VIII

VIII

Si Andreas me hubiese advertido del hueco que permanece en el corazón, cuando la persona que tanto amas se ha ido, jamás, ni por equivocación, le hubiese permitido desaparecer y es que no importa cuantas veces lo piense, no encuentro una razón justificable para haberlo hecho.

Ayer por la tarde, la estación de Hauptbahnhof me pareció más desoladora que jamás. Después de un par de horas levantando la vista hacia el enorme reloj que cuelga a mitad del andén, comencé a tener la sospecha de que Bingham no tendría intenciones de aparecerse por ahí, no importando las repetidas veces que le mencioné la hora de partida y el lugar justo donde estaría esperándolo para huir juntos.

El tren que nos llevaría a una nueva aventura, partió de la estación sin nosotros. Como un tonto me quedé mirando a la gente abordar, teniendo la pequeña esperanza de que entre ellos, vería a un Bingham presuroso y desorientado, llegando justo a tiempo para no perderse de nuestro viaje, pero no, nadie llegó, no hubo un Bingham, tampoco un Andreas y mucho menos una Mörgen a mi lado. Estaba solo y además, me sentía como un completo idiota.

Otro montón de personas pasaron frente a mi apresuradas, cuando el siguiente tren arribo a la estación; yo permanecí estático, con la mirada clavada en el color grisáceo del suelo, los ojos amenazando con llenárseme de lágrimas y una enorme opresión en el pecho que me dificultaba respirar. Si Mörgen me hubiera visto en ese momento, con una pequeña maleta de viaje al lado y el semblante descompuesto, seguramente me habría tomado entre sus brazos angustiada, preguntando que es lo que había pasado y aún así yo no hubiese tenido el valor de explicarle que demonios era lo que planeaba hacer esa tarde. "Iba a dejarte" ¿Diría...? Por supuesto que no lo haría, porque soy un completo cobarde.

Llamé a Andreas un par de veces, desde la última vez en el Pub, en contadas ocasiones devolvía mis mensajes, sabía que de nuevo iba a evadirme, quizás llamaría después de un par de días para preguntar que es lo que sucedía, pero para entonces ya habrían pasado mis ganas de rogarle que estuviera a mi lado, como tantas veces lo había hecho antes y entonces, seguiría alejándose lenta y sigilosamente de mi lado, como parecía que todos empezaban a hacerlo.

Tenía pavor de volver a casa, me aterraba la idea de presentarme de nuevo ahí, frente a Mörgen, fingiendo que nada sucedía cuando, claramente, las lágrimas querían desbordárseme de los ojos y mis labios no ansiaban otra cosa más que gritar el nombre de Bingham, al inicio con frustración, después con rabia y al final, con la más pesada de las tristezas. ¿Cómo tendría el valor de abrazarla si, de no ser por un cambio en los planes, la hubiera dejado sola para siempre? ¿Cómo pretendería dormir en la misma cama, tener sus brazos alrededor de mi pecho y escucharla dormir, cuando hacía semanas que esperaba ansioso el día en que Bingham y yo tomáramos el tren a Berlín y mi vida pasada, junto con ella, desaparecieran?

¿Cómo podría seguir manteniendo la mentira, cuando un falso atisbo de esperanza y valentía, la habían convertido en una verdad aún pesada que nunca?

Estaba asfixiándome y aún cuando sentía que podría morir en cualquier momento, no dejaba de pensar en una explicación racional a su ausencia esa tarde en la estación de Hauptbahnhof.

Jürgen.

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