Capítulo 9💀

KHLAUS PETROV

Dejo el celular sobre la mesa y trago grueso, aquella llamada me ha dejado con una sensación rara e intento mantener mi postura firme.

—¿Qué sucede?—inquiere Keegan.

Suspiro y le doy una mirada que logra entender al instante.

—Enviaron el cuerpo de Black Ivanov—pronuncio sin inmutarme.

Black era un buen hombre y sobre todo la debilidad de mi reina y siento una punzada en el pecho de solo pensar cómo estará en este momento con esto.

Keegan queda petrificado y el silencio reina en toda la habitación.

Ha sido un golpe duro.

Elliot no sabe en lo que se está metiendo.

Lo haré sufrir el doble de lo que la ha hecho sufrir a ella, voy a cobrárselas una por una.

Me centro en mis pensamientos y un duro golpe me devuelve a la realidad, giro mi cabeza y veo a Keegan estallar en ira rompiendo lo primero que ha encontrado a su paso.

—¡Voy a matar a ese maldito engendro en su cara!

Suspiro e ignoro sus gritos, estoy igual de consumido por la ira que él pero uno de los dos debe mantenerse cuerdo sino esto sería una maldita mierda.

Trago saliva así como me trago mis ganas de maldecir como Keegan, respiro hondo y cierro los ojos para controlar mis instintos.

El sonido de mi laptop me despeja y camino hacia mi escritorio para luego abrirla y ver que tengo en la pantalla una llamada por FaceTime de Lin Whang.

—Es Lin—hablo mirando a Keegan.

Se acerca de inmediato y se coloca a mi lado antes de que acepte la videollamada y nuestras imágenes aparezcan en la pantalla.

—Pakhan—saluda serio—. Vor—continúa.

Mi hermano y yo le damos un saludo rápido ya que la ansiedad está demasiado presente hoy.

—Mis hombres se han comunicado para informarles sobre el cadaver de Black Ivanov—habla.

—Sí, ya estamos informados—respondo.

Se distrae cuando alguien aparece a su lado sin hacerse visible frente a la cámara y comienza a hablar en su idioma nativo, suspiro y no estoy con la paciencia necesaria.

Vuelve su vista a la cámara y se disculpa.

—Adeline Ivanova es una mujer muy astuta pero me temo que acaba de cometer un grave error—pronuncia.

—¿Qué sucede?—inquiere Keegan antes de dejarlo hablar.

Él suspira.

—Mató a treinta y cinco hombres del nuevo Boss y lo tiene cautivo en su propia finca bajo fuertes torturas.

Keegan ríe como un idiota orgulloso quitando toda seriedad a la conversación.

—Esa es mi reina—pronuncia sonriente.

—Cierra la boca Keegan—le digo entre dientes.

Aquí hay un problema muy grave.

Y el maldito ego de mi hermano no lo puede ver.

—Está en problemas—continúa el chino—. Tiene mi apoyo y de hecho teníamos un trato pero las cosas así no se hacen, ha actuado por impulso y se está poniendo en riesgo ella misma.

Suelto todo el aire acumulado y coloco mis manos sobre mi rostro intentando tranquilizarme.

—Entiendo perfectamente—hablo intentando guardar la calma—. Le pido que le de la protección necesaria hasta que podamos llegar a Francia y resolver esto.

Él asiente y luego de unos segundos más la videollamada finaliza.

Me pongo de pie de inmediato con frustración y enojo.

—Maldita sea Adeline—expreso entre dientes.

—Vayamos por ella de una puta vez, estoy harto de quedarme a esperar como un idiota, no soy Max—se queja Keegan a mi lado.

Creo que me estoy hartando de ser el único maduro y sensato.

Lo ignoro y salgo de la habitación cerrando la puerta detrás de mí, camino por la casa y saco las llaves para abrir la puerta del sótano. Una vez dentro enciendo las luces y bajo hacia donde está el niño.

Está amarrado a una silla y voltea a verme de inmediato.

