Capítulo 3: Con las manos en la masa
Durante los siguientes tres días, Bastian dormía durante el día y, por la noche merodeaba en las proximidades de la Mansión Lalaurie envuelto en su gabardina negra. Su base de operaciones había pasado de ser la comisaría a una cafetería abierta las veinticuatro horas donde, además de beber café continuamente, revisaba los documentos del caso en busca de algún detalle que hubiera pasado por alto.
Tras terminar su café para entrar en calor, Bastian salió sintiendo el viento frío de aquella noche de luna llena y cielos despejados.
Se apresuró a resguardarse de la luz de las farolas y a comprobar por enésima vez que su pistola estuviera lista. Una vez hecho esto, clavó la vista en la mansión en la acera de enfrente.
Se trataba de un edificio cúbico de tres pisos con preciosas balconadas y líneas rectas y elegantes. La fachada era de un color gris terroso que envolvía la mansión en un halo de misterio.
Todas las luces estaban apagadas ya que nadie vivía en aquella casa que había sido testigo de verdaderos terrores y ahora era propiedad de alguna empresa.
Las horas pasaron tediosas, pero Bastian no se rindió y continuó observando con detenimiento la mansión. No fue hasta pasada la una de la madrugada que al fin vio algo: un destello de luz que se apagó tan repentinamente como había surgido.
Pudo haber sido causado por el reflejo de las luces de un coche al atravesar la calle, pero ningún vehículo había pasado en la última media hora. También pudo haber sido producto de su imaginación, a fin de cuentas, había tomado unos cuantos cafés y su mente estaba más cansada de lo que le gustaría admitir.
Pero Bastian no se molestó en darle más vueltas. Salió disparado de entre las sombras y atravesó la calle hasta detenerse frente a la entrada de la mansión. Las verjas estaban cerradas pero, de nuevo, no dudó. Apuntó a la cerradura y apretó el gatillo.
El estruendo fue horroroso y Bastian no se detuvo pues sabía que tenía poco tiempo para que llegara la policía. Por no añadir que había alertado al asesino.
Corrió por el pasillo de la entrada y se apresuró a disparar a la puerta blanca y abrirla de un empujón.
La luz que había visto provenía del tercer piso por lo que corrió escaleras arriba a grandes zancadas. En el rellano del segundo piso, le dio un vuelco el corazón al oír los gritos desesperados de una mujer.
Cuando subió el último tramo de escalones, agudizó el oído y se esforzó por normalizar su respiración para dar con la habitación donde se estaba llevando a cabo el crimen. Pero la verdad es que lo le resultó complicado dar con la puerta exacta ya que tras ella podía oír los lamentos de la víctima.
Irrumpió en un salón polvoriento con algunos muebles cubiertos por telas blancas. El suelo de madera crujió bajo sus pies y las velas que lo alumbraban tenuemente vertían sobre su superficie la cera derretida.
El pentáculo de sal ya estaba dibujado y una mujer joven se retorcía con las manos clavadas al suelo. El asesino no había terminado de anclar el resto de sus extremidades por lo que no había procedido a abrirle el vientre.
Bastian avanzó hasta ella y trató de tranquilizarla sin apartar los ojos de las sombras en busca del asesino.
La brisa nocturna le enfrió el rostro y así descubrió que una de las ventanas estaba abierta. Se movió rápido y salió a los balcones que rodeaban toda la mansión a tiempo de ver una figura oscura doblar la esquina. De un salto lo tuvo a tiro y disparó a su pierna. El asesino dejó escapar un grito de dolor y cayó al suelo sin posibilidad de levantarse.
—No te atrevas a moverte —siseó Bastian mientras le colocaba las manos a la espalda y cerraba las esposas entorno a sus muñecas— o te meteré otra bala.
Llevó a rastras al detenido de vuelta al salón donde lo dejó tirado en el suelo entre alaridos. Sin enfundar su pistola, caminó hacia la víctima y la cubrió con su abrigo.
—La policía está a punto de llegar y ya he llamado a una ambulancia —susurró.
En medio del estado de confusión en el que se encontraba, la joven atinó a asentir con los ojos llenos de lágrimas.
Bastian se sentó junto a ella y, sin dejar de apuntar al asesino, suspiró: al fin había terminado.
***
La policía no tardó en irrumpir en el edificio, pero cuando vieron lo ocurrido y dejaron que el inspector se explicara, se apresuraron a llevarse de allí al asesino y dar paso a los paramédicos que liberaron a la víctima y la trasladaron rápidamente al hospital.
Colin Donovan y la inspectora Moore contemplaban la escena del crimen con miradas atónitas que no eran capaces de disimular. Bastian se habría reído de ellos si no estuviera aún furioso por la forma en la que lo habían ignorado y arriesgado la vida de la última víctima.
Con una expresión pétrea, caminó hasta Colin y susurró en su oído:
—Creo que un "te lo dije" se queda corto, muy corto —le espetó.
Sin esperar a que contestara, salió de la Mansión Lalaurie e inspiró hondo.
Lo había logrado.
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