agradaba la idea de dejar a Jullie sola en ese lugar, con su ancestro maligno y responsable de tantas muertes que encontró su final terrenal en la hoguera y su prisión del más allá ese bosque.
—Tienes que irte —repitió Jullie.
Había determinación con miedo mezclado en su rostro. No podía negarme a que siguiera los designios de su espíritu. Así como yo, ella también era dueña de sus propias decisiones y solo ella sabía el peso de sus motivos detrás.
La solté y retrocedí. Era libre de cumplir con su propio camino.
—Ten. —Jullie me regresó la fotografía de Thomas y Leticia—. Pronto nos volveremos a ver.
—No olvides por qué estás haciendo esto —aconsejé—. Ni quién eres en este momento.
Ella asintió y con eso acepté marcharme, con la esperanza de que no se perdiera a sí misma en medio de su proceso. Si el resultado era negativo, estaríamos condenados todos.
—Hija de Diana —me detuvo Priska. Giré, expectante—. Así como hay lazos sanguíneos tan fuertes que comparten el mismo destino, también hay amores que comparten las mismas deudas y son capaces de saldarlas.
De regreso al pueblo, el ambiente cambió. Nieve había comenzado a caer y se iba acumulado en las superficies. Me debatí entre buscar ropa en una de las casas abandonadas, o seguir en mi estado para transitar en mi forma lobuna. Aunque, ni siquiera estaba segura de hacia dónde ir.
Suspiré.
Supuestamente un Hijo de Diana podía encontrar el camino de regreso a su alfa, pero nunca había estado en esa situación. Sentía una sensación distinta en mi interior por estar yendo en contra de sus deseos, sin embargo, no un empujón invisible que me orientara hacia algún lado.
Ya llegando a la calle principal, me encontré con un vehículo volcado y dos cuerpos tendidos sobre charcos de sangre a un par de metros. Me detuve un momento, alerta a que quizá Zigor no se había asustado lo suficiente con Jullie y había vuelto. No obstante, no percibí su presencia.
De todas maneras, avancé con cuidado. Pude detallar mejor la vestimenta de los cadáveres y los identifiqué como cazadores. Lo más probable es que hubieran estado haciendo su patrullaje y fueron atacados por algo. La proximidad del líquido escarlata y fresco hizo que aumentara la sensación de saliva en mi boca.
Lo suficientemente cerca, me puse de cuclillas con la excusa de examinar mejor la causa de muerte. No había señales de quemaduras, pero olía precisamente a materia orgánica incinerada.
Extendí mi mano hacia el charco; pese a las escasas fuentes de luz, parecía brillar. Solo necesitaba tocarla. Con humedecer la punta de mis dedos bastaría. Eso me dije. Solo estaba poniendo a prueba mi autocontrol.
¿Continuaría tibia? ¿Su sabor sería diferente?
—No me digas que los mataste para eso.
La voz de Corinne hizo que me paralizara, cayendo en cuenta de la verdad detrás de mis actos. No, no estaba comprobando la fortaleza de mi autocontrol. En realidad, estaba dejándome llevar por la sed que jamás se iba a ir. Siempre iba a estar presente, así fuera en la capa más profunda, esperando por un descuido; justo como ese.
—Vanessa —pronunció mi nombre con un tono más brusco, casi como un reproche.
Me puse de pie, notando en ese momento el temblor en mis manos. Las coloqué detrás de mi espalda.
—No los maté —dije.
Lo meditó por unos instantes y luego se dio la vuelta hacia la colina que guiaba a la carretera.
—Te creo. Ahora vámonos.
No sé si era cierto, si no le importaba, o si lo había concluido por no tener ni una sola gota de sangre sobre mí. Me alejé de los cuerpos, con las pisadas más pesadas de lo normal. Fui tras ella, pues sabía que sería mi camino a Josh, o a Alan.
—¿Y Jullie? —preguntó cuando la alcancé.
—Se quedó en el bosque con Priska —repliqué como si no se tratara de una bruja más antigua que la existencia de nuestra especie; todavía aturdida por el anhelo silencioso de la sangre.
—Me ahorraré la molestia de desglosar los porqués hay altas probabilidades de que eso tenga resultados catastróficos. Ya está hecho —declaró—. A partir de ahora, yo estoy a cargo, por órdenes de Josh, así que controla tus impulsos. ¿Entiendes?
Llegamos al final de la colina y al borde de la carretera. Allí había un auto compacto estacionado, el cual Corinne debió usar para ir por mí. Comprendía la necesidad de remarcar su papel de líder, por mi mal historial de seguir mis propios medios y los daños colaterales debido a ello. Sin embargo, no estaba segura de que ella fuera capaz de tomar las decisiones difíciles que solían surgir en situaciones de vida, o muerte. No era lo mismo el resguardo de la manada en tiempos que paz, que desenvolverse en mundo real. Pese a mis precedentes, por encima de todo, sobreviví.
—Si no estás de acuerdo, no te subas al auto y quedas por tu cuenta —añadió desbloqueando los seguros.
No lo dije con palabras, simplemente me subí en el asiento del copiloto. La rubia también ingresó al vehículo. Agarró un bolso que descansaba en los asientos traseros y me lo dio.
—Ahí tienes ropa y comida. También para limpiarte —indicó.
—¿Me llevarás con Josh?
—No, iremos al sur.
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