Prólogo
Link del capítulo original: https://www.fanfiction.net/s/13191768/1/La-Purga-Loud-Afternight
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Lucy había visto una terapia psicológica una vez, en la televisión, en un programa de detectives que tuvo que ver a la fuerza junto con Lori esperando a que iniciara su programa favorito de vampiros. No prestó mucha atención a la historia, pero recordó que se trataba de un niño el cual había visto algo tan horrible que lo dejó mudo, su expresión le había parecido tan forzada que no encontró ningún tipo de entretenimiento. Lo que recordaba es como el niño era encerrado en una habitación colorida con juguetes dentro de la jefatura de policía, entonces un hombre afroamericano comenzaba a armar una torre de legos, antes de que gastaran la mitad de los legos el niño ya había descrito cada parte del cuerpo del responsable e incluso había reconocido su voz.
Lucy se había olvidado del resto, pero recordaba perfectamente el episodio de vampiros de media noche que le siguió. Edwin se enfrentaba contra Vladimir, su primo segundo convertido por parte de su padre y falso descendiente de Vlad el Empalador. El episodio había sido duramente criticado por la falta de acción en lo que se había prometido ser uno de los enfrentamientos más épicos de toda la serie, pero les habían dado a Edwin sacando alas de la nada como si siempre las hubiera tenido y Vlad arrodillándose ante él al verlo en tal imponente forma. A Lucy le había gustado, se había imaginado varias veces a ella misma siendo cargada por Edwin en su forma de vampiro completa mientras le otorga el beso oscuro.
-Pon atención –la voz de la mujer frente a ella la devolvió a la realidad. No se encontraba en su casa viendo un programa de detectives o soñando con el momento en que Edwin entraría por su ventana en forma de murciélago, se encontraba en una habitación gris usando una camisa blanca y pantalones de pana rojo y zapatillas sin cordones. Nuevos mechones rubios dificultaban su visión y le recordaban todo lo que la realidad traería con ellos –. Lucy, necesito que me digas que ocurrió en la habitación con tu hermana –miró de reojo una libreta sobre la mesa –, Lana –. Le había repetido la misma pregunta todos los días desde hace una semana y todavía no podía recordar el nombre de su hermana.
Lucy se lo había dicho, se los había dicho a todos. Antes y después del funeral les había gritado hasta quedar afónica lo que había ocurrido. Todo lo que consiguió fue que Lynn pateara la puerta de su cuarto hasta que los goznes temblaron y tuvo que ser retirada a la fuerza por sus padres y hermanas. Había dejado de intentarlo cuando su voz comenzó a fallar.
La muerte había ocurrido durante la purga, por lo que Lucy era inimputable por los cargos de homicidio en segundo grado de Lana Loud de siete años. Pero eso no cambiaba en nada lo que había ocurrido a ojos de su familia: Lucy mató a Lana. Lucy no podría volver a salir de su cuarto si no era para ir a la escuela, tendrían que entregarle la comida en una charola y hacer sus necesidades en la vieja bacinica de Lily. Salir de su cuarto significaba enfrentarse al juicio de su familia.
Su estado mental, repleto de delirios e historias sobre intercambios, había sido una salida que sus padres habían aprovechado para tratarla y alejarla de su hogar por un tiempo. Para Rita y Lynn, quienes habían perdido tanto en solo dos años, esto debía ser el golpe más duro que hubieran recibido, y todo ocurrió dentro de su propia casa.
-Lucy –la mujer volvió a hablarle. Se le veía algo exasperada, posiblemente ansiosa por terminar con la niña frente a ella y relajarse con una Coca de la máquina de sodas en el vestíbulo. Lucy recordó haberla visto cuando la ingresaron por primera vez a aquel pequeño centro de ayuda. Le habían quitado la ropa oscura y dado un nuevo conjunto más colorido que vino con un terrible problema de comezón los primeros días –. Necesito que aceptes la verdad, ese será un gran paso. No hiciste nada malo –trató de sonreír mientras repetía lo mismo que le había dicho ayer –. Fue la purga, el día que se nos fue dado para purgar a la bestia que todos tenemos en nuestro interior, lo que hiciste fue liberar un monstruo que estuvo atrapado dentro de ti durante once años. Solo acéptalo y podrás regresar a casa.
