IV


IV

Hoy Andreas llegó a la universidad sin aviso, justo cuando la última de mis horas estaba a punto de terminar. Fue un poco extraño mirarlo en la puerta del aula, con ese aire despreocupado que lo caracterizaba, mientras sonreía apurándome a salir señalando su reloj con prisa.

Pocas veces Andreas había pasado por el campus, siempre la había dado demasiada pereza tener que recorrer los largos jardines para llegar a las aulas de filosofía, esas donde regularmente daba cátedra, pero, después de la última vez que cerraste la puerta en su cara, no tenía la menor intención de volver a visitarme en casa provocándote. Andreas te aprecia ¿Lo sabes? según sus propias palabras, eres la mejor persona que podría haber encontrado para estar protegido y tranquilo, en un hogar común, sin preocupaciones recurrentes y con el suficiente tiempos libre para mi y mis asuntos. Amor y estabilidad, suelen llamarlo.

En cuanto salimos de ahí para tomar un par de cervezas en un pub cercano, noté su ansiedad, algo no dejaba de rondarle por la cabeza; esa forma avivada de caminar, sin saber que decir exactamente, no eran un signo normal en la persona más perezosa y parlanchina que he conocido en mi vida. Si de algo podía estar seguro, era de que Andreas tenía algo importante que decir y si no era que decir, debía ser algo que preguntar.

Me hubiera encantado que vieras esa mueca nerviosa en su rostro cuando nos quedamos mirándonos frente a frente, en silencio sin saber exactamente por donde comenzar. Y es que, era extraño del todo, Andreas y yo nos conocemos desde siempre y jamás, desde que jugamos por primera vez en el vecindario, nos habíamos quedado sumidos en el silencio, sin tener idea de cómo comenzar la conversación. De pronto me sentí analizado, sus profundos ojos verdes me miraron a conciencia mientras se echaba ligeramente hacia atrás en la silla, meditando como decir las palabras que podía ver, rogaban por desbordársele por los labios.

"Te enamoraste" Fue lo único que alcance a escuchar por fin, mientras le daba un largo trago a la cerveza, sintiendo la garganta reseca y las manos un tanto temblorosas por su mirada insistente.

Me encogí de hombros y entonces supo de inmediato que esa era la más sencilla de las respuestas a su pregunta. Lo estaba, con seguridad podía afirmarlo y aunque sonara ilógico, no me agradaba en lo absoluto...

Su mirada vago unos segundos por mi rostro, confirmando la noticia, sin tener que hacer muchas más preguntas acerca de cómo había sucedido, ni el porqué, pero entre su aceptación, también encontré cierto toque de nostalgia y reproche. De la nostalgia, me hacía a la idea del porqué era y el reproche, supe de inmediato que era por ti, Mörgen, porque, aunque en la última ocasión lo hubieras tratado como un perro callejero echándolo a la calle, te apreciaba y una parte de él, sentía la responsabilidad de decírtelo, aunque nuestra amistad se lo impidiera a final de cuentas.

¿Mörgen, cuando será el momento en que llegues a la misma conclusión que Andreas y mi padre? ¿Acaso no te haz dado cuenta ya de que algo sucede?

Jürgen.

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