—¿Van a cortarme otro dedo?—inquiere intentando sonar sarcástico pero el miedo lo delata.

Lo ignoro hasta que coloco un banco frente a él y me siento para mirarme fijamente a los ojos.

—Necesito que me digas absolutamente todo de tu padre, Elliot—hablo seco.

Suspira y la verdad que para tener unos diez años es demasiado irritante.

—¿Y si no lo hago?—dice desafiante.

Mi rostro no se inmuta en absoluto.

—Te mataré.

Lo veo tragar grueso y su expresión cambia de inmediato.

—¿Qué quieres saber?

—Todo, familia, amigos, color favorito, miedos, hasta el color de sus calzones si es posible—pronuncio.

Entrelazo mis dedos y respiro hondo mientras mantengo mi postura para escucharlo atentamente.

Mi mirada intimidante se penetra en él y sin embargo se tarda algunos segundos en hablar.

Es terco.

—Se ha separado de mi madre cuando nací o ni siquiera se si en algún momento fueron pareja—comienza a hablar—. Va algunos meses a casa pero otros simplemente desaparece así que no se mucho de él más que lo que veo cuando está en casa.

Me mira con desconfianza pero por alguna razón continúa hablando, al parecer no le agrada tanto su padre. Tenemos algo en común.

—Mamá dice que yo soy lo más importante para él pero si fuera así no me dejaría solo tanto tiempo—expresa apenado—. Le tiene miedo al mar, las piscinas o todo lo que implique agua y profundidad.

Este maldito niño se creyó que era una sesión con el psicólogo, ningún dato útil me ha dicho hasta ahora.

Suspiro harto.

—¿Qué otra familia tiene aparte de ustedes?—inquiero.

Me mira a los ojos.

—Mi abuelo murió antes de que lo conociera, a mi tío lo conocí muy poco pero también está muerto... solo queda mi...—se detiene en seco.

Lo observo fijamente.

—¿Tu qué?

Traga grueso con nerviosismo.

—¿No le harán daño verdad?—pregunta asustado.

—Quizás no.

El temor está en sus ojos, se queda en completo silencio hasta que me acerco y con tan solo una mirada fija logro hacerlo hablar.

—Mi abuela Catia vive en Italia, a veces nos visita y es muy buena. Mi madre dice que ella se alejó hace muchos años de papá porque no le gustaba lo que el abuelo hacía—habla rápido y nervioso.

Me pongo de pie y me voy.

—No le hagas daño por favor—pide.

Le doy la espalda y subo las escaleras para luego cerrar nuevamente la puerta con llave.

Mi mente está cegada y lo único en lo que puedo pensar es en Adeline, por primera vez no me enoja el hecho de que se haya metido en un problema tan grande sino que me desespera el querer solucionarle las cosas.

No debí permitir que se fuera con él.

¿Cómo carajos no la detuve?

Debí ir por ella desde el primer momento, solo me quede confiado como un estúpido cobarde que su plan de vengarse ella misma sería una buena idea.

Adeline es inteligente, rápida, fuerte y tiene mucho entrenamiento pero aún así tocar a los suyos puede desestabilizarla en cuestión de segundos.

Mataron a su padre y la conozco tanto como para saber que en este instante está siendo una bomba de tiempo.

Está sola, herida y en territorio ajeno.

Si debo ir por ella y bajarme a todo francés que se me cruce, lo haré.

—Catya, Italia—pronuncio concentrado.

Keegan me Mira enarcando una ceja.

—¿Y esa es...?—inquiere sarcástico.

Pongo los ojos en blanco.

—La madre de Elliot—expreso serio—. Es cuestión de tiempo para que le declaren la guerra a Adeline, tendré en mis manos hasta su puta mascota.

—Dudo que tenga mascota—comenta Keegan.

Lo ignoro y le doy las indicaciones a mis mejores hombres de confianza, en unas horas estaremos en Francia y debo tener todo perfectamente organizado.

