X

Lirelia, llamada Lire por decisión propia, desvió la mirada hacia otro lado, negándose a mirar ese papel, huyendo a la vez de la acusativa mirada de Sebastien.

—Aleja eso de mí.

—¿Por qué no me lo dijiste?

—No era necesario que supieras.

—Creo que sí lo era.

—Lo que sucedió entonces no importa.

—No hables como si lo ignoraras —increpó Sebastien—. Los espíritus no son seres de azar. Se guían por leyes y relaciones. Para ellos, las coincidencias no existen.

Sebastien rodeó la cama hasta que Lire no pudo evitar que su mirada se cruzara con la de él. Lo miró con resentimiento.

—Ese suceso fue el detonante, ¿no es así? El comienzo de todo. Corrígeme si me equivoco.

—No. Tienes razón —admitió Lire. Y lo odió incluso más.

—Entonces dime qué sucedió exactamente.

—¿Tengo que?

—El reporte se estropeó. Los detalles ahí escritos son ilegibles. Eres la única, además del mayor Dresko, probablemente, que conoce la verdad. Y la verdad es lo que necesito.

—¿La verdad? —repitió Lire. Desvió la mirada abajo, a la maldita hoja de papel que reposaba sobre sus piernas—. Bien, eso es lo que te daré.

»Debes saber, exorcista, que el legado de Lendazar es uno sin fortuna. Sus descendientes, dice la gente de aquí, llevan el mal en la sangre. Mi madre murió durante el parto, dejando dos mellizos atrás mientras ella partía a los Campos Cenicientos. Nuestro padre, último descendiente de una línea de sangre que llegaba hasta el infame Barnard Lendazar, era un ebrio y un vicioso. Se quitó la vida poco tiempo luego de que su mujer falleciera. Mi hermano y yo tuvimos que crecer como huérfanos.

—Lo siento.

—No, no lo sientes. No eres como el resto, no necesitas fingir compasión.

Sebastien se abstuvo de decir nada en adelante.

—No importa ya. ¿En qué iba? Mi hermano y yo, sí. Debes haberlo conocido, trabaja con el alguacil mayor. Su nombre es Orlem. Como había dicho, crecimos como huérfanos. Valira, la antigua regente de este santuario, vio que había talento para el Arte de la Sanación en mí y me acogió como su adepta.

Lire tomó un largo sorbo de té. Tenía una expresión amarga en el rostro.

—Valira no era mejor que los otros. La única razón por la que dejó que Orlem viviera con nosotros fue porque era mi hermano. Estoy segura de que se habría librado de él si hubiera tenido la oportunidad.

»Los años pasaron así, yo aprendiendo todo lo que podía de Valira, y Orlem… —Lire sacudió la cabeza—. Él simplemente era distinto. Pero ser él mismo hizo que no encajara con nadie. Los otros niños no jugaban con él, pues le temían, haciendo caso a las cosas que decían los adultos. Jamás le hizo daño a nadie. Y no había día que Valira no se quejara de que Orlem le malograba el jardín, que arrancaba las flores y las hojas y quemaba los tallos. Pero era mi hermano. Es mi hermano.

»Sé que estoy divagando, pero lo que te he dicho hasta ahora es necesario para que entiendas cómo transcurrió todo esa noche. Y ahora te lo diré.

»El último exorcista que se asentó aquí, un tal Gaulier, era, por decir lo menos, un pendenciero y un criminal. Le gustaba presumir de cómo era la vida en las grandes ciudades, de qué maravillosos eran los placeres y comodidades que allí la gente disfrutaba. No pasó mucho tiempo antes de que las muchachas de aquí, embelesadas por sus historias, cayeran por él. Se acostó con varias de ellas.

Entonces, la expresión de Lire cambió por una de asco.

—Sin embargo, aunque podía escoger de entre todas ellas, tomó cierta… obsesión conmigo. Solía venir al santuario día sí y día también, solo para verme. Valira, que no era tonta, notó esto y pronto me prohibió dejar mi habitación durante el servicio. A Gaulier esto no le gustó. La gente por entonces hablaba de echarlo, de tomar armas y obligarlo a marcharse, o que pagara las consecuencias como había sucedido con Barnard tanto tiempo atrás. Pero la verdad era que, como a Barnard, le temían demasiado. Y, entonces, pasó lo que Valira debió haber previsto, lo que yo debí haber previsto.

»Gaulier irrumpió una noche en el santuario. Recuerdo que mi maestra se levantó como poseída, corrió a mi habitación, me encerró, y se quedó afuera bloqueando la entrada. Con temor, oí los gritos de ella y de Gaulier mientras discutían. Él estaba ebrio. Lo siguiente que oí fue un grito, un chillido, y luego los boqueos de una moribunda. Gaulier abrió la puerta de una patada, sus manos manchadas de sangre. Valira yacía detrás de él con la garganta abierta de par y par. Lloraba mientras moría. Yo lloré también.

