2° Descastadas
Charleen sentía los nervios de Aaric mientras esperaban tras la puerta de la habitación. Una mujer humana pasó entre ambos a toda velocidad, llevando un par de toallas y encerrándose antes que alguno de los dos le realizase alguna pregunta.
Estaban ahí desde hacía horas, y hasta ese momento no habían escuchado ningún llanto. Aaric temía por el devenir de su futuro hijo y el no poder presenciar el parto aumentaba su angustia.
Charleen pensaba alguna forma de convencerlo que todo estaría bien, más no se le ocurría ninguna. A la cabeza solo se le venían reproches por haber embarazado a un mujer humana fuera de las colonias. Aaric siendo el miembro más serio y centrado de la Legión, era la última persona de la cual se hubiese esperado que cometiese tal acto de irresponsabilidad; pero ahí estaban, esperando el nacimiento de un niño unua para recién poder negociar su destino.
El tan esperado llanto por fin se escuchó tras las paredes de madera y antes que la ansiedad pudiera con ellos e irrumpieran en el lugar, Sara, la nodriza que Charleen había llevado, salió a darles las novedades.
—Es varón —respondió antes de ser interrogada, sabiendo que el sexo del bebé era lo primero que los unuas solían preguntar. Los nacimientos de niñas habían sido tan escasos en esos últimos años que escuchar de alguno era considerado un milagro.
—¿Cómo está? —preguntó Charleen, solo por los nervios, sabía de antemano que los niños unuas nacían siempre sin problemas.
—¿Cómo está ella? —interrumpió Aaric.
—Cansada —le respondió cabizbaja—. La partera está convenciéndola de dar de lactar.
El legionario no esperó más, irrumpió en la modesta habitación, donde las cortinas cerradas evitaban el ingreso de la luz del día y contempló una escena que parecía más de un velorio que aquella que ambienta la alegre bienvenida de una nueva vida al mundo.
La mujer que había entrado con anterioridad llevaba al niño en brazos, llorando a todo pulmón, reclamando el contacto y el pecho materno. Negó con la cabeza y se despojó del bebé en brazos de Sara. Aaric le dio un vistazo y le dedicó una sonrisa al bebé. Con delicadeza retiró la manta que lo envolvía y corroboró que su hijo ya poseía una marca. Pensó que así era mucho mejor, la materialización de un espíritu de Aión en la habitación dispuesto a otorgarle una marca al recién nacido habría sido demasiado para ese grupo de humanos.
—Iré a alimentarlo —avisó Sara saliendo al pasillo, alejándose de la inevitable confrontación que se llevaría a acabo.
Aaric y Charleen se acercaron a la parturienta, una joven cuya belleza estaba deslucida por la fatiga.
—¿Cómo te sientes? —Aaric sentó a su lado y de inmediato la partera y los padres de la muchacha retrocedieron.
—¿Cómo quieres que me sienta? Eso casi me destruye.
—Eso es un bebé y es tu hijo —la atacó Charleen, quien no pudo aguantarse de hablar.
El guerrero le pidió discreción con la mirada.
—Eso no es un niño normal. ¿Qué niño nace saludable a los siete meses? ¿Qué niño nace marcado? Todos dicen que esos son niños monstruos. —La madre de la joven, quien permanecía a su lado con los ojos hinchado de tanto llorar, atacó de vuelta. Todos intentaban mantener la calma. Antes del parto habían hablado sobre llevarse al bebé a una colonia unua y jamás volver a verse, más el plan no se había concretado. Aaric le había ofrecido a aquella muchacha mudarse a Kadry para estar cerca de su hijo, mas ella declinó la oferta sin meditarlo, no quería saber nada de la criatura que crecía en su vientre.
—Sólo llévatelo —cansada de todo, la joven desvió la vista.
—Haremos lo que deseas —determinó Charleen, mordiéndose la lengua para no decir más. "Cabeza fría y no ser inoportuna" se repitió varias veces. Su función era resolver esos asuntos de la forma más pacífica y diplomática posible, mas no le era sencillo, habían temas que le tocaban la fibra sensible. Ese era el cuarto parto fuera de alguna colonia que atendía en ese año y si sumaba los cinco años pasados ya eran como veinticinco.