No podría. Lucy estaba segura de que sus padres habrían llamado incluso a sus parientes lejanos buscando a alguien que pudiera encargarse de ella durante un tiempo, uno muy largo y posiblemente fuera de Michigan.
-Lana... Lana mató a Lola –cada vez que Lucy repetía esas palabras ocurrían dos cosas: la mujer cuyo nombre no se molestaba en recordar suspiraba, y Lucy volvía a repetir ese momento dentro de su cabeza. Podía recordar el momento en que Lana se abalanzó sobre Lola, todavía en una toalla de baño. Como clavaba un punzón dentro de ella y la sangre escurría por su piel en grandes cantidades. Su se paralizaba otra vez como si estuviera viendo ese momento una segunda vez y no pudiera hacer nada más que presenciar el momento en que la sangre escurría hacia sus pies.
Entonces Lana gritaba
-¡La mató! ¡Lucy mató a Lana!
Lucy quería gritar lo contrario, pero sus cuerdas bocales solo se tensaban y volvían a relajarse. Lo hubiera gritado en ese momento si no le dolieran tanto. No podría hablar adecuadamente durante dos semanas, y sería un mes si volvía a levantar la voz.
-Lucy, este no es un centro que se especialice en tratar a los niños y sus traumas. Es más un lugar en donde intentamos hacerles ver que no hicieron nada malo. Entender, ¿Comprendes?
Lucy comprendía. Comprendía que la purga fue la noche creada para que las bestias dejaran atrás sus disfraces de hombres y corrieran libres por las calles dejando salir sus más primitivos deseos. Un lugar para personas como ella que son conscientes de la falsedad del mundo y son forzadas a vivir encerradas dentro de aquella mentira.
Pero ella no mayó a Lola.
No se suponía que la purga fuera... así.
-No lo hice –su garganta picó por la fuerza que intentó transmitir en sus palabras –. Yo no purgué a Lola.
La mujer frente a ella suspiró y guardó su libreta dentro del bolsillo de su chaleco gris.
-Entonces no hay nada que podamos hacer para ayudarte. Nos comunicaremos con tus padres, hay un lugar que se especializa en tratar a niños en tu condición.
Lucy presionó sus pantalones de pana con fuerza, podía sentir sus uñas rasgando su piel a través de la tela roja. Ella estaba bien, ¿por qué el mundo insistía en decir que estaba mal? No había hecho nada malo. Ella no tendría que estar sentada allí. Lana tendría que estar sentada en la silla, con sus ojos caídos y expresión en blanco mientras describe la sensación del metal al hundirse dentro de un cuerpo idéntico al de ella. Lucy, en cambio, tendría que estar en casa llorando por la muerte de Lola. No era su hermana favorita, detestaba su gusto por el color rosa y como le recomendaba desteñir su cabello. Muchas veces le recomendó ropas más femeninas solo para fastidiarla. No era hermana favorita, pero tampoco la quería muerta.
-Yo no... hice nada.
La mujer se había ido antes de terminar de decir aquellas palabras.
El traslado fue casi inmediato. Sus padres no parecían muy entusiastas de dejar que regresara a casa por el resto de sus cosas, o para despedirse de sus hermanas. No es que ellas estuvieran más entusiasmadas en volver a verla. Lynn había jurado arrancarle cada mechón de cabello y finalmente los ojos si volvía a cruzarse con ella, y viendo los nuevos moretones y cortadas que tenía en su rostro, Lucy le creía completamente.
Todo lo que la acompañaba fue una pequeña mochila marrón oscuro que sus padres habían comprado de improviso en la primera tienda que encontraron después de recibir la llamada telefónica del centro de ayuda. Un bolsillo en cada lado donde guardaron su cepillo de dientes, pasta dental y un peine. Un bolsillo al frente donde le dejaron un pequeño juego electrónico de 8 bits que anteriormente pertenecía a Lincoln, y dentro de la mochila tenía solo ropa interior y unos calcetines blancos con la etiqueta todavía colgada de un pequeño gancho de plástico. Toda la ropa que usaría le sería entregada cuando llegara a su destino.
