Chapter 5

Se reunieron en el lugar indicado para el encuentro. Jack estuvo esperando pacientemente por ella. Cuando se acercó Clarie a él, lo saludó como si no lo hubiese visto en días, con un beso en la mejilla como saludo.

-Has tardado, mi princesa. ¿Acaso te ponías bella para mí?- preguntó Jack con su típica sonrisa pícara.

-Ni en tus sueños, rubio. Nos queda poco tiempo y mis amigos están en problemas.

-Hay una cafetería en la esquina siguiente, podríamos comer algo y planear el próximo atraco con calma, my lady.

-Eres un atrevido, pero pasaré por alto que me estás invitando a una cita de verdad.-ella lo tomó por el brazo.

-Mejor tómalo como tal. Así te sentirás más relajada y disfrutarás de un buen plan.

Siguieron caminando por la calle a la luz de los autos que pasaban por la oscura vía. Cualquiera que los mirara pensaría que eran la pareja ideal en su noche perfecta. Entraron en la cafetería y se ubicaron en una mesa junto a la ventana. Se les acercó una mesera y les pidió su orden. Aunque no iba a decir palabra, Jack apagó cualquier idea de hablar que pudiera tener Clarie con un gesto de su mano, haciendo que la chica no hablara.

-Pónganos dos cafés Express y unos huevos fritos con papas. ¡Ah! Incluya en el plato cinco rebanadas de pan y un vaso de leche caliente.-dijo él sin voltear hacia la camarera.

-¡Vaya! Es un poco tarde o quizás temprano para un especial de desayuno, pero, como gusten. En un momento se lo traigo.-la chica tomó el menú y se volteó.

-¡Ah! Una cosa más.-la llamó él.

-¿Sí?

-Del pedido son solo dos cafés, lo demás es para uno.

-Como guste, señor. Enseguida les traigo su comida.- la chica se retiró.     

Jack sonrió con una pizca de petulancia en su expresión, sabiendo la cara de enojo que tendría Clarie. No dijo nada esperando que ella se quejara de haber hecho el pedido por los dos.

-¿Cómo sabías lo que iba a pedir?- habló por fin la chica.

-Eres predecible, preciosa.

-No, no lo soy. Puedo ser cualquier cosa menos predecible. Dime cómo lo supiste, eso es algo personal.

-Es fácil, bonita. Cuando nos reunimos en el sótano tenías olor a comida, era porque acababas de desayunar aquí. Y era el aroma de huevos con leche lo que tenías en toda tu carita.

-¿Y qué me dices de las cinco rebanadas de pan?

-Atiné, supongo…- confesó encogiéndose de hombros.

-Lo que sea,- suspiró ella.- no tienes remedio.

La mesera los interrumpió trayendo el pedido en una bandeja. Colocó los platos frente a Clarie y la taza de café frente al muchacho.

-Espero que disfruten su comida.-dijo la chica.- Por cierto, que sepas que tu compañera está muy hermosa.

-No necesito que me lo digan, estoy seguro de ello sin tener que verlo. Gracias por todo.

Mientras la camarera se retiró, Clarie comenzó a comer con mucho placer, pero con un sonrojo evidente en sus mejillas. Jack sabía eso y degustaba su café con satisfacción por haber dado en el clavo mejor que un carpintero.

-Bueno, ¿cuál es nuestro siguiente objetivo, angelito?- preguntó él.

-¿Conoces el tesoro nacional el cetro del barón Crawley?- preguntó ella limpiando de sus labios un bigote blanco de espuma dejado por la leche.

-Ummm, me suena mucho. Creo que lo recuerdo…

-Fue un regalo del rey de España al barón Crawley por su amistad de los años. Al menos, eso es todo lo que sé, pero no conozco su paradero.

-¡Espera! Ya recordé de dónde lo conozco. Hace un año estuve en la biblioteca nacional buscando información de algunos tesoros valiosos y ese se mencionaba en uno de los libros que leí.

-Sorpréndeme, los libros están en braille, ¿no es cierto?

-Pues… sip.- asintió sonriendo.

Clarie suspiró con molestia. Lo miró fijamente con ganas de borrar la sonrisa de placer que este poseía en su rostro. La mirada de ella era tan temible que si él la hubiese visto, quizás se hubiese asustado. Aunque igual sintió el peso de aquellos ojos.

-Presiento que estás enfadada conmigo. Pero puedo decirte que soy bastante rápido leyendo.

-Eso no es una solución. Si queremos cubrir más terreno en menos tiempo, me debes de enseñar a leer también a mí.

-De acuerdo, entonces vamos a mi departamento. La cuenta va por mí.

Él colocó un billete en la mesa y lo aseguró con el salero. Se puso de pie y extendió su bastón. Hizo una reverencia para que Clarie tomara su brazo, lo cual ella correspondió, y ambos salieron con rumbo a la casa de Jack. En el camino, Clarie se relajó un poco, respiró el aire nocturno, miró las estrellas y disfrutó del casi imperceptible humo que salía de su boca en los suspiros por el frío que había esa noche.

-Así te ves más hermosa todavía…-comentó él.

-Jack, ¿qué te llevó a convertirte en un ladrón?

-Chica linda y curiosa. Fue hace seis años, yo estaba en la facultad. Tenía un compañero de cuarto, el cual fue muy buen amigo hasta un día.

-¿Qué ocurrió?

-Descubrí que me robaba. Mis cosas desaparecían de manera misteriosa, y una vez descubrí que era él. No volví a dejar que me consideraran un tonto. Traté de utilizar mi mejor arma para mi beneficio y mi mente para lo que me faltaba. Comencé a practicar con cosas pequeñas como artículos de tiendas, hasta que salí victorioso en una tienda de antigüedades. Desde ese momento, supe que podía hacer cosas que otros como yo no se atreverían o no tendrían la capacidad ni paciencia de aprender.  Han habido muchos robos que no he podido concluir, pero el ser víctima de la oscuridad ayuda a quitarte los cargos de encima.