La explosión demográfica unua se estaba convirtiendo en un problema fuera de las naciones. Las mujeres humanas que parían niños unuas no eran bien vistas, muy pocas se mudaban a las colonias, la mayoría renunciaba a los recién nacidos, y ese era el segundo peor rechazo de una madre hacia su hijo que presenciaba. Al menos esa joven no se había puesto a gritar que le alejasen a ese "monstruo" ni bien el neonato hubo abandonado su vientre; como había sucedido un par de meses atrás.
—Andrea, por favor, piénsalo, si me voy ahora no verás más a nuestro hijo. —El legionario intentó convencerla y por un instante Charleen pensó que su compañero sentía algo por aquella mujer.
—Tu hijo, para mí es un niño monstruo y no pienso ser una descastada.
Ahí estaba... "monstruo", "descastada", palabras que se oían con frecuencia entre los humanos desde que la existencia de unuas se había hecho pública. Charleen detestaba esos términos y decidió salir antes que se le siguiese revolviendo el estómago.
El cambio en la luminosidad se hizo notorio fuera de la habitación, así como el golpe de aire fresco. Sara, sentada en una silla acolchada en el extremo de la habitación, le ofrecía su pecho a un pequeño regordete con una espesa mata de cabello rojo. La mujer sonreía y lo acariciaba, brindándole el apego que la madre biológica le había negado.
A Charleen le pareció transportarse siete años atrás, cuando le daba de lactar a su hijo Thane. El aroma de su cachorro permanecía impregnado en su nariz, así como el suave contacto de su piel diáfana estaba estampado como una sensación palpitante sobre su pecho izquierdo.
"Niño monstruo"... no había nada de monstruoso en Thane. Su pequeño era un niño especial y habría preferido morir antes que se lo arrebatasen de su lado. Así como las bellas sensaciones de su bebé vivían para siempre en ella, también estaban las de angustia que había sentido al despertar sobre la cama y no sentir los movimientos del bebé en su interior, y esos cortos segundos que parecieron horas cuando no divisó a su recién nacido por ningún lado. Esa sensación había acabado rápido, cuando Ethan apareció llevando al pequeño en brazos, más el recuerdo permanecería para siempre.
Los únicos monstruos durante su parto habían sido los humanos que se habían negado a brindarle ayuda.
Debido a su trabajo como embajadora, Charleen había tenido reuniones con el ejército aún a pocas semanas de dar a luz. Esa situación les había obligado a ella y a su pareja a quedarse en una cabaña cerca de la ciudad de Biero, pues el tiempo no les iba a alcanzar para ir a una colonia unua o al menos regresar a su natal Helianto.
Varios disturbios se habían desencadenado en la ciudad provocados por grupos subversivos que rechazaban la alianza del ejército humano con unuas y las negociaciones llevadas a cabo por Charleen con generales humanos no habían llegado a nada.
Su hogar temporal sin embargo, estaba en el bosque, alejado del ruidoso ajetreo de Biero y parecía un lugar idóneo para tener un parto tranquilo, solo en compañía de su pareja; pero tras diez horas de contracciones y una nula dilatación, Charleen e Ethan supieron que un parto natural no iba a ser posible.
Los hospitales cercanos se negaron a recibir a una "descastada", brindarle ayuda médica podía desembocar en una toma violenta del lugar y ningún médico o partera quería verse involucrado. Charleen recordaba todo en flashes, entre el dolor y el miedo apenas distinguía a Ethan llevándola de un lugar a otro, amenazando y pidiendo ayuda, evitando luchar contra subversivos que pretendían arrebatarle a su pareja de las manos.
La ciudad estaba tan convulsionada que decidieron regresar a la cabaña. Ethan sabía lo que tenía que hacer: realizarle una cesárea para salvar al menos a su hijo.
