Abril 10 // El odio también está permitido
Abril 10, 2015
Mörgen:
Esta tarde cuando recibí tu carta regresaba de un día ajetreado. No ha pasado mucho desde que llegué aquí y las cuentas parecen querer desbordar el buzón de entrada, despertando en mí el mismo sentimiento de odio y rabia que experimentas. ¿Sabes que fue lo que hice? Tome todos aquellos sobres inservibles y uno por uno los metí en el primer cajón de la pequeña cómoda frente a la entrada, esa que está a un costado de las escaleras. Mi intención era olvidarme de todo y continuar mi camino hacia la habitación, hasta que leí el inconfundible nombre de "Mörgen K" en el remitente de la última carta.
Te felicito, lograste sacarle una sonrisa a mis labios que para entonces se mantenían atravesados por una mueca arrogante patrocinada por el estrés de esta mañana.
Ahora estoy aquí, en el pequeño estudio respondiendo con prisa a tus líneas, meditando acerca de que debería de responder, o mejor aún, que es lo que definitivamente no quieres escuchar viniendo de esta carta.
Supongo que será un poco inusual decírtelo de forma tan sincera e irracional, pero, es completamente aceptable que sentimientos como el odio y la rabia se hagan presentes de vez en cuando al recordar a Jürgen. Créeme, ambos serán visitantes incómodos que recurrentemente tocarán a tu puerta en este largo recorrido hacia una "nueva vida".
Acostúmbrate pronto a ellos, si es que no quieres volverte loca a la mitad del camino. Tiéndeles una mano y míralos con buenos ojos algunos días a la semana, te harán falta en ocasiones para hacerte compañía en los peores momentos de nostalgia. Te lo digo yo, el inquilino de la puerta 307 que mientras leí esas líneas, no dejaba de ver a su "Yo" de 12 años reflejado en tu frustración por no poder gritarle al mundo cuanto es que sientes odiar a Jürgen por haberte dejado como lo hizo. Creéme, no serás la primera ni la última persona sobre el planeta tierra que desee haberle regalado un "Vete al diablo" a alguien que se supone debe de amar, aún cuando lo único que conservas ahora es su inestable recuerdo.
Aún no puedo olvidar lo confundido que me sentí el día en que mamá me dio una enorme bofetada frente a todos cuando el párroco de la iglesia oficiaba una misa en honor a mi hermana Leyna.
Aquel día se escapó de mis labios un "Te odio" al verla en el ataúd, con su pequeño vestidito de moños rosados, sosteniendo su oso de felpa favorito entre las manos. Todo el mundo se quedó en silencio al escucharme y mamá estuvo a punto de caer al suelo después de golpearme tan fuerte por mi atrevimiento.
Nadie espera que en un momento como aquel, los sentimientos más salvajes y furtivos aparezcan en la boca de un hermano mayor que acababa de perder a su pequeña compañera de la forma más lenta y dolorosa que pudiera haberse imaginado y aunque la odiaba, nadie me permitió mantener mi posición, obligándome a pedirle perdón cuando ella siquiera podía escucharme para entonces.
¿La odiaba realmente? Sí.
La detestaba y no se trataba de todas las veces que había robado mis carritos de juguete para arrojarlos al patio o las innumerables ocasiones que haló mis cabellos al lloriquear, reclamando boberías, era más bien que la odiaba por haberme hecho quererla tanto en tan poco tiempo para después marcharse sin preguntar nada.
Él pequeño Markell de entonces no entendía como era que alguien a quien se le adoraba profundamente, podía dejarte sin hacer un verdadero esfuerzo para permanecer a tu lado, dejando que sus ojos se cerraran sin esperar opinión acerca de ello, olvidándose de todos aquellos momentos que habíamos compartido juntos. Pasteles de cumpleaños, paseos en bicicleta, juegos de escondidas, castillos de arena en vacaciones e incluso, la forma en que enredaba sus pequeños dedos entre mis cabellos, mientras el sueño amenazaba con vencerla al leerle un libro después de la cena. Todos y cada uno de esos instantes parecían no importar al marcharse y es ahí cuando el sentimiento de rabia ataca tu pecho con ferocidad obligándote a sentir un tanto de odio por ellos.
No te culpes, Mörgen, puede que aún en los mejores días un poco de odio te visite al recordarlo.
Ahora que lo pienso mejor, él yo de ahora aún permanece odiándo a Leyna un poco por no haberme permitido crecer a su lado, escuchar de nuevo sus risas por las mañanas, verla salir para su primera cita o quizá, protegerla entre mis brazos cuando algún idiota se hubiera atrevido a partirle el corazón en mil pedazos.
Si puedo decirlo sin parecer un lunático, odio no poder ser más ese hermano que pudiera consolarla cuando las lágrimas le cayeran por el rostro a cántaros, fingiendo que todo estaría bien, sólo para que no supiera que, algunas veces, las cosas incluso se pondrían aún peor.
Al final, no importa que mamá me hubiera abofeteado en frente de todos el día en que nos despedimos de la pequeña Leyna, en el fondo no me arrepiento de haberle dicho esas palabras tan profundas y a la vez sanadoras: Te odio.
Es probable que sólo ella entendiera lo que realmente significaba esa terrible y circunstancial frase y quizás tú ahora llegues a entenderlo también, porque odias a Jürgen de la misma forma en que yo la odié a ella; odias cada una de las cosas que jamás tendrán juntos, las noches que te hará falta, la forma en que lo recordarás día tras día cuando desees que te acompañe al cine una tarde cualquiera, o cuando el sabor del café sea diferente por la mañana si él no está a tu lado para compartirlo. Lo odias igual que odiarás los aniversarios obscuros donde creerás verlo en cada una de las personas que se crucen por tu camino e incluso, en los momentos de rabia cuando maldigas su nombre y él no pueda estar ahí para escucharlo y reclamar por ello.
El odio, Mörgen, muchas veces está permitido y eso no significa que hayas dejado de amarlo, por el contrario. El odio, aunque parezca increíble, no se almacena en el mismo lugar que el amor, ambos conviven en un espacio muy pequeño, justo uno al lado del otro, tan cerca que a veces creerás que llegan a mezclarse, amenazando con desaparecer todos aquellos recuerdos que te hicieron amarlo; pero no temas, eso no sucederá, nunca. Tu amor quedará intacto siempre y cuando le permitas a los demás sentimientos convivir en tu interior, desalojando un poco de la presión que el extrañarlo tanto, provoca a tu pecho oprimirse de repente.
Ódialo cuantas veces sea necesario, Mörgen, para que una vez que pase, puedas amarlo con todo el corazón de nuevo.
Suerte.
Markell G.
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