Antes | Responsabilidad

Drake:

Llevaba días sin dormir.

Aunque hubiera llegado uno de los momentos más anhelados por mí, por el que había sacrificado tanto, no se sentía del todo correcto. No con el significado real que era el hecho de que Arthur, mi abuelo, había muerto.

A pesar de haberme salido de la línea de sucesión para luego volver, de llevar casi toda mi vida preparándome para ello, era imposible internalizar lo que implicaba hasta que de verdad sucedía.

Arthur ya no estaba y todo caía sobre mis hombros. Cada decisión, acierto y fallo. Cada muerte.

¿Su muerte también?

Le restaron décadas por vivir. Su salud era buena y los vampiros se habían mantenido tranquilos desde mi alianza con Thomas. De todas las pesadillas que tuve de niño sobre quedarme solo, jamás creí que mi abuelo moriría de un día a otro, de quizá la forma más pacifica posible, mientras dormía.

Sin embargo, ¿era acaso eso posible? ¿No tenía que ver el avance de mis planes?

—Vengo a pasar la noche contigo para entretenerte, dices estar muy cansado, pero, ¿no duermes? —preguntó Corinne, filtrándose en mi concentración.

Terminó de darse la vuelta para apoyarse de mi pecho. Todavía estaba desnuda y con su cabello suelto. Vino con la intención de seducirme, con la excusa de que quería desestresarme. Sin embargo, estar con Corinne era lo último en mi lista de deseos.

Sí estaba exhausto. Los compromisos que surgieron al darse a conocer la muerte de Arthur apenas me habían dejado respirar. No había tenido ni tiempo todavía de despedirlo como se debía, ni de experimentar el duelo. Juramentar a los miembros, reafirmar lazos con otras manadas, asistir a ceremonias y responder a condolencias, atender los asuntos más urgentes de los Cephei, y más. A casi dos semanas de su partida, recién empezaba a sentir menos presión.

Y no podía cerrar los ojos porque no dejaba de verlo descansando en su recamara. A veces con su rostro en paz, y otras con su mirada de reproche.

Yo no era apto para ser el apoyo y guía de todos. Tampoco me casaría con Corinne para consolidar mi posición y tener hijos por las razones correctas. Y, en el fondo, lo único que todavía realmente anhelaba era estar con una Hija de Diana impura y desertora.

—Si quieres me voy, porque obviamente no estás escuchando nada de lo que estoy diciendo —se quejó Corinne.

—Me iré yo. Necesito aire —respondí.

Haciéndola a un lado, hui de la cama y me coloqué una franela para salir.

No oí reclamos a mis espaldas, como hubiese sucedido en otras circunstancias. No era tonta. Ella sabía que yo me encontraba en proceso de adaptación y que no podía retarme porque corría el riesgo de hacerme estallar. No arruinaría lo que había logrado estando tan cerca de conseguir lo que deseaba y para lo que se preparó toda su vida: ser la pareja alfa. Jugaría el papel complaciente si tenía que hacerlo.

Dejé las habitaciones subterráneas y hundí mis pies descalzos en el césped. La sensación de ese contacto directo con la naturaleza esparció alivio en mi sistema.

Estaba amaneciendo. Ocupé una banca en la mitad del patio y presencié el cambio de turno. Los del horario nocturno regresaban a sus recamaras a dormir, mientras los diurnos daban por iniciada su jornada. Algunos me saludaban, otros solo asentían o me lanzaban una mirada curiosa, y la mayoría no notaba mi presencia. No los culpaba, era una hora anormal para encontrarme sentado en un banco, e incluso no me sentaba en el patio desde que la relación con Vanessa se arruinó la primera vez.

Pensar en ella me sacó una sonrisa agridulce. Y caí en cuenta de que me encontraba en el mismo asiento que solíamos utilizar. Apoyé las manos en los bordes del mismo y casi pude saborear los besos que nos dimos allí.

Zigor se equivocaba. Vanessa no era una desventaja, sino quien me mantenía lo suficientemente cuerdo para seguir.

—¿Tú eres Drake Aldrich, el nuevo alfa de los Cephei?

Miré hacia arriba y me encontré con alguien que no pertenecía a mi manada, ni a los estudiantes, ni siquiera a los Hijos de Diana. Un cazador. Traía el uniforme nocturno; con la chaqueta abierta y dejando a la vista la camisa oscura que llevaba fuera del pantalón. Desaliñado para estar haciendo una visita oficial.

