Capítulo 12: ceremonia (✔️)



Sentí cómo mi rostro era abrasado por los rayos del sol. Abrí poco a poco mis ojos y noté que la cortina de mi ventana estaba abierta, lo cual me hizo gruñir; odiaba cuando eso pasaba. Pronto me di cuenta de que estaba en mi habitación del antiguo cuartel general y sonreí ligeramente, aliviada de estar viva y de volver a ver esas cuatro paredes familiares. Miré a mi derecha y vi a Eren, durmiendo en mi regazo, probablemente agotado por haber estado vigilando mi estado de salud.

Intenté moverme y sentí un intenso dolor en mi brazo, recordando de inmediato lo que le había sucedido. Genial, ahora estaba casi incapacitada para hacer mi trabajo.

— ¿Te encuentras bien? —me preguntó Eren. Me sobresalté; ¿en qué momento se había despertado?

—Sí, bien —sonreí—, solo me duele un poco el brazo.

— Qué alivio. Me preocupé mucho cuando el capitán llegó contigo en brazos. ¿Necesitas algo?

Me ruboricé al recordar aquella escena. Se me había olvidado por completo ese pequeño detalle, pero, bueno, no era nada del otro mundo. Simplemente un capitán ayudando a su subordinada.

—Ya vengo, tengo que avisarle a Hange.

Asentí en silencio y me quedé observando el techo. Ahora vendrían las preguntas y no tenía idea de qué contestar; incluso para mí, todo era muy confuso.

— ¿Eres un maldito titán, verdad?... ¿Has ocultado esto a todos, incluso al comandante? ¿Eres igual a Jeager?

¿Qué se suponía que significaba eso? ¿Por qué me lo dijo tan seguro? Según el libro de mi padre, yo era aparentemente una Ackerman, aunque era información que aún no confirmaba del todo, entonces, ¿por qué me preocupaba? Miré mi brazo herido y vendado y sonreí.

—Espera, si fuera uno, ¡ya se hubiera curado enseguida como lo hace Eren! ¿No?

Creo que me estaba estresando vanamente. Cerré mis ojos ya más tranquila por mi deducción y esperé. No pasó mucho tiempo hasta que tocaron mi puerta.

— ¡Ey! ¿Cómo estás? —Me saludó alegremente Hange mientras se sentaba a los pies de mi cama— has tenido una muy buena cicatrización, eso es sorprendente. Pero aún debes permanecer sin hacer fuerza ¿entendido?

—Sí —sonreí—. Gracias, Hange, de verdad, por ir en mi ayuda. Si no hubieran estado allí...

—Esto... bueno, no tienes que agradecérmelo a mí —dijo muy avergonzada— nosotros no habíamos notado la baja del equipo cinco, hasta que Levi apareció con su escuadrón de la nada.

— ¿El capitán? ¿Y qué diablos hacía allí? —levanté una ceja incrédula, realmente quería saber cómo había llegado al lugar donde yo me encontraba. No era fácil de encontrar.

— Bueno, como sabes, él no confía en mí en este tipo de misiones —Rodó los ojos con exasperación y continuó—. No se sintió seguro con la operación desde un principio y quiso, ya sabes, meter sus narices —Soltó una carcajada llena de sarcasmo y luego adoptó una expresión seria.—, pero si él no hubiera sido tan metiche, tú no estarías viva. Realmente lo siento, él terminó haciendo mi trabajo.

Hange bajó su mirada y dejó que un semblante de tristeza se apoderara de su rostro. Era evidente que la pérdida del grupo cinco la afectaba profundamente. Me sentí mal al ver cómo le pesaba, sabiendo que ella nunca tuvo malas intenciones.

Le hice entender que también tenía culpa en el asunto, ya que yo había violado una regla básica de supervivencia: nunca ir tras un titán solo.

Ambas sonreímos y continuamos platicando. Casi me ahogo con mi propia saliva al enterarme de que a los titanes finalmente capturados les había puesto los nombres de Sawney y Bean. Realmente sentí que aquella mujer no era normal, pero entendí que detrás de su aparente rareza, había un propósito investigativo sólido.