Lucy apoyo la cabeza contra el vidrio del autobús. No era como los autobuses escolares o los que encontraba en las paradas de la esquina, este era blanco y ocasionalmente dejaba salir un sonido como de explosión que la hacía saltar. Sentía ganas de llorar, había llorado tanto en las últimas semanas que le sorprendió encontrar que todavía tenía lágrimas reservadas para ese momento, pero en lugar de eso solo las aguantó y se mantuvo con la vista en las gotas que se pegaban a la ventana de su asiento. La lluvia era ligera y daba señales de durar mucho tiempo. Lucy intentó distraerse mirando las gotas de agua perderse en la base.
No había muchos niños en el autobús. Dos de ellos estaban sentados en la parte trasera, tan silenciosos como ella y no habían intentado decir una palabra desde que la forzaron a subir fuera de la clínica. Otra chica estaba sentada más adelante, detrás del conductor, levantaba su cabeza con cada disparo del tubo de escape y luego la volvía a bajar mientras masticaba la uña del dedo pulgar. Una segunda chica estaba sentada un asiento más adelante, ella se mantenía con los ojos al frente, y si Lucy pudiera verla de frente se encontraría dos perlas blancas carentes de cualquier tipo de visión del mundo que la rodeaba. Aquella chica ciega había tenido que ser dirigida de la mano por uno de los ayudantes que los acompañaban dentro del autobús. Tres de ellos sentados juntos, siempre vigilantes del resto de ellos.
Cada uno de esos niños con sus propias historias y razones para estar dentro de aquel autobús. Escuchando los ronroneos del motor que es todo menos relajante. El rum rum que deja escapar cada vez que se detiene en un semáforo y dos más para volver a la marcha. ¿Cuántos de ellos pensarían romper la ventana y saltar a las calles? Probar suerte en los callejones de Royal Woods, comiendo desperdicios o intentado llegar a sus casas si es que todavía tienen una. Lucy lo había pensado tres veces desde que el autobús se detuvo en el primer semáforo, y lo pensaría dos veces más antes de llegar a su destino.
No creyó tener la fuerza para romperlos de todas formas, pero si fuera así. ¿Qué seguiría? Los tres hombres sentados al frente y junto al conductor no estaban allí solo para verlos, y las autoridades, pese a pasar a ser vistos más como un simple cuerpo de seguridad antidisturbios, todavía podían servir de algo si se trataba de niños perdidos.
Dejo las fantasías aun lado. Ella no era como el resto de los niños que compartían el autobús. Ella era más madura, más seria, estaba cuerda y su bestia interna le daría toda la fuerza para sobrevivir. Se alimentaría de esta ijustica sobre su persona y trataría de hacerles ver que habían cometido un error. O ellos mismos se darían cuenta.
Lucy se había roto en el momento en que vio morir a Lana. Había gritado, llorado, rogado y pataleado como una niña que acabara de nacer solo por la visión de su sangre. Aguantó una arcada. El momento había vuelto a repetirse dentro de su cabeza, esta vez con la sensación de la sangre de Lola escapando entre sus dedos mientras intentaba detener la hemorragia.
¿Cómo se sentiría Lana al respecto? Ella lo había hecho. Ella era la mala. No Lucy. Lana había sido quién mató a su hermana, a un miembro de la familia. Lucy retenía a su bestia, el monstruo negro de la oscura noche, para no lastimar a nadie de su familia. ¿Lana no pudo hacer lo mismo? Lana estaba enferma.
Lucy nunca hubiera hecho eso.
-No lo hice –murmuró en voz muy baja. Nadie la había escuchado. La chica ciega frente a ella ladeo un poco la cabeza en su dirección, pero la devolvió después de un segundo.
-Estamos llegando –el conductor habló por primera vez desde que subieron. A Lucy le había parecido un hombre de mediana edad común, no muy diferente a otro conductor de autobuses. Posiblemente se ganaba la vida de la misma forma cuando no estaba llevando niños al manicomio.