Trago saliva y tomo mi celular ansioso.

Dudo en llamar a Kaia, no sabe nada de lo de Black y eso solo la pondria en peligro an ella y a los niños. De todas maneras siento un nudo en la garganta de pensar en que el lugar en donde están ya no podría ser un lugar seguro para ellos.

Adeline acaba de desatar una guerra.

Tenemos la mayor jerarquía dentro de las mafias pero lo único que me preocupa es que no dudarán en atentar contra Adeline, ella está en territorio francés.

—Estará bien—pronuncia Keegan con seriedad.

Le doy una mirada silenciosa y caminamos hacia la salida para subir a la camioneta.

ADELINE IVANOVA

Estoy hundida en el fondo del mar pero es demasiado tarde para arrepentirme, Elliot está en mis manos y lo voy a aprovechar el tiempo que pueda. Él no se va a olvidar jamás de mi.

Ni siquiera he cenado.

Después de despedir a mi padre me he quedado deambulando por aquí pensando en todo y luego me la pasé desahogando mi ira contra el maldito francés que arruinó mi vida.

He conocido el dolor desde que tengo seis años pero nunca había sentido algo como esto, se siente como si estuvieras encapsulada en una cápsula autodestructiva de la cual quieres escapar pero al mismo tiempo no luchas por salir porque el salirte de allí implica aceptar la maldita realidad que te carcomerá toda la vida.

Si fuera un vampiro diría que acabo de apagar mi humanidad, pero no lo soy así que supongo que simplemente la escondí en alguna parte de mi alma.

—Desquitar tu ira conmigo no devolverá a las personas que te quité—pronuncia a penas con fuerzas.

Su boca está llena de sangre a causa de los golpes y su cuerpo destila sudor y sangre.

—Pero destruirte lentamente me hace sentir mejor.

Enjuago mis manos y me siento en la silla exhausta.

Él me observa con una sonrisa irónica, ni hecho mierda deja de ser un enfermo psicopata.

Su obsesión conmigo es algo que nunca voy a comprender.

Si hubiera sido por su hermano, ya estamos más que a mano, así lo resuelve la mafia pero él... tiene una seria obsesión con dañarme completamente.

—¿Sabes que vendrán por ti cierto?—inquiere orgulloso.

Lo sé.

Quizás estoy tan dispuesta a todo que no me importa en absoluto.

—Pues los esperaremos, ¿o no?

Él ríe.

Me pongo de pie y abro la pequeña mochila conservadora mientras preparo el líquido en una jeringa, lo hago tranquila y con paciencia mientras él observa.

Respiro y me acerco a él con la jeringa en mi mano, me mira pálido y hace un intento de ocultar su miedo.

—Si yo fuera un animal sería una serpiente—comienzo a hablar—. Siempre me han encantado, son bellas, independientes, fuertes, inteligentes, eficaces y mucho más que te diría pero estaríamos todo el día.

Traga grueso y lo miro sonriente.

—Jugaremos a un juego—pronuncio—. Fingiremos que yo sí podía ser una serpiente y te mordía Justo en este instante.

Antes de terminar aquella última frase, inyecto el veneno de serpiente en su cuello.

Él comienza a moverse como loco, gritando e intentando sacarse las cadenas pero no puede y eso me causa mucha satisfacción.

—¡Hija de puta!—exclama furioso—. ¡Quítame esto!

Me paro frente a él con una sonrisa gigante.

—Ups—le digo con una expresión divertida—. ¿Puedes creer que no recuerdo cuál era el antídoto?

Él grita aún más furioso y observo la perfecta imagen del veneno de serpiente haciendo efecto en su cuerpo. Comienza a sudar y sus venas se marcan a causa de la presión de sus arterias.

Traga grueso y cierra los ojos mientras todo su cuerpo se tensa.

Dentro de unos minutos el aire se le irá acortando y no podrá hablar.

—Mírame a los ojos y pídeme perdón—pronuncio.