-Eres un manipulador profesional. Ahora te tengo un poco de miedo.

-No lo deberías tener, preciosa. ¿Te has dado cuenta que tengo dos pares de gafas?

-Sí, las usas y las cambias según la persona con la que hablas. He notado eso en ti, lo que no entiendo es por qué nunca hablas conmigo con las gafas de cristal de espejo.

-Esas gafas son la mentira. Me gusta saber que cuando miento, la gente mira su propia expresión en mis ojos y no atiende a mis palabras. Eso es otra ventaja, dulzura. Pero estas son la verdad.

-Dices que eres sincero conmigo.

-Bueno, para mí, estas gafas son lo que soy, pura oscuridad y nada más. No tengo por qué ocultarlo, así que te lo demuestro de esta forma, primor.

-Vaya, no pensé que fueras tan calculador en tus acciones…, ni que tuvieses un  pasado cruel por tu…-ella no terminó la frase.

-¿Defecto?, bueno, es lo que se gana por confiar demasiado en la gente. Pero no te amargues por eso, princesa mía. En ti si confío.

-Y yo…- Clarie sonrió.

Llegaron al departamento de Jack, a unas cuadras de la cafetería. Cuando entraron, el muchacho se puso a buscar por las paredes de las habitaciones los interruptores de las luces, pues en su vida los había necesitado. Los fue encontrando poco a poco, mientras Clarie se percataba de que todo estaba muy limpio y ordenado excepto por los bombillos.

-Ponte cómoda, linda.- le dijo él ofreciéndole el sofá de la sala.- Dime, tú también tienes un pasado, y según me estuvo diciendo Crys, es mucho peor que el mío. ¿Te gustaría compartirlo conmigo?

-Bueno, lo único que pido es que no me tengas lástima al conocer la historia.-dijo ella cabizbaja.

-¿En serio, belleza? No creo ser la persona indicada para que le digas que no te coja lástima.

-Cierto, lo siento.

-Bah, es broma, princesa. Cuéntame tu historia.-él se sentó a su lado.

-Pues… yo soy hija de un militar de la rama de la salud. Él estaba obsesionado con todo lo que tenía que ver con un cuerpo perfecto en salud, resistencia, mente, en fin, todo. Nunca estuvo enamorado de mi madre, solo la tomó como si fuera de un casting por su buena salud. Estuvo monitoreando todo el embarazo de mi madre hasta que yo nací.

-De seguro fuiste una bebé preciosa. Tal como lo eres ahora.

-Vale, como sea. Mi padre estuvo analizando mi cuerpo y descubrió que con un buen entrenamiento, podía convertirme en su mejor soldado. Crecí acostumbrada a entrenar mi cuerpo y mi mente. No conocí otro mundo que no fuera ese. A los ocho años tuve que asesinar a una persona. Fue muy fácil, pues no conocía los verdaderos principios de la vida. Era como un robot, uno asesino y habilidoso.

-Eso no es lo que yo tengo ahora a mi lado, bonita.

-Gracias a mi madre, la cual estuvo encerrada en un calabozo siendo una fábrica humana de soldados. Una vez la vi, y tuve una conversación con ella. Mi madre me abrió los ojos y desde ese momento supe lo que hacía, supe lo que era la muerte, la tristeza que provocaba. A los diez años, mi padre se enteró de que tenía conversaciones con mi madre y para chantajearme la mató frente a mis ojos.

-¿Qué? Eso es terrible.

-Ella aun estaba embarazada de gemelos. Yo no titubeé más. La última muerte que provoqué fue la de mi padre. Huí del campo de concentración donde vivía y me dediqué a vagar por las ciudades cercanas. Crys me encontró en un callejón y me dio comida. Me dio trabajo en el restaurante que llevaba como repartidora y tiempo después de vivir con ella, pagó mis estudios. Se volvió una gran amiga y luego conocí a David y Sara. Por fin tenía una familia…, aunque nunca dejé de entrenar, pues era la única manera de sentirme segura.  

-Hasta que vino este tipo y raptó a tus amigos, ¿no es cierto, linda?

-Sí, yo tengo la culpa de ello.

-No, no, pequeña, no te culpes por eso…

-Sí, si es mi culpa. Yo fui famosa por mis habilidades, gané un nombre en la mafia y en las fuerzas militares por ello. Muchos mercenarios temían al escuchar que mi nombre los amenazaba. Fui conocida como "La Flor Asesina". De hecho, mi nombre es Flor, lo cambié para olvidar mi pasado.

-Por lo menos lo de flor lo apoyo.

-Tú siempre tan halagador…

-Digo lo que pienso, lindura. Y también puedo decirte que eres muy valiente. Tu historia me dice que eres una persona lastimada por la vida, pero que aun así lucha por ser buena y feliz, eres como yo.

-Jack, nunca le digas a nadie quien soy, podría ponerte en peligro a ti también.

-Tranquila, belleza. De mí jamás saldrá palabra.

-Gracias.-ella se acurrucó en el pecho de él y se quedó profundamente dormida.

Jack se tomó el descaro y privilegio de inspeccionar su rostro mientras ella se encontraba descansando. Se deleitó con aquel espectáculo de rudeza y pureza combinados en una sola expresión.

-Nunca me equivoqué al decirte que eres preciosa.- susurró él.

Estuvo un tiempo acariciando las mejillas de Clarie hasta que decidió que era hora de dormir para él también. La llevó en brazos hasta su habitación y la arropó en su cama. Tomó una cobija y se acostó en el sofá.

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