Una reja se abrió de forma electrónica frente al autobús. Se metió dentro de muros de ladrillo rojo que rodeaban una enorme casa de dos pisos. Daba la impresión de ser la casa de algún hombre adinerado en lugar de un asilo. El autobús salió del camino de la entrada y se estacionó sobre el pasto del enorme patio del frente. El resto del camino tendría que ser a pie hacia la entrada.
Lucy tragó saliva con dificultad mientras veía el lugar fuera de la ventana. Lo reconoció sin dificultad, sus padres le habían dicho que la mandarían allí, pero aun así lo había dudado el resto del camino. Había visitado el mismo asilo varias veces en el pasado año junto a su familia, esperando por una reunión que nunca ocurrió. Incluso lo intentó una vez por si misma y había jurado nunca regresar después de cruzarse con un viejo pedófilo en la sala.
Verlo nuevamente en esas circunstancias le trajo un fuerte escalofrío.
El rum rum del autobús se detuvo y la ballena blanca de metal que los había tragado por fin se encontraba en silencio. Lista para excretar los desperdicios de su interior para volverlos problema de alguien más.
-Afuera –el conductor abrió las puertas del autobús y los tres ayudantes comenzaron a acercarse a ellos. Uno de ellos tomó del hombro a la niña ciega y la dirigió de la mano. No se permitían bastones o cualquier cosa que se pudiera usar como arma dentro del asilo, Lucy no pudo evitar preguntarse que usaría para dirigirse –. Vamos, afuera afuera –. El conductor volvió a gritar.
Los dos niños de la parte trasera presentaron algunos problemas, forcejearon un poco con el mismo ayudante pero finalmente lo siguieron cargando sus mochilas sobre la espalda. El tercer ayudante miró a Lucy y le hizo un gesto con la cabeza para que se moviera. Lucy suspiró y se puso de pie. Quizás la lluvia sobre su cabeza podría relajarla un poco.
La última chica seguía mirando al conductor con nerviosismo, luego a los ayudantes que trataron que saliera por su propia cuenta del autobús. La chica se mantuvo con la uña del dedo pulgar entre sus dientes pero finalmente salió con preocupante velocidad. Resbaló sobre la hierba húmeda y estuvo a punto de caer cuando uno de los ayudantes se apresuró y la sujetó.
-¡NO! –gritó con fuerza. El grito hizo parecer insignificante cualquier otro que Lucy hubiera escuchado o dejado salir por su cuenta –. ¡No! ¡NO! ¡NO! –dejó caer la pequeña bolsa que sostenía con una fina cuerda y se sujetó ambos lados de la cabeza meciendo su cuerpo de un lado a otro.
El ayudante suspiró y se alejó con las palmas abiertas frente a su pecho.
Lucy miró la reja todavía abierta y el resto del persona aun distraídos por la chica que no dejaba de gritar. ¿Sería su oportunidad? Era lo bastante silenciosa para pasar desapercibida en su propia casa, incluso a través de los ductos de aire con todo el polvo y mugre podía arrastrarse libremente. No debería ser muy difícil salir de la línea de visión del resto ahora y llegar a las calles.
¿Entonces qué? Recordó los escenarios que tuvo en el autobús. ¿Podría aparecer como un espíritu vengador durante la noche mientras Lana duerme? Susurrarle su oscura traición hacia su propia carne y sangre, atormentarla por lo que hizo y forzarla a confesar. La idea no le parecía mala, y tenía sus motivos para llevarla a cabo. Se mordió el labio inferior y revisó al conductor, este acariciaba un cigarrillo entre sus dedos, esperando a que todo terminara para poder volver a fumar. El resto ni siquiera la miraban.
Podía hacerlo.
El monstruo en su interior le rugía por ser libre. Tenía un justificativo para liberarlo y alimentarse del terror de Lana. Sería la justicia que cae sobre ella desde las sombras. Lola no podría descansar en paz mientras su asesina seguía libre oculta dentro de su propia piel. Como un monstruo que se oculta en una capa doble: la carne del inocente y el interior de un asesino.
Si Lana había sido dominada por la bestia que siempre rugió en su interior, había pocas probabilidades de que confesara, siquiera que lo lamentara. Era el deber de Lucy ejercer el castigo desde las sombras.
Dio un paso hacia la reja... y esta comenzó a cerrarse.