Dudaba, hasta que entre lágrimas de dolor Charleen le pidió que lo hiciera. Le ató los brazos y las piernas a la cama, tan fuerte que le cortaba la circulación. Fue la única vez que Charleen vio en él ese gesto de remordimiento que la lastimó más que la fría hoja del chuchillo rasgando su carne. El hechizo que Ethan había usado para mitigarle el dolor (como había hecho la noche que le arrebató su virginidad), fue inefectivo para calmar la tortura que suponía una operación sin anestesia. Pudo tolerarlo por solo un minuto; estaba tan exhausta y adolorida que se desmayó antes de siquiera poder ver la coronilla de Thane; aunque sí recordaba haber dilucidado antes de perder el conocimiento a un espíritu de Aión, que en forma de lobo y bruma esperaba sereno para otorgarle su marca al neonato.
Afortunadamente el exiguo conocimiento médico de Ethan fue suficiente para mantener a madre e hijo con vida. Aun así se echaba la culpa por lo ocurrido, por no haber protegido mejor a su pareja, por haberle hecho pasar ese mal momento y por casi quitarle la vida. La cicatriz horizontal impresa en el cuerpo de su pareja le recordaba aquel acontecimiento con constancia. Siempre que la veía la rozaba tiernamente con los labios, pidiéndole una disculpa silenciosa.
Unos golpes fuertes le hicieron regresar de sus recuerdos. Como esperaba, tres miembros del ejército estaban presentes. No eran soldados cualquiera, se trataba de Ademar, capitán de una división especial del ejército, encargada de lidiar con el problema de los niños unuas. Charleen se había encontrado con él varias veces en el pasado, tanto en asambleas como en la casa de alguna humana madre de un niño unua. De alguna manera se aparecía siempre para "mediar" sobre la custodia de unuas menores de edad. Según él, velaba por los derechos de las madres, a quienes les arrebataban a sus hijos. Según las sospechas de Ethan, Charleen y el resto de la Legión, la intención de ese hombre era apoderarse de algún niño de su raza, para investigar de cerca sus fortalezas y debilidades o incluso engordar las filas de su propio ejército con soldados prodigio. Ya había intentado tomar una "custodia temporal" de Thane años atrás debido a una acusación falsa, (o no tan falsa) referida a que el niño usaba magia para alterar cultivos humanos, haciendo aparecer extrañas figuras en sus campos de maíz, aterrando a la gente; incluso había intentado arrestar a Drake por la muerte de un joven.
—Como siempre no es sorpresa encontrarla —Dijo Ademar a modo de saludo.
—Pues como siempre no se trata de una coincidencia. Nos estamos yendo. —Le hizo un gesto a Sara para irse de ahí antes de iniciar un conflicto.
Los soldados que acompañaban a Ademar les cerraron el paso. Aaric salió en ese momento y se plantó frente a ellos.
—No puedo dejarles sacar a ese niño sin los permisos necesarios —les avisó el capitán —. Debo hablar con la madre primero.
—¿Cuáles permisos? El niño es mio —Aaric estaba confundido, ignoraba el papeleo que los humanos habían inventado para dificultar la potestad de los unuas sobre sus hijos.
—El niño tiene una madre y según nuestras leyes la custodia de un bebé le pertenece a ambos padres en partes iguales.
—Es un niño unua, sus leyes no se aplican a nosotros.
—Es un niño híbrido y no están en una colonia. No puedo dejar que se lo lleven a menos que la madre firme los papeles cediendo la custodia.
—Ademar hacemos esto cada vez, y cada vez pasa lo mismo. No vas a poner ni un dedo sobre este bebé —lo enfrentó Charleen—. La madre lo ha rechazado y Aaric es legionario de Kadry, niégale a su hijo y el asunto pasará a ser personal. Una sola orden y Aaric puede hacer que la nación de Kadry intervenga la ciudad de una forma no muy pacífica, lo que llevará a un conflicto más grande y estoy segura que no quieres eso, no por un solo bebé.