—Bueno, y ahora dime, ¿puedes recordar lo que pasó?

Suspiré profundamente antes de comenzar a relatar todo, desde la emboscada del excéntrico hasta la trampa en la que caí ingenuamente.

— ¿Qué? ¿Se sacrificó para darle la oportunidad a los demás de caer sobre ti y devorarte? —preguntó asombrada, pero a la vez, se notaba una extraña emoción en su tono. Asentí ante su pregunta y observé una mezcla perturbadora de sorpresa y alegría en su semblante, una combinación que me asustó.

Hange quedó en silencio por unos segundos, como si estuviera meditando algo, y luego me miró, indicándome que continuara.

—Debido a la pérdida de sangre del brazo, perdí la conciencia, y cuando desperté, ya tenía a Camus encima, tratando de estrangularme —dije mientras tocaba el área afectada, como si aún pudiera sentir sus manos apretándome el cuello.

Le omití descaradamente la parte en la que Camus me acusaba en sus delirios, porque sabía que podría generar confusión y, además, suscitar sospechas innecesarias. No quería complicar más las cosas.

—Lo que no entiendo... —continué— ¿por qué después de matar a los titanes involucrados me dejaron allí? ¿Tuvieron que volver para enfrentar a otros cerca?

Hange mostró una expresión de desconcierto.

— ¿Eh? ¿De qué hablas? Nosotros, bueno, Levi llegó cuando Camus intentaba matarte —dijo con firmeza la líder de sección—. No llegamos antes.

Quedé en silencio. Entonces, ¿quién había matado a los otros dos titanes? Era imposible que fuera Camus, porque él llegó al lugar cuando yo ya estaba despierta. Y no estaba con sus cuchillas. Ahora que lo pensaba, cuando desperté solo había un cuerpo de titán desintegrándose, ¿y el otro, dónde estaba?

La confusión se apoderó de mí mientras intentaba encajar las piezas de ese rompecabezas. Miré a Hange en busca de alguna respuesta, pero su expresión de perplejidad sugería que ella también estaba desconcertada por esa extraña discrepancia en los hechos.

—Oh, ya veo.—Con una mano, me tomé la cabeza, indicando mi torpeza—. Entonces debo estar confundida aún por la falta de oxígeno que tuve —traté de excusarme.

Hange no pareció tragarse la excusa, pero decidió dejarlo pasar. Sus ojos se estrecharon ligeramente, como si estuviera evaluando la veracidad de mis palabras, pero finalmente, asintió sin decir nada.

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Debido a mis heridas, mis funciones en el regimiento habían experimentado un cambio. Por el momento, tenía tareas administrativas, evitándome cualquier carga física, salvo por las tareas de limpieza, que parecían destinadas a ser eternas. Mi responsabilidad principal era recibir correspondencia e informar sobre la situación en la ciudad.

La última carta que llegó contenía detalles precisos sobre la fecha y hora de la ceremonia de graduación de los cadetes. Al enterarme de que Mike, Nanaba y Gelgar asistirían, pensé que no sería mala idea darme una vuelta por allí. Dado que también estaba a cargo de las comidas, decidí aprovechar el momento para pedir permiso.

—Capitán Levi —me dirigí hacia él mientras me acercaba y colocaba una taza de té frente a él.

Él me miró con extrañeza, notando la inusualidad de que usara su nombre, algo que rara vez hacía.

—Como ya sabe, en la mañana llegó la carta con la fecha de graduación de los cadetes —continué—. Quería saber si...

—No. —interrumpió.

—Ni siquiera he terminado la frase. —Fruncí las cejas ante su brusquedad.

—No puedes ir a la graduación de los cadetes —respondió con la misma firmeza y neutralidad que antes, dándole un sorbo a su té. Imperturbable.

La negativa resonó en el aire, y aunque estaba acostumbrada a sus respuestas cortantes, esta vez me dieron ganas de estrangularlo.

— ¿Por qué? —pregunté sin perder mi dignidad. Si pensaba que me quedaría tranquila solo con aquella respuesta estaba muy equivocado. Si no me daba razones lógicas, no lo iba aceptar— Solo será una noche.