-¿Me vieron? –Lucy pensó con paranoia. Nadie la había visto nunca. Esa era su ventaja: moverse libremente, invisible al resto de los mortales. Miró a su alrededor, nadie la había visto. Entonces miró directamente hacia el asilo. Las luces brillaban a través de las ventanas, pero nadie se asomaba por ellas –. ¿Se cierra de forma automática?
Había perdido demasiado tiempo pensando. Era de sentido común que la puerta se cerrara de forma automática cada vez que ingresaban nuevos pacientes. La idea de Lucy, aunque razonable, no podía ser original. Chasqueó la lengua al darse cuenta de eso y presionó ambos puños a los lados de su cuerpo.
Lana tendría que esperar... por ahora.
Lucy ahora tenía algo a lo que aferrarse, y encontraría las fuerzas para lograr su objetivo. Reuniría fuerzas en su interior, haría escuchar su voz dentro del asilo, cuando descubrieran que no había nada de malo con ella no les quedaría más que investigar su historia. Lana no era Lola, no podía imitar a Lola, solo podía ser Lana jugando con las porquerías de Lana. Se darían cuenta o Lucy los forzaría a verlo cuando llegara hasta ella.
Miró nuevamente al Asilo, ¿Lincoln estaría en algún lugar dentro? ¿Esperando por verla? O quizás se olvidó de ella, a Lucy siempre le había molestado el modo en que Lincoln siempre se olvidaba de que existía. Tendría que encontrarlo. Ser más lista que los doctores, más escurridiza, y usar la verdad como su arma. Escuchar los susurros del monstruo en sus entrañas que ahora estaba dirigido hacia una sola persona y dispuesto a ayudar a su maestra en esta ardua tarea.
-Muévanse en fila –uno de los ayudantes se dirigió a todos ellos. Este era calvo y sus movimientos eran muy rutinarios. La chica había dejado de gritar y nuevamente se mordía la uña del dedo pulgar mientras arrastraba su bolsa sobre el pasto –. Dentro les daremos un cambio de ropa y algo caliente por la lluvia, intenten no causar problemas.
-¿Chocolate con malvaviscos quizás? No, demasiado para un grupo de niños con problemas mentales. Será un té verde con dos cucharadas de azúcar por niño –. Lucy volvió a suspirar. Aspirar todas sus preocupaciones y lanzarlas a través de su boca. Comenzaba a sentir frío, su ropa era demasiado ligera y el agua se había acumulado lo suficiente para transparentar un poco su camisa.
No se equivocó con el té, pero si con la cantidad de azúcar que le pondrían. Solo fue una cucharada por persona, junto a una toalla pequeña y blanca, como el resto del lugar.
No entraron por la puerta principal, lo que hicieron fue dar un rodea y entrar por una puerta trasera, ¿Por qué el conductor simplemente no dio toda la vuelta? Tenía el espacio suficiente, pero posiblemente no las ganas. Eso explicaba porque las rejas tardaron tanto en cerrarse desde que entraron, no se suponía que tuvieran que detenerse frente a ellas.
La palabra hospital resonó en su cabeza desde que dio un pie dentro del asilo. El piso era un laminado blanco, las paredes eran blancas y los únicos colores que veía eran en las puertas de un celeste claro. Era muy distinta a la sala de espera, allí los pisos eran de madera y había mucho más color junto a lugares donde sentare. ¿Eso era realmente un asilo? A Lucy solo le faltaba ver a los doctores moviendo una camilla para convencerse de que se trataba de otro tipo de hospital dentro de Royal Woods.
El blanco lastimó sus ojos mientras caminaba. No estaba tan acostumbrada a los colores brillantes, mucho menos a un color tan detestable en grandes cantidades. Mantuvo el rostro en el piso y los ojos concentrados en los mechones negros de su cabello. Podría idear un plan de fuga cuando se acostumbrara, ya no podía esperar lograrlo esa misma noche.