—Charleen, toma a mal mi trabajo, como si quisiera arrebatarles lo que es suyo. Aunque los unuas lo han hecho durante siglos, llevándose a los niños al cumplir los seis años, obligándolos a entrenar como guerreros a tan tierna edad. Mi interés es solo buscar igualdad y justicia para las descastadas. Si la madre rechazó a la criatura, quiero preguntárselo en persona y los dejaré irse. El invierno se acerca, no quiero que los atrape en medio camino —explicó de una forma tan encantadora que era imposible acusarlo de mentir.
Con media reverencia se dirigió a la habitación de la madre, dejándolos en custodia de sus subordinados.
—Esto es absurdo Charleen, vámonos —le dijo Aaric. En respuesta ella lo agarró del brazo, dándole confianza.
—Si escapamos lo tomarán como secuestro y van a perseguirnos, es mejor esperar.
Ademar parecía tener una larga y tendida conversación con la madre y su familia. Charleen sabía que más que preguntarle sobre su decisión respecto a ceder a su hijo, la estaba interrogando, escudriñando en los detalles de su relación con el unua y su experiencia durante el embarazo y el parto. Podía apostar a que también intentaba convencerla de pedir la custodia del bebé para luego cedérselo voluntariamente haciendo uso de cualquier excusa.
Cuando se reunieron por fin, Ademar lucía satisfecho. Sacó una pluma de su bolsillo y se puso a escribir en los papeles que llevaba en la mano.
—La madre le cede la custodia completa al padre de su hijo —les avisó—. No podrán ir a ningún lado sin esto. —Les mostró una pequeña libreta que Charleen reconoció enseguida como un pasaporte. Desde hacía cinco años que nadie podía ingresar ni salir de ningún territorio de Savi sin poseer uno—. ¿Cuál es el nombre del niño?
—Estelian —respondió Aaric. No le gustaba nada la situación, mas mantenía la calma siguiendo el consejo de Charleen.
—Bien, Estelian posee oficialmente un nombre y una ciudadanía, como es el derecho de cualquier niño híbrido o humano. —Anotó el nombre y les extendió la libreta azul, característica de la región Suroeste.
—Estelian pertenece a la nación de Kadry —subrayó Aaric, negándose a recibir el pasaporte.
Charleen tomó los papeles y todos abandonaron la vivienda para tomar caminos separados.
—Tratar a mi hijo como a un híbrido ¿cómo se les ocurre? —protestó el guerrero apretando impacientemente la empuñadura de su espada.
—Pues tiene lógica lo que dicen, aunque no lo estén haciendo por los motivos adecuados—dijo Charleen—. No pueden arrebatarle un hijo a una madre como lo hacían antes. Tienes suerte, vas a ahorrarte muchos problemas. Mejor regresen a Kadry lo antes posible. —Les entregó el pasaporte junto a un bolso que había llevado ya preparado, con ropa, mantas y pañales.
—Gracias Charleen. Estoy en deuda contigo.
—Solo cumplo con mi trabajo. Por favor, no vuelvas ni a mirar a una mujer fuera de las colonias —le advirtió.
—Tranquila, no lo haré —respondió con una sonrisa antes de alejarse hacia el norte, con Sara y Estelian bajo su cuidado.
Charleen tomó el camino opuesto. Su trabajo en Biero había concluido y debía reunirse con su familia en el valle de Vintro, el lugar donde acampaban, para luego retomar su viaje hacia Helianto. Visitaría su pueblo natal después de dos años, permanecerían ahí mientras volvía a reunirse con el ejército en Fiso y los representantes de la Confederación de Savi.
El sonido de las espadas chocando se había convertido en una melodía familiar que armonizaba el reencuentro.
Thane la sintió llegar kilómetros atrás y la esperaba sentado en una roca. Charleen lo observó desde lejos, pensando cómo una madre podría calificar de monstruo a su propio hijo, cómo podía renunciar tan fácilmente al ser que había surgido de sus entrañas.
Su pequeño Thane era un niño alegre, vivaz y orgulloso, con esa mirada profunda e inquietante que había heredado de su padre así como esa estatura tan imponente que lo hacía parecer más un pre adolescente que un niño de siete años.
