3. Voy a liquidarla


- ¡Death! ¿Estás visible? -Afrodita entró en la casa de Cáncer ya de noche cerrada, precedido por su inconfundible aroma a rosas.

- Sí, ¿qué quieres?

- Voy a bajar a Rodorio, ¿te tomas algo conmigo?

Deathmask bufó y se pasó la mano por la nuca con aire incómodo, como si se debatiese entre dos opciones igual de indeseables.

- Malditas las ganas que tengo de cruzarme con esa niñata otra vez, pero te acompañaré, para que no vayas solo.

- Sí, claro, por si me pierdo en el camino.

Habían pasado dos semanas desde el bochornoso incidente con la escoba y Deathmask, ocupado en misiones en los alrededores, no había vuelto a aparecer por la taberna. Por supuesto que había otros tugurios en Rodorio, y por supuesto que en cualquiera de ellos estarían encantados de recibir al gran Deathmask, caballero de oro de la casa de Cáncer, pero no era lo mismo, pensó, caminando en silencio junto a Afrodita.

https://youtu.be/WZQ0nesOu7A

https://youtu.be/3bwuhMBCaho

No le molestaba tanto que los demás le hubiesen visto apaleado por aquella chica -de hecho, en sus peores épocas les había dado espectáculos que perdurarían en la memoria colectiva hasta convertirle en una leyenda para las generaciones venideras-, sino el tener conciencia de que ella le consideraría un borracho despreciable y sin palabra, aunque tampoco terminaba de entender por qué le importaba la opinión de aquella camarera anónima. Pero, por encima de todo, estaba el recuerdo de Helena, todavía tenuemente presente, a pesar del tiempo transcurrido: ¿qué pensaría de él, si pudiese verle? ¿No había prometido enderezar su vida y ser digno de su rol de caballero, en honor a ella? ¿De qué le servía aquella enésima nueva oportunidad, si no la aprovechaba?

- Death, ¿me estás escuchando? -Afrodita se había detenido y le miraba, molesto, mientras jugaba con un mechón de su cabello celeste.
- Lo siento, estaba distraído.
- ¿Pensando en Helena?
- Joder, Dita, a veces pareces telépata -respondió Deathmask, sinceramente sorprendido.
- ¡Venga, te invito a la primera! -propuso su compañero, abriendo la puerta de la taberna- Seguro que eso te anima.

La barra era el único espacio despejado a aquellas horas, pues todas las mesas estaban ya ocupadas por vecinos del pueblo, que bebían, conversaban a gritos y jugaban a las cartas, así que los caballeros tomaron asiento en sendos taburetes y Afrodita hizo un gesto a la chica, que asintió mientras terminaba de apilar unos vasos.

- Buenas noches, Afrodita -saludó, frotándose las manos en un paño-; Deathmask... -su voz sonó indiferente.
- ¡Hola, cariño! Ponnos lo de siempre, anda. Y corre de mi cuenta -advirtió Afrodita, amenazando a ambos con el dedo.
- Tranquilo, Dita, no pienso dar la nota esta noche -respondió Deathmask, con aire abatido y la mejilla apoyada sobre el puño-. Ya es hora de hacer las cosas bien.
- Ah, pues quizá podrías empezar arreglando lo de Kyrene... -sugirió el caballero de Piscis, plegando una servilleta de papel hasta darle la forma de un pequeño pez.
- ¿Quién es Kyrene?
- Yo soy Kyrene -la chica dejó ante ellos las consumiciones y volvió a sus quehaceres.

Llevaba unos vaqueros negros, desgarrados y ceñidos, y un top de cuero sin tirantes con el pecho cubierto de puntiagudas tachuelas plateadas. Deathmask le clavó los ojos en el escote, con tal descaro que ella levantó la cara del cuaderno en el que estaba tomando notas:

- ¿Se puede saber qué estás mirando?
- Te miro a ti, gatita -contestó él, inmóvil, con su corrosiva sonrisa.

Ella hizo una mueca de asco y le dio la espalda para preparar la orden que acababa de entregarle uno de los camareros, mientras él continuaba su examen; quizá Afrodita tuviese razón y pagar su deuda fuese una buena manera de comenzar a comportarse como una persona decente. Esperó a que terminase lo que estaba haciendo y la llamó:

- ¡Eh, gatita! ¡Ven un momento!
- Si me vas a pedir que te sirva sin pagar, ya sabes cómo termina eso... -comenzó ella, pero él la interrumpió con el índice levantado.
- Todo lo contrario. Dame la cuenta, que la voy a liquidar.
- ¿Me estás vacilando, mascarita?
- En absoluto, hablo en serio. Pásame el total.