—Has estado casi ocho días fuera de las tareas del escuadrón. Sin tu ayuda, he tenido que hacer malabares por la falta de personal para las actividades y misiones en este lugar. —Bajó su taza e hizo contacto visual conmigo, fulminándome con la mirada— ¿Y quieres poner en peligro todo ese esfuerzo para ir a ver a un par de mocosos graduarse?

— ¿Y por qué debería ser un peligro ir?

—Si  observas tu brazo, sabrás que no está sano del todo. ¿Qué pasa si te caes del caballo o aparece un maldito titán? Aquí nadie te acompañará. —Al notar que lo miraba en silencio y con evidente molestia, continuó— Debido a tu irresponsabilidad en la última misión, ahora eres una carga para este lugar.

—Ya entendí —le dije cortante mientras me levantaba de la mesa. La conversación había terminado.

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Esa noche iba a ser mi noche. Aunque el capitán Levi no me había dado permiso, yo iba a asistir  de todas formas . Planeaba escaparme al anochecer y llegar justo a tiempo para la graduación, para después regresar. Los titanes no andan por la noche, por lo tanto, no habría peligro. Dejé toda mi ropa lista y bajé al comedor para servir la cena.

— ¿Quieres que te ayude? —me preguntó Petra mientras yo comenzaba a servir un guiso de verduras.

—No, no te preocupes, ve a sentarte—le contesté con una sonrisa. Petra asintió y se dirigió al comedor, mientras yo sonreía con malicia.

Sí, le había puesto una hierba relajante a la comida, para que cualquiera que lo bebiera cayera en un sueño reparador y profundo. Obviamente, no se lo coloqué a las personas que tenían guardia nocturna. Cuando les serví a todos, finalmente me senté con ellos para comer.

—Wow, esto se ve delicioso —dijo Oruo—. Te has ganado mis respetos.

—Espero que les guste. —Sonreí inocentemente, pero por dentro la ansiedad empezaba a hacer su aparición.

Comencé a tomar, pero casi me da un infarto al notar que el capitán solo observaba su plato de comida sin hacer absolutamente nada, ningún movimiento. ¿Qué? ¿Por qué lo miraba? Me puse nerviosa, mis manos temblaban ligeramente al sostener el tenedor.

— ¿Ca-capitán, pasa algo? —pregunté, tratando de sonar natural, aunque mi voz titubeó, revelando mi inquietud.

Él solo me miró de vuelta, sin expresión. Odiaba cuando hacía eso, porque no tenías idea de lo que estaba pasando por su cabeza. Tragué saliva, sintiendo la tensión en el aire, y todos los demás le devolvieron la mirada a él, preocupados.

— ¿Capitán? ¿Está bien? —le preguntó Eld, rompiendo el silencio tenso que se había instalado en la mesa.

Mi presión arterial subió tanto que comencé a sentir mareos.

—Le falta sal —respondió finalmente el capitán.

Suspiré aliviada. Si me preguntaran por qué no encontré extraño que notara la falta de sal en una comida que aún no había probado, la respuesta sería sencilla: era el capitán. Todo lo que hacía era extraño y sin sentido. Si en algún momento comenzara a llorar chocolate, tampoco lo cuestionaría.

—Me lo hubiera dicho antes, yo voy por el —dije ya más tranquila.

En un momento realmente llegué a pensar que ese hombre me leía la mente, qué tonta.

Cuando finalmente llegó la noche, esperé a que todos entraran a sus habitaciones para poder vestirme en silencio. Sabía que la mayoría no me sentiría por los pasillos debido a la hierba en la sopa. Verifiqué que los guardias nocturnos en el techo estuvieran en un punto muerto antes de sacar a mi caballo del establo. Sin que nadie me notara, me fui lo más rápido posible.