Cuando terminó la hora del té, fueron separados entre niños y niñas. Lucy se quedó detrás de la ciega, que aún estaba siendo dirigida de la mano. Era una niña bonita, de cabello castaño largo hasta la espalda y sin pecas que pudiera ver. Lucy no pudo evitar preguntarse como terminó encerrada en el asilo juvenil. Mientras que la otra chica aún se mantenía masticando la carne que había reemplazado la uña de su dedo pulgar. Se encogía sobre si misma, aun viendo a su alrededor por cada mordida que daba. Tenía una marca de quemadura bajo el mentón y varias pecas en todo su rostro.
Fueron dejadas en distintas habitaciones. La de Lucy contaba con una cama en un cuarto sin ventanas, un pequeño escritorio para dejar sus cosas, una cesta para la ropa sucia y un cambio de ropa doblada y planchada sobre la cama. Había un pedazo de papel con las reglas del asilo sobre la ropa, Lucy le dio una mirada e hizo una mueca de dolor.
Había horarios para comer, ducharse, el descanso, medicamentos y tratamientos. Como un horario escolar, solo que los profesores ahora serían terapeutas que repartirían diagnósticos y pastillas. Lucy volvió a suspirar, era lo único que no le habían quitado que conformaban todo lo que era. Su cabello volvería a ser rubio, su ropa negra pasaría a ser blanca, incluso podrían cortar su flequillo revelando sus ojos azules.
Mañana tendría su primera sesión con un doctor o doctora que le explicaría cómo funcionaba todo y trataría de relajarla con palabras suaves, siguiendo sus "delirios", torciendo la verdad. Pero Lucy no dejaría que las palabras de alguien que no había presenciado lo que ella la confundieran, no iba a romperse por algo que ella no había hecho. Lucharía, con las garras y colmillos que surgirán de ella en los momentos en que más las necesitara.
Lana pagaría por esto.
-Quiere matarme, hermano. No lo dejes –Su dulce voz fue como música dentro de su cabeza. Una llamada de auxilio para defenderla en lo más profundo de su cabeza. Debía impedir que siguiera penetrando dentro de su cráneo. Taladrando la placa de metal que atornillada hasta el hueso y llegar hasta ella.
-Solo dime lo que vez en el puto papel –Albert dejó escapar el humo por su nariz mientras señalaba las manchas negras sobre un fondo blanco –. ¿Una rana? ¿Una mosca? ¿Cadáveres desangrándose en el piso de un boliche abandonado? ¿Dos morsas copulando? –hizo el papel aun lado y le mostró la otra figura.
Lincoln vio la imagen de un payaso, uno que sonreía, burlándose de que no pudo encontrarlo mientras le agitaba el trasero y se tiraba un pedo en su cara.
-Ya lo aceptaste, Lincoln Loud. Ahora viene la parte divertida –Albert colocó su dedo pulgar aun lado de su cabeza –. Tienes que deshacerse de toda la mierda que te susurra aquí dentro, y con mierda me refiero a la chica que te metería la lengua bien profunda en el culo si se lo pidieras.
-¿Cómo conseguiste el título de doctor? –tenía que ser la pregunta más razonable que alguien pudiera hacer dentro del cuarto.
Albert se encogió de hombre extinguiendo los restos del cigarrillo sobre el cenicero del escritorio –. Créditos extra y muchos favores, ahora que aberración de la naturaleza vez aquí, Lincoln Loud –le acercó la mancha de tinta.
-Una dona.
-Muy bien.
Albert decidió cambiar de táctica. Guardó las tarjetas dentro del escritorio y tiró una fotografía sobre el escritorio de caoba. Era la fotografía de una niña que se mantenía totalmente inexpresiva, cabello negro y una concentración de pecas en su mejilla. Lincoln cerró los ojos y dejó que parte de su frustración escapara por las grietas de su placa metálica, Lidy gruñó con molestia pero se mantuvo callada.
Un golpe bajo.
Albert colocó otro cigarrillo dentro de sus labios y sonrió con suficiencia como todo un ganador. ¿Cuánto tiempo le tomaría saltar sobre le escritorio hacia su cuello antes de que llegaran los de seguridad? Le gustaba ejercitarse con regularidad, aun con su pierna mala le tomaría un segundo llegar hacia él. Si tuviera un bolígrafo o algún lápiz con punta a la mano sería más sencillo, pero Albert se aseguraba de que no pudiera usar nada más duro que un pedazo de carbón para dibujar.