La voz de Lire empezó a quebrarse.

—Gaulier me alzó como si no fuera más que una muñeca de trapo. Grité, grité tanto... Pero si alguien en el pueblo escuchó, nadie hizo nada. Gaulier me llevó lejos, al molino, balbuceando algo sobre terminar las cosas donde habían comenzado. Me metió allí…

Lire alzó la mirada para ver al exorcista, sus ojos anegados de lágrimas que, a pura fuerza de voluntad, había conseguido contener.

—Grité, le pedí piedad a los Eternos. Pero nada lo detuvo. Me arrancó el camisón, y luego…

—Lire…  —dijo Sebastien en voz baja—. No necesitas seguir.

—No. ¿Querías la verdad? Pues ahora ten la hombría de oírla completamente. Gaulier me violó. Una y otra vez. No sé cuántas veces. Me golpeó, quiso asfixiarme. Creí que moriría. Hubiera preferido morir.

La mandíbula de Sebastien se tensó. Lire vio que algo hervía en su interior, una emoción intensa como un fuego abrasador, disfrazada bajo el manto de esa expresión fría. No le importó. Siguió contándolo todo.

—Pero no morí. No tuve tanta suerte. Al final, me resigné a sufrir el destino que me había tocado. Dejé que hiciera conmigo como le viniera en gana. Y luego… luego escuché el disparo.

Lire se obligó a recomponerse, se limpió las lágrimas con la manga del vestido.

—La cabeza de Gaulier se abrió como una rosa ante mis ojos, su sangre y sesos mancharon mi cara y el suelo bajo mi cabeza. Miré a un costado y Orlem estaba ahí, alzando el viejo rifle de nuestro padre. Tenía los ojos muy abiertos. Temblaba, como temblaba yo también. Me arrastré hacia él, llorando, pero Orlem no me miró. Sus ojos estaban fijos en Gaulier. Disparó una vez más, y luego otra. Siguió disparando hasta quedarse sin munición. Vomité al ver lo que había quedado del cuerpo de Gaulier. Entonces Orlem dejó caer el rifle y se desplomó, como un niño. Lloramos los dos, abrazados. Lloramos hasta quedarnos dormidos. Dresko nos llevó de vuelta al pueblo a la mañana siguiente. Esa es la verdad que tan obstinadamente querías, exorcista.

Hubo silencio.

Lire respiró hondo, como si se hubiera quitado un gran peso de encima. Sebastien solo se quedó ahí, callado, su mirada perdida en algún lugar más allá de la ventana.

—Orlem, aquel que todos rechazaron, aquel que todos prefirieron dejar a un lado, como si no existiera, hizo lo que nadie más aquí se atrevió a hacer. Le debo mi vida —dijo Lire.

Un acto de violencia que emulaba uno ocurrido en el pasado.

Y los espíritus adoraban eso (las leyes, las relaciones, los círculos completos), pues eran ecos, reflejos de todo aquello que presenciaban, aquello que los hacía nacer.

—¿Lo entiendes ahora? —preguntó Lire.

—Sí.

—¿Y qué harás, entonces?

La pregunta tomó a Sebastien desprevenido. Dudaba. Ahora, de entre todos los momentos. Pero, a pesar de sus dudas, sabía que solo había una manera de contestar.

—Cumplir con mi deber.

—Ya veo —dijo Lire, sin mirarlo—. Y las historias que cuentan de ti, las que dicen que allá donde vas dejas un reguero de muertos… ¿son ciertas?

—¿Importa?

—Importa.

Sebastien se apartó de la ventana. Su mirada se cruzó con la de Lire.

—¿Puedo pedirte algo, Peregrino?

—Depende de qué.

—Prométeme que, cuando llegue el momento, no matarás. Prométeme que probarás que esas historias se equivocan, aunque sea solo esta vez.

—Lire…

—Promételo.

Sebastien se le quedó viendo. Y Lire vio en sus ojos emociones que conocía, el dolor, la culpa. Dolor nacido de la pérdida, y una culpa que lo consume todo después. Y Lire supo porqué le importaba tanto.

Él había perdido a alguien también, como los padres de esa niña, como la familia de Adda. Cada nueva víctima le recordaba su pérdida, cada fracaso alimentaba su culpa.

—Yo… lo intentaré. —Sebastien terminó aceptando la petición de Lire. La expresión afligida de la regente se alivió un poco, solamente un poco.

—Gracias —le dijo, casi a punto de sonreír, aún entre lágrimas—. Gracias, Sebastien.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top