Cuando toqué suelo en la ciudad, una sonrisa se dibujó en mi rostro. Como supuse, no había tenido ningún tipo de altercado durante el camino. Al mirar mi reloj, me di cuenta de que estaba atrasada, así que me apresuré a llegar al lugar donde se celebraba la ceremonia. Al llegar, vi a todos los cadetes y de lejos divisé a Nanaba, a quien le hice una seña con la mano y me acerqué.

— ¿Q-qué diablos haces aquí? —me preguntó nerviosa, correspondiendo alegremente a mi abrazo. Hacía tanto tiempo que no la veía—. ¿Acaso Levi te dio permiso?

—No, me escapé, pero ya me devuelvo.

— ¿¡Qué hiciste qué!? —Nanaba me miraba con una expresión asustada y comenzó a mirar por todos lados, como alguien que esconde a un criminal en la casa.

—Ya cálmate, pareces loca —dije tocándole el hombro—. Ya, ahora silencio, que quiero escuchar al comandante.

Al ver al comandante pronunciar el discurso de iniciación, se me erizó la piel. Siempre había tenido la habilidad sorprendente de llegar a la gente, y esta no era la excepción. Sentía una admiración tremenda por ese hombre y sabía que lo seguiría hasta el fin de mis días.

Cuando observé a los cadetes, noté que muchos tenían caras de pánico, siendo los primeros en retirarse cuando el comandante lo propuso. Los que se quedaron eran pocos, pero sus expresiones eran completamente firmes. Me sorprendió ver que uno de los cadetes que permaneció era el chico rubio que se había despedido de su abuelo años atrás.

— ¡Qué bien! —Salté alegremente y aplaudí emocionada. Nos encontrábamos al costado del escenario, así que nadie podía vernos—. ¡Compañeros nuevos!

—Bueno, ya viste bastante, ahora debes volver —me ordenó Nanaba—. Erwin no puede verte aquí, ya sabes que lo que ve el comandante, lo sabe Levi.

Asentí en respuesta para calmarla. Ya había presenciado lo que buscaba, y aunque solo unos pocos serían los nuevos compañeros, podía percibir que serían leales, lo sabía. Sus espíritus ardían con una llama decidida, dispuestos a enfrentar lo que viniera.

Cuando finalizó toda la ceremonia, ya eran alrededor de las once de la noche y sabía que el regreso a caballo al antiguo cuartel general me llevaría unas tres horas. Me llené de fuerzas y emprendí el retorno. La gente podría tildarme de loca por arriesgarme solo para presenciar una maldita ceremonia, pero a mí me encantaban ese tipo de eventos. Me llenaban el corazón y escuchar al comandante Erwin hablar siempre me motivaba el doble. No podía dejar pasar esa oportunidad; sus palabras renovaban mis ganas de seguir la lucha y le daban sentido a mi vida.

Eran alrededor de las dos de la madrugada cuando llegué, y sin problemas. Me dirigí silenciosamente al establo, guardé a mi caballo y entré al antiguo cuartel sigilosamente. Miré a mi alrededor y no había señales de que alguien se hubiera levantado o estuviera despierto.

Cuando entré a mi habitación, cerré la puerta detrás de mí y sonreí. La sensación de haber vivido algo tan especial, sumado al silencio de la noche, creaba una atmósfera única que me envolvía en una especie de paz interna.

— ¡Gracias vida! Susurré para mi, contenta por haber hecho lo que realmente quería.

Cuando me di la vuelta, dispuesta a ponerme mi pijama, me percaté de que el capitán estaba sentado en mi escritorio. No pude descifrar su mirada, y dejé de respirar por algunos segundos. La taquicardia volvió en su máximo esplendor, una oleada de adrenalina pura recorrió mi torrente sanguíneo,  peor que cuando te ataca un titán por sorpresa.

— ¿Dónde estabas? —Su voz era sombría, denotando su molestia.

No respondí; en realidad, no había nada que decir, ¿verdad? Ya me habían pillado, y era obvio que sabía que yo había estado fuera. Mientras permanecía en silencio, él sacó algo de mi cajón, se dio vuelta y me lo mostró. Se me salió el alma del cuerpo.

— ¿Y me puedes decir qué demonios es esto?

Maldición, el libro diario de mi padre.

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