CAPITULO I
La oscuridad de la habitación parece ser parte de la decoración, sin ventanas, sólo las paredes oscuras y una puerta, desde que tengo memoria mi vida ha sido así, oigo las voces en el pasillo, intento abrir el pestillo de la puerta y fracaso una vez más.
No entiendo por qué me tienen aquí o que fue lo que tan malo pude haber hecho para que siquiera pueda ver la luz del sol, no lo entiendo, mis días transcurren paseando del baño a la cama, de la cama al suelo y con un libro que me acompaña que lo he leído más de mil veces "EL CORSARIO NEGRO" aquel hombre viviendo entre el amor y la venganza, dejando y renegando del amor toda su vida.
Siempre quise saber cómo es sentir la brisa en el rostro, soñaba con poner mis pies en la tierra, caminar sobre aquella hierba y ver el mar del que hablaban en mi libro, me preguntaba cada noche si es que eso estaría permitido para mí.
Siquiera sé qué edad tengo, creo que tengo unos doce años, así oí que le dijo una mujer a un hombre al pasar por la puerta de la celda, porque es el lugar en el que estoy, solamente soy liberada para cumplir "misiones" y luego nuevamente al encierro, en caso de hacerlo bien pero de haber fallado, no es el mismo destino. Sé que algo grande me espera, tan grande como malo ya que son varias semanas las que estado saliendo a cazar y practicar.
El rastro de sol que entraba por la ventila del baño era mi indicador de día y noche, se acercaba la hora que tanto odiaba últimamente, cuando se ponía el sol y ya no había sonido fuera de mi habitación se aproximaba la hora que él vendría.
Como cada noche, a quebrantar mi corazón y mi alma, maltratando mi cuerpo con sus sucias manos una y otra vez, dejando rastro de su olor y lujuria sobre mí, era así cada noche, luego dejaba unas migajas de comida y se retiraba diciendo que volvería al día siguiente, que los engendros como yo eran los más deliciosos.
—¿Engendro yo? ¿Y tú qué? —me decía a mí misma abrazando las rodillas.
Acurrucada en una esquina de la habitación como cada noche luego que se iba mi peor pesadilla.
Así pasé la mayoría de mi vida, en compañía de mi libro y mi torturador personal, no podía escapar, aquel maldito pestillo jamás se abría, pedir ayuda era en vano, si venían era sólo a castigarme o llevarme a la celda de castigo, que era como mi habitación, pero apenas cabía yo dentro de ella, sin alimentos ni agua, durante una semana. Era casi lo mismo, sólo que al menos allí descansaba de mi torturador por las noches, no sabía el motivo, pero cada vez que iba a la celda de castigo él se alejaba de mí.
Intenté varias veces escapar, logré engañarlo una vez, golpearlo y creí haberlo dejado inconsciente, corrí tanto como pude por aquel pasillo y cuando estuve a un paso de la salida su látigo se enredó alrededor de mi cintura, presionándola hasta hacerme gemir del dolor.
Caí al suelo para luego sentir como me tiraba hacia él, su risa endemoniada daba terror, quería huir, intenté levantarme del suelo y nuevamente tiró del látigo haciendo sangrar mi abdomen, solté un gemido de dolor y sentí el odio crecer dentro mío, parecía ser una especie de calor sobrehumano invadiéndome, perdiéndome en un segundo en una locura indescriptible.
—¡Veremos quien ríe maldito demonio! —dije tomando entre mis manos el látigo.
Puse frente a mí de un solo golpe a mi torturador, mi voz no era mía, me sentía observando todo en un segundo plano, era y no era yo.
—¡Tú! hasta que al fin te muestras, ven pequeño demonio, satisface mi lujuria —dijo riendo y metiendo sus manos entre mis piernas.
—¡NO!
Sentí un temblor en el pasillo, en un segundo el torturador me tomó en sus brazos por la espalda lamiendo mi cuello.
—Eso es, ya era hora.
No recuerdo nada más, sólo que mis fuerzas me abandonaban y sentía como si cayera en un abismo de muerte.
***
—¡Vamos! ¡Dame la mano! ¡Apúrate! ¡Ya casi nos alcanzan! —gritaba aquella voz que no podía reconocer ni veía el rostro al que pertenecía.
—¡No puedo! ¡No me dejes hermano! —grité tratando de alcanzar su mano.
—¡Una vez más Gina! inténtalo! —continuaba animándome— ¡Cuidado! ¡No! ¡Gina! —gritó mientras saltaba de aquel risco para rescatarme.
—¡Qué te crees! ¡Deja ya de molestar maldita rata chupa sangre! —dijo quién me tenía en sus manos.
—¡No! ¡Gabriel! —sollocé mientras recibía un golpe de aquel hombre.
—¡Gina! —gritó— Espera por mí, yo te encontraré —dijo cayendo rendido.
—¡Gabriel! te esperaré.
***
Desperté asustada y sudada en una esquina, me había quedado dormida, era muy raro, había estado soñando con esta escena muy de seguido, pero yo no tenía familia, si la tuviera no estaría aquí encerrada, claro está si ellos me quisieran ¿No?
Una vez en el baño encendí las luces, me paré frente al espejo y me vi aunque no quería hacerlo, honestamente, aborrezco y me da asco verme al espejo, mi piel pálida, esos ojos rojizos, el cabello malditamente lacio y negro azabache, y mi piel pegada a mis huesos a causa del hambre que me hacían pasar, odio, me odio a mí misma.
—¡TE ODIO! —grité y rompí con mis puños el maldito espejo.
Mis manos ensangrentadas, aquel aroma a sangre era tan fuerte, un temblor acompañado de choques eléctricos recorrieron mi cuerpo, tomé los restos del espejo roto y sin dudarlo lo clavé primero en mi muñeca izquierda y luego en la derecha.
—¡Qué has hecho maldita! —dijo una mujer detrás de mí— ¡Tú! ¡Ven aquí! ¡Llévala lejos de aquí! ¡No quiero su sangre maldita por todo el lugar! ¡Llévatela!
Sentía como mi cabeza golpeaba con las piedras y rozaba con la hierba, el olor a tierra rozando mi nariz, me arrastraron cual animal moribundo entre los árboles y dejaron tirada cerca de un árbol gigantesco, decía que quería mi libertad y ver al menos una vez el exterior, así tuviera que pagar un alto precio por ello, jamás creí que debía morir para sentir la brisa fresca en mis cabellos, estaba en paz, que irónico ¿No?
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