—¿Quién quiere saberlo? —cuestioné.

No entendí cómo lo habían dejado pasar sin notificarme. Era un visitante peculiar y su presencia hizo que mi mente se inclinara más hacia Vanessa, aunque la muerte de Arthur también podía hacer que cazadores de bajos rangos aparecieran para dar sus condolencias si sus centros tenían cierta relación con nosotros.

—Wyatt Luksic, fiel seguidor de las órdenes del Comité Regional de Cazadores y puesto bajo servicio del alfa de los Cephei. Antes Arthur Aldrich, ahora Drake Aldrich —contestó como si se tratara de un discurso bien ensayado—. ¿Quiere que también le muestre mi identificación?

Percibí cierta hostilidad en la última frase, pero opté por obviarla. Si era un enviado del Comité Regional, debía venir de lejos y estar cansado. Lo que no entendí era que, si estaba a disposición de mi abuelo, por qué no me había dicho. Hacía dos años mi abuelo pareció perdonarme lo que ocurrió con Vanessa y volvió a tomar en cuenta mi opinión en asuntos de la manada.

¿Por qué no hablarme de un cazador bajo sus órdenes?

—No es necesario. ¿A qué viniste? ¿A esperar órdenes de mí?

La respuesta que recibí fue una carpeta que extrajo del interior de su chaqueta para ofrecérmela. Estuve por aceptarla, pero quedé paralizado al leer el nombre completo de Vanessa en la cubierta. Sentí que me faltó el aire y las manos calientes. ¿La había encontrado? ¿Él era el encargado de buscarla y traerla de vuelta?

—Siéntate y ábrela —dijo Wyatt.

Me limité a asentir mientras obedecía.

Lo primero que captó mi atención en el interior de la carpeta fue una foto de ella. Llevaba el cabello más corto y estaba sentada en un restaurante. Por su expresión supuse que no había notado que la estaban observando. Lucía hermosa con un suéter cuello tortuga y una bufanda desamarrada sobre sus hombros. Tenía las manos sobre el menú, como decidiendo qué ordenar. Bajo la fotografía, detallé unos números que indicaban que era de hacía un año.

—¿Tienes un año sabiendo dónde está? ¿Mi abuelo sabía de esto? —interrogué.

—Más que eso. Fui enviado para encontrarla, pero cuando lo hice, Arthur decidió dejarla tranquila. Me encargó protegerla y evitar que otros también la encontraran.

Revisé el resto del contenido. Los documentos iban desde notas de cuando la buscaba, hasta cuando la halló, así como incluía datos de las ciudades que visitó. Anexadas había más fotos furtivas, acompañadas con las fechas e información considerada como relevante. La última hoja de la carpeta era un informe reciente sobre la situación actual de Vanessa, solo que, a diferencia de los otros, el espacio destinado a la dirección estaba vacío.

—¿Por qué la perdonó si es una desertora? ¿Por qué pedirte que la cuides? —murmuré.

Las interrogantes eran más para mí que para él. Sentí como un peso, que no recordaba haber notado, era liberado de mi pecho. Vanessa estaba viva y sana. No había sido alimento para Descendientes de Imm, ni era una indigente. Zigor tampoco la había desaparecido de manera silenciosa.

Todavía podía haber un nosotros.

—No lo sé. —Wyatt encogió los hombros—. Fue su decisión y yo solo la acaté. Mis superiores no saben de esto y lo mantendré así si me lo pides, pero necesito que me indiques cómo quieres que actúe.

Fue tentador que Wyatt estuviese ofreciéndome a Vanessa. Solo debía ordenárselo y la traería ante mí. Podía tener una nueva oportunidad para explicarle mis planes y hacer que me perdonara. Podía ser egoísta y sucumbir.

—¿Está lejos de aquí? —quise saber.

—Del otro lado del país.

Vanessa estaba lejos de los Cephei. De Zigor. De mí. Por las fotografías era claro que se estaba reconstruyendo a su manera. Y yo no estaba listo aún para ofrecerle lo que quería.

Cerré la carpeta y la coloqué a mi lado. No, todavía no era el momento.

—Mantendré los deseos de mi abuelo —declaré—. Haz que se quede lejos de aquí y... solo infórmame si hay problemas.

Mientras menos supiera de ella, mejor. Solo debía tener un poco más de paciencia. 


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