Julio 13 // Lástima
Julio 13, 2015
¿Alguna vez has tenido la sensación de que todos te miran con una profunda lástima, Markell? Pues hoy, volví a experimentarlo, como aquella vez en el funeral de Jürgen.
Esta mañana, por fin, después de meses escondida en mi pequeño apartamento, decidí que era un buen momento para dar una vuelta por el vecindario. Fue un recorrido corto y nada extraordinario hasta la pequeña cafetería a unas calles de aquí.
Desde que me mudé a Berlín, mamá se ha encargado de traer una infinidad de comida y bocadillos, con la esperanza de que en algún momento llamen mi atención y que al menos así, coma algo durante el largo día en que a veces no pruebo ni un solo bocado.
La alacena y el refrigerador siempre permanecen llenos, como por arte de magia, mamá se conforma con llegar por las mañanas avisando desde la puerta que dejará algunas provisiones, para después, salir de forma rápida tal cual habría de ser su llegada. Sé que por experiencia ha aprendido que, no importan las veces que insista, no abriré la puerta de la habitación para darle los buenos días y mucho menos saldré del apartamento a dar un paseo matutino a su lado y al final fue normal que se acostumbrase a mi rechazo. De unas semanas hacia la fecha, por suerte, no rogó más, tan sólo se limitó a abastecer la alacena y regar las plantas de la terraza en silencio, sin presiones ni chantajes, según sus propias palabras, tratando de darme "mi espacio", pero esta semana todo ha sido diferente; nadie ha entrado ofreciendo el buenos días para después dejar el café recién hecho en la cafetera, ni una vez la aspiradora amenazó con volverme loca y el repiqueteo de sus tacones sobre la duela ha desaparecido por completo. A la distancia, desde mi guarida, todo se ha mantenido en completo silencio.
Durante las primeras horas de la mañana me sentí perdida, la única constante en mi vida desde la muerte de Jürgen, había decidido no presentarse en el apartamento y su único aviso fue un escueto mensaje instantáneo informándome que pasaría unos días en Hamburgo para arreglar algunos asuntos. La verdad es que de inicio, una parte de mi se tambaleó peligrosamente ante la simple sugerencia de su ausencia, pero después se estabilizó con la idea de "libertad absoluta" que me regaló el saber que nadie, ni siquiera ella, entraría por la puerta del apartamento por al menos un par de días.
Sonará un tanto extraño, pero, aún cuando en los últimos meses de reclusión he estado más sola que nunca, jamás sentí tanta libertad como hoy.
Quizás mientras me mantenía entre las cobijas de mi cama y me levantaba contadas ocasiones para tomar algo de comer, sin tener realmente la voluntad de hacerlo, tenía la idea de que absolutamente nadie se encontraba a mi alrededor, pero, las flores seguían vivas semana tras semana, la alacena rebosante, el café medio caliente y el departamento en orden, pero hoy, ninguna de esas cosas se hizo presente. Tazas con sobras de café en el lavaplatos, ningún bocadillo restaba en las bandejas sobre la mesa y unas cuantas latas de cerveza de tres días atrás, me daban la bienvenida amistosamente.
Irónicamente todo se volvió un caos tranquilizante.
Para cuando me decidí a salir para tomar el desayuno, ya tenía la sensación de que, por primera vez, empezaba a ser de nuevo la vieja Mörgen que se preocupaba por hacer tres comidas al día y leer el diario sin falta alguna y aunque la yo del espejo distaba mucho aún de la anterior, al menos sentí la necesidad de atarme el cabello en una coleta y ponerme unos jeans desgastados en lugar del pantalón pijama que había estado usando durante la semana entera.
Por fin Mörgen K. Ponía un pie fuera del apartamento sin ser literalmente arrastrada por su madre o Gretchen y no sabes cuánto me alegró saber que mi destino no era el aburrido consultorio del psiquiatra, ese con el que el terapeuta me había recomendado, tampoco iría a la iglesia a la que mamá insistía que fuéramos cada tanto en vano y mucho menos, un consultorio médico, para que me recetasen cientos de vitaminas gracias a mi falta de apetito ¿Y sabes? En mi primera aventura en la ciudad desde mi llegada, disfruté de las intrincadas callejuelas del vecindario.
A unas cuantas calles de mi apartamento, Markell, hay todo un mundo nuevo por explorar. Quizás mientras viajaba en los taxis con destino a donde Mamá o Gretch indicaran, no me había tomado el tiempo para mirar un poco por la ventana, lo único que llega a mi memoria al tratar de recordar los recorridos, es el color obscuro del asiento de enfrente, sólo eso. Es posible que, si hubiese levantado la mirada un par de veces en esas fastidiosas salidas, me hubiera dado cuenta de que existen un centenar de pequeños negocios que le dan vida al vecindario. Un par de lavanderías, un restaurante italiano de pinta amigable y al menos 4 cafeterías rodean la cuadra de mi edificio, es todo un mundo de opciones y oportunidades; ya imaginarás lo difícil que fue escoger sólo una de ellas para tomar un americano y algún emparedado. Al final me decidí por la cafetería más pequeña y acogedora, sus pequeñas puertas de madera y lo modesto del aparador, me parecieron la mejor opción de todas y al entrar, supe de inmediato por el olor de su horneado, que era justo el lugar de donde mamá acostumbraba llevar el delicioso panque de vainilla y chispas que por tantos días me había alimentado.
