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Hace algunos meses, explorando el bosque, encontré un nido de goblins. Mi primer instinto fue eliminarlos para llevar sus cuerpos a los lobos como alimento, pero una voz en mi cabeza me detuvo:
—No puedes matar a los goblins.
La voz era de Papá, el lobo gris. Hace un tiempo descubrí que puede comunicarse conmigo directamente en mi mente. Al principio me sorprendió, así que le pregunté por qué no lo hacía antes, y él me explicó que usar magia es agotador. La mención de "magia" me emocionó, aunque en este mundo parece algo común.
—¿Por qué no puedo matarlos? —pregunté.
—Porque ellos mantienen el bosque libre de humanos. Si los humanos empiezan a cazar aquí, nos quedaremos sin animales para alimentarnos —explicó Papá.
Entendí su lógica. Los goblins son una especie de defensa natural contra los humanos que podrían representar una amenaza para el bosque y sus criaturas.
—Entonces, ¿qué sugieres que haga? —insistí.
—Ve y observa cómo consiguen su comida. Mantener una tribu tan grande no debe ser fácil.
Papá tenía razón. Con más de 300 goblins en la tribu, conseguir alimentos suficientes para todos debe ser complicado.
A primera hora, después de despedirme de mis hermanos lobos y de Papá, me dirigí hacia la tribu de los goblins. Mamá aún dormía, así que no la molesté.
Cuando llegué, me oculté entre los árboles y observé a un grupo de 20 goblins que salían de la tribu. Los seguí a una distancia prudente. Con el tiempo, Papá me enseñó a no perseguir a mis presas de forma directa, para evitar ahuyentarlas.
Uno de los goblins, que parecía un hechicero, me miró y levantó una mano en señal de bienvenida, similar a la que usa Papá para invitarme a cazar. Sabía que los goblins no me atacarían; nuestra relación es neutral, y ocasionalmente traen ofrendas para los lobos, así que me acerqué sin temor.
El grupo avanzó hasta llegar a un sendero donde se ocultaron, esperando el momento adecuado para emboscar. Después de un rato, escuchamos el trote de caballos. Me escondí y observé desde un árbol. Se trataba de un carruaje, custodiado por unos diez adolescentes con armaduras de cuero, probablemente de unos 15 años. Se preparaban para defender el carruaje con diversas armas: espadas, arcos y varitas mágicas.
Cuando estuvieron lo suficientemente cerca, los goblins salieron de sus escondites y atacaron. Pero los humanos ya estaban alertas y contraatacaron rápidamente. La pelea se tornó caótica. Los goblins luchaban con lanzas y garrotes improvisados, mientras los humanos, aunque sin mucha experiencia, contaban con la ventaja de magos y arqueros que equilibraban la balanza a su favor.
Pronto, los goblins comenzaron a caer. Aunque no me importaba mucho su destino, los cadáveres podrían ser alimento para los lobos. Sin embargo, cuando vi que los humanos empezaban a extraer los cristales mágicos de los goblins caídos, decidí intervenir. Papá me explicó que esos cristales fortalecen a quienes los consumen, y él los usa para alimentar a mis hermanos lobos, ayudándolos a crecer más fuertes.
Mientras me acercaba, una anciana salió del carruaje y comenzó a recitar un hechizo, creando una barrera mágica alrededor de los jóvenes.
Golpeé la barrera, pero el impacto me hizo volar varios metros hasta chocar contra un árbol. Me levanté, furiosa, y grité:
—¡¿Qué te pasa, maldita anciana?!
La anciana me miró con severidad.
—Cuida tu lengua, jovencita —dijo con una voz que exudaba autoridad. Los adolescentes se miraron, visiblemente nerviosos. Uno de ellos, con valentía, habló:
—Chica, a nuestra maestra no le gusta que le digan anciana. Será mejor que te disculpes antes de que se enoje aún más.
Le dirigí una mirada desafiante y respondí, con una sonrisa arrogante:
—¿Y qué podría hacerme una anciana que apenas puede caminar?
La respuesta hizo que el chico palideciera, cayendo de rodillas, mientras los otros jóvenes observaban la escena con miedo y asombro.
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