Kyrene, con un rictus de incredulidad, se alejó hacia la caja registradora, bolígrafo en mano, y Afrodita palmeó el brazo de su compañero con fuerza:

- ¡Vaya, Death, estoy orgulloso de ti! ¡Has seguido un consejo y vas a hacer algo bien! ¿Es que se acerca un meteorito asesino y no me he enterado?
- No seas listillo, Dita, lo hago por Helena.
- Por supuesto, las miradas que le lanzas a Kyrene no tienen nada que ver...
- Calla y bebe, que viene...

La chica depositó un pedazo de papel doblado en dos frente a él y apoyó ambas manos sobre la barra, con calma. Deathmask lo cogió y leyó la cifra, dando la espalda a Afrodita para impedir que cotillease por encima de su hombro.

- Oye, gatita, ¿no has anotado un cero de más aquí? -interrogó, con los ojos entornados, tratando de sonar tranquilo. ¿Cómo cojones había acumulado una deuda de tal calibre con Giorgos? ¡Ni que se hubiese bebido la sangre de sus descendientes en un cáliz ofrecido por Ganímedes!

- ¿A ver...?

Ella se inclinó para comprobarlo, con su frente casi pegada a la de él, y contó los dígitos con el dedo, despacio. Deathmask aprovechó para observar la forma en que dejaba asomar la lengua entre los dientes y el nacimiento de sus pechos, en segundo plano tras la nota, aspirando el agradable perfume a sándalo que su piel desprendía.

- Está todo correcto, es lo que debes -concluyó, echando el torso hacia atrás-. ¿Ya te has arrepentido?

- ¡No, no, te voy a pagar! Pero necesitaré que me des facilidades... Ya sabes que los caballeros vivimos de forma frugal...

- Ya. Pues, en ese caso, quizá debas empezar a beber de forma frugal -sugirió ella, con una sonrisa tan cargada de cinismo como las que él solía esbozar.

- Podría pagarte dándote clases de autodefensa: te enseñaría a usar esa escoba como un arma mortífera... pasaríamos tiempo juntos practicando cuerpo a cuerpo... -se aproximó a ella, con aire seductor.

- La verdad es que apalearte la otra vez fue todo un placer, por mí repetiría cada noche -Kyrene entrecerró los ojos como si recordase un sueño, con la misma expresión que él, al tiempo que apoyaba los antebrazos en la encimera.

- Hay muchas otras cosas que podría hacerte cada noche... -la sonrisa de Deathmask se ensanchó hasta las orejas mientras se acercaba aún más.

- Oh, ¿acaso pretendes pagarme con tu cuerpo, caballero?

- Tengo mucho que aportar... te quitaría esa cara tan seria, no podrías dejar de sonreír en dos semanas...

- Prefiero el efectivo. Mis empleados tienen que comer –la chica dio media vuelta y se marchó a atender a otros clientes, rompiendo bruscamente aquel extraño momento.

Afrodita, que había sido testigo mudo de la lluvia de ideas que acababa de tener lugar, se aproximó a su compañero, sin entender nada:

- Death, ¿qué ha sido eso? ¡Estabas tonteando con Kyrene!

- ¿Yo? ¡En absoluto! Me he limitado a ofrecerle mis habilidades en pago de la deuda.

- Pues a mí me ha parecido otra cosa.

- Es ese flequillo tan largo, que no te deja ver con claridad –le apartó el cabello de la cara.

- ¡No me toques el pelo! No quiero que me lo engrases con tus dedazos.

- Perdona, pececito.

Deathmask, de nuevo serio, hizo girar la jarra entre las palmas y dejó volar su pensamiento. Desde la muerte de Helena y su propia vuelta a la vida, había atravesado todas las fases clásicas del duelo y algunas más cuya existencia los psicólogos desconocían: había hecho promesas al viento, destrozado paredes a puñetazos y pasado semanas enteras durmiendo al raso en el limbo de su propio dolor, se había emborrachado y peleado con las peores compañías de Rodorio y de todas las villas circundantes en un radio de cien kilómetros, había suplicado y maldecido a los dioses y, finalmente, había asumido que, por mucho que la llorase, ella jamás volvería. Solo entonces, la herida que le hacía actuar como un loco comenzó a cerrarse. Se mantenía fiel a la palabra dada, realizando su trabajo con valentía y lealtad a Atenea, e intentaba comportarse, utilizando su recuerdo como inspiración, pero a veces sentía, en un rincón de sí mismo por el que no le gustaba transitar demasiado, que el compañerismo, la amistad y la adoración a su diosa no eran suficientes: Helena le había hecho descubrir algo que ahora añoraba y que sabía que no volvería a experimentar, porque no lo merecía.