—Maldita perra—espeta doblándose.

Saco el celular y lo coloco en una buena posición arriba de la mesa mientras comienzo a grabar, me alejo unos pasos y me paro Justo al lado de Elliot mirando a la cámara.

—Seguramente me conocen pero me presentaré de todas maneras—hablo irónica—. Mi nombre es Adeline Ivanova, muchos me conocerán como la abogada del diablo, otros como la primera dama de Rusia pero hay algo que deben tener muy en claro y es que por encima de todos esos títulos soy la Reina de la mafia roja, mujer de los hermanos Petrov y madre de los herederos y futuros líderes del clan y toda la jerarquía roja.

Mis palabras son fuertes y firmes, siento como la adrenalina recorre mis venas aumentando la impulsividad cada vez más.

—Elliot Durand, el falso nuevo Boss ha decidido meterse conmigo y es por eso que hoy declaró la guerra contra toda la organización Francesa—hablo segura—. Todos son conscientes que el que se mete con la mafia roja sentencia su propio destino y así será, todo aquel que decida ponerse del lado de la mafia corsa o darle respaldo se pondrá en contra a todo el continente lideradado por nosotros.

—¡Quítame esto Adeline!—suplica ahogado.

Sonrío.

—El veneno de serpiente no es lo único que le haré al nuevo Boss—hablo—. Quiero despedazarlo con mis propias manos. Y arrancaré la cabeza de cualquiera que esté a su lado.

Dicho esto, tomo el mentón de Elliot con mis manos y lo obligo a mirarme a los ojos.

—Dímelo—ordeno sería.

Grita con sus pocas fuerzas mientras continúa retorciéndose, su sudor aumenta y sus músculos se contraen.

—Perdón...—susurra.

—¿Cómo?—grito gozándolo.

Se queja aún más.

—¡Perdón!—exclama.

Río cínica.

—¿Perdón qué?—inquiero sería.

Traga grueso.

Es terco y le costará la vida.

—Perdón mi reina—pronuncia ahogado y mis oídos se sienten extasiados por su humillación.

Sonrío orgullosa.

Me acerco y tomo el teléfono apuntando la cámara Justo en mi cara.

—Asesiné plácidamente al Boss y a todo el que se interpuso en mi camino, haré exactamente lo mismo con su próximo líder—hablo firme y corto el video.

Dejo el celular sobre la mesa y preparo la jeringa con el antídoto.

Me acerco y antes de inyectarlo escupo su rostro con asco.

—La próxima vez lo harás de rodillas—le digo.

A penas puede moverse.

Inyecto la jeringa vaciando el líquido que le da tranquilidad incluso antes de hacer efecto.

Me doy la vuelta y tomo el celular antes de salir de allí y volver a la casa.

Ya está amaneciendo.

Mi deseo de hacerle daño crece cada puto segundo y no me reconozco ni yo misma, la furia que yace en mi interior es como una maldita bomba atómica.

Entro a su escritorio y me siento en el sofá.

Al abrir su laptop me encuentro con varios mensajes de los integrantes del clan. Los malditos franceses no dejan de preguntar sobre la misión con los chinos y por qué Elliot aún no ha anunciado nada.

Tengo el tiempo contado hasta que vengan por mi.

Me encargo de enviar el video a las manos correctas para que sea difundido por todo el maldito bajo mundo.

Este video es como chisme entre criminales, lo difundirán en cuestión de minutos.

Respiro hondo y cierro los ojos intentando encontrar la calma que perdí hace mucho tiempo.

No sé en qué momento me quedo dormida pero mis ojos se abren lentamente y mi cerebro hace el intento de despabilarse a causa del maldito e irritante sonido del celular.

Trago saliva y abro mis ojos intentando recomponerme, el sol entra por la ventana por lo que supongo que es medio día.

Me incorporo y tomo el celular, veo en la pantalla un número desconocido y dudo mucho en responder.

Es el celular de Elliot.