Tomé una mesa, como lo habría hecho cualquier persona y al esperar el café, sentí un par de miradas inquietas sobre mí; era normal... supongo, después de pasar tantos días sola y sin la compañía de nadie, cualquier persona que rondara a mi alrededor me parecía una intimidación, pero no fue hasta que aquella encargada con un gesto dulce que rayaba en la exageración, se acercó a mi dejando un pedazo de ese panque que tanto disfrutaba, que supe lo extraño que mi visita en ese lugar estaba resultando.
Lástima, sabía muy bien que eso era lo único que les provocaba, de aquella profunda e incómoda que te hace sentir miserable al instante. Al final entendí que no era una coincidencia el sentirme de aquella forma, al igual que lo había hecho cuando el sacerdote de la iglesia vecina trataba de "confortarme" por la historia que mamá había contado de mi; esas mujeres conocían mi tragedia gracias a ella. Siquiera recordaba haber estado en ese lugar, pero podía jurar que mamá si y tal parecía que no eran para entonces las únicas al tanto de mi vida, parecía que todos alrededor ya sabían de mí y mi muy desafortunado pasado, ese que aún a mi me costaba trabajo manejar, pero que ella deliberadamente había estado compartiendo con todos.
¿No crees que sea casi como una broma, Markell? En la primera oportunidad de salir por un rato de mi guarida con renovadas energías, de golpe volvía a sentirme de la misma forma en que lo hice meses atrás en el funeral de Jürgen, siendo observada, medida y fichada por todos. Sé que es demasiado egoísta pensarlo de esta forma pero, la tarde después de su muerte, me sentí la mujer más miserable sobre la faz de la tierra y créeme, enfrentarme a sus miradas críticas y los cuchicheos que se desataban al momento de darles la espalda, no hacían mucho más fácil el momento.
"Que lamentable que sea una viuda tan joven" "¿Qué hará ahora si ni siquiera tuvieron hijos?" "Su vida terminó, jamás volverá a encontrar a alguien que quiera estar con una mujer que se ha quedado viuda a esta edad" "Todos sabrán que es la desafortunada viuda del gentil Jürgen, nadie volverá a tratarla como antes" Esas y muchas otras frases igual de malintencionadas llegaron a mis oídos en el momento más difícil de mi vida removiendo en mi la curiosidad acerca de si tenían razón o simplemente eran hechas a la ligera y ¿Sabes? Ahora es cuando más siento que tenían mucho de razón.
Después de Jürgen mi mundo se derrumbó completamente. Por tantos años había sido la razón de cada una de mis decisiones, que al dejarme, la dirección de mi vida se volvió una brújula sin norte, como un barco a la deriva y aún ahora, después de algunos meses de su partida, creo que sigo navegando sin poder encontrar a lo lejos algún tipo de tierra firme a la vista. Alejada del mundo y sujeta a él, solamente por la lástima que otros tienen para conmigo. Son, por desgracia, los únicos que mantienen con ataduras a la Mörgen K. que conocieron hace años. Lo peor de todo es que, irónicamente, parecen ser también los únicos que tienen con una respuesta lógica para su partida, han formulado al menos un ciento de teorías acerca del porqué Jürgen dejó este mundo abandonándome y eso me molesta, me provoca envidia, ya que todos aquellos que hablan de nosotros, han logrado concebir una idea razonable del porqué un hombre como él, con la vida perfecta, habría de dejar a una mujer como yo, sin ninguna causa aparente. A veces me gustaría tener también una explicación, aunque fuese una mentira, o una suposición estúpida, pero aún no logro encontrarla y eso, que lo sepas, deja un vacío aún más grande...
En verdad vuelvo a sentir que esta ciudad me agobia, en momentos como este, desearía volver a mi vieja casa, al menos así, las personas que me mirarían con lástima serían viejos conocidos, de los cuales se algunas historias también. Tendría, en pocas palabras, un punto de comparación para sentirme menos o más miserable, ya que aquí en Berlín, todos esos desconocidos a los que mamá informó con mi tragedia, parecen llevar la vida perfecta, logrando que me sienta como una completa estúpida a su lado llevando el nombre de "Viuda primeriza" en la frente para que todos hagan sus propios juicios.
¿Puedo proponerte algo? Devuélveme mi amada casa, Markell. No sabes cómo ansío en estos momentos regresar a Hamburgo una vez más.
Sintiéndome terriblemente observada, criticada y melancólica.
Mörgen K.
PD. Las encargadas de la pequeña y acogedora cafetería, me han propuesto, como parte de su profunda lástima, un empleo a medio tiempo como mesera del lugar, creo que no soportan la idea de que me mantenga en depresión profunda sin salir de casa gracias a lo que mamá exageró contándoles de mi vida. ¡Que habrían de saber ellas acerca de lo que necesito! ¿No es acaso el punto más bajo en el cual puedo caer como caso perdido para el mundo?
Mesera... una típica mesera, la simple idea me enferma.
Cada vez me hundo más profundo.
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