Llegó corriendo hacia ella, con el torso al descubierto, el pantalón que era nuevo antes de su partida lleno de barro y casi hecho jirones, su espeso cabello castaño revuelto y una venda empapada en sangre rodeando su brazo derecho.
Charleen lo recibió con un abrazo y no lo soltó por un largo rato.
—¿Qué haces? —le preguntó su hijo.
—Te abrazo. Solo abrázame —respondió.
Thane la rodeó con los brazos. A veces no comprendía del todo las acciones de su madre, más siempre le seguía el juego suponiendo que se trataba de cosas de humanos.
Drake y Loreen dejaron el duelo de espadas que llevaban a cabo y se acercaron también a saludarla.
—Yo también quiero un abrazo —reclamó la niña y se unió a Thane.
—Tú también Drake— dijo Charleen al tercer niño que los observaba con seriedad.
A desgana se acercó a ellos y se limitó a palmearle la espalda a Loreen.
—¡¿Qué demonios hacen?! —Ethan apareció justo para reclamarles—. Deja de abrazarlos, los arruinas. Los abrazos son para tu pareja cuando vas a tener sexo, no entre guerreros.
Los niños la soltaron de inmediato, temían sufrir algún castigo por parte de su maestro.
—Son mis niños y voy a abrazarlos cuanto quiera.
—Vuelvan a entrenar. El que no consiga una insignia no come esta noche —les ordenó Ethan a los niños y de inmediato los tres se pusieron en posición defensiva, evaluándose entre ellos, listos para atacar y defenderse en pos de conservar uno de los dos medallones dorados que les daría de comer esa noche—. ¿Cómo te fue? —tras cerciorarse que sus discípulos empezaban a pelear, se dispuso a conversar con Charleen.
—La madre no quiso al niño ni irse a Kadry. Ademar tan simpático y oportuno como siempre apareció para regalarnos un pasaporte. Esto se está volviendo cada vez más complicado. No sabemos con exactitud cuántos niños unuas hay fuera de las colonia y si Ademar u otra rama del gobierno tiene en su posesión alguno.
—¿Y qué sugieres que hagamos?
—¡Para empezar dejar de tener hijos por ahí! Si mantuvieran sus penes en los pantalones mientras transitan por regiones humanas no estaría viajando por todo lado recolectando sus vástagos.
—No es tan fácil. La necesidad llama y si viajas de un lugar a otro es normal que te tengas sexo con alguna humana de vez en cuando. Tampoco puedes saber con exactitud si embarazaste a alguna.
—¿O sea que puede que tú tengas hijos por ahí fruto de alguna necesidad animal que tuviste justo mientras pasabas por tierras humanas?—le recriminó.
—No lo creo. Si fuera así tendrían por lo menos doce años. A estas alturas ya sabría de su existencia —su respuesta provocó una mirada asesina por parte de su pareja—. No tengo hijos por ahí —le recalcó para calmarla—. Desgraciadamente solo tengo un hijo.
—Acabo de llegar de llegar, no empecemos con eso —lo cortó fríamente, tomó un respiro y le dio un beso en los labios. Sin añadir nada más se aproximó a prender la fogata, estaba anocheciendo y el frío empezaba a sentirse.
Mientras ponía una olla con agua al fuego observó a los tres niños. Pese a que Loreen y Drake no eran sus hijos biológicos, los quería como si lo fueran. A Drake lo había criado los últimos cuatro años y Loreen estaba con ellos desde hacía ocho meses, pero era una niña tan abierta y transparente que era fácil de conocer y encariñarse con ella.
Definitivamente no había nada de monstruoso en su familia, tal vez un poco en Ethan y sus técnicas estrictas para entrenar; pero ante sus ojos, aquellos eran niños especiales que como los humanos, solo buscaban ser fuertes y felices.
Después de una noche de descanso en la que Thane había sufrido del hambre por perder su insignia; recogieron el campamento y retomaron su viaje, sin saber que aquella sería la última vez que pisarían tierras humanas en libertad.
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