Era cierto que sus tendencias autodestructivas y las largas temporadas de apatía que le habían granjeado fama de lunático y conflictivo parecían estar controladas, pero en el fondo seguía siendo consciente de que no era un caballero digno en el mismo sentido en que lo eran Dohko, Camus o Shaka. Y si no era digno de su rango, ¿cómo iba a serlo del afecto de alguien?

- He pensado en una forma de pago, si realmente tienes dificultades... -Kyrene se le acercó, cuaderno en mano. Por primera vez, su voz sonaba comprensiva, carente de ira o suspicacia- ¿Estás bien? –se agachó un poco, buscando sus ojos.

- Sí, sí –Deathmask salió de sus reflexiones-. Te escucho.

Afrodita, incrédulo, contempló el pequeño hito en la historia de Rodorio que suponía la tregua entre aquellos dos: la disposición de Deathmask a resolver el problema había conseguido que Kyrene rebajase su nivel de hostilidad y, al fin, estaban hablando con calma, garabateando en el cuaderno, como personas civilizadas. Sonrió mientras mordía la aceituna extra de su copa: quizá pudiesen llevarse bien, después de todo.

- ¿Te caíste de cabeza cuando eras un bebé? ¿Cómo se te ocurre? –los gritos de Kyrene resonaban en el silencio de la taberna vacía.

- ¡Gatita! No sabía que ya habías cerrado, venía solo a coger mi chaqueta...

- ¡No puedes irrumpir así en los sitios! –escoba en mano, la chica perseguía a Deathmask, que huía de ella con dificultades, a causa del ataque de risa que casi le impedía caminar.

El caballero de Piscis puso los ojos en blanco y agradeció no haber apostado nada por el nuevo status quo entre la camarera y su compañero, porque habría perdido hasta el lunar de la mejilla. La idea de Death de dar la vuelta a mitad de camino para recuperar su chaqueta olvidada era nefasta, pero su siguiente ocurrencia, consistente en intentar entrar por una ventana dado que la puerta estaba cerrada, merecía sin lugar a duda el par de escobazos que la chica le estaba arreando en aquel mismo momento. La cara de Kyrene, que estaba limpiando tranquilamente, al ver a Deathmask colarse por el hueco de la ventana hasta caer de cara contra el suelo haciendo la pose del escorpión con las piernas por encima de la cabeza, había sido digna de sustituir al protagonista de "El grito" de Munch en cualquier museo, pensó Afrodita, con una risilla traviesa bailando en los labios.

- ¿Por qué eres tan agresiva? ¡Dame mi cazadora!

- ¡Toma y métetela por donde no te dé el sol, imbécil!

- ¿Sabes qué? ¡Eres una pirada inaguantable! ¡No pienso volver! –bramó Deathmask, protegiéndose la cabeza mientras intentaba regresar a la ventana desde la que Afrodita les observaba, suspirando con resignación.

**¡¡Gracias a la preciosa xochitl_135 por este dibujito tan divertido!! ¿A que está genial? Me gusta muchísimo, la verdad es que retrata muy bien tanto la postura en la que se estampa el pobre Deathmask como las caritas de resignación de Afrodita y Kyrene, que se ganan el cielo aguantándole... No sé si consigo explicar en palabras la ilusión que me hace pensar que a alguien le divierta mi historia hasta el punto de animarse a dibujarla o a crear algo basado en ella <3 Mizuki, muchas gracias, de verdad. ¡Es una chulada y tú eres un sol!**


Gracias por leer mi historia; espero que te esté gustando. Si es así, una estrellita y un comentario siempre animan a continuar publicando...

En el próximo capítulo, "Hechos para colisionar", veremos cómo evoluciona la "amistad" entre Kyrene y Deathmask. ¿Le apaleará ella de nuevo? ¿Pagará él su deuda?

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