Siguen insistiendo y acepto la llamada colocando el celular en mi oreja sin hablar antes que la otra persona lo haga.

—Adeline, soy yo—pronuncia una voz demasiado familiar.

Escuchar aquel tono de voz logra desestabilizarme en cuestión de segundos y mis ojos se llenan de lagrimas.

—¿Keegan?—inquiero con la voz ronca.

—Si—afirma—. Adeline tienes que salir de esa casa ya mismo—expresa acelerado.

Me pongo de pie y seco mis lagrimas.

—No me iré de aquí Keegan, no voy a liberar a ese hijo de puta—expreso enojada.

Escucho un suspiro de su parte y se oye como si estuviera en la carretera.

—Adeline van por ti—informa—. Vete ya mismo, estamos en camino pero no llegaremos a tiempo.

Mi pulso se acelera.

—¿están en Francia?—pregunto.

—Adeline, preciosa, toma armamento y huye ahora mismo—pronuncia en un tono más dulce.

Comienzo a caminar nerviosa de un lado para otro y mi corazón se acelera cada vez más, mi corazón me dice que huya ya mismo pero mi mente y mi cuerpo no me dejan moverme. Estoy inmovilizada.

—No puedo Keegan—digo entre sollozos—. Él mato a mi padre, me hizo mucho daño, no se merece que lo deje tan fácil—hablo nerviosa.

—Lo sé preciosa pero ya tendremos la oportunidad de encargarnos de él —intenta convencerme.

Las lagrimas caen por mis mejilla y la desesperación me agobia cada vez más.

—Tengo municiones y armamento suficiente para defenderme—hablo con un nudo en la garganta.

—Ade, estás sola y es toda una organización criminal contra ti—dice desesperado.

Me quedo callada y el nerviosismo aumenta, camino de una esquina a otra y es inútil porsue se que me tengo que ir pero por alguna razón no puedo hacerlo.

Es como si algo tuviera un poder sobre mi.

Trago saliva y vuelvo a secar mis lagrimas.

La llamada sigue activa y escucho murmullos que no llego a entender hasta que alguien más vuelve a hablar.

—Adeline, mi amor—pronuncia aquella voz que logra causarme una punzada en el pecho.

Trago grueso y cierro los ojos.

Khlaus.

—Prometo que lo buscaré así sea en el mismo infierno y lo traeré para ti en bandeja de plata para que puedas destruirlo con tus propias manos, pero ahora tienes que salir de ahí—habla firme y conciso.

Mi respiración se agita y ahogó los sollozos.

—¿Lo prometes?—hablo con la voz entrecortada.

—Lo prometo, Reina—pronuncia seguro en un tono que me parece sensual.

Respiro hondo y tomo fuerzas, por alguna razón Khlaus acaba de darme un incentivo que ni siquiera sabía que necesitaba.

—Está bien me iré—hablo rápido.

Comienzo a preparar armas y municiones en una mochila, meto todo lo necesario o al menos lo que encuentro a mi paso, incluso aquella laptop sobre el escritorio. El corazón se me acelera cada vez más y por primera vez siento como si la muerte me estuviera respirando en la nuca.

Me coloco la mochila lista para salir y me acerco a la ventana para observar hacia afuera.

El corazón se me paraliza y siento una sensación horrible al ver todos los hombres que están entrando ahora mismo a la finca armados.

—Khlaus...—pronuncio con un tono temeroso.

No hay respuesta del otro lado y cuando miro la pantalla del celular me doy cuenta que se me ha apagado.

¡Puta madre!

Guardo el celular en mi bolsillo y comienzo a correr con una pistola cargada en mi mano.

Salgo por la puerta trasera de la casa y mi pulso se acelera cada vez más cuando veo a lo lejos más hombres.

Están por todas partes.

Me escabullo como puedo y corro con todas mis fuerzas mientras siento el viento golpear sobre mi rostro y la adrenalina apoderándose de mi mientras que la muerte me persigue.

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