Antes | Humillación

Drake

Ese día avanzó más rápido de lo que quise. Como si fuera parte de mi penitencia por darle le espalda al camino trazado para mí, el anochecer llegó pronto y fue hora de darle la cara a Corinne. No podía seguir teniéndola al margen, en la expectativa, y evitándola. Yo ya no podía ser un cobarde y continuar postergando el paso que era momento de dar. Vanessa confiaba en mí.

Ingresé al templo consciente de que la ceremonia había concluido por lo menos una hora atrás. Corinne siempre permanecía tiempo adicional para compartir con la diosa a solas y mantener cada detalle en orden y limpio. La encontré de espaldas retirando las hojas secas de unas flores que pronto habría que cambiar. El olor a artemisa circulaba con intensidad en el ambiente.

Me detuve a unos pasos de ella, entre la primera fila de bancas y con la sensación de tener la mirada de la estatua de Diana sobre mí. ¿Eso era lo que siempre planeó para mí, o me estaba alejando de su sendero?

—Supongo que estabas celebrando. Oí que subió de categoría hace unos días —dijo Corinne como si nuestra última conversación no hubiera terminado con una discusión y lágrimas. Era hora de hacerla libre de mí y de la carga puesta sobre sus hombros desde temprana edad.

—Tenemos que hablar.

—No, no lo haremos.

—Corinne...

—¿Qué me dirás? —preguntó dándose la vuelta. Su vestido blanco se ceñía a su silueta en las áreas correctas y sin revelar demasiada piel. Su cabello rubio caía contorneando su rostro angelical y opacado por una sombra de tristeza. Yo la estaba marchitando—. ¿Que mis años de devoción valen menos que tu capricho con una impura?

No era un capricho pasajero. Ya unos meses habían transcurrido y comprobé que no era un interés que desaparecerían. Corinne era paz y seguridad, pero Vanessa lo excitante y adictivo. En poco tiempo, había alcanzado otras partes de mí que Corinne no. Despertó otro tipo de amor que no quería dejar de experimentar.

Pero, ¿cómo podía decirle eso a Corinne sin lastimarla?

—Te cansarás de ella. Lo sabes —agregó. Bajó el escalón para quedar a mi mismo nivel. Permití que sujetara una de mis manos entre las suyas y la acercara a su corazón. Seguía siendo la misma chica que colocó su vida a mi disposición, creció junto a mí, y confió en un nosotros—. La diosa lo sabe.

—Mereces ser feliz, Corinne. Y yo ya no puedo darte eso —murmuré.

Era doloroso admitir que no podría cumplir con mis promesas y cómo mi imprudencia la perjudicaba. Sin embargo, a largo plazo, yo sabía que la decisión de dejarla ir era lo mejor para ahorrarle un sufrimiento peor del que llevaba cargando esas semanas. Haber mordido a Vanessa y haberme enamorado de ella no era algo que cambiaría.

Apretó mi mano—. No me importa. Cumplir con mi papel y fingir una sonrisa es suficiente para mí, siempre y cuando no me hagas a un lado.

—No puedo hacerte eso.

—Recapacitarás y yo estaré aquí. Siempre lo estaré —concluyó.

No obstante, yo no podía dejarla con esa chispa de esperanza. Ya no. Debía quedarle claro que no habría vuelta atrás y permitirle avanzar.

—Renunciaré a mi posición en la línea de sucesión —confesé.

Soltó mi mano y retrocedió unos pasos debido a la impresión. Se tropezó con el escalón, pero pude agarrarla antes de que cayera. Ya estable, se apartó de mi toque, como si le quemara.

—Esa oportunista te supo envolver bien, ¿no? ¿Tan buena es en la cama?

Aunque su voz temblara y lucía estar a punto de romperse, no podía permitir que se refiriera a Vanessa de esa forma. Su desprecio debía estar dirigido a mí. Yo fui el primero en cruzar la línea.

—No hables así de ella —respondí.

La primera lágrima descendió por su mejilla. Alzó la mano con la clara intención de abofetearme, pero la detuve. No romperíamos ese límite. Con esa última acción desesperada, se dejó caer al suelo de rodillas. Se abrazó a sí misma y no volvió a levantar la mirada hacia mí.

—Vete, por favor —susurró—. Ya me humillaste suficiente.


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