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Asomé cuidadosamente los ojos por el pequeño hueco que había entre la tela que me cubría y la caja que me sirvió de escondite. Habíamos llegado a puerto, y los tripulantes del barco ya bajaban de la nave.

Al descender el último de ellos, pude salir del contenedor metálico y respirar aire freco después de varias horas de asarme como un pollito allí dentro. Pude estirar las piernas, y cuando recuperé energias me puse en marcha.

Sabía que tenía que dirigirme cuanto antes al Instituto Raimon, pero el sol ya volaba bajo, así que pensé que sería mejor idea ir al día siguiente. Además, había otro inconveniente. Hacía horas que no comía nada, y el hambre ya me estaba arañando en el estómago, pidiéndome que le diera un bocado a algo.

Metí ambas manos en los bolsillos de mis pantalones. ¿De dónde se suponía que tenía que sacar el dinero para comprarme algo para cenar? Pensé que quizás lo mejor sería presentarme en casa de mis padres. La verdad es que la idea no me llamaba mucho la atención, pero podía hacer eso o dormir debajo de un banco.

Suspiré con resignación y comencé a caminar. La verdad es que hacía varios años que no me veía las caras con mis padres, pero jamás me había importado. Claro que compartíamos algo de afecto, pero no éramos muy unidos. Cuando era pequeño ellos pasaban mucho tiempo fuera de casa por viajes de trabajo, y siempre me dejaban a cargo de un chico mayor que yo.

Fui dejando atrás las calles por las que pasaba, algo cabizbajo y sin ánimos. Tenía que cumplir un objetivo, pero no sabía qué considerar como una prioridad. ¿Tezcat o la promesa que hicimos? Pensar en todo ello me mareaba.

Llegué finalmente, después de un buen rato de caminata, ante la puerta de la casa de mis padres. Llamé al timbre, y esperé varios segundos a que alguien abriera la puerta. Pero no sucedió. Volví a llamar, y de nuevo ocurrió lo mismo.

-Disculpa chico, pero los inquilinos de esta casa están de viaje - habló alguien detrás de mí.

Giré la mirada para cruzarla con esa persona, y me encontré con un chico castaño de ojos verdes, que sinceramente, me resultaba bastante familiar.
Al verme, su expresión cambió completamente.

-¿Bai Long? - preguntó muy sorprendido.

-¿Nos conocemos? - arqueé una ceja al ver que sabía mi nombre.

-Soy Caleb - se cruzó de brazos - ¿Te acuerdas de mí?

Entonces yo también entreabrí la boca, sorprendido. No me lo podía creer, cuánto había cambiado en ese tiempo. Por supuesto que era él, ahora le veía bien, Caleb Stonewall.

Cuando yo era pequeño, Caleb era el chico que cuidaba de mí cuando mis padres se encontraban fuera. Siempre me había preguntado qué habría sido de él. Le recordaba como alguien muy pícaro y que solo quería divertirse, pero también era preocupado. Me trataba bien y me hacía reír, supongo que eso estaba bien.

Luego me uní al Sector V, y en cuanto me trasladé al santuario nunca volví a saber nada más de él. Verle allí fue toda una sorpresa para mí, y además se le veía muy bien.

-Madre mía, Caleb... - dije aún con sorpresa - No te había reconocido.

-Cuánto tiempo renacuajo - sonrió a su manera - ¿Cómo tú por aquí? ¿No estabas en la isla esa del Sector V?

-Sí, pero ya he dejado eso atrás y escapé - le conté - Es una larga historia. El caso es que quería descansar un poco, pero no hay nadie en casa, para variar.

-Yo ahora me iba a cenar por ahí, ¿quieres venir? Yo invito.

Asentí, y con ambas manos en los bolsillos caminé a su lado. Caleb me contó como le fue después de la última vez que nos vimos, dijo que había madurado mucho respecto a su adolescencia y que había hecho muchos cambios en su vida.

También me preguntó por mí. Cabizbajo le expliqué todo lo que había ocurrido esos últimos días, y mis planes que tenía para el futuro. Le conté que ahora estaba de su bando, y que quería acercarme a Mark Evans para ser útil para la revolución contra el Sector V.

-Si quieres, puedo ayudarte con eso - me sonrió, entrando en una tienda pequeña - Conozco a Mark Evans como si fuera mi hermano, estoy seguro que si te ve conmigo te escuchará sobre lo que tengas que contarle.

-Gracias Caleb - entré detrás de él - Pero, ¿por qué tienes tanta confianza en mis palabras? Soy un imperial, ¿no has pensado que quizás esté mintiendo para echarlo todo a perder?

-Claro que podrías hacer eso - nos acercamos a una zona donde vendían bocadillos empaquetados - Pero sé que me dices la verdad. ¿Cual quieres?

-Este - señalé uno de jamón.

Pagamos la comida y salimos del local para sentarnos en un banco de madera que había al lado. En cuanto pude saborear el salado de la comida sentí como me quitaba un enorme peso de encima. Hacía horas que el estómago me suplicaba comida, y al fin pude contentar sus necesidades.

Caleb comía con más tranquilidad a mi lado, compartiendo un silencio relajante y para nada incómodo. Hacía años que no le veía, y aún así no se había perdido nuestra confianza.

-Pero ahora ya no puedes regresar con el Sector V, ¿no? - preguntó, jugando con la lengua con algo que tenía entre los dientes.

-Ahora soy un traidor, si me vuelven a ver la cara estoy en un apuro - le expliqué - Es por eso que debo regresar al Santuario a por mi amigo.

-¿Y cómo conseguirás que el Raimon te ayude a rescatarlo?

-Les ofreceré un trato - le dediqué media sonrisa - Sé que no van a negarse a información sobre la final del Torneo Camino Imperial.

-Eres listo muchacho - me dio un golpecito en la espalda.

Nos quedamos por un rato más allí sentados, hablando de todo y nada a la vez. Sentía que Caleb era una persona que comprendía la situación en la que me había metido, y que gracias a eso empatizaba conmigo y me hacía sentir mejor.

El sol fue cayendo con mucha lentitud por el horizonte, a la vez que el mundo se oscurecía y en el cielo comenzaban a brillar pequeños puntitos. Las farolas de la calle se encendieron, y devolvieron la luz encima de nosotros.

-Mañana el Raimon tiene entrenamiento matutino, así que tendremos que levantarnos algo temprando para verles - se levantó mientras soltaba un quejido sordo - ¿Vamos?

-¿A dónde? - pregunté.

-Yo de ti no dormiría en las calles de una gran ciudad como esta - comentó seriamente - Esto será Japón, pero no por eso no hay gente con malas intenciones.

-¿Me estás ofreciendo un tejado bajo el que refugiarme? - le pregunté con media sonrisa.

-Sí - me ofreció la mano. La tomé - Vamos, ocupa.

Solté una risita despreocupada. Caleb había crecido, pero seguía siendo igual que siempre. Y la verdad, me parecía bien, siempre me había gustado su actitud graciosa.

Esa noche no dormí mucho. Estuve dando infinidad de vueltas en la cama mientras pensaba y calculaba cada palabra que iba a salir de mi boca el día siguiente. Era un momento importante, y tenía que planear qué decir y no olvidarme de nada.

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