-¿Qué pasa? ¿Necesitas una foto de cuerpo completo para recordarla? Seguro te tomaste el tiempo para verla muy bien antes, ¿Oh no fue a ella? Creo que mencionaste otro nombre, ¿Cuál era? –Albert se rascó la barba fingiendo que le tomaba esfuerzo recordarlo.
Lincoln suspiró –. No pude salvarla... No debí dejarla sola, ¿Está bien?
-No. No está bien –Albert rodó los ojos –. Ni siquiera recuerdas el rostro de la chica con la que mojaste el churro. Que trágico.
Lincoln ladeó la cabeza en confusión. Había hecho muchas cosas esa noche. Se había enfrentado a muchos monstruos. Otros habían escapado, pero muchos de ellos ya no lo atormentarían. Si tan solo los hubiera buscado desde un principio.
Habían sido tan frágiles.
Albert sonrió y arrojó el humo directamente hacia Lincoln –. Bueno, me tomó todo un año que aceptaras el odio por tus hermanas. ¿Qué es otro año para corregir ese nido de ratas que tienes por cabeza? –se relamió los labios viéndolo fijamente a los ojos –. Aunque tenga que abrirme a la fuerza hasta llegar a la última puerta.
Lincoln podía imaginarlo. Caminado tranquilamente por un pasillo estrecho y ancho, abriendo puerta tras puerta que simbolizaban cada parte de su cabeza. Presionó ambos lados de la silla con fuerza. Se abriría paso hasta ella.
-No dejes que llegue hasta mí, hermano. Por favor.
Los ruegos de Lidy eran lastimosos y asustados. No lo iba a dejar. Lidy había hecho por él mucho más de lo que el demente con títulos había logrado en todo un año de torturarlo.
Lo mataría antes de que llegue hasta ella.
Albert retiró un archivo, este bastante grande y comenzó a examinarlo. Si ya no necesitaba nada de él, ¿Podía irse? Comenzaba a tener hambre, y para esta hora ya debían de haber dejado su puré de papas y carne hervida en su cuarto, aunque ya debía de estar fría... ¿No era martes de sopa de vegetales? Que desperdicio.
Miró el rostro de Sid todavía viéndolo a través de la mesa, como si lo estuviera acusando de algo. ¿Qué podría haber hecho? No podía llevarla con él. El lugar estaba infestado de monstruos y ella... ella ni siquiera reaccionaba. Solo se quedaba quieta esperando a que alguien al arrastrara como a una simple muñeca de trapo de uso y desecho. Lincoln no podía cuidar de ella. Podría haber tratado de ocultarla, pero ni siquiera pudo lograr que mantuviera las bragas arriba.
-No me mires así... Hice lo mejor que pude... –murmuró internamente.
-Mentira.
La voz fue fría, carente de cualquier tipo de emoción y le causó un gran dolor. Era todo lo contrario a la voz cálida de Liby. Lincoln iba a abrazar su cuerpo cuando se dio cuenta de la vista de Albert clavada en él, entonces dejó caer los brazos a los lados de su cuerpo y desvió la mirada. Albert nuevamente se relamió los labios con una sonrisa y regresó al archivo.
Lincoln decidió concentrar sus ojos en otro lugar. Mientras estuviera dentro del cuarto tenía que mantenerse en el cuarto, no podía dejar su mente volar o pensar en algo más que no fuera el mundo que lo rodeaba. Tenía que hacerlo por Lidy, no importa lo desagradable que fuera. Y siempre existía la oportunidad de que Albert cometiera un error y dejara una pluma sobre el escritorio. Una fusión de pluma cuello seguramente sería algo "interesante" para Albert Stimbelton.
Lincoln gruñó por lo bajo cuando sus ojos atraparon la placa que brillaba sobre el escritorio. Se preguntó si el mundo de los adultos tendría algún sentido cuando él mismo lo fuera, mientras tanto solo le quedaba cerrar los ojos y aceptar la realidad mientras siguiera atrapado en ella.
La placa de Director brillaba con luz dorada sobre el escritorio de Albert.
-¿Qué? Ni yo mismo me lo esperaba, Lincoln Loud.
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